Identidad en redes sociales

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SOCIEDAD IDENTIDAD DIGITAL

LAS MÁSCARAS DEL MUNDO BIT ¿Qué nos motiva a ser otros cuando estamos en Internet? POR CRISTAN H. SAVIO

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BRUNO BER TAGNA

FOTOS : AFP

FERNANDO ARÉVALO TIENE 31 años. Es alto, flaco y morocho. Ingeniero civil, viaja mucho por Córdoba, donde tiene obras en marcha. Escucha ópera italiana y Pink Floyd. Le gusta el campo, hacer asados y comer picadas con amigos. Es un tipo normal e interesante. Pero a pesar de tener más de 80 amigos en Facebook, donde cada tanto sube fotos y postea algún comentario, Fernando no existe. Al menos, no en la vida real. Es, como muchas de las “personas” que habitan las redes sociales, una identidad puramente virtual. O, sencillamente, falsa. ¿A cuántos de nuestros contactos conocemos realmente? ¿Es el usuario el verdadero dueño del nombre? La disponibilidad técnica, el anonimato y la distancia con que se opera en Internet generan las condiciones ideales para la creación de perfiles falsos, que se desarrollan básicamente en dos direcciones: aquellos en los que se sustrae una identidad real -alguien que abre una cuenta social con el nombre de otra persona y se hace pasar por ella- y aquellos que, como Fernando Arévalo, no existen en el mundo tridimensional. El primer grupo navega por las orillas de la legalidad, aunque el robo de identidad digital aún no está tipificado como delito en la Argentina ni en ningún otro país (sólo California tiene una ley al respecto). En otras ocasiones, el daño es moral solamente, como ocurre con una enorme cantidad de personas reconocidas de diferentes áreas. Según un informe de la organización argentina Identidad Robada, entre 2010 y 2011 se registró un incremento del 300% en perfiles falsos de famosos. La cuestión es a esta altura un debate en las más altas esferas virtuales. Randi Zuckerberg, responsable de marketing de Facebook y hermana del fundador de la mayor red social del planeta, declaró que “el anonimato debe desaparecer de Internet”, porque protege a quienes quieren causar daño. Así, Google determinó que los miembros de su nueva red social, Google+, no pueden identificarse con seudónimos ni nombres inventados. “Mi recomendación siempre es que la gente se haga un perfil titular”, señala el abogado Daniel Monatersky, CEO de Identidad Robada. “Si no lo tenés, alguien lo va a hacer por vos y ése va a ser el verdadero para muchos”. La advertencia parece casi una exhortación a sumergirnos en las aguas de Internet a toda costa. “Las fuerzas invisibles que operan en este micromundo

sin átomos pero de muchos bits obligan a parecer inteligente, gracioso, ácido, políticamente correcto en cada post, comentario, tweet”, señala Federico Kukso, periodista de ciencia y tecnología. ¿Nuestra existencia real depende de nuestra existencia virtual? A diferencia de otros colegas, la psicoanalista Any Krieguer considera que la llamada vida virtual es una vida que genera pasiones, emociones y sentimientos. En su libro Sexo a la carta, Krieguer estudió los hábitos

verdaderas y no teñidas por la visión occidental, pierdan credibilidad. “Lo que hizo perjudicó a muchos. Nos pone en peligro a todos y daña nuestro activismo”, se quejó el editor del sitio gay Middle East. Otra que no existía más allá de Facebook era Antonela Bechara, la hermosa empresaria cordobesa de 26 años que enamoró a Dante Taboada (20). Tras siete meses de “romance virtual” y cuando se suponía que al fin se conocerían, Taboada recibió un

Susana Finquelievich, investigadora del CONICET, creó en la Red un “opuesto”. amorosos efímeros propios de la era 2.0. “Aunque esos amores y odios pueden ser expresados a través del dispositivo de Internet, son reales porque tocan el cuerpo y las emociones de las personas”, enfatiza. Y están, también, aquellas identidades de Internet que carecen de su correlato de carne y hueso. Y que sin corresponderse con personajes famosos, adquieren notoriedad por su protagonismo real. Tal el caso de Amina Arraf, la supuesta joven siria lesbiana que se convirtió en heroína para quienes seguían en su blog, A Gay Girl in Damascus, sus dramas familiares e historias de persecución y represión bajo el régimen de Bashar al-Assad. Pero Amina no era mujer, siria, lesbiana ni veinteañera: es hombre, estadounidense, vive en Escocia, tiene 40 años y se llama Tom MacMaster. “Era ficción, pero los hechos que presenté sobre Siria, el islam y Medio Oriente son reales”, se excusó MacMaster. Entre quienes no aceptaron sus disculpas están varias organizaciones de la comunidad LGTB de Siria, que temen que sus luchas culturales,

mensaje de texto que le alertaba sobre el secuestro de la chica y le pedía $ 100.000 por el rescate. Detrás del perfil falso de Antonela había un adolescente cordobés de 13 años que llevó la broma demasiado lejos, al punto de movilizar a las fuerzas policiales y a agentes de la propia SIDE. ¿Qué nos motiva a ser otros en Internet? Según la psicoanalista Diana Sahover de Litvinoff, autora del libro El sujeto escondido en la realidad virtual, la necesidad de disfrazarse es estructural del ser humano, que también puede mentir porque es una propiedad del lenguaje simbólico. “Muchas veces nuestros disfraces tienen que ver con ideales, con aquello que queremos ser, alcanzar”. Así, solemos construir nuestros alter egos virtuales a partir de los opuestos. “Una mujer con sobrepeso que se siente poco sexy va a intervenir con un personaje tipo mujer fatal, conquistadora, erótica”, ejemplifica Litvinoff. “Vemos en la Web lo que vemos en el mundo de las fantasías: el medio permite una expresión que es propia de todos, la capacidad del fantaseo”.

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El autor Hernán Casciari adoptó en un blog la personalidad de una ama de casa. rimos la posibilidad de ser esquizofrénicos sin usar chalecos de fuerza”. Lejos de esa esquizofrenia 2.0, otros se disfrazan para desarrollar su veta literaria, como Hernán Casciari. Uno de los pioneros del blog, a principios de este siglo Casciari adoptó la personalidad de una ama de casa de su Mercedes natal para crear el Diario de la Mujer Gorda -editado en papel con el título Más respeto, que soy tu madre (Plaza & Janés) y luego llevado al teatro por Antonio Gasalla. “Cuando descubrí esa herramienta tan nuevita que era el blog, estaba convencido de que era para hacer ficción”, recuerda Casciari desde su casa de Barcelona, en

Falsos famosos En Twitter, la identidad se juega casi exclusivamente en la correspondencia discursiva entre los 140 caracteres de cada tweet y el registro narrativo e ideológico que el público tiene del personaje en cuestión. Algunos cargan con la confesión implícita en sus ironías, como el falso perfil del CEO del Grupo Clarín Héctor Magnetto; otros son más sutiles y requieren que el verdadero salga a aclarar los tantos. Eso le ocurrió, por ejemplo, al periodista Víctor Hugo Morales, que se enteró de que existía alguien que twitteaba a su nombre casi al mismo tiempo que descubrió la existencia del Twitter. “Era alguien que me estaba haciendo daño”, señaló semanas atrás en su programa de radio, para explicar por qué lo convencieron de crear @vh590, su propia cuenta. Cuando la abrió, tenía 24.000 seguidores menos que el falso, pero gracias a su insistencia en aclararlo lograron superarlo.

diálogo telefónico con NEWSWEEK. “Si había gente leyendo, tenía más sentido que leyera ficción. Y me parecía pedante usar mi nombre para eso”. Cuando Tomás (no quiere dar su apellido) abrió su blog Son Cosas Mías, en 2004, creó a su alter ego, el Capitán Intriga. Dice que no lo hizo para atacar o afirmar “cosas que luego no defendería en público”, sino como “una suerte de dispositivo lúdico”. “En un comienzo lo hice por timidez y luego, a medida que me iba afianzando en mi carrera profesional, me di cuenta de que quizás no quería que mi actividad laboral, seria, quedara pegada con las cosas más informales y pop que escribo”, dice a NEWSWEEK vía e-mail. “Con el tiempo me di cuenta de que la idea del misterio detrás de una persona que nunca muestra la cara o su nombre también resultaba un plus. Me pasó que me envían links con cosas que escribió el Capitán a mi cuenta personal o escucho hablar de él en la cola de recitales y boliches. Pequeñas alegrías, digamos”. Es probable que Fernando Arévalo, el ingeniero civil amante de la ópera y el rugby, ya no sume amigos, pero su huella quedó marcada en la existencia virtual. Pero como él, seguirán apareciendo –y viviendo- otras personas hechas de bits, porque, en definitiva, usar otras máscaras está en nuestros genes culturales. “No andamos a cara descubierta ni decimos todo lo que pensamos y sentimos”, señala Litvinoff. “Siempre, en mayor o menos medida, usamos un tipo de disfraz para adecuarnos a las circunstancias. Pero no es Internet la culpable. Si no fuera la Web, lo haríamos con otra cosa”.

FOTOS : TELAM

También detrás de Fernando Arévalo, el ingeniero civil cordobés, hay una mujer. “Quería hacer un opuesto a mí”, admite su creadora, la investigadora del CONICET Susana Finquelievich, directora del Programa de Investigaciones sobre la Sociedad de la Información de la UBA. “Lo hice hombre porque pensé que le iban a contestar con más libertad”. Con este avatar, Finquelievich –que preside LINKS, Asociación Civil para el Estudio y la Promoción de la Sociedad de la Información- se propuso llevar adelante un experimento social. Fue a mediados del año pasado, cuando Israel atacó una flotilla con ayuda humanitaria que rompió el bloqueo a Gaza. “Quería comprobar si todas las campañas y expresiones de repudio surgidas entonces realmente estaban contra la matanza de civiles inocentes, o eran más bien contra las Fuerzas Armadas israelíes”. Entonces Fernando comenzó a postear informaciones de matanzas de civiles en otros sectores del mundo y sus mensajes, lejos de encontrar eco –dice Finquelievich- provocaron que muchos se borraran como amigos. En lo que coinciden los profesionales es en que Internet no crea la necesidad del disfraz, sino que aporta un escenario más sencillo para llevarlo a cabo. “¿Qué chico no jugó a ser algún personaje de su fantasía o un héroe del cine? ¿Qué persona, en un momento difícil de su existencia, no se sumergió en la ilusión escapista de ser un otro diferente alejado de sus cotidianas dificultades?”, se pregunta Jorge Schvartzman, coordinador de la Comisión de Cultura de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Pero advierte: “De ahí podemos avanzar a un proceso psicótico donde el sujeto con una identidad disgregada se convierte en un otro diferente. Cree efectivamente serlo”. Para la psicoterapeuta Vivian Loew, es toda una novedad que podamos crear varias personalidades distintas virtualmente o mandar fotos de otro como si fueran nuestras (total, ¿quién lo sabe?), o hasta cambiarnos el sexo por chat. Sin embargo, advierte en el libro Sin cortinas, “finalmente eso tiene un efecto nocivo sobre nuestra identidad y sobre la confianza que tenemos en nosotros mismos y en los otros”. En esas mismas páginas, el director de arte especializado en Internet Gastón Silberman agrega: “Aún siendo yo, sin construir un personaje ficticio, puedo adaptarme y ser quien yo quiera. Uno en la vida real, otro (o varios otros) en la Red… Y así adqui-

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