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ROGER FEDERER TRAE SU TALENTO A LA ARGENTINA. OLVÍDESE DE LA DISCUSIÓN POR EL MEJOR DE TODOS LOS TIEMPOS: LO IDOLATRAMOS PORQUE TODO LO HACE CON ESTILO. POR CRISTIAN H. SAVIO
LA PERFECCIÓN DE LA
EL MES pasado, una de las empresas que auspicia al actual número 2 del ranking mundial de tenis realizó una campaña publicitaria en la que planteaba “qué pasaría si Roger Federer fuera brasileño”. Jugaba con la posibilidad de que el suizo fuera el mejor futbolista del mundo vistiendo la verdeamarelha. Federer bien pudo haber sido futbolista –y de los buenos. Ese era su 68
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sueño hasta los 13 años: vestir la camiseta del FC Basel, el equipo más popular y con los hinchas más efusivos en el fútbol helvético. Pero el pequeño Roger cambió la pelota por la raqueta y le estaremos eternamente agradecidos. Porque trocó un futuro de crack perdido en un deporte colectivo de un país sin tradición futbolera, por uno de héroe universal., por uno de h
Newsweek
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BELLEZA
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Federer bien puede salir vencedor en la contienda por el mejor de todos los tiempos, que si peca de anacrónica en cualquier deporte mucho más en uno donde la tecnología de los elementos –principalmente la raqueta; pero también las características de las distintas superficies- marca barreras infranqueables. Le alcanza con un dato objetivo: sus inigualables 17 títulos de Grand Slam y sus 302 semanas como número uno del ranking. Para sus contemporáneos, no hay dudas. “Es el más completo de la historia. Hay que jugar perfecto todo el partido para poder ganarle”, dice a Newsweek David Nalbandian. Pero si Federer es un dios en este Olimpo no es tanto por sus logros como por la admiración que nos despierta a los simples mortales, que nos embelesamos con su juego. Es, principalmente, el goce estético. Idolatramos a Federer porque lleva el deporte que practica a la perfección de la belleza –y, de paso, es un gran campeón. Y esa es su perfección. No la que lo equipara con una joya de relojería jugando con su nacionalidad. Los movimientos de Federer no tienen la rigidez mecánica de una obra industrial, sino la gracia de la naturaleza llevada a su máxima expresión. No hay en ellos más tensión que la tensión entre lo universal y lo particular propia del arte. La belleza no es condición imprescindible para ser el mejor o el más ganador, “pero el tipo, a la máquina de resultados que es, le agregó un modo de jugar al tenis que es inigualable”, señala el periodista Marcelo Gantman, director de deportes de Vorterix y comentarista de tenis de TyC Sports. “Todo lo que hace es con elegancia, con estilo, con una linda manera de jugar. Ahí es donde se termina de definir como personaje revolucionario del deporte”. En un brillante ensayo publicado en 2006 en el New York Times –del que se reproduce un extracto en estas páginas- tras la final de Wimbledon ante el español Rafael Nadal, el escritor estadounidense David Foster Wallace (quien se suicidó en 2008) aclaraba que esa belleza “no tiene nada que ver con el sexo o normas culturales”, sino “con la reconciliación del ser humano con el hecho de tener un cuerpo”. Federer puede no tener el mejor saque ni la mejor devolución; puede envidiar la derecha de Juan Martín Del Potro o el re-
vés de Richard Gasquet, o pretender que su volea mejore. Pero es muy bueno en todos los aspectos tenísticos, técnicos, tácticos y mentales, y todos esos golpes los efectúa con una armonía que recuerda a los estudios sobre la sección áurea y a la divina proporción. Es el Hombre de Vitruvio con una raqueta en la mano. “Verlo jugar es como ver un cuadro de Picasso o escuchar a Beethoven”, exclama Guillermo Salatino, tal vez el argentino que más veces ha visto en vivo a Federer. “Los tres primeros games que jugó con Novak Djokovic en el Masters de Londres es lo mejor que vi en mi vida”, añade el ex jugador y periodista. Y aunque cree que el más grande es el australiano Rod Laver, que ganó los cuatro torneos del Grand Slam en un mismo año dos veces consecutivas en los ‘60, dice que Federer “es el mejor de su tiempo”. El “tiempo de Federer” es esta última década, ni más ni menos. Desde que consiguió el primero de sus siete títulos en Wimbledon en 2003, el suizo ha estado entre los dominadores del circuito. Despidió de un sopapo a la generación de campeones que lo precedió, encabezada por los enormes Pete Sampras y Andre Agassi; dominó a los número uno de su generación con los que tuvo que dirimir el cetro, como Lleyton Hewitt y Andy Roddick; protagonizó el último y más espectacular de los clásicos del deporte de elite con el impresionante Nadal; y se mantiene discutiéndole mano a mano a los nuevos fenómenos como Djokovic y Andy Murray a los 31 años, una edad en la que la mayoría de los tenistas comienza a decir adiós. Piense en el Barcelona de Lionel Messi como la resolución de ese dilema –falaz dualidad- entre ganar y jugar bien. Traslade esa consumación de la estética y la efectividad a un deporte individual, en el que no hay diez compañeros que puedan complementar el trabajo ni un plantel rico que ofrezca alternativas y renovación cada temporada. Aquí usted está solo y debe responder por usted mismo. No hay quien lo remplace si la –cada vez más- exigente temporada somete su físico hasta los límites y los –cada vez más- complicados rivales lo ponen contra las cuerdas.
SUS MOVIMIENTOS TIENEN LA GRACIA DE LA NATURALEZA. ES EL HOMBRE DE VITRUVIO CON UNA RAQUETA EN LA MANO.
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El dato de la vigencia no es para desestimar. No solo suele ser corta la carrera de un tenista, sino fugaz la pertenencia a la elite. Si uno repasa el Top 20 final de 2003, encontrará que hay solo cuatro jugadores que siguen en actividad al término de 2012, tras los retiros de Roddick y Juan Carlos Ferrero. Hewitt y David Nalbandian están debajo del puesto 80; Mardy Fish exhibe un destacado puesto 27. Pero los tres han experimentado una irregularidad producto de su nivel tenístico y su estado físico. Federer, en cambio, no ha bajado del podio del ranking desde entonces, además de tejer el record de permanencia en la cima. Su estado físico es envidiable, pero también lo explica su estilo de juego y su manera de moverse en la cancha. Juan Ignacio Chela bromeaba en una ocasión pidiéndole a Federer que terminara un partido de Roland Garros “con las medias sucias de polvo de ladrillo como todos”. Desde afuera y
por TV, muchos se sorprenden -¡y critican, ignorantes!- de que Roger no transpira. Es otro de los erróneos lugares comunes que disparan sus detractores. “Físicamente es un superdotado”, señala Salatino. “Lee el tenis como nadie, se anticipa a todo, por eso corre menos”. De hecho, el suizo acrecentó su estrategia ofensiva en los últimos tiempos, y lo hará cada vez más, en pos de disputar puntos cortos y contrarrestar el juego contragolpeador de Nadal, Djokovic o Murray, cuyo poder defensivo puede resultarle frustrante a cualquiera. Y aunque recientemente aseguró que planea seguir jugando un buen rato, su calendario para 2013 incluye apenas 14 torneos –esta temporada, la cifra más baja en el Top 100 fue de 18, y le corresponde a Djokovic y a un Nadal que paró de competir a mitad de año. Otro aspecto insoslayable de su poderío tiene que ver con su mentalidad. Ostenta tal capacidad de espera y tolerancia a las situaciones de frustración, que le permite afrontar o soportar momentos o situaciones
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adversas para después poder desplegar su capacidad. “Esta es una condición fundamental para alguien del primer nivel”, dice el médico psicoanalista Ricardo Rubinstein, coordinador del Capítulo Psicoanálisis y Deporte de la Asociación Psicoanalítica Argentina y autor del libro Deportes al diván. Cuando en las semis de Miami 2010 estaba 3-0 abajo con Djokovic, rompió su raqueta contra el suelo y provocó la sorpresa del mundo. “No he perdido los nervios. Estaba frustrado. No me sentía bien”, dijo en ese momento. Fue un regreso fugaz al Federer de 20 años y cabello rubio de los primeros tiempos, negativo, cascarrabias y protestón. Actitud que modificó para forjarse como gran campeón. “Otro punto importante es su ambición alta”, apunta Rubinstein. “Conseguir metas y records lo alienta a ir por más. No se sienta en los laureles”. De hecho, Federer se preocupó por corregir aquellos aspectos de su juego que, según había advertido, lo perjudicaban con sus nuevos contrincantes. Cuando sus duelos con Nadal empezaron a inclinarse a favor del español, por ejemplo, advirtió que uno de sus puntos débiles estaba en las pelotas altas al revés. “Cambió su revés después de haber ganado siete Grand Slams. Mejoró cuando era número uno, eso lo hace grande”, recalca Salatino. “Después quiso aprender a jugar en polvo de ladrillo. Siempre busca progresar”. Alguien alguna vez, recordando la hazaña de Guillermo Tell y el flechazo preciso a la manzana sobre la cabeza de su hijo, dijo que los suizos eran un pueblo tan perfecto que hasta se habían privado de la merecida tragedia para su héroe nacional. “Aquí la gente habla muchísimo de él, por supuesto”, me dice mi amiga y colega Agustina Izurieta desde las afueras de Basilea, donde vive hace dos años. “Para los suizos no es simplemente un jugador de tenis, es un héroe absoluto. Así como Maradona es nuestro embajador internacional, Federer es el de ellos. Salvando las distancias, claro”. Acompañado desde casi el inicio de su carrera profesional por quien hoy es su esposa, de la mano de sus pequeñas gemelas, sin lesiones, Federer no tiene tragedia. Tuvo sus propios puntos de quiebre, pero ha sabido reinventarse desde su insaciable apetito de perfección. Y siempre, con belleza.
VERLO ES UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA P O R D AV I D F O S T E R WA L L A C E
Este artículo es más sobre la experiencia de un espectador de Federer y su contexto. La tesis específica aquí es la siguiente: si nunca has visto al joven jugar en vivo, y después lo haces, en el sagrado césped de Wimbledon, con un calor marchito y después viento y lluvia, durante una quincena de 2006, entonces tendrías lo que uno de los conductores de los autobuses de prensa del torneo describe como una “experiencia casi religiosa”. (…) La final masculina del 9 de julio es, sin embargo, un sueño hecho realidad para todos. Nadal vs. Federer es una repetición de la final del abierto francés del mes pasado, donde ganó Nadal. Hasta el momento, Federer sólo ha perdido cuatro encuentros en el año, y en todos ha caído frente a Nadal. Tendríamos que considerar que la mayoría de estos partidos ha sido sobre arcilla, la especialidad de Nadal. El césped, en cambio, es la superficie de Federer. Por otro lado, el calor de la primera semana ha afectado algunas de las canchas en Wimbledon haciéndolas más lentas. Otro hecho para tomar en cuenta es que Nadal ha ajustado su juego en arcilla al césped, poniendo más cerca de la línea de saque sus golpes de fondo, ampliando sus saques, superando su alergia a la red. (...) La final de Wimbledon adquiere la atmósfera de una revancha, el rey versus la dinámica del regicidio, el contraste de caracteres. Es el apasionado machismo del sur europeo contra el intrincado arte clínico del norte. Apolo y Dionisio. Bisturí y cuchillo de carnicero. Diestro y zurdo. Número uno y dos del mundo. Nadal, el hombre que ha llevado el juego moderno de golpes fuertes desde la línea de base tan lejos como se puede, contra un hombre que ha trasfigurado el juego moderno, cuya precisión y variedad son tan grandes como su ritmo y velocidad. Pero quien podría ser particularmente vulnerable o quebrado psicológicamente por este primer hombre. Un columnista deportivo británico, regocijándose con sus compañeros en la sección de deporte, ha
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dicho, dos veces: “Habrá guerra”. (…) Hay tres explicaciones validas para explicar el poder de Federer. Una, sería misteriosa y metafísica, y creo que es la que más se acerca a la verdad. Las otras son más técnicas y hacen mejor periodismo. La explicación metafisica es que Roger Federer es uno de esos raros casos de atletas, extraordinarios, que está exento, por lo menos en parte, de ciertas leyes físicas. Una buena analogía aquí sería Michael Jordan, quien no sólo podía saltar inhumanamente alto sino que se sostenía allí arriba un momento más de lo que la gravedad permite, Muhammad Ali, quien de verdad podía flotar a través de la lona y lanzar dos o tres golpes en el tiempo requerido para uno. Probablemente, hay media docena de ejemplos desde los sesentas. Y Federer pertenece a ese grupo, ese tipo de atletas que uno podría llamar genio, o mutante o avatar. Él nunca está apurado o fuera de balance. La llegada de la pelota se detiene, para él, una fracción de segundo más de lo que debería. Sus movimientos son más livianos que atléticos. Tal como Ali, Jordan, Maradona y Gretzky, él se ve menos y más sustancial que el hombre al cual enfrenta. Particularmente, en el blanco de Wimbledon que tanto exige, él parece lo que, tal vez, sea: una criatura cuyo cuerpo es carne, y de alguna manera, también luz. (...) El genérico juego moderno no es aburrido, por supuesto, no comparado con los puntos de dos segundos de saque y volea de la vieja escuela o el tedio del juego clásico de desgaste de tiros por elevación. Pero es algo estático y limitado. No es, como los expertos asustados han publicitado por años, el punto final de la evolución del tenis. El jugador que ha refutado esta hipótesis es Roger Federer. Y lo ha demostrado dentro del juego moderno. Extractos del ensayo publicado en The New York Times en 2006. Incluido en “Both Flesh and Not: Essays”, editado este mes en EE. UU.
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