Mundial: Tiempo de Héroes

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TIEMPO DE

HÉROES EL FÚTBOL DEFINE NUESTRO “SER NACIONAL”, PERO BRASIL 2014 PROFUNDIZÓ EL CONFLICTO DE IDENTIDAD DE LOS ARGENTINOS.

FOTO : TÉLAM

Por Cristian H. Savio

Superhéroe, Messías. El gran protagonista del relato mitológico.

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EL AVIÓN que trae al plantel del seleccionado argentino desde Brasil es recibido por una multitud. Banderas y humanidades albicelestes en las inmediaciones del aeropuerto, al costado de la ruta y a lo largo de los kilómetros que lo separan del predio de la AFA. Una demostración de gratitud más que de alegría. No hay Copa, no somos campeones –no lo somos desde hace 28 años–, pero nos sentimos más argentinos que nunca y los sentimos así a ellos. Hemos perdido la final, y nos explicamos esa derrota con múltiples argumentos –un arbitraje en contra, una conjura de los brasileños que no soportarían la humillación de vernos campeones en Río, la falta de puntería de los delanteros, el día menos de descanso que los rivales–. Pero ellos, los jugadores, son héroes. El “héroe” es el sujeto histórico del fútbol argentino. Y, como tal, es el sujeto de nuestra Historia.

SOMOS FÚTBOL Un axioma del fútbol dice que “se juega como se vive”, esto es, que el estilo de juego se identifica con la idiosincrasia de un pueblo. El propio entrenador del seleccionado argentino, Alejandro Sabella, amplió este concepto en una entrevista con Newsweek en abril pasado. “Cuestiones como la indolencia o la falta de concentración pueden formar parte de la cultura de los pueblos y ser, entonces, rasgos que aparezcan en los 90 minutos”, decía al analizar a los rivales de primera fase. Pero, en Argentina, la relación es mucho más estrecha y directa. El fútbol no es un simple reflejo, sino el rasgo más claro, más descriptivo y a la vez representativo de nuestra cultura. Y como tal, nos define. Hacia dentro y hacia fuera. Nos da identidad. Como escribió Alejandro Grimson en esta revista, “en este país, donde vivimos divididos, enfrentados, peleados, donde no son pocos los que piensan mal de la mitad o de la mayoría del país”, la llegada de la Copa del Mundo marca “el momento más glorioso” donde tenemos, todos, la posibilidad de soñar sin que nadie pueda aguarnos la fiesta. No hay otra manifestación cultural o

acontecimiento que ponga el nacionalismo por encima de las diferencias sociales, políticas, religiosas –ideológicas, en fin– y nos embandere bajo un mismo deseo y con un rumbo claro. El mensaje publicitario contribuye a reforzar esos valores y la patria adquiere un significado simple y comprensible. El himno tarareado nos saca lágrimas. ¿Pero dónde nace esa narración futbolera que homologa el Ser futbolístico con el Ser nacional? EL ORIGEN “De por sí solo, aquel fútbol inglés muy técnico pero monótono no habría logrado ejercer la influencia requerida por el espíritu de nuestras multitudes”, escribió Eduardo Lorenzo “Borocotó” en El Gráfico en 1928. “Carecía de ese algo típico que nos llega a lo hondo, que nos enronquece la voz en un grito que surge del corazón

LA IDEA DE “LA NUESTRA” PRETENDE SER FUNDACIONAL, PERO SE CONSTRUYÓ COMO UN RELATO DE NEGACIÓN DE LA HERENCIA INGLESA. cuando la pelota es recogida por la red temblorosa; y tuvimos que adornarlo con el dribbling que encandila las pupilas, que es patrimonio de estas tierras”. El relato que hacemos de nosotros mismos opera en dos sentidos. Hacia dentro, como un imperativo moral; hacia fuera, como una afirmación de identidad, de excepcionalidad: aquello que nos distingue y que nos hace únicos. Ese relato, en tanto constructor de identidad, es mitológico. Tal como definió el antropólogo Bronislaw Malinowski, el mito debe explicar el origen y sentar bases morales, porque narra un acontecimiento sucedido durante un tiempo primigenio, en el que el mundo no tenía aún su forma actual. ¿Dónde está nuestro origen? A lo largo de la historia hemos caído un sinfín de veces en la idea de “la nuestra”, entendida como la forma de juego natural, propia y Julio, 2014 |

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distintiva de los argentinos. Esa idea supone la exacerbación y el culto por el individualismo –las cualidades técnicas, el juego estético– por sobre el juego físico y el sentido colectivo, características estas últimas del estilo que nos legaron los ingleses. Las intervenciones de Borocotó escribieron el relato futbolero argentino. Nacida en la segunda década del siglo pasado, El Gráfico, que llegó a ser muy fuerte en el país y en toda América Latina, fue primordial en la construcción de “la nuestra” y más que una simple revista deportiva, me contó Andreas Campomar, autor del libro Golazo (Club House, 2014). Uruguayo radicado en Inglaterra, Campomar es sobrino bisnieto de Enrique Buero, el diplomático oriental que convenció a Jules Rimet de llevar la primera Copa del Mundo a Montevideo. Para Campomar, los equipos del Río de la Plata contribuyeron a forjar la identidad nacional en oposiciones mutuas y en las giras a Europa. David Goldblatt, autor de The Ball is Round, sostiene que para fines de la década del ‘20, en Argentina, el goleador Guillermo Stábile había reemplazado a Martín Fierro como ícono central de las nuevas nociones de masculinidad y nación. La idea de “la nuestra” tiene pretensiones de fundacional, pero no lo es. Precisamente, porque se construyó como un relato de negación de la herencia inglesa. El fútbol argentino –el relato hegemónico– ha pretendido amputar a su propia historia aquella raíz británica y conformar su origen mitológico a partir de aquel estilo “criollo”. No es casual que la historia oficial del fútbol local tenga su año uno en el decreto del profesionalismo en 1931. Ningún otro rasgo es más auténticamente inglés, más representativo de los tiempos de génesis del fútbol, que el amateurismo. SOMOS MESSI Messi recibe la pared de Gonzalo Higuaín y encara hacia dentro entre camisetas azules para sacar el zurdazo preciso y estirar la ventaja ante Bosnia. Messi tuerce el destino inexorable del partido con Irán con otra intervención divina y hace lo que no se pudo en noventa minutos: romper las filas de ese verdadero ejército persa. Messi madru-

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gesta del ‘86, pero la tenemos, y con eso sobra: ganarle a los ingleses a pocos años de Malvinas y después ganar el Mundial basta para la épica”, repasa Magnus, quien acaba de publicar en Interzona Barrilete cósmico, el relato completo de Víctor Hugo Morales de ese Argentina 2-Inglaterra 1, pleno de “epítetos homéricos”. “Si se construyó alrededor de Diego es porque fue un jugador único, más allá de la tendencia o no al personalismo y al héroe salvador que tengamos en nuestro país”. En Uruguay, el fútbol también es un relato heroico, que tiene su génesis en tiempos remotos: campeones olímpicos de 1924 y 1928; el primer campeón Mundial, de 1930; el Maracanazo de 1950. Más allá de algunos nombres propios, como el de Obdulio Varela, los jugadores de La Celeste son casi anónimos: valen porque integran un equipo y una mística que se mantiene inquebrantable sin importar las figuras. Las individualidades se funden en el equipo. El cuarto puesto de Sudáfrica 2010 lo ganaron todos, no sólo el Balón de Oro Diego Forlán. Cuando los elimina Colombia en los octavos de final de Brasil 2014, no es la ausencia de Luis Suárez la que explica la derrota. Los argentinos, en cambio, somos un pueblo en eterna búsqueda del héroe que ejerza el liderazgo y nos lleve. Y sin embargo.

Luis Suárez y el mordiscón del Mundial.

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SOMOS DI MARÍA. SOMOS HIGUAÍN Suiza resulta un rival más duro del que imaginaba la mayoría. Nos quita la pelota y es como si nos arrancara todo. La lucha contra ese combinado multinacional dura 118 minutos de incertidumbre, donde no solo está en juego el pase a cuartos de final, sino también nuestra identidad. Pero entonces aparece Messi –será su última intervención divina– para recuperar la historia y en su carrera vertical hacia el área rival ver a Ángel Di María libre por derecha y soltarle la pelota en el momento justo en el lugar exacto, y el triunfo agónico llega de la mano del “Ángel del Gol”, y todo lo que nos cuestionábamos sobre el funcionamiento del equipo queda en segundo plano. Antes del Mundial, la Selección era reconocida por su potencial ofensivo, por la calidad y cantidad de delanteros letales disponibles para el entrenador. Era el equipo de “Los cuatro fantásticos”, el cuarteto de ataque Di María-Messi-Agüero-Higuaín. Cuando el técnico puso en cancha para el debut ante Bosnia a un equipo con cinco defensores sacrificando a Higuaín, las críticas retumbaron incluso en el vestuario del entretiempo. Y si en la fase de grupos sólo había aparecido Messi, ahora era el turno de Di María. Nuestra etiqueta, decía Sabella en aquella entrevista, es “que nos creemos los mejores del mundo por haber ganado dos mundiales. Pero bueno, forma parte de nuestra idiosincrasia. O sos de un estilo de juego o sos del otro. Te encasillan y parece que no podés hacer lo otro”. Era una señal del técnico. Tal vez, cuando Sabella habló antes del partido con Bélgica de “cruzar el Rubicón”, la tiranía que esperaba vencer al otro lado de la orilla era la idea de “la nuestra”. La suerte estaba echada. Con Agüero fuera por lesión desde el duelo ante Nigeria, quedaba por aparecer Higuaín. Y el “Pipita” cumplió en el siguiente compromiso. Temprano en la tarde encarrila el partido ante Bélgica. Lo que sigue es una profundización de aquel cuestionamiento de identidad. Los belgas dominan, tienen la pelota y atacan. Argentina es prolijo y disciplinado, férreo en defensa y dispuesto al contragolpe. Pero el resultado disipa cualquier cuestionamiento. Nadie habla de “la nuestra” en días en

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ga ante Nigeria y derrota –no una, sino dos veces– al nigeriano Enyeama, el cancerbero que cuatro años antes le había negado el gol –no una, cuatro veces– en Sudáfrica. Messi, el 10, el símbolo del fútbol argentino, de “la nuestra” en su máximo esplendor –la gambeta, el encare, el liderazgo por juego– ha venido al rescate de un equipo que se cuestionó constantemente su identidad y que no ha respondido en términos colectivos. Messi lleva a la Argentina de la mano hacia la segunda fase del Mundial. El mito “es un relato de hechos maravillosos protagonizado por personajes sobrenaturales (dioses, semidioses, monstruos) o extraordinarios (héroes)”, dice Mircea Eliade. Nuestros futbolistas más destacados tienen esa impronta. Maradona es el héroe trágico; Messi, el superhéroe. Héroes atravesados por un relato religioso católico: D10S y el Messías. ¡Y encima el Papa argentino es futbolero! “Con ellos en el equipo, ¿cómo no construir un relato a su alrededor?”, me interroga el filósofo y escritor Ariel Magnus. La charla con Magnus es en los días previos al Mundial y la fe Messi está a flor de piel entre los argentinos. Autor, entre otros, del libro de cuentos Ganar es de perdedores, Magnus advierte que la idea del héroe salvador es absolutamente comprensible cuando se trata de Maradona y Messi. “Otra sería la historia si no tuviéramos la

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que volvemos a semifinales tras 24 años. El relato se amolda. De a poco va deslizándose desde las cualidades de los delanteros hacia las virtudes del esquema defensivo. Argentina deja de ser el elenco de los “cuatro fantásticos” para empezar a descubrir al “equipo de Sabella”. “Un mes después de empezar el campeonato –escribió Jorge Valdano en El País, en la previa de la final–, ya no sabemos cómo va a hacer Argentina para marcar un gol, pero Alemania llega a la final preguntándose cómo se le mete uno a Argentina”. Aunque el relato no deja de ser heroico. Lástima que Homero no esté para narrarlo. SOMOS MASCHERANO Y ROMERO No somos el jogo bonito. Pero tampoco lo es Brasil. Es una idea de marketing, un eslogan, una marca país que nació con la tragedia del Maracanazo, “esa final que Brasil jugó contra sí mismo, sin importar que enfrente estaba Uruguay, aunque para los uruguayos es el relato de David contra Goliat”, dijo Campomar desde Montevideo, horas antes de viajar a cubrir el Mundial para The Wall Street Journal. “Brasil fue el último país en el mundo occidental en abolir la esclavitud. En los ‘50 la Selección era de blancos, con algún mulato y negro. Pero en Suecia 1958, con Pelé frente al mundo, un afrobrasileño héroe a los 17 años, esa historia de la esclavitud terminó”, agregó. Y nació el jogo bonito. Vino el tricampeonato (Chile 1962, México 1970) siempre con Pelé como líder, pero el estilo alegre, de danza, dribbling y engaño, de lujos y de ambición ofensiva, tendría su última versión en la década de 1980, con la generación de Sócrates, Zico, Falcão. Las derrotas en España y México fueron interpretadas como un signo de la necesidad de cambio. Entonces el jogo bonito se volvió un significante vaciado de significado y el tetracampeón en 1994 fue un canto a la especulación con el rústico Dunga como capitán, y el pentacampeón de 2002 apenas si regaló fútbol a cuentagotas con Ronaldo-Rivaldo-Ronaldinho. Este Brasil cargaba con la Historia en su Mundial. Tenía que borrar el recuerdo del Maracanazo y sólo podía hacerlo con el título. Pero se olvidó el fútbol: encumbró

Los héroes argentinos Las figuras del camino a la final:

Sergio Romero en los penales ante Holanda.

Mascherano, ícono de la virilidad argentina.

Di María, el “Ángel del Gol” ante Suiza.

como símbolo del equipo a los zagueros centrales, Thiago Silva y David Luiz, fornidos y poco habilidosos, endebles incluso para la marca y mucho más de ánimo, como lo demostraban esos rostros cargados de tensión, esas lágrimas de alivio tras los penales con Chile, ese encomendarse siempre y ostensiblemente a Dios de rodillas y con los brazos extendidos al cielo. Nadie tenía en sus cálculos que el recuerdo del Maracanazo podría borrarse con una tragedia aun peor. Una humillación. Cada gol de Alemania en Porto Alegre pareció desnudar un pecado capital de los dueños de casa. Y al día siguiente, Argentina echaría sal a la herida. El equipo de Sabella aparecería como tal en esplendor ante Holanda, imponiéndose en una partida táctica entre Julio, 2014 |

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los entrenadores. El partido se definiría en los penales, con el plus emotivo que eso supone. Y sería la tarde del “capitán sin cinta”, Javier Mascherano, dueño absoluto de la media cancha, factor decisivo para evitar la derrota en el minuto 90 con una jugada defensiva tan maravillosa en su concreción, en su idea misma, como la más estética de las chilenas o rabonas. Aturdido y mareado por un golpe en la cabeza, casi desgarrado por aquel esfuerzo descomunal en el cruce providencial ante Arjen Robben, Mascherano se reservaba sin embargo un último gesto de caudillo romántico para el momento previo a los penales, cuando el mundo leyó en sus labios el mensaje para el arquero argentino: “Esta noche vos te convertís en héroe”. Dijo “héroe”, Mascherano. No dijo “ídolo”, no dijo “genio” ni “figura”. Dijo “héroe”. Y Sergio Romero cumplió con la misión. Y se convirtió en “héroe” popular al detener dos penales. Y Mascherano fue en las redes sociales el arquetipo de macho argentino, la encarnación de la virilidad nacional. El Che Guevara y San Martín. El héroe romántico. El Libertador. El triunfo táctico, colectivo, quedaba reducido así a la expresión de las individualidades. Los grandes héroes de la semifinal. El equipo había salido al rescate de Messi, pero preferimos identificar nombres para personificar a los héroes de la historia. “En fútbol, casi todas las tareas, a excepción del penal y unas pocas otras, son intrínsecamente colectivas”, escribió David Brooks en The New York Times, tras las semifinales. Y coincidía con una de las declamaciones más reiteradas de Sabella en Brasil: todo se trata de ocupar los espacios. Y para eso, cada quien debe cumplir su función. “El equipo es el otro”, dijo el DT cuando los recibió la presidenta Cristina Kirchner. Pero los argentinos decidimos explicarnos todo, la epopeya hacia la final e incluso la nueva desilusión ante Alemania, desde el relato individualista heroico. La idea de “la nuestra” sigue dictando la narración mitológica, remitiéndonos a un origen que niega sus antecedentes, y sometiéndonos a un discurso que no nos permite terminar de definir nuestra identidad nacional.

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