Matar a Diego

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28/4/2016

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Cristian H. Savio

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Viernes 03 de Julio de 2015 | 17:51

Si los argentinos queremos ser campeones después de 22 años de frustraciones y tres finales perdidas, no nos queda otra: antes del duelo del sábado con Chile, debemos "asesinar" a Maradona. Un imperativo psicológico y filosófico. Llega otra final para la Selección mayor, y si este sábado los argentinos queremos al fin ser campeones después de 22 largos años, debemos asumir una tarea que puede resultar poco feliz y hasta atemorizante. Pero no queda otra. Todos, los de afuera y los de adentro, los periodistas y los hinchas, los que van a salir al campo de juego del Estadio Nacional de Santiago, y el cuerpo técnico también. En estas horas previas a la final de la Copa América, tenemos que matar a Diego Maradona. Puede sonar fuerte. Pero se trata de un asesinato simbólico. Un ejercicio que va por dos carriles: uno psicológico y el otro filosófico. No hay que tomar las armas pero sí coraje. Y lo más difícil es que no es una vida la que está en juego, sino la idiosincrasia de los argentinos, nuestra identidad futbolística, nuestra construcción cultural. Hay que derribar el mito Maradona de una buena vez. Amar a Diego, sí, incluso si quieren por sobre todas las cosas. Pero matar al mito.

El 10 en la zurda y unas piernas que no deberíamos cortar. AP

No queda otra. Hay que conjurar este hechizo que lleva más de dos décadas y que se ha devorado a dos generaciones de grandes jugadores y amenaza con aniquilar a una tercera, cada una mejor que la anterior, la presente nada menos que con Lionel Messi, el futbolista más extraordinario que haya dado este planeta. Y también a dos generaciones de hinchas anónimos: según datos del último Censo Nacional, en 2010 había 10.426.732 habitantes menores de 20 años. Así que uno de cada cuatro argentinos no sabe lo que es ver a la Selección mayor campeona. No lo saben, http://deportes.infonews.com/nota/231195/matar­a­diego

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no lo vivieron, se lo contaron. Le narraron el mito de Maradona. Y un año después de haber acariciado la gloria y haber experimentado una frustración y un dolor enormes, esos más de 10 millones de argentinos están otra vez ante las puertas de un primer título grande de la Albiceleste. Los campeones de América de 1991 y 1993, los últimos títulos, todavía pertenecían a la Selección de Maradona. Porque la era de Diego, esa tragedia constante del personaje de 9 vidas que nunca muere y se reinventa, estaba lejos aun de terminar. Tan lejos estaba que Alfio Basile, el DT de aquel bicampeón de América, volvió a recurrir a él para la salvación, cuando el infierno de quedar fuera del Mundial se hizo sentir en el Monumental del 0-5 con Colombia y hubo que dirimir con Australia la clasificación en repechaje.

El día en que le "cortaron las piernas" a Maradona, pero no lo mataron.

Y ahí estuvo Diego para llevarnos a Estados Unidos. Y el del '94 fue el equipo de Maradona, equipazo, un campeón de dos fechas, se derrumbó con la amputación de piernas de la efedrina. Y sobrevino entonces la maldición. Fuera de la cancha, Diego empezó a estar cada vez más presente. Y vinieron los fracasos y las finales perdidas. Las de Copa América en 2004 y 2007, y la del Mundial del año pasado. Y ahora, una nueva final. Pero no es el equipo, ni el DT. No es el estilo ni el sistema. No es la falta de definición ni la mala suerte ni los árbitros ni nada de eso. Es Maradona. Y hay que matarlo.

“Matar al padre” El asesinato simbólico de Maradona es necesario, pues su figura sobrevuela como un fantasma, una presencia abrumadora representante de las épocas de gloria; mantiene bajo su sombra a las generaciones de futbolistas que lo han sucedido, casi como una maldición, y a nosotros los hinchas, que no dejamos de comparar a Messi con él, como el hijo al padre. Culturalmente se entiende la frase “matar al padre” en términos de “superar la ligazón edípica que hace que el hijo quede http://deportes.infonews.com/nota/231195/matar­a­diego

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siempre chico, imposibilitado de generar un desarrollo, y se integre a la cultura”, me explica el médico psicoanalista Ricardo Rubinstein, autor del libro Deportes al diván. “Es matar al padre de la infancia, esa etapa en la que el poder, la autoridad y demás los tiene el padre y el hijo queda en esa posición infantil. Lo que implica esa metáfora es acceder al crecimiento y no sentirse trabado por una figura que le está pesando”, agrega.

Diego y el abrazo paternal a Messi en la eliminación de 2010. ¿Un padre terrorífico?

Estos jugadores nacidos bajo el imperio de la era Maradona no son otra cosa que sus hijos futbolísticos. Han sido criados a imagen y semejanza de ese héroe mitológico que nos condujo a la gloria. Y de todos, nadie como Messi se ha acercado, por calidad, talento, dominio, por zurdo y por llevar la 10, por hacer goles “maradonianos”, que hasta la calificación de los goles queda bajo su sombra. Rubinstein me recuerda la tesis que plantea el sociólogo argentino Eduardo Archetti (pionero de la antropología del deporte en el país, y de cuya muerte se cumplieron hace poco diez años) en su libro Masculinidades: fútbol, tango y polo en la Argentina, donde repasa los modelos de deportistas masculinos de la tapa de la revista El Gráfico como constructores de esa figura en el imaginario colectivo, y describe a Maradona como el representante del modelo de "El pibe": individualista, creativo, que no acepta ningún tipo de normativa. Un desborde de virtudes personales que opone al modelo organizativo de los equipos europeos, que tiene mucho más que ver con Messi.

Si amamos a la Selección como a nuestra madre futbolística, entonces se impone el parricidio para seguir el mito edípico. Y luego arrancarnos los ojos con los que hemos mirado el fútbol durante tres décadas para mirarlo de otra manera. “El trabajo de los psicólogos del deporte y del periodismo debería ser plantear la interacción, lo colectivo, como lo esencial”, me advierte Hugo Dramisino, presidente honorífico y fundador del Capítulo de Salud Mental, Actividad Física y Deporte de la Asociación de Psiquiatras Argentina. “Y justamente lo más grandioso del futbolista Diego Maradona hay que hallarlo ahí: en su tremenda entrega para el equipo, el sacrificio (sus tobillos hinchados), el liderazgo positivo, y esto sí admite el esfuerzo y la posibilidad de alcanzar la eficiencia de él de parte de otros jugadores (acaso, por ejemplo, Mascherano ¿no puede ser en ese sentido equiparable a Maradona?). No centrarse en lo casi inalcanzable que es su exquisito y cuasi único virtuosismo como jugador de fútbol. Desmantelar la idea de los personalismos exacerbados”. Messi no encarna ningún mito, Maradona sí, aclara Rubinstein. Pero los argentinos estamos inmersos en el mito maradoniano del héroe, al que construimos y que nos condiciona, hasta tanto no lo deconstruyamos y reescribamos con otros términos. http://deportes.infonews.com/nota/231195/matar­a­diego

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Hasta tanto no matemos a Maradona.

Maradona, omnipresente.

Si amamos a la Selección como a nuestra madre futbolística, entonces se impone el parricidio para seguir el mito edípico. Y luego arrancarnos los ojos con los que hemos mirado el fútbol durante tres décadas para mirarlo de otra manera. “En lo edípico básicamente hay una triangularidad y una ambivalencia del niño hacia al padre”, continúa Dramisino. “Y, en verdad, no es una simple situación de rivalidad. Esa ambivalencia se refiere a un padre querido y a un padre terrorífico. A éste es al que metafóricamente habría que matar”.

Nietzsche y la muerte de Dios La figura de Maradona tiene además una dimensión divina. Es D10s con su propia Iglesia y fieles. Y esta religión a la que nos somete nos obliga a un ejercicio, además del psicológico, filosófico. Matar a Dios. El famoso "Dios ha muerto" de Friedrich Nietzsche implica “aceptar que ya no hay un fundamento último que estructure la realidad, que nos permita distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, lo bello de lo feo”, dice Diego Singer, profesor de Filosofía de la UBA y director del Taller de Filosofía a la Gorra. Esa falta de fundamento, aclara, puede implicar para muchos quedar completamente desorientados. Ya no hay un "norte" al que dirigirse, una vida correcta a ser vivida. Pero esa desorientación puede ser vivida de dos maneras: como una pérdida irreparable que quita para siempre todo valor a la vida o, al contrario, como una enorme revitalización en tanto ya no hay un modelo que seguir y se abre como nunca la posibilidad de la creación.

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El Papa Francisco abraza a D10s.

“Creo que en ese sentido bien puede utilizarse para el problema maradoniano. Mientras exista la figura divinizada con la cual todos los otros futbolistas se comparan, no será posible ningún otro dios”, concede Singer. “La maradoniana es una religión monoteísta y todos los monoteísmos se cuidan muy bien de mostrar la diferencia absoluta entre Dios y otros seres que siempre intentan asemejarse a él y son castigados. Sobre todo (y creo que acá viene lo interesante con Messi u otros jugadores) en relación a los que son similares. Dios mantiene a raya a ángeles y hombres, porque son los más semejantes a él y los que pueden tener pretensiones de creer que son como él”. Si D10s y el Messías no son, en este caso, dos caras de la misma divinidad (la Santísima Trinidad) sino seres distintos, entonces Lio debe matar a Dios para tomar su lugar. Y nosotros con él. O, en todo caso, “cabría la posibilidad de pensar en un politeísmo en el que Maradona fuera una divinidad entre otras posibles”, dice Singer. “O directamente pensar en la posibilidad de un asesinato de Maradona como Dios, para que puedan proliferar otros modos de juego”. Y en eso estamos. En Matar a D10s. Pero nos queda poco tiempo. Horas apenas. Si no queremos perder otra vez, por cuarta ocasión, una final grande, quemar otra generación brillante de futbolistas, esperar otros dos años y agregar otros millones de argentinos a la lista de los que nunca vieron campeón a la Selección.

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