Inca de Oro: Historia de una vida en el desierto.

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A Verรณnica, Camila, Martina y Elena, mi esposa e hijas que son el motor de mis actos y consecuencia de mi vida

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“A la memoria de aquella mujer que en la aridez del desierto, logrĂł cultivar los valores que se materializan en su descendenciaâ€?

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INCA DE ORO: HISTORIA DE UNA VIDA EN EL DESIERTO Cristián Javier Pérez Marín

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PRÓLOGO A lo largo de nuestra Tierra, muchas son las historias que se transmiten de generación en generación. Duendes que embarazan mujeres perdidas en la noche chilota, barcos que navegan en tinieblas, flores que aparecen recordando a alguna princesa que sufre por amor, pájaros que cantan en la noche con sonidos que espantan hasta al más valiente. Todas estas historias que hoy son parte de la tradición popular de nuestro país, son relatos que se crean a partir de algún acontecimiento real y que, con el paso del tiempo y las acotaciones que cada persona aporta, se transforman en fantásticas historias que enriquecen nuestra cultura.

Recordemos

que,

todo

nace

de

algún

acontecimiento real. En todas las familias existen historias dignas de un libro; en todas las familias existen prototipos de personas que marcan un patrón común: La tía casquivana, el beodo, la cahuinera, el sabelotodo, el letrado, etc., que muy bien retrata Coco Legrand en sus rutinas. Pero más allá de eso que nos puede parecer

jocoso,

están

las

personas,

las

individualidades que forman cada familia y esas historias son las que realmente valen la pena. En la medida que recordamos a quienes nos heredaron nuestra apariencia, nuestra idiosincrasia, nuestro

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apellido, forjamos nuestra propia Historia, aquello que nos recuerda cuán importante es valorar de dónde venimos y así tener claridad de hacia dónde vamos.

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I La suave brisa de aquel fértil valle escondido entre las elevadas cumbres de la cordillera de la Región de Coquimbo, hicieron que la naciente familia de Pedro y Juanita forjaran sus vidas al alero de estas generosas Tierras. Su humilde hogar, estaba adornado de estribos, monturas, correas y riendas elementos que, a diario, proporcionaban el sustento. El intenso olor a cuero curtido, mezclado con las fragancias del campo frondoso vieron crecer a los hijos que poco a poco comenzaron a alegrar a esta familia. Domingo, Josefina, Felisa y Aurora disfrutaban con cada juego entre los verdes campos que rodeaban su casita. Doña Juanita se esmeraba por hacer alcanzar los pocos recursos que se obtenían de los productos que don Pedro confeccionaba en su pequeño taller. Cada vez que se sentaba en su silla, era rodeado por sus hijos que contemplaban cómo, nudo a nudo, vuelta a vuelta, iba trenzando las partes de alguna montura o de alguna rienda encargada por alguno de los pocos clientes que llegaban a la casa buscándolo. Otras veces, tentaba la suerte yendo al mercado del pueblo a ofrecer su trabajo. Ahí, Domingo y Josefina observaban tiernamente a su padre para que les dijera:

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-

¡Desamarren a la burrita y prepárenla para salir!

Eso significaba que ellos y sus hermanos disfrutarían de una mañana distinta, entre los comerciantes que se reunían para ofrecer sus mercaderías a un reducido grupo de personas que regateaban para obtener un buen precio por verduras, animales, granos y por supuesto, de alguna montura o estribo del talabartero Plaza. Cuando la venta era exitosa, era seguro que disfrutarían

de

alguna

golosina

o

fruta

que

compartirían de regreso a casa. Era delicioso sentir los aromas que envolvían la vida de esta particular familia. La hora de almuerzo era un fuerte imán que los atraía uno a uno a la cálida mesa donde

disfrutaban

y

compartían

los

exquisitos

manjares que su madre con mucho cariño les preparaba. Comentario obligado en la sobremesa eran las travesuras en el mercado, que como acusándolos a Juanita, don Pedro exageraba con incesantes sonrisas que daban tranquilidad a los cuatro niños que inicialmente se asustaban ante sus relatos. Así pasaron un par de años, entre juegos, viajes y recorridos desde y hacia el pueblo; entre largas sobremesas y cálidos lazos de una familia que se consolidaba en el tiempo.

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Un día de lluvioso invierno, las nubes que azolaban aquel

hermoso

valle,

parecían

anunciar

que

la

oscuridad en sus vidas se avecinaba. Juanita, que presentaba un embarazo de término muy complicado, hace saber a don Pedro lo mal que se sentía. Inmediatamente una preocupación se hizo presente en la vida de esta familia; fue como si un rayo partiera en dos los sueños que solidificaron las vidas de Pedro y su familia. Los rumores del delicado estado de salud de Juanita, llegaron a oídos de la partera de la zona quien se acercó a la casa. Como si Dios le hubiese iluminado el camino, la partera llegó cuando Juanita comenzaba con el trabajo de parto. El ambiente se tornó tan espeso, tan pesado que hasta el más recóndito lugar de la casa se enrareció. Los niños aguardaban

impacientes

en

sus

habitaciones.

Esperaban inquietos la llegada de su nuevo hermano y no dejaba de intranquilizarlos la decadente salud de su madre. Fresia, acostumbrada a atender a las mujeres de la zona, había logrado el dominio de su oficio a razón de años de servicio y colaboración, aun sin haber contado con estudios de obstetricia. Rápidamente solicitó a Pedro

sábanas

limpias

y

mucha

agua

caliente,

pensando en atender el parto que se aproximaba. Al momento de palpar a Juanita, se dio cuenta que el bebé venía en mala posición, en lo que hoy llamamos

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posición podálica y el grave riesgo que se corría. Inmediatamente trató de acomodarlo con movimientos que asustarían a cualquiera, sin lograr resultados favorables. Una y otra vez los pujos se venían y las contracciones que sufría la experimentada madre, la hacían desfallecer hasta un estado que bordeaba la inconsciencia. La sangre tiñó de rojo toda la cama, y las sábanas no fueron suficientes para enjugarla, mientras las esperanzas de salvar a ambos se diluían entre las manos de aquella mujer. Fueron largas horas de angustia y frustración para los que estaban en esa habitación, hasta que por fin la vida se abrió paso a costa de un estado gravísimo de Juanita que evidenciaba

una

severa

anemia

producto

del

complicado parto. Fresia recetó algunas hierbas como matico, toronjil cuyano, espuela de gañán y calmantes que llevaba consigo para administrarle y exigió llevarla al hospital al

día

siguiente.

desconsoladamente, moribunda

sobre

Mientras contemplaba

la

cama

que

tanto

Pedro

a

su

mujer

ambos

habían

compartido en estos años de matrimonio y a su nuevo hijo que sólo dormía junto a su madre. Se quedó sentado en la silla que funcionaba como velador frente al lecho matrimonial, mientras sus pensamientos se remontaban a sus años de noviazgo, de vida de pareja, de felicidad junto a sus hijos y de todo lo que habían

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compartido. En ese instante, rompió en llanto y desahogó su pena en los pies de su mujer moribunda, como pidiéndole perdón por no haber hecho algo más por ella y el nuevo ser que llegaba a la familia. Esa noche, la oscuridad estaba más inhóspita que nunca. Las aves nocturnas volaban casi imperceptibles, como si adivinaran que el dolor se apoderaría de todos. En el amanecer del día siguiente, los gallos cantaron muy delicadamente, con un canto mordido, lleno de tristeza, la misma que se veía en aquel indefenso recién nacido que lloraba al lado del frío cuerpo de su madre. Por un momento el tiempo se detuvo, como sumándose al duelo de esa familia que se quedaba sin Juanita aquella mujer que, junto a su marido, forjaron esta concepción de hogar que se proyectaría en una de sus hijas. Aquella mujer que aún en la adversidad, había luchado para dar vida a Pedrito: el último de ellos. De ahí en adelante, sus vidas cambiaron. Aún cuando don Pedro trataba de cumplir como padre y madre, los días se hicieron difíciles. Las niñas se ocupaban de los quehaceres de la casa y Domingo trataba de aprender el oficio de la familia y así sustentar a sus hermanos junto a su padre. Poco a poco la vida se fue endureciendo, y la nostalgia por Juanita aparecía cuando el destino les ponía a prueba, o cuando Pedrito

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preguntaba por su mamá. Don Pedro, decidió no rehacer su vida mientras sus hijos crecieran, para así tratar de llenar sólo ese espacio que su mujer había dejado. De a poco se fueron acostumbrando a su nueva vida, aprendiendo a vivir con ese dolor, ese dolor de perder a ese Ser dador de vida, de ejemplos, de valentía. La escuela ayudó bastante. El contacto con sus compañeros, hicieron que los hijos de don Pedro se conectaran con el conocimiento, con los libros, con la ciencia. Mientras Domingo alternaba sus estudios con el trabajo de talabartero Felisita, la hija mayor, se hacía cargo de cuidar a sus hermanos. Siempre colocaban al corriente de todo a su padre: “Josefina cumplió con sus deberes”, “Aurora a regañadientes barrió el patio”, “Domingo me retó”, “Pedrito aprendió una nueva palabra”, eran comentarios que hacían cada día a don Pedro. Lentamente Felisita fue tomando las riendas de la casa,

como

si

desde

arriba

doña

Juanita

le

transmitiera sus dones, esos dones que harían seguir adelante a sus hermanos. Esto no fue impedimento para cumplir con sus deberes escolares e interactuar con sus compañeras. Tanto así que hizo amistades con

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las que compartían el trayecto desde y hacia la escuela. Un

día

de

septiembre,

cuando

la

primavera

coquimbana bordó de flores los jardines del pueblo, pasaron por la casa de una de las familias más pudientes de la zona. Las rosas que habían florecido cautivaban hasta el más triste y sombrío transeúnte. El rocío de sus pétalos eran verdaderas perlas que adornaban cada una de estas flores que Felisita y sus amigas veían como un inalcanzable tesoro. Tanta fue la admiración por las rosas de este jardín, que un día sin pensarlo siquiera, sacaron tres rosas para cada una con tan mala suerte, que la señora de la casa las miró por la ventana. Aún más grande fue el grito de ésta, que hasta las personas que transitaban por enfrente voltearon a mirar a las estudiantes, cuya vergüenza era tan intensa como el rojo de las rosas que llevaban en sus manos. Inmediatamente la dueña de casa fue a la escuela para denunciar a las pequeñas. Sin darse cuenta, se encontraban en la oficina del Director, esperando por sus padres, quienes se enterarían de lo ocurrido. Para Felisita, fue una lección de vida. Jamás olvidaría las palabras de su padre: “¡Nosotros no robamos! Jamás nuestra familia lo ha hecho ¡ni en la más extrema situación! ¡Ni siquiera con la muerte de tu madre!”

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Esas palabras retumbaron en sus pensamientos, más intensamente que los golpes recibidos camino a casa, tan bien aprendidas que sería una de las lecciones que con más convicción transmitiría a sus hijos. Los días en que no había escuela, como hermanos se dedicaban mucho tiempo para compartir. Típicas eran las

caminatas

hacia

los

cerros

cercanos,

particularmente a aquel misterioso macizo. A aquel cerro que, según la leyenda, guardaba un valioso secreto: “Cargas de Plata”, cofres españoles repletos de monedas de plata enterradas por los corsarios que azolaban las costas del Chile colonial. Una tarde que jugaban

a

encontrar

tesoros,

extrañamente

se

pusieron de acuerdo y comenzaron a gritar: ¡Cerrito, cerrito: danos las cargas de plata!, ¡Cerrito, cerrito: danos las cargas de plata! De pronto, el cerro comenzó a emitir extraños sonidos.

Sonidos

profundos

que

espantaban

a

cualquiera. Sorpresivamente sus cuerpos sintieron que toda su piel se erizaba; que sus pelos se levantaban sin explicación y el miedo les recorrió por completo. Sin decir nada comenzaron a caminar. Cada paso iba al compás de cada golpe del cerro, como graves latidos de un gigante corazón que iba a emerger desde el centro de la Tierra. Al cabo de un momento, su andar

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se detuvo frente a una vertiente que jamás habían visto, aun cuando el cerro lo conocían de memoria. Aquel hilo de agua que serpenteaba una pequeña distancia, brotaba hasta perderse con cada sonido del cerro. El pánico fue cada vez mayor y sin darse cuenta corrieron hasta su casa con sus corazones tan exaltados, que parecía salirse del pecho. Felisa se quedó atrás, con más curiosidad que miedo, pensando en lo que su razón no entendía. Al levantar su vista, detenerse y darse cuenta de que se había quedado atrás, se encontró con una pequeña niña descalza que caminaba en sentido contrario al suyo. Al estar frente a Felisa, se detuvo y le dijo: - ¡Tienes un corazón muy noble! ¡Por esa nobleza quiero entregarte esto! - Apuntando hacia una orilla del cerro que mágicamente mostraba los cofres llenos de plata. - ¡No! ¡Yo no puedo recibir eso! Probablemente pertenece a alguien y nosotros no podemos quedarnos con cosas que no son nuestras. - ¡Recibe mi bendición! ¡Jamás te faltará nada! ¡Tendrás una vida plena y podrás enfrentar la adversidad con sabiduría! Podrás ayudar en la salud y en la enfermedad a quien lo requiera, pero ¡cuidado! ¡Aprende a escuchar tu corazón, pues él te indicará

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las buenas o malas decisiones! ¡Este será nuestro secreto, del que hablaremos en el futuro! Tras

estas

palabras,

la

pequeña

se

alejó

misteriosamente y Felisa, todavía asustada, trataba de sostenerse sobre sus temblorosas piernas que de a poco corrieron hacia sus hermanos. Una vez cerca de ellos, pensó en contarles lo que le había sucedido, pero decidió obedecer a la niña y guardar el secreto. Una vez en casa, sus hermanos querían hablar con su padre. Tuvieron que respirar muy hondo antes de comenzar a relatar su experiencia, que al terminar recibió un rotundo: “No sean mentirosos” “es muy feo decir mentiras. Váyanse a jugar y no inventen más historias”. Su desazón fue muy fuerte. Quedaron muy tristes por la reacción del padre, y mientras comentaban una y otra vez lo ocurrido a las afueras de la casa, su tía que llegaba de visita aceptó su historia y decidió acompañarlos hasta el lugar de la vertiente, quizás cautivada por la historia del tesoro que también conocía. Lo curioso de esto es que, al llegar hasta el lugar, no encontraron nada. Ni siquiera un poquito de humedad y Felisa entendió que no debía contárselo a nadie.

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Nuevamente el miedo se apoderó de ellos. Parecía que se había abierto bajo ellos un abismo sin final y un escalofrío

que

cada

vez

que

recordaban

aquel

episodio, hacía que sus cuerpos se engrifaran como un gato asustado.

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II Así, entre juegos, los quehaceres de la casa y la escuela se fue pasando el tiempo. La tibia brisa del atardecer en los campos, fue moldeando el carácter de cada uno de los niños. Domingo,

que

dedicó

su

tiempo

y

esmero

a

perfeccionar el oficio del padre, se perdía entre cada retazo de cuero curtido y sus manos daban forma a artesanías cada vez más elaboradas. Hora tras hora, día tras día escudriñaba entre sus diseños para cautivar a su clientela con alguna nueva montura, correa o chuchería simpática. Pepita, apelativo que cariñosamente recibía Josefina de sus cercanos, ocupaba su tiempo en las obligaciones de la casa. A veces, después de la escuela, le gustaba sentarse a capturar en su retina los diversos colores del maravilloso atardecer que, según ella, sólo se observaba en su querido valle. Pasaban horas de contemplación que ni siquiera sus hermanos lograban distraer cuando la invitaban a compartir sus juegos. Quizás la más alegre era Aurorita, que siempre esbozaba una hermosa sonrisa a cuantos le llamaran. Era muy popular en la escuela y siempre le buscaban para

organizar

algún

número

artístico

en

las

festividades del año escolar. Era común escuchar a lo

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lejos su voz chillona entonando alguna melodía cuando se acercaban a su casa, y correr a brincos para avisar a don Pedro que alguien lo buscaba. Sin lugar a dudas era muy extrovertida, cualidad que llevaría hasta su vida adulta, con curiosas y acaloradas fiestas que ofrecería en su casa junto a su esposo. Pedrito, el menor de los hermanos y el más protegido, se caracterizaba por su timidez. Era raro que se diera con facilidad con alguien que quisiera saludarlo. Tanto así que en la escuela era muy callado y de muy pocos amigos. De hecho, al terminar la preparatoria, sólo conversaba con un amigo, vecino de la familia. Lo extraño era que cuando jugaba con sus hermanos, se transformaba en un niño totalmente distinto. Corría, saltaba, se reía y gozaba con cada travesura en el cerro, los campos o las cercanías de la casa. Todos crecían felices bajo los cuidados de don Pedro y la “Chatita” como cariñosamente le decían a Felisa. De estatura baja y contextura delgada, se advertía como una niña común para su edad. Su pelo castaño oscuro nunca lo dejó crecer más allá de sus hombros y lo sujetaba con hermosos gorros o boinas que ella misma tejía. Sus ojos cafés tenían un brillo especial, que

irradiaban

transparencia

sobretodo

cuando

sonreía. Sus delgadas y estilizadas manos, réplicas de las de su madre según decía don Pedro y sus

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hermanos, tenían una habilidad innata para desarrollar diferentes actividades: Bordados, tejidos, peinados, etc. Su carácter afable y bonachón le hizo ganar el respeto y simpatía de su familia y los conocidos del lugar, lo que no significaba que no se enfadara por acciones que atentaran contra sus principios. Su vestuario siempre fue sobrio, de colores formales y adecuados a su condición de señorita “de respeto”. Siempre de falda, bata o traje de dos piezas, capturaba las respetuosas miradas de los vecinos que la veían como la sucesora de su madre, y a la vez, como

aquella

joya

inalcanzable

para

esos

pretendientes incógnitos que nunca faltan. Ella y su padre velaban por el bienestar de esta familia

satisfaciendo

las

necesidades

que

se

presentaban. Mientras los hijos crecían don Pedro, quien juró no reemplazar a su esposa, jamás tuvo miradas para nadie sólo se ocupaba de su trabajo para sustentar a su familia y en “Chatita” encontró un incondicional apoyo. Apoyo que se mantuvo en el tiempo hasta que apareció alguien que marcaría nuevamente su destino. La llegada de la primavera, hizo florecer todos los árboles del valle. Los aires se tornaban de hermosas flores que ofrecían su delicioso néctar a las aves e

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insectos que ayudaban a diseminar su polen. Ambas especies danzaban por los prados en busca de la pareja que les permitiría anidar nuevamente. El amor estaba en todos lados. Un día don Pedro fue al mercado a vender sus productos y los de su hijo Domingo. La suerte ese día estuvo de su lado: ¡Vendió todo! Y a muy buen precio. Cuando se prestaba a tomar su burrita y enfilarse camino a casa, algo le revolvió el estómago. Una sensación que no sentía desde su adolescencia le recorrió el cuerpo de pie a cabeza. Los gritos de los comerciantes que vociferaban sus mercaderías, el llanto de los niños que exigían algún helado y el relinchar de su burrita quedaron mudos por un momento. Su mirada y todos sus sentidos se concentraron en “ella”. Su silueta era perfecta. Su piel suavemente tostada por el sol se matizaba por los trigueños cabellos que caían sobre sus hombros hasta la cintura. Su rostro cautivó a don Pedro que, al detenerse en sus ojos, encontró el brillo y pureza de una esmeralda. Ese verde intenso, tan intenso como las costas nortinas, no frenó el instintivo impulso por hablarle. Preguntar su nombre fue el inicio de una larga y correspondida conversación, que terminó con los dos sentados en una posada bebiendo un sabroso y aromático té. La vida había puesto frente de aquel hombre maduro a una joven mujer que se interesó por

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él. Ella venía de paso tentando la suerte en aquel lugar, tanto así que vio una sólida posibilidad de emprender una vida junto a ese hombre. Por la cabeza de don Pedro, rápidamente se repitieron las palabras de su juramento, pero inmediatamente se justificó diciéndose que sus hijos ya habían crecido: Estaba enamorado, completamente cautivado por aquella muchacha que se encontró por azar y con quien había quedado de reunirse nuevamente al día siguiente. Camino a casa, pensó cómo decírselo a sus hijos, lo pensaba una y otra vez, pero no encontraba la forma ni las palabras adecuadas. ¿Cómo lo tomarían? ¿Aceptarían a una nueva mujer en su vida? ¿Recordarían su promesa? Mientras se lo preguntaba, ya estaba en la entrada de su casa e instantáneamente se quedó mudo. Al entrar, la mesa estaba puesta, lista para la cena. Felisa ya había servido a sus hermanos y lo esperaba para comer junto a él. No pronunció ninguna palabra, solo los constantes sorbetes que daba a la cuchara para tomar aquel contundente caldo de gallina colmado de chuchoca entera y un zapallo deshecho por el re cocción, eran los sonidos que emergían de su boca. Felisa, que lo conocía muy bien, se dio unos minutos y

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derechamente le preguntó qué le pasaba, pero sólo recibió un movimiento de cabeza como respuesta. Después de la cena, más extraño para Felisa fue ver cómo su padre se dirigió a su habitación para una siesta hábito que no tenía. La hija prefirió guardar silencio y no insistir. Por un momento pensó que podría estar afectado por alguna dolencia. Muy extraño le resultó ver a su padre prepararse para salir de nuevo, pues siempre salía sólo una vez al día. Su apariencia era distinta: Ropa de salida, que sólo la utilizaba en ocasiones especiales. Sus zapatos lustrados y su peinado agudizaron más aun su curiosidad. Aun así no preguntó nada. Guardó silencio y se retiró a buscar a sus hermanos mientras don Pedro se perdía por el camino hacia el pueblo. Esa noche, sus hijos se durmieron sin ver ni escuchar a su padre llegar. Felisa no pudo conciliar un buen sueño, la actitud sospechosa de su padre la tenía preocupada. ¿Deudas? ¿Enfermedad? Eran preguntas que no cesaban en su cabeza, pero no imaginaba ni por un momento la verdadera razón de las actitudes de su padre. Al día siguiente, cuando Felisita se levantó, don Pedro ya había puesto la mesa. Unas tostadas rebosadas de mantequilla estaban dispuestas para él y su hija. Una

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vez sentados a la mesa, don Pedro se decide a hablar con su hija y explicar lo que le ocurre: ¡Conocí a una mujer que me cautivó! ¡Creo estar enamorado y quiero rehacer mi vida junto a ella! Para Felisa fue un balde de agua fría. De agua tan fría como las aguas de vertientes cordilleranas que se deslizan por los ríos de la zona. Mientras don Pedro relataba el cómo la había conocido, en la cabeza de Felisa giraban una y otra vez las palabras del juramento hecho por su padre y se negaba a aceptar la noticia que escuchaba. Estrepitosamente se puso de pie a medio desayunar y se fue hacia el campo mientras veía cómo su familia cambiaría nuevamente y se negaba a aceptarlo. Detrás de ella su padre intentaba

desesperadamente

de

explicarle

sus

sentimientos ya que sabía que su opinión era muy importante para sus hermanos. Le pidió que le escuchara, que le entendiera y comenzó a describir a esta muchacha que le quitó la razón. Habló con tanta convicción

que

su

hija,

aquella

que

se

había

transformado en su mano derecha y había tomado las riendas de la casa siendo su soporte y apoyo incondicional, aceptó conocerla.

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Ese día para don Pedro se hizo interminable. Preparó todo para recibir a su enamorada, hizo que sus hijos menores se vistieran adecuadamente para la ocasión y compró todo lo necesario para la once de esa tarde tan especial. Las cuatro de la tarde fue la hora pactada para el encuentro. El nerviosismo se apoderó del enamorado. Sus pasos le llevaron a recorrer una y otra vez cada uno de los rincones de la casa; sus manos sudorosas no dejaban de frotarse como si estuviera capeando el frío invierno de la zona. Las miradas de sus hijos estaban fijas en él y no se convencían del repentino comportamiento de su progenitor. Transcurridos unos minutos Pedrito, en la lejanía, divisa una carreta que se acercaba hacia la casa y de inmediato corre a avisar a todos del inminente arribo de la invitada. Lentamente el carruaje se detuvo en la entrada de la casa y desde su interior descendió una estilizada joven de aspecto señoril. Llevaba un vestido floreado con tonos amarillos tenues que acentuaba su definida silueta. Un bolero blanco y unos zapatos negros con pulseras completaban su vestimenta que resaltaban aun más sus atributos, aquellos que habían cautivado a don Pedro. Uno a uno, los niños fueron saludando a esta jovencita que se presentó como “Lucrecia”. Su mirada se detuvo

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para inspeccionar uno a uno a cada integrante de esta familia, y a su vez, cada rincón de la casa. El ambiente era extraño y el único que no lo notaba era don Pedro, que como hechizado, contemplaba cada movimiento, gesto y palabra de su enamorada. Se sentaron todos a la mesa en un absoluto silencio que sólo era quebrantado por las notorias atenciones de don Pedro. Felisa, se encargó de atender a cada uno de los comensales con la dedicación y esmero que la caracterizaba, pero sin dejar de observar a la tan particular invitada. Lucrecia, preguntó por todo, a lo que don Pedro contestaba con actitud marcial. -¿Quién se ocupa de los quehaceres de la casa?preguntó Lucrecia. -¡Felisa!- contestó don Pedro – ayudada de todos sus hermanos. -Y con su trabajo Pedro, ¿Alcanza para mantener a toda esta familia? Don Pedro no titubeó al contestar diciendo: “Con mi trabajo y el de mi hijo Domingo, hemos sobrevivido bastante bien. No creo que tengamos problemas en alimentar y atender una boca más”. -Eso espero- replicó la joven invitada.

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Inmediatamente algo se remeció en el interior de Felisa. Las palabras de la futura esposa de su padre le inquietaron, pero no quiso referirle nada hasta que tuviera plena certeza de sus corazonadas. El resto de la once continuó entre conversaciones que sostuvieron Pedro y Lucrecia, mientras los niños sólo escuchaban. Anécdotas que sólo causaban gracia a los dos enamorados hicieron que uno a uno de los hijos, fueran abandonando el comedor. Una vez solos, decidieron salir a caminar por los alrededores de la casa. Desde ese momento la vida de la familia Plaza Velásquez cambió. Su padre sólo tenía tiempo para su enamorada. Las visitas se hicieron una costumbre y Lucrecia actuaba como tal, dejando que la atendiesen como Pedro indicaba. El interés de la joven por acceder a una vida holgada y dependiente de un hombre

maduro

era

evidente,

y

no

pasaba

desapercibida de los ojos de la hija mayor de don Pedro. Tanta fue la preocupación al respecto, que se encargó de desenmascararla frente a su padre. Decidió darse tiempo para seguirla después del colegio, trabajo que dio sus frutos en muy poco tiempo.

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Un día mientras Felisa caminaba desde la escuela a su casa, vio pasar a Lucrecia hacia una esquina de la plaza. Caminaba con paso ligero y su vestimenta hacía adivinar que se encontraría con alguien. Su corazonada no estaba equivocada pues descubrió que no solo frecuentaba a su padre, sino que también la cortejaba un hombre más joven. Felisa se agazapó entre unos arbustos cercanos y observó cómo el brillo de los ojos de los dos se fundía en una mirada cómplice.

Era evidente la atracción

mutua, que se advertía en cada gesto, en cada movimiento que ambos plasmaron en un apasionado abrazo que culminó en un ardiente beso. Aquel cuadro desencajó a la joven Felisa, que casi pierde el control de la riesgosa situación en que se encontraba. Trastabilló casi hasta el punto de ser descubierta por los dos amantes furtivos, pero logró incorporarse y zafar de la situación incómoda a la que había sido llevada por su intuición. Sus

primeros

pensamientos

inmediatamente

se

centraron en su padre y el dolor que le provocaría aquella situación. Se sintió con la obligación de comunicarle todo a don Pedro, pero no sabía cómo, razón por la cual decidió no decir nada hasta encontrar el momento propicio.

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Las visitas de Lucrecia continuaron en la casa, y la incomodidad de Felisa se hacía cada vez más evidente. Cada mirada que le propinaba a la enamorada de su padre, reflejaba la rabia y frustración que sentía al ver cómo lo engañaba.

Lucrecia, que intuía las certeras sospechas de Felisa, no dudó en indisponerla con su padre. Tanto así que cada vez que podía, sembraba la discordia entre ellos. Esta situación era una verdadera bomba de tiempo, que detonaría en cuanto don Pedro diera un anuncio inesperado para todos. La tarde de aquel día arrastraba una suave brisa que mecía los árboles y flores del campo. La tibieza del Sol abrazaba cada rincón de la casa con los rayos que se vislumbraban por entre las rendijas del techo y las tablas que forraban la modesta casa que por tantos años cobijó a la familia de don Pedro. Parecía que todo el

ambiente

y

sus

elementos

consolaban

anticipadamente la reacción de la familia ante la noticia que el jefe de hogar comunicaría ese día. Pasadas las seis de la tarde, después de que los hijos llegaron de sus distintas labores, don Pedro les reunió en torno a la mesa para, según él, darles una grandiosa noticia. Los corazones de cada uno se aceleraron de

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golpe, como si adivinaran que esa “grandiosa noticia” no sería nada más que el comienzo de la separación del grupo familiar. Las palabras del padre, se diluían en los oídos de sus hijos que escuchaban el inconfundible rodar de la carreta de Lucrecia, que se acercaba a la casa. -¡Hijos!- anunció el padre con voz temblorosa- No es fácil para mí contarles la decisión que hemos tomado¡Hemos tomado! Fue la palabra que retumbó en la cabeza de Felisa como el eco que se escucha al interior de una enorme caverna. Sabía que se trataba de las nupcias de su padre y Lucrecia y de la pesadilla que sería para ella callar lo que había descubierto. Mientras pensaba en esto, la puerta se abrió estrepitosamente y la figura de Lucrecia inundó el lugar dejando un profundo y completo silencio. Recorrió cuidadosamente cada uno de los rostros de los hijos de Pedro y se detuvo inquisitivamente en los ojos de Felisa. Su mirada desafiante y segura no hizo titubear a la mayor de las hijas, muy por el contrario, casi la hace trastabillar. En este instante, sin quitar la vista de los ojos de Felisa le pregunta a su enamorado: - ¡Pedro!, ¿Les dijiste ya la buena noticia?¡No!, contestó el hombre, - ¡precisamente lo iba a hacer cuando llegaste!

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Sin quitarle la vista de encima a Felisa, Lucrecia dibujó en sus labios una sarcástica sonrisa que se acentuaba al compás de las palabras que anunciaba el matrimonio de ambos. Estrepitosamente Felisa se puso de pie y, mirando fijamente a su padre le dijo: - ¡No puede casarse con esta mujer!, ¡Desde hace mucho tiempo ella lo engaña con un hombre menor con el que se junta en la plaza! Nuevamente un silencio sepulcral inundó el comedor y el rostro de don Pedro se tornó tan blanco como el papel. Sus ojos se dirigieron a su enamorada, la que en una actitud desesperada rompió en llanto y salió de la casa rumbo a su carreta. Don Pedro corrió tras ella quien le juró cínicamente que lo que había escuchado no era cierto. Conversaron largamente junto al carruaje mientras los hijos observaban atentos desde la ventana de la casa. Los gestos que la joven hacía hacia don Pedro evidenciaban la vehemencia con que envolvía al enamorado hombre y convencerle de su inocencia. Al cabo de un rato, Lucrecia se despidió con un beso y se fue enjugando las lágrimas que inundaban sus mejillas. Don Pedro entró a la casa y pidió a sus hijos le dejaran solo con Felisa. - ¿Por qué fuiste capaz de inventar tal acusación?

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¡Entiendo que quieras guardar la memoria de tu madre, pero no de esta forma tan baja! Con un llanto contenido, Felisa sentía como cada palabra se transformaba en dagas que atravesaban su corazón.

Sentía

profundamente

que

su

padre

estuviera embrujado por el falso amor de aquella mujer. Sus argumentos no fueron aceptados y su postura fue lapidaria: ¡“Si no aceptas a Lucrecia, ¡la puerta de la casa es bien ancha”! Esta frase fue la estocada final. Fue como una cuchillada certera clavada en medio de su corazón y supo que debía partir, pues no compartiría la farsa que emprendería su padre en su nuevo matrimonio. Felisa caminó sobre sus pasos y se enfiló hacia su habitación para armar su maleta, aquella que le haría emprender un viaje sin retorno desde aquellas tierras que la vieron nacer y crecer junto a sus hermanos.

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III Una fría mañana otoñal humedecida por la intensa lluvia de la noche anterior, impregnaba el ambiente de El Palqui con tristes tonos amarillentos en las hojas de los árboles y la hierba de los campos. El ir y venir de los pasajeros en la Estación ferroviaria y los trabajos de los cargadores en las bodegas indicaban la inminente llegada del “Lolero”, aquel ferrocarril que se caracterizaba por llevar a destino a los estudiantes de la época que se desplazaban en el transporte más popular de ese entonces. El inconfundible sonido de la camioneta de don Isidro, uno de los pocos vehículos que habían llegado con la modernidad a la zona, capturaba la atención de quienes estaban esperando el inicio de su viaje. Su carrocería de madera servía para realizar fletes dentro del pueblo, generalmente con las valijas de los viajeros frecuentes. Cuando se estacionó frente al Terminal Ferroviario, la atención se centró en la figura de una joven de baja estatura que descendió de la camioneta de don Isidro. Su entallado vestido de tonos oscuros y el sombrero de pestaña amplia, solo dejaban ver la silueta una señorita que iniciaba un camino sin retorno, una despedida de su vida de infancia.

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En la Estación la esperaba don Arnoldo “El Turco”, un empleado de ferrocarriles conocido de la familia que le llevaría en un viaje hacia parajes totalmente distintos y que ni siquiera imaginaba. El olor del carbón en combustión y la columna de humo que se asomaba en el horizonte, era el anuncio de la proximidad de la partida. El impresionante vaivén de los carros que arrastraba aquel gigante de hierro, se mezclaba con las risotadas de los estudiantes que aprovechaban la parada para comprar algún sándwich o bebida para continuar con el viaje. Su acompañante, un hombre mayor de aspecto senil, le acompañó con su equipaje al abordar el tren. Los aromas dentro del vagón se mezclaban con las últimas bocanadas de aire fresco de aquel valle que la vio crecer y una instantánea emoción le inundó los ojos. Sus recuerdos se quedaban en esa pequeña Estación mientras

un

nudo

en

la

garganta

trataba

de

recordarle la imagen de sus hermanos a merced de la nueva señora de su padre. Al grito del inspector, que anunciaba la salida en horario itinerante, el gigante de hierro comenzó a moverse de nuevo, alternando las bofadas de vapor con

su

inconfundible

silbato.

Los

estudiantes

distraídos que no calcularon la hora de partida del “Lolero”, corrían rápidamente para alcanzar sus

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carros dejando caer los alimentos que habían bajado a comprar. Toda esa escena, distraía por un momento la tristeza y amargura que sentía Felisa mientras se alejaba de su tierra rumbo a su nuevo norte. Poco a poco, el tendido ferroviario longitudinal norte fue distrayendo la atención de Felisa. Era la primera vez que emprendía un viaje tan largo. Grande fue su sorpresa al verse dentro de un túnel, le pareció que la Tierra se tragaba poco a poco a aquel gigante de hierro, mientras las luces del vagón titilaban dejando instantes de penumbra que le agitaban el pecho. El silbato del tren comenzó a escucharse nuevamente, su sonido estridente anunciaba el arribo a una nueva estación. Al observar por la ventana, sus ojos se deslumbraron con la impresionante ciudad que le recibía. Instantáneamente desaparecieron los verdes parajes

que

habían

acompañado

su

viaje

reemplazándose por innumerables construcciones que albergaban a los habitantes de Ovalle, centro urbano que concentraba toda la administración de la zona. Jamás imaginó que estaría sola en la ciudad que muchas veces escuchó describir a su padre, quien le prometió alguna vez llevarla junto a sus hermanos. Ese recuerdo de la infancia le humedeció nuevamente los ojos y la tristeza se mezclaba con la sorpresa que le

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causaba cada lugar que el tren recorría en su camino a la Estación. La parada fue un poco más extensa. Los carrunchos, nombre que recibían los empleados del ferrocarril, iban y venían de las oficinas para cumplir con sus tareas. Encomiendas, carga, pasajeros, se desplazaban sincronizadamente por la losa del terminal ferroviario. Vendedores ambulantes ofrecían por los carros sus mercancías con pintorescos gritos que llamaban la atención de Felisa. Don Arnoldo, rápidamente bajó del vagón a buscar una encomienda que llevaría hasta el destino de ambos. A los pocos minutos, regresó con una gran caja que acomodó en el gabinete superior de equipaje del vagón y se sentó muy agitado debido a la rapidez con que actuó. Después de un momento y secándose de la frente el sudor con pañuelo blanco bordado, comenta a su joven acompañante, la explicación del misterioso bulto. - ¡Con mi mujer, hemos instalado una residencial en el norte y me encargó esta vajilla que está a mejor precio que allá! - ¡Ella está muy contenta de que vaya a ayudarle con la atención

del

negocio!

Yo

con

mi

trabajo

del

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ferrocarril, muy difícilmente podría estar ahí con ella, pues viajo frecuentemente. Mientras don Arnoldo continuaba con su conversación, los pensamientos de Felisa aun estaban con su familia. Su mirada perdida y la tristeza de sus ojos hacían que este acompañante se esmerara en tratar de mitigar el dolor de la joven. Cuando el tren nuevamente se puso en marcha, la tarde

ya

estaba

bien

avanzada.

El

trazado

serpenteante de las vías del ferrocarril que surcaba los cerros de las cercanías de Ovalle, dieron paso a una gran llanura que anunciaba la proximidad de la playa. La Serena estaba cerca y la brisa costera ya se dejaba sentir en el aire que oxigenaba los carros a través de sus ventanas abiertas. Por un momento la pena de la partida dio paso a la alegría y la emoción. Siempre había soñado con conocer el océano, con sentir la brisa de la playa directamente en el rostro y por fin estaría cerca. Aun cuando pasaría por las vías del tren, estaría observando la inmensidad del Pacífico, aquel océano que solo había conocido en los libros de la escuela. Su corazón se aceleró fuertemente cuando pudo apreciar la majestuosidad y el azul intenso de las costas serenenses, que de inmediato le dieron una sensación de bienestar y tranquilidad. Las aves marinas que

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sobrevolaban la ruta costera capturaban su atención una y otra vez y era sobresaltada con cada oleaje que reventaba en los roqueríos cercanos a la playa. Trató de atesorar ese momento en lo más profundo de su corazón, como tratando de minimizar su tristeza, para canjear ese regalo de la naturaleza por la angustia de su partida. Tan intenso fue ese momento, que don Arnoldo supo respetar la conexión entre la joven y el espectáculo de la puesta de Sol en aquellas benditas playas, dejándola en silencio hasta que fue vencida por el sueño. La

mañana

siguiente,

fue

interrumpida

por

un

estruendoso ruido seguido por una fuerte frenada del ferrocarril.

Todos

los

pasajeros

despertaron

asustados y preocupados por aquel incidente y Felisa no fue la excepción. Sólo se tranquilizó con la voz de Arnoldo que explicaba el descarrilamiento de los carros como un incidente normal del viaje debido a lo angosto de la trocha y lo pesado del tren, ya que no solo transportaba pasajeros, sino que arrastraba grandes cantidades de carga: Minerales, animales, encomiendas y todo lo que cupiera en los vagones destinados a ese fin. La tranquilidad se intensificó con el aroma a té con canela que comenzó a impregnar el carro de los viajeros. El carrito del desayuno y los aromas de otras

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bebidas como el café de grano o leche caliente, abrieron el apetito de todos los que podían pagar por aquel apetitoso desayuno. El pan amasado crujiente por

la

tostadura

y

rebosado

de

mantequilla

acompañado de mermelada, se deshacía en la boca de su

hambriento

acompañante

que

miraba

cómo

delicadamente Felisa disfrutaba de su taza de leche con té. Cada sorbo la llevaba a recordar los olores de la cocina de su casa, esa casa que ahora era ocupada por aquella mujer que le arrebató a su más preciado tesoro. Una vez terminado el desayuno, y cuando el camarero retiró las bandejas y abrió las cortinas del carro, la joven se dio cuenta que el paisaje había cambiado. Las verdes y fértiles tierras se habían transformado en un estremecedor desierto. Aquel incierto paisaje, asustaba y cautivaba al mismo tiempo, con su sequedad y hermosos colores de cerros y piedras que acompañaban el recorrido del tren. El silbido estridente de la locomotora a vapor anunciaba la llegada a Copiapó, y la inquietud de los estudiantes de la Escuela Normal, anunciaba el pronto arribo a esta nueva ciudad. El verde de los árboles que se distinguía en medio del desierto, evidenciaba un hermoso contraste entre la aridez del desierto y el verde

valle

que

comenzaría

a

descubrir.

Más

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asombroso fue apreciar las cristalinas aguas del río que le daba la bienvenida al ferrocarril que poco a poco disminuía su velocidad para atravesar el rústico puente que lo coronaba. La agitación en este terminal ferroviario era mucho mayor que en las otras ciudades por las que había pasado. La intensa actividad minera y agrícola se dejaba ver en la Estación, reflejada en las tres vías que

albergaba

este

punto.

Los

pasajeros

que

esperaban al “Lolero”, se alternaban con los que iban a Caldera, Paipote o el Norte, en un incesante ir y venir de bultos, comerciantes y carrunchos que daban vida a esta gran terminal ferroviaria. El tren estaría detenido por una hora y media antes de continuar viaje, razón por la cual don Arnoldo decidió invitar a Felicita a dar un paseo por los alrededores de la Estación y así aprovechar de estirar un poco las piernas de tan agotador viaje. Al salir de ahí, llamó su atención la innumerable cantidad de carruajes apostados en las afueras, cada uno con la elegancia distinguida en sus riendas y cabinas. Los cocheros, muy bien vestidos, ofrecían cortés e insistentemente sus servicios aun cuando se les indicaba que no los necesitaban. Enormes pimientos adornaban la salida de la Estación, y las viviendas circundantes daban cuenta del buen pasar económico

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de

la

ciudad,

reflejado

en

las

luminarias

y

ornamentación que tenían. También se cautivó de los numerosos estudiantes que se dirigían hacia la Escuela Normal de Copiapó, centro de Educación Superior que se dedicaba a la Formación Docente. Se enfilaban por la avenida que daba frente a la estación, donde se apreciaba al final del recorrido, un imponente y hermoso palacete de cornisas ostentosas y rejas de corte colonial que recibían a la incesante columna de alumnos y alumnas que hacían su ingreso después de las vacaciones de invierno. Su recorrido continuó con la visita a la Iglesia de San Francisco,

imponente

construcción

que

daba

la

bienvenida a los visitantes en la entrada norte de la ciudad. Enormes arcos en su interior hacían recogerse hasta lo más íntimo de las creencias cristianas. Inmediatamente Felisa se inclinó y ofreció una oración frente al hermoso altar del templo por el bienestar de su familia y por el viaje que había comenzado. Sus esperanzas estaban centradas en la nueva vida que debería

enfrentar

para

buscar

su

destino,

su

felicidad. Este recogimiento fue interrumpido por Arnoldo cuando, con un suave toque en su hombro, le indicaba que debían regresar a la Estación. Tomaron camino

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por una hermosa alameda, adornada con numerosos monumentos que recordaban al Batallón Atacama, grupo de hombres comunes y corrientes que se enrolaron voluntariamente para defender a la Patria en la guerra del Pacífico, al caudillo Pedro León Gallo precursor del único intento separatista en la Historia de Chile y a Manuel Antonio Matta, hijos ilustres de esta tierra. Ambos viajeros se vieron en la obligación de detener su marcha frente a uno de los ritos cristianos más recogedores de nuestra idiosincrasia: Un cortejo fúnebre. Una larga columna de personas acompañaba a los deudos de una reconocida familia de la ciudad que daban el último adiós al patriarca. Todos se dirigían rumbo al cementerio tras la carroza fúnebre tirada por caballos en una atmósfera sombría, llena de dolor, que acentuó el recogimiento de los dos pasajeros del tren que ya se disponía a partir. Una vez en el tren, ambos continuaron su viaje. El entusiasmo y alegría de los estudiantes de La Normal fueron

reemplazados

por

rostros

taciturnos

y

cansados de obreros de la minería que ataviados para el trabajo habían repletado el vagón. Nuevamente el inspector pasó marcando los pasajes y chequeando

a los nuevos pasajeros del

convoy

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anunciando a su vez la próxima estación: El Pueblo San Fernando. Desde ahí en adelante, el recorrido del ferrocarril se hizo más interrumpido. Como único medio masivo de transporte, era frecuentado por numerosas personas de pueblos aledaños a Copiapó que les permitía llevar sus mercaderías a lugares rurales, cuya actividad agrícola abastecía de hortalizas, frutas y ganado a la creciente comunidad copiapina. Paipote, zona exclusivamente industrial, reunía a la gran minería de la zona debido a su planta refinadora de cobre y otros metales como el oro y la plata. Numerosos carros fueron cargados y descargados en esta Estación y muchos de los pasajeros descendieron para dar inicio a sus faenas de trabajo. Felisa no dejaba de contemplar este nuevo estilo de vida, muy distinto al que había conocido en sus tierras de El Palqui. Al dejar esta Estación, el tren comenzó el recorrido más largo del viaje, no por la distancia sino por lo inhóspito del paisaje. El desierto les estaba dando la bienvenida. Un Sol abrazador y ni una sola brisa de aire fueron la compañía del ferrocarril en este tramo. Cerro tras cerro, arena más arena, era la única constante

que

Felisa

observaba

a

medida

que

transcurría su viaje. Imaginaba formas, rostros y

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divagaba una y otra vez con aquel desierto que le daba la bienvenida, aquel paisaje que aparentemente se había quedado sin vestidos verdes, sin aguas que alimentaran huertos y animales que eran tan comunes en su tierra. Una a una se sucedían las próximas paradas: El Chulo, Llampo, Carrera Pinto y Chimbero desde donde subían y bajaban los hombres del desierto que escudriñaban la tierra en busca del tesoro soñado, mientras inevitablemente comparaba asombrada este nuevo paisaje con el de sus valles coquimbanos. Al partir de la Estación Chimbero, el inspector anuncia la próxima parada: Estación Cuba, su destino, el término de este largo viaje que la había alejado de su querida tierra y donde comenzaría una nueva vida. Ahí los esperaba Juana, la mujer de Arnoldo, quien se había instalado con una residencial para atender la creciente demanda de los aventureros hombres que llegaban a diario a sumarse a las tareas mineras de la zona. Este último tramo se hizo eterno. La ansiedad de llegar, de saber cómo sería su nuevo hogar la inundaba de sentimientos encontrados, que la llevaban con su familia y con la necesidad de emprender otra vida; con la aridez y extraña belleza del desierto y el verde valle que había dejado; la angustia de saber lo

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equivocada de la decisión de su padre. En medio de estos pensamientos, su

vista

se centró

en

el

horizonte, y como un espejismo vislumbró en medio del desierto un grupo de verdes árboles que le daban la bienvenida. Su pecho se apretó. Parecía un regalo de Dios aquella vista. Un pequeño pueblo con casas coloridas que brotaban de la aridez de esas tierras y árboles que asomaban sus copas negando a rendirse frente a la dureza del desierto le daban una cálida bienvenida a aquella joven que llegaba con la tristeza de dejar su hogar de niñez para formar el propio. Su corazón latía cada vez con más fuerza, y el sudor de sus manos reflejaba el nerviosismo y ansiedad de acercarse. Una y otra vez se aparecían en sus pensamientos las imágenes de sus hermanos y su padre

enfrentados

a

aquella

mujer,

mientras

lentamente el tren comenzó a detenerse, alternando su silbato con las bocanadas de vapor que anunciaban la llegada a la Estación Cuba, nombre que pronto variaría y se haría parte de la historia de todos los que, como Felisa, llegaron aquí buscando una nueva vida.

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IV Paradójicamente, la Estación se veía más grande que otras. De hecho, sobresalía al tamaño del pueblo, pero entendería que era debido a la gran actividad minera de los alrededores de Estación Cuba. Tenía tres vías destinadas al estacionamiento del ferrocarril de carga y a la alternancia del ferrocarril longitudinal. Una gran cuba de agua (de ahí el nombre del pueblo) abastecía del vital elemento a las calderas de las estruendosas locomotoras que día a día pasaban por el lugar. Grandes y equipadas oficinas funcionaban las 24 horas coordinando los servicios que el ferrocarril del norte ofrecía a la comunidad. No se imaginó que en medio del desierto habría tanto movimiento, más que en su pueblo. Los gritos de los vendedores ambulantes se mezclaban con los alaridos del banderero que anunciaba el cambio de vía del tren de carga que llegaba y el de los lustrabotas que se peleaban a los pasajeros que iban o venían de la estación. Mientras todo esto ocurría, su mirada se perdió en el horizonte, en ese azul profundo del cielo que contrastaba con los cerros de la costa que ofrecían una múltiple gama de colores que la sobrecogió. Sobresaltada por la voz de Arnoldo, se incorporó cuando le presentó a Juana, su mujer. Llevaba un vestido floreado, zapatos cerrados negros y un delantal que evidenciaba haber dejado la cocina sólo

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para la bienvenida. Un tocado en su cabeza era el único indicador de haberse arreglado para la ocasión. Sus ojos de color café oscuro, se movían al compás de las palabras que brotaban rápidamente de su boca tratando de colocar al corriente de todo a su marido que continuaría el viaje a la Estación Baquedano donde trabajaba como carruncho administrativo. - ¡¿Trajiste la vajilla?! La clientela crece y crece y no damos abasto. Hoy llegaron nueve pensionistas y pensé que no podría atenderles. ¡Cuídate y escribe pronto! - ¡Vamos niñita, que el trabajo espera! Mientras ambas mujeres se dirigían a la residencial, don Arnoldo se despedía casi gritando, debido al paso presuroso de su mujer que se había llevado a Felisa casi volando. Al cruzar la línea férrea la joven Felisa volvió su cabeza hacia la Estación y vio cómo se alejaba el tren llevándose a su compañero de viaje. Metros más allá estaba el local, junto a la calle principal del pueblo. La fachada del lugar era de un llamativo tono azul con ribetes blancos. Sus pequeñas ventanas dejaban entrever un gran comedor con mesas cuadradas de color rojo que permitían la asistencia de cuatro comensales. Las sillas de igual color, tenían las patas de fierro y cada vez que se arrastraban, las jóvenes garzonas corrían a completar

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la atención. Un gran letrero en la entrada principal del comedor anunciaba: “RESIDENCIAL LA CUBANITA” Este nombre había sido otorgado al establecimiento en honor al pueblo que acogía por primera vez a la joven sureña que prestaría sus servicios ahí. Ambas mujeres hicieron su ingreso por la entrada principal del comedor, donde la joven Felisa sintió el peso de las miradas de quienes almorzaban a esa hora. Un rubor que comenzó en sus mejillas se extendió por todo su cuerpo y por primera vez se sintió vulnerada. El murmullo de aquellos hombres que se dedicaban a extraer la riqueza de la roca fue acallado por la estridente voz de su anfitriona que firmemente aclaró: -

¡NADA

DE

ENTUSIASMARSE

CON

LA

CHIQUILLA! ¡ES MI SOBRINA Y NO QUIERO A NINGUN TEMPLAO QUE VENGA A HACERSE EL LINDO CON ELLA! Un escalofrío le recorrió nuevamente el cuerpo y el camino

hasta

el

fondo

del

comedor

se

hizo

interminable. Ni siquiera los cuadros que adornaban los muros le distrajeron del incómodo momento vivido, ni

las

hermosas

flores

de

los

maceteros

que

adornaban las veintitrés mesas del recinto hicieron

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que dejara de sentir la mirada de aquellos hombres, a quienes le tocaría atender. - ¡Mijita!, con Arnoldo conocemos a tu padre y yo fui muy amiga de tu mamá. Lamento mucho que hayas tenido que venirte así, pero la vida no siempre es grata. Algunas veces nos coloca pruebas muy difíciles de sortear que sólo el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio nos permiten sobrellevar. Esas

palabras

las

sintió

muy

sinceras

y

tranquilizadoras. Tanto así que se aferró a ella, no solo porque era la única persona que conocía aquí, sino porque realmente sintió de corazón sus palabras. - ¡Acérquese a la cocina! Deja tu bolso acá y ponte ese delantal para que me ayudes a terminar de servir los platos. Mientras por inercia cumplía la orden de Juana, su mirada se chocaba con la de las tres garzonas que iban y venían del comedor, quienes a su vez le esbozaban sinceras sonrisas debido a la velocidad con que su patrona le hablaba. Sin darse cuenta, con sólo algunos minutos de llegada, ya estaba trabajando en la cocina de la Cubanita, en una vida muy distinta pero no menos grata.

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Las tres muchachas muy pronto se le acercaron y le ofrecieron ayuda, indicándole cómo, cuándo y dónde realizar cada cosa: - ¡Oiga!, ¡siéntase como en su casa! Nosotra llegam’o igual que usté, sin conocer a nadie, pero todas nos cuidamos. La señora es un poco gritona pero buena gente. Siéntase bienvenida - dijo la más joven de las tres muchachas llamada Tina - ¡Gracias! - respondió Felisa - agradezco su buena voluntad. - Aquí no se para de trabajar en todo el día, pero entre todas hacemos que el día se haga más corto y agradable- dijo Mercedes, otra de las niñas que la recibían. Gertrudis, era más callada pero su sonrisa delataba que se trataba de una joven tímida y de buenos sentimientos. Muy pronto las cuatro empatizarían cultivando una hermosa amistad. Rápidamente la vista de Felisa recorrió la cocina, como queriendo reconocer el lugar donde pasaría gran parte del tiempo de su nueva vida.

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En medio de la cocina había una gran mesa donde se preparaba todo lo que caería en las grandes cacerolas: Canastos de verdura fresca, carne, legumbres, en fin, todo lo que el menú requiriera. En el fondo, un gran aparador contenía la vajilla, los cubiertos, y por supuesto, los manteles de mesa y los de cocina, las servilletas y paños que eran más blancos que la nieve de los cerros cordilleranos que se divisaban a la distancia. Todo tenía su orden. Los especieros se hallaban en un mueble situado al lado de la “chigua” una tabla colgante destinada a guardar el queso y los embutidos. Muy pronto, la actividad de la cocina se hizo muy agradable y todas se repartían las labores culinarias haciendo más entretenido y llevadero el trabajo. Largas eran las conversaciones entre las cuatro jovencitas mientras manipulaban prolijamente los alimentos alrededor de la mesa de la cocina: Una pelaba cuidadosamente las papas sin dejar ni un solo ojo; otra pelaba y picaba las cebollas siempre lloriqueando y aspirándose los “mocos” cada vez que podía; en ocasiones, una se sentaba casi en el suelo frente a la “chancana”, piedras que se utilizaban para moler o pelar granos como el trigo, e interactuaba con las otras casi gritando desde el suelo; otras veces simplemente compartían rápidamente un delicioso

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mate, sobre todo en aquellas heladas mañanas de invierno. Una mañana de un día como cualquier otro, cuando Felisa se disponía a hervir la carne para el caldo, es interrumpida por la chillona voz de Juana: - ¡Felisa!: ¡Hoy te toca servir los desayunos! Los pensionistas ya llegaron y todos pidieron pailas. Mientras yo las preparo, llévales el té y el pan. Mientras escuchaba la orden, sintió cómo el piso se deshacía bajo sus pies. Era la primera vez que atendería a aquellos hombres que le recibieron aquel día de su llegada y sentía como todo su cuerpo se resistía a tener que pasar por la misma sensación. Algo en su interior le hizo sacar fuerzas de flaqueza, y sin darse cuenta, ya había tomado la bandeja con las tazas, platos, cucharas y el azucarero. Su rostro era imbatible,

casi

impenetrable,

demostrando

una

seguridad que en su interior no existía. En su cabeza todo era silencio, como si el tiempo se hubiera detenido, hasta que se interrumpió con un grito que rezaba: -¡Están listas las pailas y la tetera ya se arranca! Casi por reflejo, sus pasos se dirigieron al comedor y comenzó a servir las tazas sin mirar a la cara de ningún pensionista. Luego comenzó a entregar las

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pailas que chirriaban con

el exceso de aceite

hirviendo y el pan batido que hace poco habían traído de la panadería del pueblo. Sintió sudar sus manos y cómo sus piernas casi colapsaban en esos quince minutos que se hacían eternos. De pronto una voz casi melodiosa inundó los oídos de la joven: -¡Señorita!, tranquila. No se ponga nerviosa. Ninguno de los que estamos aquí le faltaremos el respeto. Doña Juana es una señora muy especial y sabemos que todas ustedes también. Además, el día que usted llegó nos leyeron bien clarita la cartilla. Cuando Felisa levantó la vista, se encontró con el rostro de un hombre de edad avanzada, curtido por el sol y la sequedad del desierto. Sus ojos de un azul profundo, irradiaban sabiduría y sinceridad, mientras que

una

sonrisa

dejaba

entrever

una

blanca

dentadura. Ese gesto, tranquilizó a la joven y le permitió ver que, a su alrededor, sólo habían hombres mayores, respetuosos y muy amables que hicieron derrumbar los prejuicios que se había formado a su llegada. Muy pronto disfrutaría de atenderlos (sólo en ese horario) para compartir con ellos sus historias, sus anhelos y esperanzas, casi como supliendo la ausencia de su padre.

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Los días pasaban rápidamente y la vida de Felisa se mezclaba con la actividad de la cocina y la del pueblo. Estación Cuba tenía casas muy coloridas, que daban un especial atractivo a la pequeña localidad. Su gente, muy

amable,

saludaba

cordialmente

a

quienes

transitaban por sus polvorientas calles en busca de algún producto de su muy surtido comercio. Había tiendas de menaje, pulperías, ferreterías, carnicerías, verdulerías y una distinguida boutique que satisfacían las necesidades de las casi mil quinientas personas que conformaban la población de la zona. La plaza, rebosada de pimientos y eucaliptus recibía a quienes querían hacer una pausa en las tardes de los soleados días que acompañaban la vida de este lugar. Numerosos escaños de madera y hierro fundido servían como punto de encuentro entre la juventud de la época. Un quiosco engalanado, servía de tribuna para los anuncios y festividades nacionales y locales de la comunidad. Frente a ella, el teatro recibía al público que disfrutaba

de

los

numerosos

espectáculos

que

llegaban para deleitarlos. Su ornamentación interna, no escatimaba en lujo y buen gusto estando a la altura de cualquier disciplina artística. Sus butacas de terciopelo distribuidas en palco, tribuna y galería se repletaban de ansiosos espectadores que se peleaban

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las tres o cuatro funciones ofrecidas los fines de semana. Los servicios públicos se concentraban en el sector alto del pueblo. Correos y telégrafos, mantenían la comunicación nacional e internacional, la caja de ahorro nacional funcionaba como banco y satisfacía las necesidades de ahorro y crédito de la población. La policía, patrullaba a caballo el pueblo y sus alrededores

apaciguando

cualquier

situación

que

pusiera en riesgo el orden público. Todo funcionaba a la perfección y parecía imposible que en medio de lo inhóspito del desierto se viviera como

en

cualquier

ciudad

del

país.

Todo

era

prosperidad y éxito para quienes venían en busca de trabajo y fortuna. Felisa comenzó a encantarse con su nueva vida y se sentía útil y valorada en su trabajo, aun cuando advertía que su relación con Juanita muchas veces se resumía en órdenes para llevar la residencial. Pero sabía que su intención no era en lo absoluto aprovecharse de ella, pues siempre recibía el pago justo por sus servicios. Era habitual que los días viernes Felisa se dirigiera a la oficina postal para enviar algún dinero a sus hermanos, junto con las cartas que les dirigía para

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saber de todos. No quería que su nueva vida la alejara de su familia, a quienes tanto extrañaba. Un día, mientras regresaba del correo caminando por la vereda de la calle principal del pueblo, su mirada se fijó en la estación, pues venía llegando el tren de pasajeros. Mientras se disipaba el vapor de la añosa locomotora y dejaba entrever la gran cantidad de viajeros que llegaban al pueblo, la silueta de un apuesto joven le dejó obnubilada. Vestía un traje negro y camisa blanca de cuello y puños duros, que le distinguía entre los carrunchos que presurosos se disponían a realizar labores de mantención del convoy. Usaba una gorra que, matizada con tonos rojos, le identificaban como conductor del servicio que se dirigía hasta Pedro de Valdivia. Su sorpresa fue enorme al ver cómo este joven se enfiló rápidamente hacia el correo por la misma vereda en que ella se desplazaba. Al observar detalladamente sus manos, se fijó que cargaba un pequeño bulto que supuso enviaría por encomienda. Más grande fue su sorpresa cuando se detuvo frente a ella y le pregunta: -¿Está abierto aun el correo? Necesito enviar este paquete a Antofagasta. En ese instante las palabras de la joven no pudieron salir, como si se hubieran frenado automáticamente

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en los labios de Felisa y casi de forma instantánea, un rubor inundó sus mejillas delatándola ante el joven que había llamado su atención. Al final, su única palabra fue un tímido ¡sí! Rápidamente, la avergonzada joven apresuró su paso mientras era observada a la distancia por el apuesto maquinista que sólo continuó su camino cuando recordó la urgencia de su encomienda. Aquel encuentro descolocó a Felisa. Era la primera vez que

su

corazón

se

apoderó

de

su

cuerpo

completamente. Siguió su camino hacia la residencial casi por inercia, sin poder sacarse de la cabeza la sonrisa de aquel que le había quitado el habla. Todavía con sus pensamientos perdidos, y con una sonrisa que la delataba, sus compañeras le preguntaron: -¿Y a ti que te pasó? Cualquiera diría que te pidieron matrimonio. Inmediatamente se ruborizó y contestó: -¡ya, ya, ya! Vámonos para la iglesia que la misa debe estar por comenzar. -¡Mirssh!, parece que es verd’a que está enamorá esta chiquilla- Replicó Mercedes, mientras Gertrudis se reía tímidamente.

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Las cuatro jovencitas se dirigieron a la iglesia ataviadas con sus velos y mantas apropiadas para la eucaristía que jamás se perdían. Durante el oficio religioso, las oraciones de Felisa eran interrumpidas por el rostro de aquel joven que había conocido, al punto que recibió innumerables codazos de sus amigas que la hacían responder a cada intervención de los feligreses. Después de eso, se retiraron a la casa donde pudo descansar y conciliar un profundo sueño. Al día siguiente, su actitud no cambió mucho y fue advertida por sus amigas quienes no dudaron en interrogarla: -¡Ya po’! cuéntanos. ¿Qué te pasó ayer? Parece que conociste a alguien. Preguntó Tina, la más intrigada con su actitud. -¡Si me dejan trabajar tranquila, les cuento mientras almorcemos! -¡Pucha!- Dijeron a coro- nos vas a dejar con la duda toda la mañana. De esta forma las cuatro continuaron con sus quehaceres diarios, confiadas de que al medio día sabrían lo que le había ocurrido.

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Mientras Felisa atendía a los primeros pensionistas del día, Juana se le acercó muy discretamente y le dijo: ¡Chatita!, quiero presentarte a un joven que viene del sur igual que nosotras. Es muy trabajador y muy buena persona. Está trabajando en una de las minas de las Guías y dicen que hizo un “alcance” de muchos kilos de oro. Anda a sacarte el delantal y el pañuelo del pelo. Mientras obedecía a Juana, Felisa se preguntaba el porqué de éste encuentro y lo incómoda de esta situación. Cuando casi terminaba de arreglarse el pelo, una silueta se asoma por la entrada del comedor. Un joven, mayor que ella, de estatura baja, cabello castaño con prominentes entradas y sonrisa coqueta, se dirigió hacia las dos. Vestía un traje de gabardina café acompañado de una camisa blanca y corbata negra que hacía resaltar sus ojos verdes botella. En su andar dejaba entrever unos zapatos negros hechos a mano de cuero fino que evidenciaban un buen pasar económico.

Cuando

estaba

frente

a

las

dos,

caballerosamente se quitó el sombrero y luego de un ademán seductor, saludó a Felisa ofreciendo su mano adornada con un gran anillo de oro macizo. -¡Encantado señorita! Su tía me había hablado mucho de usted. Ladislao Marín para servirle-.

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Con la educación que le caracterizaba, Felisa saludó estrechando su mano con un frío ademán. -Felisa viene de El Palqui, al interior de Ovalle muy cerca de su tierra en Illapel - dijo Juana queriendo romper el tenso ambiente que se había generado. -Son hermosas tierras las coquimbanas, llenas de vegetación, muy distintas a estos cerros secos que rodean este pueblo. Dijo Ladislao, tratando de distender la conversación. Felisa se sintió obligada en esta situación. Su pretendiente, como ya lo había entendido, no era de su gusto y no hallaba la forma de zafarse de este encuentro obligado. Bien, dijo Juana, voy a pedir el desayuno. En ese minuto Felisa ofrece traer lo necesario y se dispone a tomar el pedido como si se tratase de cualquier otro pensionista: -¿Qué se van a servir? Yo lo traigo. ¡Ve!, yo le dije - pronunció Juana - es muy atenta y se nota que es una joven muy trabajadora-, mientras Felisa se dirigía a la cocina. Muy descompuesta, y con la cara muy larga, la joven entró en la cocina. Casi tirando los platos y las tazas

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sobre la bandeja, comenzó a servir el desayuno para Juana y su invitado. Sus amigas que quisieron molestarla por su visita (pensando que se trataba de quien

le

había

iluminado

el

día

anterior),

inmediatamente recularon notando la molestia de Felisa. Con los sándwiches preparados y las tazas dispuestas sobre la bandeja, llevó el desayuno al comedor: -¡Aquí les traigo el desayuno! Si necesitan algo más, estoy en la cocina. Hay mucho trabajo y no podemos atrasarnos. Mucho gusto joven. Sin habla, y muy incómoda, Juana no dijo nada. Invitó a Ladislao a disfrutar del desayuno y casi sin pronunciar palabra alguna, terminaron su encuentro inconcluso. Todavía con rabia en el cuerpo, Juana se dirige a la cocina a increpar a Felisa: -¿Porqué hiciste eso? ¡Una señorita no deja plantada a sus visitas! -Discúlpeme señora Juana, pero él era su visita. Usted no me preguntó si yo quería recibir a alguien- replicó con fuerza. Con un tono más conciliador – ¡Chatita!, yo sólo quiero que puedas conocer a alguien que te de estabilidad.

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Son muy pocos los hombres que aquí se tomen en serio a las mujeres. Si no están tomando, se la llevan metidos en los cahuines – dijo Juana. Después de eso, la mujer se retiró dejando sola a Felisa, mientras era observada en silencio por sus tres amigas que escuchaban en silencio aquella incómoda discusión. Tina, rompió el silencio -¡No haga’i ni tal de meterte con ese! Pasa meti’o en los cahuines o tomando con los viejos de “La Isla1”. ¡Es muy fresco! ¡Le ha ofreci’o matrimonio a medio mundo! La aludida solo asintió con la mirada y su compañera sólo se remitió a encoger los hombros asumiendo su comentario inapropiado. Rompiendo la situación incómoda, Mercedes puso de nuevo en curso las cosas en la cocina: ¡Ya es tarde y el almuerzo debe estar a las doce! ¡Vamos haciendo las cosas antes de que la patrona venga a regañarnos a todas! La mañana continuó de manera normal para todos en la residencial. El almuerzo del día se completó como de costumbre y las viandas se repartieron con la 1

Mineral ubicado al noreste del pueblo.

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exactitud de siempre, razón por la cual, las cuatro amigas se dispusieron a almorzar juntas en la mesa de la cocina. Tina, como siempre, no aguantó sus palabras y rompió el silencio: -¡Se nota que el de la mañana no era el que te hizo sonrojar ayer! Todas soltaron una carcajada que relajó el momento. ¡Ya po’! -dijo Mercedes- cuéntanos ¿qué te pasó ayer? Sonrojada nuevamente, Felisa les relató detalle por detalle, momento a momento, el encuentro que el día anterior había sostenido con aquel joven que ni siquiera su nombre conocía. Todas sus amigas escucharon deleitadas el relato encantador

de

aquel

encuentro,

marcado

de

romanticismo que Felisa inconscientemente irradiaba. -¡Tienes que esperarlo en la estación! ¡Mañana pasa de vuelta el tren! ¡Seguro que se baja a saludarte!- Dijo Tina entusiasmada. -¡No, no, no, no, no! -respondió Felisa- Una no puede andar persiguiendo a los hombres. Eso no está bien.

63


-¡Mire mi niña! Nadie dice que usted vaya a perseguirlo. Mañana a las 7:00, vamos juntas a buscar el pan y de casualidad pasamos por la estación- dijo Gertrudis- Cuando el corazón se remece, no vuelve a pasar dos veces en la vida. Se lo digo yo, que no me atreví a hacerlo cuando pude. Las tres amigas quedaron pasmadas. Nunca habían escuchado hablar así a Gertrudis y la sinceridad de sus palabras hicieron que Felisa se decidiera a hacerlo. Antes de dormir, Mercedes se acercó a la habitación y quiso explicar las palabras de Gertrudis: ¡Chatita!: Gertrudis, antes de llegar por estos lados, se enamoró de un joven obrero de Pueblo Hundido. Él le pidió matrimonio varias veces pero ella jamás dijo nada, guardando sus sentimientos por vergüenza o temor

del

qué dirán.

Este

joven terminó

por

desencantarse y decidió venirse para este pueblo donde conoció a quien es hoy su esposa. Formaron un matrimonio hermoso con dos pequeños hijos que habitualmente juegan en los columpios de la Plaza cuando vamos a la misa del domingo. Cuando Gertrudis se decidió a seguirlo, ya era tarde. Habían pasado unos años y su sorpresa fue lapidaria, pues había perdido para siempre al amor de su vida. Pese a ello se quedó en el pueblo y desde entonces sólo se conforma con mirarlo desde lejos con su

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corazón apretado y llena de arrepentimientos por no haberse decidido a tiempo. Después de esto, Mercedes dejó sola a Felisa imbuida en sus pensamientos con la decisión en sus manos y la experiencia de su compañera que le había convertido en una mujer triste y apesadumbrada. Su decisión ya estaba tomada. Iría a la estación por la mañana y esperaría encontrarse con él, pues no se pasaría la vida cuestionándose con la pregunta ¿Por qué no lo hice? Esa noche fue eterna. Casi no pudo conciliar el sueño y su estómago se apretaba cada vez que veía la hora en el reloj del despertador. Cuando las campanillas sonaron, Gertrudis ya estaba en pie esperando a Felisa. No quería que su amiga se arrepintiera y viviera la soledad de espíritu que a ella misma le acongojaba. Una vez en la calle, se dirigieron a la panadería y tomaron rumbo a la estación. A lo lejos se divisaba la puntualidad del Ferrocarril, con la característica humareda que salía desde su chimenea. El corazón de Felisa se apretó al punto de casi arrepentirse de lo que estaba haciendo. Gertrudis la tomó de un brazo, y casi empujándola, la dirigió hacia el andén.

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Apenas el tren se detuvo, desde la locomotora bajó aquel joven que le había robado el corazón. Sus rostros se iluminaron. Ambos sabían que se volverían a encontrar,

haciendo

ese

momento

eterno.

Instintivamente, el joven tomó las manos de ella y dijo: -¡Mi nombre es Alejandro, Alejandro Flores! Felisa, casi no reacciona. En ese momento sentía que el corazón se le salía del pecho y atinó a responder: ¡Felisa! Gertrudis se sintió feliz por su amiga, pues veía en ella lo que en su momento no pudo hacer y su tristeza desapareció de lo profundo de su alma. Decidió dejar solos a los dos enamorados y con paso ligero, se dirigió hacia las oficinas del ferrocarril donde esperaría a Felisa. Ambos

jóvenes

conversaron

por

largo

rato

y

decidieron reunirse en la estación en el próximo regreso de Alejandro, donde permanecería por tres días haciendo uso de su descanso. Su despedida fue hermosa, un abrazo sincero y un beso en la mejilla selló aquel romance que se gestaba entre la sequedad del desierto y la agitada parada de Estación Cuba, mientras el silbato del jefe de Estación anunciaba la salida del Longitudinal rumbo a La Calera.

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Felisa no cesaba de sonreír y su corazón casi se salía por su boca de tanta felicidad, mientras caminaba al encuentro con su amiga que le esperaba con el pan para llegar a la residencial. Gertrudis no preguntó nada, respetando ese momento precioso que Felisa atesoraba en su corazón y sólo sonreía cuando sus miradas se cruzaban agradeciendo la ayuda brindada. Al llegar a la cocina, fueron atrapadas por Tina y Mercedes

que

querían

todos

los

detalles

del

encuentro, palabra por palabra, gesto por gesto. Ambas ya habían servido el desayuno a los primeros pensionistas y las esperaban con la mesa puesta para desayunar juntas. Se sentaron y comenzó el relato que no fue interrumpido en ningún momento. Las tres escucharon atentamente suspirando casi en susurro con cada emocionada palabra añadida por Felisa que se sentía feliz, enamorada. Las cuatro amigas estaban felices, hasta que fueron interrumpidas por la característica voz de Juana: -¡Carruncho!, no puede ser. Estos tipos son de los peores, además que no ganan na’- ¡Un minero niñita! ¡Un minero con plata!, ¡El oro es la riqueza de hoy, sin oro no hay nada! ¡No se enamore de un roto maquinista que solo la va a hacer pasar miseria!Las cuatro quedaron atónitas. Jamás pensaron que Juana había estado escuchándolas. Rápidamente se

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dispusieron en sus labores de la cocina para el almuerzo,

en

silencio

absoluto

hasta

que

Tina

interrumpió diciendo graciosamente: ¡Bien copuchenta la señora! Ni conversar tranquila se puede ahora. La carcajada fue colectiva, lo que sirvió para distender la situación, mientras las cacerolas hacían sonar las tapas con su hervor. Los días siguieron pasando con la normalidad de siempre. Las cuatro amigas continuaban en los quehaceres de la residencial, atendiendo a los cada vez

más

numerosos

pensionistas

que

llegaban

buscando un buen servicio. El cierre de las oficinas salitreras del norte, y la fuerte depresión económica mundial que afectó al país, hicieron que los obreros emigraran hacia el sur buscando en qué ganarse la vida. Junto con ellos, caravanas de comerciantes árabes, chinos, españoles, italianos, venían agrupados recorriendo las salitreras cercanas a Taltal, Altamira, El Salado,

Pueblo

Hundido y todos los centros mineros cercanos a Estación Cuba. En este escenario, la Cubanita, ganó clientela muchas veces no dando a vasto, pues la demanda por las pensiones se incrementó fuertemente. Los días se hacían cada vez más largos. El solo hecho de ofrecer

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empanadas al desayuno, hacía que las cinco mujeres se levantaran a las 4:00 de la mañana para cumplir con los primeros desayunos de los turnos que ingresaban a las siete. Mientras una picaba cebollas en el rincón de siempre, otra preparaba la masa, en tanto otra cocinaba a fuego lento la carne para el pino. Juana se encargaba de atizar el fuego del horno y otra de limpiar las latas para recibir las empanadas para su cocción. Una vez servido el desayuno, no quedaba tiempo para descansar, había que preparar todo para el almuerzo. La demanda era tal que las cinco se veían muy complicadas en tiempo y esfuerzo, razón por la cual doña Juana se vio en la obligación de contratar a otra persona. No fue fácil encontrar a alguien de confianza y que se ajustara al ritmo de trabajo que habían logrado. En medio del ajetreo propio de la cocina a media mañana, se dirigió a sus empleadas:

-

¡Estamos muy complicadas con los quehaceres de la pensión! Necesitamos a alguien más y no conozco a nadie que pueda venir a ayudarnos. Si alguna de ustedes conoce a alguna persona, avíseme.

Las cabezas de las cuatro rápidamente comenzaron a recordar a las conocidas que pudieran ayudar con este cometido, sin encontrar respuesta.

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A la hora de almuerzo, el ajetreado movimiento de la residencial fue interrumpido por una numerosa familia que llegó preguntando por servicio. El padre, preguntó a Tina si podían atenderles, pues venían llegando desde Pueblo Hundido y no habían comido nada. El grupo lo componían la pareja y siete hijos: tres señoritas y cuatro varones que disminuían en edad y estatura dispuestos en fila perfecta. Sus rostros dejaban ver el cansancio del viaje y sus atuendos, gastados por el paso del tiempo, lo precario de su situación. Habían llegado al pueblo en busca de mejores oportunidades de trabajo. Ante este escenario, Tina y su carácter afable y extrovertido, hizo un espacio entre el repleto comedor que albergaba a todo un turno de la empresa “Co – Chatal”, quienes se aprestaban a subir a la faena de la tarde. Preparó una improvisada mesa en el rincón derecho del merendero entre los maceteros que contenían unos tímidos cactos que la Sra. Juana había traído desde “las Fincas”. Tomó unos pisos de hierro y los acomodó para atender a aquella familia que solicitaba atención, mientras les ofrecía el menú del día: -“Tenemos caldo de gallina y fideos con carne picada de segundo”Muy discretamente, el padre de familia preguntó el precio, pues su presupuesto era escaso y Tina, conmovida, replicó con igual reserva:

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-

¡No se preocupe, comen dos por el precio de uno!, pero no le diga a nadie.

En ese instante, Tina volvió a su pasado. Tras su carácter histriónico y juguetón que la distinguía del resto, se ocultaba una triste historia. Venía de una familia de Chañaral compuesta por doce hermanos que se habían criado casi solos. Sus padres, eran muy esforzados, pero lo que ganaban no les permitía vivir dignamente. Como hija mayor, veía cómo su padre sufría con no poder sustentar a sus hijos, pero no se atrevía a salir de la ciudad en busca de nuevas oportunidades por temor a terminar en una situación peor, aun cuando se lo proponían constantemente. Jamás en su infancia hubiera podido su familia llevarla a comer a algún restaurant, y en este grupo sintió la necesidad de hacer lo que ella no pudo de niña. Mientras servía los platos, la mirada de una de las hijas del matrimonio se posó sobre Tina, como tratando de hablarle. Su conexión fue inmediata y no tardaron en entablar una conversación que llevó a Tina a proponerla como ayudante de cocina en la pensión. Elvira era una jovencita de estatura pequeña; de contextura delgada y de piel muy blanca que se resistía a la sequedad del desierto y la bravura del Sol. Aun cuando su apariencia no daba confianza para el trabajo de la pensión, bastó una tarde para ganarse

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un merecido espacio entre sus pares. Parecía como si siempre hubiera trabajado con ellas en equipo. Encajó a la perfección, aun cuando su personalidad pronto haría de ella una de las mejores amigas de Felisa y una de las grandes confidentes de doña Juana. La tarde de ese día, el tren arribó con gratas noticias para

Felisa:

Alejandro,

su

enamorado,

venía

trasladado como Jefe de Estación a Pedro de Valdivia, y sus visitas serían mucho más frecuentes. Felisa no cabía de felicidad, pues era una eternidad la espera de su enamorado entre los viajes que realizaba desde La Calera a Pedro de Valdivia ida y vuelta. Ahora, como Jefe de Estación, podrían tener más tiempo para estar juntos. Cada fin de semana se reunían en la estación del pueblo y compartían las tardes de domingo paseando por la plaza, compartiendo un helado de la gelatería, o simplemente caminando uno junto al otro. ¡Eran una hermosa pareja! y todos reparaban en lo bien que se veían. Todos menos Juana y

Ladislao. Ambos no veían con buenos ojos esa

relación: Una por lo distante que estaban y la reputación carruncha (y la no menos ostentosa billetera del pretendiente illapelino) y el otro por lo enamorado que estaba de Felisa. Después de la presentación que hiciese Juana, jamás dejó de pensar en ella: Estaba obsesionado con conquistarla.

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Cada vez que iba a la pensión, hacía lo imposible por acercarse, por hablarle, por cortejarla, sin obtener respuesta alguna. -¡Chatita!, ¿salgamos a pasear el sábado? Doña Juana nos dio permiso-Don Ladislao: ¡Entienda que no me interesa salir con usted!, además tengo mucho trabajo. Aun así, no se daba por vencido. Siempre buscaba la forma de sorprender a Felisa arrancándole alguna sonrisa con las flores que le obsequiaba, con sus guiños de ojo o sus piropos desenfadados. Juana veía con preocupación la relación de Felisa con Alejandro, pues sabia que si se casaban

se iría su

mano derecha, y con ella, gran parte del negocio y sus ingresos. Contaba con la incondicionalidad de Ladislao y su amor por Felisa, además de la credulidad férrea que le tenía, por lo tanto no tardó en convencerlo de que Alejandro engañaba a Felisa en Pueblo Hundido con una mujer mayor, con quien tenía toda clase de amoríos. Es así como comienza a urdirse una serie de acciones que, aunque parezca telenovelesco, cambió la historia de Felisa. Concertaron reunirse en la estación del pueblo la tarde del domingo y esperar por la

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pareja de enamorados que se despedirían con la partida del tren de las cuatro. Después de una tierna despedida, Alejandro sube al último carro desde donde agita su mano en señal de adiós a su enamorada, quien inmediatamente responde de la misma manera. Transcurridos unos metros Ladislao aparece por detrás de Felisa,

la abraza, la

besa y hace señal de adiós a Alejandro. En ese instante, toda la estación se detuvo; el tiempo no siguió su marcha y el corazón de Alejandro se partió por mitad: ¡nunca más apareció por el pueblo! Felisa desconcertada con lo sucedido, golpeó en la cara a Ladislao y corrió tras el tren, pero fue demasiado tarde para remediar nada. El romance entre los enamorados de la estación había llegado a su fin, mientras la silueta femenina que había urdido toda esta escena, se escurría entre los pasajeros hacia la pensión a paso ligero para completar su coartada. Desde ese día Chatita no fue la misma.

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V Los días en el pueblo se hacían cada vez más agitados. Después de un titular en el diario “El Desierto” de Chañaral, que informaba: “las montañas están llenas

de oro, desde Doña Inés a Cachiyuyo”, los obreros de las minas “Buena Suerte”, “Buena Vista”, “California”, “Candelaria”,

“Capitana”,

“Cobriza”

y

“Cuba”

se

triplicaron repletando así las cantinas y locales. Por supuesto que La Cubanita no fue la excepción y el trabajo agotaba y exigía a todos los que la atendían. Este ritmo permitió a Felisa sobrellevar la pena que su corazón

enfrentó

aquel

día

en

la

estación.

Transcurridos unos meses, mientras ordenaba las mesas para el desayuno del primer turno de la mañana, de reojo observó sobre su hombro derecho la silueta de Ladislao que la contemplaba casi furtivamente. Inmediatamente la reacción de Felisa fue retirarse y alejarse de él. Ante esta situación, el apesadumbrado muchacho le suplicó que le diera unos minutos para explicarle lo sucedido, pues la indiferencia y rencor con que Felisa lo miraba las pocas veces que se cruzaron, le habían destrozado el alma. Felisa sintió la sinceridad de sus palabras y accedió a escucharlo por un momento. El rostro de Ladislao se iluminó y sus ojos verdes brillaron con más intensidad que nunca abrazando la remota posibilidad de un acercamiento con su amada. Con la voz quebrada y temblorosa le

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explica que su intención jamás fue herirla ni hacerla sufrir, pero que no era justo que se dejara embaucar por alguien que mantenía una relación paralela en otro sitio. Le explicó cómo doña Juana había descubierto esta relación y la necesidad que sintieron en protegerla. La franqueza y sinceridad que transmitió en su discurso hicieron que la conversación se extendiera por largo rato, interrumpiendo de vez en cuando

con alguna pregunta que formulaba Felisa

frente al supuesto affaire de Alejandro. Terminaron su conversación en paz. Ladislao con la conciencia tranquila y Felisa con más dudas que respuestas, pues Alejandro jamás volvió lo que daría asidero a la versión que acababa de escuchar. En los alrededores de Estación Cuba, la producción minera se fue consolidando, y atraídos por esta riqueza, se comenzó a

comercializar en grandes

cantidades alcohol (pisco), Opio (para la numerosa colonia china), tabaco y otras especies lo que se tradujo en excesos y descontrol de los mineros y pirquineros cada vez que bajaban al pueblo a descansar y divertirse. Muy pronto la autoridad local decretó la prohibición de comercializar este tipo de productos decretando la ley seca. En respuesta a esta medida los comerciantes cavaron túneles debajo del pueblo para facilitar la compra, venta y consumo (para algunos clientes especiales) durante la ley que regía.

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A consecuencia del comercio de contrabando además de la lejanía con Copiapó

y otras ciudades, el caos

transformó a Estación Cuba en un “Pueblo sin Ley”. Peleas y balaceras eran habituales después de transcurridas las primeras horas de la madrugada. Una noche, mientras Felisa dormía despertó de sobresalto al escuchar fuertes golpes a su puerta y gritos de Mercedes:

-

¡Felisa, Felisa!, ¡Elvira está muy enferma tenemos que llevarla al médico!

Rápidamente se acercó a su amiga y se dio cuenta que hervía en fiebre. Se vistió y (junto a Mercedes) llevaron a Elvira al médico. Mientras caminaban frente a la plaza camino del médico, un grupo de pirquineros borrachos quiso abordarlas sin

importar la condición de salud de

Elvira. El pánico se apoderó de ellas con un escalofrío que les recorrió todo el cuerpo dejándolas inmóviles. Sin darse cuenta, y con la Providencia de su lado, escucharon una voz familiar que increpaba a los captores de las jovencitas: -¡EH, PAISANOS!, ¿Qué pasa con las señoritas? - ¡Bah!, ¿y a voh que te pasó que andai weno todavía a esta hora? ¿O andai buscando fiesta?

77


Cuando aun no terminaba de hablar, un inspirado y valiente Ladislao le asestó un puñetazo entre ojos y nariz que descolocó al más atrevido y desafiante de los pirquineros. Tanta fue la fuerza y velocidad del golpe, que el malogrado hombre cayó aturdido al suelo. Su “collera2”, rápidamente lo levantó y se lo llevó a rastras diciendo:

-

¡Uta gancho, medio combo que le dieron! Vam´o a “cuadrar el mono3” mejor. Mañana subimos al ruco otra vez.

Mientras tanto, las aun asustadas mujeres, se cobijaron en Ladislao quien las acompañó en el resto del camino hasta el hospital. Al llegar, inmediatamente atendieron a Elvira que estaba a punto de desfallecer. Mientras esperaban, Ladislao se preocupó de hasta el mínimo detalle: café, sándwiches, consultas reiteradas por el estado de la atención, pues curiosamente conocía a la auxiliar que estaba de turno esa noche en la urgencia. Se quedó con ellas hasta que el médico autorizó el alta de Elvira, a quien le diagnosticaron fiebre tifoidea. A raíz

de

este

diagnóstico,

se

entregaron

2

Compañero, amigo, pareja.

3

Empaquetar colchón, frazadas y enseres mineros

78


recomendaciones para el manejo de la paciente pues las posibilidades de contagio eran muy altas y los antibióticos estaban escasos. Con las indicaciones para el cuidado casi de memoria, Ladislao se preocupó de llevar a las tres señoritas personalmente hasta la residencial repitiendo a Felisa (casi de memoria) cada una de las palabras del médico para el cuidado de Elvira, de modo que no se fueran a contagiar de esta fiebre que, según el profesional, había dado muerte en Chile a mucha gente por no tratarla con cuidado. Desde ese día, la percepción de Felisa hacia Ladislao cambió.

El

rechazo

y

negativa

hacia

él

se

transformaron en un diálogo cordial y amable, pues descubrió que detrás de esa mirada coqueta y ladina que en un principio le daba desconfianza, se escondía un hombre bueno y honesto. Poco a poco esta amistad se fue consolidando y ambos comenzaron a conocerse y aceptarse. Ante esto, obviamente doña Juana no fue indiferente y constantemente insistía para que Felisa le diera una oportunidad a Ladislao. Con la apertura de la Caja de Crédito Minero que se había instalado en el pueblo, el joven minero ya había logrado un buen financiamiento para explotar a “La

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Natalia” un pequeño “asomo 4” que había pedido para probar

suerte.

abasteciera

de

Esto, víveres

permitiría a

los

que

Ladislao

pirquineros

que

trabajarían con él, comprándolos en “La Cubanita” idea que era de todo el gusto de Juana. El

emprendimiento

de

Ladislao

se

comienza

a

materializar; recluta a tres hombres venidos de la Pampa Salitrera a probar suerte. La vida de estos hombres no era tan distinta a la de quienes trabajaban en Estación Cuba. En “La Pampa 5”, los campamentos mineros estaban situados en las cercanías de los yacimientos y existía una marcada discriminación entre sus habitantes. Las viviendas que pertenecían al personal superior (patrones y profesionales) gozaban de toda comodidad, la misma diferencia que notaban entre los funcionarios de ferrocarriles, ENAMI, correos o cualquier otra repartición pública del pueblo que les recibía. Estos funcionarios vivían en habitaciones confortables dotadas de todo aquello que es imprescindible para satisfacer sus necesidades y llevar una vida digna contando con lujos que ni siquiera se encontraban en otras ciudades. En cambio para el obrero de la pampa, era todo diferente. Los conventillos apenas cumplían 4 Término que se utiliza cuando se asoma una cabeza de mineral. 5 Nombre que reciben los yacimientos de extracción de salitre ubicados en el desierto de Atacama.

80


con las necesidades básicas. Los ranchos 6 estaban construidos con material ligero que no protegía a sus moradores de las extremas condiciones del desierto y además, albergaban a un gran número de personas. No era extraño encontrar que en una pieza convivía más de una familia y tomando en cuenta esto, fueron casi inevitables todas las enfermedades, pestes y parásitos que afectaron a los que habitaban en estas piezas, principalmente a los niños, producto del hacinamiento y las precarias condiciones de higiene, pues, ni la salud ni la educación eran prioridad en las oficinas salitreras para la clase obrera. Las jornadas laborales en las salitreras se extendían por más de 10 horas diarias todos los días de la semana. El trabajo era duro y sacrificado, y tras 4 o 5 semanas de ardua labor, recibían su salario en fichas confeccionadas

de

tela,

madera

o

metal,

que

alcanzaban apenas para algunos víveres. Además solo tenían valor en las respectivas pulperías de cada oficina, impidiendo al minero la administración libre de su sueldo. Las mujeres se desempeñaban como costureras y lavanderas entre otros empleos. También atendían a la gente en casas más acomodadas u optaban por la prostitución en las épocas más difíciles. También los niños, siendo muy pequeños, tuvieron que comenzar a

6

Nombre que recibía la casa habitación del pirquinero.

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trabajar para poder ayudar y aportar en sus hogares, como “matasapos7” o “loncheros8” Tras años de trabajo en la extracción del caliche 9, estos mineros llegados de La Pampa veían en Estación Cuba la oportunidad de mejorar las condiciones de vida de ellos y sus familias, desde la posibilidad de contar con mejores viviendas, salud, educación y fundamentalmente,

administrar

sus

recursos

y

salarios. Arturo, Pedro y Carlos, al enfrentarse por primera vez a los cerros aledaños al pueblo, se dieron cuenta que no tenían conocimiento del cómo extraer el mineral de oro. Golpeaban sin cesar las rocas con sus barretas10 y combos11 sin lograr resultado alguno. Tras días de trabajo, y ya asustados de no ver resultados de su labor, comenzaron a preocuparse por sus empleos. De esta forma, la voluntad de Ladislao se 7 Oficio que consistía en triturar las bolas de salitre (sapos) cristalizado que se formaba en las canchas de acopio. 8 Oficio que consistía en llevar las viandas con alimento a los mineros que tenían turno continuo y no podían bajar a comer. 9

Nombre que recibe el mineral de salitre.

10

Herramienta usada para hacer hoyos en las rocas.

11

Gran martillo que sirve para golpear la barreta sobre la roca.

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puso a prueba y se empeñó en enseñar a sus paisanos 12 el oficio. Mal que mal, sabía que el trato y la calidad de vida que habían tenido en las salitreras no habían sido de las mejores. Les enseñó a conocer el terreno y descubrir en él la guía que conduce a la veta con mineral de oro. Se dieron cuenta que se encuentra rodeada de roca claveteada13 y mientras más cuidado colocaban en la observación, más oportunidades tenían para obtener el preciado mineral que les daría sustento

a

los

cuatro.

Este

hecho,

marcó

profundamente a los tres pampinos pues vieron en los actos de Ladislao, la obra de un hombre bueno y respetuoso de sus semejantes. Así, aprendieron a utilizar las distintas herramientas manuales como el barreno, la cuña, la cuchara de mina, la pala, el capacho, etc. que les permitían rasguñar la roca para extraer el mineral. Si bien los explosivos

estaban

prohibidos para la explotación artesanal, Ladislao se las ingeniaba para conseguir algunas cargas y con ellas, facilitar la extracción. Su paso por el Servicio Militar en el Batallón Andino N°1 de Calama, le permitieron

aprender

fulminantes

que hoy

12

a

manipular

las

se transformaban

velas14y en

una

Nombre que se da entre amigos o compañeros mineros.

13

Presencia notoria a la vista de mineral de oro.

14

Nombre que recibían los cilindros de dinamita.

83


herramienta más para el trabajo minero. Así, la vida solitaria de Ladislao se reemplazó por la compañía de estos

tres

hombres,

que

con

el

tiempo

se

transformaron en un equipo eficiente para obtener sustento económico. Junto a “La Natalia”, estaban las faenas de don Luis Paredes quien veía con recelo la instalación de estos cuatro esforzados pirquineros. “La Suerte”, “La Descubridora”, “La San Pedro” eran grandes faenas que tenían una gran producción. Ladislao y sus paisanos eran una rareza, pues se dedicaban a extraer artesanalmente el mineral de oro, mientras a pocos metros de

distancia, grandes faenas utilizaban

carros, chancadores15 y camiones para sus procesos. La gran diferencia estaba en que los esforzados pirquineros estaban en una veta de alta ley, y que pronto les cambiaría su suerte. Después de intensos tres meses de trabajo en la mina, los cuatro bajaron al pueblo con la remesa 16. Habían aprovechado la bajada del camión de Ramírez para traer su primera producción: dieciocho sacos de puro metal:

15 16

Máquina que tritura las rocas de mineral. Producción de mineral que se baja para venderla.

84


-¡Se ve bonito ese metal gancho! ¿le tiró cacho antes de bajarlo? Preguntó el chofer del camión que los llevaba al pueblo. - ¡Claro que sí! ¡Algunos gramitos nos van a dar estos sacos! La experiencia de Ladislao le llevó a aprender la técnica de “puruñar17”, y a diferenciar el oro de la pirita. Esto le permitió identificar el asomo de La Natalia, que había pasado desapercibido por Luis Paredes aun cuando tenía mucho metal de ley. Una vez en el pueblo, se dirigieron a la oficina de Salihochild

uno

de

los

principales

poderes

compradores de Estación Cuba. Los dieciocho sacos fueron

pesados

y

calculados.

La

sorpresa

fue

mayúscula para los pirquineros: “800 gramos de oro” había arrojado la producción. Tanto trabajo había dado sus frutos, a pesar del sacrificio y esfuerzo empeñado en estos meses. Los pampinos, corrieron a sus casas con los bolsillos llenos de esperanza y regocijo para compartirlos con sus familias, mientras que Ladislao sólo pensaba en Felisa, pues quería 17

Ensayo de mineral que se realiza con roca molida mezclada con agua dentro de la mitad longitudinal de un cacho de bobino y que permite calcular la cantidad de gramos de oro por saco de material.

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compartir con ella todo lo vivido en estos meses de trabajo fuera del pueblo. Contarle de los pampinos, de cómo habían aprendido a trabajar, cómo se habían organizado para extraer el metal de la mina, en fin, cómo se le habían pasado los días pensando en ella. Caminó desesperadamente desde la oficina de compra hasta “La Cubanita”, en un recorrido interminable. Su corazón exaltado de emoción, casi se salía por su boca haciendo que su respiración se cortara por algunos instantes. Al llegar y entrar al comedor principal se encuentra con Elvira que estaba atendiendo al turno de Co Chatal. La alegría al verse fue mutua pues estaba muy repuesta después del cólera que la tuvo muy complicada, y que gracias a Ladislao pudo llegar a tiempo a que la atendieran; y él por la satisfacción de verla nuevamente con la alegría de siempre. -¡Buenas tardes Ladislao! ¡Qué gusto verle de nuevo! ¡No sabe lo agradecida que estoy de usted! ¿Qué se había hecho? Hace mucho que no venía por acá. - ¡Buenas tardes Elvira! ¡Harto tiempo ha pasado en realidad! ¡La última vez que la vi estaba en el hospital! ¡Me alegro que esté mejor! ¿Cómo está la cosa acá en la pensión? ¿Mucho trabajo? - ¡Haaarto trabajo hemos tenido fíjese! Pero con las niñas nos hemos arreglado bastante bien para responder. ¿Y usted?

86


- También he tenido harto trabajo. Estoy trabajando en una mina cerca de Las Guías. Recién bajamos después de tres meses y parece que nos fue bien, así que vinimos a descansar unos días y comprar víveres para volver a trabajar. Aun cuando conversaba con naturalidad, Elvira notó la melancolía

de

Ladislao.

Su

mirada

buscaba

desesperadamente en cada rincón de la residencial esperando encontrarse con Felisa, pero no la hallaba. Naturalmente Elvira se dio cuenta de lo que pasaba y le dijo:

-

Ladislao:

Doña

Juana

salió

temprano

a

Chañaral. Tenía que hacer varias diligencias allá. Felisa la acompañó. Llegan mañana en el automotor de las 4. Con la tristeza en su rostro por la noticia, el muchacho guardó silencio y se dispuso a almorzar. Elvira, muy empática con él, trató de sensibilizar con la desilusión de su amigo diciéndole:

-

Doña Juana harto ha hablado de usted con

Felisa. ¡Venga a verla mañana! Por un momento, los verdes ojos de Ladislao brillaron más que nunca, guardando la ilusión de reencontrarse con Felisa.

87


VI El vaivén del automotor hizo que Felisa despertara de sobresalto. Se había dormido, y en su ventana, se reflejaba el movimiento de una ciudad agitada que les recibía. Juana, que habituada realizar trámites en la ciudad puerto, llevó a Felisa a cuanta oficina pública existía: Impuestos

Internos,

Patentes

Comerciales,

Municipalidad, entre otros. En cada una de las colocaciones, se dedicaban a cumplir con los trámites que la pensión requería para funcionar y que debían realizarse mes por mes, tarea que Felisa debería comenzar a realizar dejando a Juana sólo la Dirección del negocio. En cada una de ellas, ayudado del buen carácter que distinguía a Felisa, fue atendida con mucha diligencia y preocupación por cada encargado, en una acción que sin duda le agradaba y sin duda disfrutaría en el futuro. La mañana transcurrió muy rápido, y sin darse cuenta se encontraban próximas a la hora de almuerzo. Como de costumbre, Juana se dirigió al restaurante de siempre, a aquel restaurante que atendía el “Chino Charles”, un migrante asiático que había llegado a la zona atraído por la actividad minera de la provincia. El movimiento del local era sorprendente, pues se habían adjudicado la atención de los cuatro turnos que

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trabajaban en la construcción del nuevo muelle del puerto. -¿Cómo está Juanita? Hace tiempo que no venía por estos lados. -¡Buenas tardes Chinito! Tiene mucha razón… hace mucho tiempo que no venía por el puerto, pero he tenido mucho trabajo… no tanto como acá, pero mucho trabajo. Luego

de

conversar

un

rato

de

sus

distintas

actividades, mientras Felisa observaba atenta todo el lugar y al mismo tiempo prestaba atención a lo que indicaba su anfitrión, se decidieron a almorzar el menú del día. Ambas disfrutaron de un almuerzo tranquilo, como en mucho tiempo habían podido hacer, donde

Juana

no

dejó

de

imaginarse

el

poder

transformar su negocio en un local como éste. En sus palabras se dejaba entrever cierta añoranza por cimentar un negocio rentable que le diera poder económico y estatus social. No cabía duda que sus pretensiones de crecer comercialmente con “La Cubanita” no dejaban de lado a Felisa, y por lo tanto, no dejaba de hablar de Ladislao, resaltando sus cualidades. Terminado el almuerzo, quedaron en condiciones de terminar su visita en el puerto con las compras de

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víveres. La reciente apertura de la zona franca alimentaria dejaba a Chañaral como una excelente alternativa de abastecimiento para las residenciales de la zona. Leche holandesa, mantequilla alemana, té, azúcar, entre muchos otros, eran muy apetecidos por los comerciantes. Ambas, compraron todo lo necesario para abastecer la residencial y una vez embalados los víveres, se fueron directo a la estación para tomar el ramal que las llevará primero a Pueblo Hundido, y desde allí, a Estación Cuba. Esa noche, fue una noche muy distinta a otras. Desde ese momento, cambió por completo las vidas de los habitantes de Atacama; pasada la media noche, se sintió fuerte un primer temblor. Con el susto, todas las mujeres de “La Cubanita” salieron a ver una pequeña muralla que se había caído en calle Matta. Aún con el corazón acelerado, justo en la entrada del comedor comienza un ruido sordo, ronco, inmenso, y todo comienza a moverse. Todas cayeron al suelo, y el ruido se hizo más y más intenso… ensordecedor. Quedaron absolutamente desconcertadas, juntas en el

suelo,

inexplicable

pero ante

con la

una furia

sensación

de

incontrolable

soledad de

la

naturaleza. Solas frente a Dios, rezaron muy fuerte, pero nada se oía. Calle abajo, todo comenzó a caerse, las casas de adobe, los árboles, un automóvil saltaba cómo si fuera de juguete llenando el aire de un polvo

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gris que no dejaba ver ni respirar. Felisa trató de mirar a su alrededor calculando la distancia en que estaba la casa y las del lado y dijo: -"acá estamos seguras, nada puede caernos encima". Inmediatamente se acercaron todas al lugar señalado por Felisa mientras el eterno terremoto se volvió aterrador; la tierra se abría y cerraba en grietas tan largas como las mismas calles y tan profundas que podrían enterrar un centenar de personas. Esa noche, fue la única vez que Felisa sintió pánico en su vida tanto así, que cada vez que temblaba, corría buscando algún refugio. Providencialmente, Felisa y Juana salieron a tiempo del puerto de Chañaral pues, las consecuencias del terremoto que afectó a la provincia, se tradujeron en un tsunami que destruyó la ciudad casi en su totalidad. El sismo fue de 9 grados de intensidad en la escala de Mercalli y de magnitud 8.5 en la escala de Richter sintiéndose entre Antofagasta y Santiago. Una hora después, un gran tsunami afectó sus costas, las de Caldera y otras regiones del país. Tal fue la intensidad del sismo y la fuerza del tsunami, que destruyó todo lo que encontró 1 Km hacia adentro: La estación de ferrocarril, la maestranza, el teatro, la compañía de bomberos, hoteles, restaurantes, la caja de ahorro… todo quedó destruido. Fallecieron unas 20

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personas, y la desolación del paisaje, llevó al gobierno de la época a encomendar a la Junta Central de Socorros la gestión de la ayuda. Una semana después, las autoridades del país, visitaron el lugar para evaluar los daños y entregar el auxilio. Hubo personas que fueron arrancadas por el oleaje del resto de su familia y jamás fueron encontrados y otros que se salvaron aferrados a lo que fuera. Una de las víctimas de esa trágica fecha, fue el Chino Charles, quien jamás fue encontrado. En todo este alboroto, Ladislao llegó buscando noticias de Felisa. Su preocupación se reflejaba en su rostro que daba claras muestras de cansancio. Se había venido casi corriendo desde “La Natalia”, donde había

sorteado

la

catástrofe

junto

a

sus

trabajadores. Esa noche, escucharon un ruido terrible desde del interior de la tierra, seguido de un movimiento perpendicular, que los botó al suelo. Durante la sacudida perdieron la lámpara quedando en completa oscuridad que los colocaba en extremo peligro pues se encontraban a pocos pasos del pique en el que trabajaban y que ya contaba con una considerable

profundidad.

Aún

no

acababan

de

incorporarse cuando de nuevo empezó un ruido fuerte con un movimiento oscilatorio, que los movió durante un minuto igual que en una cuna de un lado al otro. Bruscamente empezó un ruido horrible desde las

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profundidades de la tierra: truenos y crujidos, parecidos a destruir o desintegrar esas grandes rocas que encontraban en las entrañas de la tierra. Otro gran

remezón

de

sentido

horizontal

los

azotó

violentamente y los obligó a aferrarse a todo lo posible, siendo inútil pues la violencia del sismo arrojó a Arturo hasta la boca del pique dejando la mitad de su cuerpo en el vació mientras que un grito de pánico salió de las bocas de todos. Instintivamente, el minero agarró un palo que atravesó la entrada del pique, y lo abrazó con ambos brazos. Con todas sus fuerzas trataron de liberarlo de esta posición terrible, pero todo sin éxito pues la violencia del terremoto no les permitía mantenerse en pie. Lentamente, la situación en general se tranquilizó, los ruidos y movimientos se calmaron lo que permitió que rápidamente ayudaran a Arturo. Una vez que se cercioró de la seguridad de sus hombres, Ladislao corrió al encuentro de su amada en el pueblo. Mientras corría, escenas de desolación le apretaban el pecho pues muchas casas estaban en el suelo y otras tantas a punto de caer. -¡FELISA! ¡FELISA! Desesperado por la preocupación y el cansancio, continuaba gritando hacia el interior de la malograda pensión. -¡FELISA! ¡FELISA! Su garganta, casi desgarrada por el temor y el miedo de no encontrarla, le hacían gritar

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con voz temblorosa pero no menos firme hasta que ve la silueta de su amada aparecer en el umbral de la puerta que unía el comedor con la cocina. Parecía el tiempo detenerse, mientras una sensación de alivio y agradecimiento

le

recorrió

por

completo

humedeciéndole los ojos. ¡FELISA!... Mientras pronunciaba su nombre, se abalanzó hacia ella abrazándola, en una demostración empírica del amor que sentía por ella. El tiempo seguía detenido para Ladislao y, a diferencia de otras veces, sintió por primera vez que Felisa le correspondía y aceptaba la sinceridad de sus sentimientos. En ese momento la joven, sin soltarlo, tomó una pequeña distancia para mirarlo tiernamente a los ojos y le dijo: -¡Gracias! No sabe cuánto aprecio su preocupación y cariño. Sin dudarlo, Ladislao se acercó tímidamente y se inclinó para acercarse a sus labios a penas rozándolos. Ambos terminaron en un primer beso, aquel que se traduciría en una etapa en la vida de los jóvenes.

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VII A pesar de la situación terrible que vivieron, en la que muchos perdieron sus hogares, familiares o amigos, han sido capaces de unirse y no abandonar la esperanza de reconstruir el pueblo. La magnitud de la destrucción, dejó a más de alguno reflexionando sobre lo frágiles y desamparados que estamos ante la fuerza de la naturaleza pues desde la madrugada, no ha dejado de moverse la tierra. Muchas cuadrillas de voluntarios, se suman a la tarea de reconstruir, remover escombros, compartir alimentos o cuidar los bienes del vecino; cuando vuelven las réplicas, todos se quedan en silencio mirándose por si aumenta su intensidad. Hay algunas calles cortadas debido a las grietas y el deslizamiento del terreno. El ferrocarril no funciona, y hace más de 15 horas que no hay comunicación desde los teléfonos del pueblo, mientras que la luz y el agua se encuentran sin suministro. Casi todo el comercio está cerrado (las tiendas, la carnicería, el teatro, etc.). Sólo unos pocos negocios pequeños abrieron donde se ven filas de gente tratando de comprar algunos víveres. Hay bastantes fachadas y cornisas caídas y los bomberos botan las más peligrosas. La gente no se ve muy nerviosa y el espíritu de reconstrucción está más latente que nunca.

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Pese a ello, para Ladislao la vida le sonreía. Su amada por fin le correspondía y el terremoto le permitiría reconstruir su vida pero esta vez junto a la mujer de sus sueños con quien escribiría su propia historia. La vida en la residencial poco a poco volvía a su normalidad. Entre las tareas de reconstrucción y las faenas mineras que no paraban, los pensionistas no faltaban y los daños que había dejado el terremoto, habían sido reparados por Ladislao y sus hombres. Juana estaba feliz, pues en su negocio se respiraba prosperidad. Las cuadrillas del Cuerpo de Socorro y la Cruz Roja más los turnos de las Plantas Co Chatal y Matta, no daban respiro y las jóvenes de la cocina debían doblegar esfuerzos para sacar adelante la tarea de cocinar y servir a esta cantidad de personas. -¡Felisa!, ¡Felisa! -¿Qué pasa Elvira?, ¿Por qué tanto alboroto? -¡La señora Juana la llama! Dice que por favor vaya para su pieza. Juana estaba tendida en su cama sobre una colcha tejida con lanas multicolores que se entrelazaban como trenzas de un canastillo de totora. No era habitual verla descansar en horas de trabajo, pues su principal característica era la virtud de la fortaleza que se materializaba en su trabajo.

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-¡Siéntate Chatita! Tenemos que conversar. -Ayer recibí un telegrama de Arnoldo, y existe la posibilidad de hacer crecer el negocio. Las faenas de Las Guías y La Isla están recibiendo mucha gente y necesitan pensión completa. Nosotros no tenemos dinero suficiente para financiar una nueva pensión, pero nos acordamos de ustedes. -¡¿De ustedes?! Replicó Felisa con sorpresa. - ¡Sí! - Contestó la mujer -

Tú y Ladislao pueden

perfectamente atender esta nueva pensión: Él con los recursos para financiar los gastos iniciales y tú con la administración del local.

En su interior Felisa no estaba muy convencida con la idea y Juana, que la conocía muy bien, le dijo que esperarían a hablar con Ladislao para saber su opinión, pues precisamente ese día iría a comer a la casa. El día en la residencial transcurrió como siempre, desde el desayuno a la cena que puntualmente se servía a las 19:00 horas. Una vez despachados los pensionistas,

Mercedes,

Gestrudis

y

Elvira

se

sentaron a cenar tranquilamente. Inmediatamente Mercedes preguntó:

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-¿No vamos a esperar a Felisa? ¿Dónde habrá ido? ¡Siempre está acá para comer con nosotras! Mientras terminaba de pronunciar estas palabras, Felisa

llega

a

la

cocina

para

avisarles

que

lamentablemente no podrá cenar con ellas pues hoy recibiría junto a Juana, a Ladislao. Las caras de Mercedes y Gertrudis se entristecieron casi

instantáneamente.

Si

bien

Ladislao

había

cambiado notoriamente, ambas sabían que su pasado lo condenaba debido a sus constantes y simultáneos romances con cuantas mujeres fuera posible. No querían que su amiga terminara sufriendo por él y sus malas costumbres. Por otro lado, también sabían que había cambiado mucho desde que se fijó en Felisa y que cuando por fin pudo acercarse a ella y cortejarla, se había alejado de las cantinas y locales nocturnos del

pueblo.

Elvira,

no

perdía

oportunidad

de

defenderlo y recordarles lo bien que se había portado con ellas aquella vez que la llevaron al Hospital. -¡Buenas noches doña Juana! -¡Buenas noches Lalito! Replicó la mujer al tiempo de llamar a Felisa -¡Chatita! Llegó Ladislao.

98


Los tres se sentaron a la mesa para comer, mesa que ya había puesto Juana, y que se preocupó hasta del más mínimo detalle. Mal que mal había participado de las selectas charlas que había dictado en Copiapó el afamado

profesor

Venezolano

Manuel

Carreño,

experto en protocolo, aprendiendo muy bien todas sus sugerencias. Además, la ocasión lo ameritaba pues estaban a punto de consolidar una sociedad comercial que les favorecería. -¡Mire Lalito! - comenzó Juana - Con Felisa queremos comentarle algo. Para nadie es un secreto que la demanda

por

residenciales

ha

crecido

mucho

últimamente y a nosotros nos ha ido muy bien. Mientras comía alternaba el tragar con el discurso en su habitual rapidez para hablar. -La semana pasada, Arnoldo me dijo que nos estaban buscando para atender los turnos y contra turnos de Las

Guías

y La

Isla.

¡Imagínese!,

¡a

nosotros!

Lamentablemente, no podemos hacernos cargo. Es mucha la inversión para los dos negocios. Ladislao escuchaba con detención, pero sin dejar de contemplar a Felisa, quien guardó un absoluto silencio mientras Juana describía la situación. -¡Lalito! ¡Esta oportunidad es para ustedes!

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Usted y Felisa pueden hacerse cargo de esta oportunidad. Felisa ya sabe cómo llevar el negocio y no tendría problemas de dirigirlo y administrarlo. Sólo faltaría que usted lo financiara. -¡Señora Juana! La verdad es una idea muy atractiva, pero no sé si pueda financiar este emprendimiento. Recién voy a tener las remesas la semana que viene. Con el terremoto se atrasó todo y ya teníamos trabajo acumulado por tres meses. Delicadamente Ladislao centró su atención en una desconcertada Felisa que escuchaba a la distancia a Juana que hablaba con propiedad y soltura de una propuesta que ya daba por resuelta. -Y Usted Felisa, ¿Qué opina de todo esto? Felisa guardó unos instantes de silencio. Trataba de contrastar la propuesta de Juana con la posibilidad de establecer un negocio con Ladislao. Sin duda alguna esto se traduciría en la materialización de un compromiso más formal con él. En su relación, el tiempo había generado afectos en Felisa que de a poco diluían la imagen de Alejandro que hasta hace muy

poco

rondaba

en

sus

pensamientos,

sin

desconocer que Ladislao sólo tenía atenciones y detalles hacia ella que de a poco le cautivaron.

100


-¿Sabe? – contestó Felisa - esperemos primero la remesa que tiene detenida en la agencia de compra y después tomamos una decisión. -¡Bien pensado! Interrumpió Juana -Mientras tanto voy a organizar una reunión para que conozcamos a los administradores de los turnos. Esa noche, ninguno concilió el sueño con tranquilidad; una, pensando en cómo atraería nuevos dividendos, otra escuchando su corazón y un joven desconcertado entre el amor y una decisión económica que sólo tendría sentido si era acompañado por su amada. Pasada una larga y agotadora semana de trabajo, Ladislao bajó de La Natalia y se acercó a la agencia compradora de metales para saber de su remesa. Como de costumbre, estaba llena de pequeños y medianos empresarios que esperaban el pago por el trabajo de sus faenas, y el notorio retraso tras el terremoto, abultaba el número de clientes a la espera de sus pagos. Ese día la fortuna golpeó la vida de Ladislao; mientras le

entregaban

los

comprobantes

de

las

leyes

obtenidas, el agente le decía: -¡Buen alcance hizo gancho! Parece que la tierra quiso hacerle un regalito.

101


Sintió que sus piernas se le doblaban cuando leyó el detalle de la compra: 2.500 gramos de oro a 200 pesos por gramo Total del pago por remesa: 500.000 (quinientos mil pesos18) Mientras recibía esa pequeña fortuna, no dejaba de dar gracias a Dios por este regalo que la tierra le daba como recompensa por su trabajo; por sus hombres que se habían comprometido con él en “La Natalia”; pensaba en Juana y su propuesta, en… Felisa. Rápidamente se dirigió a la residencial buscándola. Esperó sigiloso. No quería que alguien más oyera la noticia pues, mal que mal, la envidia y la codicia siempre estaban al acecho. -¿Qué pasa Ladislao? -¡Parece que la vida nos va a cambiar! Acaban de entregarme la remesa, y nos fue muy bien. Los sacos botaron 2 kilos y medio de oro ¡Mucha plata! Los ojos verdes de Ladislao brillaron más que nunca y se centraron en el cándido rostro de su amada.

18

Lo que actualmente equivaldría a 101.000.000 de pesos.

102


Felisa palideció. La noticia la dejó petrificada; sin gesticulación alguna en su rostro; sin embargo, la cordura le llamó a la calma. Inspiró profundamente mirándolo a los ojos y le dijo: -Es necesario que guarde la calma. Una vez que lo haya hecho, recién piense a quien le contará la noticia, no por el pago que hoy recibió sino porque la mina que trabaja estará más codiciada que nunca. Agradezco su confianza, pero las decisiones que tome respecto de su trabajo, son de su absoluta responsabilidad. Esta noche, piense cómo va a administrar esos recursos y mañana hablamos. La mirada de Ladislao se detuvo en cada uno de los detalles del rostro de Felisa; aquellos detalles femeninos de aquella mujer que logró cautivarlo como nunca nadie que hoy le sorprendían nuevamente con su madurez al enfrentar este regalo de la naturaleza con la calma y sabiduría que él jamás imaginó. Una vez en su habitación, el joven minero no pudo dormir. Inmediatamente se vinieron a su cabeza sus recuerdos de niñez en el valle del Choapa, una niñez llena de necesidad y escasez. Su vida supo de trabajo desde pequeño ayudando en las labores del campo que solo pudo dejar atrás cuando se alejó de su casa para hacer el servicio militar. Era la única forma de tentar la suerte, pues los jóvenes que lograban calificar,

103


podían optar a emplearse en alguna salitrera o faena minera una vez cumplida la responsabilidad con la patria. En aquellos años, su adolescencia las pasó entre el campo, los amigos y una amiga… aquella amiga con quien llegó a materializar su primer amor de juventud; a quien le había jurado amor eterno, prometiéndole volver a buscarla sellando este compromiso con una noche de amor donde ambos se entregaron por completo. En su conciencia estaba ahora, el haberla dejado para siempre, pues aquel día de otoño en que se alejó para siempre de Pintacura, dejaba atrás una familia, amigos, una mujer y una bebé que crecía en su vientre. Su espíritu bondadoso por naturaleza trató de solucionar con esta pequeña fortuna todos estos errores cometidos, pero sin duda requeriría de alguien que le ayudara en la administración de sus recursos y no pudo pensar en nadie más que en Felisa y se decidió a pedirle matrimonio. De esta forma, los dos podrían emprender con esta oportunidad que la vida les daba. La mañana siguiente, antes de encontrarse con sus hombres Ladislao se dirigió a la residencial. Para su sorpresa, la rutina de todos los días se había interrumpido por unas visitas que Juana había traído. Después de algunas averiguaciones, se había enterado

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que el administrador de los contratos de los turnos de “Las Guías” y “La Isla” estaría de visita en el pueblo. Habían llegado en el primer tren de la mañana y “La Cubanita” fue su primera parada pues Juana se las ingenió para esperarlos en la estación para invitarles a desayunar, pues en un telegrama, Arnoldo le había avisado de lo conveniente de esta visita. Ladislao reparó en cada detalle de estas personas. De estatura superior al promedio, el administrador sobresalía de cualquiera que se acercara. Vestía un traje muy suave, flexible; de corte y pliegues finos al estilo de las estrellas del cine como Cary Grant o Gary Cooper, todo coronado por un elegante sombrero que no lo hacía pasar desapercibido. Lo acompañaban su hija y su novio igualmente vestidos con un aire parisino que rememoraba las escenas de cualquier película de Greta Garbo. Sin duda, se notaba que tenían un muy buen pasar económico. -¡Ladislao!... ¡Pase mijito, no sea huaso pue!- Gritó la mujer mientras sonreía de soslayo a sus exclusivas visitas.

-Le

presento

a

don

Eulogio

Lorca,

Administrador de Contratos de Las Guías y La Isla. Con una sonrisa nerviosa que acentuaba la tenue rasgadura de sus ojos, el joven pirquinero saludó estrechando la enorme mano de Lorca. La mirada penetrante del administrador, pese al nerviosismo y

105


desconcierto de Ladislao, no intimidó sus profundos ojos verdes que brillaban más que nunca. Rápidamente Felisa, Mercedes, Gertrudis y Elvira les invitaron a pasar, pues habían dispuesto lo necesario para atenderlos ubicándolos en la mejor mesa del comedor. Una vez acomodados, Juana fue la primera en tomar la palabra. Su rostro se tornó al de un jugador avezado en cuya mirada osada se advierte ese desafío respetuoso, pero intimidante. Sabía que eran buenas en lo que hacían, por esa razón Lorca estaba sentado en

su

pensión

esperando

llegar

a

un

acuerdo

económico para ambos. -¡Éste es nuestro orgullo!- (Señalando todo el espacio de la pensión y alzando aun más su chillona voz) -La razón del porqué hoy está aquí. Como verá, no se ha descuidado

ningún

detalle;

todo

está

como

de

costumbre: Ordenado, limpio, a tiempo, decenteMientras

los

pensionistas

que

terminaban

de

desayunar asentían con la cabeza el discurso de la dueña de La Cubanita. -Bastante

limpiecita

la

posada,

pero

pequeña.

¿Tendrán capacidad para los turnos de nuestras faenas? ¡Hablamos de 150 pensionistas por jornada! Juana no se imaginó que se trataba de tantas personas y su respuesta se enredó en un trastabilleo que no era propio de su personalidad; su boca se

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resecó y las palabras no le salían; por primera vez no se sentía segura de sus respuestas; con miedo a perder esta oportunidad de negocio. -¡Mmmmmmmm! -¡Claro que tenemos capacidad de responder a ese número de pensionistas!- Interrumpió Ladislao con una seguridad sorprendente - Por algo doña Juana lo fue a buscar a la estación. Estamos interesados en escuchar su propuesta. Juana y Felisa se sintieron muy sorprendidas de cómo Ladislao había tomado protagonismo en esta reunión. Aún cuando ambas se empoderaron de los detalles de la pensión, después de sobreponerse de la respuesta de Ladislao ante semejante propuesta de Lorca, el joven pirquinero seguía liderando las conversaciones que cerraron el negocio al cabo de dos horas. Juana, Felisa y Ladislao se harían cargo de los 450 hombres que se alimentarían en tres turnos 7:00 a 15; 15:00 a 23:00 y 23:00 a 7:00. Antes de abandonar “La Cubanita”, sagazmente Juana se dirige a la hija de Lorca: ¿Se casarán pronto? Luego de buscar la venia de su padre con la mirada, la joven responde con voz dulce y delicada:

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-La verdad es que hace una semana que Custodio pidió oficialmente mi mano, pero como debemos mudarnos pronto, aun no hemos fijado fecha ni lugar. La mirada ladina de Juana se posó en Eulogio, y sin quitársela de encima le propone: -¿Por qué no se casan acá? El pueblo cuenta con locales

bastante

buenos

y

nosotros

podemos

encargarnos de los preparativos de la cena y recepción. El club Radical puede ser una gran opción y queda acá cerquita. Piénselo y después me cuenta. Eulogio guardó silencio por un momento mientras acariciaba su mentón. Luego de algunos segundos, y tras degustar los huevos con tocino que eran parte del desayuno, responde: -Si la cena y recepción son como estos huevos, tenemos

el

negocio

cerrado,

¿No

le

parece

Carmencita?- dirigiéndose a su hija-¡Claro papá! ¡Confío plenamente en su buen gusto!, además, debemos acostumbrarnos a nuestra nueva vida en este pueblo. La sonrisa en el rostro de Juana fue imposible de disimular. Sabía que era muy buena negociando, y que esta oportunidad cambiaría su vida. Trató de contener la verborrea que incontrolable salía de su boca con las

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ideas que se venían a su cabeza para preparar los detalles de la celebración. No guardó silencio hasta que un inesperado golpe en su pantorrilla derecha le frenó súbitamente. Cuando levantó la cabeza, la mirada silenciosa de Felisa le volvió a la calma y prudencia

que

le

habían

abandonado

por

la

efervescencia del negocio que había cerrado. El desayuno terminó con todos satisfechos, unos con la comida y otros con las proyecciones de un negocio que sería fructífero que sería el comienzo de una nueva etapa para cada uno.

109


VIII Los rumores del alcance19 que se había hecho en el pueblo

rápidamente

se

diseminaron

entre

sus

habitantes, y todos se volcaron a la tarea de dar con esa ubicación para tener igual fortuna. Muy pronto, los cerros que rodeaban el poblado se volvieron a repletar de muchos improvisados pirquineros que llegaron a la versión criolla de “California”20. Las Guías, La Unión, Reina Victoria, Cuatro Amigos, consideradas las principales minas de la zona, muy pronto se vieron repletas de gente. El alcance de Ladislao ya era conocido por todos, y no tardaron en llegar otros pirquineros a picar el cerro cerca de la ubicación de La Natalia. Sus hombres, muy agradecidos de Marinsito 21 pues había sido muy generoso con ellos al repartir la remesa, estaban muy alineados con el trabajo y la producción de la mina. De hecho, comenzaron a vivir en la faena para defenderla de los constantes 19

Gran cantidad de Oro extraído en una remesa.

20

En alusión al Estado norteamericano que, tras el descubrimiento del yacimiento Sutter’s Mill, congregó a miles de inmigrantes de todo el mundo. 21

Nombre que le dieron algunos conocidos del pueblo, aludiendo al diminutivo de su apellido Marín.

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intentos de saqueo que no habían podido concretarse. Se

turnaban

instalaciones

en lo

las que

noches llevó

a

para

vigilar

construir

las

espacios

habitables fuera de la mina. Así fueron construyendo, en La Natalia, su propio hogar que muy pronto alojaría a ellos y sus familias. Mientras trabajaban en el pique, las caras de los pirquineros

sólo

se

advertían

por

la

tenue

luminiscencia de sus lámparas de carburo. Cada movimiento era casi coreográfico por lo que debían realizar sus labores con mucho cuidado pues el espacio era muy reducido y la concentración debía estar en su máxima expresión. Aún así se daban tiempo de conversar y arreglar el mundo. - ¡Marinsito! ¿Cuándo va a pedirle matrimonio a la señorita Felisa?- preguntó Carlos, el menor de sus hombres. - La verdad, me da miedo preguntarle. A veces pienso que me va a decir que no, y de solo pensarlo, me tiemblan las piernas. - ¡Usté no es na’ cobarde gancho! Con agallá

22

la misma

que le mete al cerro en el pique, ¡Pídale

matrimonio! Usté no sabe lo bonito que es ver a los 22

Valentía, coraje.

111


mocosos correr por ahí, y que en la bajá a uno lo esperen. Hágame caso y pídale matrimonio. En ese momento Ladislao sintió que el estómago se le apretaba, que cada pliegue de su piel se conectaba con el espasmo que producían los pensamientos hacia Felisa. Recorrió mentalmente su vida desde que conoció a su amada; desde que la vio por primera vez en la pensión y de cómo su historia se fue construyendo con cada día. Los movimientos que realizaba mientras preparaba los tiros de dinamita se alternaban con cada pensamiento hacia su amada. Tras la tronadura23, que como de costumbre les dejó algo sordos por la explosión, instintivamente apuró el ritmo de trabajo apiriando 24 todo el metal a afueras de la mina, sin dejar de hablarse en voz baja, como interpelándose, mientras era seguido por las miradas incrédulas de los tres pirquineros. De pronto, se detuvo frente a sus hombres y les dijo: -¿Saben? ¡Carlos tiene razón! ¡Mañana mismo le pido matrimonio a Felisa!

23

Explosión controlada que se realiza en minería para extraer rocas con mineral. 24

Llevando en el capacho el material o saca hacia la superficie.

112


Inmediatamente,

las

carcajadas

brotaron

espontáneamente de cada uno pues jamás habían visto a Ladislao tan descolocado casi como adolescente en su primera experiencia amorosa. La mañana siguiente fue eterna para Ladislao, pues en la noche no pudo conciliar el sueño. A primera hora del día se dirigió a la principal tienda del pueblo “La Reina” donde pidió revisar el muestrario de anillos de compromiso. A penas la encargada lo puso sobre el mostrador, Ladislao fijó su vista sobre la joya que le cautivó, pues se lo imaginó inmediatamente en la bella mano de Felisa. Una vez pagado, y colocado en una fina caja de terciopelo azul rey con forma de prisma curvado en los vértices, se dirigió hacia “La Cubanita”; se quedó largo rato fuera de la residencial antes de entrar. Cuando al fin se decidió a hacerlo, tras caminar hacia la cocina con la mirada gacha como si los pensionistas

estuvieran

pendientes

de

sus

movimientos, muy nervioso y con un nudo en el estómago que se proyectaba hasta la garganta, se encuentra cara a cara con su amada Felisa: -¡Chatita! ¡No sabe cuánto he pensado en usted! Necesito pedirle algo. Llevándose la mano a su bolsillo, y sin importar las miradas que esta vez sí le propinaban quienes desayunaban a esa hora en el comedor, tomó la mano

113


izquierda de la joven y puso la caja de terciopelo en ella al tiempo que apoyaba una de sus rodillas en el piso fijando sus intensos ojos verdes en los de ella para decirle:

-

¡¿Se quiere casar conmigo?!

Los comensales que presenciaron esta propuesta inmediatamente gritaron vivas ante el ofrecimiento de Ladislao que se fundieron en un gran aplauso y gritos de algarabía. Ante

el

escándalo

que

se

formó,

Juana

salió

vociferando desde la cocina seguida de Mercedes, Gertrudis, Elvira y Tina. -¿Qué escándalo tienen acá afuera? ¿Creen que están en el “Pica la cebolla”25? Casi como niños, todos los presentes contestaron apuntando a la pareja: - ¡LE PIDIÓ MATRIMONIO! Juana palideció de la impresión mientras que Tina con la

impertinencia

de

siempre

emite

un

gutural

¡¿Queeeeeeeeeeeeeeeeee?!

25

Popular local nocturno del pueblo

114


Por un momento, todo se silenció; las miradas estaban fijas en la pareja de jóvenes que estaban detenidos en un momento de sus Historias, un momento que daría comienzo a un camino de vida que los uniría para siempre. Todavía desconcertada, Juana observa la mano de Felisa y se da cuenta de lo que sostenía. -¡Ábrelo niña! Instintivamente, abre la caja de terciopelo dejando entrever una maravillosa argolla de compromiso. De oro macizo y coronado con tres piedras preciosas, que según

le

explicaron

en

la

tienda

a

Ladislao,

representaban el éxito, la verdad y la sabiduría, la confianza y la inteligencia, la abundancia y el equilibrio. Los ojos de Juana no titubearon en calcular instantáneamente lo valioso del anillo y preguntarle a Felisa su respuesta: Tras contemplar a Ladislao por unos instantes, y a través

de

sus

ojos

valorar

su

compromiso,

generosidad y sinceridad en las acciones hacia ella le responde: -¡Acepto! La concurrencia de esa mañana a la residencial, transformada en testigos de esta declaración, no

115


titubeó en aplaudir y vitorear a los novios pidiendo un beso de ellos para sellar este compromiso. Los ojos de Felisa se humedecieron en una mezcla de felicidad y vergüenza por la situación y el corazón de Ladislao casi se salía de su lugar con la emoción de la buena noticia, mientras sellaban su compromiso con un beso cargado de buenos deseos de todos los presentes. -¡Cásense el mismo día del matrimonio de la hija de don Eulogio Lorca y así aprovechan la venida del Oficial Civil!- Interrumpió Juana con su estridencia habitual. ¡Así trabajamos una sola vez! ¡Voy a escribirle a Arnoldo para que compre lo necesario! El señor Lorca solicitó visita al Oficial Civil de Chañaral para el martes 2 de marzo de 1936, día que coincidiría con la fecha dada por el párroco del pueblo para el casamiento de su hija por la iglesia. Las invitaciones, que se imprimieron en la imprenta del pueblo, fueron cursadas a todos los familiares y amigos de los novios que llegarían desde distintos puntos del país. Todo había sido preparado hasta el mínimo detalle para un matrimonio inolvidable. Juana estaba extasiada tratando de agradar en todo a los novios, de satisfacer las demandas del Jefe de Turno en cuanto al local y la comida, pero descuidando lo más importante: el matrimonio de Felisa. Contaba con ella en todo, incluso en el proceso de atención y servicio a

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los invitados. Eso le daba vueltas en la cabeza constantemente, y se autocomplacía respondiéndose a sí misma: ¡Podemos celebrar después de la fiesta de ellos! ¡Hasta podemos aprovechar la comida que sobre! Así pasaron los días hasta llegar a la fecha en que Custodio y Carmencita se casan. El pueblo está de fiesta, no siempre se ven matrimonios así de rimbombantes razón por la cual, la Delegación Municipal mandó a adornar las calles aledañas con guirnaldas de papel blanco y pintar con cal los postes de alumbrado y los troncos de los pocos árboles que brindan sombra. En el interior de la parroquia Espíritu Santo, Eulogio Lorca encargó colocar una alfombra roja desde la entrada hasta el altar que resaltaba sobre el brillante piso de cerámicos rojos y blancos (como tablero de ajedrez) y que guiaría el paso de la pareja de novios hasta su encuentro y bendición con Dios. Cada una de las bancas fue vestida con cintas y rosones blancos, como emulando las grandes basílicas de la capital, logrando así que el pequeño templo luciera como nunca antes. Paralelamente, el club Radical se adornó siguiendo las mismas indicaciones de Lorca. Grandes y elegantes cortinas, cintas y flores engalanaban el salón principal sin descuidar ningún detalle, tal y como lo pidió la hija del jefe de turno. Sillas y mesas se vistieron de

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blanco absoluto y su disposición no tenía nada que envidiar a los lujosos salones de la capital. En la cocina, las cebollas, la carne, las verduras, los agregados están preparándose con máxima precisión, mientras las mujeres de La Cubanita se preocupan de hasta el más mínimo detalle. -¡Felisa!

¡Usted

hoy

se

casa!

¿Por

qué

está

trabajando?- Preguntó Mercedes. -¡Na que ver!- dijo Tina, mientras terminaba de picar la cebolla sorbeteándose- ¡Usté debería estar pa que la atendieran hoy día! ¡no pa estar atendiendo! -Gracias por la preocupación y el cariño, pero debemos trabajar- respondió Felisa- Recuerden que vivimos de esto. Aún así, tienen razón. ¡Vamos! Una mojadita rapidita para sacarnos el olor a cocina y volver a la ceremonia. Miren que los novios deben estar por llegar. -¡Yo no sé cómo no está nerviosa usté! ¡Yo estoy con todos los nervios tomaos!-Dijo Tina tomando un corto de agua ardiente del aparador para beberlo- ¡Hasta verte Cristo mío! Frente al espejo de su pieza, Ladislao contemplaba cada detalle de su vestimenta al compás de cada escalofrío

que

le

recorría

el

cuerpo.

Siempre

preocupado de lucir bien, se vistió con un traje negro

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que se caracterizaba por las solapas drapeadas redondeadas y un corte más estrecho en la cintura y amplio en los hombros. Los pantalones eran anchos en la parte superior, pero estrechos a la altura de los tobillos. Sus zapatos de punta de ala y sombrero negro de paño, hacían juego con los brazales 26, la corbata, el alfiler de corbata y los gemelos 27. Se veía como los anuncios de los diarios santiaguinos o antofagastinos que llegaban al pueblo de cuando en vez. Tras conversar con Juana, quedó tranquilo con la disposición de todo lo necesario para la celebración que se realizaría una vez terminada la cena de la hija de Lorca, para lo que destinó los recursos necesarios, aun cuando sabía que sería con los más cercanos y que comprenderían la situación en que se estaban dando las cosas. Aún así, todavía le costaba creer que se casaría con su amada Felisa. Sola en su habitación, la joven novia de Ladislao se preparaba para la ceremonia, más preocupada de atender a los numerosos invitados que de su propio matrimonio. Tomó el traje de dos piezas: blazer, blusa, falda plisada y tableada de paño que había comprado hace muy poco en la boutique del pueblo.

26

Suspensores

27

Colleras

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Mientras

se

vestía,

instantáneamente

sus

pensamientos la llevaron a su tierra, a su casa, con sus hermanos, con su padre. Inevitablemente se le humedecieron los ojos pensando en que sus cartas no habían tenido respuesta, pues semanas antes había escrito a sus hermanos para que la acompañaran en este día tan importante para ella. Sabía que su padre no viajaría, pues las diferencias entre ella y su mujer, no le permitirían viajar. En menos de diez minutos estaba casi lista, sólo le faltaba ajustarse los zapatos, los aros y un discreto colgante que le acompañaba desde su niñez. -¡Llegaaaaaaaaron los noooovios!, ¡Llegaron los novios! Gritó Tina estridentemente desde fuera de la pieza de Felisa. Tras el grito, Felisa termina sobre la marcha de ajustarse el zapato izquierdo y sale al encuentro de su

amiga.

-¡Vamos!

Doña

Juana

debe

estar

desesperadaAl

llegar

al

club

Radical,

los

novios

estaban

estacionando frente al pórtico de la entrada principal. Lorca corrió a abrir la puerta del Ford Tudor del año 1930 que paseó a los novios por el pueblo, para que su hija pudiera bajar, tapando el ángulo de la cámara que

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fotografiaba el minuto exacto de la llegada de los novios. -¡No se bajen!- Gritó Tina nuevamente - ¡La foto no salió bien!, ¡Ahhhh! Pero actúen naturalmente, así no se nota- dijo como si se tratara de una experta en fotografías. Los invitados y muchos curiosos que rodearon la entrada del Club Radical, se abalanzaron al ver descender a los novios gritando a coro: ¡Vivan los Novios! ¡Vivan los Novios!, mientras arrojaban arroz al paso de la pareja de recién casados. Felices caminaron del brazo hasta ingresar al salón principal donde la orquesta les recibió con la marcha nupcial. Una vez en el centro, y después de haber recibido aplausos y vivas, rápidamente el equipo de “La Cubanita” comenzó a trabajar. Las 6 mujeres comenzaron a acomodar a los invitados en sus distintas ubicaciones para dar inicio al matrimonio civil. El Oficial Civil ya estaba ubicado en el espacio diseñado especialmente para él. Acto seguido, llamó a la audiencia a guardar silencio y a los novios les invitó a tomar ubicación. El novio se hizo acompañar de su testigo y se acercó al Oficial. La novia, con la delicadeza adecuada, se detuvo junto al novio para iniciar la ceremonia, mientras se escuchaban las primeras palabras del Oficial.

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-La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El matrimonio es la base principal de la familia. Los cónyuges están obligados a guardarse, a socorrerse y ayudarse mutuamente en todas las circunstancias de la vida. El marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocosLa ceremonia civil se desarrollaba en el salón principal, y Juana daba órdenes para que se cubrieran todos los flancos necesarios y disponer de las copas para el brindis con el champagne Valdivieso que habían traído especialmente para la celebración. Con la firma del acta del matrimonio, y la finalización solemne del contrato nupcial, los testigos (que también habían sido los padrinos en la iglesia) invitaron a alzar las copas para brindar por los novios. Los acordes de la banda cambiaron al vals Danubio Azul que transportó a los presentes a aquellas celebraciones que sólo se veían en las películas o en algunas revistas exclusivas. Los novios eran perfectos; armónicamente vestidos a la moda parisina lucían elegantísimos. Poco a poco los invitados fueron sumándose al baile, hasta completar la pista que se había dejado preparada. Arnoldo, que furtivamente esperó al Oficial Civil, lo llevó hacia la sala de estar cercana a la cocina del club donde un pequeño grupo de jovencitos esperaban muy nerviosos a la otra novia, aquella que aun estaba sirviendo las últimas copas de los invitados del matrimonio principal. Mercedes acompañó a Ladislao

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que nervioso esperaba y dimensionaba las circunstancias en que se estaban dando las cosas. Nunca pensó que habría tanto trabajo. -¿Y la novia?- Preguntó el Oficial Civil. -¡Ya viene!- Gritaron a coro los jovencitos que esperaban también. Todavía no terminaban de hablar cuando la figura de Felisa se aparece en el umbral de la habitación. Caminaba con la cabeza gacha mientras desataba el delantal que se puso encima de su traje. Al levantar la vista, sus ojos se situaron en aquellos jóvenes que estaban esperándole desde bastante rato: -¡Hermanitos!- Gritó mientras sus ojos se llenaban de emoción y lágrimas. Inmediatamente se abrazaron, como queriendo entregarse en un segundo todo el cariño que habían acumulado en años. Domingo, Josefina, Aurora y Pedro no se cansaban de mirar a su hermana mayor, con esa mirada de satisfacción por haber urdido perfectamente la sorpresa de su visita. -¡¿Cómo no íbamos a venir?! Tras las presentaciones que naturalmente se dieron, Ladislao y Felisa se dispusieron a escuchar al Oficial que dio el inicio a la celebración del matrimonio. -Los contrayentes ¿están libres y voluntariamente solicitando matrimonio?

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Tras mirarse fijamente a los ojos, ambos contestaron ¡Sí! -Que se acerquen los testigos a dar fe sobre el hecho de no tener impedimentos ni prohibiciones para contraer matrimonio. Acto seguido, Juana y Elvira se acercaron a firmar, para luego continuar escuchando los dictámenes del Oficial. -Los cónyuges están obligados a guardarse fe, a socorrerse y ayudarse mutuamente en todas las circunstancias de la vida. El marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocos. Tienen el derecho y el deber de vivir en el hogar común, salvo que a alguno de ellos le asistan razones graves para no hacerlo. Deben proveer a las necesidades de la familia común, atendiendo a sus facultades económicas y al régimen de bienes que entre ellos medie- Recitó casi mecánicamente el Oficial. -Por el poder que me confiere la ley de la República de Chile, en conformidad con las disposiciones de la Oficialidad de la Provincia de Chañaral para los departamentos de Chañaral y Pueblo Hundido, los declaro Marido y Mujer. ¡Puede besar a la novia! Mientras todo su cuerpo temblaba, Ladislao se acercó a Felisa y delicadamente selló su compromiso con un beso que al compás de los aplausos de los asistentes, es interrumpido por la estridencia de Tina:

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-¡Necesitan más champaña allá adentro!, ¡¿A onde las dejó doña Juana?! Instintivamente, y abandonando por completo su rol de novia, Felisa se incorporó al equipo de Juana y junto a Mercedes, Tina y Elvira, siguieron trabajando para atender a los invitados del matrimonio principal. Ladislao, que nunca imaginó que su matrimonio se daría en estas circunstancias, se encargó de atender a los desconcertados hermanos de Felisa. La conversación permitió que se conocieran; que descubrieran las buenas intenciones del joven pirquinero, y al mismo tiempo, entender cómo Felisa había llegado a este apartado lugar en medio del desierto. Domingo se explayó hablando de su oficio, de cómo había instalado su propia talabartería en El Palqui y lo bien que le había ido hasta ahora; Aurora y Josefina, de cómo habían terminado la escuela y los planes que tenían para el futuro; y Pedro que estaba dando sus primeros pasos en el aprendizaje de la guitarra. Mientras hablaban, de reojo miraban nerviosos cómo trabajaban atendiendo a los invitados del matrimonio pomposo de la hija de Lorca. A las 2:30 AM, los últimos invitados de la boda se retiraron. Rápidamente las empleadas de Juana comenzaron a ordenar para así alcanzar a compartir un poco siquiera junto a Ladislao y Felisa. Todos se sumaron a la tarea de ordenar y limpiar. Arnoldo apilando las sillas, los hermanos de Felisa barriendo y reacomodando las mesas, en fin, para las 3:15 AM ya estaban listos para dirigirse a La Cubanita. Una vez

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dentro, y luego de un improvisado brindis con la champaña sobrante del la cena en el Club Radical, el cansancio y la tensión del día se transformaron en los protagonistas del momento llevando a Felisa a tomar la decisión de irse a descansar. Las habitaciones de la pensión eran pocas y muy reducidas, por lo que las mujeres durmieron en una habitación y los hombres en otra, postergando la noche de bodas de los novios. Ladislao, resignado, se despide de Felisa y de sus hermanos, pues aun no cerraba el contrato de arrendamiento de la casa que habitarían como matrimonio.

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IX La efervescencia en el pueblo no estuvo ajena a los movimientos políticos que se suscitaban en Chile debido a la extrema polarización ideológica de las sociedades en el mundo. Mientras que en Europa los conglomerados fascistas tenían cada día más adeptos, especialmente en Alemania e Italia, La Unión Soviética emergía como única experiencia socialista y se convertía en referente para amplios grupos sociales. Esto propició el surgimiento de las opciones de izquierda revolucionaria en los partidos Comunista y Socialista, desplazando al Partido Radical al centro del espectro político, con aquellos a quienes siempre habían visto como adversarios. En este escenario, Ladislao y Felisa enfrentarían como matrimonio las elecciones presidenciales de 1938. En ellas Pedro Aguirre Cerda y Gustavo Ross eran las opciones, llenando cada rincón de Estación Cuba con propaganda de ambos candidatos. Ni los berrinches de Tina, que se quejaba de no poder votar en esta elección aun cuando ya habían participado en la elección de regidores, frenaba la incesante campaña de los comandos de cada candidato de los que, sin duda, se destacaba el profesor Aguirre Cerda con su lema “gobernar es educar”. La casa de la familia Marín Plaza, curiosamente, estaba frente a la plaza del pueblo. En ella habían instalado el espacio en el que atendían a los pensionistas de Lorca quien estaba muy satisfecho con el servicio entregado. En su interior contaba con

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un amplio comedor y una cocina que permitía atender a los numerosos pensionistas que día a día llegaban por sus 4 comidas, además de un billar y una billarina que les permitía entretenerse mientras esperaban su atención o después de la sobremesa. Felisa, tras conversar con Juana, se había traído a Tina y Elvira a trabajar con ella lo que hacía muy grato el trabajo y Ladislao continuaba las labores de extracción con sus hombres en La Natalia, con muy buenas leyes que les daban una muy buena holgura económica. La Cubanita, con Juana, Mercedes y Gertrudis, continuaba con sus servicios habituales y con uno que otro evento, gracias a las recomendaciones de Lorca por el excelente trabajo realizado en el matrimonio de su hija. Un día, en que Ladislao venía llegando de la mina acompañado de uno de sus hombres listo para dejar la remesa con la producción de la semana, Felisa le pide unos minutos para contarle algo. - Vengo de ver al médico- Con la voz entrecortada – Me examinó y me dijo que estoy embarazada. La felicidad de Ladislao se cristalizó en sus grandes ojos verdes. Su estómago se apretó y su corazón nuevamente casi se sale de su lugar. Abrazó fuertemente a su esposa e instantáneamente la soltó por miedo a dañar su barriga. Saltaba de felicidad y agradecía a Dios por esta bendición prometiendo guardar silencio hasta el tercer mes, por aquello de que las primeras semanas son muy delicadas, pero la felicidad y la emoción, hicieron que todo el mundo lo supiera. En ocasiones, cuando el ajetreo del trabajo

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les permitía estar juntos un rato, ella se acariciaba la panza instintivamente, transmitiendo ese afecto al bebé, mientras él la abrazaba tiernamente sintiéndose responsable de los dos: protector. En la mina, era común escucharle gritar emocionadamente -¡¡Un hijo!! ¡¡Un hijo!!- lo que causaba grandes carcajadas de sus hombres. De esta forma comenzaba el viaje más increíble hacia la hermosa paternidad que vendría. En casa, los esfuerzos por cuidar a Felisa, hacían que Ladislao se sobrepasara de atenciones, más aun cuando ella era autosuficiente y muy cuidadosa con lo que podía o no realizar. -¡Tu esposa no se ha vuelto de cristal! ¡Puede andar, correr, levantar pesos moderados y hacer vida normal mientras no haya algún problema!- replicó Elvira mientras Ladislao trataba de sobreproteger a su Chatita. -¡Que esté embarazada no supone que esté enferma! ¡Un embarazo es un proceso normal que requiere de cuidados para que ella y la guagua estén bien! ¡No tienes que hacer nada diferente: ELLA ESTÁ BIEN! La pareja estaba en un nuevo camino, aquel camino del primer hijo, la primera experiencia, un desafío para los dos pues tendrían que aprender juntos y aprender a tolerarse y reforzar su unión. Serían las últimas oportunidades para estar solos, pues la llegada de la guagua cambiaría todo.

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En La Natalia, todos estaban a la expectativa del embarazo y preguntaban a diario por el estado de Felisa y su guatita mientras las esposas de cada uno tejían diversas prendas en colores amarillo, blanco, café claro y crudo. Pantalones, chalecos, gorros, escarpines, chales, eran llevados semana tras semana a las manos de Marinsito quien, tras agradecer cada presente, se advertía distraído y no dejaba de pensar en su esposa y su futuro hijo casi sin darse cuenta de cómo había pasado el tiempo. Eran las 9 de la mañana del día 15 de noviembre. Tina acababa de llegar de las compras, mientras Elvira y Felisa preparaban lo necesario para el almuerzo del día. Mientras se acordaban de los tiempos vividos en la cocina de La Cubanita y las salidas de madre de Tina, la madre primeriza notó cómo un movimiento brusco de su bebé en el vientre produjo un "crac". Se quedó paralizada pues advirtió que había roto la bolsa, aunque no quería creerlo... entonces inmediatamente comenzó a decirle a Elvira en voz alta: - "¡Es muy pronto! ¡Me faltan cosas en la casa! y más encima estamos en medio de la preparación del almuerzo...! Desconcertada, Elvira trataba de tranquilizar a Felisa, que aun cuando tenía una fisura en la bolsa, aparentemente no salía mucho líquido. -¡Bueno, a lo mejor no es nada!- Dijo con naturalidad Elvira mientras observaba a su amiga.

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-¡Es hora! ¡Definitivamente he roto la bolsa! ¡Siento una contracción tras otra! ¡Esto va en serio, lo sé! -¡Tranquila amiga! ¡Todo va a salir bien! ¡Yo también lo sé! Felisa agradeció infinitamente la fe que su amiga puso en ella, pues se sintió muy acompañada frente a esta nueva experiencia que estaba viviendo. Trataron de continuar con el almuerzo, pero enseguida las contracciones empezaron a ser muy frecuentes. Elvira las contaba con ayuda del reloj que estaba en el aparador y en cuestión de una media hora, las contracciones empezaron a ser cada tres o cuatro minutos, generando una situación vertiginosa. -¡Manda a buscar a Ladislao! Gritó Elvira hacia el comedor refiriéndose a Tina que estaba limpiándolo y colocando las mesas para el almuerzo - ¡Felisa está a punto de tener la guagua! Tina casi quedó en shock. Como pudo se fue hacia la esquina de la plaza donde siempre se detenían los camiones que subían a las minas. Ahí se encontró con Ramírez quien, al verla tan agitada le pregunta: -¡¿Qué le pasa Tina?! ¡¿Tan apurada que anda?!Con la voz agitada la joven sólo atina a decir: -¡La Felisita va a pariiiiiiiir! ¡Hay que avisarle a Ladislao!

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El rostro del transportista palideció y tras reaccionar torpemente, le dice a la joven: ¡Voy subiendo a Las Guías! ¡Pasaré primero a La Natalia y le aviso a Marinsito! Tina inmediatamente regresó a la casa. Sus dos amigas ya estaban en la habitación preparando lo necesario para el parto. Felisa comenzó a respirar profundo, concentrándose en ayudar a salir a su hijo, dirigiendo la respiración en la zona más baja del vientre como recordaba de su madre. Se recostó sobre la cama y empezó a sentir con fuerza cada contracción, la que acompañaba con un contenido ¡ahhh, aaahhh, aaaaaaahhh! mientras incrementaba su respiración. Ya no podía más. Pensó que si se mantenía con esos dolores muchas horas, no lo aguantaría. Como adivinando sus pensamientos, Elvira le dijo: -"¡No Felisa, eres una mujer fuerte y podrás traer a ese bebé al mundo”! ¡”Abre las piernas y arquea la espalda hacia delante"! "¿Qué te preocupa?" -¡Me da miedo no ser capaz de hacerlo! -¡Ya lo estás haciendo!- contestó Elvira con seguridad, mientras la cabeza del recién nacido comenzaba a coronar. Instintivamente Felisa puso su mano izquierda en su entrepierna dándose cuenta de lo avanzado del parto y sin pensarlo se dejó llevar por su amiga quien dio muestras sólidas de sabiduría, como una avezada partera que amable y empática se esmera por ayudar a parir por primera vez. A la siguiente

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contracción, asomó la cabeza, otra contracción... la cabeza entera. A la siguiente, un niño estaba completamente fuera. Elvira lo puso en los brazos de Felisa que temblaban un poco de cansancio o tensión mientras ambas soltaban el llanto por la emoción. Ladislao, que ya había llegado de la mina en el mismo camión de Ramírez, estaba muy nervioso. Se paseaba de un lado a otro del comedor mientras era observado por Tina en cada uno de sus movimientos. -¡Ya pue oiga! ¡Va a dejar un surco en el piso de tanto paseo! Sin siquiera reparar en las palabras de su compañía solo le preocupaba lo que ocurría en la habitación y pregunta: -¡Llevan mucho rato adentro! ¿Habrá pasado algo? -¡Quédese tranquilo oiga! ¡Ve que me pongo más nerviosa de lo que estoy! ¡Váyase pal patio mejor! Ladislao se enfiló por el pasillo que daba al patio de la casa, como obedeciendo a ciegas las órdenes que un padre da a un hijo y antes de dejar el comedor, sintió cómo la puerta de su pieza se abría dejando entrever a Felisa acostada en su cama con su bebé. Tras cinco horas de parto, Belisario ya estaba vestido y en los brazos de su madre. Todo fue intensísimo... Tina y Ladislao entraron a la habitación, contemplando tiernamente a la nueva madre con su hijo. Belisario, o Chalito como le dirían de cariño, se cogió al pecho muy

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pronto, y tras mamar por largo rato se quedó dormido mientras su padre lo contemplaba con ternura sin atreverse a tocarlo siquiera. Miraba sus manos curtidas por el cerro, el sol y la sal y la aspereza de las mismas; las escondía, las frotaba de nervios y ansias por tomarlo. Una sonrisa en la cara de Felisa que atenta observaba la escena evidenciaba lo feliz que se sentía de ver a su marido reaccionar así con su bebé. -¡Tómelo! ¡Si lo toma con el chal desde abajo, puede cargarlo sin problemas! -¡Es que es tan chiquitito! ¡Le puedo hacer daño! Elvira que ya se había reincorporado y emocionada dejaba caer una lágrima por su mejilla derecha, tomó al bebé y lo puso en los brazos de Ladislao. Cuando tomó a su hijo en brazos, quedó inmóvil y casi instantáneamente comenzó a llorar de emoción meciéndolo de un lado a otro y prometiendo que lo cuidaría y trabajaría por y para él. -¡Gracias Chatita! ¡Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo!

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X El triunfo de Pedro Aguirre Cerda en las elecciones presidenciales se tradujo en un cambio radical para Chile, y con una significancia especial para Estación Cuba. Las constantes equivocaciones en la selección de la correspondencia entre el pueblo y el país caribeño (Cuba) el gobierno, escuchando los reclamos de las autoridades de la Provincia que reclamaban por los constantes extravíos de cartas y encomiendas, decretó cambiar el nombre de Estación Cuba. En un acto de reconocimiento a la trascendencia histórica del poblado, presente desde el dominio prehispánico en la zona, se decidió rebautizarlo como Inca de Oro en honor a la “Sierra del Inca” lugar de ricos yacimientos mineros de la zona. Los preparativos en el pueblo para celebrar el cambio de nombre entusiasmaron a toda la comunidad mientras

todas

tiendas,

hoteles,

y

almacenes

financiaron la celebración que se realizaría en el teatro. La imprenta se encargó de diseñar e imprimir los afiches y volantes con los

que se invitaba a la

comunidad a participar del gran baile en honor a Inca de Oro. Desde Las Guías hasta La Isla, Carrera Pinto a Sebastopol, todos estaban invitados. -¡Felisa! ¡Felisa!- Gritó Tina efusivamente desde el comedor hacia la cocina.

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-¡Dejé los sándwiches listos para la once! ¡Me voy a arreglar el teatro! ¡Tenemos que dejar todo listo para mañana! -¡Está bien!- contestó Felisa mientras terminaba de colocar las hojas de té en la tetera para hervirlas para la once. -¡No llegues tan tarde!, ¡recuerda que quedaste de ayudarme en la iglesia! -¡Verdá!- Contestó con vehemencia golpeándose la frente con la mano derecha. ¡Ya! ¡Nos vemos más ratito! -¿Para donde va la Tina?- Preguntó Elvira que recién se incorporaba. -Está muy entusiasmada con la fiesta por el nuevo nombre del pueblo. Se inscribió en la comisión para ornamentar el teatro, y se anotó para ayudarme a mí con mi grupo de la iglesia. -¡Qué bueno! Le hace muy bien el participar en estas cosas. -¡Así se distrae un poco! Además, con tanta energía que tiene puede aprovechar mejor su tiempo. ¡No se queda tranquila nunca!

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Después de mirarse a los ojos si hablar pronunciaron al unísono: -¡Y nunca para de hablar!- mientras se reían sanamente de su coincidencia. En el teatro, donde se presenciaban espectáculos que venían desde Santiago exclusivamente por el auge del oro, todo estaba dispuesto. Se habían preocupado de preparar el escenario para la firma simbólica del decreto que cambiaba de nombre al pueblo, colocando una mesa vestida con un elegante mantel, y sobre ella, la carpeta que contenía una copia del decreto. Además, se había dejado espacio para la orquesta que animaría el baile de celebración al cual todos estaban invitados. La abundancia había traído mucha gente la que repletaba las calles y los diversos asentamientos mineros cercanos, por permitió

por

primera

lo

que esta celebración

vez,

reunirse

en

un

acontecimiento como comunidad minera donde se relacionaron como hijos de una misma tierra mas allá de las diferencias entre empleado y patrón, entre capataz y jornal. Esa noche, en medio de las celebraciones, se tomaron muchas decisiones que iban desde campeonatos locales de

fútbol

hasta

el

desarrollo de actividades culturales como el grupo de teatro que ya contaba con numerosas obras a estrenar y la necesidad de establecer esta fiesta

137


como una actividad anual. Todo era alegría en esta histórica celebración hasta que, tras terminar el baile, se dejó oír el grito descomunal de un grupo de mujeres que vociferaba: ¡Fuego! ¡Fuego! Un voraz incendio había destruido por completo el teatro. Una colilla de cigarro mal apagada que cayó en el lugar menos apropiado, había desatado uno de los siniestros más grandes que había ocurrido hasta ese entonces, pasando de la alegría a la frustración; del júbilo a tristeza; de la emoción a la preocupación. Los gritos se escucharon en todas partes, y todos los que pudieron, asistieron a apagar las llamas que consumían las instalaciones de aquel hermoso lugar. La mañana siguiente fue triste para todos. Mientras algunos observaban el cambio de la señalética con los nombres del pueblo en las reparticiones públicas como el correo, Carabineros, la Estación, la caja de ahorro, la Delegación Municipal, entre otros, los que no habían asistido a apoyar en el incendio, estaban ayudando a remover los escombros a la vez de pensar en la necesidad de contar con un cuerpo de bomberos para apoyar en catástrofes como esta. Habían escuchado hablar de los voluntarios de Valparaíso y de cómo se habían organizado en la formación de la primera unidad del país. De esta forma, y tras continuar con reuniones de organización, se funda la primera

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compañía

de

bomberos

de

Inca

de

Oro,

transformándose en la primera institución en llevar el nuevo nombre del pueblo. Ninguno quería quedarse afuera, y Ladislao con sus trabajadores no fueron la excepción inscribiéndose y pagando la cuota de incorporación. Muy pronto, las reuniones dieron pie a ver la necesidad de adquirir los equipos necesarios para operar en las distintas emergencias, recordando el terremoto pasado y el reciente incendio que había destruido el teatro. Se organizaron colectas y acciones de beneficencia que se tradujeron en la adquisición de un moderno carro: un Land Rover serie III Angus adaptado en Inglaterra. La bonanza económica del pueblo pudo generar los recursos económicos

necesarios

para

lograr

equipar

correctamente el naciente cuerpo de bomberos. Sus reuniones

fueron

cada

vez

más

concurridas

y

lideradas por los hombres más acaudalados: Los Guerra, los Ducrówc, los Matta, los Corón, los Chang, los

Wong,

los

Hip,

entre

otros,

que

fueron

desplazando del alto mando a quienes no estuvieran a la

“altura”.

Muy

pronto,

tras

ver

el

respaldo

económico que iba generando, invitaron a Ladislao a participar de estas reuniones donde, a pesar del clasismo, se trataban como iguales. Esto le llamó la atención y de a poco comenzó a acercarse hasta transformarse en uno más del grupo donde, por su carácter y generosidad, se hizo muy querido de todos

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haciéndose acreedor del apodo “Marinsito de mi alma”. Entre las faenas de la mina, el trabajo administrativo y la vida en el cuerpo de bomberos, Felisa poco veía a su marido más aun considerando que su trabajo con la residencial

le

demandaba

mucho

trabajo

sin

considerar las atenciones del bebé. Pese a ello, sus esfuerzos como familia comenzaron a dar frutos y muy pronto consolidaron un muy buen pasar económico lo que se tradujo en más hijos que fueron recibiendo con mucha alegría: Rosita, Gina, Elisa y Alfonso. Todos ellos recibidos por Elvira, quien tras haber sido madrina de Belisario, fue la madrina de todos los hijos. La casa estaba llena de vida pues los niños irradiaban de buenas energías cada habitación más aun cuando llegaba su padre quien siempre dedicaba espacios de tiempo a jugar con ellos. Como de costumbre, acompañado de frutas o alguna golosina al llegar a la casa, se tiraba al piso y comenzaba a repartírselas en un juego que disfrutaban mucho y que sólo se interrumpía cuando Felisa los llamaba a lavarse las manos para sentarse a la mesa. Cierto día en que Felisa se encontraba preparando las mamaderas para los más pequeños, Ladislao que venía llegando de la agencia de compra de metales de ENAMI,

entró

a

la

cocina

junto

a

Juana

140


entusiasmados por una noticia que le transmitía con su habitual forma de hablar. -¡Chatita! ¡Tengo una noticia muy buena para todos! Arnoldo llegó desde Pedro de Valdivia y me contó que podemos instalarnos con un negocio en Calama. La ciudad está creciendo mucho gracias a Chuquicamata. De esa forma, ustedes pueden quedarse con las pensiones de La Cubanita y nosotros nos vamos para allá a emprender para que después ustedes se vayan con nosotros. -Tendríamos que hablarlo con Ladislao y ver si podríamos, recuerde que tenemos a los niños que cada vez son más demandantes. -¡No niña! Pueden traerse a Mercedes y a Gertrudis a trabajar acá, y con los ingresos de los pensionistas que tenemos allá, podrían crecer sin problemas y atender a los niños. Lo único que tendrían que hacer es poner el capital inicial para echar a andar el negocio: “Supermercado El Regulador”- Pronunció con tono de anhelo y con la mirada al cielo estirando los brazos al frente como señalando la forma del futuro letrero del negocio. -¿Y de cuánta plata estamos hablando? Preguntó con curiosidad Felisa.

141


-¡No te preocupes de eso! ¡Conversé con Ladislao y ya lo tenemos resuelto! ¡Quédate tranquila no más Chatita! La conversación continuó con la interacción entre Ladislao y Juana mientras que Felisa quedó con una extraña sensación en su interior, la misma que sintió cuando era niña tras descubrir la vertiente en el cerro que ocultaba las cargas de plata y encontrarse con aquella niña que le entregó aquel extraño mensaje que ahora cobraba sentido para ella. Su pecho se apretó y su corazón, como queriendo hablarle, se exaltaba al pensar en el negocio que describía Juana. Mientras Juana terminaba de hablar con Ladislao, quien le prestaba absoluta atención y asentía todo lo que le decían, Felisa trataba de interpretar lo que su corazón le intentaba decir. -¡Yo creo que podemos iniciar el negocio con unos 4.000 pesos28! Seguía vociferando Juana, muy segura de sus decisiones pues sabía que Ladislao jamás dejaría de apoyarla. -¡Con esa platita, podemos comenzar este gran proyecto en Calama! ¡Ya, mañana vengo para que nos pongamos de acuerdo para la inversión!

28

En moneda actual, unos 8 millones de pesos.

142


Tras estas palabras, Juana se fue a su casa con la convicción de que su negocio funcionaría sin ningún inconveniente, y nuevamente tenía razón. Felisa y Ladislao esa noche conversaron frente a esa posibilidad que se estaba dando. Felisa no desconfiaba de Juana pues siempre la empujó a trabajar por sus cosas, pero esta vez su corazonada algo le decía, además quería contarle a su esposo la oferta que le había realizado uno de los proveedores del “Minero29”. -¿Sabes? Hoy cuando fui a comprar los víveres al Minero, uno de los proveedores de abarrotes me ofreció un terreno

agrícola en el

Pueblo

San

Fernando, en las cercanías de Copiapó. Me dice que está cultivable, pero su valor estaba en los frutales y animales que tiene. Por apuro lo vende en 5.000 pesos30. -¡Que buena noticia Chatita! Es un muy buen precio. Pero… -¿Nos alcanza verdad? Preguntó inquieta Felisa. - La verdad, es que no contaba con la solicitud de doña Juana, y con la donación al cuerpo de bomberos y la 29

Uno de los grandes almacenes que existía en el pueblo.

30

En moneda actual, unos 10 millones de pesos.

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última inversión en La Natalia, andaríamos un poco ajustados con ambas inversiones. -¡El negocio en la residencial anda bastante bien! Por lo que podríamos aguantar bastante bien, pero la decisión la toma usted, además tengo que informarle que estamos esperando nuevamente. Los ojos de Ladislao se iluminaron nuevamente como la primera vez que escuchó que iba a ser padre. Al tiempo que su corazón se aceleraba nuevamente, abrazó tiernamente a su esposa indicándole lo feliz que era a su lado.

144


XI Los

pitazos

del

tren

se

escucharon

como

de

costumbre al anunciar la salida hacia el sur. Los pasajeros que se dirigían hacia Chimbero y Carrera Pinto subieron primero, luego los que se dirigían a Juan Godoy y Paipote y por último los que bajaban en Punta Negra, San Fernando, Copiapó y otros destinos del Sur. Entre este grupo de pasajeros se encontraban Ladislao y Felisa. Iban a concretar la compra de uno de los bienes más importantes que hasta ese entonces habían adquirido como matrimonio. El camino que ambos recorrían no lo habían realizado en años, y en situaciones muy distintas. Cada uno en su memoria revivía los recuerdos que atesoraban en lo más profundo de su memoria y su corazón. La sequedad y aridez del desierto se quebrantaba a ratos con las cumbres nevadas de la cordillera que se divisaba a la distancia y por uno que otro animalito que huían al paso del tren. Sin embargo, los pasajeros no cambiaban: pirquineros, comerciantes, uno que otro estudiante eran parte del escenario del ferrocarril con las mismas características que se veían en cada viaje.

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Pasaron largas seis horas hasta llegar a la estación San Fernando donde los esperaba el dueño del terreno que comprarían. -¡Buenas tardes! ¡Usted debe ser Ladislao! Dijo un señor de gran estatura y peso que vio cómo Ladislao ayudaba a Felisa a bajar del carro de pasajeros. -¡Encantado Ladislao Marín Luco, para servirle! -¡Juan Rodríguez Escalante, para servirle! Acérquense a la salida de la estación, acá tengo mi carreta que nos llevará por la calle Los Carrera hasta el callejón Francisco de Aguirre. Tras subirse a la carretela, emprendieron rumbo a la quinta que Juan describía en detalle. -¡La acequia trae harta agüita! Este año fue muy bueno y pudimos sembrar de todo un poquito: alfalfa, trigo, maíz, papas, cebollas, zanahorias y algunos tomates. Bueno y los arbolitos están cargados de fruta. -¡Bien verde se ve todo! Comentó Ladislao mientras observaba el camino por el que los llevaba el caballo que tiraba de la carreta. Felisa, que también observaba en silencio los verdes terrenos que rodeaban el camino, no pudo evitar

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pensar en su familia, en su vida de niña en el campo. Cada aroma a hierba fresca, a tierra húmeda le retrotraía hacia los juegos de niñez junto a sus hermanos. Sólo los movimientos de su bebé en el vientre la hacían volver al camino. -¡Llegamos!- Dijo Juan con propiedad, después de casi 40 minutos de viaje dese la estación -¡Adelante! ¡Están en su casa! Ambos hicieron ingreso al predio por un costado de la gran casa de adobe que albergaba a los dueños de casa. El gran terreno que se abría a la vista una vez terminada la extensión de la casa, estaba rodeado de añosos y frescos árboles que daban sombra a caballares, vacas, ovejas y algunas aves como gallinas, pavos y patos. El verdor que se dejaba admirar por la pareja, contrastaba con los áridos, pero no menos hermosos, paisajes de Inca de Oro. -¡Es hermoso! ¡Tenía toda la razón Chatita! ¡No podemos dejar pasar esta oportunidad! -¡Sólo me asusta el que no podamos mantener todo esto a la distancia!- respondió Felisa. -Podemos hablar con el hijo de doña Juana: ¡Egidio! Está estudiando acá en Copiapó y podría ayudarnos viviendo acá.

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-¡Acá trabajan dos personas!- Interrumpió Juan – Ellos viven acá al ladito y trabajan a medias: Yo pongo el terreno y los animales y la cosecha la repartimos en tres partes iguales. ¡Son muy buenas personas y perfectamente podrían llegar al mismo acuerdo! El matrimonio no le dio más vueltas y decidió comprar. Proyectaron en esa inversión su futuro y el de sus hijos. Se dirigieron hacia el centro de Copiapó a cerrar

el

trato

y

aprovecharon

de

juntarse

inmediatamente con Egidio a quien le presentaron a Juan para que acordaran el traspaso. No pasaría mucho tiempo para que la quinta comenzara a dar sus frutos proveyendo

de frutas y verduras a la

residencial y de pasada, transformarse en el segundo hogar de los Marín Plaza, pues ahí nacerían Aurora, María, Olga, Ladislao y Patricio completando los diez hijos vivos del matrimonio pues habían padecido numerosas pérdidas como el común de la gente de aquel entonces. En uno de los viajes entre Inca de Oro y Copiapó, Felisa

se

encontró

con

una

mujer

que

se

transformaría en una de la piezas claves en la formación de los niños y niñas del pueblo que crecían en número día tras día. Se trataba de Emperatriz, una joven madre que venía llegando de Potrerillos tras trabajar como telefonista del mineral, probablemente

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por su buena dicción, por su tan particular timbre de voz, producto del acento cantadito que tienen los sureños, costumbre de alargar las silabas en demasía. Había dejado a su hijo matriculado en el Liceo de Hombres de la ciudad, para que pudiera conseguir el ansiado Bachillerato que lo llevaría a la Universidad. Felisa, tras conversar largo rato con ella, tuvo la impresión de estar frente a una dama extranjera porque poseía un tono de voz muy españolizado, pero se equivocaba pues había estudiado en la Escuela Santa Ana de Angol, un noviciado de monjas españolas de quienes había heredado su acento tan particular. Las precarias condiciones educacionales que había en Inca de Oro, donde no existían proyectos reales de alfabetización,

habían

llevado

a

Emperatriz

a

presentar un plan de trabajo educacional para los niños del pueblo, y que bajo la administración de Pedro Aguirre Cerda, tuvo una inmediata acogida. -¡¿Así que nos entregará apoyo en la educación de los niños de Inca de Oro ex Estación Cuba?! . -¡Así es mi distinguida señora!- destacando su distintivo acento españolizado- En el galpón de la calle Manuel Antonio Matta, al lado del teatro, muy vecino a la familia Cuello casi al llegar a la Avenida Almeida, instalaré la escuela de Inca de Oro.

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-¡Qué gusto me da esta noticia! ¡Yo misma tengo varios hijos que gustosa enviaré a estudiar con usted! ¡Cuente con la ayuda de mi familia! -¡Requeriremos de todo el apoyo del pueblo para dar funcionamiento a la educación pública! -¡Qué bueno! La única alternativa que teníamos era la escuela de la señora Carmen Aguirre y no recibía a todos los niños- Comentó con tristeza Felisa. - ¡A eso

venimos!

Inicialmente,

me

¡A

dar

conseguí

educación a algunas

cosas

todos! para

reemplazar los pupitres: cajones fruteros, algunas sillas, cualquier cosa que permita apoyar las ganas de aprender, pero con la ayuda de todos, podremos salir adelante. Tras funcionar exitosamente y con una gran matrícula compuesta por los hijos de los trabajadores y uno que otro capataz, pudo llegar a una negociación con el Gobierno para financiar su nuevo colegio en la calle Isidro Dolarea esquina de Maxwell. Nacen así, bajo Decreto Gubernamental la Escuela Nº 7 de Niños y la Nº 8 de Niñas, que funcionaron en dos jornadas, mañana y tarde atendiendo a alumnos de Primero a Sexto Año de Preparatorias. Las gestiones incluyeron también la llegada de cuatro profesores primarios provenientes de la Escuela Normal de Copiapó.

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En este escenario, los hijos de Felisa y Ladislao fueron creciendo y educándose en el pueblo, mientras ellos

continuaban

trabajando

en

sus

distintos

proyectos. Un día como cualquier otro, mientras Felisa atendía la cocina atizando el fuego para cocer la carne del almuerzo, Rosita la mayor de sus hijas, tras escuchar golpear la puerta fue a abrir. Para su sorpresa, el cartero entregaba una carta a nombre de Ladislao Marín Luco, sin remitente salvo por la estampilla que indicaba como origen Illapel. -¡Mamita! Llegó esta carta para el papá, pero no tiene remitente. Rosita, mientras terminaba de hablar, se acercó a Felisa y le entregó en sus manos la carta. -¡Qué extraño! ¿Habrá pasado algo? Nunca su papá recibe cartas de allá. Bueno, veamos qué dice. -¡Tiene razón mamita! ¡Él siempre le dice que le lea las cartas! ¡Pobrecito, no lee muy bien! Felisa, mientras leía, evidenciaba en su rostro una sorpresa enorme que de a poco

se transformó en

rabia y de rabia, en tristeza. Se trataba de una hermana de Ladislao quien le explicaba lo mal que lo estaba pasando Teresita aquella hija que, sin saberlo,

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había nacido tras su partida al servicio militar. En el relato de la hermana, Felisa se entera de la pobreza en la que vive pues su madre, privilegia a los hijos que tuvo con su actual marido dejándola al cuidado de su abuela, casi al desamparo. Sin querer, la lectura de Felisa fue en voz alta ante lo cual Rosita se conmovió de la vida que su hermana tenía (haciéndola suya inmediatamente), y no pudo evitar el llanto. Ante esto Felisa se prometió ayudarla, mal que mal, Ladislao no sabía de su existencia y difícilmente podría haber hecho algo. Acto seguido pidió discreción a Rosita y se comprometió a hablar con Ladislao para ayudar a Teresita. Ese día, tras esperar una larga tarde que coincidió con la reunión del cuerpo de bomberos, Felisa esperó a Ladislao para contarle lo que había ocurrido. Al oír las primeras palabras de su mujer haciendo alusión a la relación que dejó en Pintacura y de la hija que hoy sufría

de

desamparo,

las

lágrimas

brotaron

instantáneamente por sus mejillas. Pensó en cómo el bienestar económico que habían disfrutado en todo este tiempo no pudo compartirlo con esta niña que aparecía

sufriendo

por

culpa

suya,

en

una

recriminación que se tradujo en dolor para él y su mujer.

Inmediatamente

acordaron

preparar

una

encomienda dirigida a Isolina, la hermana de Ladislao que vivía en Illapel para que pudiera llevársela a

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Teresita

y

comenzar

así

a

resarcir

el

daño

involuntariamente causado. Al día siguiente, antes de subir a la mina, juntos fueron a comprar de todo para preparar

la

encomienda.

Zapatos,

vestidos,

pantalones, poleras, chalecos, abrigos fueron los artículos que junto a los de tocador se enviaron en el primer tren de la mañana. Al llegar a casa, con un espíritu magullado, Ladislao divisó a Rosita que los esperaba en la puerta del comedor quien sólo le pidió poder ir a buscar a su hermanita. -¡Papacito! Yo soy grande y puedo viajar a Illapel a buscar a mi hermanita. Mi mamá tiene que ver a mis hermanos y no puede ir, pero tampoco es justo que ella siga sufriendo. Déjeme ir a buscarla. Nuevamente los ojos de Ladislao se inundaron de lágrimas, pues veía en las palabras de su hija la madurez de Felisa y la bondad de su corazón. Tras conversar con Felisa, autorizaron a Rosita a viajar a Illapel. Ese mismo día, Ladislao le pidió a Felisa que le escribiera a su hermana Isolina para que recibiera a Rosita y la acompañara a buscar a Teresita.

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XII La mañana se abría entre las nubes que cubrían el cielo de la ciudad. El ferrocarril se había detenido tras eternas horas de recorrido que habían llevado a Rosita desde Inca de Oro hasta la tierra que viera nacer a su padre. Arnoldo, que venía por trabajo desde Pedro de Valdivia hasta La Calera, había acompañado a Rosita en su viaje sin dejar de compararla con Felisa que años antes había viajado con él hacia el Norte. -¡Rosita llegamos!- Le dijo Arnoldo a la jovencita tocando suavemente su hombro. A penas despertó, pudo observar el verde entorno de la estación de Illapel que sería una constante en todo su recorrido, muy distinto al paisaje desértico que acostumbraba ver. Una vez que tomó su equipaje, se dispuso a bajar del tren mientras Arnoldo le ayudaba con los peldaños de la pequeña escalera del vagón. Ahí, en frente de ellos les esperaba una mujer de baja estatura, con una contextura familiar, cercana y con los mismos intensos ojos verdes de su padre. -¡¿Tía Isolina?! Preguntó dulcemente la pequeña a aquella mujer que le esperaba.

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-¡Eres igual a tu padre!- Respondió al tiempo que le daba un abrazo afectuoso – ¡No puedo dejar de mirarte! ¡Se parecen mucho! -¡Ya me lo dijo tía!- Respondió con cierta frialdad la pequeña que, a pesar de su corta edad, tenía una personalidad muy fuerte. -¡Me refiero a Teresita! ¡Se parecen mucho! Ella sólo es un poco más rellenita. Tras esta revelación, el rostro de Rosita cambió como si toda la luminosidad de ese día se hubiera posado en sus facciones, y sin pensarlo se aferró a los brazos de aquella tía que por primera vez conocía y con quien iría en busca de su hermana, aquella hermana por la que había cruzado el desierto y que mágicamente había cautivado su corazón. -¡Señora!- Dirigiéndose a Isolina -Mi nombre es Arnoldo y soy familiar de los padres de Rosita. Me encargaron que la acompañara hasta acá pues por mi trabajo, continuo viaje hasta La Calera. Ruego pueda ayudarla a encontrar a su hermanita. Yo vengo de regreso pasado mañana y las recogeré para llevarlas de vuelta al norte. -¡Gracias Señor! Mi cuñada me escribió contándome lo que usted me dice. Le agradezco su amabilidad y si Dios quiere, lo estaremos esperando pasado mañana.

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Tras estas palabras, los tres se despidieron y cada uno siguió su camino. Fuera de la Estación les esperaba una carreta que permitió llevarlas hasta Pintacura. El recorrido tardó algo más de dos horas, tiempo suficiente para que tía y sobrina pudieran conocerse un poco. Rosita describió a su familia con absoluto detalle reparando en las características de cada uno: Desde su papá hasta el último de sus hermanos; desde La Cubanita hasta la residencial que ahora administraba su mamá; desde las mujeres que ayudaban a Felisa hasta los trabajadores de Ladislao; del cambio de nombre del pueblo, hasta el incendio que había quemado el teatro; en fin, toda la vida de los últimos 10 años del pueblo en dos horas. Isolina, por su parte, le contó toda la infancia de su padre y de cómo después del Servicio Militar, nunca había regresado a su hogar; de sus abuelos, tíos, primos y de cómo habían sabido de Teresita. En su relato, Isolina le transmitió todas las impresiones que tuvo de Teresita cuando la conoció; del dolor que sintió cuando se dio cuenta de las diferencias que hacía su madre entre ella y sus otros hermanos, de lo mal que lo estaba pasando. El tiempo pasó volando, y sin darse cuenta, ambas ya estaban en Pintacura, en medio del poblado; a pocos pasos de Teresita. Isolina, que cautelosamente llevó a

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Rosita hasta la casa de Teresita, tuvo mucho tacto al acercar a las hermanas, pues sabía que el encuentro podía ser muy complicado para ambas. Una vez en frente de la casa de Teresita, Isolina se detuvo, miró al piso como buscando alguna forma de controlar su nerviosismo; volcó su vista hacia Rosita, la que le transmitió seguridad, y tras fijar su atención a la casa, gritó hacia el interior de la propiedad: -¡ALÓ!; ¡ALÓ! Tras unos minutos, la silueta de una niña de contextura gruesa, vestimenta desgastada, descalza y mirada triste se asomó por la entrada de la casa principal de la propiedad. Antes de que Isolina pudiera hablarle a Teresita, Rosita rápidamente interrumpió: -¡Buscamos a mi hermanita Teresita! ¡Ella es hija de mi papá Ladislao!-¡Yo me llamo Teresita! Pero… (Haciendo una larga pausa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas) mi papá me dejó botada, según me dijo mi mamá. -¡Yo me llamo Rosita y soy su hermana! ¡Vengo a buscarla para que se venga a vivir con nosotros! Pero… ¿Por qué no trae la ropita y los zapatos que le mandamos? ¿No le gustaron?

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Teresita quedó paralizada, no por la pregunta que le acababa de realizar su hermana sino porque por primera vez sentía que se preocupaban de ella. Ver a Rosita en la puerta de la casa preguntando por ella, preocupándose por ella, simplemente le llenó el corazón.

Justo

cuando

pudo

incorporarse

para

contestar la pregunta de Rosita, su madre y una de sus hermanas se asomaron a la puerta. La vista de Rosita se posó sobre la hermana de Teresita, pues vestía las ropas y calzado que le habían enviado a su hermanita. -¡¿Qué se le ofrece ahora señora Isolina?! Preguntó la mamá de Teresita con tono de molestia, pues había escuchado la conversación de Teresita con Rosita. -Lo que pasa es que mi hermano, mandó a buscar a Teresita para llevársela con él para el Norte. Cuando hablamos usted me dijo que no podía mantenerla, que era para usted un problema y que casi le estorbaba. -¿Por qué no le pasaron su ropita a ella? Nosotros le mandamos para ella esas cosas y las está usando ellapreguntó efusivamente Rosita apuntando a la hermana de Teresita a quien evidentemente le quedaban grandes. La mamá de Teresita, mientras titubeaba al tratar de contestar a la pequeña pero no menos segura niña que

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acompañaba a Isolina, se sobaba las manos tratando de hilvanar las palabras ante lo evidente de su preferencia entre sus hijas. -¡Teresita!- Dijo Rosita con autoridad en su discurso¡Arregle sus cosas que nos vamos! -¡¿Qué?!- Contestó la madre- ¿Cómo que se la van a llevar? -¡Piense señora!-Interrumpió Isolina- ¿Qué vida le va a dar si sólo se queja de ella? ¿Por qué no deja que se la lleve mi hermano? ¡Él se va a hacer cargo! ¿O pretende seguir maltratándola? Esta niña es hermana de ella, y sin conocerla la quiere más de lo que usted ha demostrado en todo el tiempo que ha vivido con usted. -¡Usted no sabe como son las cosas! ¡Ese desgraciado se fue y no volvió! ¡No se hizo cargo de ella! ¡Ni de mí! –Contestó con evidente rabia en sus palabras la mamá de Teresita. -¡Con mayor razón entonces! ¡Deje que se vaya con nosotros! Antes de que pudiera contestar, Teresita salía de la casa con una bolsa en la que cargaba un par de harapos, pues nunca había tenido una prenda decente

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que ponerse a diferencia de Rosita que veía con dolor las pocas prendas que traía Teresita. -¡Hermanita! ¡Bote esos harapos! ¡Vámonos! Desde hoy su vida empieza de nuevo. ¡Con nosotros! En ese instante a todos se les apretó el corazón. La vehemencia con la que esas dos hermanas se unían a nadie dejó indiferente esa tarde. Sólo las palabras de rencor que sentía la madre de Teresita se dejaron sentir mientras las tres mujeres se perdían por el camino rumbo a Illapel. Una vez en la ciudad Rosita, que llevaba el dinero suficiente, pidió a Isolina que las llevara a alguna tienda para comprarle ropa a su hermana. Estuvieron el resto de la tarde comprando lo necesario: Vestidos, pantalones, zapatos, abrigos, polos31, ropa interior, etc. Isolina, sorprendida por el nivel de independencia y seguridad de su sobrina, sólo miraba tomando distancia aquella escena que consolidaba una relación que se fortalecería para el resto de sus vidas. El rostro y actitud de Teresita eran otras. El sólo hecho que su hermanita le prestara atención y le diera su cariño, fue suficiente para verla sonreír. Al probarse su nueva ropa y zapatos, parecía volar de felicidad, pues nunca en su corta vida había tenido nada nuevo. 31

Poleras.

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Al terminar las compras, fueron a la casa de Isolina quien, tras indicarles su habitación, les preparó el baño para que pudieran asearse. Rosita llevaba encima los días del viaje desde el Norte y Teresita, la poca y nada oportunidad de bañarse diariamente. Con mucho tacto, Isolina le pidió a Rosita que le enseñara a su hermana y así ambas pudieran conversar un poco más. Así, y tras cenar, se dispusieron a dormir en la primera de muchas noches que compartirían juntas. El día siguiente, se desarrolló en dos grandes momentos: el conocer a la familia del papá y pasear por la ciudad. Tras algunos años, la familia de Ladislao se trasladó desde Pintacura a Illapel logrando un buen pasar

gracias

al

trabajo

y

dedicación

de

sus

hermanos. Las niñas conocieron a su abuela (el abuelo había fallecido) y a otros tías y tíos en lo que Rosita encontraba un gran parecido a su padre. Teresita, quien en su timidez solo se resumía a escuchar a su hermanita, disfrutaba escuchando cómo se relataban historias de uno y otro lado. De esta forma, sólo restaba preparar las maletas para el regreso al Norte, con sus padres. La mañana siguiente trajo puntualmente al tren, el que traía a Arnoldo para acompañar a las niñas en el camino a casa. La mirada de este hombre bonachón y acomedido por naturaleza, trataba de identificar a

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Isolina y a Rosita entre la muchedumbre de la estación illapelina. Canastos, bultos, maletas, uno que otro estudiante eran el paisaje que se ofrecía ante sus pies y que no le permitía encontrarlas aumentando su expectación por saber si habían podido encontrar a Teresita. -¡Arnoldo! ¡Arnoldo!- Escuchó a lo lejos. -¡Por acá! ¡Arnoldo! Una pequeña mano aparecía y se escondía entre los altos carrunchos que preparaban las encomiendas para el vagón de carga. Rosita, saltaba para que Arnoldo pudiera verla y se acercara hacia la entrada de la Estación donde estaban con los bultos para el viaje. -¡Qué gusto verlas! –dijo agitado Arnoldo que había corrido hacia donde estaban. -¡Le presento a mi hermanita! –Dijo Rosita mientras señalaba con su mano a Teresita. -¡Qué

alegría

Rosita!-

y

dirigiéndose

ceremoniosamente hacia su nueva compañera de viaje le dijo -¡Bienvenida señorita! -¡Ayúdenos con los bultos por favor don Arnoldo! – Interrumpió Isolina que venía con dos canastos repletos de frutas y verduras de la zona.

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-¡Aprovechamos de mandarles estas cositas frescas! Nunca están de más por esas tierras secas. -¡Tía! ¡No son tan secas! ¡Ni feas! Sólo es que la gente de allá trabaja sacando la riqueza desde el interior de la tierra, en las minas. -¡No quise decir eso Rosita! Lo que pasa es que es menos probable que lleguen frescas por que el camino es largo

para llevar

las verduras, los quesos,

mermeladas y estas cositas que les estoy mandando. -¡No se preocupe señora Isolina! ¡Yo llevo estas cosas para allá y luego vengo a buscar los bultos!Interrumpió Arnoldo preocupado por la hora en que saldría el tren. Una vez que el equipaje y los bultos estuvieron cargados en el coche del tren, los tres viajeros se despidieron de Isolina agradeciendo sus atenciones. Particularmente Teresita la abrazó fuertemente como queriendo agradecerle de esa forma la nueva vida que estaba comenzando junto a su hermanita. Así quedaba atrás una vida llena de dolor y desesperanza que de a poco iba apagando la vida de Teresita; con cada embestida de los pistones de la locomotora que lentamente ponían en movimiento al ferrocarril, su corazón se agitaba de nerviosismo, ansiedad e incertidumbre respecto de su nueva familia; Con cada

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silbato del tren, las hermanas celebraban la partida de regreso a casa.

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XIII -¡La tetera! ¡La tetera! ¡Uf! ¡Está que se arranca la tetera y nadie la saca del fuego! ¡Tiene que venir una del patio para apagar la custión!- Rezongaba Tina que venía desde el patio tras recoger algunas especias que cultivaban en un pequeño huerto. Al fijar su vista hacia el comedor, vio cómo Elvira y Felisa tenían sus manos en la cara, entre la boca y la nariz en señal de asombro pues daban la bienvenida a Rosita y a Teresita. Rápidamente sus pasos le llevaron hacia donde estaban y sus palabras no tardaron en salir de su boca sin pensarlas: -¡Uuuuuuuuuuuuuy! ¡Es igualita a Ladislao! Entre las risas de Gertrudis y Mercedes, y los movimientos de cabeza de Elvira y Felisa, Rosita le presenta a Teresita: -¡Tina, le presento a nuestra hermanita! -¡Mucho gusto! ¡Yo estaba por el fondo y nadie me´ijo que habían llegao!-Contestó Tina al tiempo que se secaba las manos en el delantal con la vista abajo y con voz de sentida. -¡Acaban de llegar!- Contestaron las cuatro mujeres al unísono y riéndose al darse cuenta.

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La candidez de Teresita muy pronto se ganó el cariño de todos en la casa. Todos sus hermanos la aceptaron como igual pues Felisa, antes de que llegaran a casa les había explicado a los más grandes, lo que había ocurrido y cómo debían recibirla. De esta forma, en muy poco rato ya era una más. Felisa a penas pudo, y de una manera muy discreta, tuvo una conversación con ella, donde Teresita le contó cómo había sido su vida; sus dolores, frustraciones y humillaciones. Felisa se emocionó hasta las lágrimas con el relato aun cuando Isolina se los había comentado en la carta a Ladislao, pero la crudeza del relato de la niña le conmovió hasta la última fibra de su corazón. Desde ese momento, ambas se hicieron una sola; madre e hija, cómplices, sin dejar que nadie pusiera en duda el vínculo que pudiera existir entre ellas y el resto de la familia. El día transcurrió como de costumbre, alborotado pero sin mayores complicaciones. -¿A qué hora llega mi papá? Preguntó Teresita -Debe estar por llegar- Respondió Felisa- ¿Está muy nerviosa? -¡Es que no se cómo será conmigo! -¡No se preocupe! ¡Él quiere a todos sus hijos e hijas!

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-¡Mientras no se pase a los bomberos, esta toooodo bien! –Interrumpió Tina - ¡Ahí sí que se pierde quizá hasta qué hora! -¡Hija!, su papá no sabía que usted existía. Cuando se vino para el Norte a hacer el servicio militar, nunca más volvió al Sur. Usted nació después y su mamá no pudo avisarle que usted había nacido. No es como se lo describieron. Teresita escuchó atentamente a Felisa mientras le contaba cómo y por qué se había venido al Norte; de cómo había conocido a Ladislao; de cómo había sido su matrimonio y cómo se habían enterado de su existencia. A cada pregunta de Teresita o de sus otros hijos que de a poco se fueron sentando a su alrededor, contestaba con dedicación y haciendo todo por aclarar las dudas. Tan amena fue esa conversación que la tarde muy pronto dio paso a la noche, sin que Ladislao apareciera. Felisa, que sólo se preocupaba por Teresita que inquieta miraba hacia la puerta aguardando que él entrara, les envió a dormir a todos pese a la ansiedad de la niña. La noche fría del desierto en esta época del año, calaba hasta los huesos, y era muy probable que alguno se enfermara si no se abrigaba temprano. Una vez instalados en sus camas

Felisa

se

quedó,

como

nunca,

sentada

esperando que Ladislao llegara.

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-¡Éste sí que la hizo fea esta vez! –Interrumpió Elvira el silencio que acompañaba a Felisa. -¡No sea así! No es un mal hombre, usted lo sabe. ¿Habrá pasado algo en La Natalia? -No creo, hubiéramos sabido al tiro. Esas cosas son las primeras en saberse. -¡A lo mejor Tina tiene razón y se pasó a los bomberos! -¡Mira! –Dijo Elvira con voz de conciliación- Gracias a Dios la niña es una bendición, pues es de un carácter bondadoso y amable. Se encargó de ayudar en la cocina, de servir los platos y de lavar la loza después de almorzar, de tomar once y de cenar. No es patuda ni sin respeto. Así que apenas llegue este hombre le dices unas cuantas verdades, y según en qué condiciones se encuentre, le presentas a la niña hoy. En eso estaban cuando estrepitosamente abren la puerta. El jefe de plaza de Carabineros, junto al comandante de bomberos, traía a Ladislao borracho. Según el discurso de sus acompañantes, estaba celebrando la llegada de su hija. Tras dejarlo en una de las sillas, se fueron mudos tras las caras de las mujeres que lo estaban esperando.

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-¡Chatita! –Dijo Ladislao con su lengua traposa y ojos entrecerrados.

-¿Dónde

están

mis

niños?

¿Las

viajeras ya llegaron? -¡¿Cómo se le ocurre llegar así?! ¡¿Qué impresión se llevará Teresita de usted?! Le increpó Felisa con tono de disgusto. -¡Yo estoy feliz! ¿Dónde está mi hija?- Insistía Ladislao. -¡Ya! –Dijo Felisa con tono de enojo- ¡Se fue a acostar! ¡Vergüenza debería darle el llegar así! ¿Qué va a decir Teresita? ¡Ella estaba ansiosa esperándolo! -¡NADA! ¿QUÉ VA A DECIR? ¡YO SOY SU PAPÁ! De pronto la puerta de una de las piezas se abrió dejando entre ver la silueta de Teresita, quien tras escuchar la discusión, se arrojó a los brazos de Felisa rompiendo en llanto. Se había asustado con la escena que veía pues su padrastro habituaba llegar borracho a la casa golpeando a quien se pusiera por delante, y ella lo recordaba muy bien. -¡Mamita! ¡Vámonos para adentro! ¡Dejémoslo sólo! ¡Se va a poner igual que mi padrastro! Felisa sólo atinó a abrazarla, a contenerla; sabía que se había asustado mucho y no quería que sintiera que

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acá iba a ser lo mismo. Ladislao no era un mal hombre. Era un niño grande que a veces simplemente no sabía decir que no. Esa noche, Ladislao se acostó sin hablar con su hija. Entre la borrachera que traía y la escena que acababa de ver, sólo le quedaba la opción de irse a dormir. Cada uno, al quedar mirando el techo de la habitación, asumió que sus vidas habían cambiado. Al día siguiente, la casa funcionó como de costumbre. Al llegar a la cocina, Mercedes se encontró con la cocina encendida y con leña suficiente para la mañana. Se extrañó de esto pues era ella quien se encargaba de aquello, más aun cuando al abrir el fondo donde guardaban el pan se dio cuenta de que faltaba la bolsa con la que iba a comprarlo. Mientras extrañada pensaba en qué habría pasado, se siente cerrar la puerta del corredor que daba al baño. -¡Buenos días! Estaba esperando que mi mamita se levantara para pedirle plata para ir a comprar el pancito. Alcancé a prender la cocina y juntar un poquito de leña no más. -¡Gracias Teresita! ¡No debió molestarse! -No se preocupe. Yo estoy acostumbrada a estas cosas.

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-Está bien que ayude, pero no debe olvidar que lo primero que tiene que hacer es preocuparse por estudiar. Felisa se lo dejará muy en claro y hoy mismo la matriculará en la escuela en la que van sus hermanos, con la señora Emperatriz. Felisa había dormido más de la cuenta pues tras discutir con Ladislao por el estado en que había llegado, no había podido conciliar el sueño preocupada por Teresita y por los ronquidos de su marido. Una vez en la cocina, y luego de saludar a Mercedes y a Teresita, inmediatamente organiza lo necesario para el desayuno de los pensionistas que pronto llegarían. Mientras Tina iba por el pan, Gertrudis preparaba las mesas, Mercedes organizaba la mesa y Felisa las pailas en las que freirían los huevos que nunca faltaban en las mañanas. En ese ajetreo Ladislao se presenta en la cocina, avergonzado por lo ocurrido la noche anterior. Aún así, pidiendo disculpas a su mujer, se presenta a Teresita ofreciéndole también una disculpa. Acto seguido le pide desayunar a solas con ella para explicarle de su boca cómo habían sido realmente las cosas. Mientras hablaba se emocionó más de una vez, pues los recuerdos de esa época le llevaban hacia sus padres y hermanos a quienes no veía desde entonces. Teresita inundó sus ojos varias veces escuchando una historia muy distinta a la que le habían contado desde que era pequeña. Una vez

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terminado el desayuno, Ladislao invitó a su hija a que lo acompañara a realizar algunos trámites de la mina, lo que permitió que hablaran de todo lo necesario para que la pequeña entendiera que con ellos iba a estar bien. Aún así Teresita mantuvo distancia, quizás por miedo, quizás por inseguridad. Lo que sí era cierto, era la cercanía y cariño que de a poco iba creciendo en su interior por Felisa, a quien vio desde un principio como la mamá que nunca tuvo. Estos padres y su nueva hija desde ese día iniciaron un camino distinto, que les uniría para siempre en medio de la inmensidad del desierto, en aquel punto donde existía todo y nada al mismo tiempo. Donde muchos llegaban buscando fortuna y riqueza, otros llegaban en busca de una familia en la cual apoyarse y sentirse amado. Así, este matrimonio y sus once hijos, comenzó a construir una historia cargada de sueños, de esperanzas, de ilusiones que se irían trazando en medio de los vaivenes de este pintoresco pueblo.

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XIV La producción de las minas de Inca de Oro seguían arrojando muchos dividendos y La Natalia no era la excepción. Para Ladislao y sus trabajadores, las remesas eran muy rentables y les permitía llevar una vida holgada y sin mayores preocupaciones. De esta forma era común verlos divertirse en los distintos lugares de entretención del pueblo o participando en agrupaciones comunitarias como el club de rayuela o del reciente cuerpo de bomberos. Todos sabían que “Marinsito” y sus hombres estaban obteniendo muy buenas leyes en sus remesas, incluso la dueña de la mina Natalia, que esperaba que el arriendo caducara para quitársela. Fue tan grande la ambición de esta señora que apenas se cumplió la fecha del contrato de arrendamiento, puso una demanda por usurpación de propiedad privada que se tradujo en el arresto y comparecencia de Ladislao en los tribunales de Chañaral. Cuando notificaron a Ladislao de su situación, él y sus hombres se encontraban en plena faena de extracción, por lo que fue bajado por carabineros al retén del pueblo mientras Carlos corrió a avisar a Felisa lo que estaba ocurriendo con instrucciones muy claras de los pasos a seguir.

173


-¡Señora Felisita! ¡Señora Felisita!- Llamaba a la puerta principal de la casa de Ladislao. Al asomarse Felisa a la puerta y ver a Carlos con ropa de trabajo y sin haberse aseado, inmediatamente se imaginó lo peor. Apuró sus pasos, los que se hicieron eternos, y al llegar a la puerta sólo atinó a preguntar: -¡¿Qué pasó?! -¡Llegaron los carabineros a la mina y se llevaron preso a Ladislao! ¡Dijeron que estaba demandado por usurpación! ¡Me dijo que le pidiera que llevara el contrato de arriendo y los comprobantes de pago que tenía en la bolsa que estaba colgada en la cabecera de su cama, que usted sabía! -¡Me asusté mucho Carlos, pensé que había ocurrido algo peor! ¿A dónde lo llevan? -¡A Chañaral! ¡Se lo llevaban los carabineros para allá!Después de hacer una pausa, como queriendo recordar algo más, termina agregando: -¡Ahhhhhhhh! ¡Y dijo si le podía llevar ropa limpia por que se fue igual que yo para allá! - No se preocupe, arreglo todo y me voy. Gracias por todo Carlos. Ustedes ya saben qué hacer en la mina.

174


Una vez que hayamos resuelto esta situación, Ladislao subirá para hablar con ustedes. -¡No se preocupe señora Felisa, nosotros no nos moveremos de la mina hasta que lleguen! Ese día fue muy complicado. Felisa tuvo que ordenarse para viajar a Chañaral y coordinar lo necesario para que los niños y la pensión funcionaran. Mercedes, Elvira, Gertrudis y Tina llevarían la pensión mientras que Rosita y Teresita se encargarían de los hermanos y Hermanas. Felisa iría a Chañaral con María, pues estaba un poco delicada de salud por lo que decidió llevarla

por precaución. Tomó la bolsa que pidió

Ladislao donde estaban los documentos necesarios, la ropa para su esposo, dinero para cualquier trámite y se embarcó en uno de los camiones en los que se trasladaba el metal desde y hacia Pueblo Hundido. Ahí tendría que esperar el tren que conectaba Potrerillos con Chañaral, en un viaje que le tomaría alrededor de tres horas si tenía suerte. -¿Dónde vamos mamita?- Preguntó María. -Vamos a buscar al papá. Hubo un error y los carabineros lo llevaron detenido a Chañaral. María era una de las hijas menores del matrimonio, sólo mayor que Olga, Ladislao (segundo) y Patricio (el menor). Era una niña bastante inquieta y curiosa que

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preguntaba

todo

lo

que

no

sabía

y

decía

espontáneamente todo lo que pensaba, razón por la cual Felisa siempre debía frenarla para que no saliera con alguna impertinencia. -¡El tren! ¡El tren! ¡Mamita! Ahí viene el tren de picajeros! Las carcajadas de quienes se encontraban en la estación de Pueblo Hundido se escucharon fuertes en todo el andén, lo que no avergonzó a María pues seguía indicando en dirección del ferrocarril que se acercaba a recogerlos. El

viaje

hasta

Chañaral

fue

tranquilo,

y

la

conversación entre madre e hija (más hija que madre) la hizo más amena. Pasada la estación de El Salado, Felisa comenzó a ordenar los documentos que llevaba, a separar los dineros para no sacarlo todo a la vez, de modo que al llegar a destino, pudiera optimizar el tiempo y gestionar la liberación de Ladislao. Felisa no venía a Chañaral desde antes del terremoto, y notó que todo había cambiado. Aún se observaban algunos restos de adobes de aquellas construcciones que habían terminado en el suelo y no habían sido retiradas; casas con evidentes grietas que quedaban como mudos testimonios del nivel de destrucción que se había vivido. Aún así, los recursos que se enviaron

176


desde el mineral y fundición de Potrerillos y la naciente faena de El Salvador, estaban invirtiendo en la recuperación de la ciudad. El tendido ferroviario, las vías de conexión terrestre y obras portuarias, daban esperanzas a quienes habitaban Chañaral. Felisa tras observar estos cambios radicales tras su última visita y lamentarse por quienes conocía y habían fallecido en la tragedia, se dirigió a los tribunales. Una vez ahí, consultó por la sala en que comparecería su esposo y pidió permiso para entrar. Tras cruzar la puerta se encontró con una sala pequeña que albergaba espacio para unas treinta personas. Al fondo, un estrado era protegido por una reja baja de madera con un solo acceso para el juez que

se posicionaba

en

el

estrado

para tomar

conocimiento de los hechos y dictar sentencia a quienes comparecían ante él. -¿Por qué vinimos acá mamita? ¡Es muy feo acá adentro! -Vinimos a buscar al papá. Él tiene que conversar con un señor que se sentará allá- apuntó Felisa hacia el estrado- para que lo deje salir. -¿Y por qué no fue el señor a nuestra casa si quería hablar con mi papá? Así no hubiéramos tenido que dejar solos a mis hermanos. ¡Ese señor es malo!- Dijo

177


María cruzando sus brazos, inflando sus mejillas y estirando sus labios en señal de enojo. -Tiene que tener paciencia. Estas cosas con un poco más complejas y sólo las entenderá cuando sea grande- Contestó Felisa tratando de explicar con sencillez a su hija. En eso estaban las dos cuando de pronto la puerta se abrió violentamente. La guardia de gendarmes que custodia los tribunales escoltaba la llegada del Juez y más atrás traían a Ladislao quien venía esposado a declarar al tribunal. Más atrás ingresó Hortensia Galleguillos, dueña de “La Natalia” acompañada de uno de sus hijos. A su vez, funcionarios del tribunal incluidos abogados y actuarios se ubicaron frente al estrado

para

escuchar

los

detalles

de

la

comparecencia. El Juez, un hombre alto y de gruesa contextura, no tenía ninguna expresión en su cara. Su vista sólo se fijó en los documentos que leía desde su escritorio en el estrado. Cada cierto rato, y en silencio, miraba a la sala como queriendo evaluar la cantidad de personas que le acompañaban. Tras unos minutos comienza su discurso diciendo: -Don Ladislao del Carmen Marín Luco RUN 2.851.5454, 47años, domiciliado en Inca de Oro, casado, de

178


profesión pirquinero, es acusado de usurpación del pedimento minero correspondiente a la mina “La Natalia” perteneciente al distrito “Las Guías de California” ubicado en las cercanías de Inca de Oro por la señora Hortensia Galleguillos Norambuena RUN 1.653.508-3, 54 años domiciliada en Inca de Oro, viuda y sin oficio. Señora Galleguillos, ¿este señor se tomó su propiedad sin autorización? -Señor Usía, este caballero me arrendó la propiedad y se cumplió el plazo. Aun así siguió trabajando y no me ha pagado arriendo por estar allá. Ha ganado mucha plata y no me ha dado nada. -¿Es verdad esa acusación señor Marín?- Preguntó con molestia el Juez a Ladislao. -Señor Usía, lo que la señora dice es falso. Nuestro contrato sigue vigente, y he pagado mensualmente el arriendo. Tengo toda la documentación de respaldo. -Yo

puedo

dar

fe

de

eso

señor

Magistrado-

Interrumpió el Jefe de plaza de Inca de oro que había ingresado minutos antes en la sala sin que nadie se

diera

cuenta-

Este

hombre

ha

pagado

religiosamente sus compromisos no sólo con esta señora si no con todos los que trabajan con él en el pueblo.

179


-¡Shhh! ¡Si ustedes son amigotes de tomas! ¡¿Cómo no lo va a defender?!-Interrumpió en voz alta la mujer que demandaba a Ladislao. -¡Cuide sus palabras señora!- Replicó enérgicamente el Juez y dirigiendo su vista a Ladislao preguntó- ¿Tiene como comprobar que es verdad lo que dice? -¡Sí señor Usía! Mi esposa está en la sala y me trajo todo lo necesario. La mujer dueña de la mina se desfiguró pues pensó que, como la mayoría de los pirquineros no lleva un orden en sus faenas y no cuentan con respaldos ni documentación financiera, Ladislao no contaría con qué defenderse. -¡Señora, por favor tráigame todos esos documentos!Dirigiéndose a Felisa en un tono adecuado pero no menos autoritario. -¡Usted es malo! ¿Por qué tiene preso a mi papito? ¡Suéltelo, no sea malo!- Dijo María en voz alta dirigiéndose al Juez. Un silencio sepulcral se apoderó de la sala en los tribunales, mientras las miradas se posaban en la máxima autoridad de la sala y su reacción el que, sin mirar a la niña, continúa su tarea para pronunciarse en el caso.

180


-Observando

detenidamente

los

antecedentes

presentados por el señor Marín Luco, decreto la libertad inmediata del acusado pues las acusaciones son

absolutamente

falsas.

Señor

Marín,

puede

interponer inmediatamente una demanda por daños y perjuicios en contra de la señora Galleguillos la que será tramitada inmediatamente por este tribunal. -Señor Usía, me abstengo de hacerlo. Esta señora debe aprender de alguna manera que las cosas se deben hacer de buena fe. Yo creo que quiere que le devuelva luego la mina para explotarla con su hijo que la acompaña. La cara de Hortensia se desfiguró pues no resultó lo que quería hacer, más aun cuando el Juez le aplicó una abultada multa por falso testimonio. -Señor Usía solo necesito terminar el contrato de arrendamiento en la fecha que corresponde para poder sacar a mi gente de la faena. -¡Señor Marín! Le concedo dos meses para salir del pedimento y queda libre de cancelar arriendo durante este tiempo, de esa forma podrá cobrarse de alguna manera de las molestias causadas por esta señora. Además, así su hija se dará cuenta de que no soy tan malo- Terminó el Magistrado esbozando una mueca como sonrisa, la que causó una carcajada en la

181


audiencia. De esta forma, Ladislao fue liberado reuniĂŠndose con Felisa y MarĂ­a quienes le esperaban en la entrada del tribunal para regresar a casa.

182


XV -¡Don Carlos!

¡Don Carlos! ¡Pregunta mi papá si

terminó de cargar el capacho con el metal!- Gritó Alfonso, uno de los hijos de Ladislao que apoyaba a su padre en las labores de cierre de La Natalia. - ¡Falta poco gancho! ¡Yo le aviso cuando esté listo! ¡Ha salido harto metal bonito y no podemos dejarlo acá! - ¡Apurémonos no más! No quiero que venga esta señora a molestar de nuevo- Interrumpió Ladislao mientras terminaba de guardar los barrenos32. Ese día, aun cuando faltaba más de un mes para que se cumpliera el plazo que había fijado el Juez para que salieran de la mina, Ladislao dejaba la faena para instalarse en otra que ya había arrendado pues quería sacarse de encima las ambiciones de la señora Hortensia.

Sus

hombres

ya

habían

armado

el

campamento en la otra mina y organizaban los detalles. Semanas antes habían salido a catear los alrededores

y

descubrieron

un

asomo

que,

aparentemente, tendría muy buena ley. Había que empezar

todo

de

nuevo,

instalando

peinecillo33,

tornos, preparando escalas y fortificaciones. 32

Broca de metal que se utiliza para perforar la roca.

33

Torre de extracción minera.

183


-¡Carlos! ¡Te dejé listas las velas para la tronadura! ¡Ponle el fulminante y le damos tiro! -¡Estoy listo! ¡FUEGO! ¡FUEGO! ¡FUEGO! Tras

este

aviso,

Carlos

detonó

una

carga

de

explosivos tan potente, que retumbó en todos lados. Todos los avances y vetas que estaban al descubierto (y ricas en metal) quedaron cubiertos de rocas y tierra sin valor: Nunca nadie volvió a dar con ella. Ladislao y sus hombres aterraron La Natalia, no sin antes hacerles prometer que ninguno se volvería a meter a ese lugar. Esa orden caló hondo en Alfonso pues nunca más volvió a pisar ese lugar, ni tampoco le dijo a nadie su real ubicación. Los trabajos de excavación de la nueva mina se extendieron más de la cuenta pues se encontraron con mucho estéril34 dificultando la tarea de extracción y retardando la primera remesa. Tal fue la extensión de los tiempos para echar a andar la faena que decidieron subir con todo y familia para optimizar el tiempo

y

apurar

la

producción.

Felisa

aceptó

instalarse junto a Ladislao en la mina mientras duraban las vacaciones de los niños y encargó a Elvira y Mercedes el funcionamiento de la pensión. Ellas ya conocían 34

cómo

distribuir

los

víveres

que

se

Roca sin mineral de cobre ni oro.

184


encargaban en “El Minero” y la verdura que llegaba todos los viernes desde la quinta del Pueblo San Fernando en las cercanías de Copiapó. Nunca se había instalado junto a Ladislao en la faena, y lo veía como una oportunidad de compartir con su esposo y los niños. De esta forma se fueron a vivir en uno de los campamentos que junto a sus hombres Ladislao había construido. Los días efectivamente fueron más productivos lo que se tradujo en tranquilidad y mayor avance en la mina. Poco a poco las familias se fueron acostumbrando al entorno y a vivir en el cerro alternando las tareas compartidas y los juegos. Los más grandes, ya ayudaban a Ladislao en algunas labores; las más grandes, ayudaban a Felisa en la cocina o en los quehaceres de la casa; los más pequeños, jugaban prácticamente todo el tiempo, siempre bajo la atenta mirada de alguno de sus padres o hermanos. Uno de esos días, María y Elisa estaban jugando cerca del campamento y de la mina. Se entretenían con unas viejas muñecas de trapo que llevaban para todos lados, intercambiándolas y hasta peleándose por ellas cuando una quería ser mamá de la otra. -¡Pásame la muñeca pequeña! Gritó María a Elisa que tenía en sus brazos la muñeca hace rato.

185


-¡No! ¡Yo la estaba ocupando! Contestó con autoridad Elisa a su hermana mientras se alejaba un poco más allá del campamento. Al ir caminando, escuchaba cómo María seguía vociferando a la distancia, sin darse cuenta que llegaba a uno de los piques cercanos que estaban

prohibidos

de

acercarse

por

expresas

órdenes de sus padres. La curiosidad fue más fuerte, pero no más que el golpe que sintió en su cabeza; un estruendo retumbó en sus oídos que agitó todos sus sesos mientras se nublaba su vista al tiempo que veía a su padre correr a sostenerla y a María que había arrojado la piedra que la había golpeado hasta dejarla inconsciente. -¡Elisa! ¡Elisa!- Escuchaba la pequeña a mucha distancia al tiempo que Felisa trataba de reanimarla colocando colonia en la nuca y en la nariz. -¡Elisa! ¡Elisa!- Le hablaba con ternura Ladislao para tratar de hacerla reaccionar -¡Despierte mi niña! ¡Mire que casi se cae al pique! ¡Menos mal que alcancé a afirmarla! -¡La niña se salvó porque Dios es grande no más!Replicó Felisa un poco más tranquila luego de controlar el susto. -¡Ya nos vamos a comer el gallito los dos! Amenazó Felisa mientras miraba a María que se asomaba

186


furtivamente en la entrada de la habitación del campamento. Tras esta casi trágica situación, Felisa y Ladislao decidieron regresar al pueblo con los niños ya que no estaban dispuestos a volver a vivir algo parecido entendiendo

que

habían

tenido

suerte.

Providencialmente ese mismo día los trabajos dieron sus frutos, pues tras puruñar 35 las muestras del metal que

habían

extraído,

calcularon

que

obtendrían

alrededor de 10 gramos por saco de extracción. La suerte nuevamente les sonreía; justo cuando creían que tras la partida de Felisa y los hijos de Ladislao tendrían un retraso en los trabajos, ahora podrían comenzar a extraer el mineral igual que antes, incluso con mayor ley que en la mina anterior. Ladislao estaba feliz. Su preocupación era entendible tras haber realizado una compra importante hace muy poco tiempo y los ahorros se habían distribuido entre el terreno que habían comprado y que administraba Egidio en el Pueblo San Fernando y el préstamo que le habían otorgado a Juana para iniciar el negocio en Calama. La incertidumbre de cómo mantener sus

35

Acción de calcular la ley del mineral de oro de manera artesanal utilizando la mitad de un cuerno de bovino, mineral pulverizado y agua.

187


negocios se disipaban con la ley que estaba dando este nuevo punto de extracción. La vida de la familia de Ladislao y Felisa continuó como de costumbre en el Pueblo. Los hijos más pequeños en la escuela, los mayores iniciando sus primeros trabajos. Belisario, el mayor, ya estaba postulando al cargo de chofer de la compañía Co Chatal. Había aprendido a conducir en uno de los camiones que traían los víveres al Minero y pudo sacar licencia de conducir en Chañaral puesto que había terminado la preparatoria satisfactoriamente. Por otro lado, Rosita y Teresita eran las manos derechas de Felisa en la pensión y le colaboraban con el mismo ahínco que Mercedes, Elvira, Gertrudis o Tina. Los más pequeños, Lalito y Patricio, hacían de las suyas entre la casa y la escuela con más de alguna travesura, aunque una en particular, tuvo una repercusión mayor a la que un niño pudiera imaginar. En las cercanías del pueblo, supuestamente fuera del alcance de los pequeños, se instalaron los estanques con el agua potable que se consumía diariamente. El calor de esta época del año hacía buscar cualquier alternativa para capear las altas temperaturas que debían soportar, sobretodo en el regreso a casa desde la escuela. Esa tarde, a Ladislao y a uno de sus compañeros, se les ocurrió la brillante idea de irse a bañar a los estanques, sin contar con que el guardia estaría

188


atento a la espera del camión que reabastecería el vital elemento. Al tratar de sortear la vigilancia, el guardia los sorprendió reprendiéndolos en términos muy

autoritarios

y

duros

llevándolo

incluso

a

propinarles un puntapié a cada uno. Esto provocó la ofuscación de los dos y una reacción inesperada de Ladislao que se zafó del guardia, trepó al estanque, se bañó en él y además aprovechó de orinar dentro en señal de rebeldía por el trato recibido por el encargado de salvaguardar las instalaciones. Esto motivó que llegaran los carabineros y detuvieran a los niños para llevarlos a sus casas denunciándolos a sus padres. Ese día fue inolvidable para Lalito. Aprendería la lección de manos de su mamá quien tras explicarle que eso no se hacía, lo llevó al baño donde tuvieron tiempo a solas tras el cual salió muy peinadito y ordenadito, con sus mejillas algo enrojecidas y sus ojos algo vidriosos de emoción. Aún así, su impetuosidad no se vio mermada, pues siguió su vida con muchas ideas ocurrentes que le llevaron a visitar varias veces el baño junto a Felisa. Las niñas más pequeñas, cuando podían cruzaban a la plaza que quedaba frente a la casa donde juagaban en los balancines, columpios, resbalines y escaños que estaban al servicio de los habitantes del pueblo. En ese espacio compartieron juegos aventuras, rondas e incluso la visita de un

189


pingüino. ¡Sí! En medio del desierto un pingüino se paseaba por la plaza del pueblo causando el alboroto entre los niños que lo seguían en fila india perfecta, incluso cantándole a coro una improvisada canción: -¡UN PINGÜINO SE PASEA, POR LA CALLE Y LA VEREDA! -¡UN PINGÜINO SE PASEA, POR LA CALLE Y LA VEREDA! Pronto, la comunidad sorprendida por aquel curioso animalito se enteró que el señor que cada cierto tiempo traía pescados y mariscos para vender, había traído al animal como una forma de llamar la atención de la comunidad y así aumentar sus ventas, sin darse cuenta que se le había escapado tratando encontrar algo de sombra en los árboles de la plaza.

190


XVI -¡¿QUIÉN ESTÁ EN EL PEINECILLO?! Gritó Ladislao desde el pique de la mina, que pese a sólo tener unos pocos metros, evidenciaba una pujante producción. -¡¿QUIÉN ESTÁ EN EL PEINECILLO?!- Volvió a preguntar sin encontrar respuesta a su pregunta. –Voy a tener que salir a buscar guías y fulminantes para el tiro- Se respondía Ladislao al tiempo que coordinaba sus movimientos para salir del pique. –Podrían avisar para saber y así no hacer el loco gritando como tonto uno para fuera- seguía vociferando en voz alta. -¡¿Qué necesita Jefe?!- Contestó Arturo, que agitado se incorporaba al peinecillo. -¡¿A dónde andaban?!- Preguntó Ladislao aun dentro del pique. -¡Estábamos harneando el metal de la cancha para la remesa!- Contestó el hombre. –Desde allá lo escuché y vine a ayudarle. ¡Dígame! -¡Páseme las guías y el fulminante que están en la caja del ruco para tronar el frente! ¡Está muy duro el cerro! ¡No avancé casi nada!- Dijo en tono de desahogo. -¡Claro! Se los traigo al tiro.

191


Tras esa indicación Ladislao se sentó a descansar un momento. Se enjugó los labios con algo de agua e hizo gárgaras

para

sacarse

la

tierra

de

la

boca.

Curiosamente sus pensamientos de ese instante se detuvieron en su familia; en cómo habían consolidado sus vidas; en sus hijos; en Teresita y la relación que había surgido entre ella y Felisa; en sus padres y hermanos; en toda su vida. Sólo fue interrumpido cuando Arturo le grita avisando que había llegado con sus requerimientos. -¡Aquí están las guías y el fulminante! ¿Va a tronar ahora? -¡Sí!-Respondió disfrute

36

Ladislao

-Quiero

dejar

listo

el

para sacarlo mañana.

-¡Voy a avisarle a los otros para que tengan cuidado! Tras esto, Ladislao preparó los tiros de explosivos como de costumbre. Con extremo cuidado se preocupó de cada detalle hasta encender la guía que detonaría el frente sin darse cuenta que había equivocado el largo. Una vez encendida la guía, no alcanzó a llegar a resguardo y fue impactado violentamente por la tronadura

dejándolo

muy

mal

herido.

Tras

la

36

Mineral que queda en el suelo de la mina tras la tronadura y que luego se lleva a la superficie para seleccionarlo.

192


explosión, sólo se escuchó un fuerte y breve gemido de dolor lo que hizo que sus hombres bajaran a socorrerlo encontrándose con una escena bastante fuerte pues su jefe estaba cubierto en sangre y con fragmentos de roca que se confundían con la piel. Inconsciente y sin reacción, pensaron que había muerto pues nadie escapaba con vida a un tiro tan cerca. Carlos, que no dudó en acercarse para socorrerlo, se dio cuenta que aun respiraba. -¡ESTÁ

VIVO!

¡ESTÁ

VIVO!

–Repitió

emocionadamente. -¡AYÚDENME A SACARLO! Tras esta orden, los tres sacaron a Ladislao ante la mirada atónita de cada uno. Sus quejidos evidenciaban un daño importante en el tórax, brazos y una de sus piernas. Era evidente la pérdida paulatina de su respiración lo que se tradujo en un deterioro que avanzaba rápidamente y que obligó a llevarlo con urgencia al pueblo para prestarle ayuda médica. Las sirenas del pueblo no tardaron en sonar, pues uno de los choferes que venía bajando de Las Guías había alertado a los Bomberos y a Carabineros de un accidente que había ocurrido en una tronadura. -¿Qué habrá pasado?- Se preguntó Felisa mientras se dirigía a la cocina desde el comedor. -¡Tina! ¿Qué habrá pasado? ¡Las sirenas suenan mucho!

193


-¡Yo que sé! ¡Como si una estuviera siempre enterada de todo!- Refunfuñaba en su tono habitual. En ese instante, sintieron golpes incesantes en la puerta que advertía la urgencia de quien llamaba. Algo en el interior de Felisa le inquietó al escuchar la puerta, más cuando la silueta de un uniformado le avisaba del accidente que había sufrido su esposo y de lo mal que se encontraba, mientras Tina se arrepentía de las palabras que había dicho y de su falta de empatía. Todo el mundo se deshizo bajo los pies de Felisa, como si de pronto se sintiera caer al vacío sin control solo atinando a sacarse el delantal y caminar rápidamente al hospital. Una vez ahí, y tras enterarse de la gravedad de las lesiones, sólo se dedicó a rezar y no se movió de la sala de espera hasta que le dieran noticias de su esposo. Sabía que sus hijos estaban a resguardo pues Tina se encargaría de avisarles a Mercedes, Gertrudis y Elvira en quienes confiaba todo, mientras que sus pensamientos estaban en todo lo que habían vivido juntos y cómo habían construido su familia. La soledad de la sala de espera se diluyó cuando se dio cuenta de que no estaba sola; no advirtió cuando una joven de estatura mediana, de facciones delicadas y mirada angelical se había sentado en uno de los

194


sillones de la sala. Su respiración se aceleró cuando su compañía le dijo: -¡Aprendiste a escuchar tu corazón! ¡Sabes lo que debes hacer con tu marido la que sin duda será una buena decisión! ¡Nuestro secreto seguirá muy bien guardado! Mientras la escuchaba, su corazón seguía a mil más aún cuando observó sus pies descalzos, los mismos que años atrás en el cerro cercano a la casa de su padre, le habían vaticinado este encuentro. Al terminar de desaparecer el eco de sus palabras, la puerta de la sala de espera se abrió dejando ver al médico de turno quien traía noticias de Ladislao. -¿Usted es familiar

del señor

Ladislao

Marín?

Preguntó el joven médico a Felisa. -Sí. Yo soy su esposa- respondió Felisa con una temblorosa voz. -Logramos detener las hemorragias internas que sufrió en el tórax producto de la explosión, pero va a tener una larga recuperación y va a requerir apoyo kinesiológico

y

curaciones

constantes.

Debe

permanecer en el hospital por tres días y luego se irá a casa con reposo absoluto. -¿Puedo pasar a verlo?- Preguntó tímidamente Felisa.

195


-¡Claro! Pero sólo unos momentos. Aún está algo sedado y necesita descansar. Mientras seguía al médico hacia el interior de las salas, giró su cabeza buscando a la joven que la había acompañado en su espera quien tras hacer contacto visual con Felisa, se puso de pie y desapareció cruzando la puerta. Ladislao yacía casi inerte sobre la cama de la sala común que lo cobijaba. De las seis camas que albergaba sólo la de él y otra más estaban ocupadas. Su compañero, había sufrido una amputación de una de sus piernas tras caerle un planchón justo después de una tronadura en una de las faenas de La Isla; estaba vivo sólo porque Dios es grande. Felisa se acercó al costado de la cama de su esposo tomando su mano; en este gesto agradecía a Dios por tenerlo aun a su lado al tiempo que ofrecía una oración de gracias. Al observarlo con detención, reparó en lo hinchado de sus ojos, las magulladuras de su cara y los vendajes que cubrían parte de su abdomen: realmente había sido un milagro. En su lecho, le prometió que estaría a su lado hasta que se mejorara porque lo necesitaba para sacar adelante la familia que habían construido.

Luego

de

unos

minutos,

lo

besó

suavemente y se fue a la casa a organizar todo para esperar que le dieran el alta para cuidarlo. Mercedes,

196


que tenía experiencia en curaciones caseras, le recomendó que recolectara hierbas que le ayudarían a cicatrizar, sacar moretones y otras para preparar ungüentos

para

movimiento

a

aliviar aquellas

el

dolor

partes

y

retornar

del

cuerpo

el que

estuvieran magulladas. Espuela de galán, toronjil cuyano, pingo pingo, enjundia de

gallina,

entre

otros

menjunjes,

fueron

recolectados por las mujeres de la casa y que, dispuestos para ser utilizados en la recuperación de Ladislao, pusieron a disposición de Felisa con el compromiso

de

reponerlos

a

medida

que

se

necesitaran. Los hijos del matrimonio, estaban muy preocupados por su padre, pero atentos a poder ayudar, a cuidarlo, a estar cerca de él. Los empleados de la mina, continuaron trabajando con más ganas que nunca, pues veían la oportunidad de agradecer la confianza y apoyo que Marinsito les había dado cuando llegaron de las calicheras. Cada remesa que bajaban la ingresaban a la agencia de compra y, sagradamente, entregaban los pagos a Felisa para que ella pudiera distribuir las ganancias. Este acto era una muestra de lealtad absoluta hacia quienes les habían tendido la mano

durante

todo

este

tiempo

y

que

ahora

necesitaban de apoyo en este difícil momento.

197


-¿Cómo

sigue

Ladislao?-

Preguntó

Elvira

muy

preocupada. -¡Mejor!- Contestó Felisa. -¡Comadrita! ¡Cuente conmigo para lo que necesite! ¡Ladislao me salvó la vida cuando me llevó moribunda al hospital! ¿Se acuerda? Los ojos de Elvira se llenaron de lágrimas recordando la suerte que tuvo gracias a la ayuda que Ladislao le había brindado mientras se quebraba su voz al hablar con Felisa. -¡Tranquila comadre! Ladislao estará bien. Hoy iré a buscarlo al hospital. Acá en la casa se recuperará muy pronto. Ese día fue muy agitado en la casa de los Marín Plaza. Mientras Felisa estaba en el hospital recibiendo el alta de Ladislao, Mercedes, Gertrudis y Elvira atendían los constantes requerimientos de la pensión que ese día se habían triplicado. Desde el desayuno al almuerzo los clientes no paraban y la cocina estaba funcionando a máxima capacidad; los hijos del matrimonio, encabezados por Rosita y Teresita, se dirigieron a la escuela con normalidad pero ansiosos por recibir a su padre que llegaría del hospital; Belisario, apoyaba con los víveres que había que retirar desde “El Minero” igual que las verduras que

198


llegaban desde el Pueblo San Fernando. Todos, de una u otra forma, ayudaban a que ese día fuera especial para recibir a Ladislao. -¡AHÍ

VIENE

LA

AMBULANCIA!

¡VIENE

LA

AMBULANCIAAAAAAAAA! Los gritos estridentes se escuchaban desde afuera de la casa, acercándose desde la esquina su oriente y aumentaban en intensidad. -¡LA AMBULANCIA TRAE A MI PAPITO! ¡ROSITA! ¡TERESITA! ¡LA AMBULANCIA TRAE A MI PAPITO! Al tiempo de proferir esos gritos entró corriendo María al comedor de la casa. Venía sudada y sonrojada por el esfuerzo de venir corriendo desde la escuela a la casa, pues sabía que su papá llegaría a la casa. Fue la primera en llegar a la casa, seguida por Elisa que venía tras sus pasos igual de agitada; luego, Gina, Aurora y Olga; por último, Ladislao Segundo y Patricio, que siendo los más pequeños poco entendían lo que pasaba aun cuando Alfonso trataba de explicarles lo que pasaba mientras los traía de la mano. La ambulancia se estacionó fuera de la casa. Su motor petrolero la hacía más bulliciosa que la misma sirena que tenía como equipamiento, lo que causó que toda la cuadra se asomara a ver qué pasaba. Rápidamente el

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paramédico y el chofer se bajaron para abrir la puerta trasera y así bajar a Ladislao que venía acompañado de Felisa. Con mucho cuidado el chofer tomó la camilla por los pies jalándola hasta dejar el espacio suficiente para que su compañero accionara las patas con ruegas que se desprendieron desde abajo lo que permitió deslizarla con facilidad hasta la habitación todo seguido expectantemente por el improvisado público que se reunió alrededor de la casa. Sus hijos, en perfecta fila india les recibieron como un

improvisado

comité

de

bienvenida

dejando

entrever una sonrisa de alegría por ver a su papá de regreso en casa. Elvira, evidentemente emocionada se acercó a la camilla de Ladislao para recibirlo: -¡Gracias a Dios ya estás con nosotras de nuevo! ¡Le rogamos a Dios por tu salud y nos ha escuchado! Como llanto solidario, las hijas de Ladislao se emocionaron instantáneamente, más aun cuando su padre les dijo: -¡¿Dónde están mis perritos hambrientos?! ¡Ya me voy a mejorar mis niñitos y vamos a jugar de nuevo! -¡SHISH! ¡TIENE QUE MEJORARSE PRIMERO POH! ¡MIRE QUE CON EL SUSTITO QUE NOS DIO,

200


PENSAMOS QUE SE IBA PARA EL PATIO DE LOS CALLAOS! -¡YA PO TINA! ¡UBÍCATE! Replicó Mercedes al desubicado comentario de Tina, mientras todos trataban de contener la risa por la situación que nuevamente había suscitado Tina con su intervención. Elisa fue la primera en acercarse a abrazarlo seguida de María, Gina y Aurora. Las cuatro eran muy cercanas a él, no porque las otras no lo fueran, sólo existía una afinidad natural que se evidenció en ese movimiento reflejo que las llevó a abalanzarse sobre la camilla que traía a su padre de regreso a la casa. Era extraño para ellas, y todos sus hijos, verlo en ese estado pues siempre estaba activo, lleno de energía, sin cansancio aparente y dispuesto para jugar con ellos. Una vez en la pieza, y habiéndolo dejado en su cama, el paramédico y el chofer de la ambulancia se retiraron y dejaron a Felisa con su esposo para que terminara de acomodarlo. Cada movimiento causaba quejidos contenidos en Ladislao que todavía tenía fuertes dolores producto de sus lesiones. Una vez que ajustó

sus

almohadas

y

dispuso

de

frazadas

adecuadas, se dirigió a la cocina y le trajo un caldo de gallina que habían preparado especialmente para él. Se reclinó suavemente en su lecho, y cogiendo la

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cuchara, bebió y disfrutó con delicadeza cada sorbo pues su sabor y aroma daban cuenta que había sido preparado

con

evidentes

muestras

de

amor

y

esperanzas de recuperación. Añoraba una comida de casa y esa sopa era perfecta para el primer día junto a su familia después del accidente y su estadía en el hospital.

202


XVII -Hojas de matico, semillas de maravilla, hojas de llantén, aceite…- Hablaba Rosita para sí en voz alta tras seguir las instrucciones para recolectar los ingredientes de la pomada de cicatrización que Felisa estaba preparando -¡ESTÁN TODAS LAS COSAS! -¡Voy para allá! Contestó Felisa desde la habitación dirigiéndose a la cocina –Le ha hecho muy bien esta pomada a su papá. Los dolores han disminuido, pero está muy desanimado, ni las visitas de Pedro y Arturo le subieron mucho el ánimo. -Mamá: Yo creo que está asustado; a lo mejor piensa que no será el de antes; se ha demorado harto en recuperarse, más de lo que él creía. Felisa escuchaba atentamente a su hija mientras cortaba en trozos pequeños las hojas de las hierbas que le habían traído y molía las semillas para dejarlas macerando en aceite dentro de un frasco de vidrio – ¡Tienes razón! A lo mejor se siente desesperanzado con miedo de no poder hacer sus cosas de nuevo. Voy a hablar con él pues debe cambiar de actitud; la cama se lleva a la gente. -¡Sí mamita! Una debe darse ánimo para salir adelante. Fíjese que aun cuando me ha dolido la harto la cabeza

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estos días igual me he dado ánimo para salir adelante y apoyar al papá en lo que necesite para salir adelante. -¿Desde cuándo le duele la cabeza mijita? ¡Tiene que avisar esas cosas! Tómese una agüita de menta con sauce. Doña Juana dice que es muy buena para esos dolores. Y no se olvide de decirme cómo se va sintiendo. -Bueno mamita. En todo caso, no se preocupe, estas cosas se pasan solas. Ya han transcurrido dos meses de rehabilitación dolorosísima para Ladislao, sobre todo en el codo que sufrió el primer golpe de la caída tras la explosión en la mina. Aun queda mucho rato para que vuelva a estar en un 100%, más si se considera la dedicación que Felisa pone en su tarea de enfermera de cabecera. Cada

preparación,

administra

lo

hace

pomadas con

y

tanta

masajes

que

naturalidad

le que

cualquiera pensaría que es experta en la materia, pero no es así pues solo actúa instintivamente, como si tuviera un don que actuara por ella en cada tratamiento. Los miedos de Ladislao se centran en el no poder moverse, sobretodo cuando le dijeron que no podía apoyar la pierna en lo absoluto hasta dentro de mes y medio.

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-¿Cómo quedaré?- Preguntó a su esposa desde su lecho. -Sabes que soy una persona muy activa que no paro de trabajar, que juego con los niños en casa y tengo miedo a que me quede la pierna coja o que el brazo se me quede rígido y con limitaciones. -El practicante dice que todo va muy bien. Lo que pasa es que eres muy impaciente. Estas conversaciones eran muy habituales, aun cuando la recuperación de Ladislao se iba dando poco a poco pero continuamente. Esta demora fue repercutiendo en él, pese a los esfuerzos de su familia, pero ya no fue el mismo de antes. Su entusiasmo y confianza se fueron disminuyendo por el miedo a lastimarse nuevamente pues los dolores seguían siendo muy fuertes en sus piernas y en uno de sus brazos. Poco a poco fue tomando sus actividades alternándolas con las friegas y remedios que Felisa le propinaba diariamente. La agencia compradora de metales, las compras de víveres en El Minero, uno que otro viaje en el que acompañaba a Belisario, en fin, tratando de retomar su vida de antes. La mina fue la última en visitar y frecuentar pues aun tenía en su cabeza el recuerdo de la explosión de ese día, pese a que sus hombres le daban el apoyo y confianza que necesitaba para continuar. De esta forma permanecía medio día

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en la faena apoyando las tareas de harneado y selección del metal y luego bajaba a la casa a continuar con su tratamiento donde pacientemente esperaba su total recuperación. -¡Chatita! ¡Chatita! ¿Dónde están? Como nadie me va a escuchar ¡Mercedes, Gertrudis, Tina, Elvira! Los gritos de Juana se escuchaban en toda la residencial desde el comedor que fue el lugar por donde entró, hasta la habitación donde Felisa estaba preparando las friegas que debía aplicar a Ladislao en un rato. -¿Qué le pasó a Lalito? ¡Me enteré por Arnoldo que se accidentó en la mina!- Preguntó Juana a Felisa una vez que sus rápidos pasos la llevaron hasta el dormitorio. -¡Qué alegría verla!- Dijo Felisa con una pizca de sarcasmo, pues mal que mal no se veían hace meses y poco y nada de contacto habían tenido en ese tiempo¿Cómo está? -Tiene razón Chatita. Muy bien gracias a Dios, pero asustada por Lalito. Cuénteme ¿Qué le pasó? -La verdad, se escapó sólo porque Dios es grande. Ambas se dieron tiempo para conversar, inicialmente del accidente de Ladislao, y luego de todo lo que cada

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una había realizado. Obviamente, los negocios de Juana y su incontinencia verbal le hicieron relatar con lujo de detalles el cómo iban los supermercados en Calama y de cómo iban preparando el camino para la llegada de ellos allá. Obviamente, Felisa y su esposo no tenían la intención de alejarse del pueblo pero veían como una inversión futura la oportunidad que Juana les dio al financiarla con el capital inicial de esos negocios. Hablaron de la Quinta del Pueblo San Fernando y de cómo se estaba autosustentando, permitiendo

incluso

proveer

de

las

verduras

necesarias en la pensión. Mientras conversaban, en una interacción que les llevó hasta la cocina de la casa a tomarse un agua de hierbas de esas que Felisa cultivaba en su jardín y que olían maravillosamente una vez que se les echaba agua hirviendo encima, desde el comedor entró Ladislao. Al ver a Juana, se abalanzó sobre ella abrazándola con fuerza al tiempo que se emocionaba por el gesto que significaba el venir a verlo. Juana reparó en la tristeza que veía en Ladislao. Ella lo conocía muy bien, y a través de sus verdes ojos, sabía que ya no era el mismo y se encargó de levantarle el ánimo reprochándole esa conducta y devolverle la confianza perdida. Pidió a Felisa que los dejara solos y así poder conversar con él.

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-Cuando yo lo conocí, me llamó la atención su esfuerzo, sus ganas de ser algo en la vida. Eso permitió que pudiera independizarse y tener su propia mina y mejorar la vida de mi Chatita. Por eso insistí tanto en que se casaran ¿O no?- dejando implícita la coartada que

habían

ideado

para

dejar

fuera

al

otro

pretendiente de Felisa. -¡No quiero que se vaya para abajo! ¡Menos que se quede como uno más del montón! ¿Me escuchó? Ladislao asentía con la cabeza todo lo que Juana le decía, mal que mal, era como su madre pues lo había aconsejado desde que lo conoció. Se propuso volver a ser el de antes y se dedicó a su rehabilitación con más ganas que nunca. Era evidente la influencia que Juana tenía sobre él y su visita permitió que se esforzara en recuperarse, dejando de lado los miedos que le impedían acelerar la recuperación, y con ello, dar tranquilidad a sus hijos que le veían cada vez más deprimido. Juana se quedó por tres días, los mismos que demoraba Arnoldo en regresar desde La Calera en el tren, aprovechando de conversar y organizar la llegada de Ladislao y su familia a Calama, aun cuando ninguno estaba convencido de irse de Inca de Oro. Finalmente, tras convencerles de lo conveniente que era educar a los hijos, les convenció de enviar a

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estudiar allá a dos de sus hijas: Elisa y María quienes, entusiasmadas por viajar y conocer otros lugares, aceptaron ir sin ningún obstáculo, y para ello, abordarían el tren junto a Juana y se instalarían en Calama a estudiar.

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XVIII El vaivén del ferrocarril hizo que la cabeza de Juana golpeara el vidrio de la ventana, que producto del cansancio, ni siquiera se quejó. El fuerte estruendo despertó a María quien se había venido casi todo el viaje despierta, pues en una pequeña libreta de apuntes, registró el nombre de todas las estaciones en las que el tren se detuvo. Nombres como Chiu – Chiu, Toconao, Sierra Gorda, llamaron su atención: nunca los había escuchado y con la novedad de este viaje quería conocer y aprender mucho. En las clases con

la

señora

Emperatriz

siempre

le

habían

interesado los distintos paisajes que tenía el país y cómo los describía diciendo que era una larga y angosta faja de tierra que se extendía de Norte a Sur apretado por la Cordillera de Los Andes y el Océano Pacífico; que comenzaba con el Desierto de Atacama y terminaba en el Territorio Antártico. -¡Elisa, Elisa! ¡Despierta! Parece que llegamos. No había terminado de pronunciar esa frase cuando el inspector anunciaba el arribo a Calama, al tiempo que Juana despertaba aparatosamente apurando la bajada de las niñas con su equipaje.

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-¡Ya pue niñitas! ¡Apúrense! ¡Tomen sus cosas y síganme!

Arnoldo

debe

estar

en

el

andén

esperándonos. Las dos niñas, desconcertadas por el movimiento de personas en la estación, trataban de seguir el paso de Juana el que hasta para un adulto resultaba una tarea casi imposible. Les llamó la atención el parecido con la estación de Pueblo Hundido y Chañaral debido a los llamativos colores que adornaban sus dependencias, los carros con metal que venían desde la producción minera y la gran cantidad de mineros que iban y venían hacia Chuquicamata, la nueva gran mina de cobre que se

estaba

explotando

y

que

daba

un

pujante

desarrollo a la ciudad. Tras encontrarse con Arnoldo, las tres se dirigieron a la casa que estaba muy cerca del centro, en la calle Vargas entre Latorre y Balmaceda muy cerca del negocio que habían levantado: “Supermercado El Regulador”. Era indudable el talento que Juana tenía para los negocios pues, en muy poco tiempo, pudo levantar un exitoso almacén que tenía de todo para atender a la cada vez más demandante clientela que buscaba comprar diversos artículos que iban desde los víveres, hasta ropa de cama; frutas o verduras hasta menaje y herramientas domésticas. Había contratado a tres jovencitas que apoyaban la venta y atendían las

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cajas en un incesante ir y venir de personas que inundaban las céntricas calles de la ciudad. Muy pronto Elisa y María se hicieron parte del funcionamiento del negocio alternando las clases del colegio particular al que asistían y el trabajo del negocio que empezaba por la tarde después del almuerzo. Elisa disfrutaba el trabajo en la caja y María se encargaba de realizar los depósitos con las ganancias del día anterior. Ambas se organizaban para cumplir eficientemente las tareas de la escuela y sus funciones en el local aun cuando era bastante el trabajo que a las dos les correspondía. Lo bueno era que al llegar a la casa, solo se dedicaban a descansar y organizar

el

día

siguiente

pues

Juana

había

contratado a una persona que se encargaba de los quehaceres y de atenderles al término de la jornada en una vida muy distinta a la que habían llevado en Inca de Oro, aunque no exenta de problemas. La fortuna que Juana había podido generar, también la fueron transformando en una mujer desconfiada a tal punto que colocaba sus pertenencias por encima de cualquier cosa, personalidad que las niñas no le habían visto nunca y que con el tiempo deteriorarían su relación. -¡Han pasado más de dos meses que mis niñas no están! ¡Las extraño tanto!

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-¡Tranquilo! Están con doña Juana ¿Qué les puede pasar? -Es que nunca nos habíamos separado de ninguno. Hasta Belisario que está grande sigue con nosotros. -Ya pues Ladislao, ¿Qué van a pensar los niños si te escuchan hablar así? Además, Belisario ya tiene su vida resuelta y su relación con Teresa es bastante seria. -¡Tiene razón mi Chatita, tiene razón! Contestó Ladislao mientras se sobaba el pecho. -¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? -No, sólo una molestia, la de siempre. Debe ser la pena. -Ven y tómate una taza de tilo, eso te calmará un poco. Mientras vertía agua hirviendo sobre las hojas de tilo que había puesto en la taza, Felisa comenzó a pensar en sus hijas, en cómo habría sido su adaptación en Calama con Juana y se decidió a escribir para saber de ellas. Puso la taza frente a Ladislao y fue en busca de lápiz y papel, y por cada sorbete que él daba a la taza, ella hilaba las ideas que daban forma a una carta que enviaría a sus hijas en Calama:

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“Querida Juana: Esperando se encuentre bien junto a su familia y mis niñas, le escribo estas líneas para contarle que las extrañamos mucho. Como sabe, nunca nos habíamos separado y estos meses han sido difíciles para nosotros incluso Ladislao, ha sentido molestias en el pecho por la pena. Sabemos que las vacaciones de invierno serán pronto y queremos que las manden para reencontrarnos con ellas y pasar algo de tiempo todos juntos. Agradecemos sus atenciones y la oportunidad que les han dado para educarse. Envíeles nuestros cariños a ellas y su familia, atentamente Felisa”. -¡Que escribe lindo mi mamita! Exclamó María después de escuchar a Juana leer la carta. -En dos meses salimos de vacaciones y vamos a ir a nuestra casa. -¡Falta mucho para eso!-Interrumpió Juana–Primero hay que terminar las clases para recién pensar en viajar. ¡Ya! ¡A acostarse! Mañana es otro día y hay mucho que hacer. Entre la escuela y el negocio el tiempo pasó muy rápido, ni siquiera la ansiedad que tenían por volver a

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casa a ver a sus padres y hermanos logró retardar el tiempo,

y

sin

casi

darse

cuenta

ya

estaban

embarcadas en el ferrocarril que las llevaría a pasar sus vacaciones en casa. La sensación del viaje fue bastante más larga haciendo la espera interminable, sobretodo en el tramo entre las estaciones de Chañarcito y del pueblo. -¡Ahí viene el tren! ¡Ahí viene el tren!- Se escuchó gritar a Tina con su estridencia de siempre. La primera cara conocida que divisaron entre los pasajeros que descendían era la de Arnoldo que se tomó la molestia de bajar a las niñas junto a su equipaje asegurándose que llegaran a resguardo a la estación. Tina estaba acompañando a Ladislao quien junto a Teresita y Rosita habían llegado a recibir a sus hermanas. El abrazo de bienvenida fue muy intenso y emotivo, en una escena que retrató en la memoria de cada una de las niñas un abrazo estrecho y cargado de nostalgia entre las dos hijas que llegaban desde lejos a reencontrarse con un padre que las había extrañado mucho en su ausencia. En la casa las esperaban sus otros hermanos y Felisa quien les había preparado un almuerzo de bienvenida con todos aquellos sabores que tanto extrañaban. -¡Llegaron! ¡Llegaron!- Gritó Belisario

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Al verlas entrar, todos los hermanos se abalanzaron sobre

las

niñas

abrazándolas,

besándolas

en

interminables muestras de cariño que sólo fueron interrumpidas cuando Felisa se acercó a saludarlas. Ese abrazo fue inolvidable para las tres pues materializó la nostalgia que cada una sentía al haberse alejado de casa. Durante el almuerzo Elisa y María contaron todo lo que habían hecho en estos meses, relatándoles con lujo de detalles su vida en Calama; en la escuela y sus nuevos amigos y amigas; en el negocio y cómo ayudaba cada una; en la vida junto a Juana y su familia. Tras este reencuentro, Felisa se dio cuenta lo bien que les había sentado a las niñas la oportunidad de estudiar

fuera del pueblo pues se apreciaba su

desplante

en

entablaba

mientras

las

conversaciones relataban

que

sus

cada

una

experiencias.

Ladislao también lo advertía, por lo que no fue necesario discutir al respecto para que volvieran a Calama una vez terminadas las vacaciones. -¡Teresita! ¡Teresita! ¿Dónde está Rosita? -¡En su pieza mamita!, ¡Hoy no se sentía muy bien y se quedó acostada hasta más tarde! Apurando el paso, Felisa se enfiló hacia la habitación dándose cuenta del estado de Rosita. Si bien siempre

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había sido delgada, y debido a la pulcritud de la relación que tenían, nadie se había percatado de la delgadez excesiva que había adoptado su cuerpo considerando que a la vista al menos había perdido más de 5 kilos. Al palparla en la frente, se pudo dar cuenta de lo afiebrada que se encontraba y de las alteraciones que su piel presentaba: ictericia y enrojecimiento desde el cuello hacia abajo; muestras de rasguños por la picazón y un inusitado crecimiento del pelo de los brazos y piernas. -¡¿Desde cuándo está así hija?!-Preguntó Felisa con notoria preocupación. -Desde algunas semanas mamita-Contestó Rosita con voz cansada y entrecortada por las flemas de su garganta. -¡Teresita! ¡Prepare un bolso con ropa para Rosita y dígale a Ginita que llame a su papá! ¡Nos vamos al médico! Rápidamente Rosita fue trasladada al médico quien descubrió otros signos que evidenciaban un delicado estado de salud: pequeñas manchas blancas en su boca y algunas durezas en las zonas cercanas a sus brazos. Tras ser auscultada en el pecho y espalda se evidenciaron cantidades de flemas en la respiración

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que le llevaban a toser con dolor que obligaron al médico a dejarla en observación. El médico, antes de que Ladislao y Felisa salieran de la sala de atención les mencionó que había detectado unas masas abultadas debajo de la piel de los lados del cuello, arriba de la clavícula, debajo de los brazos y en la región de la ingle que, junto a la debilidad que se evidenciaba y la falta de apetito que explicaba la baja de peso, no eran buenos para el pronóstico de Rosita. El miedo se apoderó de la pareja; ambos se miraron a los ojos leyendo el diagnóstico implícito que el médico les había dado pues sin decirlo, les había dado a entender que debían prepararse para lo peor. Teresita y Gina, al ver la cara de sus padres, supieron que algo andaba mal y se acercaron discretamente a Felisa para enterarse de lo que había dicho el médico y del por qué Rosita no venía con ellos de regreso. Sólo escucharon un comentario tranquilizador: -¡La dejaron para que repose y descanse! ¡Le darán algo de sal inglesa y volverá a la casa! -¡Elvira, Mercedes! ¿Pueden venir por favor? -¿Dónde estás?-Preguntaron a coro las dos. -¡En la pieza!-Contestó.

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Las niñas, no conformes con la respuesta de su madre se acercaron sigilosamente a la puerta de la pieza para escuchar la conversación. Más se alarmaron al escuchar el llanto de Felisa que no le dejaba hilar una conversación que sólo se redujo en una frase: “Debemos prepararnos para lo peor”. Las dos niñas quedaron impávidas después de escuchar a su madre e inconteniblemente soltaron su llanto, tras el cual Mercedes

abre

la

puerta

descubriéndolas

casi

inmóviles tras la noticia que habían escuchado. Instintivamente Teresita se abalanzó sobre Felisa quien la contuvo sin desmentir nada; sabía que ambas tenían un vínculo muy estrecho desde que se habían conocido en Pintacura. Gina se sumó a la escena abrazándolas tiernamente y conteniéndolas a las dos en esa muestra de cariño. Simultáneamente Elvira y Mercedes, en llanto solidario, se sumaron al abrazo colectivo que se tradujo en un proceso de resignación que tuvo como desenlace, dos semanas después, la muerte de Rosita. La columna de personas que se divisó desde el cementerio rumbo al pueblo era enorme, pues el cariño que habían sentido en todos estos años se materializó

en

los

cientos

de

personas

que

acompañaron a la familia de Ladislao y Felisa a despedir a Rosita. Ladislao estaba deshecho; su rostro evidenciaba el dolor de la partida de su niña, su

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mirada perdida en la nada dejaba entrever un abismo de tristeza y vacío que sólo apaciguó en un rincón del primer bar que vio abierto al llegar al pueblo. Felisa, sin siquiera reparar en su marido, se dirigió por inercia a su casa y retomó sus tareas para cumplir con la

pensión

y

la

demanda

de

sus

pensionistas.

Mercedes, Gertrudis, Elvira y Tina hicieron lo propio y solidarizando con ella, retomaron igualmente sus labores. Cada uno de los hijos del matrimonio, guiados por Gina y Teresita, asumieron el mismo rol para acompañar a sus padres en la triste tarea de despedir a Rosita que inexplicablemente se había ido de este mundo. Sólo la impertinencia de Tina se materializaba en sus pensamientos que en voz alta vociferaba tratando de explicar lo inexplicable: -¡Yo les dije que esa carne tenía algo malo! Felisa la guardó en el horno ¡sin nada! ¡Cuando Ladislao la sacó estaba llena de gusanos! Asustado fue a buscarnos adentro y cuando llegamos, estaba sin nada. ¡Se la comió igual! ¡Sí, se la comió y le convidó un pedacito a la Rosita! -¡Cállate Tina! ¡¿Cómo dices tantas cosas sin medirte?! ¡Están los niños escuchándote! Le replicó Elvira en un tono de melancolía, pero sin siquiera desmentirla. Pasada una semana, Elisa y María abordaban el tren de regreso a Calama, sus vacaciones terminaban con el

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dolor de la pérdida de su hermana, pero con la convicción de ir a estudiar para ayudar en su casa a sus padres y hermanos. En la estación las esperaba Juana. De luto perfecto no dudó en dar sus condolencias a las niñas, en un abrazo que casi las asfixia, seguido de las explicaciones del porqué no había podido asistir a los funerales de su hermanita. -¡No se preocupe! Mi mamita y mi papito estuvieron bien acompañados. Mucha gente vivió a nuestro lado la despedida de mi hermanita- Dijo María mientras le temblaba la voz y sus ojos se llenaban de lágrimas. Elisa rápidamente la contuvo abrazándola y sollozando junto a ella al tiempo que Juana, en un gesto poco común, las abraza y las besa en la frente con ternura agregando la invitación de ir a la casa donde las esperaba con la mesa puesta.

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XIX -¡Marinsito! ¡Marinsito! ¡Ya pue’, vámonos pa’ la casa! ¡Ha toma’o mucho gancho! -¡Arturo! Voy a buscar a Belisario. Él puede ayudarnos a llevar a Ladislao para la casa. Es bajito, pero pesa lo mismo que ocho sacos de metal. Carlos cruzó desde el Club Radical hacia la plaza del pueblo, pues ahí habían divisado a Belisario un rato atrás en uno de los espacios donde se reunían los jóvenes a conversar y escuchar música que se emitía por una de las bocinas que la Delegación Municipal allí había instalado. -Joven Belisario, ¿Puedo hablar una palabrita con usted?- Preguntó Carlos con algo de timidez. -Dígame don Carlos, ¿Pasó algo? -Es que su papito se cayó al litro en el Radical; se durmió y no lo podemos sacar. El Arturo se quedó con él y quería ver si nos ayuda a llevarlo a la casa. Tras ello, Belisario acompañó a Carlos para ayudar a llevar a su padre a la casa. Su pecho se apretó al contemplarlo así de consumido en el alcohol, tirado sobre la barra, sucio con los restos de ceniza de cigarro que otro borracho había tirado rato atrás,

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casi inconsciente por shock etílico por el destilado de mala calidad que estaba bebiendo.

Aún cuando no

aceptaba ese comportamiento que su padre había adoptado últimamente, sabía que la pena por la pérdida de Rosita lo había consumido por completo. Lo veía ocupar su tiempo trabajando de Sol a Sol en la mina sin despreocupar sus obligaciones; cumpliendo con todo lo que su hogar necesitaba; jugando con sus hermanos y hermanas menores, pero aun así su vacío era enorme y su tristeza evidente. Al acercarse a la barra del bar, tomó a su padre que aun abrazaba la botella de pisco que clandestinamente se vendía a algunas personas. Le habló con ternura, al tiempo que le respondía entre sollozos: -“Se me fue” “Se me fue”. Los tres lo tomaron por los brazos y espalda y con cuidado lo llevaron hasta la salida; tras algunos minutos cruzaron la esquina avanzando media cuadra hasta llegar a la casa; entraron por el pasillo hasta la habitación; lo sentaron en la cama dejando sólo a Belisario con su padre para que pudiera acostarlo, no sin que antes el hijo de su jefe pudiera agradecer la deferencia de avisarle y poder traer a su padre a casa. Tras dejarlo en la cama, solo le quitó los zapatos y lo cubrió con una de las colchas. Al salir, se encontró de frente a Felisa que veía con dolor esa escena que

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evidenciaba la pena que sentían y que Ladislao evadía en el alcohol. Muchas veces, en los últimos días, ella lo había recibido con ternura, ayudándolo a bañarse y lo acostaba tratando así de mitigar su dolor. Belisario la abrazó y la contuvo por un momento llevándola a la cocina para compartir una taza de té con canela la que dio espacios para que pudieran hablar de lo que estaba ocurriendo; del dolor que, como familia, estaban enfrentando. Si bien es cierto que habían sufrido pérdidas dolorosas debido a la altísima tasa de mortalidad neonatal del país, la muerte de Rosita era distinta. Era su hija mayor, aquella que siempre estuvo dispuesta para ellos, para colaborar en todo y para todos, transformándose en el dolor más grande que tuvieron que enfrentar hasta ahora. Encarecidamente le pidió a Belisario que no juzgara a su padre pues el dolor que llevaba en su interior era tan grande como el amor que les tenía a todos sus hijos. Los meses siguientes fueron duros de vivir para todos. Aun cuando el trabajo era bastante y que no dejaba tiempo para pensar, el recuerdo de Rosita estaba presente en todo y en todos. La mina estaba en muy buena producción dejando buenas remesas para Ladislao y sus hombres, aun cuando a veces terminaba cayendo en alguna cantina del pueblo. La pensión de Felisa estaba completa y funcionando a tres turnos que incluían a pensionistas de Co Chatal y

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La Isla, por lo que cada minuto contaba para sacar la tarea adelante. Elvira, Mercedes y Gertrudis se perdían en las tareas de la cocina como en tiempos pasados alternando la preparación de los distintos tiempos de las comandas del día, mientras que Tina se había apagado un poco. Se notaba que la muerte de Rosita le había afectado bastante al punto de apagar en

parte

esa

personalidad

espontánea

que

le

caracterizaba. Incluso en su rincón de siempre, donde cortaba las cebollas, a veces sus lágrimas se mimetizaban con la pena de la ausencia de “la niñita”, como ella le llamaba desde pequeña. -¡¿Dónde están mis perritos huachos?!- Preguntó Ladislao al entrar a la casa después de su jornada de trabajo. -¡PAPITO!- Contestaron todos al unísono. Al ver que corrían a su encuentro, se tiró al suelo y comenzó a jugar con ellos como era su antigua costumbre. Con las uvas que les había traído, nuevamente comenzaron a tratar de ahogarlo en un juego que terminaba cuando casi les comía toda la fruta de la bolsa y terminaban cansados y agitados de tanto jugar encima de él. Luego, repartía a cada uno su parte y se iban a lavar las manos para sentarse a comer y luego a dormir.

225


-¡Qué bueno verlo jugar con los niños nuevamente!Dijo Felisa desde la puerta de la cocina. -Los niños extrañaban sus juegos. -¡Ellos no tienen la culpa de lo que pasó!- Contestó Ladislao mientras se sobaba el pecho. -Anoche soñé con mi niña y estaba contenta y me decía que estaba esperándome que no estuviera triste. ¡Fue tan real que desde hoy quise hacerme la idea de que está así de feliz y esperándome! -¡Me alegro mucho! ¡Pero no se le vaya a ocurrir morirse todavía! ¡Recuerde que nos quedan varios niños chicos que sacar adelante! Ladislao se sonrió con esa pícara sonrisa que hacía meses no esbozaba, se acercó a su esposa, la besó y le dijo que no se preocupara, que no la dejaría sola. Luego, ambos se sentaron a la mesa junto a los niños y cenaron tranquilos como hace mucho no lo hacían. -¡Elisa! ¡María! ¿Dónde están? -¡Terminando de arquear la caja!-Contestó Elisa desde la oficina del local. -Estamos con la Flaquita37 terminando de preparar los sobres para los depósitos de hoy.

37

Apodo con el que se refería cariñosamente a María

226


-¡Qué bueno! Hoy vamos a ir las tres a hacer los depósitos. Necesito traer chequeras nuevas pues se acabaron las que me dieron el mes pasado. Una vez listos los sobres con los depósitos del día, las tres se enfilaron hacia el banco. En el recorrido habitual que realizaba María todos los días justo después de llegar de la escuela, las tres abordaron la micro que les llevaría a destino en no más de 20 minutos. -¡Es muy peligroso este viaje! Con tanta plata que llevamos cualquiera podría llevársela y no podríamos hacer nada. María debes tener mucho cuidado cada vez que vengas. -Yo, apenas me subo a la Micro, me siento encima de los sobres y no los saco hasta que me tengo que bajar y como soy chiquitita, nadie se imagina lo que llevo. -¡Ya me imagino como llegarán de fragantes los sobres al banco!- Contestó Elisa entre risas que contagiaron a las tres. -Cuando llego al banco, camino directo a la oficina del agente y ahí cuentan la plata de los sobres y me entregan la copia de los depósitos. ¡Ya me conocen todos los funcionarios de la oficina!

227


Entre la amena conversación que se dio entre las tres, habían llegado a su destino, se bajaron por inercia de la Micro y no se dieron cuenta que estaban en el interior del banco. -¡Buenas tardes señorita!- Saludó el guardia de la oficina bancaria. -¿Viene acompañada hoy día? -¡Buenas tardes! Sí. Hoy me acompaña mi tía Juana y mi hermana Elisa. -No pueden pasar las tres a la oficina del Agente, pero ellas la pueden esperar acá afuera si usted quiere. Tras mirar a Juana, y esperar una mirada que consintiera la sugerencia del guardia, María acepta la propuesta y entra a la oficina del Agente a realizar el depósito de todos los días. Mientras, Juana y Elisa se ocuparon de pedir los talonarios de cheques que necesitaban en el local no sin antes revisar los estados bancarios de la cuenta en la que María depositaba todos los días hábiles. -¿Saben?-Dijo sorpresivamente Juana-¡Vamos a ir a dar una vuelta a Chuquicamata! Tengo que ir a ver un local porque existe la posibilidad de que abramos otro “Regulador” allá.

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Las dos niñas inmediatamente se sorprendieron con la noticia que Juana les daba pues no era habitual que ella fuera con alguien a alguna parte a cerrar algún negocio, pero aceptaron con gusto la posibilidad de acompañarla a la ciudad más pujante de la zona. El recorrido incluyó la zona céntrica de la pequeña ciudad, la que evidentemente era muy distinta a todo lo

que

habían

conocido

hasta

ahora.

Sus

construcciones y disposición de sus calles eran como las películas que de vez en cuando podían ver en el teatro. Locales comerciales de todo tipo y los servicios que sólo se podían encontrar en Santiago eran comunes en esta ciudad. Hospital equipado con la última tecnología y establecimientos educacionales con estándares americanos eran la constante en todos los servicios públicos con los que se contaban. Entre todos ellos, había un recinto relativamente pequeño ubicado en una de las calles laterales de la plaza. Tenía una sala de ventas de 34 metros cuadrados, un baño y una oficina pequeña que se ajustaba muy bien a lo que Juana aspiraba. Muy pronto llegó el dueño que, tras negociar brevemente, accedió a cerrar el contrato

de

arrendamiento

en

términos

muy

convenientes para ambos. De esta forma nacía “El Regulador II” en respuesta del esfuerzo y dedicación que habían puesto en la rigurosidad del trabajo en Calama.

229


“Querida mamita: Esperando en Dios se encuentre bien junto a todos en la casa, quería escribirle una líneas para contarle lo que ha pasado en estos meses acá en el norte. La Eli y yo hemos avanzado harto en la escuela, si bien no tenemos puros sietes, hemos mejorado las notas. Doña Juana pudo abrir un nuevo local que llamó “El Regulador 2”, aunque yo hubiera le puesto otro nombre, pero como el negocio no es mío, ¿Qué podía decir? En la casa, no es mucho lo que hacemos porque hay una señora que no nos deja hacer ninguna cosa, como si fuéramos de cristal, pero igual yo dejo hecha mi cama antes de irme a la escuela. Cuénteme, ¿Cómo están las cosas por allá? ¿Cómo está el papá, los hermanos y hermanas? Sé que ha sido muy duro para todos nosotros la partida de Rosita, pero siempre nos ha dicho usted que desde el cielo nos cuidan nuestros seres queridos. Bueno, falta poquito para vernos pues las vacaciones serán en tres meses y podremos estar juntos. Dele un abrazo fuerte al papito y salude a todos de nuestra parte, besos María”

230


-¡Que está escribiendo bonito esta chiquilla!-Replicó inmediatamente Tina a la carta de María que Felisa había terminado de leer con evidente emoción. -¡Sí!-Contestaron a coro Elvira, Mercedes y Gertrudis que atentas escuchaban cada palabra. -Me da gusto cómo escriben y cómo se expresan. Elisa también me escribió en una carta que llegó antes de ayer y es emocionante leer lo que cada una relata de su vida lejos de nosotros-Dijo Felisa emocionada.-Le va a hacer muy bien leer esta carta a Ladislao, a pesar de que ya está un poco mejor. -¡Shiiiiiist! ¡Cuando anda güeno 38 po’! Últimamente no se ha porta’o muy bien que digamos. -¡Tina! –Exclamó Gertrudis reprimiendo el comentario que había sido certero, pero inapropiado.

38

Sobrio

231


XX Durante los años siguientes, la vida de la familia Marín Plaza siguió con relativa normalidad. En Calama como Inca de Oro, las actividades de cada uno siguieron regularmente. Los locales de Juana tenían una estabilidad

que

le

permitieron

mantener

e

incrementar la inversión, ni siquiera la inflación, que había sido un problema crónico en el país, había afectado al desarrollo del negocio; en el pueblo, sin embargo,

tanto

la

mina

como

la

pensión

se

encontraban produciendo con cierta dificultad debido a la caída del precio del cobre y la calidad de las leyes, situación que afectaba transversalmente a la industria minera nacional. Para mitigar este problema, desde el gobierno se fijaron precios, salarios, y aumentos actividades

de

tipo

de

cambio

económicas

que

en

las

distintas

repercutieron

directamente en la economía del pueblo lo que se tradujo en una seguidilla de cierre de faenas en Las Guías, La Isla y alrededores. Felisa y Ladislao no estuvieron exentos de esta contracción económica. La pensión se redujo a la mitad de pensionistas, y para evitar la venta de la quinta del Pueblo San Fernando, el hijo de Juana se hizo cargo totalmente de la administración para el mantenimiento de las tierras y animales. Por su parte

232


Ladislao, tras conversar de la situación con sus hombres, redujeron los gastos y optimizaron la producción lo que permitió mantener los ingresos y reducir los gastos en una acción que no todos pudieron realizar pues las otras faenas no tenían la dedicación y compromiso que estos hombres habían consolidado con Ladislao desde que llegaron desde las calicheras del Norte. El panorama era difícil para todos y costaba mucho trabajo

mantener

los

ingresos,

salvo

por

un

empresario de la zona a quien siempre la suerte le acompañaba: Guillermo Collins. Las minas Cobriza, San Román y Buena Vista fueron algunos de sus muchos aciertos que lo hicieron acreedor de mucha fortuna y muchas especulaciones en torno a esa “suerte” de encontrarlas. -Mamá: El casero dice que no tiene verdura fresca porque el camión no llegó. Pero yo lo vi en el negocio de los Chang. Parece que el casero no tenía plata para comprar. -¿Qué vamos a hacer Felisa? Las cosas no están muy bien en el pueblo. Hace rato que no pasa nada con las minas. ¡Se están yendo todos!

233


-¡Sí! Tienes razón Elvira. En Pueblo Hundido también cerraron dos minas: Chañarcito y doña Inés y probablemente en La Isla sólo dejen dos turnos. -¡Chuuuuuuuuuuu!

¡Con

eso

si

que

tamo’

mal!-

Interrumpió Tina – Si después que Co Chatal cortó un turno quedamos a la mitad, ahora sí que… -¡Por ningún motivo! Tenemos que organizarnos de modo que podamos salir adelante. ¿Cómo vamos a cerrar? -Pero Felisa, somos 4 personas que trabajamos contigo en la pensión y desde el mes pasado que en la tarde nos miramos las caras en la cocina. No hay casi nada que hacer. -¡Estamos

puro

achicando

víveres!-Volvió

a

interrumpir Tina. Al único que le va bien es a don Guillermo Collins. -¡Cállate Tina!-Replicó Gertrudis. -¿Por qué? Si es verdad. -¿Qué pasó Tina?-Preguntaron a coro Gina y Teresita. -¡Hizo un pacto con el diablo! -¡Tina! -Volvió a replicar Gertrudis.

234


-Lo que pasa- Interrumpió Mercedes- es que don Guillermo Collins es un empresario muy exitoso y la gente dice que este hombre hizo un pacto con el Diablo negociando el alma de su mujer y de sus hijos y su propia alma a cambio de que lo convirtiera en el minero más poderoso y rico de la zona. -¡Sí!-Volvió a interrumpir Tina- Doña María dijo que este viejo había ido a Las Vegas y se había traído un sapo y una gallina negra. Que les cosió los ojos con una aguja e hilo y los enterró vivos una noche de san Juan. Que al año siguiente los desenterró el mismo día y a la misma hora; después caminó por la pampa hasta llegar a un lugar donde no escuchaba ni un ruido. Tiró los huesos al viento, y llamó al Diablo gritando tres veces diciendo. -¡Satanás, quiero hacer un pacto contigo! ¡Lucifer, aquí te espero!, y por último, ¡Mandinga!, mi petición es que vengan las riquezas a mí, que me rodeen como las piedras a los cerros del pueblo. Doña María dice que ese día no pasó nada raro, pero a Guillermo Collins le llegó una racha de suerte increíble, sus minas comenzaron a producir kilos de oro y toneladas de cobre de alta ley que hasta hoy lo tienen como el más poderoso de estos lados. -¡Puros cuentos de gente envidiosa! -¡Nooooo! Doña María…-¡Cállate Tina!- Interrumpió Gertrudis- ¡Con estas cosas no se juegan! ¡Vas a

235


terminar asustando a las niñas! ¡La gente habla solo de envidia justificando la mala situación que se vive hoy en los trabajos! -¡Buenas

noticias!

¡Buenas

noticias!-

Interrumpió

Ladislao que venía entrando muy agitado desde la calle. -¡Hallaron una veta de cobre cerca de Co Chatal! Así que van a reabrir ¡Es mucho el cobre que trae! En la asociación minera están todos muy contentos porque con esto se arregla todo el trabajo del pueblo. La alegría fue colectiva en todos los que estaban en la casa, pues con esta nueva faena, se reactivarían las actividades en el pueblo y en las minas pequeñas que dependían de la producción de grandes faenas que sustentaban las agencias compradoras que incluso habían pensado en irse por no rentar lo suficiente. La nueva faena poco a poco fue iniciando sus trabajos. Utilizó las mismas instalaciones de Co Chatal, pero por un asunto legal, tuvo que variar su nombre quedando sólo

como

CHATAL

alcanzando

su

pleno

funcionamiento tres meses después de iniciados los trabajos, convirtiéndose en la primera mina a rajo abierto de la región, que se tradujo en la duplicación de su planilla de trabajadores que permitiría una

236


reactivación total de la economía local en el primer año. -

¡Gertrudis!

¡Gertrudiiiiiis!

-

Gritó

característicamente Tina desde el comedor hacia la cocina. - ¡Tenías razón! ¡Se murió don Guillermo Collins! Están todos afuera de su casa porque doña Peta lo encontró bota’o en el suelo cuando llegó a hacer aseo. Parece que no tenía na pacto con el diablo. - ¡Por Dios Tina! ¡Deja a ese hombre tranquilo! Además, ya tenía sus años. Cuando lo conocí allá en Pueblo Hundido, ya era mayor. Aunque se conservaba muy bien, ya estaba muy viejo. Al conocerse la noticia de la muerte de Collins, todo el pueblo se acercó a la casa a entregar las condolencias. Lo curioso, es que nadie reparó en un visitante que estaba posado en una de las cornisas de la casa de enfrente: Un jote que, a diferencia de los otros, era negro

completo.

Los

únicos

que

repararon

inmediatamente en esta extraña visita fueron los hijos

pequeños

de

Felisa

quienes

preguntaron

asombrados por su presencia pues habitualmente, rehuían el contacto con las personas. Más asombro comenzó a generar cuando se dieron cuenta que acompañaba al cortejo en todo su recorrido como un

237


deudo mรกs desde el cielo, hasta llegar al cementerio donde se quedรณ posado sobre la tumba de Collins ratificando en este signo, las creencias de la gente.

238


XXI - ¡Arturo! ¡Arturo! Páseme la lámpara por favor. Me dio un tirón en el brazo que me tiene todo este lado tomado-Indicó Ladislao enseñando su lado izquierdo desde el cuello hasta la cintura. - ¡Claro! Afírmela bien no se vaya a quemar. Hace días que anda medio tulli´o de ese lado. Vaya a ver al practicante mejor. Efectivamente los malestares de Ladislao se hicieron muy evidentes para todos. Se cansaba con mayor facilidad y no rendía como de costumbre. En vista de su malestar físico y de las recomendaciones de sus hombres, aprovechó la bajada del camión de Ramírez para dirigirse hacia el pueblo y descansar en casa. Una vez ahí, se recostó por un momento pues sentía un gran cansancio, sudoración, dolor en el pecho y dificultad severa para respirar. Como pudo se puso de pie para buscar un lugar más fresco donde poder descansar, pero las piernas comenzaron a fallarle y solo alcanzó a llegar al comedor donde se desvaneció para siempre. El golpe se escuchó en toda la casa lo que generó que las mujeres salieran a revisar lo que había

ocurrido

encontrándose

con

una

escena

dolorosa, pues en medio del comedor, yacía inerte el cuerpo de Ladislao que era contemplado a la distancia por Felisa quien incrédula, observaba cómo la vida le

239


arrebataba al esposo y padre de los hijos que habían concebido. Elvira fue la única que guardaba la esperanza de que estuviera desmayado, pero la experiencia de las otras mujeres les hacía ver que los esfuerzos por salvarle no le devolverían la vida; solo restaba certificar su muerte y preparar el velorio. La expresión en el rostro de Juana no eran buenos augurios para Elisa y María que esperaban a que les hablara. Ya se estaban poniendo nerviosas pues no era normal esa actitud en ella. -¿Qué pasó? Preguntó tímidamente Elisa. -Me acaba de llegar un telegrama desde Inca de Oro: ¡Ladislao murió! Inmediatamente Juana rompió en lágrimas junto a las niñas, que desconsoladas no se conformaban con la noticia. Rápidamente organizaron viaje y en menos de tres horas ya estaban en el automotor rumbo a casa, las niñas a despedir a su padre y Juana, a quien fuera como su hijo. La pensión suspendió sus actividades dejando el comedor como capilla ardiente para Ladislao. Fue visitado por todos los empresarios del pueblo quienes dieron su pésame a Felisa y sus hijos que la rodeaban, evidenciando el aprecio que en vida le tuvieron. Como guardias de palacio, sus hombres se quedaron en la

240


entrada de la pensión en señal de respeto hacia el hombre que les había dado la oportunidad de trabajar y dignificarse junto a sus familias acompañándolo hasta el final, evidentemente emocionados. Ese escenario encontró Juana, Arnoldo y las niñas cuando llegaron a la casa. El féretro cerrado rodeado por sus hermanos y la cara descompuesta de Felisa que a penas las vio, les exigió: “guardar las lágrimas

sin hacer escándalos”. Las manos de Elisa y María tímidamente acariciaron la urna que “Pancho Vargas” había construido para contener los restos de su padre, mientras una delegación del cuerpo de bomberos ingresaba una ofrenda floral. Elvira, que no soportó la partida, se enjugaba las lágrimas en un rincón para evitar el reproche de Felisa mientras que Elvira, Mercedes, Gertrudis y Tina guardaban su tristeza y desazón en la cocina. En la calle, sólo se escuchaba la voz de Ladislao Segundo que jugando, invitaba a otros niños a mirar el cajón que sólo él tenía en su casa, sin tener conciencia de lo que estaba en realidad ocurriendo. El funeral fue masivo. Todo el pueblo se volcó a las calles y acompañaron el cortejo hasta el cementerio donde, tras las palabras del padre Juan Francisco, Felisa cogió un puñado de tierra y lo arrojó con rabia sobre la tumba de su esposo pues la había dejado sola

241


en la crianza de sus diez hijos. Luego de ello les ordenó retirarse a la casa. Después del funeral, sentada en una de las sillas del comedor, Felisa quedó expuesta frente a sus hijos y amigas sintiendo cómo el piso se abría debajo de sus pies como una sensación de no poder reaccionar ante una de las pruebas más duras que la vida le había puesto por delante. Sin embargo, se armó de valor y mirándolos a todos, les dijo: “La vida es difícil. ¡Nosotros sabemos de eso! Desde que salí de mi casa en El Palqui, no he parado de trabajar y vivir en carne propia el dolor y la frustración.

Sin

embargo,

siempre

nos

hemos

levantado con trabajo y esfuerzo y así logramos construir esta familia. Rosita, y ahora su papá, están descansando; solo nos queda seguir trabajando y viviendo dignamente pues, pese a todo, el Sol alumbra para todos” Tras estas palabras, se puso de pie y se retiró a su habitación, probablemente a llorar su pena en la intimidad de ese espacio que junto a Ladislao habían construido. Juana y las niñas regresaron a Calama a trabajar y continuar con el año escolar, mientras el resto continuó con sus actividades en el pueblo. Los

242


hombres de Ladislao se pusieron a disposición de Felisa para lo que fuera pero, en un gesto para algunos incomprensible y muy noble para otros, les cedió los derechos de la mina para que la explotaran ellos. Ella por su parte, continuó con la pensión con la ayuda de Elvira pues Gertrudis, Mercedes y Tina decidieron buscar nuevas expectativas en Copiapó, Chañaral y Pueblo Hundido respectivamente. Los hijos, aun cuando muchos pensaron lo contrario en el pueblo debido a la ausencia del padre, se formaron con rectitud y mano firme forjando los valores y principios que a ella le caracterizaban, razón por la cual le costaba asumir que dos de sus hijas se encontraban lejos de ella. - ¡María! ¡María! -Gritaba Juana efusivamente desde el comedor. - ¡¿Qué pasó?!- Respondió asustada. -Estaba revisando el mueble donde guardo mis cosas y no encontré el reloj que me compré en Iquique el mes pasado. ¿Lo has visto en alguna parte? - ¿Cómo? ¡Discúlpeme señora Juana, pero yo no acostumbro a tomar cosas que no son mías! Respondió enfáticamente María ante la pregunta de Juana.

243


-Anoche tu papá me dijo en sueños que tú habías sido, ¡así que dime la verdad no más! - ¿Así que eso le dijo mi papá? ¡Entonces usted es bruja porque mi papá está muerto, y los muertos no hablan!

-

Contestó

rayando

la

irrespetuosidad

mientras miraba a Elisa que escuchaba en silencio la escena. Casi no terminaba de hablar cuando recibió una bofetada que le remeció todo el cuerpo, al tiempo que le brotaban espontáneamente las lágrimas de los ojos. Esto caló hondo en María que se volcó a un comportamiento de relativa rebeldía, resumiendo su conducta a una mínima interacción con todos, incluso con su hermana quien tenía una cercanía más estrecha con Juana por el cariño que ambas habían construido. Esto se acentuó cuando una de las empleadas de la casa encontró el reloj perdido detrás del mueble, que al entregárselo a Juana, no se molestó en disculparse por lo ocurrido. Llegadas las vacaciones de verano, las dos hermanas volverían al pueblo no sin antes ser aleccionadas de no contarle nada a Felisa para no aumentar su dolor con todo lo vivido, sin embargo, sólo bastó encontrarse con ella para que María le relatara con lujo de detalle lo que había ocurrido. Felisa pidió que le contaran todo sin omitir nada, y tras comprobar que María

244


tenía razón, decidió que ninguna de las dos volvería a Calama. Esto no estuvo exento de discusión con Juana quien llegó al pueblo dos semanas después. Trató de explicar lo inexplicable, pero la decisión ya estaba tomada. Aun así, trató de convencerla pues las dos niñas ayudaban bastante en los locales, y sin ellas, tendría que contratar más personal. Al ver que Felisa no

cambiaba de opinión, pidió

llevarse

a Gina

aduciendo que ella podía ayudarle y hasta viajar al extranjero con ella, estudiar, trabajar y de esa forma ayudarla con el dinero que ganara. Obviamente Gina no quiso aceptar pues había escuchado lo que le había ocurrido a María. Sin embargo, convenció a Felisa de que Gina la acompañara a Copiapó a comprar algunas cosas que necesitaba. Ese viaje no fue lo que se creía pues Juana pretendía llevársela engañada hacia el Norte y convencerla de trabajar en Calama. Asustada, Gina huye de Juana en Copiapó. Se escabulle entre la gente de la plaza y corre hacia calle Atacama donde se encontraba el camión que llevaba la verdura al pueblo, conversa con el conductor y le pide que la lleve de regreso a casa. Tras largas horas de búsqueda, con mucho miedo y vergüenza, Juana regresa al pueblo a explicar la pérdida de Gina, pero se encuentra con ella y Felisa en el comedor.

245


Las dos mujeres conversaron largamente, donde las diferencias fueron irreconciliables. Ya no estaba Ladislao quien era el que siempre había mediado entre las dos lo que se tradujo en una discusión sin retorno. Nunca más se volvieron a ver. Juana se marchó olvidándose

de

las

sociedades,

préstamos

y

propiedades que Felisa y Ladislao le habían facilitado para sus negocios. Felisa, por su parte, dio a sus hijos la explícita indicación de jamás acercarse a pedir algo a la familia de Juana sacándola para siempre de sus vidas. Después de la muerte de Ladislao, los años se tornaron difíciles para Felisa y los niños. Tras los vaivenes de la economía, los pensionistas se redujeron casi a un tercio colocando en riesgo la supervivencia de la familia aun así, se las arreglaron para salir adelante. Felisa y las hijas mayores empezaron a elaborar dulces muy similares a los que vendían en La Ligua, y Ladislao Segundo los salía a vender para poder mantener las necesidades de la casa. A veces tardaba horas en volver, pero jamás llegaba sin el dinero de la venta, incluso llegando a alojar en alguna faena para lograr venderlos todos, acción que sus hermanos le agradecerían toda la vida. Fueron tiempos difíciles

que

se

mitigaron

a

medida

que

los

pensionistas llegaban por alguna faena transitoria y por que los hijos iban creciendo y dejando la casa.

246


Poco a poco, las cosas fueron estabilizándose para Felisa y sus hijos. No había en abundancia, pero permitía vivir y no pasar hambre. Lamentablemente no todos podían decir lo mismo. La escasez de faenas debido a la nueva baja en las leyes de cobre y las escurridizas vetas de oro tenían a gran parte de la población del pueblo en una situación crítica. Si bien no se

veían mendigos, la gente se las arreglaba

vendiendo

empanadas,

sándwiches,

té,

café

o

cualquier otro producto local a los viajeros del tren, transformando a la estación en el punto de venta de todos. Muchos niños se dedicaban a lustrar zapatos o a vender hierbas medicinales que buscaban entre la escaza vegetación que había en las cercanías del pueblo todo para ayudar en sus respectivos hogares. Cierto día, la relativa tranquilidad del pueblo se alborotó con la llegada del gran circo “Las Águilas Humanas”. Era muy difícil que un show de este tipo llegara con frecuencia, y la expectación que causó, fue la misma entre grandes y chicos. La carpa gigante que traían ocupó completamente una de las antiguas canchas de acopio de material de Co Chatal y anunciaba con gran orgullo su espectáculo cuya principal atracción era un blanco y hermoso chivo que realizaba increíbles acrobacias. El día del estreno, todo el pueblo se volcó a las calles para asistir a la función quedando muy pocos afuera. Todos hicieron

247


grandes esfuerzos por reunir el dinero de la entrada y obviamente Felisa y su familia no fue la excepción. Patricio y Ladislao eran los más contentos pues nunca habían ido antes a un circo. El show fue fantástico. Cada número artístico era seguido con mucha atención por todos los asistentes: Malabaristas, payasos, trapecistas, equilibristas y el Chivo, que en su máxima gracia, era capaz de pararse en sus dos patitas sobre una estaca de los más de 5 cm de diámetro. Sin duda fue quien se llevó el mayor número de los aplausos. Fueron

cinco

días

de

funciones

continuas

absolutamente llenas. Personas desde La Isla, Las Guías, Tres Puntas, Las Fincas, etc. llegaban a disfrutar

del

show.

Hasta

que

una

noche,

misteriosamente el chivo desapareció. Los encargados de su cuidado solo encontraron la soga con que lo amarraban atada a la estaca de siempre. La búsqueda fue

incesable

ofreciendo

hasta

una

suculenta

recompensa para quien diera con su paradero, pero nunca apareció. La versión oficial indicó que se había soltado en la noche perdiéndose en el desierto. Tiempo después se supo de un par de incanos 39 que, tras una noche de fiesta, quisieron comerse un asado especial.

39

Gentilicio del original de Inca de Oro. 248


XXII - ¡Mamita! ¡Mamita! ¿Dónde está? - ¡Elisa! Se fue al jardín. Estaba alimentando los patos y las gallinas, y cuando terminó, se fue a regar el peral y el algodón porque los encontró muy secos. ¡Cuidado con la cañería del pilón que quedó levantada! Contestó Gina desde las bateas del lavado. - ¡Gracias, Ya la vi! ¡Mamita!: Viene llegando la María con Egidio y los niños. El Inca bus que los trajo desde Santiago llegó a las 7 de la mañana a Copiapó, y desde allá se vinieron a dedo. El Lalo todavía molesta al Egidio que venía de corbata y carretilla para la casa. La Olga llega en la tarde desde La Serena con Vicente y los niños. Juan baja en la tarde desde El Salvador, y con él, estamos todos para celebrar su cumpleaños. El corazón de Felisa se aceleró como en mucho tiempo regocijándose

como

cuando

se

reunía

con

sus

hermanos y sus padres en torno a la mesa familiar. Su cumpleaños número 80 lo celebraría junto a todos sus hijos, yernos, nueras, nietos y bisnietos. Después de todo, la vida se había encargado de regalarle una gran descendencia

en

la

que

había

depositado

las

enseñanzas que había recibido de sus padres y aquellas que la vida le había enseñado en todos estos años.

249


La mañana siguiente fue coronada con los acordes de acordeón y guitarra de Manuel y Esteban (su yerno y hermano

respectivamente)

que

entonaban

las

mañanitas que eran coreadas por sus hijos, esposos, esposas, nietos y bisnietos. En el comedor, que antes recibía

a

numerosos

pensionistas,

Gina,

María,

Teresita y Elisa tenían listo el desayuno para compartir en familia e iniciar la celebración del octogésimo cumpleaños de la mujer que se había transformado en el pilar de esta numerosa familia. Sus amigas, como todos los años, se sumaron a la celebración: Elvira se reunía con sus numerosos ahijados; Gertrudis junto a una de sus nietas, tampoco quiso estar ausente y Tina, dando órdenes de cómo ubicarse en la mesa con su estridencia de siempre se acompañó de su esposo, un tímido empleado de correos que se enamoró de ella en Pueblo Hundido. El almuerzo estaba, como de costumbre en esta fecha, encabezado por alcachofas cocidas, debilidad de Felisa; caldo de gallina de la casa; segundo de carne con agregado y un postre de duraznos con crema. La once, punto en que se concentró la celebración, contó con la presencia de doña

Blanquita

una

amiga

de

la

casa

que

constantemente visitaba a Felisa para conversar de todo y nada algunos días de la semana. Al igual que Felisa, había llegado desde fuera al pueblo buscando fortuna quedándose para siempre en estas tierras.

250


-¡Vero, Pato Chico, Lucho, Juanca, Channy, Loly, Rossy, Viviana, Pedro, Pancho, Toño, Mayita, Chenco, Mimi, Dévora, Daniel, Cristián, Eduardo, Andrés, María Angélica, Lalito, Poncho! ¡A la mesa!- Gritó María hacia el patio de la casa donde estaban jugando los nietos de Felisa. -Tía María, ¿La Berta y la Mary?- Preguntó Verónica. -¡Ya están en la mesa! Se sentaron en la mesa donde está el Teo, al lado del Kirk y del Laudi. Una vez que todos se ubicaron alrededor de la mesa central del comedor, a coro cantaron el cumpleaños feliz que celebraba un año más de Felisa, quien a pesar de todas las dificultades que la vida le puso por delante, pudo consolidar una familia que vive y materializa su legado en cada generación.

251


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