ARGENTINA
“Yo era el único que podía haber parado la guerra” Hace 30 años, Constantino Davidoff iba a concretar en las islas Georgias el mejor negocio de su carrera. En cambio, encendió la mecha del conflicto.
bélica de la historia argentina: la guerra de Malvinas. Treinta años después, y con US$ 30 millones menos, Davidoff sigue viviendo en el lugar donde nació y pasó toda su vida, Avellaneda. En una nota de 2010, la BBC lo presentó como “el chatarrero que accidentalmente dio origen a la Guerra de Malvinas”, y decía que “jugó un pequeño pero significativo papel en una pequeña pero significativa guerra”. Él se resiste a asumir tanta responsabilidad. Aunque cree que fue víctima de la
TAL VEZ DEBIÓ HABER INTERPRETADO el nombre de la empresa como una advertencia. Pero cuando firmó el contrato con la escocesa Salvensen Limited, el empresario Constantino Davidoff estaba enceguecido ante una oportunidad largamente esperada: concretar un gran negocio y tal vez retirarse con un gesto de simbolismo patriótico. Pero la historia salió mal. Perdió todo, pasó un largo período postrado en la cama y fue el disparador menos pensado de la última y más dolorosa herida
FOTOS : BRUNO BER TAGNA
Por Cristian H. Savio
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extranjera. Salía a defenderse o perdía”. La hipótesis de la presencia militar en el barco de la expedición de Davidoff fue argumentada por los británicos, pero negada por los argentinos. “Lo dice claramente el informe Frank, e incluso tengo un certificado de la Cruz Roja Internacional: no había un solo militar (en el barco)”, asegura Davidoff. Sin embargo, la Junta Militar sí evaluó la posibilidad de enviar a militares y científicos en el marco del “Operativo Alfa”, que consistía en instalar en Georgias un destacamento con apariencia de base científica. “Me llamó un militar en una oportunidad, no recuerdo el nombre, creo que de la Fuerza Aérea”, cuenta Davidoff. “Me pidió si lo podía llevar. Se lo consulté al capitán del Bahía Buen Suceso, y dijo: ‘Dentro de mi expedición, ningún militar’. Y así fue”.
coyuntura política del momento, también niega su rol de “chivo expiatorio” de la dictadura argentina cuando decidió, en 1982, encarar la nefasta aventura bélica para recuperar las islas. A su entender, estuvo en el momento justo en el lugar equivocado. O en el adecuado, desde la óptica de los declinantes gobiernos de Leopoldo Galtieri y Margaret Thatcher. En el primer piso de su casa flamea, orgullosa, una bandera argentina, como la que ondeó el 19 de marzo de 1982 en Puerto Leith, Georgia del Sur, tras haber sido colgada de un remo por un grupo de trabajadores argentinos de la expedición enviada por Davidoff a bordo del buque Bahía Buen Suceso. Habían llegado ahí para llevar a cabo el desguace de los puestos balleneros de una empresa británica. “Eran 41, de los cuales dos —un técnico y un ingeniero que tomaron el sondaje de los diques flotantes— regresaron. Quedaron 39 trabajando”, recuerda Davidoff. Ése fue el incidente que encendió la mecha. Personal del British Antarctic Survey (BAS) que observó el hecho informó del desembarco al Jefe de Base de Grytviken, quien a su vez lo comunicó al gobernador de Malvinas, Rex Hunt. “Mi gente se adjudicó el izamiento de la bandera”, admite Davidoff. “Les dijeron que la sacaran y lo hicieron, pero al comunicar a Londres el desembarco, el Reino Unido se sintió tocado por el tema. Entonces mandaron al Endurance a desalojar”. El Endurance era un viejo navío apostado en Malvinas, que estaba a punto de ser desafectado, como una gran parte de la flota británica. Esa circunstancia —producto de las políticas de ajuste del gobierno de Thatcher— preocupaba a las Fuerzas Armadas británicas, y no hacía más que horadar la ya endeble popularidad de la Dama de Hierro. El “incidente Davidoff” (contado con detalle en el Informe Rattenbach, cuya desclasificación completa anunció días atrás Cristina Kirchner) se convirtió, entonces, en la perfecta excusa para que los conservadores británicos fogonearan en el Parlamento la hipótesis de conflicto y abogaran por una salida bélica. “Yo era la única persona que podía haber parado la guerra”, asegura hoy Davidoff. “Con un simple llamado donde me dijeran: ‘Retire a su gente’, lo hacía. No me lo permitieron, nunca más me llamaron ni me atendieron. Fui a la Embajada británica a ofrecerles retirar a mi gente, pero me cerraron la puerta y no me dejaron entrar”. Tanto el Foreign Office como el embajador británico en Buenos Aires, A. J. Williams, ordenaron que los argentinos abandonaran Puerto Leith y se presentaran en Grytviken; debían arriar la bandera, no interferir en las instalaciones del BAS, ni desembarcar personal militar o llevar armas a tierra. Pero la mecha se había encendido. Davidoff, aunque se considera una víctima de la situación, cree que la Argentina no tenía otra salida que la guerra. “Si aceptaba retirar a la gente por medio del Estado, permitía que lo hicieran los británicos o les hacía visar el pasaporte, demostraba al mundo que aceptaba estar en tierra
PARA 1982, DAVIDOFF ERA un exitoso empresario de 39 años. Había empezado con la compraventa de materiales ferrosos y pronto advirtió que el negocio era levantar el sistema telegráfico submarino. “Levanté (las estructuras de) Argentina, Uruguay y Brasil con un barco inventado por mí”, recuerda. “Quería terminar mi carrera haciendo lo de las Georgias”. En septiembre de 1979 firmó el contrato con Salvensen Limited, y comenzó el camino de los permisos requeridos. Finalmente, el 15 de diciembre de 1981 viajó, junto a otras seis personas, a bordo del Almirante Irizar a Puerto Leith para evaluar los trabajos que debían realizar. “Le pedimos alquilar un
El “Incidente Davidoff ” se cuenta con detalles en el Informe Rattenbach. buque a la Embajada británica, a la Armada Argentina y un petrolero a Uruguay, y como último recurso recurrí a la Agrupación Antártica que hacía ese periplo”, explica. “Estuvimos siete horas y regresamos. Recuerdo que pasé la Navidad en Ushuaia”. Así que tanto la Embajada británica como las autoridades argentinas estaban al tanto de la operación comercial de Davidoff, que se concretaría tres meses más tarde. Él no viajó entonces. “Yo tenía dos empresas más que atender acá”, dice. Pero cuando estalló la guerra, su vida se desmoronó. “Estuve tres años postrado en una cama. Me arrastraba como un gusano. Perdí 15 kilos, además de aviones particulares, buques de ultramar y mi casa”. Intentó recuperar su patrimonio a través de un juicio al Estado británico por US$ 200 millones, que finalmente se cayó. Logró reponerse, dice, por ser un ferviente creyente. Asegura que la fe lo “sacó del cajón”. Jubilado y al borde de los 70 años, preside desde hace 15 el Foro del Atlántico Sur, con el que brinda conferencias. Se hizo amigo de los veteranos de guerra. En su tarjeta personal se presenta como “Comandante” (de avión). Su madre, griega, y su padre, búlgaro, llegaron a la Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Él insiste en remarcar ese origen “grecorromano” de su estirpe. Como un héroe trágico, Davidoff se aferra a una concepción homérica de la Historia. “Lo que hice fue perfecto, nadie pudo acusarme de nada. Mi sueño es que los argentinos sepan defender lo que es suyo”, concluye.
Davidoff atesora un informe británico de 1983 que, dice, reconoce que la agresión no la iniciaron sus obreros.
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