José ángel valente viaje a la imposibilidad m ángeles lacalle

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JOSÉ ÁNGEL VALENTE: VIAJE A LA IMPOSIBILIDAD

Mª ÁNGELES LACALLE CIORDIA Universidad de

ABSTRACT In the latest edition of the works of José Ángel Valente, Nadie, the poet deals with the impossibility of talking about the unknowable, which emerges in the radical experience of language, and inspite of it, the poetic creation or lyric is nourished by this impossibility. It creates a poetic world based on the nothing or the silence of being, in the language of the imagination whose creative movement annihilates everything that has not been. Of this experience remains the debris of the impossible that cannot be eliminated which in turn engenders a horizon that can never be reached.

LA OBRA Nadie es un avance de la obra póstuma de Valente que titulará Fragmentos de un libro futuro. Está constituida por quince poemas con un prefacio titulado «Palabra, libertad, memoria» que se compone de tres textos en los que Valente habla de la naturaleza experimental de la palabra poética que encuentra su libertad en la extrema desnudez y en ésta se abre al silencio primero. Previo al prefacio, esta obra se inaugura con un canto al tú (Dios), un canto de fe viva en el que el tú es la luz, en el que la noche y el día son a la vez. Omnipotencia de Dios en la que la sombra deslumbra. Para Valente decir sombra es decir luz y, en ellas, se opera la supervivencia de la poesía. La oscuridad no es oscura ante ti y la noche ilumina como el día. Oscuridad como luz. (Salmo 139, 6) En el prefacio «Palabra, libertad, memoria» Valente apuesta por la radicalidad de la experiencia y de la palabra. San Juan de la Cruz es quien mejor expresa,

Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, nº 18, 2000, págs. 173-193

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para Valente, la radicalidad última en la que la palabra se sustancia en el no entender que encarna lo indecible. En el primer texto dice Valente que La apuesta es irrenunciable: llevar el lenguaje a una situación extrema, lugar o límite donde las palabras se hacen, en efecto, «ininteligibles y puras», con una teoría del no entender, no saber —«y quedéme no sabiendo»— de forma que el que en un simple modo de razón no entienda pueda encontrar, no entendiendo, más hondo y dilatado espacio para existir. (N, 11) Valente ya había consignado esta «apuesta» desde el inicio de su obra poética Punto Cero. Poesía 1953-1979 en cuya dedicatoria se lee: «La palabra ha de llevar el lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad». Intenta alcanzar el extremo límite de la palabra en el que gira la destrucción del sentido y la apertura infinita de la misma. Se trata de una actitud de libertad ante la poesía, la de evitar cualquier «intención» previa en la escritura para que no haya interferencia en la palabra. Esto lleva al poeta a situarse en la frontera o extramuros. Valente desarrolla esta consigna a lo largo de toda su obra poética con rigor autocrítico. La inicia en el desierto del primer poema «Cruzo un desierto» (PC, 13) pasando por las cenizas alumbrantes «Y nosotros inmóviles / mientras iba dejando la ceniza / en las manos desnudas / su temblorosa luz» (PC, 392) en las que se cumple el ciclo de lo vivido y no conocido, hasta el nuevo renacer en la eternidad «Mientras el pájaro sutil de aire incuba tus cenizas» (NAC, 119). La experiencia del poeta es caminar de una nada a otra, de un olvido a otro de la experiencia no sólo de lo vivido en el mundo sino también en el origen. Para Valente «este estado de no identidad es el propio del poeta y el único que puede dar paso en él a la libre circulación del universo. [...] La palabra sólo es poética cuando alcanza ese estado de disponibilidad infinita al que corresponde en el poeta la carencia de identidad»1. Por la necesidad de liberar el lenguaje y llevarlo al punto cero, a este estado de no identidad que dimana de la absoluta libertad, Valente se encuentra con Miguel de Molinos. Para María Zambrano este encuentro se realiza en la nada donde «se aniquilan y nadifican». Valente se sitúa en la matriz del cero, en una realidad metafísica en la que el lenguaje está en una disponibilidad absoluta. Valente, situado en este punto límite de indeterminación absoluta, ingresa en la materia engendradora en dos fases progresivas. Una de penetración del límite y descenso hasta la materia matriz del fondo originario del ser, en la que lo intuido

1. José Ángel Valente, «La poesía, conexiones y recuperaciones», Cuadernos para el diálogo, núm. XXIII, diciembre de 1970, p. 42.

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y el fondo coinciden en el latido matriz (Interior con figura y Material Memoria) y otra fase de eterno retorno a esta materia madre a través del propio movimiento engendrador de la materia del mundo. Aquí las palabras son «ininteligibles y puras». Valente configura estas fases evolutivas de penetración, descenso y de eterno retorno a la matriz engendradora en los poemas «Territorio» (PC, 403), «Como el oscuro pez del fondo» (PC, 471), «Mem» (TLT, 43). Palabra matriz, total e inicial, que remite al limo o a la materia primera u original, donde lo informe es la raíz de todas formas posibles y donde las palabras se hacen ininteligibles. Lugar del inconocimiento, anterior a todo saber, conocer y entender. Lugar de la palabra experimental, de la palabra sustancial. Para Valente esta palabra interior es la palabra-materia del poeta que se produce en el extremo límite del lenguaje. En estos lugares extremos o radicales de la palabra el poeta camina, en solitario, por la senda oscura y sin asideros y se sitúa, más que en la forma, en la formación y aquí «las palabras quedan retenidas [...] sumergidas en un amanecer en el que ellas mismas no se reconocen» (M, 48) de ahí la ininteligibilidad de lo que se manifiesta. Valente, en este texto 1 que comentamos, propone anidar en el «no entender» que es de donde dimana la verdadera ciencia o conocimiento porque lo que se manifiesta es el espíritu al que es imposible de aprehender lingüísticamente y lo que queda apresado es su imposibilidad como posibilidad. Para San Juan de la Cruz «ni basta ciencia humana para saberlo entender ni experiencia para saberlo decir» («Prólogo», Subida). Se trata de «ciencia de amor», cuanto más clara más oscura. En esta oscuridad del rayo, que abarca no el sentido sino la totalidad del despertar, se alumbra la sabiduría de Dios, que no se puede entender ni decir. En esta profundidad del no entender es donde Valente propone situar la existencia. La palabra se gesta en el extremo límite y en él se sustancia y se hace ininteligible y en este no entender encuentra su mayor cumplimiento. En este extremo radical en el que el místico o el poeta descubren el nuevo y profundo sentido del mundo, la palabra declara su cortedad para decir su propio espacio creado, o decir la vaciedad del decir, por esto, el decir de esta palabra aboca irremisiblemente a lo indecible. Entre lo decible y lo indecible se sitúa el poema. Éste dice lo indecible sin decirlo del todo. La parte de lo no dicho permanece en lo indecible y en lo dicho. Palabra y silencio. De este modo tanto el místico como el poeta para acceder a la experiencia límite necesitan la palabra poética que se convierte en conocimiento de un no entender, de un no conocer, de un conocimiento que está más allá de todo conocimiento. Para Valente no sólo el poeta y el místico vivencian la experiencia límite sino también el loco aunque éste ya ha rebasado este límite. En el segundo texto Valente propone esta descodificación como un ejercicio para liberar a los signos de la interdependencia significativa de la lengua. De este modo crea una nueva legitimidad en cuyo seno habita la ausencia. En este extremo radical la palabra poética coincide con la palabra de la locura. La de la locura, dice

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Valente, «suspende el orden codificado del intelligere» y la palabra poética «es anterior a él. Ambas trasgreden el orden inmediato de las significaciones, la convención sobre la que también el orden del discurso se cristaliza»2. A esta transgresión como ruptura se refiere Valente: «La ruptura de la norma en el lenguaje de la locura corresponde a la libertad de violar el sistema de la lengua» (N, 11-12). La libertad del poeta se enfrenta a la legalidad y al consumismo lingüístico de los poderes. Para Valente contra este orden sobreimpuesto del poder se levanta la libertad de la palabra poética. La «ruptura» que propone Valente se fundamenta en que la palabra poética no puede estar al servicio de nada ni de nadie. De ahí que el poeta no parta de unos conocimientos previos a la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador. En este sentido Valente defiende la poesía como medio de revelación de lo que oculta la realidad y rechaza, como deseo determinante de la escritura, el lenguaje de comunicación porque éste supone que el poeta dispone de unos contenidos previos que hay que comunicar. Sin embargo, insistimos, el poeta no conoce el contenido de la realidad que quiere transmitir hasta que no se hace poema. Y esta parte de la realidad oscura que descubrimos a través del lenguaje es el objeto poético. De ahí la condición exílica o de distancia del poeta para ver: «Encuentra fundamento en ser indiferente a las exigencias del sentido prefijado y, por supuesto a los códigos de comunicación» (N, 12). El lenguaje poético se opone al lenguaje eficaz y operativo que se identifica con el orden del poder del tipo que sea. El poder establece, como contenido de la ley, su propio orden que significa la pérdida progresiva de la libertad y la inmovilización de la realidad social, de forma que obliga al hombre a ponerse la máscara porque su identidad personal se extingue en pos de un destino superior cuyos principios están fijados en dogmas. La palabra poética denuncia los contenidos unívocos y logra desinstrumentalizar el lenguaje para que pueda emerger la plenitud de significados. En este sentido, dice Valente: «la palabra poética es una palabra libre, que no se agota en el dictum, en lo dicho —como ocurre en el lenguaje de la comunicación— sino que es una palabra que permanece siempre abierta, que no se termina. Una vez dicha queda abierta y vuelve a empezar a hablar»3. Por ello, la poesía exige un lenguaje desposeído y libre. Es necesario que el yo, el mundo o los contenidos previos se disuelvan o aniquilen para que la palabra pueda recibir, y a la vez haga reventar o explosionar los condicionamientos de sentido para que renazcan significados siempre nuevos, por eso la palabra poética de por sí es subversiva. Para Valente el lenguaje poético es equívoco y polisémico: «Es

2. Valente, Variaciones sobre el pájaro y la red, Barcelona, Tusquets, 1991, p. 65. 3. Manuel Llorente, «Estoy en la recta final de mi escritura», El mundo / La esfera, núm. 309, 26-4-97, p. 5.

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un lenguaje que se opone al lenguaje como legalidad. Atentado contra el sentido unívoco, que se disuelve o se hace explotar» (N, 12). Tanto la disolución como la explosión de lo que impide que la palabra se escuche y renazca a lo nuevo son espacios «contiguos» y «compartidos» por la libertad de la palabra de la locura y de la poesía porque se aniquila lo que sobra y se suspende en la sombra-luz, espejo-figura, noche-luz, sueño-realidad, visibleno visible, palabra-silencio, dicotomías que se integran disolviéndose en la unidad de la noche de donde emerge la luz, que es unidad y diseminación de lo viviente. El espacio abierto en el que confluye la locura y la poesía es la inocencia. La palabra inocente no sirve a ningún fin: «Zonas contiguas, compartidas, de libertad de la palabra en la locura, en la poesía» (N, 12). La palabra del inocente es una palabra libre. Esta libertad nace de la entraña insobornable del hombre en la que el amor hace germinar la materia madre o la materia de la memoria. La palabra o el hombre en el hacerse camino recorre los pasillos de la memoria porque ella es su morada y alimento. Ya en el texto tercero, en este silencio memorial se forma la palabra poética. Se trata de un espacio que da a la «noche de sentido», noche de espera y de escucha del silencio. En este silencio se engendra la palabra poética como palabra experimental desde «Cruzo un desierto» («Serán cenizas...», PC, 13) pasando por la nada del centro «El centro es un lugar desierto» (NAC, 31) hasta la memoria primordial que encierra la profundidad de este silencio del desierto. Para Valente este silencio es la «materia natural» o la materia interiorizada: el silencio o la nada. Silencio indecible o incomunicable. Silencio no nombrado como tal en el poema. El poema como espacio del silencio. Además, hay otro tipo de silencio, el que constituye un elemento de composición del poema, el que aparece nominado en el poema: «El silencio se quiebra / en trino por tres veces/ y la materia de la música / ya no es sonido sino transparencia» (PC, 444). El canto asciende del silencio y a él vuelve para volver a emerger. Este segundo tipo de silencio, según Valente, ha marcado la evolución de la música contemporánea. Y en este sentido la figura clave es Antón Werbern de la última época (1927 y 1933, del concierto para nueve instrumentos y del trío de cuerda) el que, según Valente, llega a un arte absolutamente concentrado de composición del silencio. En este texto el silencio es un elemento nominado, es decir, un elemento de composición y a la vez es la materia interiorizada o la materia inmaterial de la música. Silencio que cerca un vacío esencial, que pone en tensión las vibraciones o voces del silencio y que hace estallar al silencio interior o a su enigma. Silencio suspendido en cuya respiración de la materia interiorizada se percibe el ritmo musical del silencio. Como vemos, la palabra para exista hay que rodearla de silencio y en él se manifiesta ella misma a través de la escucha, y vuelve a hundirse en el silencio. Lo mismo ocurre en la música. Es necesario un estado de silencio y de contemplación para escuchar los ritmos que el silencio imprime en el alma:

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En la música de Webern, más que en cualquier otra, importa no sólo el silencio que entra en la música misma como elemento de composición, sino —y, acaso, sobre todo — el silencio que rodea la música (N, 12). El poema o la música o la luz reposan en la memoria del cero, en la memoria del silencio primero, en la memoria en blanco que es raíz de todas formas posibles de creación. El latido blanco de la memoria al rememorar algo lo inventa. Nunca lo reproduce de forma fiel, de este modo la memoria es creadora. El principio de no repetición en Werbern no es, en absoluto, abolición de la memoria. El silencio es la memoria primordial. O la memoria primordial es una memoria del silencio (N, 12). En síntesis, Valente anuncia en este prefacio el asunto de los quince poemas restantes, la posibilidad de existir en el espacio profundo e incomprensible del no entender, el derecho y el deber de la palabra a quebrantar el significado prefijado de los signos y la memoria del silencio creador. A partir de aquí la obra poética que comentamos, Nadie, comienza con un poema que lleva el mismo título del poemario «Nadie». Versa sobre la imposibilidad de la palabra para aprehender lo incognoscible, lo divino. Palabra apócrifa, secreta. Hemos numerado los quince poemas que componen esta obra para mayor claridad expositiva. A la vez, no hemos evitado el transcribir los poemas para facilitar el acceso a la lectura de ellos a cualquier lector por la escasa difusión de este poemario.

POEMA 1 Valente inicia su experiencia poética en el límite extremo en el que el decir es imposible, es decir, en el «no entender» en ese «hondo y dilatado espacio para existir» (N, 11), y sobre la infinita tensión del deseo de plenitud que se le escapa desde siempre pero que de suyo descansa eternamente en sí misma. El poeta vivencia el quicio entre el no ser —el mundo de la esencia— y el ser —el mundo de las manifestaciones— donde tienta la imposibilidad como material oscuro y en él se halla suspendido. Cesación de todo pensamiento y respiración de la eternidad del instante de la materia poética, es decir, de la realidad del ser en su morada abismal en la que se conforma el borde aproximado del decir oscuro, pero necesita una voz o un asidero. La incertidumbre de esta realidad no le viene a Valente de si esa realidad es la real o no, sino de si el lenguaje será capaz de dar cauce lingüístico al ser enigmático que la espesura del vacío contiene. El poeta se asoma a aquel borde oscuro y en su mirada retrayente se abisma. Sólo por el no ver puede acceder a la profundidad del abismo o del fondo del ser

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o del mar. Pero, a pesar de su desnudez radical —de muerte—, no alcanza a ver el fondo. Sólo el anciano o el desposeído, acostumbrado a la ceguera del abismo y como testigo del más allá, iluminó, en la ceguera, los restos o bultos flotantes de la memoria del abismo. Del fondo del propio mirar se yergue el «desobramiento» o desposeimiento incomprensible e inaprehensible del ser en una lengua común y originaria anterior a todo lenguaje que sólo en el vacío de su propio mirar se codifica. Agone o la manifestación del dios se deshace disolviéndose, lentamente, en la intimidad del secreto que es el enigma del canto. Este enigma dura en la misma fisura del ir muriendo, constituido por el ir deshaciendo destinos que el empuje deseante del conocer va conquistando a lo desconocido (Deus absconditus) porque, según Valente, sólo la palabra poética puede avanzar por un territorio desconocido, como vamos a ver. La palabra invita a entrar en la espesura y en la incomprehensibilidad de lo inefable. Atraviesa el abismo e inaugura una relación con el otro que es ausencia. El poeta advierte la «imposibilidad» de su canto como la realidad suprema del mismo, porque quien habla es el otro ausente, el silencio de la palabra. La inefabilidad del canto es la verdadera sustancia del mismo y, en ella emerge y se desvanece. La forma de hablar de este lenguaje es el silencio. La palabra está edificada sobre él, pero no puede decirse o someterse este silencio al habla. El tú o el interlocutor es inefable y en este sentido es el otro como pensamiento espiritual —no pensado—, y, a la vez es creador por la palabra en la que empieza a existir. El tú se halla escondido en su revelación, «en lo no descifrable». Este mensaje cifrado retiene la luz del inconocimiento de la noche. Conviene aclarar que el poeta conversa con alguien que es el tú. Cuando dice yo dice el otro. El tú es la diferencia y, según Valente en ella radica el conocimiento y el amor. Por ello, se distancia o diferencia del otro pero ambos se escuchan a través del poeta. Flotar en la incierta realidad de ser, tentar a ciegas lo improbable, no tener asidero en tanta sombra. Los cuerpos de los ahogados en la mar meditan boca abajo, pero no ven el fondo con los ojos vacíos. El anciano volvió con una antorcha e iluminó los barcos naufragados. Se alzó desde la noche un coro en una lengua imposible de interpretar. Esta es la verdadera canción, pensaste, y luego te fuiste diluyendo, despacio, muy despacio, en lo no descifrable. (Nadie)

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POEMA 2 De esta memoria oceánica, oculta y críptica interesa al poeta lo que rebasa el canto: el desobramiento del ser, la ausencia del dios, lo perdido del dios, lo sagrado liberado. Todo esto constituye el no espacio del lenguaje. Este no espacio es el fondo incognoscible, que Valente, en el poema que comentamos, nombra con el término «norte» en cuyo borde —o línea laminar de sombras—, hecho lugar porque se substanció por el propio mirar, se libera lo desorbitado del ser, lo permanente siendo siempre. Este borde poético es el lugar del deseo, «se engendra o se deshace» y donde se ha alzado el espasmo que dura en su clímax. En este instante extático de fruición, el poeta ama lo que allí se ha gestado y no se ha consumado. En esta vivencia original dinámica y creadora hay dos hechos: el amor y la palabra en formación engendradora, es decir, el movimiento del lenguaje que habitamos nos engendra en un no decir o en un decir suspendido. A Coral Al norte de la línea de sombras donde todo hace agua, rompientes en que el mar océano se engendra o se deshace, y el naufragio inminente todavía no se ha consumado, ciegamente te amo. (SOS)

POEMA 3 En esta apertura extática hacia el tú —o hacia un lugar que invocar— a través del eros y, consumada la experiencia, emerge el vuelo del olvido de la experiencia —lenguaje de los pájaros— como lo más real de lo real, cuya ausencia, ahora, el poeta la mantiene en la oscuridad de la intimidad de su memoria. Memoria de sombras del olvido. Se trata de una memoria nutrida por los restos o fragmentos que de sí dejó el olvido. Ésta es la fuente de inspiración en la que la palabra permanece como deseo de ser palabra o canto. Pero todavía se ha de sacrificar lo que se ha inmovilizado en la última luz de aquel encuentro. Este sacrificio supone abandonar lo dado o resto —porque no lo sustenta una presencia— y abrirse a la infinitud del sí mismo. Para Valente la muerte es el origen o la posibilidad del poema. La muerte y la resurrección constituyen el movimiento creador del poema.

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Pájaro del olvido jamás te tuve más cierto en mi memoria. Vuelvo ahora desde no sé qué sombra al día helado del otoño en esta ciudad no mía, pero al fin tan próxima, donde el sol de noviembre tiene la última dureza de lo que ya debiera morir. ¿Y es éste el día de mi resurrección? Este habitar el infinito se asienta sobre el deseo de una presencia del ser y del sacrificio de la misma cuando se retira porque no hay don que la sostenga. En este texto el movimiento creador se ha reiniciado, ya en movimiento, con la presencia de lo que emerge sumergiéndose, y con la certeza del olvido del naufragio y retorno. El propio movimiento creador de esta ausencia deconstructiva devora el lugar de encuentro, que no es de nadie ni con nadie sino con la inexistencia que crea una realidad cuya referencia es la ausencia en sí misma. Las horas arrastradas por el viento apagan nuestros pasos. Este espacio inexistente ofrece su ausencia como matriz que dispone o engendra un espacio para la irrupción de quien llega o para el rumor anónimo de quien ha andado con el poeta y que lo convoca desde siempre. Esta voz que viene de lo abierto o del pasado como una dimensión del más allá es Agone. Agone en el borde en el que la memoria va a naufragar convoca o llama al poeta para que vuelva a desconocer. Agone es quien trae el canto incognoscible del abismo, quien ha marcado la distancia de identidad y quien busca ser canto o poema, porque incita con su ausencia al otro —desconocedor— para que exista a través de la palabra. Este otro es quien irrumpe ahora. Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega ni por qué fue llamado a este convite tantos años después. (Comparición)

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POEMA 4 Esta experiencia de la salida de sí del tú —como otro— es incomunicable y de ella quedan fragmentos de la experiencia del silencio que se niegan a la forma definitiva. Son restos de la totalidad del misterio del abismo a la intemperie de la noche que el poeta debe guardar o custodiar como misterio. Estas huellas del olvido son la promesa que encierra este misterio del abismo que alguien ha de desnudar para que el latido último del tú se oiga en su blancura. Aventura eterna del lenguaje que se arrebata y se anida en el profundo amor del poeta. De ti no quedan más que estos fragmentos rotos. Que alguien los recoja con amor, te deseo, los tenga junto a sí y no los deje totalmente morir en esta noche de voraces sombras, donde tú ya indefenso todavía palpitas. (Proyecto de epitafio)

POEMA 5 La luz abisal que estos fragmentos retienen los alumbraría pero el poeta se propone dejarla en el fondo del abismo y saltar hacia más oscuridad o espesura del misterio, hacia una existencia cuya imposibilidad sea posible. El hombre no puede acceder al alumbramiento de estos fragmentos del silencio del abismo. Valente sabe que el alumbramiento de este silencio abismado de Agone sólo vendrá a través de la palabra, y que si no accede a ella, no es nada. Ahora, el yo poemático, sin lenguaje y sin identidad, sólo existe en la medida que está determinado por la relación con el tú, que es una totalidad vacía e indeterminada. Esta relación se sostiene sobre el ser del lenguaje en el no lenguaje. Como vemos no hay auroras que ciegan con su luz o encandilan con sus sombras. Aquella luz interior es una huella laminar de amor de lo sido que encendió al poeta y todavía puede consumirlo, lentamente, en los rescoldos del silencio transparente. Se trata de un mensaje cifrado que espera que alguien lo abra a sentidos imprevisibles y siempre nuevos. Agone sobrevive en el poema a través de esta luz abisal que guarda la memoria ancestral de todas las lenguas y, fundamentalmente, porque es lenguaje oculto en sí, en el propio movimiento reflexivo del mismo lenguaje que crea el mundo.

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Hay una leve luz caída entre las hojas de la tarde. No podemos hollarla. Dame tu mano y cruza de puntillas conmigo para nunca pisarla, para no arder tan tenue en sus dormidas brasas y consumirte lenta en el perfil del aire. (Octubre)

POEMA 6 El salto unitario alcanza hasta el umbral vacío o libre del otro o del mundo suspendido de la nada o del silencio del lenguaje, es decir, del ser en el lenguaje de lo no lingüístico. Este mundo libre se llena de la melancolía de lo que habita —que no lo conoce, ni lo conocerá pero lo busca como posibilidad— que no es otra cosa que la distancia infinita o la diferencia del otro-mundo con Agone. Se llena a veces el mundo de tristeza. Esta distancia infinita, que alberga la tristeza de lo no experimentado, está constituida por la ausencia de sí y el vacío de la identidad. Ambas constituirían el no lenguaje o espacio abierto de la relación del otro con el tú, en cuanto que la distancia entre ambos no se aniquila nunca sino que se profundiza infinitamente hasta la muerte. Agone es lo inaccesible. Se mantiene ausente en la presencia y próximo al mundo que no se ha construido y que la ausencia deconstruye hacia más adentro. En este vacío la irrealidad o el lenguaje de la imaginación se desfonda y se abre a su continente-contenido laminar. Agone se realiza y se preserva como «imagen» ontológica de la infancia, a la vez lo más puro y abierto gime de forma inmediata en la soledad y se escucha el olvido hecho canto en el recuerdo. Los armarios de luna con la imagen de un niño navegan en la noche El viento llora como animal herido, solo bajo las nubes.

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Los blancos lirios de la primavera nadie podría ahora recordarlos. Todavía en este silencio sagrado del abismo memorial desciende el fluir incesante de la vida en la espesura de las sombras que oculta el fondo incognoscible sustanciado por aquel mirar (N, 15). En el borde de este mirar profundo la visión se expresa en un lenguaje de imágenes crípticas. Estas imágenes —«Piedras», «Norte», «Estalla»— tienen la función de abrir el lenguaje a la profundidad de su ser donde ellas se sustancian. Se trata de un lenguaje de «la imaginación material» —en términos de Bachelar— que excava en el ser buscando lo eterno, su sentido más profundo. Pero queda mucho camino desde este borde del deseo hasta los estallidos nocturnos del mismo. Piedras. Norte. Estalla lejos la luz, muy lejos. Andemos todavía. (Días de invierno de 1993)

POEMA 7 En este camino transparente del mundo hacia la luz oscura y lejana del ser, la ausencia actúa como movimiento deconstructor, destruyendo lo no construido. Hay espacios borrados por la lluvia y, a la vez, alimentados o reflejados —creados— por ella misma en cuyo fluir emerge la imagen de un ámbito con un «viejo orden» inmovilizado: el de los dioses manifiestos del poder. Son los torturadores del orden que llegan hasta este borde de la memoria profunda donde se han enquistado o inmovilizado. La lluvia cayó sobre las hojas hasta agotar los números del tiempo. El río trajo la bronca imagen de los asesinos reflejada en sus aguas más oscuras. Venían con sus dioses de bolsillo, aguardentosos, tristes, ávidos. El áspero ruido de sus botas llegaba hasta las bóvedas del cielo. Frente a la corrosión de un lenguaje ortorrecto, lo que habita en el aire es un lenguaje libre, inocente e «indefenso» con el que Valente subvierte la realidad: el

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lenguaje de la transparencia o vuelo del abismo tiene mayor realidad y es más firme que la fuerza del lenguaje público o de cualquier ideología. En esta batalla el lenguaje lógico muere a manos del lenguaje de la indeterminación del ser. Se trata de una voz anónima en la que se funden todas las ausencias que fluyen en el sentido cada vez más abierto a nuevos horizontes. Vosotros os levantasteis hacia el aire como bandada de aves indefensas. No sabéis cuántos murieron, cuántos habéis quedado, qué quedará de todo y de la luna cuando ya nada quede de vosotros. (N, 27) De este combate queda inmóvil el movimiento de la imagen deconstructiva: Fazendeiros de fazendas e mortes cheios de sombra. Para Valente la poesía ha de ser testimonio de la realidad profunda —realidad del abismo— donde conviven, jadeantes, vivos y muertos. Todavía nos cubre la muerte infinita, es decir, el estar muriendo y no acabar de morir en la memoria. Quien esté ciego para verlo no merece vivir. Ahora, Valente propone el resurgimiento de una comunidad gestada en la revelación de la palabra o del tú como lugar paradisíaco donde todos los hombres están en relación dialógica, substanciada ésta en el don del pan que el tú nos ofrecía al emerger del fondo del mar como «rosa encendida»4. Esta rosa simbolizaría a la vez la presencia y la ausencia, la comunidad entre el ser y el no ser. Valente propone la resurrección del interior en un ámbito eucarístico sin aquel elemento perturbador congénito, es decir, sin la caída, sin el tiempo ni la historia de los dioses manifiestos. La página en blanco sería el espacio de la extinción y a la vez el de la absoluta convocatoria. Cuerpo transparente y único de absoluta convivencia. El lenguaje de los pájaros sería la forma de intercomunicación entre

4. Del centro originario del amor emerge nuestro alimento diario: «Del fondo de mar viniste/ hecho de miga de pan,/la rosa de amor traías/encendida en tu mano». Valente, Cántigas de alén, Consorcio de Santiago, 1996, p. 86.

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los vivientes que habitan el cuerpo místico. Es el lenguaje secreto del subconsciente, del submundo, del ser, del espíritu. El mate ardiente pasa de una mano a otra mano. Todas las manos juntas representan el nuevo nacimiento, el vuestro, el nuestro, si aún nos fuera posible nacer a vuestro lado en la tierra sin mal. (Redoble por los kaiowá del Mato Grosso del Sur)

POEMA 8 El poeta se adentra en la espesura paradisíaca para explorar lo desconocido del jardín. En ella contempla lo abierto en el que emerge el canto elegíaco como «ficción» que antecede a la gravidez del pensar contemplativo. Valente ofrece la eternidad transparente de lo irreal: una «imagen» de la ausencia que no se deja apresar y que no tiene comienzo sino que recomienza eternamente. El poeta habita este meditar reflexivo y en él contempla el discurrir grávido de su pensamiento que desciende extático en la espesura más interior y cuya altura abre la profundidad del edén como el lugar más interior de la presencia que hila el lenguaje entero de lo visible con el de lo no visible. En este jardín se urde el hilo del decir a la red de la matriz lingüística donde se vela lo indecible, donde el tiempo es un no tiempo y donde todo está suspendido. Se trata, para Valente, del tiempo de la eternidad o del instante de la originación en el que se narra la «suspensión de los tiempos». En esta matriz lingüística dura el mundo imaginario constituido por los restos vacíos que deja la ausencia en la misma suspensión o inminencia del decir la eternidad. Éste es el hilo o el filo en el que se sitúa la imposibilidad de la palabra poética, y que por otro lado, sólo en ella encuentra su posibilidad. En la ventana las gotas de lluvia fingen llanto del prematuro rostro frío de este otoño. Hay días en la estación que baja con las nieblas primeras

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hacia la fronda aún verde del jardín tan íntimo, velados días como tenues telas, días tejidos en el hueco oscuro, suspendidos del borde de los días iguales, como ayer, como siempre. (Otoño, 1994)

POEMA 9 En este hueco o vacío extremos, que el otro ha ido engendrando en la espera, emerge la intensidad de este vacío como claridad en la que se arrebata inmóvil y suspendida de su luz. Y esta claridad desciende como pájaro en el fluir de este pensar contemplativo que va apagándose con el roce del olvido en el que se ha consumido salida y retorno del encuentro. En este borde permanece la huella etérea de la claridad del secreto de la experiencia poética. Al lento sol que baja hacia la tarde ceder, abandonarse. Declinación. El flujo del vivir se ha ido deteniendo imperceptible como el borde del vuelo o la caricia. Aún dura leve lo que fuera huella de su tacto tenue. Duración y permanencia contra la disolución y la muerte. El andar en este «leve borde de la ausencia» es una forma de permanecer, de ahí que no haya un principio y un final sino que la salida y el retorno constituyen el tiempo del deseo. Porque «a dónde se puede ir» «Hay algún lugar donde ir» Sólo un eterno comenzar donde las despedidas y los regresos son iguales. No hay nadie en la estación interior. Sólo el tú es señal de que otro existe como ausencia. En esta distancia, que no es más que imposibilidad, sólo el otro —su voz anónima— es testimonio de su propia escucha. No sé si salgo o si retorno. ¿Adónde? El fin es el comienzo. Nadie me dice adiós. Nadie me espera.

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Esta voz de nadie sino de la intensidad del vacío se reabsorbe en la luz primera con el deseo de permanecer en el deslumbramiento de la sombra. Por otro lado, esta sombra, la del tú, que ha compartido con el otro lo más puro de sí —porque en esto se asemejaba el otro al tú en compartir lo mejor de sí—, va a sacrificar esta pureza primordial para durar o sobrevivir más puro en el tú. El otro muere en brazos del tú para habitarlo poéticamente y dejarse ser en su ocultamiento. El otro y el tú sobreviven unificados en lo más puro de sí. Por eso la palabra poética es la palabra que sobrevive a la muerte. Entrar ahora en el poniente, ser absorbido en luz con vocación de sombra. Y tú, que me has amado, sacrifica a las divinidades de la noche lo más puro de mí que en tu secreto reino sobreviva. (Luces hacia el poniente)

POEMA 10 Valente cuestiona la muerte como el olvido total por el dolor que le supone el alejamiento o pérdida total del tú. Tiene la certeza de que morir es nacer a una existencia ontológica. Pero ésta crea dos situaciones: «una existencia como ausencia» que es el caso de la ausencia como presencia de la que llegan rumores del otro que desea un eco del tú, o de «la nada como existencia» que es lo que Valente llama «impresencia», es decir, el tú que es sólo vacío no hollado e intacto que a veces se muestra como «intensidad» de su propio vacío, pero al mostrarse ya es el otro —que es presencia—, porque del tú no llegan mensajes, se esconde puro en su plenitud. Es lo inalcanzable o la imposibilidad. La muerte supone al yo pasar de lo «personal» identificable por el amor («Hay algo en mí que tú no reconoces») a lo «impersonal» no hay ningún sentimiento o marca que les una, o sólo lo que no es nuestro en el ser. El ser otro no le permitirá alcanzar la profundidad del amor que engendró al tú, porque el tú es olvido en este otro. Pero si ambos fueron el mirar único del amor: «por qué tan ciega ahora esta frontera». Si después de morir nos levantamos, si después de morir vengo hacia ti como venía antes y hay algo en mí que tú no reconoces porque no soy el mismo,

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qué dolor el morir, saber que nunca alcanzaré los bordes del ser que fuiste para mí tan dentro de mí mismo, si tú eras yo y entero me invadías por qué tan ciega ahora esta frontera, La ausencia de tú se halla inmovilizada, de forma repentina, en el no lenguaje —o en la imposibilidad, voz no identificable— creando una distancia sorda entre ellos, precisamente, ahora, cuando necesita encarnar el inmenso amor de hoy, y del tú sólo obtiene una mirada inocente y libre que emerge del sacrificio del recuerdo hecho poema. Disolución absoluta del tú con el que es imposible el diálogo. A través del amor el recuerdo se encarna en el aire del olvido en el que germina la libertad: tan aciago este muro de palabras súbitamente heladas cuando más te requiero, te digo ven y a veces todavía me miras con ternura nacida sólo del recuerdo. Valente lamenta el morir como forma de alcanzar al otro —al tú— y que, después de la consumación del amor, en el espejo no haya ni huella ni testimonio del encuentro. En el espejo como en el poema no se refleja ni el tú ni el otro, sólo la reflexión transparente, la vitalidad de la ausencia. El enigma se asienta en el poema y el canto anónimo es inefable por la «impresencia» del sí mismo. Lo no visible se ha encarnado en el poema. Los amantes han celebrado sus nupcias de amor sobre el abismo de la muerte que los ha alejado o los ha abismado más sobre la ya diferencia insuperable. La muerte es el encuentro con la imposibilidad. A pesar de esto, el otro sigue el rastreo de las trazas resonantes de la experiencia de amor que quedan en él y que el tú ha abandonado en su retroceso interior hacia el punto de un vacío mayor y libre. Teología de la ausencia. Qué dolor el morir, llegar a ti, besarte desesperadamente y sentir que el espejo no refleja mi rostro ni sientes tú, a quien tanto he amado, mi anhelante impresencia. (Elegía: fragmento)

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POEMA 11 «Nosotros», «vosotros», «yo», «tú» son formas que emanan de una deificación del yo. Flexibilidad o diversidad en la unidad del poema. El poema tiene un sentido global enigmático que no conocemos y no puede ser expresado en su totalidad por el lenguaje. Todo poema se configura como imagen en cuyo espejo nada se reconoce. Silencio total. Esta imagen o abstracción contiene la «impresencia», es decir, la traza de la ausencia de la ausencia, o la ausencia extrema que deja la ausencia después del encuentro. No hay referente sólo la opacidad pura e inefable del poema que remite a la nada. De esta nada retorna el vacío determinado por la ineptitud para morir porque estas «cuencas vacías» serían significaciones vacías y estériles, que configuran espacios erráticos que excavan el antesilencio. Todavía sobrevuela alguna pavesa que la levedad de la brisa trae ¿de dónde? o ¿de qué intimidad tan interior? Para Valente estas pavesas son indicio de un recuerdo confuso del olvido de lo no sido en el espejo y, además, son el reconocimiento y el descubrimiento de este nuevo estado transparente de soledad. El poeta construye su casa en el silencio recordado en soledad. Es un caminante solitario tras la traza retráctil del ser. Estábamos en un desierto confrontados con nuestra propia imagen que no reconociéramos. Perdimos la memoria. En la noche se tiende un día sin pasado. Desconocemos la melancolía y la fidelidad y la muerte. Nada parece llegar hasta nosotros, máscaras necias con las cuencas vacías. Nada seríamos capaces de engendrar. Un leve viento cálido viene todavía desde el lejano sur. ¿Era eso el recuerdo? (Lotófagos)

POEMA 12 Sobre la traza de lo ausente o sobre su imagen donde se recupera la ausencia como un residuo inelimimable del ser, se abre la soledad como conciencia o espacio creador donde morir es desaparecer y, a la vez, y en este mismo movimiento se sustancia la densidad de la ausencia. La soledad es un cuerpo vacío y lleno de los restos ineliminables de lo no sido en formas leves, volátiles y cenicientas. Todo ello constituye el color de la ausencia que se funde con la desnudez del aire en una escritura blanca. En ella resuena la respiración de esta ausencia. El cuerpo de la soledad se sacrifica y desciende hasta la noche del olvido de la que sobrevive la ausencia o el no saber o el deseo de saber dónde se ha escondido: «¿dónde estás?». La soledad se puebla de fantasmas de papel y de paja, de retratos de nadie, de láminas metálicas, de páginas desnudas donde nada está escrito. El frío arrasa la memoria y ya empezamos a no ser, el frío que desciende del lado

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más aciago de la noche donde se inicia la consumación. Y no podemos recordar a quién habíamos amado. Pregunto ¿dónde estás? El poeta se sondea a sí mismo y se remonta hasta las puertas de lo desconocido pero no conoce la restauración de lo olvidado de la experiencia. La redención para Valente vendría del rayo oscuro del recuerdo. Vacío o ausencia o silencio o memoria del silencio. Valente ha llegado hasta la roca extrema de la imposibilidad misma del conocer. Pero ni yo mismo sabría quién puede responder. Llamo a todas las puertas. La única que se abre es la sola que no conoce el perdón.

POEMA 13 Este extremo desconocido del abismo del ser se adentra, extático porque su objetivo es avanzar no recogerse en la fijación de un lugar, hacia su escondimiento secreto de la profundidad transparente de sí mismo. En el interior de sí mismo se descubre el cuerpo engendrado por la luz, cuerpo puro de luz y de amor, de sabiduría ígnea, el magma de planos significativos, que transparentan el conocimiento de sí mismo. Aunque el sí mismo se mueva entre las dimensiones lumínicas de la existencia divina, el misterio se recoge en su ocultación más íntima y como vuelo inaprehensible sigue descendiendo en su trazado oscuro en la transparencia de su morada. El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es el color; es tan sólo la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia. En el descenso el dios va trazando su aparición oscura —negro sobre blanco— en la transparencia de las aguas y en ellas se disuelve. Este sacrificio la sumerge más hacia adentro y engendra el horizonte que no alcanzará jamás. Horizonte del deseo siempre deseante de lo lejano, de lo que permanece en sí en su profundidad, del dios. Esta morada misteriosa del dios está siempre más lejana y próxima, «El dios o el mar». Para Valente la profundidad del mar o de la palabra está habitada por el ser o el dios que desertó de sí mismo y a través del sacrificio o de su inmolación retorna al punto de partida. Para Valente el dios es el que trae la luz incognoscible para su canto engendrado en las tinieblas de lo desconocido. Esta luz es su propia voz, es decir, su aparición oscura que, deslumbrando, nos invita a la profundidad. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la

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línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá los dioses y los mares. Siempre. A través del ir y venir las aguas conocen la disolución o manifestación última del ser en las arenas. Del mismo modo, el poeta, a través del amor, retorna continuamente al cuerpo del amor: a través del tacto («cintura») llega a los umbrales («labios») de la noche («piel») y al roce con este velo se enciende el cuerpo del amor. Éste es el territorio místico del poema, el cuerpo del amor vaciado hacia adentro por el eros. Condensación y retracción. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. Podríamos pensar que hay dos trazados, uno el de la «piedra» o el del otro depositario y testimonio de lo no sido y cuya errancia va desnudándolo y gestando un hueco de nuevo y eterno nacimiento (escritura de piedras) y el del «cabo» que crea un horizonte que el otro no alcanzará jamás (escritura blanca). La piedra retorna disolviendo todos los límites o destinos y el perfil del dios se adentra en la transparencia de las aguas. Valente ha llegado hasta el vacío o la desaparición de todo, o a la extinción de la extinción como matriz del dios, vientre pleno o pletórica morada del ser. Para Valente lo que primero que se crea es la nada y este estado de disponibilidad, que presupone un espacio vacío, es propio del poeta. El creador se hace vaciándose a sí mismo. El descenso afilado de la piedra hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vacío de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada. (Cabo de Gata)

POEMA 14 En esta morada pletórica o en un eterno presente, en la que todo está en su profundo secreto escondido, late la voz quieta —fin y principio— del durmiente, que es la ausencia de la voz en suspensión. Es la palabra que nos ha invitado a la verticalidad profunda del poema, que no dice nada sólo su suspensión sería la inminencia del decir. El otro sondea o excava en esta ausencia de la ausencia y encuentra el residuo de ese silencio solitario de un tiempo sin memoria: «Ceniza tú». El tú se ha ido haciendo vacío o materia espiritual a la vez que el otro va resucitando: «Yo sangre». La levedad de la voz es su propia reciedumbre vital y natural: «Pétreo este canto» o piedra neumática. En este morir habitando, el poeta conforma el hueco del olvido como espacio de la creación o memoria del espacio ausente divino.

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Tú duermes en tu noche sumergido. Estás en paz. Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, los muros no agrietados por el tiempo que no puede durar bajo tus párpados. Ceniza tú. Yo sangre. Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. Tú ya no eres ni siquiera tú. Yo, tu vacío. Memoria yo de ti, tenue, lejano, que no podrás ya nunca recordarme. (In pace)

POEMA 15 En este hueco del olvido la luz es la matriz de lo no pensado y en sus aguas madres oscuras todavía están los mundos por empezar a ser. El universo permanece dentro del seno femenino que lo llevó siempre y que tiende a perpetuarse como origen de todo origen, como ausencia de la ausencia. En el giro erótico del verbo se halla la pulsación de lo que está por empezar a ser. Este cuerpo de la palabra inicial está en espera de ser penetrada por la materia. Ésa es su pasión: crear un espacio disponible para recibir. Valente insiste en la profundidad de este hueco como ausencia pura en la que se anuncia toda presencia como ausencia. Esta ausencia es el silencio primordial de la memoria o del no silencio. La memoria profética, ausencia del ser, es el espacio de la poesía. Alrededor de la hembra solar aún sigue girando oscuro el universo. (Centro)

Bibliografía LLORENTE, MANUEL, «Estoy en la recta final de mi escritura», El Mundo (Madrid), 26 de abril de 1997 (supl. La Esfera, núm. 309). SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras de san Juan de la Cruz, Burgos: El Monte Carmelo, 1931. VALENTE, JOSÉ ÁNGEL, «La poesía, conexiones y recuperaciones», Cuadernos para el diálogo (Madrid), núm. XXIII (diciembre, 1970). ——, Variaciones sobre el pájaro y la red, Barcelona: Tusquets, 1991. ——, Cántigas de alén, Consorcio de Santiago: 1996. SIGLAS EMPLEADAS PC, Punto Cero, Barcelona: Seix Barral, 1980. M, Mandorla, Madrid: Poesía / Cátedra, 1982. NAC, No amanece el cantor, Barcelona: Tusquets, 1992. N, Nadie, Lanzarote: Fundación César Manrique, 1996.

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