La angustia inexorable de los que esperan

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La angustia inexorable Érica Soriano, Sofía Herrera y Florencia Pennacchi desaparecieron de la noche a la mañana. Y sus familiares viven una pesadilla eterna. Por CRISTIAN H. SAVIO a luz que invade su departamento en la localidad de Florida no se condice con la oscuridad de su semblante. Si no fuera por esas ojeras que confiesan su trastorno de sueño, Verónica Soriano se vería mucho más joven que lo que dicen sus 37 años. Pero hace casi 5 meses que sus días perdieron toda normalidad y su vida, tal como la conocía, terminó. Dejó su empleo de Recursos Humanos y la carrera de Psicología para dedicarse de lleno a la única motivación que siente. Y este miércoles 19 se aprestaba a encabezar la concentración en la Plaza Belgrano de Lanús, para pedir por la aparición de su hermana Érica, que ese día debería estar celebrando en familia su cumpleaños número 31.

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Érica Soriano desapareció el 21 de agosto pasado en viaje de Lanús, donde vivía con su pareja, Daniel Lagostena —principal sospechoso en la causa—, a la casa de su madre en Villa Adelina. “Nos enteramos por un mensaje de texto de él que se habían peleado y ella venía sola. Por eso no me desesperé y creí que había que darle un tiempo. Pero mi mamá y mi hermana fueron más intuitivas y me decían que no era normal que tardara tanto. Así que mamá lo llamó a él para decirle que Érica no aparecía. ‘Se habrá perdido’, le respondió. Ahí empezó la pesadilla”. La “pesadilla” es similar a la de al menos 600 familias a lo largo del país, según cifras de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, una ONG que brinda ayuda a las familias que buscan a sus hijas. Y esa ayuda se manifiesta no sólo en asistencia legal, sino también, y fundamentalmente, en la contención psicológica y en el trabajo social de visibilización de los desaparecidos, porque sus familiares viven un proceso que se asemeja al duelo pero que no logra cerrarse mientras persiste la incertidumbre. “No saber es lo peor que puede existir”, dice Verónica, con el cigarrillo consumiéndose en su mano y su mirada perdida. La incertidumbre es mucho más dolorosa que la certeza, ratifica la psicoanalista y psiquiatra Lía Ricón, que acaba de

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editar su libro “Una familia suficientemente buena”. Sin el cuerpo, la persona no sabe qué hacer con el afecto. “Queremos que lo encuentren lo más rápido posible. Con o sin vida, pero de cualquier manera lo queremos”, rogaba entre lágrimas días atrás Estela Illara, la esposa de Alejandro Ferzola, desaparecido el 2 de enero cuando pilotaba su helicóptero desde Coronel Brandsen hacia Santa Teresita. “Espero que no sea otro caso Pomar”, sentenciaba Beatriz, la madre del piloto, en referencia a la familia que permaneció 24 días desaparecida después de sufrir un accidente automovilístico, hasta que se hallaron sus restos, el 8 de diciembre de 2009. Violencia de género, trata de personas, accidentes. Las razones de las desapariciones difieren, pero el sentimiento familiar es el mismo. Esa especie de “zona gris de ausencia que mantiene abierta eternamente la posibilidad del retorno”, pero que ante la ausencia del cadáver impide “ir elaborando el duelo para que la vida continúe”, resume el psiquiatra Harry Campos Cervera. Suspendida en el tiempo, vaciada de cualquier otro sentido, la vida de estas personas se consagra a la búsqueda. “Yo estoy acá porque hay que estar con esta historia, pero fuera de eso no se me ocurre hacer nada para mí”, dice a Newsweek Pedro

Pennacchi (32). Su hermana, Florencia, desapareció sin dejar rastros el 16 de marzo de 2005. Cursaba el quinto año de la carrera de Ciencias Económicas en la UBA y trabajaba en el Instituto de la Vivienda porteño. Salió del departamento del barrio de Palermo que compartía con su hermano “como si fuera a un lugar cercano”, explicó su madre, Nidia Aguilera. Pedro sigue viviendo en Palermo y lleva adelante la causa. Él también dejó su carrera (estudiaba Abogacía) y no está trabajando. Trata de distraerse con sus amigos. El fin de semana pasado fueron a ver los vehículos del rally Dakar a Palermo, a tratar de tapar con el ruido de los motores los sonidos de la ausencia de Florencia que lo aquejan desde hace casi 6 años. “Ya estoy


pasado de lo que es la angustia. No estoy tan melancólico, más bien siento rabia y decepción por el mundo”, admite Pedro. “Pero a Nidia (la mamá) la tiene a maltraer. Tiene esa cosa de madre que va a enterrar a un hijo, o algo así. Si bien queda la idea de que por ahí aparece, es casi una ausencia definitiva. Es como una llaga que no cierra, a la que cada tanto se le cambia las vendas”. Hasta el momento, no hay pistas firmes del paradero de Florencia, aunque las investigaciones se circunscriben a determinada área de búsqueda, que prefiere no precisar. “Por eso cualquier pista o rumor que surja y que no sea en esa dirección, lo tomo sin un mínimo de ilusión”, dice Pedro. Con cada fecha simbólica (un nuevo mes, un nuevo año, el cumpleaños de la FOTO: GUSTAVO BOSCO

persona desaparecida, la Navidad) y con la reaparición del tema en los medios, se agudizan los dolores. Verónica Soriano sufre insomnio, pero estos días a su mamá, María Esther, la atacó un fuerte dolor de panza, que ella cree muy simbólico. “Es el dolor del parto”, explica la psicoanalista Ricón. “Aparece la idea de ‘por qué tuve esa hija’. En los padres es mucho más fuerte porque tenemos la responsabilidad del chico que nació”. Campos Cervera agrega que se activan los mecanismos culposos en relación con las circunstancias de la desaparición: “No lo cuidé lo suficiente” o “Recibí un alerta y no lo tomé en serio”. “Me pregunto por qué no pedí ayuda”, dice desde Santa Rosa Julia Ferreira. El 10 de febrero se cumplirán 7 años de que su

VERÓNICA SORIANO: Su hermana Érica desa-

pareció el 21 de agosto. Encabeza marchas.

hija, Andrea López, desapareció en la capital pampeana, donde su pareja, el boxeador Víctor Purreta, la maltrataba y obligaba a ejercer la prostitución. “Cuando desapareció sentía vergüenza por ese tema, pero me hicieron entender que la obligaban. Aun así, nunca atiné a pedir ayuda”, se lamenta Julia. Y asegura que su terapia es estar todo el día trabajando fuera de casa, porque si no se deprime. “Salgo a las 7 de la mañana y vuelvo a las 20, a veces limpio hasta tres casas por día. Estando ocupada tengo mi desahogo, lloro, pataleo”. En su casa no lo hace para evitar que la vea Carlos Emanuel, el peque19 DE ENERO, 2011

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SIN OLVIDO: Pedro Pennacchi extraña a su hermana Florencia desde 2005. “Siento decepción”, dice. María Elena Delgado espera a Sofía Herrera.

ño hijo de Andrea. Nidia Aguilera también se refugia en su profesión de neuróloga, pero los fines de semana su hija Florencia vuelve a ocupar su mente. Es inexorable. “Nos pasamos horas hablando por teléfono”, dice Pedro Pennacchi, quien hace casi un año que no viaja a la casa familiar de Neuquén. Distraerse o activar. Sumirse en ese “no tiempo” de la incertidumbre o intentar el regreso a la temporalidad cotidiana. ¿Qué hacer con esa ambivalencia? Si se suspende la espera y la búsqueda, se asesta un golpe mortal al desaparecido. Si se la mantiene a ultranza, se pierde la vida detrás de un fantasma. “Es un dilema de matar o morir”, señala Campos Cervera. Verónica Soriano no se plantea límites de tiempo por ahora. “Sé que voy a tener que seguir con mi vida, que la dejé de lado completamente. Pero voy a hacer todo lo que tenga que hacer en la causa de Érica”, asegura. Y, a pesar del cansancio, sigue adelante con las visitas a funcionarios municipales, provinciales y nacionales, con la impresión de volantes o de remeras. “Bajar la guardia me desespera”. Lo mismo les pasa a los padres de Sofía Herrera, la pequeña que desapareció en Tierra del Fuego cuando tenía 4 años, el 28 de septiembre de 2008. Contrario al escepticismo que marcaba Pennacchi, Fabián vive viajando a cada lugar donde surge una pista, por sutil que sea. Así, fueron estafados por videntes que les sacaron $ 5.000 a cambio de nada. “Hablaban de una casa blanca en Tolhuin, pero hoy con el Google Earth es fácil dar una referencia así”. El 22 de diciembre volvió a Río Grande para pasar la Navidad en familia, después de estar en Chile, Perú y Bolivia. “No puede pensar en nada malo, cree que ella está bien”, dice en charla telefónica con Newsweek su esposa,

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María Elena Delgado. Se ven muy poco. Estuvieron juntos en Navidad, cuando él regresó de un recorrido por Chile, Perú y Bolivia. Ella pasa las noches contestando e-mails o mensajes en el Facebook de la búsqueda de Sofía, y el 27 de octubre pasado fue censista en Río Grande. “Quería ir a una zona de campo, a hablar a las estancias, pero me asignaron la zona cerca de casa. No conseguí ningún dato de lo que buscaba. Pero seguimos adelante. Lo único que nos interesa es Sofía. Vivimos pensando en ella”. En ese camino de activar la búsqueda, algunas personas trascienden el caso particular y se convierten en activistas sociales. Como Susana Trimarco, quien continúa en la búsqueda de su hija Marita Verón, secuestrada el 3 de abril de 2002 por una red de prostitución, y conduce la Fundación María de los Ángeles. O las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, símbolo de la resistencia al autoritarismo durante la última dictadura, del dolor maternal hecho militancia. Parecen historias muy diferentes. Pero los psicólogos afirman que aquellas desapariciones no difieren de las acontecidas en democracia “en el sentido de la espera”. Coincide Estela de Carlotto, presidente de Abuelas: “El regreso de un familiar que no se produce, esa ausencia, hecha en terrorismo de Estado o provocada por situaciones sociales en democracia, en

SI SE SUSPENDE LA BÚSQUEDA, SE ASESTA UN GOLPE MORTAL AL DESAPARECIDO. SI SE LA MANTIENE, SE PIERDE LA PROPIA VIDA.

el familiar produce el mismo estado de angustia donde lo que se quiere saber es la verdad”, subraya a Newsweek. Y añade que la palabra “desaparición” es tan violenta que impide que la persona pueda cerrar la historia. Tal vez la diferencia radica en el contexto. ¿Había un mínimo alivio en la explicación puesta en la militancia política de los ‘70? “El dolor de madre y la necesidad del duelo son los mismos”, subraya Carlotto. “Nosotros también tenemos un contexto”, aclara Pedro Pennacchi. “La diferencia es que en el anterior las autoridades eran plenamente concientes del paradero. Acá no”. Verónica Soriano, la hermana de Érica, está a punto de dejarse vencer por el sueño y sumirse en una siesta en cuanto finalice su entrevista. Antes, repasa mentalmente los preparativos para la marcha de este 19 de enero en Lanús. Carga en sus hombros la responsabilidad de la causa que le da su condición de hermana mayor de cinco. Luciano (35) tiene dos hijos y con cada novedad sale corriendo de su trabajo para ayudarla. Gisela (21) es muy frágil y está sufriendo mucho, los días se le hacen insoportables. Vive con su madre, igual que Mauro (19), que recién empezó a trabajar y lo está llevando bien, aunque le duele y cada tanto llora. La hermana del medio es Érica (cumplió 31 este miércoles 19), embarazada de dos meses al momento de su desaparición. Verónica dice que no tiene contención. Se confiesa racional al máximo, pero desde la muerte de su padre, 9 meses atrás, y la posterior desaparición de su hermana, empezó a encontrar, sin buscarlo, cierto apoyo espiritual. “Rezo el rosario, algo que no hacía. Le hablo a Dios, le pregunto. Hablo sola en realidad, no me contesta nunca. Es un momento difícil para preguntarme si ■ creo en Dios, pero rezo”. FOTOS: GUSTAVO BOSCO, ARCHIVO


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