MEDELLIN
CRISTIAN MUテ前Z P 11 A I.S.C MEDELLIN 2016 SOCIALES
Origen etimologico Cecilio Metelo Pío fundó en el año 75 a. C. una población en Hispania (hoy España), a la que llamó Metellinum. Se trata de la actual Medellín de Extremadura, en la provincia de Badajoz. Un conde de esa localidad de Medellín de Extremadura, don Pedro Porto Carrero y Luna, presidente del Consejo de Indias de España, consiguió una autorización para llamar Medellín a una nueva fundación americana, debido a su interés en que otra recién fundada villa de ultramar fuese reconocida por la España peninsular. A través de la historia, Medellín ha sido llamada con diferentes nombres: “Aburrá de los Yamesíes”, “San Lorenzo de Aburrá”, “San Lorenzo de Aná”, “Valle de San Bartolomé”, “Villa de la Candelaria de Medellín” y, finalmente, se ha llamado “Medellín”. Aunque se conoce de manera general, desde el punto de vista de los conquistadores españoles, acerca de la población prehispánica que habitó la región donde se asienta Medellín (Colombia) que hoy conocemos como el Valle de Aburrá, donde también se asienta el Área Metropolitana de Medellín, el recuento se limita a nombrar unas tribus aborígenes y la manera como la agricultura y otras prácticas religiosas eran llevadas a cabo pero la especificidad de la dinámica total de esas culturas se cuenta es más desde el punto de la reconstrucción arqueológica que desde la reconstrucción histórica por parte de los descendientes de esas tribus quienes fueron exiliados, en su mayoría, a la parte norte del departamento de Antioquia y forzados al pasar los siglos a asumir la cultura española de los conquistadores. Muchos son los nombres que vagan por la memoria de la ciudad y el departamento de Antioquia asociados con caciques, leyendas y tradiciones, y son ellos casi los únicos vínculos que se conservan con los ancestros indoamericanos. Catíos, Nutabes, Tahamíes, Yamesíes y Niquías, son algunos de los apelativos de aquellos pueblos eliminados de la faz de la región y que en conjunto se denominaron aburraes por el hecho de habitar el Valle de Aburrá. Hoy día, en 2007, estudios científicos arqueológicos comienzan a desplazar las vagas crónicas antiguas sobre el origen de Medellín, y a descubrir poco a poco el rostro de esos primeros habitantes y sus aportes a lo que llegaría a ser la identidad del paisa y del medellinense.
Conquista española El Valle de Aburrá, en donde hoy se asienta Medellín, fue visto por primera vez por los españoles el 24 de agosto de 1541, apenas 49 años después del arribo de Cristóbal Colon a las Bahamas, por una expedición de 32 hombres que venía en búsqueda de tierras y riquezas al mando de Jerónimo Luis Tejelo, quien a su vez obedecía órdenes del Capitán Jorge Robledo. Los indios dueños del Valle de Aburrá, armados con dardos, macanas y tiraderas, ofrecieron una feroz resistencia, y muchos se suicidaron para evitar ser dominados. Luego de su paso inicial por el valle, esta primera expedición española de Tejelo pasó de largo y continuó su exploración hacia el río Magdalena, lejos hacia el este del valle. Iglesia del Parque El Poblado. En este lugar Francisco Herrera y Campuzano fundó el poblado de San Lorenzo el 2 de marzo de 1616. Muchos años después, en 1616, el valle resultaría propicio a otro grupo de conquistadores encabezados por Francisco de Herrera Campuzano para fundar el 2 de marzo la población de San Lorenzo de Aburrá en donde hoy queda el Parque de El Poblado. Se trató del establecimiento de un resguardo indígena para la protección de los naturales, con 80 nativos. Que desapareció pronto por la prohibición del mestizaje. Entre 1630 y 1650, empezó la población del Valle de Aburra por parte de descendientes de los primeros españoles y por inmigrantes nuevos. En 1637 y luego en 1646 se trasladan los habitantes al ángulo formado por el río Aburrá hoy río Medellín, y el riachuelo de Aná (quebrada Santa Helena). En 1649 en el Sitio de Aná se construye la iglesia de la Candelaria por iniciativa del Padre Juan Gómez de Ureña, y desde entonces empezó a designarse el sitio con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria de Aná. El 20 de marzo de 1671 el Teniente de Gobernador Juan Bueso de Valdés funda la Villa Nueva del Valle de Aburrá de Nuestra Señora de la Candelaria, por decreto del Gobernador Francisco de Montoya y Salazar. Esta fundación no tuvo el efecto que podría tener una dada mediante Real Cédula fundacional, por lo que se busca la confirmación de la misma, además por los problemas que presentaban para los habitantes de la nueva Villa, los intereses de los de Santafé de Antioquia, que intuían que su papel preponderante se vería disminuido con la reciente fundación. En 1675 se dio la fundación de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, según Real Cédula portada por el gobernador y capitán general de la
provincia de Antioquia Miguel de Aguinaga y Mendigoitia, de origen vasco en la Villa de Eibar (Guipúzcoa), quien dicta el auto de erección de este poblado el 2 de noviembre de 1675 y le impuso el nombre de Medellín, derivado de Quinto Cecilio Metelo Pío, fundador de la ciudad de Metellinum (Medellín), en Extremadura, en honor a un protector suyo, que era don Pedro de Portocarrero y Luna, conde de Medellín y comendador de Indias, quien siempre se había mostrado muy favorable a la creación de esta nueva villa. El acto fue adelantando luego de la misa en ceremonia solemne que incluyó procesión a caballo presidida por el Gobernador, seguido de los Principales del pueblo; acto seguido se leyó la Real Cédula y fue fijada en una estaca en el centro de la Plaza Mayor.
Colonia española Durante el tiempo colonial Medellín no tuvo mucha importancia como centro urbano. El señorío de Antioquia lo ostentarían en esa época la ciudad madre de la región antioqueña, Santa Fe de Antioquia, en el occidente del departamento, la ciudad de Rionegro en el oriente, y los pueblos mineros de la zona del Bajo Cauca. Medellín sería una tranquila villa rodeada de hatos sin mayor importancia. En la época de la Colonia, la fundación de nuevos asentamientos en el Valle de Aburrá obedeció a la necesidad de intercambio de la capital provincial de Santa Fe de Antioquia con otras regiones del país y del exterior, dada su posición de paso obligado en la ruta hacia el río Magdalena y la costa atlántica. Luego, con el transcurso del tiempo, el valle, y en especial Medellín, pasaron de ser una simple estación en las rutas comerciales que provenían de la capital provincial, a convertirse en el nuevo centro político y económico de la región. El gobernador Miguel Aguinaga y Mendiogoitia, el 2 de noviembre de 1675, estableció a todo el Valle de Aburrá como una sola jurisdicción, desde el nacimiento del río Medellín hasta el lugar donde cambia su nombre por el de río Porce, es decir, desde el paraje de La Valeria, en el municipio de Caldas, al sur del valle, hasta la localidad de El Hatillo en el municipio de Barbosa, al norte; tres mil personas habitaban entonces la zona. Los primeros nombramientos fueron: alférez real don Rodrigo García Hidalgo, alguacil mayor don Juan Jaramillo de Andrade, alcalde provincial de la Santa Hermandad don Pedro Gutiérrez Colmenero, regidores don Roque González de Fresneda, don Francisco Díez de Latorre, Luis Gómez y don Alonso López de Restrepo. Habiéndose excusado Colmenero y García Hidalgo, se les reemplazó con don Marcos de Rivera y Guzmán y don Pedro de Celada y Vélez. En 1674 desde los Potreros de Barbosa (llamada así desde que el capitán Nicolás Blandón traspasó los terrenos a Diego Fernández Barbosa), comprendiendo Hatogrande (Girardota), el Sitio de la Tasajera (Copacabana) y Hatoviejo (Bello),
había sesenta y ocho familias; en el Sitio de Aná (Centro) ochenta y cinco, en el Poblado de San Lorenzo (El Poblado) veinticuatro, en El Guayabal sesenta y dos, en La Culata (San Cristóbal) dieciocho y en Bitagüí (Itagüí) diez familias.
Independencia En consecuencia, Medellín no tendría tampoco mucho protagonismo en ese importante evento que representó la independencia nacional. Dicho protagonismo correspondería, en el departamento de Antioquia, a la ciudad de Rionegro y en general al Oriente antioqueño, con figuras heroicas de primer orden como el general José María Córdova. El tiempo de Medellín tampoco sería entonces el de la Independencia. No obstante, Francisco Antonio Zea, uno de los grandes personajes de la gesta independentista, nació en Medellín el 21 de noviembre de 1766, y moriría en Inglaterra en 1822. El gobernante Juan del Corral declara ciudad a Medellín en 1813, ante su creciente importancia comercial que se debió a su estratégica ubicación en medio de los dos principales centros económicos antioqueños de entonces: Rionegro y Santa Fe de Antioquia. Por fin, el 17 de abril de 1826, la villa es elevada a la categoría de capital de Antioquia, título que ostentaba la ciudad madre Santa Fe de Antioquia
Finales del siglo XIX La ciudad empezaría a tener una cierta importancia económica y política con figuras como Pedro Justo Berrío (1827 - 1875), quien iniciaría una era de progreso y construcción de infraestructuras. Tranvía, tren, banca, carreteras y un dinamismo político de rango nacional comenzarían a gestarse en la naciente ciudad. Sería también un centro intelectual importante que atraería a escritores y pensadores. La Guerra de los Mil Días, que cerró el siglo XIX en Colombia, no afectaría en mucho al departamento de Antioquia ni a Medellín. En 1888 empezó a funcionar la escuela Santa Cecilia, dedicada a la enseñanza de la música. Más adelante, al integrarse con el taller de pintura de Francisco A. Cano, se formó el Instituto de Bellas Artes en 1910. Los ideales religiosos, políticos y económicos de la élite, los ordenamientos sociales y espaciales que se imponen durante las distintas décadas, configuran una cultura definida y aceptada desde la oficialidad. La diversidad étnica y social, la memoria oral, los valores sociales, las tradiciones y las costumbres, las vivencias implícitas en el poblamiento, la supervivencia y el establecimiento permanente en la ciudad, generan nuevas realidades culturales. Las artes plásticas, la literatura y la música se presentan como manifestaciones culturales de trascendencia por su repercusión social e histórica, por hacer parte del conocimiento, de la interpretación y la apropiación regional y local, y por sus temáticas y contenidos. Hacia 1890, y ante una ciudad que había crecido sin planeamiento y en forma desordenada en los dos siglos anteriores, la Administración formula el primer
plano futuro, pero a pesar de realizar el primer gran esfuerzo en tal sentido, la dinámica de desarrollo de la ciudad no variará substancialmente. Para la época, Medellín era sólo un poblado grande, de calles empedradas, prácticamente sin servicios públicos, carreteras o telecomunicaciones.
Primera mitad del siglo XX
Los procesos importantes de industrialización y desarrollo urbano comenzaron en la década de los 30. Las políticas de presidentes como Enrique Olaya Herrera (1880 - 1937) o Alfonso López Pumarejo (1886 - 1956), abrieron las puertas al crecimiento económico del país que beneficiaría en cierta manera a poblaciones como Medellín. A la par con el desarrollo cultural y social, la comarca se preparaba para el despegue industrial que ya asomaba tras la abrumadora presencia del oro y el café. Durante los primeros cincuenta años del siglo XX, la historia de Colombia pasó ahora sí por Medellín, que se convirtió en un centro de poder político y económico. Fue entonces cuando se expresó a plenitud el gran espíritu empresarial del pueblo antioqueño, y por igual el de una sociedad económica sin los latifundios que caracterizaron el desarrollo de las demás regiones del país. La propiedad estuvo repartida y Antioquia, especialmente como resultado de la colonización antioqueña, se convirtió en el eje industrial, económico y financiero de la nación. El cruce del Valle de Aburrá por parte del ferrocarril, la proximidad a fuentes de agua para generación de electricidad y para los procesos industriales, la cercanía a un mercado de expansión, se convirtieron entre otros en los principales factores de localización de la industria incipiente y promovieron el fortalecimiento de las cabeceras municipales con mayores ventajas comparativas en este campo, tales como Bello, Itagüí, Envigado y Medellín.
La Guerra Civil: "La Violencia" Después de 1945, con el comienzo de la época de La Violencia, la ciudad afrontó un proceso acelerado de crecimiento que hizo aumentar el número de habitantes y urbanizar terrenos que no eran tenidos como posibles zonas de construcción, especialmente hacia el norte. Si bien la guerra civil que se ensañó con los campos colombianos no tocó directamente a la ciudad, esta sí se vio afectada por la llegada masiva de refugiados. El desconocimiento oficial de los hechos sangrientos que se desarrollaron en los campos colombianos y que causaron un número impreciso de víctimas (las fuentes oficiales negarían públicamente que se trataba de una guerra y lo llamaban “perturbación del orden público”), hicieron que los refugiados campesinos que llegaban a poblaciones como Medellín, no fueran considerados como tales y por ende, no tuvieron una atención debida a sus necesidades. Por dicha razón se produjo un crecimiento desmesurado de la ciudad.
La crisis de las mafias La década de los 70 vio el surgimiento de las mafias colombianas de la droga, lo que influiría en los problemas sociales, políticos y de desarrollo de la ciudad, y que contribuirían a asignarle el título de “ciudad más violenta del mundo”. La crisis provocada por la mafia afectaría la vida de la ciudad sobre todo en la década de los 80 debido a la guerra del estado contra la misma, y que tuvo a la ciudad como principal escenario. Pero el desarrollo de las mafias y su presencia en la ciudad obedece a un proceso más complejo que implica situaciones sociales y políticas del momento. El fenómeno del sicariato, por ejemplo, es el encuentro
entre una realidad de marginación social y el avance de los negocios ilícitos de las drogas. Las mafias han producido un costo alto en vidas humanas, perdida de inversiones en la ciudad, y un atraso en el desarrollo del área metropolitana. A principios del siglo XXI la ciudad continuaba recibiendo los efectos negativos de un ilícito pero lucrativo negocio que condujo a una crisis sin precedentes en la historia de la "Tacita de Plata". Medellín ha sido asociada con violencia, carteles de la mafia, Pablo Escobar, sicarios y delincuencia común.
La recuperación y las grandes infraestructuras La construcción del Metro de Medellín ha sido un paso importante para el desarrollo urbano de Medellín. Medellín cuenta con obras de alta inversión, más de seis canales locales de televisión, numerosas propuestas en medios de comunicación de alta tecnología, parques, bibliotecas, edificios ultra-modernos, nuevos sistemas de transporte, nuevos centros de estudios profesionales, un parque para escuchar metal y la policía implementará un sistema que permita el uso de cannabis tecnológicos.
Algunos cambios Medellín, recordémoslo, fue fundada en 1675, hace un poco más de tres siglos, y paso en estos trescientos veinticinco años de unos 700 habitantes urbanos a un poco más de 2000000. Todo, aparentemente, ha tenido que cambiar con este simple cambio numérico y con la consiguiente expansión física de la ciudad sobre el terreno del Valle de Aburrá, con el paso de 18 manzanas iniciales a más de 10.000.
Pero a pesar de esto hay elementos en la forma de vivir y representarse el espacio de la ciudad, que se han mantenido constantes. Una, que está implícita en la comparación anterior, es que medimos en cuadras y manzanas. Es la persistencia, a pesar de desviaciones que mencionaré, de un trazado referido a la cuadrícula ortogonal ordenada por la legislación española y común a la urbanización inicial de muchas civilizaciones, subdividida en lotes apropiados individualmente y con una gran autonomía sobre su utilización. El espacio se organiza y se mide en estas unidades, la orientación en la ciudad depende en buena parte de comprender la lógica de un sistema de coordenadas que se apoya muy naturalmente sobre este tipo de trama, y el campo visual del habitante está acostumbrado a esperar, sin sentirlo como particularmente monótono, la perspectiva de extensas calles con construcciones continuas a ambos lados. Los sitios públicos, por lo tanto, se definieron por muchos años dentro del marco de esta trama y giran en los años iniciales alrededor de la manzana no construida, vacía, la plaza pública que define el centro de la ciudad y a medida que ésta crece, el de los barrios. Esta plaza, que usualmente tiene una iglesia y la casa cural en un lado y algún edificio público en otro, desempeña funciones muy especiales en la vida de los habitantes de la ciudad y recibe una significación jerárquica: hasta finales del siglo pasado, vivir en el marco de la plaza o sus cercanías, en particular si en casa de dos plantas, era señal de status y dominio socioeconómico. En Medellín, el lenguaje actual propone aún la preeminencia de la vieja plaza central, a pesar de que en la vida real hace más de cien años que nadie nace en ella: todos los paisas que queremos presumir de buena familia nacimos en el Parque de Berrío. La segunda persistencia es muy peculiar, y tiene que ver con una especial relación de sus habitantes con Medellín. Ha tenido altibajos y caídas, es cierto, pero el hecho es que durante la mayoría de estos trescientos años, y a veces contra muchas evidencias, los medellinenses han creído que su ciudad es muy bella y vivible, y además destinada a ineluctable modernización. Esta visión optimista y a veces engreída ha ayudado a generar cierto afecto por la ciudad, aún en los peores momentos de su historia, y sin duda explica la facilidad con la que ciertos comportamientos urbanos o cívicos pueden inducirse o promoverse entre sus habitantes. Ha generado también una facilidad para aceptar lo nuevo y tolerar la destrucción de lo antiguo, por la peculiar comprensión que han tenido sus dirigentes y en general sus habitantes de la modernización, identificada con el cambio, la adopción de nuevas tecnologías, la imitación de avances y prácticas de otras partes y la sensación de que sin eliminar los estorbos del pasado el progreso no es nunca completo. Esta imagen de Medellín como particularmente bella y progresista es muy temprana, y me limitaré a dar algunos ejemplos referidos al siglo pasado, cuando apenas era una pequeña aldea, para dar idea de la temprana vanidad de mis conciudadanos. Antes de su fundación en 1672, y precisamente para justificarla, alegaban sus vecinos que “se ha poblado ha quince o veinte años a esta parte en el país de este valle, por hallarle tan cómodo para disposición de pasar la vida humana... y estar... más de tres mil o cuatro mil almas de todos géneros de gentes que están pobladas y regadas en este valle y siendo así que en este tiempo tan
corto ha crecido tanto la gente se espera que en menos años no han de caber en todo este Valle.” ¡Sin haber fundado la ciudad, y ya anunciaban la pronta saturación del Valle! Y en efecto, en 1804 un documento local daba a entender, cuando todo el valle tenía unos 25000 habitantes y la villa, en sus diversos poblados, un poco más de 4000 mil, que ya se había llegado a este punto: “Ella es en lo florido y ameno de sus campos, un delicioso vergel, y estos se hallan tan poblados de casas y sementeras que forman con lo anexos y capital una continuada ciudad de mas de un día de camino que comienza en el curato de Barbosa y acaba en los términos del embigado...”¿Además, donde podía vivirse mejor que aquí? En 1808, cuando trataban de convencer al Rey de que situara el obispado de Antioquia acabado de crear en Medellín y no en Santa Fe, un cura Bohórquez no vaciló en escribir “que es una de las mejores temperies, que hai acaso en todo el orbe, por este lugar o su temperamento he oído decir a varios españoles y extranjeros que lo han abitado, que si Vuestra Majestad supiese las benéficas influencias de este hemisferio, ahí mudaría su corte y abitación...” Era pues una ciudad para reyes. Y en 1875, cuando ya la ciudad pasaba de los 10000 habitantes, la belleza se había asociado, casi en forma indisoluble, con un ideal de limpieza y pulcritud y con la comodidad de un clima perfecto: para Manuel Uribe Ángel, Medellín “vista por su aspecto físico, es la ciudad blanca de los Andes, la ciudad pulcra de América, la ciudad bella de Colombia, la ciudad risueña de Antioquia...” y está colocada en la “pintoresca planicie de Aburrá... de aguas exquisitas, baños imponderables, lindísimos campos, aire purísimo, atmósfera clara, cielo espléndido...” La última cita me permite sugerir que un tercer elemento constante ha sido una peculiar relación con el campo circundante que produce, sobre todo en sus sectores más pudientes, una gran predilección por un campo ameno y ojalá productivo: los habitantes urbanos de Medellín nunca han dejado de mirar como atractiva la vida campestre, sea que la tengan a pocos pasos en la ciudad colonial, o que deban reconstruirla en barrios de recreo, como el Pedregal en el siglo XIX y el Poblado en la primera mitad del siglo XX, sobre todo a partir de los años veinte, o las altiplanicies del Oriente - el Retiro, Rionegro y la Ceja- y otras regiones a lo largo de todo este siglo. Este campo es inicialmente fértil y risueño, que son las dos palabras con las que se le describe consistentemente a lo largo de todo el siglo pasado, pero en épocas más recientes su fertilidad se ha hecho secundaria: debe ser es florido y ameno, por ser ante todo sitio de retiro de la tensión y sequedad de la vida urbana. El acceso a una alternativa verde semanal por parte de los grupos dirigentes y de clases medias y profesionales más o menos acomodadas puede, ya en épocas recientes, explicar la indiferencia relativa con la que ha mirado la administración de Medellín, hasta hace unos pocos años, la provisión de áreas verdes en el perímetro urbano, y la visión de que el espacio verde urbano es un injustificable derroche de tierra cara: si uno quiere disfrutar de la naturaleza, ¡que compre finca! Además, el campo que se disfruta es un campo laborable, no la selva ni la naturaleza primitiva, peligrosa e insalubre, que hay que domeñar y tumbar. José María Gómez Ángel, cura de la Candelaria, decía en su discurso de celebración
de los 200 años de la ciudad, en 1875: “Celebráis vosotros compatriotas, el adelantamiento de esta ciudad que contemplamos hoy saliendo de las primitivas selvas, con sus mefíticos guaduales y selvales.” También hoy, los diseños del espacio urbano le huyen con terror a lo que parezca naturaleza natural, y los usuarios de la llamada arborización del Metro o del nuevo parque de San Antonio descubren, quizás sin mayor sorpresa, que los árboles están en jardineras o surgen en medio de pavimentos y enlozados. Habría otras cosas, como el hecho de ser una ciudad mercantil, casi siempre dominada por los comerciantes, que le han dado el tono a la sociedad local y han tenido mucho que ver con los criterios de urbanización y utilización del espacio, y que los grupos intelectuales han visto, desde los tiempos de Emiro Kastos, a mediados del siglo pasado, con mucha desconfianza: “ese carácter alegre, comunicativo, franco, simpático que distingue a los habitantes de los países risueños y de los climas templados no se encuentra aquí; al contrario, las costumbres son frías y ceremoniosas: los hombres no se reúnen sino para tratar cuestiones de dinero; reina un individualismo tan completo. . . no conciben que se haya nacido para otra cosa que para comprar y vender, y fuera del dinero nada merece atención ni respetos. . . Una aristocracia monetaria, algún tanto iletrada, de buenos años atrás tiraniza la sociedad”. La misma queja será reiterada, en el siglo XX, por León de Greiff y Fernando González, en los años veinte o por los nadaistas, hacia 1960.
HISTORIA… La ciudad republicana: 1810-1910 La estructura de la ciudad colonial se prolonga en lo esencial durante el siglo XIX. Los cambios físicos son lentos, así a veces se intente transformar la estructura de las representaciones mentales: las viejas calles coloniales cambiaron sus nombres en 1818 [?], y la ciudad tuvo que orientarse entre las calles de Las Frutas, las Estrellas, el Sol, los Astros, las Aguilas, el Amor, el Fuego, Minerva, Júpiter, las Alegrías, los Ángeles, la Luna, el Parnaso, el Silencio. Antes se habían orientado por la calle de Guanteros, el Chumbimbo, la Alameda, y la Calle de San Francisco, la Calle del Guanábano, la Calle del Ciprés, la calle del resbalón, la Calle del Chivo: del espacio concreto a un proyecto ideológico racionalista, que fue luego reemplazado por la evocación cívica de la independencia, que ya figura en 1847: Bomboná, Carabobo, Maturín, Juanambú, Junín y de la hermandad hispanoamericana, que poco dice: Perú, Caracas, Bolivia, Ecuador. Un nuevo racionalismo en los años treinta del siglo XX impuso la numeración de las calles y casas siguiendo un modelo cartesiano, pero todavía los habitantes se resisten a adoptarla del todo y hay áreas donde uno sigue diciendo: Caracas con El Palo. El crecimiento urbano tiene un ritmo continuo pero no desbordado: pasa de unos 4 o 5000 habitantes a comienzos de siglo a unos 25000 o 30000 al final, en el casco urbano. El crecimiento, visto a vuelo de pájaro, fue redondeando la ciudad, que había pasado de un pequeño cuadrado irregular en 1675 a un alargamiento a lo largo de la vertiente sur de la quebrada. En estos años, los espantos y brujas pueblan algunas calles: hacia 1837 una luz pasaba por Ayacucho con el Palo, seguía por la acequia hasta perderse en el zanjón. “Entró de lleno el miedo y ya pocas personas pasaban por esa calle después de las diez de la noche. En ese mismo año en el camellón de El Llano
(Bolívar) deambula un fantasma, y en otras calles aparecen el Sombrerón y La Solitaria, de túnica blanca y calavera. En la segunda mitad del siglo XX la geografía del miedo tendrá otras causas y personajes. El plano de 1875 hecho por la Escuela de Minas deja ver una figura más redondeada, pues casi toda la ampliación se ha dado por el crecimiento hacia el norte, al otro lado de la quebrada, en el llano y sus vecindarios. De este modo la plaza pública deja de ser la referencia central, pues dos elementos arrastran la atención; por una parte la quebrada misma se convierte poco a poco en el centro de la ciudad, y esto lleva a que se la trate pronto como un primer esbozo de paseo estéticamente valioso, al abrirse, de Junín al oriente, las dos vías paralelas a la quebrada, las “avenidas” derecha e izquierda, que reemplazan los bajos inundables (“la playa”) en las que se siembran ceibas hacia 1875 y se empiezan a construir quintas con nuevos criterios arquitectónicos. En el siglo XX, y sobre todo con la apertura del Club Unión y del salón de té Astor, de pastelería suiza, sobre Junín, esta calle se convierte en un paseo que une la vieja plaza central con el parque de Bolívar. Sin embargo, hasta 1947 la Plaza de Berrio es, con la Plaza de Cisneros para los más masivos encuentros, el sitio de definición pública y popular de la política, complementado con las calles que hacen esquina junto a la gobernación. Pero el crecimiento no llevaba todavía a construir edificios llamativos o monumentales. Saffray, un viajero que escribió en 1869, no veía nada recomendable en los edificios locales: “Seria inútil buscar en Medellín monumentos proporcionados a la importancia de la ciudad... únicamente el colegio actual y su iglesia honraban, como construcción, a los monjes que los edificaron. La catedral [la Candelaria], construcción moderna de ladrillo, sobrepuesta de una pretenciosa cúpula, se distingue por la falta completa de estilo y de gusto, por la más absoluta ignorancia de las reglas de la arquitectura...” Por otro lado, al recibir la ciudad en 1868 el carácter de sede episcopal se planea la hechura de una nueva catedral, 500 metros al norte de la quebrada, en la zona que se denomina ambiciosamente la “Villanueva”: es un barrio trazado en el vacío, por Tyrell Moore, un inversionista urbano que había llegado como ingeniero de minas a Antioquia: une tres elementos que serán decisivos en la siguiente etapa: el diseño de ingenieros y la especulación en tierra urbana, con un cierto sentido de planeación urbana y servicio a la comunidad: regala el lote para el parque de Bolívar. Esto esta acompañado por la construcción de varios puentes sobre la quebrada, y por la prolongación de algunas vías en el sentido sur norte. Para 1847 Bolívar se prolonga por el camino al norte, y Carabobo avanza en dirección al puente que se construye sobre el río en Guayaquil, que sigue una línea algo paralela a la primera vía al sur, la de la Asomadera. (pero realmente la vía bien trazada es de 1858) Para 1875 la ciudad ya ha llegado a San Juan, donde se establecerán dos hitos urbanos en el paso del siglo: la plaza de Mercado y la estación de ferrocarril. El crecimiento, pues va llenando los vacíos pero al mismo tiempo lanza nuevas líneas de desarrollo, apoyados en los caminos que salen de la ciudad. El plano de 1875 muestra, por otra parte, que en algunos puntos se ha llegado al sitio donde la pendiente empieza a crecer: la catedral mira al llano, pero detrás de
ella hay grandes pendientes. Lo mismo ocurre arriba de Córdoba. Esto se manifiesta en nuevas violaciones de la línea recta, sobre todo en la vía tortuosa (Barbacoas en el plano de Alvaro Restrepo Euse que reconstruye la estructura de la ciudad en 1800) que sale de la quebrada y de algún modo traza un semicírculo tras la catedral: una vía diagonal de la que quedan todavía algunos pedazos pero que la ciudad no fue capaz la ciudad de integrar a su diseño. También en el otro lado de la quebrada se llega a la plaza de Sucre, desde donde comienzan las pendientes orientales a La Ladera, Enciso y Villahermosa. Lo curioso es que mirando el mapa de 1889 casi toda la expansión urbana se hace insistiendo en el ascenso a las lomas: Buenos Aires y Miraflores, las laderas de El Salvador y, detrás de la Catedral en construcción, el Barrio de Prado. Los sectores planos - al sur de San Juan, al Occidente en dirección al río- al norte por Carabobo y Cundinamarca, se quedan estancados quizás vistos como menos saludables por la cercanía a los meandros del río, que por lo demás es un río que, como las quebradas, se desborda con frecuencia. Los años de 1875 a 1910 son de transición hacia un dominio de los elementos conceptuales propios de la ciudad moderna. Esta transición se advierte en el surgimiento de criterios urbanísticos integrales referidos al espacio público y que se expresan en el nuevo parque, en el diseño de las avenidas de la quebrada, y en el rediseño de la plaza mayor, Parque de Berrio desde 1891, con estatua para exaltar al gran dirigente regional y con una arborización planeada. Las calles anteriores y la plaza mayor eran sin árboles, y si la ciudad tenía árboles era porque mucha casa en el marco urbano era prácticamente una finca o tenía árboles en el solar. Igualmente en la magnitud de las obras urbanas: la más simbólica, la nueva Catedral, que, por su tamaño desborda la escala de los edificios urbanos tradicionales, al menos hasta la década de 1940. No hay que olvidar que hasta hace muy poco todavía podía ser utilizada como tema del orgullo local: en 1966 el libro conmemorativo de la ciudad afirmaba que “en estructura de adobe cocido es la más grande del mundo”. Además, su orientación fue vista con interés por los entendidos, como el pintor Cano, que comentó en 1898 (El Montañés, 8 de abril) que por tener su fachada mirando hacia el sur, “habrá a todas horas del día luz muy apropiada para hacer resaltar los relieves de su arquitectura”. El parque, sin embargo, resulto un poco ocultador, por sus elevados árboles, del frontis. Tampoco se dejaron a su lado espacios libres que la abrían protegido: hoy, rodeada de altos edificios, ha desaparecido casi por completo del espacio real y del espacio imaginario de los medellinenses. El puente de Guayaquil y luego el puente de Colombia (construido por orden de T.C. de Mosquera cuando vino en 1846), las plazas de mercado, que cambian totalmente, de toldos en la plaza pública a plazas cubiertas, en Flores y luego, en 1889, en Guayaquil. Supongo que cambian también los hábitos de consumo y el uso de la plaza publica, que era intensivo los días de mercado, se distribuye ahora en el desplazamiento de todos los días a las ventas cubiertas. Y se advierte el cambio en múltiples obras de infraestructura, pero que en general siguen apegadas a las estructuras arquitectónicas de origen hispánico: el manicomio de Bermejal, colegios, el cementerio de san Pedro, ya más afrancesado.
La plaza de Berrío funcionó como mercado hasta 1890, y no parece haber tenido una función pública similar a la del altozano en Bogotá, donde la gente salía diariamente a encontrarse. Tampoco existen otros sitios de encuentro ciudadano: no hay biblioteca, no hay museo, no hay lugares para baile y diversión. Las representaciones teatrales y las ocasionales presentaciones de ópera se hacen en El Coliseo, único teatro de la ciudad. A partir de finales del XIX, sobre todo como aporte de las guerras civiles, surgen chicherías y cantinas. Los habitantes y visitantes se quejan de la falta de amenidades: ven riqueza en el pueblo, pero privada, y la gente parece vivir en el espacio cerrado de la casa y en el espacio alterno de la propiedad rural, más que en la ciudad cuyos espacios públicos siguen siendo muy naturales, como lo muestra la imagen de la quebrada, a menos de 100 metros de la plaza, que aparece en el cuadro de o en los paisajes de F.A. Cano de 1895. Las normas urbanas se reiteraron y surgió con claridad la idea de definir el desarrollo de la ciudad hacia el porvenir: en 1890 el Concejo aprobó la idea de un plano de Medellín futuro, pero no se pudo desarrollar. Se aprobó, eso sí, una definición de 16 metros para las calles y de 20 para las avenidas. El plano de 1906 en parte recoge las intenciones de trazo anticipado esbozadas por el consejo. Muestra ya tres puentes sobre el río Medellín (Volador, Colombia y San Juan o Guayaquil). Curiosamente, mientras los dirigentes urbanos se animan con el progreso, la literatura, que aumenta aceleradamente, produce imágenes contradictorias de la ciudad. Surge el tópico de la corrupción urbana frente a la pureza campesina, como puede verse en “Baldosas y Terrones”, cuento firmado por Jorge de la Cruz, 371 ss., en el que el tema es la “ciudad maldita”: “Riscos, breñas, espinas, ¡cuándo le devolverían la rudeza y los bríos que le robaron insensiblemente las baldosas encanalladas de la ciudad” Varios escritores, en estas tempranas novelas urbanas, hablan de “la ciudad”, genérica y abstracta, como escenario de corrupción, droga, suicidio o erotismo corruptor La ciudad moderna 1910-1960 El hecho es que desde finales de siglo pasado surge en la ciudad el afán de progreso, la preocupación por tener una ciudad moderna, y una ciudad moderna implica cierto manejo del espacio público. Esto se expresa de muchas maneras, como las discusiones sobre el plano regulador, que conducen en 1913 a la adopción del Plano de Medellín Futuro. Esto está dentro de una visión relativamente amplia, que lleva a tener en cuenta el desarrollo de zonas verdes, espacios públicos, vías para un transporte que se percibe será motorizado (tranvía, automóvil, tren), servicios públicos (electricidad, teléfono, pero sobre todo agua y en menor escala alcantarillado) y equipamientos sociales: en las primeras décadas del siglo este pequeño pueblo construyó el Hospital de San Vicente, la Universidad, varios colegios, y tres grandes sitios para espectáculos: el Circo España, Teatro Municipal, que elegantiza el antiguo Coliseo y el Teatro Junín. El arte encuentra su templo en el Palacio de Bellas Artes. Y otros tres palacios para las distintas administraciones: El Palacio Departamental, construido por Agustín Govaerts, el Palacio Nacional y el Palacio Municipal, que será coronado por los ambiciosos murales de Pedro Nel Gómez.
El plano de 1938 muestra que el crecimiento sigue hacia el norte y que se ha concluido la prolongación de Palacé y Carabobo hasta el río. Nuevos barrios se han desarrollado en los Angeles y San Miguel, Santa Ana y Prado. Se planea una difícil carretera de circunvalación y bosques al oriente y al norte (el único sector que se haría). Muestra, además, el río Medellín rectificado desde el puente de Guayaquil hasta Colombia, y un plano aprobado para la rectificación hasta más allá del puente del Volador. Es posible ver también la línea del ferrocarril, que al anticiparse a la rectificación del río quedó incrustada dentro de un área que luego sería de circulación urbana. Pero el ferrocarril es determinante sobre todo por la actividad que se genera alrededor de la Estación de Cisneros: allí llega toda la carga de importación y a su alrededor se crea Guayaquil, con sus pensiones para los inmigrantes, sus bares y cafés donde se escuchan desde los años veinte el tango y las rancheras y su Plaza de Mercado y sus depósitos de mercancías. En general, domina un diseño basado en la racionalidad rectilínea pero con algunos ajustes. Las manzanas pegadas al río tienen contornos rectilíneos pero no rectangulares: hay triángulos y secciones del rectángulo. Algunos parques decorativos se generan cortando las cuatro manzanas y creando un redondel central. Se planea una gran avenida a los dos lados del río, siguiendo seguramente el modelo de Santa Elena. A partir de entonces el crecimiento de la ciudad, aunque no se atuvo en forma muy estricta a un plan que se había desarrollado sin una suficiente investigación y que tropezaba con dificultades reales y de oposición de propietarios, se enmarco dentro de unos parámetros nuevos, que fueron modificados en diversos momentos, como en los códigos de 1935 y 1939.