LA NOVIA DEL GRIEGO----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Julia James
ARGUMENTO: Por ser nieta ilegítima de un famoso millonario griego, Andrea Fraser creció siendo pobre. Pero al alcanzar los veinticinco años la habían llamado repentinamente para que fuera a Grecia, donde la esperaban noticias sorprendentes. Por lo visto su abuelo le había encontrado marido, de hecho ya la había prometido con el magnate Nikos Vassilis como parte de un trato. Sin embargo Andrea era una mujer independiente que no tenía la menor intención de aceptar un matrimonio de conveniencia. Quizá Nikos fuera el hombre más sofisticado sobre la faz de la tierra, pero lo abandonaría en cuanto tuviera la más mínima oportunidad...¿o quizá no? De simple secretaria había pasado a ser la prometida de un magnate...
Escaneado y corregido por Lamoem
Prólogo QUE quieres que haga qué? -Nikos Vassilis miró fijamente al hombre mayor que tenía enfrente. Yiorgos Coustakis lo miró serio. A los setenta y siete años todavía era un hombre con mucha fuerza y su mirada, tan penetrante como lo había sido de joven. Eran los ojos de un hombre que conocía el precio de todo. Especialmente, el de las almas humanas. -Me has oído muy bien -dijo sin inmutarse-. Cásate con mi nieta y podrás conseguir la fusión. -Me pareció haber oído mal-dijo el hombre más joven, muy despacio. La boca del viejo se torció con una mueca. -Deberías hacerlo -le advirtió-. Es el único trato posible. Por eso has volado a miles de kilómetros, ¿no? Las expresiones duras y atractivas del visitante se mantuvieron impasibles. Revelar algo al viejo Coustakis durante una negociación era un error. Desde luego, no le iba a dejar ver lo molesto que se había sentido cuando el gerente del imperio Coustakis le había llamado a las tres de la mañana a su apartamento de Manhattan y le había dicho que si quería un trato debía estar en Atenas por la mañana para firmarlo. Si hubiera sido cualquier otra persona, le habría colgado. Cuando el teléfono sonó, estaba con Esme Vandersee en la cama y no estaban durmiendo, precisamente. Pero Yiorgos Coustakis tenía unos atractivos con los que ni siquiera la espectacular Esme, reina de las pasarelas, podía competir. El imperio Coustakis era un premio por el que valía la pena renunciar a cualquier mujer. ¿Pero tanto como para casarse con alguien? ¿Como para perder la libertad? ¿Por una mujer a la que nunca había conocido? ¿A la que nunca había visto? Nikos miró por la ventana. Abajo, Atenas, atestada de gente y contaminación, única. Una de las ciudades más antiguas de Europa, la cuna de la civilización occidental. Nikos la conocía como un niño conoce a sus padres. Había crecido en sus calles y se había endurecido en sus callejones. Había salido de la pobreza con uñas y dientes. Ahora, a sus treinta y cuatro años, ya no se parecía en nada a aquel niño huérfano que correteaba libre por las calles. El viaje había sido largo y duro; pero lo había hecho. y las mieles del premio eran realmente dulces. Estaba al borde de lograr uno de sus mayores objetivos: hacerse con las poderosas Industrias Coustakis. -Había pensado -dijo manteniendo la cara impasible- en un intercambio de acciones. Lo tenía todo planeado. Pensaba trocar su propia empresa por el imperio Coustakis, y lo haría intercambiando acciones sin soltar un céntimo. Claro que el señor Coustakis iba a necesitar que lo convenciera con un buen acuerdo personal, lo sabía, pero eso también estaba planeado. Sabía que el viejo quería marcharse, que su salud no era buena, aunque oficialmente se negara. Pero también sabía que no iba a ceder el control de su negocio sin un trato multimillonario que le salvara la cara. Se marcharía como un león, dando un último rugido. No, como un lobo al que lo echan de la manada. Pero a Nikos eso no le importaba. Cuando a él le llegara el momento de marcharse, también se lo pondría difícil a su sucesor, lo mantendría en su sitio. Pero lo que Coustakis acababa de proponerle había sido como una patada en el estómago. ¿Casarse con su nieta para quedarse con la empresa? ¡Ni siquiera sabía que el viejo tuviera una nieta! Por dentro, tras la cara impasible que mostraba, Nikos se quitaba el sombrero. Yiorgos Coustakis todavía era más fuerte que sus rivales. Más fuerte incluso que él, un rival que le estaba proponiendo una fusión amistosa entre socios. -Tendrás el intercambio de acciones que quieres; como regalo de bodas. La respuesta de Yiorgos fue clara. Nikos se quedó en silencio. Detrás de su apariencia tranquila, su mente iba a toda velocidad, echando chispas.
-¿ y bien? -preguntó Yiorgos. -Me lo pensaré -le respondió, en un tono frío. Se giró para marcharse. -Sal por esa puerta y se acabó el trato. Para siempre. Nikos se paró. Miró al hombre sentado en el escritorio. No estaba echándose un farol. Lo sabía. Todos sabían que el viejo Coustakis nunca se echaba un farol. -O firmas ahora o nunca -insistió el hombre. Nikos había heredado del padre al que no había conocido unos ojos grises y una altura de un metro ochenta que excedía la media del resto de los griegos. Miró sin pestañear al hombre que tenía delante. Después, volvió al escritorio y tomó el bolígrafo de oro que le estaba ofreciendo y, sin decir ni una palabra, firmó el documento. Después, soltó el bolígrafo y salió de la habitación. Durante el breve trayecto hacia la salida, Nikos intentó, en vano, refrenar sus pensamientos. Se sentía exultante y furioso a la vez. Exultante porque había logrado algo que deseaba hacía mucho tiempo y furioso porque el zorro más astuto que conocía lo había manipulado. Levantó la cabeza. ¿Qué importaba si Coustakis había salido con un trato que no esperaba? Nadie podría haberlo adivinado. ¿Y si era capaz de sacarse del bolsillo a una nieta de la que nadie había oído hablar nunca a él qué le importaba? Él iba a conseguir algo por lo que había luchado toda su vida. E iba a estar en la cima. Que la mujer que iba a ser su esposa fuera una desconocida era algo totalmente irrelevante, comparado con hacerse con el imperio Coustakis. Él sabía muy bien qué era lo que realmente importaba en esta vida. Lo que siempre había importado. y el viejo Coustakis y su nieta tenían la llave de sus sueños. Ni se le ocurría renunciar a ellos. Capítulo 1 ANDREA oyó toser a su madre en la cocina, mientras preparaba el desayuno. Su cara se tensó. Esa tos estaba empeorando. Kim había sido asmática toda su vida, lo sabía, pero la bronquitis que había pillado el invierno pasado duraba ya más de dieciocho meses y sus pulmones estaban más débiles que nunca. El médico había sido muy amable, pero, aparte de mantener la medicación, lo único que le había aconsejado había sido que se marchara a un lugar con un clima más cálido y más seco. Andrea le había sonreído con educación y no se había molestado en explicarle que eso era tan difícil como llevarla a la Luna. Apenas tenían para cubrir gastos, cuanto más, para pensar en irse al extranjero. Escuchó que metían el correo por la ranura de la puerta de su piso de alquiler y fue deprisa a recogerlo antes de que su madre pudiera verlo. Últimamente, sólo llegaban facturas que sólo traían más preocupaciones. Su madre ya se estaba preguntando cómo iban a pagar la calefacción durante el invierno. Andrea ojeó el correo. Dos facturas, propaganda y un sobre de color sepia dirigido a su nombre. Frunció el entrecejo. ¿Y ahora qué? ¿Algo del Ayuntamiento? ¿Una orden de desalojo? ¿ Un comunicado del banco? Abrió el sobre y sacó el papel del interior. Se trataba de un folio timbrado con un párrafo escrito a máquina que comenzaba con: Estimada señorita Fraser: Mientras leía la misiva, Andrea se fue quedando de piedra. Tuvo que leer la carta dos veces para creérselo. Después, arrugó el papel con furia y lo tiró contra la puerta. Este rebotó y cayó en la alfombra. «¡Miserable!» Sentía una furia enorme. Se obligó a respirar , hondo, a calmarse. Se agachó y recogió el papel; no podía dejar que su madre lo viera. Durante todo el día, no pudo dejar de darle vueltas al contenido de aquella nota que le quemaba, he cha una bola, en el fondo de su bolso.
Le convocamos para que se presente al señor Coustakis a finales de la próxima semana. Encon-
trará un billete de avión en el aeropuerto de Heathrow para el viernes por la mañana. A su llegada a Atenas, un coche pasará a recoger la. Mañana a las cinco de la tarde, llame al número de abajo para confirmar el recibo de esta comunicación. Simplemente estaba firmado: «En nombre del señor Coustakis». Yiorgos Coustakis. El fundador y dueño del imperio Coustakis, valorado en millones de libras. Un hombre al que Andrea odiaba con todo su ser. Su abuelo. Aunque él nunca había reconocido aquella relación. Aquella carta le trajo a la memoria otra. Una que le había escrito directamente a su madre. También había sido corta, como aquella. La había escrito para informarle de que cualquier intento de volverse a comunicar con él resultaría en una denuncia legal. Eso había pasado hacía diez años. Yiorgos Coustakis había dejado claro que, por lo que a él concernía, su nieta no existía. Ahora, salido de la nada, le escribía para que fuera a verlo. Andrea apretó la boca. ¿De verdad pensaba que iba a hacer la maleta así como así y tomar aquel avión a Atenas? Una nube gris cruzó por sus ojos. Yiorgos Coustakis podía morirse antes de que ella fuera a verlo. Al día siguiente, le llegó otra carta. De nuevo, de las oficinas en Londres de Industrias Coustakis. El contenido era aún más seco.
Estimada señorita Fraser. Ayer no nos comunicó el recibo de nuestra carta con fecha de hace dos días. Por favor; hágalo inmediatamente. Al igual que la primera carta, Andrea la metió en el bolso y se la llevó con ella al trabajo; su madre no debía verla. Había sufrido demasiado por culpa del padre del hombre al que había amado tanto... y durante tan poco tiempo. Andrea sintió que se le encogía el estómago. ¿Cómo podía alguien haber tratado a su madre, la mujer más dulce del mundo, de una manera tan cruel y brutal? Era impensable, pero Yiorgos Coustakis lo había hecho y había disfrutado con ello. Andrea escribió una respuesta acorde, manteniendo la distancia, como en las cartas que había recibido. No le debía nada al destinatario; ni siquiera buena educación. Sólo odio.
Con referencia a su correspondencia, tenga presente que cualquier carta que reciba seguirá siendo ignorada. La imprimió y la firmó con su nombre. Dura e inflexible. Como la familia de la que provenía. Nikos Vassilis cató el vino gran reserva que tenía en la copa. -¿Cuándo llegará mi novia, Yiorgos? -le preguntó a su anfitrión. Estaba cenando con su futuro abuelo político en la enorme casa que este tenía a las afueras de Atenas. Una mansión acorde con su riqueza y posición. -A finales de esta semana -le respondió el hombre con seriedad. No tenía buen aspecto, pensó Nikos. Estaba muy pálido y en su boca había una mueca extraña. -¿ y la boda? El anfitrión dejó escapar una risotada. -¿Tan ansioso estás? ¡Ni siquiera sabes el aspecto que tiene! -comentó con cinismo. -Su aspecto no me importa -observó él. Yiorgos dejó escapar otra carcajada. Esa vez menos estridente. Más ronca. -Acuéstate con ella a oscuras, si tienes que hacerlo. Yo tuve que hacer eso con su abuela. Nikos sintió que le recorría un escalofrío de desagrado. Aunque nadie se atrevía a decírselo a la cara, todo el mundo sabía que Yiorgos había logrado una esposa rica y de buena familia de mala manera. Primero la enamoró y la convenció de que fuera con él a su piso. Después, hizo que el padre de la muchacha se enterara. El hombre llegó a tiempo de evitar que mancillara el honor de
su hija; pero el daño ya estaba hecho. -¿ Quién iba a creerse que se ha marchado virgen de mi piso? -retó Yiorgos al padre, y así fue como ganó una novia rica. Nikos volvió al presente. ¿Acaso estaba loco por seguir con aquello? Se iba a casar con una mujer a la que no conocía sólo porque compartía el ADN con Coustakis ¿Qué pensaría ella de todo aquello? En el mundo de los ricos, los matrimonios arreglados eran comunes. La chica debía haber sido educada sabiendo que su destino estaba en manos de su abuelo. Estaría mimada y se parecería a una muñeca, su afición favorita sería gastar dinero, en grandes cantidades, en ropa, joyas y cualquier cosa que le apeteciera. Bueno, pensó Nikos en silencio, mirando a su alrededor. Desde luego, tendría dinero para gastar cuando fuera su esposa. Cuando se hubiera hecho cargo de Industrias Coustakis, sus ingresos serían diez veces a los de aquel momento. Ella podría dilapidarlo como quisiera si eso la hacía feliz. Hizo una pausa. Con una esposa a las espaldas, tendría que ser más discreto. Él no sería uno de esos esposos, tan típicos en el círculo de amigos en el que se movía, a los que no le importaba pasear a sus amantes delante de sus familias. Sin embargo, no tenía intención de alterar la vida privada tan placentera que llevaba. Oh, estaba muy seguro de que un hombre rico podía ser más viejo que Matusalén y más feo que un diablo que nunca le iban a faltar mujeres hermosas. La riqueza era el afrodisíaco más poderoso para ese tipo de mujeres. Por supuesto, a él nunca le habían faltado mujeres, ni siquiera cuando era muy pobre; probablemente, otra herencia del mujeriego de su padre. Una de las muchas predecesoras de Esme le había dicho en una ocasión que si quisiera podría hacer una fortuna como semental. Él se había reído halagado por la ocurrencia. Se revolvió incómodo en la silla. Sería mejor que no se pusiera a pensar en el sexo. En cuanto saliera de allí, llamaría a Xanthe Palloupis, una amante extremadamente complaciente. Aunque hacía tres meses que no la veía a causa de Esme Vandersee, sabía que le daría una cálida bienvenida en su piso de lujo. Después, él no tenía ningún inconveniente en mandarla a su joyería favorita para que tuviera un recuerdo de su visita. ¿Seguiría con ella cuando se casara con la nieta de Yiorgos Coustakis? No tenía ni idea de cómo sería ella físicamente; pero, por la expresión maliciosa del viejo, debía ser bastante fea. De todas formas, ¿quién era aquella desconocida? Una de las mayores atracciones de Industrias Coustakis era que Yiorgos no tenía herederos con los que luchar por el control. Su único hijo había muerto en un accidente hacía algunos años. Ahora, resultaba, que tenía una nieta. Pero no importaba, probablemente, su madre la habría educado para que fuera una buena esposa griega; dócil y de buenos modales. Su docilidad le haría las cosas más fáciles, pensó Nikos. Él no le restregaría sus relaciones por la cara; pero las tendría. Probablemente, su madre le habría enseñado que los maridos tienen a otras, que esa era su naturaleza y que su papel era el de ser una buena esposa, una anfitriona perfecta y una madre atenta. Entonces, se preguntó qué se sentiría al ser padre. Obviamente, lo que Yiorgos quería era un heredero. ¿Y él? Un sentimiento extraño le recorrió la espina dorsal. ¿Qué sabía él sobre la paternidad? Su propio padre ni siguiera sabía de su existencia. Su madre lo conoció en el bar en el que trabajaba. Él la había dejado embarazada y había desaparecido; quizá, incluso aún estaba vivo en alguna parte. Para él no significaba nada. Su madre apenas le había hablado de él. Aunque, en realidad, casi no le había hablado de nada. Nunca había desarrollado su sentido maternal hacia él. La existencia de su hijo nunca le había importado demasiado y, cuando él se marchó a los quince años, ella apenas lo notó. Hacía doce años había muerto atropellada por un taxi. Se llevó la copa a la boca y dio un trago. Era una buena cosecha, podía reconocerlo con facilidad. Esa era una de las cosas que había aprendido en su camino desde los bajos fondos. Le gustaban las cosas buenas y, una vez que dirigiera la empresa Coustakis, tendría lo mejor del mundo. Dejaría su lugar entre los ricos para ocupar uno entre los super-ricos. Y si Coustakis quería que fecundara a su nieta, lo haría. Sin importar lo guapa o fea que fuera.
Andrea permaneció de pie junto a la puerta de su piso, mirando la carta. No era de Industrias Coustakis sino de uno de los almacenes más prestigiosos de Londres y contenía una tarjeta dorada con un saldo de cinco mil libras. También había otra carta de Industrias Coustakis en la que se le indicaba que hiciera uso de la tarjeta para hacerse con un guardarropa para cuando fuera a ver al señor Coustakis a finales de la semana siguiente. Acababa recordándole que llamara a la oficina de Londres para confirmar el recibo de la comunicación. Andrea apretó los puños. ¿A qué diablos estaba jugando aquel miserable? ¿Qué quería? ¿Qué estaba pasando? Aquello no le gustaba nada. Su mente era un caos. ¿Qué pasaba si hacía caso omiso de sus cartas? ¿Se daría por enterado? De alguna manera, no lo creía. Yiorgos Coustakis quería algo de ella. Hasta aquel momento, ni siquiera había reconocido su existencia. Pero era un hombre rico, muy rico. Y los hombres ricos también tenían poder, que solían utilizar para conseguir lo que querían. ¿Qué podía hacerles Yiorgos Coustakis? Pensó en las deudas de su madre. Andrea odiaba pensar en ellas, pero allí estaban. Su madre y ella trabajaban sin descanso para pagarlas, pero aún les quedaban unos cinco años. El fin todavía estaba muy lejos y la salud de su madre cada vez era más delicada. Sintió que el corazón se le encogía con angustia. Su madre había sufrido demasiado; había tenido muy mala suerte. Solo un atisbo de felicidad a los veinte años, unas cuantas semanas doradas en su juventud y, luego, todo se había perdido. Derrumbado por completo. Después, había pasado los siguientes veinticuatro años de su vida siendo la madre más devota, cariñosa y perfecta que cualquiera podía desear. «Ojalá pudiéramos salir de aquí», pensó Andrea por millonésima vez. El bloque de pisos de protección en el que vivían necesitaba un montón de reparaciones. En su propio piso lo peor eran las humedades de la cocina y del baño, fatales para el asma de su madre. El ascensor siempre estaba estropeado, aunque, de todas maneras, solía servir de servicio público por las noches, eso por no hablar de las drogas. Durante un segundo, Andrea pensó en la inmensa riqueza de Yiorgos Coustakis. Después, se lo quitó de la cabeza. No quería tener nada que ver con un hombre como él. Nada. Fuera lo que fuera lo que había planeado para ella. Capítulo 2 NIKOS se levantó la manga de la chaqueta y miró la hora en su reloj de oro. ¿Para qué lo habría llamado el viejo Coustakis? Llevaba esperando en la terraza unos diez minutos yeso era demasiado tiempo para un hombre tan ocupado como Nikos Vassilis. No le gustaba esperar. El sirviente se acercó a él de nuevo y le preguntó si quería otra bebida. Nikos negó con la cabeza y preguntó de nuevo cuándo le recibiría el señor Coustakis. El sirviente le dijo que iría a preguntar y desapareció por la doble puerta que conducía al salón. Con irritación, Nikos se volvió y se concentró en los jardines que tenía debajo. Eran muy ornamentales; claramente diseñados para impresionar. De repente, tuvo la visión de un niño intentando jugar en ellos. Imposible. Su boca se torció con disgusto. Si iba a ser padre, iba a necesitar un lugar decente en el que criar a sus hijos... Entonces, pensó en la mujer con la que se iba a casar, en cómo sería. Daba igual. Yiorgos Coustakis no iba a vivir por siempre por lo que en unos años podrían llegar a un acuerdo y divorciarse civilizadamente. «¿ y qué pasará con tus hijos? ¿Qué pensarán ellos de un divorcio civilizado?», se preguntó a sí mismo. Alejó aquel pensamiento de su mente. ¿ Quién sabía? Quizá la nieta, aparte de fea, resultaba estéril. Un golpe a sus espaldas lo hizo girarse y quedarse helado. Nikos entrecerró los ojos al ver a la desconocida entrar en la terraza. Una nube de pelo pelirrojo oscuro le acariciaba los hombros, haciendo que se fijara en la piel blanca de su cuello largo y esbelto. Después, se fijó en su cara. ¡Dios! Era un bellezón. Tenía la piel más blanca que una griega, aunque estaba un poco bronceada.
Tenía una nariz pequeña y delicada, unos pómulos marcados y una boca generosa. Sus ojos eran color avellana y sus pestañas largas y rizadas. Sintió que le invadía un gran placer al mirarla. Como si tuvieran voluntad propia, sus ojos la recorrieron de arriba abajo. Desde ese cuello esbelto hacia sus pechos prominentes, moldeados de manera soberbia por la chaqueta entallada que llevaba. Después, dirigió la vista hacia su delicada cintura, sus caderas redondeadas y sus piernas largas. ¿Quién diablos era? Su cerebro interrumpió la contemplación visceral de los atributos físicos femeninos. ¿Qué hacía allí aquella mujer tan lujuriosa, tan hermosa, tan sexy? La respuesta le llegó como una patada en el estómago. Solo había una razón para que una mujer con aquel aspecto estuviera en la residencia privada del viejo Coustakis: que fuera una invitada personal. Muy personal. Todos en Atenas sabían que a Yiorgos Coustakis le gustaba estar rodeado de mujeres, mucho antes incluso de que su mujer se quedara inválida. Era famoso por ello. Siempre habían sido mujeres jóvenes. Aparentemente, lo seguían siendo. Andrea pestañeó, momentáneamente cegada por la luz del sol. Hacía solo cinco minutos que una limusina, procedente del aeropuerto, la había dejado en aquella impresionante mansión. Después, cuando su visión se centró, vio que ya había alguien en la terraza. Le dio la impresión de que era alguien alto y moreno. Después, al verlo mejor, descubrió un traje de chaqueta con un aspecto poderoso, una corbata inmaculada y una cara de cortar la respiración. El tono de su piel era mediterráneo; no había ninguna duda de eso. Pero lo que más la sorprendió fueron sus ojos grises penetrantes. Sintió que el estómago le daba un vuelco y volvió a pestañear sin apartar los ojos de él. Cuando logró retirar la mirada, se fijó en la nariz griega, en la mandíbula cuadrada y en la boca firme. Tuvo que sacudir un poco la cabeza para asegurarse de que el hombre al que estaba mirando no era una visión. De repente, Andrea vio que la expresión del hombre cambiaba. Se endurecía con rechazo... Y algo más que rechazo: desdén. En su mirada ya no estaba la admiración con la que la había recibido. Una mirada que había hecho que las piernas le temblaran. Tenía que haber estado ciega para no darse cuenta de aquella mirada de atracción sexual. Estaba acostumbrada a esa reacción en los hombres. Normalmente, le molestaba que la miraran así y, a lo largo de los años, se había acostumbrado a vestirse lo más discreta posible. Sin embargo, sabía demasiado bien que la atracción sexual primera no duraba mucho cuando veían el resto de ella. Apartó aquel pensamiento y la amargura que conllevaba y lo remplazó con gratitud. Gratitud hacia su madre, hacia su suerte, hacia todos aquellos que la habían ayudado a lo largo de la vida y a lo largo de los años dolorosos hasta que se había convertido en una persona adulta. Considerando las alternativas, desde luego no tenía motivos para sentir amargura. Claro que no. y si sentía amargura hacia el padre de su padre, bueno, eso no era por ella; era por su madre. Solo por su madre estaba allí, de pie en aquella terraza, a más de mil quinientos kilómetros de su casa, aguantando la mirada de desdén de un hombre del que no podía apartar los ojos. Había sido una decisión muy dura. Habían sido sus amigos Tony y Linda los que la habían convencido. -¿Por qué está haciendo esto? -les preguntó por enésima vez-. Seguro que está tramando algo yeso me preocupa. -Quizá sólo quiere conocerte, Andy -dijo Linda-. Quizá esté viejo y enfermo y quiere resarcirte por lo que ha hecho. -¡Ah!, ¿Entonces ese es el motivo por el que he estado recibiendo cartas ordenándome que vaya a verlo? ¿Y ni una sola palabra sobre mi madre? No; si quisiera rectificar, habría escrito con más educación. y a mi madre, no a mí. -Si quieres mi consejo, creo que deberías ir allí -le dijo el marido de Linda, Tony-. Quizá busque una reconciliación; pero, aunque no sea así, para algo te quiere. ¿Te imaginas el poder que eso te da? ¿Lo has pensado?
Andrea frunció el ceño. Tony continuó: -Mira, si te quiere para algo, y quiere que tú no lo rechaces, tendrá que darte algo que tú quieras. -¿Como qué? No tiene nada que me interese. -Tiene dinero, Andy -dijo él con calma-. A montones. -Por mí como si se ahoga en él. No quiero ni un céntimo suyo. -Pero, ¿qué me dices de tu madre? -dijo él muy despacio. Andrea se quedó quieta. Tony siguió hablando. -¿ y si te ofrece lo suficiente como para saldar sus deudas? ¿ y para irse a España? Andrea sintió que le costaba respirar. Recordó la tos de su madre, seca, asmática. -No puedo -dijo apoyándose en el fregadero-. No puedo aceptar el dinero de ese hombre. -Piénsatelo -la instó Tony-. No estarías tomando el dinero para ti, sino para tu madre. Se lo debe... tú siempre lo has dicho y es cierto. Ella te ha criado sola, sin nada más que insultos por su parte. Él vive rodeado de lujos, valorados en millones de libras, y su nieta vive de alquiler. ¡Hazlo por tu madre, Andy! y aquello, al final, la había decidido. Aunque no quería tener nada que ver con aquel individuo, un hombre despreciable que las había tratado como basura. Sin embargo... Tony había dicho «España» y Andrea había sentido un soplo de esperanza, tan maravilloso que ya no pudo renunciar a él. Si pudiera conseguir que su abuelo le comprara un pequeño apartamento en algún sitio cálido y seco... Ese había sido el único motivo por el que estaba allí, en la terraza del palacio de su abuelo en Atenas. Conseguiría que le diera a su madre lo que le debía. Dibujó en su rostro una sonrisa y volvió a mirar al hombre impresionante que tenía enfrente. Una sonrisa breve, desafiante, desdeñosa. Así que, el señor maravilloso sabía quién era. Su traje caro, su reloj de oro... Debía ser uno de los esbirros de su abuelo. Sin ninguna duda. Uno de sus socios, colegas, o lo que quisiera que los ricos se llamaran los unos a los otros en su mundo dorado donde el precio de la luz era una nimiedad y donde nunca habría moho en las paredes de los cuartos de baño. Daba igual, pensó con soma, recordando lo bien que lo había pasado con sus amigos Linda y Tony en el almacén de ropa exclusiva de Londres. Allí se había comprado el traje de chaqueta que llevaba a un precio desorbitante. Pensó que con aquel traje nadie diría que era una chica de un barrio pobre de Londres. Linda le había arreglado el pelo y la había maquillado aquella misma mañana antes de salir hacia el aeropuerto. Así todo iba acorde con el traje tan precioso que llevaba. Obviamente, no tenía que haberse molestado tanto. El hombre que la estaba mirando con tanto desdén, con aquellos ojos grises fríos como el hielo, sabía perfectamente quién era ella: la nieta bastarda, vulgar y desagradable de Yiorgos Coustakis. Entonces, levantó la frente. ¿Ya ella qué le importaba? Ella también tenía su propia opinión sobre Yiorgos Coustakis... que no era muy buena. Así que, si aquel hombre la miraba por encima del hombro, con la boca apretada por el desprecio, ¿a ella qué le importaba? Nada. Lo mismo que Yiorgos Coustakis, nada. Solo quería una compensación para la mujer a la que había tratado como si fuera basura. Su mirada se endureció. Nikos notó el cambio de expresión, vio la sonrisa desdeñosa, la mirada insolente. Estaba claro que aquella mujer no se avergonzaba de sus negocios. El desprecio que sentía por Yiorgos Coustakis, por seguir con amantes a su edad, lo traspasó a la mujer. A ella no le importó, caminó hacia él, con la cabeza bien alta, con una actitud casi coqueta, dejando que su pelo glorioso se meciera sobre sus hombros. De repente, sintió un deseo incontrolado de molestarlo. -Hola -dijo ella, con voz aterciopelada-. Creo que no nos han presentado. Sé que lo recordaría -dijo con un brillo de reconocimiento en los ojos. Estaba segura de que eso lo molestaría aún más. Extendió una mano. Tenía un aspecto precioso. Linda le había hecho la manicura la noche anterior, suavizándole la piel endurecida y colocándole uñas artificiales pintadas con una laca brillante a juego con su pelo.
Nikos ignoró el gesto. Solo pensar en tocar la mano que había acariciado al viejo Coustakis por dinero, le daba verdadera repulsa. No importaba que la mitad de su cuerpo estuviera registrando una nueva excitación al oír la suavidad de su voz y la fragancia de su cuerpo. Aparte, acababa de darse cuenta de que la mujer era inglesa. Eso explicaba el color rojo de su pelo. Probablemente, se encontró pensando, para una mujer de su profesión, un color de pelo como el suyo sería como un plus en un país donde la norma era el pelo negro. El rechazo del hombre la hizo titubear. Dejó caer la mano; pero se negó a dejarse intimidar. Después de todo, si fallaba ante un completo extraño que la rechazaba por ser una bastarda, ¿cómo iba a lograr cumplir su misión? La intimidación, lo sabía por la expulsión de su madre de Grecia, era el fuerte de la persona que la había convocado. Así que, sobre todo, no debía dejarse intimidar por Yiorgos Coustakis como le había pasado a su madre. Debía mantenerse fuerte. Debía recordar las palabras de Tony; si la había llamado, era porque quería algo. Yeso le daba cierto poder. Tenía que recordarlo. Debía recordarlo. Estaba en territorio enemigo. La confianza lo era todo. Así que, se negó a acobardarse por el desdén de aquel sorprendente desconocido. En lugar de eso, volvió a mirarlo con una sonrisa desdeñosa y burlona y se dirigió hacia la balaustrada para observar las vistas del jardín. Apoyó las. manos en la baranda y pensó que le dolían las piernas, probablemente por haberse pasado la mayor parte del día sentada; primero en el asiento lujoso del avión, después, en la limusina. Aquella misma noche tenía que hacer ejercicio, después de llamar a Tony. Ya se había olvidado por completo del hombre que tenía a sus espaldas. A pesar de lo guapo que era, no era importante. Lo único que importaba era hacer lo que sus amigos y ella habían planeado para que su abuelo no la manipulara. Recordó las vías de escape que habían planeado teniendo en cuenta que Yiorgos Coustakis era una persona despiadada a la hora de conseguir lo que se proponía. La primera consistía en llamar cada noche a Tony con el móvil que él le había dejado. Si a las once de la noche aún no lo había llamado, él tenía que llamar al consulado británico en Atenas para decirles que un ciudadano británico estaba siendo retenido contra su voluntad. Si eso no funcionaba, llamaría a todas las revistas y periódicos y les contaría la historia del rico millonario que dejaba a su nieta viviendo en la pobreza. Si a él no le importaba la mala prensa, probablemente, a sus accionistas, sí. Por otra parte, había dejado el pasaporte junto con setecientas libras en un casillero en el aeropuerto y la llave la había guardado en el neceser. También, había comprado un billete abierto a Londres. Andrea sonrió pensativa. Ella no tenía nada de dinero, pero se les había ocurrido una idea brillante para conseguirlo. Con la tarjeta de oro que le había mandado su abuelo, había adquirido un collar de perlas... tan bonito que inmediatamente se lo habían comprado en otra joyería. Con el dinero, había pagado el billete de vuelta, un taco de cheques de viaje y el resto lo habían dividido en una combinación de libras, dólares y euros. Así se aseguraba la salida de aquel país en cuanto ella quisiera. Detrás de ella, Nikos Vassilis, se había puesto tenso. ¡Aquella mujer había pasado por su lado como si él no existiera! y aquella sonrisa desdeñosa y su mirada burlona lo habían puesto de mal humor. Ninguna mujer le hacía a él eso. y menos una que se ganara la vida de aquella manera. La miró fijamente, con los ojos entrecerrados. Después, entró en la terraza el sirviente y le comunicó que el señor Coustakis lo recibiría en aquel momento. Con una última mirada a la mujer que se apoyaba con descuido en la balaustrada, ignorándolo por completo, Nikos entró en la casa. Capítulo 3 UNA HORA después, guiada por el criado, entró en un cuarto en penumbra. Andrea se estiró bien y
se dispuso para la batalla. Al principio, pensó que la habitación estaba vacía; pero, enseguida, la sorprendió una voz. -Ven aquí. La voz era dura. Una orden clara. Ella caminó hacia delante. Parecía que estaba en una especie de biblioteca, a juzgar por las estanterías repletas de libros que cubrían las paredes. Sus tacones sonaron al pisar el suelo de parqué. Entonces, pudo ver que al fondo de la habitación había un escritorio y un hombre sentado en él. Le pareció que le costaba mucho llegar hasta él. Una parte de su cerebro entendió el motivo. Era un trazado deliberado para que cualquiera que entrara en la habitación estuviera en desventaja con respecto al hombre que ya estaba allí. Mientras caminaba hacia la mesa, miró a su alrededor, de manera deliberada, como si el hombre del fondo no le interesara en absoluto. Llegó al escritorio y, solo entonces, se dignó a mirar al hombre que la había convocado. Lo primero que vio fueron sus ojos. Estaban muy profundos. Toda la cara estaba arrugada, muy vieja; pero los ojos estaban vivos. Eran oscuros, casi negros con tan poca luz. -Así que -le dijo Yiorgos Coustakis a su nieta, a la que nunca antes había visto-. Así que tú eres la muchacha de esa fulana -asintió-. Bueno, no importa. Tú servirás. Sus ojos siguieron escudriñándola, mientras ella hacia un esfuerzo por no gritarle a la cara. Cualquier esperanza de que su corazón se hubiera enternecido con los años desapareció. Hizo un esfuerzo por controlarse. No podía dejar salir su mal humor, ella ya sabía que el viejo era un miserable y gritarle no le iba a servir de nada. Así que, optó por permanecer en silencio. Siguió allí de pie mientras él la inspeccionaba de los pies a la cabeza. -Date la vuelta. La orden era dura, pero ella obedeció. -Caminas perfectamente. Aquella frase era una acusación. Andrea no dijo nada. -¿Bueno, tienes una lengua en esa cabeza? Ella siguió mirándolo. Si el alma de un hombre estaba en sus ojos, la de Yiorgos Coustakis tenía que ser terrible. Aquel hombre tenía los ojos más terroríficos que había visto en la vida. De repente, sintió una terrible tristeza. Después de todo, el hombre al que había crecido odiando, no era un hombre; solo un monstruo. El que ella siempre se había imaginado. -¿Por qué me ha traído aquí? La pregunta salió de sus labios sin pensar. Pero de manera instintiva, supo que había hecho bien al aceptar la batalla. Porque aquello no era otra cosa que una batalla; entre su abuelo y ella. Él lo vio y sus ojos se oscurecieron un poco más. -No me hables en ese tono -le soltó, echando la cabeza para atrás. Ella levantó la barbilla por respuesta. -He recorrido más de mil quinientos kilómetros para llegar hasta aquí. Creo que tengo derecho a saberlo -su voz sonó firme; aunque su corazón le estaba latiendo aceleradamente. Su voz sonó dura, burlona. -¡Tú no tienes derecho a nada! ¡Nada! ¡Oh, sé muy bien por qué has venido! En cuanto te diste cuenta del dinero que podías gastar, cambiaste de cantinela. ¿Por qué crees que te mandé esa tarjeta? Sabía que eso te atraería -se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en el escritorio de madera-. Pero hay una cosa que quiero que tengas clara. Te enviaré de vuelta a Londres en el primer avión si no haces exactamente, «exactamente», lo que yo quiero que hagas. ¿Has entendido? Ella mantuvo la mirada, aunque le resultaba muy difícil. Así que, Tony había tenido razón: quería algo de ella. ¿Pero qué? «Tómatelo con calma», se dijo a sí misma. -¿ y qué es, «exactamente», lo que quiere que haga? Él frunció el ceño. -Lo sabrás... cuando yo quiera -extendió una mano para que ella no dijera nada-. Ahora ya he te-
nido bastante. Ve a tu habitación y prepárate para la cena. Tenemos un invitado. Está claro que no sabes comportarte; con tu educación es normal. Pero te recomiendo que depongas tu actitud. En este país, una mujer sabe cómo comportarse. Ten cuidado de no avergonzarme en mi propia casa. Ahora, vete. Andrea dio media vuelta y se marchó. El camino hacia la puerta le pareció aún más largo. Su corazón iba latiendo aceleradamente y siguió a ese ritmo mientras subía a su habitación. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. ¡Así que aquel era el padre de su padre! Aquel era el hombre cuyo hijo había tenido un romance breve y apasionado con su madre, el hombre que la había echado del país, embarazada y sin un céntimo, y abandonada para que criara a su hija en la pobreza, negándose a reconocer su existencia. A ese hombre no le debía nada. Nada. Ni respeto. Y mucho menos lealtad o cariño. «¿ Qué quiere de mí?» La pregunta le dio vueltas en al cabeza, sin respuesta. Asustándola. Al final, para lograr calmarse, decidió hacer uso del lujoso cuarto de baño de su habitación. La bañera era enorme y al meterse descubrió que tenía chorros de masaje; justo lo que necesitaba para sus piernas doloridas. «Caminas perfectamente», le había dicho. Cuando salió del baño y entró en la lujosa habitación, con una toalla alrededor del cuerpo, se encontró con una sirviente delante del vestidor, colgando ropa. La chica se volvió, inclinó ligeramente la cabeza y le informó que estaba allí para ayudarla a vestirse. -No necesito ayuda -dijo con seriedad. La chica pareció empequeñecerse y Andrea se arrepintió al instante de su tono. -Por favor -dijo para contemporizar-. No es necesario. Pasó al lado de la cama, cubierta con una colcha dorada y blanca, y entró en el vestidor que era del tamaño de una habitación. Entonces, se quedó helada. Las perchas estaban llenas, cargadas con ropa en vuelta en plástico. . -¿Qué? -Kyrios Coustakis ordenó que la compraran para usted, kyria. Acaba de llegar ahora. También hay accesorios y ropa interior -dijo la doncella, con un suave acento griego-. ¿Qué vestido le gustaría ponerse esta noche? -Ninguno -dijo Andrea, mientras alargaba la mano para tomar la falda y camisa que había comprado para la ocasión. La doncella parecía horrorizada. -Pero... pero... es una cena formal, kyria -tartamudeo-. Kyrios Coustakis se enfadará mucho si no se viste adecuadamente... Andrea miró a la mujer. El gesto de su cara la hizo pararse. Solo había un nombre para su expresión: miedo. Cedió. Ella podía hacerle frente; pero no iba a permitir que por su culpa aterrorizara a uno de sus empleados. -Muy bien. Elija uno por mí. Volvió a la habitación y se sentó en la cama mientras la chica ojeaba entre la ropa que colgaba del riel. Al final, eligió dos vestidos; les quitó el plástico protector y los dejó sobre los pies de la cama. Andrea los miró. Lo dos eran diseños caros. -Ese -dijo señalando un vestido verde que consistía en un corpiño ajustado y una falda vaporosa hasta los tobillos cortada al bies. -Es precioso -dijo la empleada con admiración -Sí, lo es -asintió Andrea-. ¿Cómo te llamas? -le preguntó a la chica. -Zoe, kyria -respondió ella. -Yo soy Andrea -contestó-. Y no creo en los sirvientes. Unos veinte minutos más tarde, Andrea se miraba en el espejo del vestidor con sorpresa. Estaba... ¡Fantástica! Aquella era la única palabra. El vestido era una verdadera obra de arte donde la suavidad de sus pliegues contrastaba con la viveza del color. El cuerpo, sujeto por dos suaves tirantes, dejaba al descubierto un escote vertiginoso. Tenía
que admitir que era muy... efectivo. Le daba al vestido un toque final de impacto. Se había recogido el pelo en lo alto de la cabeza y se había dejado algunos mechones sueltos. Después, se había retocado el maquillaje para resaltar el vestido. Se miró una vez más y se dirigió hacia la puerta donde el sirviente que había ido a buscarla estaba esperando. Aunque era un empleado, ella pudo ver la admiración en sus ojos. Durante un instante, pensó en el hombre de la terraza y en la mirada profunda de sus ojos grises. El estómago le dio un pequeño vuelco. Le dedicó una sonrisa educada al sirviente y se dirigió hacia las escaleras de mármol. Era la hora de volver a la batalla. Nikos Vassilis pisó el acelerador, cambió la marcha y escuchó el rugido potente del motor de su Ferrari al cambiar de revoluciones. No estaba de buen humor. Era la segunda vez, en el mismo día, que iba a casa de Yiorgos Coustakis. Había planeado una noche de placer con Xanthe, cuyo cuerpo menudo y curvilíneo era una agradable alternativa a la delgadez de Esme Vandersee. Pero, parecía que eso iba a tener que esperar. Estaba claro que al viejo Coustakis le gustaba que estuviera allí al chasquido de sus dedos. Al pensar en el encuentro de la tarde, a Nikos se le vino a la mente la amante pelirroja de Yiorgos. Su boca se tensó. Aquella mujer se había mostrado tan descarada y con tan poca vergüenza por los motivos por los que estaba en la casa... Eso por no hablar de la insolencia de su mirada o de sus artimañas para molestarlo. Aunque, pensándolo mejor, si no hubiera estado unida a aquella casa por motivos tan desagradables, habría recibido una bienvenida más calurosa. Mucho más calurosa. Le vino a la memoria, la imagen de su pelo rojo oscuro flotando alrededor de su cara perfecta, la forma en la que sus pechos empujaban la tela de la chaqueta... Desde luego, merecía la pena recordarla. Su belleza era tan despampanante, tan atractiva, que casi se olvida de lo que hacía en aquella casa. No estaba allí para él, sino para un hombre de setenta y ocho años. Por Dios ¡Si podía ser su abuelo! Volvió a acelerar y pensó que lo mejor sería mantener la libido bajo control, por lo menos durante las próximas horas, hasta que la cena tediosa con Yiorgos Coustakis llegara a su fin. «¡Piensa en tu futura esposa, Nikos !», se apremió. Aquello debía bastar para enfriarlo. Ya era hora de que el viejo Coustakis sacara a la chica de donde la tuviera escondida. Sin lugar a dudas, ya debía saber los detalles sobre su matrimonio y su madre y ella debían están ocupadas con los preparativos. Probablemente, la chica quería que fuera un gran acontecimiento social. Bueno, a él no le importaba, lo único que le interesaba de aquel matrimonio era que cerraría el trato de adquisición de Industrias Coustakis. En realidad, contra la chica no tenía nada, así que, que celebrara su boda como quisiera. Después de que se convirtiera en su esposa, tendría que acomodarse a los gustos de él... Eso era lo que todas las esposas griegas hacían. Por supuesto, sería un marido generoso y considerado con su posición. No tenía la menor intención de ser un mal marido; aunque no pensaba cambiar su vida privada por la heredera de Coustakis. Era una pena que fuera una chica simple y fea... La idea de tener una mujer sexualmente deseable, dócil y atenta tenía sus atracciones, después de todo. Frenó delante de las puertas de seguridad de la mansión de Coustakis, mostró su documentación y condujo a más velocidad de lo normal hacia la casa. Quería que aquella velada acabara lo antes posible. Capítulo 4 NIKOS permaneció de pie en el salón, deseando que anunciaran la cena. Parecía que su anfitrión no tenía ninguna prisa. Estaba ofreciéndole una descripción detallada de su último juguete: un yate de cincuenta metros de eslora que acababa de recibir. Era una embarcación opulenta y Yiorgos le
estaba describiendo el esplendor de su interior, y lo que le había costado. Los ojos le brillaban de satisfacción. -y tú, amigo mío, serás el primero en disfrutar de él -dijo, dándole a Nikos un golpe en la espalda-. Pasarás en él tu luna de miel. ¿ Qué opinas, eh? Nikos sonrió con dificultad. Una luna de miel en el yate de Coustakis le enviaría al mundo el mensaje que él quería. -Bien, bien -dijo su futuro abuelo político, y volvió a golpearle en la espalda. Después, su mirada se volvió hacia la entrada. Nikos siguió sus ojos. Un criado había abierto las puertas dobles del salón. Una figura entró. ¡Era la tentación pelirroja de la terraza! Nikos sintió que el estómago le daba un vuelco. ¿ Qué demonios estaba haciendo ella allí? La mujer hizo una pausa en la puerta. «Está asegurándose de que todos los ojos están sobre ella», pensó Nikos. Después, empezó a caminar hacia ellos. Iba con la frente muy alta y su pelo glorioso lo llevaba recogido en lo alto de la cabeza lo que dejaba al descubierto el corte perfecto de su rostro. Y el resto... Nikos sintió que se quedaba sin aliento. El vestido era espectacular y revelaba su figura lujuriosa. Ya no tenía que imaginarse su piel cremosa; ahora, podía verla en todo su esplendor. Desde su cuello de cisne, hasta la belleza escultural de sus hombros redondos, las líneas graciosas de sus brazos y, lo mejor de todo, el nacimiento de sus jugosos senos. Sintió un deseo incontrolable de acariciárselos. Como un frío que hiela la sangre, sintió la mirada de Yiorgos sobre él. Contemplando cómo deseaba a su amante. Sintió un repentino desagrado. No sabía a qué estaba jugando el viejo al llevar a su amante a la cena, pero, fuera lo que fuera, él no pensaba seguirle la corriente. Su mirada se endureció. Andrea sintió que se quedaba de piedra al entrar en el salón y encontrarse con el hombre al que llevaba todo el día intentando quitarse de la cabeza. La situación fue como la que ya había vivido. Después un recibimiento de apreciación sexual, notaba que su mirada se llenaba de desprecio. Ella había actuado de igual manera: levantando la barbilla mientras sus ojos brillaban furiosos. Se alegraba de sentir tanta furia. Eso le evitaba pensar en los latidos acelerados de su corazón y en que tenía los ojos de él fijos en su cara. Se paró y apoyó una mano en el respaldo de un sofá antiguo. Sus ojos se encontraron con los del extraño. -Bueno -dijo Yiorgos al hombre-. ¿Qué opinas de ella? ¿ Qué diablos se suponía que tenía que responder él?, pensó Nikos furioso. Dijo lo primero que se le ocurrió. -Como siempre, Yiorgos. Tienes un gusto impecable. Es... sobresaliente. Andrea se dio cuenta de que estaban hablando en griego y no entendía lo que decían. Yiorgos sonrió. -Te la doy -le dijo. E hizo un gesto de presentación con la mano. La satisfacción era evidente en su voz. Nikos se quedó helado. ¿Qué diablos era aquello? -Tu generosidad es... abrumadora, Yiorgos -consiguió decir-. Pero no puedo aceptarla. El hombre lo miró sorprendido. -¿Cómo es eso? -preguntó-. Pensé... -hizo una pausa, deleitándose con la situación- que querías a mi nieta... Que estabas impaciente por conocerla. Dejó escapar una risotada. Sus ojos brillaban con un placer malicioso mientras observaba el cambio de expresión de Nikos. -Es mi nieta, Nikos. ¿Qué te habías imaginado? Solo los años de autodisciplina lograron que Nikos mantuviera la expresión impasible. Por dentro, sintió como si la tierra hubiera cedido bajo sus pies. -¿Esta es tu nieta? -se oyó preguntar, como si lo creyera imposible. Yiorgos volvió a reírse. Todavía encantado con la broma que le había gastado al joven. Sabía muy bien las conclusiones a las que había llegado nada más verla aquella tarde. Miró a la chica y la llamó con resolución. -Ven aquí -ordenó en inglés.
Andrea caminó hacia delante. El corazón le latía aceleradamente. Notaba el pulso en cada vena. El hombre con los ojos de acero la estaba mirando y ella estaba sin sentido debido a la intensidad de su mirada. Si por la tarde había pensado que estaba guapo, con su traje de chaqueta hecho a medida, el aspecto que tenía con el esmoquin era de quitar el aliento. Tragó con dificultad. Aquello era ridículo. ¡Nunca la habían hecho sentirse así! Ya había visto hombres atractivos antes, ya la habían mirado, incluso besado en alguna ocasión; pero nunca, nunca, ningún hombre la había hecho sentir aquello. Sin resuello, consternada, cautivada. ¡Excitada! Su abuelo dejó de existir. En aquel momento, no tenía ojos para él. Estaba simplemente embelesada con el hombre que tenía a su lado. Quería mirarlo y mirarlo y mirarlo. -Mi nieta -dijo Yiorgos. Nikos apenas lo oyó. Toda su atención estaba centrada en la mujer que tenía delante de él. ¡Theos! ¡Era fantástica! ¿Realmente esa era la chica Coustakis? No era posible. Después, en una fracción de segundo, cayó en la cuenta de que el viejo Coustakis lo había engañado deliberadamente al hacerle creer que su futura esposa sería una chica simple y fea, cuando... Sonrió. ¡Qué diablos si el viejo lo había engañado! El alivio que sentía era inmenso. Más que alivio, ¡sentía júbilo! ¡Sí! Aquella mujer, la fantástica tentación de pelo rojo, después de todo no estaba prohibida. De hecho, su sonrisa se acentuó, estaba totalmente permitida. Andrea vio la sonrisa, brillante, voraz y sintió que el corazón le daba un vuelco. Por Dios santo, qué hombre tan atractivo. Sintió que se quedaba sin aliento. Nikos se acercó y le tomó la mano. Después, se la llevó a la boca. Andrea vio que inclinaba la cabeza y le pareció que iba a cámara lenta. Seguía sin poder respirar, sus pulmones se le habían congelado al sentir sus dedos largos y sedosos tomar los de ella. Después, más sensaciones la invadieron cuando le rozó la mano con los labios. Solo un suave roce. Oh, tan suave, pero, a la vez, tan exquisito... Un millón de chispas explotaron dentro de ella, como las estrellas de los fuegos artificiales. Entonces, él levantó la cabeza y la miró. -Nikos Vassilis -dijo, mirándola directamente a los ojos. Su voz era aterciopelada y el tono íntimo. Ella lo miró, con los labios separados. No podía decir ni hacer nada. -Andrea... -dijo su nombre en un susurro. Apenas podía hablar. -Andrea... -repitió él, con voz profunda-. Encantado de conocerte. Tardó un rato en apartar los ojos de ella. Después, tomó su mano y se la colocó sobre su antebrazo, y se giró hacia su anfitrión. -Eres un viejo diablo, Yiorgos -dijo él-. Pero la broma ha merecido la pena. Andrea miró del uno al otro. De nuevo, volvían a hablar griego. ¿ Qué estaba pasando allí? Entonces, Nikos se volvió hacia ella. -Vamos, permíteme que te acompañe al comedor -su voz cálida y acariciadora hizo que su cuerpo se volviera a incendiar. Se sentía abrumada por el roce y la cercanía. Debía apartarse... pero no podía. Como si fuera en un sueño, se dejó guiar por aquel hombre devastador hacia el grandioso comedor a través de amplio vestíbulo de la entrada. ¿Quién era él? La ayudó a sentarse, sujetándole la silla. A ella le hubiera gustado mirarlo con una sonrisa y darle las gracias, pero no pudo. De repente, se sentía invadida por una terrible timidez. La situación parecía sacada de un cuento de hadas: ella vestida de princesa y él... oh, él era un príncipe. Se sentó enfrente de ella en la mesa. Solo uno de los extremos de la impresionante mesa de caoba estaba ocupado. A la cabeza, Yiorgos Coustakis con su nieta a un lado y el prometido de ésta al otro. Nikos se sintió realmente bien. Nunca podría haber deseado una mujer más hermosa. Él nunca se hubiera portado mal con una mujer sencilla, pero que su esposa, y compañera de cama, fuera a ser aquella pelirroja arrebatadora lo hacía todo mucho más dulce. Volvió a mirarla, pero ella seguía mirando fijamente al plato, como si fuera la cosa más interesante del mundo. Pero él sabía que era muy consciente de su mirada; su instinto masculino se lo decía
bien claro. Pero si ella quería comportarse como una chica bien educada y quería mostrar timidez delante de su futuro esposo, bueno, ¿quién era él para quejarse? Cuando el sirviente comenzó a servir la cena, Nikos miró a su anfitrión. -No me habías dicho que tu nieta era mitad inglesa, Yiorgos -comenzó a decir en griego y vio que Andrea lo miraba con concentración. Yiorgos se echó para atrás en su silla. -Una sorpresa -le dijo el hombre. Nikos torció la boca. -Otra -reconoció. Después se giró hacia Andrea-. ¿Vives en Inglaterra con tu madre? -le preguntó en griego. Aquella debía ser la razón por la que se había dirigido a él en inglés esa tarde. Andrea lo miró. Hizo el amago de abrir la boca, pero su abuelo se le adelantó. -No habla griego -dijo en inglés. Nikos frunció el ceño. -¿Cómo es eso? -continuó en inglés. -Digamos que su madre tenía sus propias ideas sobre cómo educarla. Andrea miró a su abuelo, fijamente. Después, como si este hubiera entendido el significado de su mirada la miró con una amenaza. Ella recordó lo que le había dicho por la tarde: «Te enviaré de vuelta a Londres en el primer avión si no haces exactamente, «exactamente», lo que yo quiero que hagas». Sintió que se helaba la sangre. Le hubiera gustado decirle que qué sabía él de su educación, pero ¿qué conseguiría con eso? ¿Que la enviara de vuelta a Londres sin un céntimo para su madre? Había llegado hasta allí y no pensaba volver con las manos vacías. Conseguiría para su madre lo que se merecía. Costara lo que costara. Así que permaneció callada. Nikos notó su mutismo. ¿Qué tipo de madre había tenido? ¿Qué mujer era aquella que había privado a su hija de su herencia natural, el idioma y el país de su padre? A su mente le vino la imagen de una mujer arrogante de la clase alta británica, vestida con ropa muy cara y que disfrutaba con los partidos de polo y las carreras de caballos. Frunció el ceño. ¿Por qué se habría casado con Andreas Coustakis?, se preguntó. Obviamente el matrimonio no habría durado mucho tiempo, aunque el hijo de Yiorgos no hubiera muerto muy joven. Se preguntó cómo habría Yiorgos permitido que la viuda se llevara a la niña a Inglaterra en lugar de quedársela él en su casa. Bueno, tanta generosidad había sido mal pagada: ahora tenía una nieta que ni siquiera sabía hablar su propio idioma. «Yo podría enseñarle...» Otra imagen se coló en su mente. La de una belleza pelirroja tumbada en sus brazos mientras él le enseñaba las palabras más esenciales que una novia griega necesitaba para hablar con su marido... Por ejemplo, las necesarias para expresar su deseo... Mientras comenzaban a cenar, dejó vagar su mente un rato más. ¿ Qué edad tendría? La primera vez que la había visto, había pensado que unos veinticinco, pero ahora dudaba. No pensaba que Yiorgos hubiera esperado tanto para casarla. Debía ser más joven. Probablemente su madre inglesa y la sociedad aristocrática a la que seguramente pertenecía disfrutaban al hacerla parecer mayor de lo que en realidad era. Otro pensamiento se apoderó de él. Esa vez más desagradable. ¿Si había crecido en Inglaterra cómo podía estar seguro de que era virgen? Las chicas inglesas eran famosas por lo fácil que entregaban sus favores... todos los hombres griegos lo sabían y la mayoría lo aprovechaba a la menor oportunidad. ¿Sería ella virgen? Pensó preguntárselo directamente a Yiorgos, pero sabía cuál sería la respuesta del hombre: «¿Te importa tanto como para renunciar a Industrias Coustakis?» y él sabía cuál sería su respuesta. Virgen o no, se casaría con Andrea Coustakis y conseguiría Industrias Coustakis como dote. Mientras tomaba la cena deliciosa, parecía que no iban a dejar de ponerle platos delante, Andrea pudo olvidarse unos minutos del hombre que estaba sentado enfrente de ella. Pero justo cuando estaba empezando a calmarse, él se dirigió a ella: -¿En qué parte de Inglaterra vives, Andrea? -preguntó con educación para reanudar la
conversación. -En Londres -respondió ella, arriesgándose a mirarlo. -Una de mis ciudades favoritas -respondió él-.Me imagino que tendrás una vida muy ajetreada. -Sí -respondió ella, pensando en los dos trabajos que tenía. Trabajaba los fines de semana y por las noches para pagar las deudas de su madre. Su madre también trabajaba, en el supermercado que habría hasta bien entrada la noche. Ninguna de las dos tenía mucho tiempo libre. -¿Cuáles son los clubes de moda en Londres? ¿Qué opinas? -Nikos le nombró un par de sitios que Andrea reconoció por las revistas del corazón. -No suelo ir a los clubes -respondió. Tenía muy poco tiempo para salir. Además, la vida nocturna que era posible en su barrio no era la que salía en el papel cuché. De todas formas, tampoco le gustaba bailar y Kim la había educado para que apreciara la música clásica. -Oh -respondió Nikos, pensando que le agradaba su respuesta. Los clubes estaban claramente asociados a la promiscuidad sexual-. ¿ Qué es lo que sueles hacer, Andrea? Ella lo miró. Probablemente, sólo estaba intentando ser amable con la nieta de su anfitrión. -Me gusta el teatro. Era cierto. Lo mejor que podía hacer por su madre, y por ella misma, era ir a ver una representación de la Compañía de Shakespeare en el Teatro Nacional. Pero las entradas eran caras, así que, no se lo podían permitir con demasiada frecuencia. Nikos le nombró un par de musicales de moda. Obviamente, conocía Londres, pensó Andrea. Ella negó con la cabeza, las entradas para ese tipo de funciones eran todavía más caras que para el teatro clásico. -Prefiero a Shakespeare -dijo ella. Inmediatamente, se dio cuenta de que la respuesta no le había gustado. Miró con extrañeza a su abuelo. De alguna manera, su mirada se había alterado. ¿Qué pasaba?, se preguntó. ¿Es que no estaba bien que le gustara Shakespeare, por el amor de Dios? La respuesta le llegó enseguida. -A los hombres no le gustan las mujeres intelectualmente pretenciosas -dijo el hombre con brusquedad. . Andrea pestañeó sorprendida de que pudiera pensar eso. -Shakespeare escribió obras para las masas -señaló con amabilidad-. No hay nada intelectual en su trabajo si no lo tratas de esa manera. Por supuesto, los académicos pueden disfrutar diseccionando sus obras durante años, pero las obras de teatro se pueden disfrutar a muchos niveles. Son muy accesibles, especialmente las producciones modernas en las que se hace un esfuerzo para atraer a aquellos que, como vosotros, les intimida el aura de Shakespeare. Yiorgos dejó sus cubiertos sobre la mesa con furia. -Deja de balbucear como una imbécil. Cierra la boca si no tienes nada más útil que decir. A los hombres no les gustan las mujeres que no paran de darse bombo. Andrea estaba, sobre todo, sorprendida. Nikos no dijo nada en su defensa. Podía ser un hombre muy moderno, pero en su interior estaba cortado con el mismo patrón que su abuelo. Por lo visto, las mujeres sólo estaban allí para adornar. Se encogió de hombros mentalmente. ¿A quién le importaba lo que Nikos Vassilis pensara sobre las mujeres? Eso por no hablar de su abuelo. Ella no estaba allí para ganarse la aprobación de ninguno de los dos. Siguió tomando su cena. Al otro lado de la mesa, Nikos dejó de pensar en la mujer que tenía enfrente cuando Yiorgos le preguntó algo sobre la situación económica mundial. Obviamente, ya había oído suficiente sobre su nieta. Había llegado el momento de que ella se convirtiera en un adorno. y como no sabía nada sobre economía, se comportó como ellos querían. Después, cuando se llevaron el último plato, su abuelo echó la silla hacia atrás. -Tomaremos café en el salón después de que haya echado un vistazo a la Bolsa americana -anunció. Después miró significativamente a Nikos mientras se levantaba-. Ven a verme dentro de veinte minutos. Salió del salón y Nikos lo siguió con la mirada. Después se volvió hacia Andrea. -Incluso a su edad, no renuncia a su posición dominante -dijo. A Andrea le pareció que lo decía con admiración.
Caminó hacia su lado y le tomó la mano para ponérsela sobre su antebrazo. -Ven -le dijo-. Tenemos veinte minutos para nosotros. Vamos a aprovecharlos. Andrea pensó que la compañía de Nikos Vassilis era mucho más agradable que la de su abuelo y fue con él a la terraza. Cuando salió, le sorprendió el cielo cuajado de estrellas. Aunque todavía no era verano, la temperatura era mucho más cálida que en Londres. Dejó escapar un suspiro de placer y se dirigió hacia la balaustrada. Todo estaba a oscuras a su alrededor. y de la oscuridad surgía un extraño chirrido. -¿Qué es ese ruido? -preguntó sorprendida. -Cigarras -le respondió Nikos desde detrás. Cuando ella lo notó tan cerca, sintió que las piernas le temblaban-. Son como los saltamontes y viven entre los arbustos. Es un sonido muy característico de las noches mediterráneas -frunció el entrecejo-. ¿Estás segura de que nunca lo habías oído? Aunque se hubiera criado en Inglaterra, era imposible imaginar que una mujer procedente de un entorno tan adinerado no hubiera viajado mucho, especialmente por las ciudades de moda del Mediterráneo. Ella negó con la cabeza, sin prestarle mucha atención. ¿Así era como sonaban las cigarras? Recordaba que cuando era pequeña su madre le había contado cosas sobre el padre que nunca había conocido. Se sentaban en la cama y su madre le hablaba, con su voz dulce cargada de emoción, de sus recuerdos de Grecia, de sus paseos por la playa de la mano del hombre al que amaba, escuchando el suave murmullo del Egeo y el canto de las cigarras. Oh, mamá, ¿por qué tuvo que morir así?» El le tocó los hombros con sus manos y ella sintió como si la recorriera una corriente eléctrica. ¿Por qué se acercaba tanto? ¿Por qué la tocaba? ¡Si se acababan de conocer! -¿En qué piensas? -le preguntó él. -En mi padre -respondió ella-. Mi madre me hablaba mucho de él. Nikos notó la suavidad de su voz y sintió que le tocaba una fibra sensible. Él tampoco había conocido a su padre. Ni siquiera había sabido quién era... y su madre nunca le había hablado de él. Solo le había dicho que era un marinero de paso. Alguien del norte de Europa. Dada la altura de su hijo, debía ser escandinavo. Su madre no lo sabía, ni tampoco le había importado. A la madre de Andrea sí. Sintió mucha envidia. -¿Qué te contaba? -Cuánto lo amaba, que la llamaba dulce paloma, que lo habría dado todo por ella... -su voz se quebró-. Y, después, murió y el sueño terminó. Los ojos se le llenaron de lágrimas, nublándole la visión y los sentidos. Así que, no se dio cuenta cuando él la rodeó con los brazos. Un completo extraño. La giró hacia él y dejó que apoyara la cabeza sobre su pecho. -Chsss -murmuró-. Chsss. Durante un rato largo e interminable, ella se dejó abrazar. -Lo siento -murmuró-. Creo que es por estar aquí, en la casa en la que él vivió. Eso me hace sentir lo real que fue. Se separó de él, pero él la agarró por los codos para que ella no se pudiera alejar del todo. -No te dé vergüenza llorar por él-le dijo con ternura-. Le honras con tus lágrimas. Ella levantó la cabeza. Las lágrimas brillaban en sus pestañas como diamantes. Su boca temblaba. El no pudo evitarlo. No podría haberse refrenado ni aunque hubiera habido un terremoto. Bajó su boca hacia la de ella, capturando su dulzura. Deslizó la mano desde los codos hacia su espalda esbelta y la atrajo hacia él. Ella dejó escapar un gemido y aquello fue suficiente. Él deslizó la lengua entre sus labios, saboreando el néctar del interior. Movió la boca lentamente, con sensualidad, y sintió que ella temblaba entre sus brazos. Una oleada de deseo lo recorrió. Era exactamente como él quería que fuera. Su cuerpo perfecto entre sus brazos, su boca tierna junto a la de él. Entonces, intensificó el beso y sus manos, como si tuvieran voluntad propia, bajaron para atrapar las redondeces de sus glúteos.
Ella sintió que le recorría una sensación nueva. Sintió como si se estuviera derritiendo y su cuerpo se estuviera fundiendo con el de él. Y su boca... Oh, su boca era como una flor, deshaciéndose de dulzura. Unos temblores recorrieron su cuerpo. No podía pensar. No podía centrarse en nada que no fueran las sensaciones que la inundaban, que recorrían sus venas y su piel, arrastrándola, ahogándola en un pozo de deseo. Entonces, una ráfaga de realidad la llevó a la superficie y se separó de él. Estaba aturdida, temblorosa. -No... La negativa escapó de sus labios con un suspiro. Tenía los ojos muy abiertos, el corazón acelerado. ¿ Qué era lo que negaba?, se preguntó a sí misma con furia. ¿Que él dispusiera de ella? ¿La sensualidad que la había embargado? ¿O era algo más? Era una negación de que nunca, jamás, en toda su vida, había siquiera soñado que fuera posible sentir algo así... Se dio cuenta de que él no la había soltado. Aunque ella lo había empujado, todavía la sujetaba por la espalda. -No -volvió a decir ella. Levantó las manos y las colocó sobre sus brazos, en un intento por liberarse. El sintió la presión y la dejó de inmediato, aunque eso fuera contra sus instintos más primarios. ¡Theos! Cómo la deseaba. La quería con un dolor apremiante, pensó horrorizado. Era algo que no tenía nada que ver con el deseo sexual despegado que podía sentir por Esme o Xanthe o cualquier otra mujer con la que se hubiera acostado. ¿Se trataría de una emoción unida al hecho de que se iba casar con ella? ¿Era porque aquella mujer iba a ser su esposa y eso despertaba en él una emoción que no sabía que existía? Sintió una fiera oleada posesiva. Había sido como una revelación. Nunca se había sentido posesivo con las mujeres, nunca hasta entonces. Sin embargo, con Andrea era diferente. No quería que pensara en nadie más. La miró fijamente y se sorprendió: ella lo estaba mirando asustada. -Andrea -dijo con suavidad-. No te asustes. Perdona si... si voy muy deprisa -dijo con una sonrisa cautivadora-. Debes culpar a tu belleza -le dijo-. Eres demasiado preciosa para resistirme. Ella tembló. A él le gustaba y... ¿por eso la había asaltado de aquella manera? -No me mires así -le dijo-. No voy a volver a tocarte hasta que tú quieras. Pero -dijo con una sonrisa maliciosa-, no me culpes si yo hago lo posible para que lo desees... Él dio un paso hacia atrás. -Ven -le dijo ofreciéndole una mano-. Vamos a dar un paseo. Después de todo, tenemos mucho de qué hablar. Ella le agarró la mano y paseó con él hasta el extremo de la terraza. -¿De qué tenemos que hablar? -le preguntó con voz ronca, aunque no quería sonar así. Él la miró. Sus pestañas eran extraordinariamente largas, pensó ella y se perdió lo que él le respondió, todo excepto una palabra. Se paró en seco. -¿Qué has dicho? -He dicho, mi querida futura esposa, que quizá debamos empezar a hablar de nuestra boda. Andrea se quedó de piedra. Capítulo 5 ERA COMO si, delante de sus propios ojos, ella hubiera cambiado. Como un extraterrestre que cambia de forma y, de ser una criatura inofensiva, se hubiera transformado en un monstruo terrible. Ella separó la mano de la de él y dio un paso hacia atrás. -¿Nuestra qué? -Nuestra boda -repitió él. Esa vez, su voz sonó más tensa, respondiendo, de manera automática, al rechazo que ella proyectaba con todo su ser. ¡Lo estaba mirando como si le hubiera salido otra cabeza!
-¿Nuestra boda? -casi no le salían las palabras. Después, sintió que el terror se apoderaba de ella-. ¡Oh, Dios mío! Debe ser una especie de lunático... Se agarró la falda y giró para escapar de allí lo antes posible hacia el salón. Antes de que pudiera dar ni un paso, él la aferró por la muñeca con firmeza. -¿Qué me has llamado? Ella intentó zafarse, pero él la asió con fuerza. -Suéltame -dijo llena de un terror que se hizo evidente en su voz. La cara de él se ensombreció. -¿ Qué demonios está pasando aquí? -preguntó-. Solo he dicho que me gustaría hablar sobre los preparativos de nuestra boda... Estoy dispuesto a darte toda la libertad que quieras, pero me gustaría comentarte algunas cosas -continuó sin entender la reacción tan extraña de ella-. Por ejemplo, que me gustaría casarme aquí, en Grecia. -¿Casarte? -repitió ella con total incredulidad. -Sí, casarme. ¿Andrea, por qué te comportas así? -su voz sonó cargada de impaciencia. -¿Casarte? ¿Conmigo? Él apretó los labios. Era su forma de preguntarlo lo que lo molestaba, como si fuera la cosa más atroz del mundo. La miró con desdén y le soltó la mano. Ella se frotó la muñeca y, si él no hubiera estado cortándole el paso, se habría marchado de allí de inmediato. -Tenemos que hablar -dijo él cortante. Ella meneó la cabeza con violencia. Lo único que necesitaba era salir de allí, alejarse de aquel lunático que, de repente, se ponía a hablarle de bodas y casamientos. -Respóndeme -le increpó-, ¿por qué me has besado si no pensabas que íbamos a casamos? A ella le pareció que el mundo se hundía a sus pies y sintió pánico... -¡Dios mío! ¡Estás completamente loco! –intentó salir de allí, pero él no se lo permitió. Nikos no pensaba moverse. No tenía ni idea de por qué ella se mostraba de aquella manera. ¿Sería posible que no supiera nada de la boda? ¿ Cómo podía ser eso posible? ¡Pues claro que lo sabía! ¡Debía saberlo! Entonces, ¿por qué se ponía tan histérica? ¿Acaso no quería casarse con él? Aquel pensamiento le hizo sentir mucha rabia. ¿ Cómo se había atrevido a darle pie, a dejar que la besara de aquella manera, inflamando su cuerpo de deseo, si no pensaba aceptar casarse con él? ¿ y por qué no iba a aceptar? ¿Por qué iba a parecerle tan horrible la idea de ser su esposa? «Quizá porque eres el hijo bastardo de una camarera y un marinero desconocido». Aquella idea envenenada se apoderó de él y se negó a abandonar su mente. Apretó la mandíbula. Si ese había sido el motivo para negarse a casarse con él, había tenido tiempo suficiente para comunicárselo a su abuelo. Aunque su abuelo no era del tipo de hombre que aceptara excusas, pensó. Alejó aquel pensamiento de su mente. Era irrelevante. Lo único que importaba en aquel momento era evitar que le diera un ataque. -Cálmate. No vas a marcharte a ninguna parte hasta que te hayas calmado. Andrea le dio una patada en las espinillas y lo empujó con todas sus fuerzas. Después, corrió todo lo que su vestido de fiesta le permitió. Una vez superada la sorpresa, Nikos fue detrás de ella y la alcanzó en el vestíbulo del salón. -Ya está bien -le dijo enfadado, mientras la agarraba con fuerza por los hombros-. No tienes que comportarte así por lo que he dicho. Mientras hablaba, Nikos llegó a la conclusión de que aquello era lo que más lo molestaba: su rechazo total e instantáneo a la idea de casarse con el. Aquello era intolerable. Andrea le agarró los brazos y los apartó de sus hombros con un movimiento cargado de violencia. Su corazón latía a toda velocidad, llena de pánico, incredulidad y, sobre todo, una furia incontrolable. , No podía creer lo que acababa de oír. No podía creérselo. No podía... ser cierto. ¡Simplemente, era imposible! Su cara se torció con una mueca. -¿Esto es una broma, verdad? Una broma pesada y de mal gusto. A Nikos se le oscureció el semblante.
-Tú eres la heredera de Coustakis -dijo con frialdad-. y yo soy la persona que se va a encargar de la empresa cuando tu abuelo se retire. ¿ Que mejor cosa que casamos? -¿La heredera de Coustakis? -preguntó Andrea con una voz extraña. De repente, dejo escapar una carcajada estridente-. A ver si he entendido bien: ¿quieres casarte conmigo porque soy la nieta de Yiorgos Coustakis y quieres dirigir su empresa. Él asintió con la cabeza. -Así es. Me alegro de que lo hayas entendido. Ella no se dio cuenta del tono irónico de su voz. -Bueno, perdona que te desilusione, amigo, pero no. Tendrás que buscarte a otra heredera. ... Hizo el amago de volverse, pero el se lo impidió. -¿Por qué eres tan ofensiva?. Su voz sonó dulce, pero le hizo que se le en zara el cabello de la nuca. Se volvió despacio. Nikos Vassilis estaba muy cerca. Demasiado cerca. -¿Ofensiva? Mira, si porque fui tan estúpida de responder a tu beso en la terraza piensas que me voy a casar contigo estás muy equivocado. Un beso no significa una propuesta de matrimonio, ni tampoco un sí quiero. ¿Qué piensas? ¿Que vivimos en la Edad Media? Ella estaba tan enfadada con él como con ella misma. Eso le pasaba por dejarse llevar por un hombre guapo y atractivo. ¡Aunque fuera el hombre más guapo que había visto en la vida! De repente, él se había creído que había conseguido a una esposa rica. Sintió una punzada intensa al darse cuenta de lo que aquel beso había significado para él. Había sido algo que no había tenido nada que ver con ella. Solo era una trampa sucia para pillar a la que pensaba que era la heredera de Yiorgos. De repente, sintió ganas de reír. «La heredera de Yiorgos». Si él supiera... -Mi abuelo se reiría en tu cara si conociera tu idea de casarte conmigo para hacerte con Industrias Coustakis. La burla de su voz lo enfureció. -Estás equivocada -dijo frío como el hielo-. Fue idea suya. Ella se quedó quieta. -¿Estás insinuando... que mi abuelo está enterado de esto? -sintió que se ahogaba-. ¿Mi abuelo quiere que me case contigo? ¿Sería cierto que no sabía nada? ¿Que el viejo Coustakis no se había molestado en contarle sus planes a su nieta? -A cambio yo dirigiré la empresa cuando él se retire, lo que sucederá al poco de casamos. Ya está todo acordado -le aclaró Nikos. -¡Que conveniente! -exclamó ella con ironía. No se podía creer lo que estaba oyendo. De repente, se empezó a sentir mareada. -Perdóname. Pasó por delante de Nikos Vassilis. Y ella que había pensado que estaba loco... Su abuelo sí que lo estaba. Su abuelo, el hombre que la había ignorado durante toda su vida, tenía planes para ella. ¡Planes de boda! Mientras atravesaba el salón podía sentir la furia que crecía dentro de ella. Salió con resolución del salón, caminó por el pasillo de mármol y abrió con energía las puertas de la biblioteca. Cuando entró, su abuelo levantó la cabeza de la pantalla de ordenador que había sobre su escritorio de caoba. -¡Fuera de aquí! La orden era imperiosa, pero ella la ignoró. Después, se acercó hacia él. -Este hombre -dijo señalando hacia atrás con fiereza- me ha anunciado que se va a casar conmigo. Quiero que me digas, ahora mismo, que eso no es cierto. La expresión del rostro de su abuelo se endureció. -Lo has oído correctamente. ¿Por qué si no iba a haber mandado a buscarte? Ahora, márchate. Me estás molestando. Andrea sintió que se le revolvía el estómago. -¿Estás completamente loco? -su voz era dura. Dura y temblorosa por la ira-. Esto es absurdo... me traes aquí y ahora, me sueltas eso y esperas que yo acepte. ¿A qué diablos te crees que estás jugando? Yiorgos Coustakis se puso de pie. No era mucho más alto que su nieta, pero su corpulencia era
considerable. Ella casi se atraganta. Pero no dejó que aquella mirada de desprecio le afectara. -Debes estar chiflado si piensas que puedes hacer algo así. Completamente... No pudo acabar lo que estaba diciendo porque su abuelo la interrumpió con un grito. -¡Cállate! No voy a consentir que me hables de ese modo. Vete a tu habitación. Hablaré contigo por la mañana. Ella se quedó de piedra. -¿ Qué? -preguntó sin dar crédito a lo que estaba escuchando-. ¿Crees que puedes darme órdenes? Yo no soy uno de tus lacayos... -No, eres mi nieta, y como tal te exijo obediencia. Andrea abrió la boca. -Exigencias aparte -le dijo burlona-, la palabra obediencia no forma parte de mi vocabulario. Detrás de ella, Nikos entrecerró los ojos. Estaba presenciando algo insólito, algo que poca gente habría visto jamás. De repente, alguien se enfrentaba a uno de los hombres más despiadado s y dominantes de todo Atenas. El hombre mostró toda su furia. -o te marchas de la habitación ahora mismo o haré que te echen -espetó lleno de furia. Presionó un botón del intercomunicador y rugió algo en griego. Después, volvió a mirar a Andrea. Ella estaba delante del escritorio, con la adrenalina bombeándole por las venas. Estaba demasiado furiosa para asustarse. Además, en lo más profundo, sabía que si por un momento cedía ante su abuelo, todo acabaría. Él habría ganado y ella saldría malparada. Así había logrado aterrorizar a su madre y echarla del país. Con ella no iba a hacer lo mismo. De eso nada. Era necesario, absolutamente necesario, que se enfrentara a él y tenía todo el derecho a estar enfadada. Solo pensar que había estado planeando su boda a sus espaldas la hacía enfurecer. Le parecía algo tan atroz que le costaba creérselo. -Me marcharé cuando acabe -le soltó-. Cuando me digas que este lunático al que has invitado está mal de la cabeza. Sintió cómo su abuelo se ponía rojo de ira. -¡Cállate! -le ordenó por segunda vez-. ¡No vas a avergonzarme en mi propia casa, mocosa maleducada! ¡Y no vas a hablar a tu futuro esposo en ese tono! -con la mano golpeó el escritorio. Andrea abrió los ojos, conmocionada. -No puedes hablar en serio -dijo-. Es imposible. Dime que esta es una broma estúpida que me estáis gastando. La cara de Yiorgos no se inmutó. -¿Cómo te atreves a levantarme la voz así? ¿Por qué te crees que estás aquí? Estás comprometida con Nikos Vassilis y te casarás con él la semana que viene. Cualquier otra cosa no es asunto tuyo. Y eso es todo. Ahora, márchate a tu habitación. Aquello era irreal. Tenía que serlo. .-No me creo que me hayas traído aquí con esa Idea descabellada -le dijo, sin aliento, con el corazón retumbándole en el pecho-. Es la cosa más atroz que he oído en mi vida. Y debes estar loco si piensas que yo voy a hacerte caso. Su abuelo se levantó con la cara morada por la furia. La bofetada que le dio la dejó tambaleante. Ella abrió la boca, por la sorpresa y el dolor, incapaz de creer que acabaran de golpearla. De manera automática, dio un paso hacia atrás. .-¡Vete a tu habitación! ¡Ahora mismo! -rugió Yiorgos Coustakis de nuevo. Con los ojos clavados en los de ella, como dos cuchillos. Andrea no bajó la guardia. -Si vuelves a pegarme no respondo... Eres un desgraciado prepotente y no creas que vas a conseguir nada de mi. .-¡Largo de aquí! -gritó el hombre en griego mientras levantaba la mano de nuevo. Andrea tuvo tiempo de protegerse con el brazo. El. golpe le pilló el antebrazo y ella dejó escapar un grito provocado por el dolor y por la furia. Después, sintió que le sujetaban el brazo izquierdo con tanta fuerza que no podía soltarse. -¡Ya basta!
La voz de Nikos sonó dura e inflexible. Iba dirigida a los dos. La cara de Yiorgos estaba contorsionada, los ojos iluminados con una brutalidad que la habría asustado si no hubiera estado tan aturdida. Entonces, su mirada se dirigió hacia la puerta. Allí había dos hombres esperando una orden. Nikos se giró para mirar a los guardas de seguridad. -Sacadla de aquí -les ordenó Yiorgos Coustakis cortante. Su respiración era entrecortada. Los hombres se dirigieron hacia Andrea. -¡Alto! -la voz de Nikos tenía un tono imperativo que hizo que los dos hombres se pararan. Andrea retorció el brazo intentando librarse de la mano de Nikos, pero él la agarró con más fuerza. -Esto no es necesario, Yiorgos -dijo él serio. -Entonces, llévatela de aquí -le gruñó a su invitado--. Y más te vale hacerte con un látigo para controlarla. Necesita una buena paliza -volvió a levantar la mano como si estuviera dispuesto a empezar él mismo. -¡Desgraciado! -le escupió Andrea. Nikos la empujó hacia él y se la llevó, casi a rastras, de la habitación. Ella no dejó de luchar para zafarse de su garra. -Suéltame. Me largo de aquí, ahora mismo. Al salir de la biblioteca, Nikos la soltó. -Eres una pequeña salvaje. ¿En qué estabas pensando para comportarte así? ¿Eres tan salvaje que no puedes tener una conversación civilizada sin parar de gritar? Los ojos de ella brillaron. -Me golpeó. ¿ Y aún lo defiendes? Nikos, exasperado, dejó escapar un suspiro. -No, claro que no lo defiendo, pero... Andrea se llevó la mano a la cara y se frotó la mejilla. Tenía la cara colorada, y no sólo por el tortazo. Él le levantó la barbilla para verla mejor. –Déjame ver. Ella le apartó el brazo. -No me toques -le gritó. «¡Theos! ¡Menuda tigresa!» Estaba claro que había heredado el carácter del viejo. Necesitaba una bebida; algo fuerte. Quizá a ella también le vendría bien tomar algo. La llevó al salón y ella se dejó caer en un sofá; todavía estaba muy agitada por la discusión. Nikos se dirigió hacia el mueble bar y volvió con dos copas de brandy. -Bebe -le ordenó, ofreciéndole una copa. Ella la aceptó y le dio un trago. El líquido fuerte pareció recomponerla. Dio otro trago. El permaneció de pie. Con una mano, echó para atrás la chaqueta del esmoquin y se apoyó en el fajín de seda. Ella no pudo evitar fijarse en la firmeza de su torso y de su estómago. Apartó los ojos y volvió a frotarse la mejilla. Estaba conmocionada. «Tengo que salir de aquí», pensó con fiereza. Se marcharía a primera hora de la mañana. Volvería a Londres, a su casa, a la cordura. Era lo único que podía hacer. Todavía no se creía lo que había pasado. -¿Es verdad? Dímelo -se escuchó preguntarle a Nikos. Él frunció el ceño y ella tuvo que explicar a qué se refería. -Que él y tú os habías hecho a la idea de que tú... tú y yo nos íbamos a... a casar -apenas podía pronunciar las palabras. -Sí -dijo lacónico. ¡Dios santo! ¡Qué jaleo!- Había pensado -continuo, irónico- que tu abuelo te lo había confirmado. Ella endureció el rostro. -¡Ese desgraciado! La expresión de Nikos se heló. No tenía ninguna simpatía por Coustakis; dudaba que alguien pudiera sentirla. Y, por supuesto, el viejo no debía haberle pegado; pero, Andrea debía ser realmente estúpida si pensaba que su abuelo iba a permitir que le gritara, sobretodo delante de otro hombre. Yiorgos Coustakis nunca permitiría que lo dejara mal delante del hombre al que había
designado para que dirigiera su imperio. Además, fueran cuales fueran sus fallos, Andrea tenía que comprender que era el dinero de Yiorgos el que le permitía vivir con todos los lujos y que ella, al menos, le debía cortesía a cambio. -No te permito que utilices ese lenguaje. -¿Cómo? ¿Vas a sacar el látigo como él te sugirió?. Nikos lanzó un juramento. Quería largarse de allí, de aquella casa de locos. -Desde luego, necesitas algo para que dejes de comportarte como una niña mimada deslenguada. Ella se levantó. -Le sugiero que se marche, señor Vassilis –dijo ella-. Y también le sugiero que, antes de planear una boda con alguien, se lo pida a ella primero. Aunque esté deseando poner sus manos avariciosas sobre Industrias Coustakis, yo no estoy disponible, especialmente para un niño bonito cazador de fortunas como tú. Lanzó la copa de brandy contra el suelo, giró sobre sus talones y salió de la habitación como una exhalación. Nikos tenía la cara rígida por la furia. Diez segundos después, estaba en su Ferrari conduciendo como si le poseyeran los demonios. Los dedos de Andrea estaban temblorosos mientras marcaba el número de sus amigos en el teléfono móvil que estos le habían dejado. Se sentía tan débil como un ratón. La conversación fue breve y directa al grano, no quería que la conferencia le costara mucho a Tony. -Tony... No ha salido bien. Voy a tener que irme a casa. Mañana. No te preocupes -tragó con dificultad, sin atreverse a empezar a contarle lo que había pasado-. No es nada dramático; pero tengo que marcharme a casa, ¿ vale? Mira, si no te llamo desde el aeropuerto de Atenas mañana, alerta amarilla. Y si no estoy mañana en Londres, la roja, ¿vale? He conocido a mi querido abuelo y es... es lo que me imaginaba. Después de colgar, se sentía mejor. La voz familiar de su amigo le había recordado que, fuera de aquella casa de locos, había un mundo real y cuerdo. Cómo logró dormir aquella noche, no lo supo. Se despertó tarde por la mañana, sobresaltada cuando Zoé la llamó a la puerta. Su abuelo quería verla de inmediato. «¿De verdad? Pues resulta que yo también quiero verlo a él. ¡Para que me ponga un coche que me lleve al aeropuerto!» Andrea se puso unos pantalones y una camiseta barata y siguió a la mujer que la guió hacia los aposentos de su abuelo. El hombre estaba sentado en la cama, recostado sobre un montón de almohadones. No tenía buen aspecto, notó Andrea, y, por primera vez, se dio cuenta de que era un hombre mayor que no estaba muy bien de salud. «Se lo diré de forma civilizada», pensó. «Puedo conseguirlo si me lo propongo». Se acercó a los pies de la cama; un mueble enorme propio del palacio de Versalles. Unos ojos oscuros se posaron sobre ella. Yiorgos Coustakis quizá estuviera confinado en su cama, pero la fuerza que tenía no había disminuido ni un ápice. -Después de todo -dijo él con voz ronca-, eres mucho peor de lo que yo pensaba. ¡Insolente hasta decir basta! Tenía que haberte arrancado de la fulana de tu madre para haberte criado yo mismo. Yo te habría enseñado a comportarte. Andrea sintió que todas sus buenas intenciones desaparecían de manera instantánea. Sintió que la sangre comenzaba a bullirle en las venas; pero, esa vez, no perdería el control. Se quedó allí de pie, quieta, pensando que le parecía increíble tener algo que ver con aquel hombre. -¡Por fin te callas! ¡Qué pena que no hicieras lo mismo ayer delante de tu futuro marido! -Nikos Vassilis no es mi futuro marido –replicó ella, sintiendo cómo crecía la furia en su interior. -Difícilmente conseguirás alguno. Sin Industrias Coustakis para respaldarte, probablemente sólo sirvas para calentarle la cama a alguien, como la zorra de tu madre. Andrea respiró hondo.
-Esta conversación -dijo, haciendo un terrible esfuerzo por sonar calmada- no tiene ningún sentido. Me vuelvo a Londres. Así que, por favor llama a un coche para que me lleve al aeropuerto. La tez oscura de Coustakis se tiñó de rojo. -Tú no vas a ninguna parte. Te quedarás en tu habitación hasta el día de tu boda si sigues con esa actitud. Yo soy el que manda en mi casa -dijo dando un puñetazo sobre la cama-. Y si tengo que darte una buena paliza para que aprendas a ser dócil, eso haré. Andrea palideció. Recordó a los dos gorilas que habían entrado en la biblioteca la noche anterior. Sintió pánico. Él lo notó y sonrió. -¡Vaya! Parece que me crees. Le di a tu padre muchas veces con el cinturón y él aprendió a obedecerme -su mirada se oscureció-. Hasta que conoció a la zorra que te trajo al mundo. Después, me desafió y lo eché. No habría conseguido ni un céntimo de mi bolsillo si no se hubiera matado en su precipitación por meterse entre las piernas de esa fulana. Andrea se sintió horrorizada. Su padre, aterrado y vejado por aquel viejo loco. Y justo cuando comenzaba a ser feliz... -Eres un. hombre malvado -susurró ella-. No te mereces vivir. El hombre la atravesó con sus ojos oscuros, sin alma. -Vete de aquí antes que te dé con el cinturón yo mismo. -Por supuesto que me voy. Aunque tenga que ir andando hasta Atenas. Él arrugó la cara. -¡No voy a permitir que salgas de esta casa hasta que salgas del brazo de Nikos Vassilis! -gritó. Ella negó con la cabeza. -Estás equivocado. Me voy hoy mismo. -¿Cómo piensas salir de aquí? No creo que te puedas escapar si te encierro con llave. Andrea lo miró fijamente. -Eso no sería muy inteligente. Si no hago cierta llamada cada noche, unos amigos llamarán a la embajada británica para advertirles de que me están reteniendo en contra de mi voluntad. El efecto de aquellas palabras era visible. Después, el rostro de él cambió. Ya no mostraba nada. -¡Dime! ¿Por qué te parece tan horrible casarte con Nikos Vassilis? Es un hombre guapo, atractivo y rico. -¿Rico? -repitió ella asombrada-. Él mismo ha reconocido que es un cazador de fortunas. El viejo soltó una carcajada. -Es un hombre con mucho dinero, pero también es muy ambicioso. Lleva meses intentando fusionarse con Industrias Coustakis y lo va a conseguir. Pero yo le he puesto el precio más alto: tiene que casarse contigo. Andrea estaba perpleja. -¿Por qué? Has negado mi existencia durante toda mi vida. El rostro de él no mostró nada. -Porque tienes mi sangre. He tenido que esperar dos generaciones, pero ahora quiero un heredero. Ella notó la mirada posesiva de sus ojos. Andrea sintió repulsa. Yiorgos Coustakis estaba a punto de morir y quería la única inmortalidad que podía conseguir: un sucesor. Ella lo miró. Él tenía todo lo que el dinero podía comprar, pero como ser humano era despreciable. No sabía lo que era la amabilidad, la compasión, la caridad, no sentía nada por los demás, solo por sí mismo. Y allí estaba ella, delante de él, sabiendo que era la única persona en el mundo que podía darle lo que él quería. El final que deseaba. Se quedó pensativa y recordó sus motivos para ir hasta allí. Había algo que quería y él podía dárselo: dinero para su madre. No sólo para que se fuera a vivir al sol, sino también como reparación por lo que le había hecho. Él notó el cambio en su cara. -¿Cuánto? -Un millón de euros. Depositados en mi banco a mi nombre, Andrea Fraser -pronunció el apellido de su madre de manera deliberada; ella nunca había sido una Coustakis. Su risotada sonó burlona. -Parece que te valoras muy alto para ser la hija de una fulana sin un céntimo. Ella no dejó que su, cara trasluciera sus sentimientos.
-Me necesitas. Así que pagarás por ello. Eso es todo. Los ojos de él mostraron desdén. -Con Nikos Vassilis vivirás una vida de lujo con la que jamás habrías soñado. Deberías estarme agradecida. -Un millón de euros -repitió implacable. Necesitaba el dinero para saldar las deudas de su madre, comprarle una casa en España y guardar algo de dinero para que pudiera vivir-. O me voy a Londres ahora mismo. A Andrea no se le escapó la mirada de odio que él le dedicó. -No verás ni un céntimo hasta que te cases. Ella soltó una carcajada. -No me casaré hasta que tenga el dinero. Sintió que estaba loca por hacer aquel trato, por venderse así. Pero aquella era su única oportunidad para conseguir lo que su madre se merecía. No había tiempo para escrúpulos, ni para dudas. Haría lo que hiciera falta. y lo que tenía que hacer era casarse con un total extraño. «Un extraño que puede hacer que se te derritan los huesos con solo un abrazo. Ten mucho cuidado. Mucho cuidado con lo que estás haciendo», le advirtió una voz interior. Pero después pensó que aquel hombre también se iba a casar con ella por dinero. Y eso que le sobraba. ¿Qué tipo de hombre hacia aquello? Nikos Vassilis no se merecía más respeto del que le tenía a su abuelo. Durante un instante, mantuvo la mirada del viejo, negándose a apartar los ojos. Era demasiado importante para ceder. Al fin, después de lo que le parecía una eternidad, él gruñó: -La mañana de tu boda y nada hasta entonces. Ahora, sal de aquí. Capítulo 6 NIKOS estaba sentado en el salón de reuniones de su despacho, recostado en su sillón de cuero en la cabecera de la mesa, oyendo a los directores hablar sobre el impacto de la fusión con Industrias Coustakis. No estaba escuchando. Su cabeza era un torbellino. ¿Con qué diablo de mujer se iba a casar? Una tigresa. Una niña consentida. Una arpía maleducada y desagradable que se ponía histérica con facilidad. ¡Una Coustakis de pies a cabeza! Apretó la mandíbula. ¡Lo último que necesitaba en la vida era una esposa que se pareciera a Yiorgos Coustakis! De repente sintió una punzada de admiración. La muchacha no se lo había pensado ni un instante antes de enfrentarse al viejo Coustakis. ¡Simplemente, había entrado como un torbellino y lo había avasallado! Una sonrisa curvó sus labios al recordarlo. Theos, qué espectáculo. Alguien que le daba lo que se merecía a aquel déspota cuya reputación hacía que todo el mundo se andara con pies de plomo, desde los criados hasta los colegas. Incluso él tenía mucho cuidado cuando trataba con el viejo tiburón. Al menos, hasta que tuviera la dirección de Industrias Coustakis. La sonrisa se tomó en un gesto de enojo. Sin embargo, a pesar de todo, no podía perdonar el mal comportamiento de Andrea. No era tolerable en una mujer que fuera a ser la esposa de Nikos Vassilis. El gesto se acentuó; pero esa vez por un motivo diferente. ¿Sería cierto que la chica no sabía nada de los planes de boda que su abuelo tenía para ella? Desde luego, si era verdad, no era de extrañar que se enfadara de aquella madera. Al recordar la bofetada que le había dado Yiorgos, se encogió. No tenía ningún derecho a pegarle; aunque le hubiera gritado. Los hombres no pegan a las mujeres. En ningún caso. Sintió asco. «Tengo que sacarla de allí». Una emoción extraña lo recorrió. No era ira contra el hombre, era algo que nunca había sentido por ninguna mujer. Un sentimiento fiero y urgente de protegerla. -Señores, les ruego que me disculpen, pero tengo que ausentarme. Por favor, continúen con la reu-
nión. Diez minutos más tarde, estaba en su Ferrari. Atravesando las calles atestadas de Atenas, en dirección hacia las afueras. Andrea se sentó en la terraza que daba a los jardines que rodeaban la villa opulenta de su abuelo. Ya estaba decidido; pero no podía dejar de preguntarse si estaba loca. No se trataba de un negocio cualquiera sin importancia. ¡Era una boda! Aquella decisión la abrumaba. Le parecía irreal. ¡Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo! Hacía sólo dos días estaba en su casa, en su mundo. En aquel momento, estaba sentada en una terraza soleada, a punto de casarse con un completo extraño. Sintió una oleada de pánico e intentó aplacarla. «No es un matrimonio real; es sólo algo ficticio. Eso es todo. El día después de la boda tomaré un avión de vuelta a Londres. Mi «marido» se alegrará de librarse de mí. Y yo tendré un millón de euros esperándome» . Su madre y ella podían estar en España en menos de un mes. Sintió que el sol le calentaba las piernas y cerró los ojos para disfrutar de la sensación. Conseguiría un trabajo en España, lo suficiente para mantenerse. España era un lugar en el que había muchos británicos, seguro que encontraba un trabajo aunque aún no hablara español. «Invitaré a Tony y a Linda para que vayan de vacaciones», pensó feliz. Se habían portado muy bien con ella. Es misma tarde, los había llamado para decirles que, después de todo, iba a quedarse. Le había costado un gran esfuerzo convencer a Tony, que pensaba que la estaban forzando. Sintió frío en los huesos. Su abuelo era increíble. Era tan horrible como se lo había imaginado. ¡No le hubiera importado encerrarla para forzarla a casarse con aquel hombre! «Aquel hombre...» Los recuerdos le atenazaron la garganta. Había sido allí, en aquella terraza, donde lo había visto por primera vez, no hacía más de veinticuatro horas. Y, allí, bajo el cielo estrellado, donde la había tomado en brazos y la había besado. «Voy a casarme con él». Sintió que una emoción la embargaba. Aquel hombre era guapo. Mucho más que guapo, era arrollador, fabuloso... con un solo beso la había incendiado y la había fundido contra su cuerpo. y él, Nikos Vassilis, iba a ser su marido. «Por supuesto que no iba a ser tu marido», le dijo una voz interior. «Ese hombre magnífico sólo te quiere para conseguir Industrias Coustakis». Apretó los labios. ¿ Qué tipo de hombre se casaba con una mujer, a la que ni siquiera había visto? Y eso sólo para ponerle las manos a una empresa más grande que la suya. Ni siquiera era un cazador de fortunas; él ya tenía la suya propia. Bueno, eso no era asunto suyo. A ella no le importaba Nikos Vassilis. Él la estaba utilizando para conseguir lo que quería y ella estaba haciendo lo mismo con él. El rugido potente del motor de un coche interrumpió sus pensamientos. Andrea se puso tensa; no había sido el ruido de la limusina en la que había salido su abuelo hacía una media hora. Presumiblemente, en dirección a su oficina en Atenas. Aquel era un motor más agresivo y no hacía falta ser un genio para averiguar de quién se trataba. Diez minutos más tarde, sus temores se confirmaron. Nikos Vassilis salió a la terraza y se acercó hasta donde ella estaba sentada. Andrea sintió que sus nervios se le erizaban. Nikos volvía a tener un aspecto espectacular. Llevaba un traje de chaqueta gris, una camisa de algodón blanco y una corbata gris oscura de seda. El atuendo lo hacía parecer más alto y más esbelto. Su expresión era inescrutable, sobre todo, porque iba parapetado tras unas gafas de sol. Al mirarlo a la cara, sintió que el estómago le daba un vuelco. «¡Dios mío! ¡Es guapísimo!» Él se sentó enfrente de ella y estiró las piernas. De manera automática, ella recogió las suyas y sintió una punzada de dolor que la hizo fruncir el gesto. -¿Estás bien? El acento meloso de su voz la hizo sentirse débil. Asintió para responder a su pregunta, se sentía incapaz de hablar.
-¿Qué tal está tu mejilla? Antes de que ella pudiera decir nada, él se había levantado y se había acercado para acariciarla. Sus dedos despertaron un sin fin de sensaciones en su interior. Después, le levantó la cara para verla y notó que tenía un moretón. Ella no había intentado disimularlo con maquillaje, aunque se había dejado el pelo suelto. -Bien -dijo rápidamente, apartando la mano de él. No quería que se preocupara por ella. Sobretodo, porque sus últimas palabras hacia él habían sido insultos. En aquel momento, apareció un criado con café para dos que Nikos le debía haber pedido. La interrupción le dio a Andrea unos segundos para recobrar la compostura. Nikos se quitó las gafas y se las metió en un bolsillo. Ella deseó que no lo hubiera hecho. Aunque era incómodo dirigirse a una persona con los ojos cubiertos, en ese caso, era mucho más inquietante tener aquella mirada gris clavada en ella. -Todavía estás disgustada -dijo él con calma-. Lo que pasó anoche fue muy duro para ti. Lo siento... no debería haber sido así -hizo una pausa eligiendo bien sus palabras-. Tu abuelo es... un hombre muy... difícil, Andrea; pero eso tú debes saberlo mejor que nadie. Está acostumbrado a dar órdenes y que se le obedezca. Andrea pensó en su padre, que había crecido allí, acobardado por su propio padre desde el día en que nació... La única esperanza que había tenido en su vida había sido al conocer a su madre. La había conocido en una playa y se había enamorado de ella al instante. «No sólo voy a hacer esto por ti, mamá. También lo vaya hacer por mi padre. Voy a cuidar de ti como a él le hubiera gustado». Nikos Vassilis estaba hablando de nuevo. Ella se obligó a escucharlo. -Tienes que creerme cuando te dije que pensé que tú conocías los planes de boda de tu abuelo y que estabas de acuerdo con ellos. Ella agarró la cafetera y se puso a servir las tazas. -Pero si estoy de acuerdo con ellos -le dijo-. Esta mañana he hablado con mi abuelo y está todo arreglado. Ya puedes continuar con tus planes de fusión. Su voz sonó calmada y fría; pero así era como debía ser. Aquel no era un matrimonio por amor sino una mera transacción comercial y como tal debía tratarse. -¿Quieres leche y azúcar? El negó con la cabeza. Tenía el ceño fruncido. -¿ Te ha obligado? Ella abrió los ojos, sorprendida. -Claro que no -respondió-. Hemos llegado a un acuerdo con el que estoy muy satisfecha. Se sirvió leche y dio un sorbo. -¿Un acuerdo? -preguntó él. Ella sonrió de manera artificial, pero, a la vez, con satisfacción. Había logrado la reparación que su madre se merecía. Desolada, con el corazón roto y embarazada, Kim no le había pedido nada a Yiorgos Coustakis. Solo le había querido ofrecer a su esposa y a él el consuelo de saber que, aunque su hijo había muerto de manera trágica, estaban esperando un nieto; No había pedido dinero... solo les había ofrecido consuelo. Pero Yiorgos Coustakis la había tratado como a una fulana... -Por fin, he conseguido algo de dinero para mí. -¿Dinero? -dijo él con un tono helado-. ¿Quieres decir que te ha pagado para que te cases conmigo? -preguntó enfadado. «¡Qué hipócrita!», pensó ella. -Sí, igual que a ti; pero con una diferencia; yo, en lugar de acciones, prefiero dinero en metálico. Dejó su taza en la mesa. -¡Lo mío es diferente! ¡Completamente diferente! -¿Ah, sí? Mi abuelo te ha obligado a casarte conmigo si quieres conseguir las acciones de Industrias Coustakis. Es decir, te ha pagado para que te cases conmigo. Igual que a mí. Fin de la historia. Desde luego, ya no se portaba como una histérica; pero, aquel comportamiento no era mucho mejor. ¡Parecía una máquina registradora!
En Grecia, los matrimonios de conveniencia estaban a la orden del día. Él había aceptado por la empresa, pero, desde la primera vez que había puesto los ojos sobre Andrea, había sabido que aquel iba a ser un matrimonio muy placentero. Pero ahora, al ver a la mujer fría y calculadora que tenía delante, volvía a cambiar de opinión. Sintió que se le revolvían las tripas. Aquella mujer era igual que su abuelo. Conocía el precio de todo y el valor de nada. y también conocía su propio precio, eso estaba claro. Le sonrió con desdén. Bueno, él también lo conocía. Y la trataría en consecuencia. Se puso de pie. -Bien -su voz era seca-, ya que sabemos a qué atenemos, podemos empezar. Ella lo miró, sintiéndose confusa de repente. -¿Empezar qué? Él le sonrió, sin una pizca de humor. -Nuestro compromiso oficial. Le tomó una mano y la hizo ponerse de pie. -y aunque tú preferirías sellar el acontecimiento con un cheque, yo prefiero el método tradicional... Ella tuvo una fracción de segundo para averiguar sus intenciones. Pero no fue suficiente para frenarlo. Su beso fue intenso y sensual. Lento y posesivo. Muy, muy posesivo. Su boca se movió sobre la de ella suavemente, saboreando, explorando... Ella sintió que el estómago se le encogía y que la adrenalina fluía por sus venas. Después se sintió muy débil. No pudo evitar levantar las manos y rodearle el cuello con ellas, introduciendo los dedos en su pelo sedoso. Se dio cuenta de que gemía, sin poder evitarlo, mientras él jugueteaba con su boca. Él la soltó. Le levantó la cara con los dedos y vio su boca roja y carnosa excitada. Sus ojos eran grandes y sus pestañas espesas y rizadas. -Eres preciosa, Andrea Coustakis -le dijo susurrante-. Y yo vaya disfrutar mucho cuando llegue el momento de nuestra fusión personal. Ella sintió que se derretía. Lo había dejado muy claro. Le acarició la mejilla y dio un paso hacia atrás. Después miró la hora. -Ven, vamos a comer y a mostrarles a todos que Vassilis S.A. tiene planes para Industrias Coustakis. La tomó de la mano y se la llevó de allí. Andrea lo siguió sin poder hacer nada para evitarlo. El restaurante estaba lleno de gente. Era obvio que era un sito caro, no hacía falta mirar los precios de la carta para darse cuenta. En cuanto entraron, ella se puso alerta, intentando ocultar su nerviosismo. Enseguida, sintió todas las miradas fijas en ella. La mayoría de las personas que allí había eran hombres, impecablemente vestidos. Enseguida se percató de que se trataba de un lugar donde los hombres de negocios de Atenas se reunían para comer, cerrar sus tratos y hacer su dinero. El maitre, que se había acercado a ellos en la entrada, los acompañó hacia el bar. A Nikos no le cabía la menor duda de que no tardaría en proporcionarles una mesa. -Es un placer tenerlo con nosotros, Kyrios Vassilis. y también a la señorita... -su voz sonó expectante. -Thespiris Coustakis. La cara del hombre era un cromo. Nikos casi deja escapar una carcajada. Después, sin decir nada, pero sin evitar el brillo agitado de su mirada, el hombre se inclinó ante Andrea y le murmuró lo honrado que se sentía por su presencia. -Tomaremos algo mientras esperamos nuestra mesa. Algo privado. -Por supuesto -el hombre volvió a hacer una inclinación. Chasqueó los dedos y aparecieron dos camareros que tomaron el pedido-. Espero que esté cómoda, Thespiris Coustakis -dijo en voz más alta de lo normal. Dos hombres que había allí sentados, esperando su mesa, levantaron la cabeza de manera inmediata y la traspasaron con la mirada. Después, uno se levantó y se dirigió a una de las mesas
para decirles algo. De repente, todas las miradas se dirigieron hacia ellos dos. -¿ Qué está pasando aquí? -preguntó ella un poco molesta-. ¿Tengo dos cabeza o qué? Nikos dejó escapar una risita. -La función acaba de empezar, agape mou. No fue la comida más agradable que Andrea había tomado en su vida, pero sí, la más cara. Ni siquiera la cena de la noche anterior se podía igualar. Mientras comía, deseó poder disfrutar más de una comida que ella habría tardado seis meses en pagar. No le gustaba tener delante algo tan caro y sentir como si cada bocado se le fuera a atragantar. La tensión le había hecho un nudo en el estómago. No era sólo porque la estuvieran mirando todos, desde el camarero al cliente más adinerado, sino también porque estaba comiendo en público con Nikos Vassilis. Que había dejado muy claro quién era su acompañante. La heredera Coustakis. Estaba claro que estaba disfrutando un montón. En un momento de la conversación, él se inclinó hacia ella y le murmuró al oído: -Están todos conmocionados, Andrea mou. Tu nombre ha corrido como la pólvora y están desesperados por saber quién eres. Por muy extraño que parezca, nadie en Atenas sabía que Yiorgos Coustakis tenía una nieta. Eres como una carta que tenía escondida en la manga -un brillo de satisfacción apareció en sus ojos- y que ahora ha decidido jugar. No hay ni un hombre aquí que no se dé cuenta del significado de que estés conmigo. -¿ Ya saben todos que vas a fusionarte con Industrias Coustakis? -preguntó ella con un tono frío. Aunque para conseguirlo tenía que hacer un gran esfuerzo. Desde que la había besado tan apasionadamente para sellar su acuerdo, tenía que poner todo su empeño para borrar las sensaciones que el beso había despertado. Él dio un trago a su vino y lo saboreó. -Ha habido rumores. Pero siempre hay rumores. Hoy, dejarán de serlo, mi querida Andrea. -Por favor, deja de llamarme cosas así -dijo ella cortante. Él levantó una ceja, divertido. -¿Pero, cómo? Vamos a convertimos en marido y mujer y, como te dije hace un momento, la función acaba de comenzar. Por cierto, ¿qué planes tienes para la boda? Para serte franco, yo preferiría que fuera algo rápido. Por lo demás, puedes hacer lo que quieras. Me imagino que tu madre vendrá volando. Andrea se quedó de piedra. -No. «Ni siquiera quiero que se entere de la boda». Andrea tenía pensado pedirle a Tony que le dijera que iba a estar fuera unas semanas; eso era todo. Lo último que deseaba era que su madre se enterara de lo que planeaba. -¿ Tanto le disgusta tu abuelo? -No quiero hablar del tema -respondió ella. Nikos entre cerró los ojos mirándola. Entonces, de repente, cayó en la cuenta. -Lo siento -dijo de repente-. Por supuesto, debe encontrar perturbador volver al lugar donde fue tan feliz junto a tu padre. -Sí -dijo ella, tragando con dificultad-. Eso es. -Entonces, lo mejor sería una boda íntima, ¿no crees? -Sin duda -asintió ella-. y cuanto antes mejor. Alargó la mano para asir su copa. Había bebido más de lo que pensaba. Él le agarró la muñeca. -¿ Tan ansiosa estás por ser mi esposa, Andrea? Él había vuelto a bajar la voz, adoptando ese timbre que tanto la inquietaba. Con el pulgar le acarició la muñeca, justo donde el pulso le latía con más fuerza. -Quiero decir -dijo ella con la mayor brusquedad que pudo-, que estarás ansioso por conseguir esas acciones -retiró la mano y se llevó la copa a la boca-. Tan ansioso como yo por conseguir mi dinero.
Durante un instante, Nikos no supo si sentirse ofendido o divertido. Al final, ganó lo último. Ella respondía a sus caricias. Lo había comprobado en un par de ocasiones. y sabía muy bien, que, al final, vencería cualquier tipo de resistencia. Además, al saber que sólo se casaba con él por dinero, sentiría un gran placer al hacerle ver lo vulnerable que era, cuando él quisiera. Capítulo 7 LA COMIDA se le hizo interminable. Ya estaba bien entrada la tarde cuando Andrea logró escapar. Y, aun así, no pudo escapar de Nikos. Él había llamado a su oficina y había cancelado todas sus citas. Solo eso, pensó él, aceleraría los rumores; Nikos Vassilis nunca cancelaba una cita. Sonrió a su futura esposa, una sonrisa íntima que Andrea sabía que iba dirigida a los que quedaban en el restaurante. -Pensé que quizá te apeteciera ir de compras. Seguro que deseas un ajuar espectacular. -Tengo toda la ropa que necesito -respondió ella, cortante. No quería más ropa. Los armarios en su habitación estaban repletos. Esa mañana, después de decidir que se casaría con Nikos, se había puesto uno de los atuendos que Zoe le había sugerido. Y aún quedaban muchas cosas que ni siquiera había visto. Él soltó una carcajada de incredulidad. -Ninguna mujer tiene toda la ropa que necesita-comentó seco. -No me interesa la ropa -dijo ella. Él volvió a reírse. -Entonces, eres única en tu especie. Además, Andrea... -comentó mirándole al pecho con descaro-. Aunque a ti no te interese, a ella le interesas tú -de manera inconsciente, ella se abrochó la chaqueta, como si así pudiera esconder su figura-. Me gustaría elegir algunas cosas para ti, por favor, concédeme ese privilegio. -Ya te he dicho que tengo suficiente -le dijo ella. -Algo especial -continuó él acercándose a su mejilla-. Para nuestra noche de bodas. Ella se quedó quieta. Después, con una mueca asintió. -Si insistes... Él sonrió y la llevó a una tienda de lencería donde quedó claro que Nikos Vassilis era un buen cliente. La mujer la tomó por una de sus conquistas y, sin mirarla a la cara, le tomó las medidas. Después, le fue sacando conjunto tras conjunto. Ella se negó a probarse nada. Después de todo, no iba a utilizar nada de todo aquello. Su noche de bodas sería corta y nada dulce. Nikos quedó muy satisfecho con las compras e insistió en llevarla a las tiendas de moda. -Quiero comprarte una falda. Llevo dos días seguidos viéndote con pantalones y ya estoy cansado. -No te molestes. No me gusta llevar falda. -¿Por qué? Seguro que tienes unas piernas preciosas. Vamos a comprarte una falda. Ella quería cambiar de tema, y rápido. -Ya he hecho suficientes compras por hoy. Estoy aburrida. Él levantó las cejas. No conocía a ninguna mujer que se aburriera de ir de compras, sobretodo, cuando era él el que pagaba. Quizá Andrea, acostumbrada a tenerlo todo desde pequeña, veía las cosas de forma diferente. -Bueno. Eso es lo último que me gustaría. Dime,¿qué puedo hacer para distraerte? A Andrea no le gustó el tono de su voz, pero decidió ignorarlo. -Quiero ver la ciudad -dijo de repente. Después de todo, probablemente nunca volvería a Atenas. Sintió una punzada de dolor, fuerte y profundo. Aquella era la ciudad de su padre. Había nacido y se había criado allí y ella tenía su sangre; era tan griega como inglesa. Y aquella era la primera vez en su vida que pisaba suelo griego. Y, tal vez, la última. -¿ Ver la ciudad? -preguntó Nikos-. ¡Pero si debes haberla visto cientos de veces! Ella lo miró fijamente.
-Nunca he estado en Atenas antes de ahora. Es mi primera visita a Grecia. Nikos la miró con desaprobación. Una cosa era que su madre la hubiera educado a su modo y otra, muy distinta, que ni siquiera la hubiera llevado a conocer la tierra de su padre. -Entonces, ha llegado el momento de que conozcas Atenas. Y eso hicieron. Pasaron la tarde visitando los monumentos que solían visitar los turistas. Andrea estaba conmovida. Se negaba a reconocer que se sentía desolada ante la idea de tener que dejar la ciudad tan pronto. Y tener que dejar a Nikos Vassilis. Era un hombre espectacular, que con solo mirarla hacía que su corazón latiera más rápido, que con solo rozarla la electrizaba. Pero nada de eso importaba, no importaba porque aquello no era más que un intermedio temporal. Andrea se repitió esa frase día tras día durante las dos semanas que siguieron. Nikos se dedicó a dejar claro a todo el mundo que él había cazado a la heredera de Coustakis y que las acciones de la empresa eran suyas. Andrea deseó poder acostumbrarse al hecho de que la paseara por todas partes. De que la llevara a restaurantes de moda, a fiestas de amigos, siempre a su lado, atento, posesivo, haciéndoles ver a todos que él era el elegido de Yiorgos Coustakis. Cada vez que iba a recogerla con su Ferrari, sen tía que una corriente eléctrica le recorría el cuerpo. Pero hizo todo lo que pudo por ocultarlo. Hizo lo que pudo por mantener la fachada fría que tanto le molestaba a él. Casi tanto como lo divertía. -Mi preciosa inglesa de hielo -le dijo con dulzura una noche, cuando ella apartó la cara de manera deliberada cuando él fue a darle un beso-. Cómo me voy a divertir, echando abajo ese muro de hielo. Ella pensaba que sólo se casaba con él para sacar el dinero de las garras de su abuelo; pero él le iba a demostrar que la cosa no quedaría ahí. -Esta noche vamos a bailar -se acercó a ella de manera insinuante-. Deseo tenerte entre mis brazos, Andrea mou. -Yo no bailo -dijo ella cortante. Él se rió. El sonido de aquella risa la irritaba. Entre otras emociones a las que prefería no poner nombre. Cada noche que pasaba sentía que le costaba más seguir con aquella farsa. Solo un motivo la hacía seguir adelante: dinero. Dinero, por fin. Tenía que aguantar. Resistir hasta que el dinero estuviera en el banco. Después, podría salir corriendo. Podría huir. De demonios a los que no se atrevía a poner nombre. -No estaba hablando de ir a discotecas. Sé que no te gustan. Me refería a algo más... sofisticado. Creo que te gustará. -He dicho que no me gusta bailar y lo mantengo. A pesar de sus protestas, Nikos la fue a buscar esa noche y aunque no se trataba de una discoteca, no pensaba dejarse arrastrar a aquella pista de baile pequeña e íntima que había en el restaurante del ático en el que estaban cenando. Cuando él la tomó de la mano, ella se negó en rotundo. -Inténtalo -le dijo él con determinación. Andrea cedió y él se la llevó a la pista. Estaba sonando una canción de amor y ella sintió terror por motivos que nada tenían que ver con su rechazo al baile. Nikos la rodeó con los brazos y la atrajo hacia él. Ella estaba tiesa como una vara, inmóvil. Las piernas comenzaron a dolerle por la tensión. -Pon los brazos alrededor de mi cuello, agape mou. La calidez de su aliento en su oído la hizo temblar. Estaba demasiado cerca. La suave línea de su cuerpo contra el de ella, cadera contra cadera, muslo contra muslo. «No pienses. No sientas», se rogó desesperada. Lentamente, levantó las manos y las colocó sobre sus hombros. Bajo la chaqueta, podía sentir la dureza de sus músculos. Eso la hizo ponerse más tensa aún. -Relájate -murmuró él y con una ligera presión sobre sus caderas comenzó a moverla por la pista. Durante un instante, ella se movió con él con torpeza. Sentía como si tuviera las piernas de
madera. -Relájate -le repitió él. Ella lo intentó, pero al ver que no podía seguirlo, dejó escapar un gruñido y fue a sentarse. Él la siguió. -¿Qué pasa? -Te lo he dicho. No bailo. -Porque no quieres -le dijo él y dio un trago a su copa de champán-. Cuando estemos casados te enseñaré. -Claro -respondió ella y tomó su copa. Nikos Vassilis nunca le enseñaría a bailar, ni a nada. Bajo la mesa, se frotó las piernas. Le dolían todos los huesos. Andrea apretó el teléfono contra el oído. -¿Estás seguro? ¿Completamente seguro? -Sí, señorita Fraser, completamente seguro. Acaban de ingresar la suma de un millón de euros en su cuenta. -¿ y no la pueden sacar sin mi permiso? -preguntó con tono agudo. -¡Claro que no! -respondió el director de la sucursal, desde Londres, con un tono de sorpresa. Al colgar el teléfono, Andrea se sentía, sobre todo, aliviada. ¡Lo había hecho! Ahora, todo lo que tenía que hacer era aguantar las próximas veinticuatro horas y volvería a estar en casa. Era la mañana de su boda. «¡El día más feliz de mi vida!», pensó con ironía. «Puedo hacerla. Ya he llegado hasta aquí. Ahora puedo dar el último paso». -Kyria, ¿puedo empezar a vestirla, por favor? -la voz de Zoe sonó nerviosa desde la puerta-. Kyrios Coustakis quiere que baje lo antes posible. Andrea asintió y Zoe entró en el cuarto. En cuanto comenzó a vestirla, sintió que el alivio que había sentido la dejaba y que, de nuevo, empezaba a ponerse nerviosa. Cuando se sentó delante del espejo, con Zoe recogiéndole el pelo, se fijó en su imagen. Tenía los ojos demasiado abiertos y el rostro demasiado pálido. Apretó las manos sobre su regazo. La realidad de lo que estaba haciendo la golpeó con fuerza. Aunque se trataba de una boda sencilla, con muy pocos invitados, a Andrea le pareció que no terminaba nunca. Estaba al lado del novio, sin sonreír, con tanta tensión que apenas podía pronunciar las palabras que la unían al hombre alto que tenía a su lado. Sintió que se ponía enferma. ¡Estaba casándose con él! ¡Con Nikos Vassilis! Allí. En aquel instante. Estaba empezando a marearse y le dolían las piernas y la columna por la tensión. Ya tenía el anillo en el dedo. «No significa nada. A esta hora mañana, me habrá enviado de vuelta a Londres, deseándome buen viaje. Tendrá lo que desea, la empresa de mi abuelo. Estará encantado de verme partir. Nunca ha sentido nada por mí. Y ni siquiera tiene la intención de serme fiel.» Hacía tres días, su abuelo la había vuelto a llamar.. Nikos la acababa de acompañar a casa después de un concierto. A la salida del concierto, se había vuelto de manera impulsiva hacia Nikos. -Ha sido maravilloso. Gracias. Sus ojos estaban brillando, su cara, radiante. Nikos hizo una pausa para mirarla. -Me alegro de haberte dado placer. Por primera vez, sus palabras no tenían un doble significado, ni había un brillo malicioso en su mirada. Durante un momento, se miraron el uno a otro. En los oídos de Andrea todavía sonaba el eco del final tumultuoso de la sinfonía de Rachmaninov. Sentía su corazón casi igual de tumultuoso. Sus miradas se entrelazaron y algo fluyó entre ellos. Ella no supo de qué se trataba, pero fue algo que la hizo desear que aquel momento durara eternamente. Casi siente pesadumbre porque nunca iba a ser su mujer de verdad, sólo de palabra durante unos breves momentos.
Aquel pesar se evaporó al instante durante los dos minutos que duró la charla con su abuelo cuando volvió a la villa. -Hay algo que tienes que tener muy claro -comenzó a decir con voz condenatoria-. Desde el mismo instante en que te conviertas en la esposa de Nikos Vassilis tienes que comportarte como una verdadera esposa griega. Él te enseñará a ser obediente -su mirada era como la de un basilisco-. Tienes que entender que no tendrás ningún privilegio por tus conexiones conmigo. Ni te imagines que ganarás algún privilegio porque tu marido te encuentre atractiva o deseable, de momento. El viejo vio la expresión de su rostro y soltó una risotada. -He dicho de momento y lo he dicho en serio. Entiende bien esto, muchacha, en Grecia, un hombre casado sigue siendo un hombre. Y su esposa debe conocer su lugar. Nikos Vassilis, en este momento, tiene dos amantes: una modelo americana, una mujerzuela que se acuesta con cualquiera que se cruza en su camino, y una griega que es una prostituta profesional. No va a deshacerse de ninguna por ti -su voz cayó amenazadora-. Si te oigo lloriquear, gritar o cualquier otra cosa por este motivo, te arrepentirás. ¿Entiendes? Ella lo entendía muy bien. Y sintió una repulsa que le recorrió todo el cuerpo. «Agradece que no te vayas a casar con él de verdad». Aunque, si quería el dinero para su madre tenía que continuar con aquella farsa de boda. ¡No solo tenía una amante sino dos! Torció la boca. ¡Vaya, vaya! ¡Qué tipo más ocupado ese Nikos Vassilis! Quizá esa fuera una costumbre entre los griegos; pero ella no iba a aceptar nada de eso. El estallido del tapón de la botella de champán la hizo dar un salto. Uno de los criados estaba sirviendo el líquido burbujeante en copas altas. Andrea le dio un trago a la suya y miró a su alrededor. «Todo este dinero, toda esta riqueza, toda esta opulencia y este lujo, pensó. Llevo ahogándome en esto dos semanas, casi tres». «¡Quiero irme a mi casa!» Sintió deseos de gritarlo a los cuatro vientos. Quería irse a su casa, con su madre, a su piso destartalado. Nikos se horrorizaría si lo viera, si supiera que había crecido en él. Él creía que se estaba casando con la heredera de Coustakis. ¡Qué broma! ¡Qué broma tan absurda y ridícula! Bueno, el tiro le iba a salir por la culata antes de que acabara la noche. Andrea se sentó en el sillón estilo Luis XV y cerró los ojos. Ya se había tomado el champán, había aguantado las felicitaciones de los empleados de la casa y, ahora, estaba esperando que su flamante esposo saliera de la biblioteca donde estaba firmando los acuerdos para la fusión. A la casa habían llegado un grupo de hombres trajeados para cerrar el verdadero asunto del día. Le dolían las piernas. Con cuidado se las masajeó a través de la tela del pantalón. Zoe la había ayudado a quitarse el vestido largo de seda color marfil que había usado para la ceremonia y, ahora, volvía a llevar el traje con el que había llegado. Aunque los empleados habían vaciado su vestidor en una media docena de maletas para su luna de miel, Andrea había insistido en llevar personalmente la maleta pequeña con la que llegó. La había preparado la noche anterior con toda la ropa que había llevado y su bolsa de aseo, con la llave del compartimento del aeropuerto donde tenía el dinero y el pasaporte. Después, había llamado a Tony para decirle que llegaría en cuarenta y ocho horas, que le diera recuerdos a su madre. No había hablado con ella desde que salió. No se había atrevido. Sabía que ella entendería, que le bastaría la llamada diaria de Tony. De repente, los hombres trajeados comenzaron a salir de la biblioteca. Había llegado el momento de que Nikos cumpliera con la anotación siguiente en su agenda: llevar a su novia de luna de miel, pensó Andrea molesta. Le apetecía estar enfadada. Era un sentimiento mucho más seguro. Escuchó la voz de Nikos en el pasillo y a continuación la de su abuelo. Después, oyó las pisadas del viejo al retirarse. Debía haber sido un día grandioso para él: había vendido su empresa y a su nieta en un mismo trato. -¿Estás lista? -la voz de Nikos sonó tensa. Ella se puso de pie. -Sí -respondió y caminó hacia él. Tomaron sus asientos en la parte de atrás de la limusina de su abuelo; cada uno en un extremo. El
coche se movió lentamente. Durante el camino no hablaron y Andrea se sintió agradecida. Ya no tenía nada que decirle a aquel hombre. Al día siguiente por la mañana se despediría de él y no volvería a verlo nunca. -¿Quieres tomar algo? Ella pestañeó. Nikos abrió un compartimiento oculto y dejó al descubierto unas cuantas botellas y un juego de vasos de cristal. Ella negó con la cabeza, él se sirvió un whisky. -¿Qué tal estás? La pregunta la pilló por sorpresa. -Bien. Él dejó escapar un gruñido. Se aflojó la corbata y se desabrochó el botón de camisa. Ella deseó no haberlo mirado porque inmediatamente sintió un escalofrío. Nikos se pasó una mano por el pelo y ella sintió otro estremecimiento. Para alivio suyo, Nikos no la estaba mirando, simplemente, miraba enfurruñado hacia el exterior. Después, de repente, habló. -Theos, cuánto me alegro de que todo haya acabado. Ella también se alegraba, y mucho. No se podía alegrar más. -¿Te ha dado tu dinero? -le preguntó serio. -Por supuesto -respondió ella. -No lo vas a necesitar -le dijo el hombre con el que se había casado-. Yo te daré todo lo que quieras. Ella no respondió. Él dejó escapar un suspiro. -Andrea, tenemos que hablar con claridad. Estamos casados, y no hay ningún motivo para que las cosas no funcionen entre nosotros. Tu abuelo ya esta fuera. Ya no nos importa. Es asunto nuestro hacer que este matrimonio salga adelante. Yo creo que puedo hacerlo. Si cada uno de nosotros hace un pequeño esfuerzo funcionará. Yo estoy preparado y me gustaría que tú también lo estuvieras. En cuanto acabe nuestra luna de miel, iremos a Inglaterra a conocer a tu madre. Aunque no le gusta tu abuelo, espero que no piense lo mismo de mí. «Ella nunca te verá», pensó Andrea. «Ni siquiera sabrá que existes». Nikos seguía hablando. -Ahora quiero que te concentres en pensar dónde quieres que vivamos. Por el momento, propongo que vayamos a mi piso de Atenas, pero, debo admitir, que me gustaría algo más grande. También podemos tener una casa en Londres, por supuesto, para cuando quieras ir a ver a tu familia. Y sugiero que compremos una villa en una de las islas para cuando queramos relajamos. -Bien -dijo Andrea, sabiendo que nada de aquello iba a ser. Esa noche cuando estuvieran a solas se lo contaría todo. Aquello acabaría con la farsa. Nikos desistió. Estaba claro que ella no estaba dispuesta a charlar. Aquellos días habían sido muy difíciles con el tema de la fusión; aun así, había sacado tiempo para salir cada día con ella. Eso había servido par convencer a todos de sus intenciones, sin embargo, no había servido para conocerla mejor. Ella llevaba una máscara todo el tiempo. La única vez que le pareció ver un atisbo de la verdadera Andrea fue la noche del concierto. Pero eso sólo había sido durante un instante. Quizá incluso se lo había imaginado. La miró. Todavía estaba mirado por la ventana, ignorándolo. Bueno, no le importaba, eso le daba la oportunidad de mirarla, de observar todos sus encantos. Desde su boca generosa a la redondez de sus pechos, la línea larga de sus piernas... Sintió que se relajaba por primera vez en todo el día. Había logrado la cumbre más alta de los negocios, directamente desde las callejuelas y sabía muy bien cómo celebrarlo. Cerró los ojos y se dio el placer de pensar en lo bueno que sería tener a la mujer que estaba a su lado debajo de él. -¿Dónde diablos estamos? La voz de Andrea sonó afilada. -Pireo -respondió Nikos-. El puerto de Atenas. -¿El qué? -El puerto. Vamos a embarcar.
-¿Embarcar? Andrea miró enloquecida por la ventanilla. No había estado prestando atención al viaje. De manera deliberada, se había concentrado en lo que tenía que hacer para llevarse a su madre a España cuanto antes. El chófer le abrió la puerta. Andrea se bajó del coche y se dio cuenta de que las piernas habían vuelto a empezar a dolerle por la tensión. Había un yate atracado en el muelle de la derecha. Enorme. -Ven -dijo Nikos y la tomó del brazo. -No pienso subir ahí. ¿Qué diablos es eso? -Es el nuevo juguete de tu abuelo -le dijo-. Nos lo ha dejado para nuestra luna de miel. Andrea lo miró fijamente. -Pensé que iríamos a un hotel. No pienso subir a eso. Nikos la empujó ligeramente hacia delante y ella se tambaleó. Con un gesto rápido, Nikos la tomó en brazos. Ella se agitó un poco, pero Nikos sólo soltó una carcajada. Al ver que la iba a subir de todas formas, se quedó muy quieta por miedo a que se cayeran al agua los dos. Nikos la dejó en el suelo de la cubierta y dijo algo en griego. Ella se alisó el traje e intentó recobrarla compostura. -Te presento al capitán Petrachos, Andrea mou -dijo él con dulzura. -Bienvenida abordo, Kyria Vassilis. Espero que disfrute del viaje. -Gracias -murmuró ella con voz estrangulada. -Si están listos, podemos partir ya. Él la tomó de la mano, más fuerte de lo que era necesario. Andrea fue con él. Bueno, qué importaba. En lugar de en un hotel, su farsa de matrimonio iba a terminar en un barco. El sitio daba igual. A pesar de su propósito de permanecer indiferente, Andrea se encontró abriendo los ojos como platos mientras Nikos le enseñaba el yate. Era muy lujoso y opulento. Nunca se pudo imaginar que algo así existiera. A donde quiera que mirara había trabajos de marquetería en la madera, tapicerías de seda, terciopelo y cuero. Adornos de oro y plata, alfombras orientales y tapices. El interior debía haber costado una fortuna, eso por no hablar de lo que habría costado el yate. Desde la cubierta superior, Andrea observó cómo se alejaba Atenas mientras el barco se dirigía mar adentro. Mientras tanto, Nikos la miraba a ella, cómo agitaba el viento su melena exquisita. Todavía tenía la cara seria. Obviamente, seguía enfadada. No tenía ni idea de lo mimada que podía estar, pensó Nikos molesto. Allí estaba, en un yate estupendo y aun así no estaba contenta. Entonces, se acordó de cuando él era un niño de la calle. Y, ahora, allí estaba, en la cubierta de un yate de lujo, a la cabeza de una de las empresas más grandes de Europa. Todo se lo había ganado a pulso. Además, se había casado con la nieta de Yiorgos Coustakis. Bueno, lo mejor era aprovechar lo que tenía... Capítulo 8 EL CHAMPÁN de la copa burbujeaba con delicadeza. Andrea le dio otro sorbo. Al otro lado de la mesa, Nikos hizo lo mismo. Estaban sentados en un comedor enorme dominado por una mesa voluminosa de ébano. El olor sofocante de las lilas que emanaba de los centros que rodeaban toda la habitación penetraba la atmósfera. Encima de sus cabezas había una lámpara de araña digna de un palacio. En un extremo de la habitación, había cuatro criados uniformados en línea, listos para atender la cosa más insignificante que a los recién casados se les pudiera ocurrir. Sólo el ronroneo distante del motor indicaban que estaban en un barco; las ventanas estaban cubiertas de enormes cortinajes de terciopelo bordado de oro. Con el mismo diseño que el de la moqueta. Andrea pinchó algo de lo que tenía en el plato. Probablemente, había costado una fortuna, como todo lo demás. -¿Preferirías otra cosa? -dijo Nikos, rompiendo el opresivo silencio.
-No, gracias. No tengo hambre -la voz de Andrea sonó más cortante de lo que ella había pretendido; pero no podía mostrarse civilizada. «¡Tienes que decírselo! ¡Acaba con esta farsa ahora! Después, te puedes ir a la cama, ¡sola! Y el yate puede tomar rumbo a Atenas». Le hubiera gustado poder hablar con Nikos antes. Debería haberlo parado cuando le dijo que tenía que atender algunos asuntos. No lo hizo y luego ya no tuvo oportunidad de hablar con él porque no había aparecido hasta hacía escasos minutos. «Debería decirle a los criados que se marcharan», pensó. «Debería deshacerme de ellos para hablar tranquilamente con Nikos y decirle que me marcho por la mañana»., En lugar de eso se encontró divagando. ¿Qué pensaría aquella gente de ellos? ¿Una pareja de recién casados que ni se dirigía la palabra? ¿Acaso pensaban algo? ¿Les importaría? ¿Serían humanos? Sus caras tenían un gesto impenetrable. Entonces, se imaginó que tal vez fueran androide s y le entraron ganas de reír, histérica. Rápidamente, cambió de tema. ¿Quién diablos había decorado el interior de aquel lugar? Deberían fusilarlo, pensó cruelmente. Era un crimen gastarse tanto dinero con un resultado tan atroz. La decoración era horrorosa, simplemente horrorosa. Nikos la miró. Ella estaba observándolo todo con desdén. ¿Estaría viendo defectos, muestras de vulgaridad?, se preguntó él. Después, miró a su plato; había dejado de comer. De repente, Nikos apartó su comida. Ya no le apetecía comer. Ni tampoco, seguir allí sentado con una fila de estatuas contemplando cómo su esposa mostraba su desprecio por haberse casado con él. Se levantó. Andrea lo miró. -Vamos. Él le ofreció la mano. Su gesto era serio. Ella dudó un instante. Había algo en él que la ponía nerviosa, pero, al mismo tiempo, tenía la necesidad de salir de aquel lugar tan opresivo. Después de todo, tenía que hablar con él en privado. El camarote era como el resto del yate: opulento. Estaba recubierto de paneles de caoba desde el suelo hasta el techo. En el medio, había una cama gigantesca, cubierta de seda dorada. «Hazlo ahora», se dijo. -Tengo que decirte algo -la voz de Andrea sonó chirriante. -¡Vaya, parece que mi querida esposa se digna a hablar! Ella levantó la frente. -Quería decirte que mañana me vuelvo a Inglaterra -dijo sin rodeos-. Voy a pedir el divorcio. Nikos la miró fijamente, completamente inmóvil. El gris de sus ojos era como el acero, duro y frío. Andrea sintió que la tensión crecía y sus piernas volvieron a dolerle. -Estás equivocada. Lo dijo en voz muy baja. A Andrea se le pusieron los pelos de punta. -¡No voy a quedarme contigo! -dijo elevando el tono de su voz. -¿Puedo preguntar por qué? Ella logró mantenerse firme. -Me parece que es obvio. Ya has conseguido lo que querías, la empresa de mi abuelo. Ya no hace falta que sigamos casados. -Un análisis muy interesante; pero completamente erróneo. -¿Por qué? -Porque -dijo él en el mismo tono-. Tienes unos encantos que nada tienen que ver con tu abuelo. Encantos -continuó- de los que pienso disfrutar. A ella se le erizó la piel. Él dio un paso hacia ella, dejando muy claro con su expresión a qué encantos se refería. Ella retrocedió. -¡Si lo que quieres es sexo, ve a llamar a una de tus amantes! Sé que tienes por lo menos dos. Llama a una de ella si estás excitado, pero no te acerques a mí. Sus ojos eran como dos cuchillas. -¿Puedo preguntarte dónde has obtenido esa in formación?
-Oh, mi abuelo me hizo un resumen. Era parte de mi lección prematrimonial para explicarme que no debo montar un espectáculo porque sigas viendo a otras mujeres. Una esposa griega obediente -dijo con sarcasmo. De repente, Nikos entendió y se sintió enojado. No con su mujer, sino con el abuelo de esta. «Gracias, Yiorgos, por este favor. Has estropeado mi matrimonio antes de que empiece». -De acuerdo. Vamos a aclarar unos cuantos aspectos de nuestra relación. Por supuesto que he tenido relaciones con otras mujeres, era un hombre libre. Pero no he visto a nadie desde el día que te conocí. Aquello no le impresionó a Andrea. -Así que, ¿las dejaste tiradas? -Mi relación con ellas era bastante... libre. Xanthe tiene otros amantes ricos que la ayudaran a mantener su estilo de vida y Esme Vandersee... -¿Esme Vandersee? ¿La supermodelo? -lo interrumpió Andrea con incredulidad-. ¡Es una de las mujeres más hermosas del mundo! Nikos notó algo en su tono de voz, una mezcla de sorpresa y de celos. -No tendrá ningún problema para elegir un amante entre todos sus admiradores -terminó él, cortante. «¿Por qué estoy hablando con él de sus amantes? No me interesan en absoluto, yo me vuelvo a casa mañana». -Ahora entiendo por qué llevas todo el día de mal humor, Andrea mou. -De todas formas, me marcho mañana por la mañana. Y no tiene nada que ver con tus mujeres. No tengo la menor intención de seguir casada contigo. -¿Qué excusa vas a darme ahora? Andrea miró a su alrededor. «Dile la verdad sobre ti y te enviará de vuelta a casa», se aconsejó a sí misma. -Por el amor de Dios, ¿cómo puedes pensar que puedo estar casada contigo? ¡Venimos de mundos totalmente diferentes...! Algo en la mirada de él hizo que las palabras se le atragantaran. «Mundos diferentes. Desde luego que eran diferentes, y mucho. Un chico de la calle sin padre y una heredera mimada» -Sin embargo... -volvió a decir él con la suavidad acostumbrada-. Eres mi esposa. Y eso es muy importante para un griego. Ningún marido deja que su esposa haga escarnio de él dejándolo después de la boda. y nunca, jamás... -sus ojos se posaron en los de ella- antes de la noche de bodas... Se acercó a ella. Ella no se podía mover; sentía sus ojos clavados en ella, en su mirada un solo propósito. El temor se disipó. Durante un instante, un deseo, poderoso e irresistible, inundó su cuerpo. Pero, enseguida, lo apartó. No había lugar para el deseo. No podía ser. Así que, tenía que ser por las malas. Muy bien, pues así sería. Tendría que acabar de la manera más amarga. Mañana estaría en su avión. Se quedó de pie muy quieta. En su mente buscó la máscara impenetrable que había llevado cada vez que salía con él. Había llegado el momento de volvérsela a poner. Él se paró delante de ella. Ella estaba muy quieta. Como una estatua. Él extendió una mano y con los dedos le acarició la mejilla. Ella se puso tensa. Él se dio cuenta de que se iba a negar a responder. Sonrió. Cuando la tuviera en sus brazos no iba a poder resistirse, lo sabía muy bien. Dejó caer la mano. Después, se dirigió hacia uno de los armarios. Abrió los cajones en busca de algo y cuando lo encontró, se lo lanzó. -Ve a cambiarte -dijo indicándole una puerta. Ella miró la delicada prenda de seda que tenía entre las manos y se marchó al cuarto de baño. Sabía muy bien lo que era: el conjunto de lencería que le había comprado para aquella noche. Bueno, en unos minutos se convertiría en la esposa no deseada de un hombre rico. Aquello le dolió. Mucho más de lo que pensaba que podía dolerle. Sabía lo que iba a suceder: él la rechazaría. Pero
era inevitable. Había llegado el momento de apagar las llamas. Para siempre. Se puso su caparazón y se aferró a él con más fuerza que nunca. Cuando la puerta se cerró. Nikos llamó a uno de los camareros para que le llevaran una botella de champán. Ya se había afeitado antes de la cena y ahora sólo tenía que desnudarse y ponerse un batín. Entró en el otro cuarto de baño del camarote. Ya estaba excitado. El celibato que había mantenido durante las últimas semanas estaba haciendo mella en él. Todo su cuerpo protestaba. Entonces, recordó cuando había creído que la nieta de Yiorgos sería una mujer simple y obediente. De simple no tenía nada; pero de obediente, aún menos. Pero él no quería una mujer obediente. Quería una mujer fogosa, apasionada, ardiente, tentadora, sensual, complaciente, abrasadora, incitante... La lista de adjetivos que se le ocurrían era interminable. ¡Theos, la deseaba! La deseaba más de lo que había deseado a ninguna otra mujer. Andrea. «Mi esposa». Cuando salió del baño ella ya estaba allí, esperando por él. Él se quedó sin aliento. «Preciosa» . Estaba de pie en el centro de la habitación como una diosa de pelo rojo. La melena le caía en cascada sobre los hombros. La seda blanca, casi transparente del camisón, marcaba el contorno de su cuerpo, sus pechos turgentes, apretados contra la tela. El deseo le golpeó, con fuerza e insistencia. -Eres tan hermosa... Su voz era sedosa. Andrea la escuchó y notó el deseo. Torció la boca con una mueca. -¿De verdad? ¿Eso crees? Su voz sonó extraña. Tan extraña como el rictus de sus labios y el brillo de sus ojos. Le habló a él, al hombre que tenía enfrente. Al hombre que la hacía sentir tan débil, por dentro y por fuera, el que hacía que su corazón se encogiera y que se le cortara la respiración. Ahora era él el que la miraba. Ella lo dejó mirar. Quería que lo hiciera. Era la única forma de jugar aquella baza. Nada más había funcionado. Eso iba a resultar. No podía fallar. -¿Soy hermosa, Nikos? ¿Tu esposa hermosa? Se acercó hacia la cama, y se tumbó en ella. Él fue hacia ella. Estaba lleno de deseo, excitado. Su cuerpo estaba hambriento. ¡No podía resistir ni un segundo más! ¿Quién era esa mujer? De repente fría como el hielo, de repente, allí tumbada, mostrando su cuerpo. Eterna Eva. Hermosa, tentadora... invitándolo a él. Él la miró, su cuerpo apenas estaba cubierto por una nube de seda. -Enséñame tu cuerpo, Andrea. Había un brillo extraño en su mirada. -Enséñamelo.. . Ella agarró la prenda y se la quitó, dejándola caer sobre la cama. Ella lo miró. No había expresión en sus ojos. Nada. Hubo un silencio. Un silencio tan profundo que Nikos supo que podía oír su propio corazón. «¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!» Nikos miró a la superficie deteriorada de sus piernas, desde las caderas hasta los tobillos. Estaban llenas de cicatrices, sus músculos retorcidos y cortados, como una maraña de horror. Ella vio el horror en su cara, en sus ojos. El brillo de los suyos quemaba como ácido. Después, de manera deliberada, se volvió a cubrir las piernas y se puso de pie. Él se hizo a un lado y la dejó ponerse el camisón. Ella hizo un esfuerzo por mantener intacto su caparazón. -La función ha terminado -anunció. Su voz sonó monótona-. Esta noche dormiré en otra habitación. Por favor, sé bueno y mañana llévame a Pireo. Se giró para marcharse.
Él le agarró el brazo. Ella lo miró sorprendida. -Deja que me vaya, Nikos. No hace falta decir nada. Siento que tuviera que ser así. Nunca pensé que fuera a ser necesario. Creí que podríamos disolver este matrimonio ridículo sin necesidad de llegar tan lejos. Pero, al final... me pareció la forma más rápida de convencerte. Ahora, por favor, deja que me vaya. Él le soltó la muñeca, pero sólo para tomarle la mano. Se sentó en el borde de la cama y la hizo sentarse a su lado. -¿Qué pasó, Andrea? Había algo en su voz que la hizo pestañear. Se quedó en silencio un instante, con la mirada fija en el suelo. Después, le contestó: -Tuve un accidente de coche a los quince años. El hermano mayor de una de mis amigas del colegio conducía. Habíamos estado en el cine. No... no recuerdo muy bien. Había algo en la carretera y una rueda reventó... y chocamos contra un muro. Yo iba en el asiento delantero. Perdí la conciencia. Me quedé atrapada en un amasijo de hierros. Los bomberos lograron sacarme. Tenía las piernas totalmente aplastadas. En el hospital... en el hospital... los médicos querían amputármelas. Decían que estaban tan destrozadas que no podrían salvarlas. No se dio cuenta de que él tomaba aliento. Tampoco de que le apretaba la mano con fuerza. Ella siguió mirando al suelo. -Mi madre se negó. Dijo que tenían que salvarlas. Así que... lo intentaron. y lo consiguieron. Les llevó mucho tiempo. Estuve meses en el hospital. Los huesos fueron soldando poco a poco y, por fin, pude sentarme en una silla de ruedas. Me dijeron que no podría volver a andar. Pero mi madre dijo que sí, que iba a andar. Que tenía que hacerla. Así que... empecé a andar de nuevo. Tuve que aprender de cero. Me enviaron a un lugar especial donde te enseñan a utilizar tu cuerpo como si fuera la primera vez. Me llevó mucho tiempo. Después, me hicieron más y más operaciones. Mi madre dijo que nada importaba, que iba a volver a caminar. y así fue. Levantó la cabeza un instante Y volvió a mirar al suelo. -Pero hay cosas que no puedo hacer. Como bailar... y cosas así. Me duelen. y me da miedo hacerme daño. y aunque puedo nadar, era parte del entrenamiento, lo hago por la mañana muy temprano, cuando nadie... puede verme. Soy muy afortunada. Allí había gente mucho peor que yo. Ahora, lo único malo es que tengo que tener cuidado de no esforzarme demasiado. y no cansarme... -su voz tembló, pero se esforzó en recobrar la compostura-. Eso no es tan malo; he aceptado que ningún hombre podía quererme después de ver... Su voz se entrecortó. Lentamente, Nikos apartó la mano. Después, con la misma delicadeza, se puso de rodillas en el suelo delante de ella. Su pelo negro brillaba como la seda. Puso las manos sobre los muslos de ella. Bajo la seda del camisón, podía sentir la superficie irregular de las piernas. Muy despacio, apartó la tela. Ella intentó detenerlo, pero él no le dejó. Muy despacio, con infinita ternura, Nikos le acarició las cicatrices de las piernas, los muslos retorcidos, las rodillas deformes, las pantorrillas contorsionadas, hasta llegar a los tobillos. Después agachó la cabeza y las besó. Ella se quedó muy quieta. Lo único que se movía en su cuerpo era su corazón. No podía respirar, no podía pensar... No podía entender lo que estaba pasando. ¿Cómo podía tocarla sin sentir náuseas? Entonces, se acordó de un chico del que se había enamorado. Se llamaba Dave. Lo conocía desde el instituto; uno de los chicos más guapos. Desde entonces, estaba encaprichado con ella. La persiguió, la cortejó, insistió. Y, cuanto más se resistía ella, más perseveraba él. Ella quería ser una chica normal, tener novios, descubrir el sexo, enamorarse. Salieron unas cuantas veces y ella le habló del accidente. A él pareció no importarle. Hasta que una noche ella decidió que a los veintidós años no quería seguir siendo virgen. Y Dave la deseaba tanto... Recordaba a la perfección la expresión de su cara al verla. De su garganta escapó un gemido estrangulado cuando ella se quitó los vaqueros en el piso de él. De su boca salió un improperio. ¡Las cosas que la llamó...!
Monstruo. Lisiada. «Es lo que soy. Lo que todos los hombres pensarán al verme...» -Nikos... -le sujetó la cabeza con las manos-.Por favor, no... Él levantó la cara. -Chsss, agape mou, chsss -susurró en voz muy baja. Le pasó un brazo por debajo de las rodillas y, con el mínimo esfuerzo, la subió a la cama. Después, se tumbó a su lado. -Nikos... -dijo ella confundida. Él le puso un dedo sobre los labios, mientras se tumbaba sobre ella. -Este no es el momento de hablar -le dijo. Después, muy despacio, sensualmente, comenzó a hacerle el amor. Era como moverse por el filo de una navaja. Cada movimiento, cada gesto, cada caricia era crucial. «Esto es por ella, no por ti...», se dijo a sí mismo. Con mucho cuidado, Nikos la besó. Con suavidad y delicadeza, hasta que ella abrió los labios para él. Ella tenía los ojos cerrados. A él no le importaba, sabía que querría concentrarse sólo en las sensaciones. Y lo mismo iba a hacer él. Sabía que debía centrarse en lo que estaba sucediendo allí. No solo para lograr mantener el control, sino porque, en su interior, las emociones que estaba sintiendo iban tan rápidas que no hubiera sabido cómo llamarlas. Sin dejar de besarla con dulzura, los labios recorrieron su cuello hasta llegar al nacimiento de los senos. Con la experiencia de los años, le quitó en camisón sin que se diera cuenta y le acarició con sensualidad y delicadeza los pechos dulces y turgentes. Deslizó los labios hacia los pezones hinchados y jugueteó con ellos con la lengua. La oyó gemir y sintió que se arqueaba hacia atrás saboreando las sensaciones que él le provocaba. Sintió que su cuerpo se hinchaba y respiró hondo para contenerse. Quería... Theos, cuánto lo deseaba... Quería meterse su pezón hinchado en la boca y succionarlo. y subirse encima de ella y llenarla con él, y calmar el hambre tan feroz que estaba sintiendo. «Esto es para ella, no para ti...» Con mucho control, consiguió aguantarse y centrarse sólo en las respuestas de ella. Apretó sus pechos turgente s y jugosos para tener los pezones muy juntos y pasar de uno al otro sin parar. Mientras, ella dejaba escapar pequeños gemidos de placer. Sintió que introducía sus dedos por debajo del batín y que lo echaba para atrás para acariciar su espalda, sus hombros desnudos. Él se lo quitó del todo sin apartar ni por un instante su boca de ella. Descendió por su estómago hacia su vientre. Después, fue más allá. Mientras, con los dedos jugaba tentador con .los rizos de su monte de Venus. Oh, tan tentadores que Andrea pensó que no iba a poder resistirlo. Las sensaciones llenaban su cuerpo de manera tan intensa y tan exquisita que no podía aguantarlo más. Pero no podía escapar. Era como si la llevara a un torbellino profundo lleno de emociones del que no podía salir. Del que no quería salir. Él placer iba in crescendo. Se iba extendiendo con una ola dulce detrás de otra, haciendo vibrar todos sus nervios. Su boca ocupó el lugar de los dedos. Con la mano descendió para frotar la delicada piel a ambos lados del centro de su feminidad, buscando la abertura entre sus piernas. Ella se puso tensa. Casi lo empuja hacia atrás. Casi deja que gane la realidad que siempre la había atormentado. Pero, después, con un suspiro de placer, aflojó los muslos y abrió las piernas. Las olas de placer se intensificaron. Estaba flotando en un mar sublime que se lo llevaba todo. Todo menos el placer que le daba con la punta de su lengua en su mismo centro. Nunca había sentido nada igual. Nunca en su vida. No 'sabía que esas sensaciones pudieran existir. Dejó escapar un gemido largo y se arqueó hacia atrás. El movimiento de la lengua de él se intensificó mientras con los dedos apartaba los pliegues de los labios, abriendo nueva piel femenina a su
caricia experimentada. Ella apretó las manos y dejó escapar otro gemido. Sin embargo, un instinto que desconocía le decía que aún no había terminado. Aquello sólo eran los prolegómenos. Levantó las caderas hacia él, buscando más y más. Él respondió a sus suplicas. Movió la lengua con movimientos intensos y rítmicos, y entonces, la sensación más abrumadora rompió dentro de ella. Contuvo el aliento, con la boca abierta. Lo que había sentido hasta aquel momento había sido sólo una sombra. Ahora sentía la verdadera llama. No podía sentir nada más, ni sus dedos, ni su lengua, ni su cuerpo, solo allí. Allí y nada más. Se había fundido al calor de la sensación. Solo aquel punto de su cuerpo existía. Era su centro, de él emanaba el placer y subía por cada vena, por cada nervio, cada vez más alto y un grito largo y agudo surgió de alguna parte de su interior y salió por sus labios. El calor fluyó a través de ella con una llama abrasadora detrás de otra llenando todo su cuerpo. El placer era tan intenso, tan absoluto, que la llenó de incredulidad. Nunca se habría imaginado que su cuerpo podía sentir tanto... tanto. y seguir sintiendo. Llegó oleada tras oleada de éxtasis, la última más deliciosa que la anterior, y el grito del centro de su ser siguió y siguió. Perdió la noción del tiempo mientras se dejaba consumir con la corriente de placer que la inundaba una y otra vez. Hasta que su cuerpo, exhausto, empezó a asentarse y el torbellino, muy lentamente, comenzó a remitir. Unos brazos la estaban abrazando. Sintió un aroma extraño a hombre, unos músculos duros y masculinos, la caricia del vello corporal contra la suavidad de su pecho. Se acurrucó contra él. Lentamente, volvió a la realidad y se dio cuenta de lo que había pasado. Permaneció en los brazos de él sin moverse, como una muñeca rota. Todo su cuerpo estaba exhausto, rendido. Nikos la abrazó en silencio, sin moverse, su cuerpo también estaba en paz. y algo más que su cuerpo. Había hecho lo que tenía que hacer, lo sabía. Había seguido su instinto y la había llevado a un viaje que sabía que necesitaba hacer. Un viaje que debía significar el exorcismo de todos sus temores, la cura de sus heridas. Sintió el peso inerte de sus piernas al lado de él y sintió frío. Entonces, volvió a oír sus palabras: «Los médicos querían amputármelas...» -Andrea mou... No supo si había dicho las palabras en voz alta o no. Pero, de todas formas, retumbaron en su interior. Le pesaban los párpados. A su lado, acurrucada en sus brazos, sintió que su cuerpo se movía, vio que descansaba la cabeza sobre su pecho y que su respiración se hacía más profunda. Los párpados le pesaban demasiado para mantener los ojos abiertos. Comenzó a respirar más lentamente y sus músculos se relajaron, como los de ella, y cayó en un profundo sueño. Capítulo 9 LA LUZ del sol entraba por la ventana, radiante, inundándolo todo. Andrea se estiró, desperezándose. Había un motivo por el que no quería despertarse. Pero tenía que hacerlo; alguien la estaba zarandeando. No con rudeza, pero sí, insistentemente. -Andrea, mou, estamos desperdiciando un día precioso. Vamos, el desayuno está listo. La voz de Nikos era una mezcla de reproche y ánimo, su tono, deliberadamente suave. Era la mejor forma de hacerlo, lo sabía. Por lo menos de momento. Ella no quería moverse, no quería reconocer su existencia, pero debía hacerlo. No era algo de lo que pudiera huir. Él no le metería prisa, sería todo lo tierno que ella necesitara; pero tenía que aceptarlo. Él la deseaba y ella lo deseaba a él. El tema de sus piernas llenas de cicatrices carecía de importancia y no debía interponerse entre ellos dos. Le dio un beso en la mejilla. -Venga, perezosa -le dijo sonriente-. Tienes un té esperándote, así que, sé buena chica y tómatelo. Te espero dentro de quince minutos en la cubierta -le acarició la mejilla con los dedos-. Todo va a ir bien, Andrea. Confía en mí.
Después, se marchó. Ella necesitó esos quince minutos que le había dado. Mientras se duchaba no dejaba de repetirse una frase: «No pienses en ello». Pero en cuanto apareció en la cubierta, donde había una mesa preparada con el desayuno, y posó los ojos sobre Nikos, todo lo que había sucedido le vino a la mente en un instante. Él lo vio en su cara, en sus ojos y actuó inmediatamente. Se levantó y se acercó a ella. -Ven, desayuna -le dijo tomándola de la mano-. ¿Qué te apetece? -le preguntó señalando a una mesa con todo tipo de viandas; desde fruta fresca hasta panecillos recién horneados. Ella se sintió agradecida de poder pensar en algo tan banal como la comida. Eligió unos huevos revueltos, tostadas y un plato de piña fresca. Se sentía hambrienta. «No voy a pensar en ello. Nunca ha sucedido», se dijo a sí misma, mientras se sentaba a la mesa. No había ningún miembro de la tripulación a la vista y eso también le gustó. Estaban en la cubierta de proa y lo único que se veía de allí era una gloriosa extensión de agua azul turquesa. La vista le levantó el ánimo y una brisa fresca la envolvió. Era un día precioso. No sabía por qué pero se sentía muy bien. Era ilógico, imposible, pero así era. Se sentía muy animada. ¿Quién se podía sentir de otra manera en una mañana como aquella? Mientras devoraba su desayuno, Nikos se dedicó al suyo y a leer el periódico. Sólo la miraba para ver si quería más mantequilla, más té, más tostadas... Poco a poco, ella se atrevió a levantar los ojos de la comida y lo miró. «No pienses en ello», se repitió y, para su sorpresa, la técnica pareció funcionar. Quizá era porque Nikos tenía un aspecto totalmente relajado. Estaba allí sentado, un hombre en paz con el mundo, tomando su desayuno bajo el cielo del Egeo. Quizá también influía el hecho de que llevara una ropa informal, llevaba un polo beige y unos chinos claros. Era la primera vez que lo veía sin un traje. Seguía teniendo un aspecto devastador; pero más relajado. Él tomó el último trago de su café, dobló el periódico y la miró. Habían pasado veinte minutos. Ella había acabado su desayuno y estaba disfrutando del sol y de la brisa. Después, se dio cuenta de que no se estaban moviendo. -¿Dónde estamos? -preguntó, sorprendida-.¿Por qué hemos parado? -Estamos cerca de Heraklion. Si quieres, podemos bajar a tierra. -¿Heraklion? -preguntó ella-. ¿No está eso en Creta? -Si, la isla se puede ver desde popa. ¿Quieres ir a mirar? No había ningún motivo para no ir y Andrea se encontró poniéndose de pie mientras Nikos la ayudaba con la silla. Conforme se acercaban a popa, iba surgiendo ante ellos Creta, la isla más grande de Grecia. Nikos señaló a la ciudad de Heraklion en la costa. -Knossos está a unos cuantos kilómetros hacia el interior. ¿Te gustaría ir visitar el Minotauro? -le preguntó. Le pareció una idea genial. Pero, enseguida, se dio cuenta de que debía pedirle que la llevara de vuelta a Atenas. Tenía que tomar un avión. Como si hubiera leído sus pensamientos, Nikos le tocó el brazo con suavidad. Aunque el gesto sólo duró un segundo, ella no pudo evitar sentir un cosquilleo. -Quédate un poco, Andrea mou. ¿Qué daño puede hacerte, después de todo? -su voz sonó tranquila-. Podemos visitar la isla. Estas dos semanas han sido muy estresantes, nos merecemos un descanso, ¿no crees? Ella intentó responderle, pero no pudo. Si le respondía tendría que abrir esa puerta que había cerrado con llave al levantarse. y no podía hacer frente a eso. Nunca había estado en Knossos y las probabilidades de volver eran escasas. Decidió aprovechar la oportunidad. Y eso hizo. El palacio de la Edad de Bronce de Knossos hacia que el Partenón pareciera moderno a su lado. Andrea lo encontró fascinante y, a la vez, sintió lastima de que todo estuviera en ruinas; devastado por el paso del tiempo. «En algún momento, aquí hubo gente tan viva como tú lo estás ahora», dijo para sí. «Gente que disfrutaba de este mismo sol en sus rostros, sintiendo la misma tierra bajo sus pies». Como si Nikos le hubiera leído los pensamientos, le susurró al oído:
-Tenemos que vivir el presente, Andrea. No tenemos otra elección que aprovechar lo que nos han dado. Nuestras mentes, nuestros corazones, nuestros cuerpos y nuestras pasiones. Durante un instante, ella lo miró a los ojos y leyó lo que había en ellos. Después, él suavizó la expresión. -¿Tienes hambre? Vamos a comer. Comieron en un restaurante pequeño al lado del palacio de Knossos. Era un lugar para turistas, pero a ella le gustó por la terraza que tenía en el exterior. Pidieron la típica ensalada de queso feta y tomates con aceite de oliva y después un plato de Kebab de cordero. Si a Nikos le sorprendió su elección, lo ocultó. Quizá, después de una vida de comer sólo en los restaurantes más caros, le parecía divertido comer algo tan humilde y mezclarse con la gente ordinaria. Se mostraba con toda naturalidad en un lugar así, pensó él, de repente. Llevaba el pelo recogido en una trenza y, si no la conociera bien, habría jurado que sus vaqueros y su camiseta provenían de una tienda barata. Probablemente había elegido a un diseñador que cobraba una fortuna por conseguir ese efecto. -¿Adónde te gustaría ir esta tarde? -le preguntó-. ¿ Vamos a una playa a tomar el sol? Inmediatamente se maldijo. En su cabeza resonaron las palabras que ella había pronunciado cuando le dijo que sólo nadaba por la mañana para que nadie la viera. -¿O preferirías ver Heraklion? -se apresuró a decir-. ¿ Quizá te gustaría ir hacia el interior? ¿Hacia el monte Ida? Se supone que allí, en una caverna, nació Zeus. -Eso me gustaría -respondió ella-. Pero no... no creo que pueda caminar mucho más. -Voy a llamar al coche -dijo Nikos y sacó su teléfono móvil para llamar al chófer que habían contratado con la limusina de alquiler y que estaba esperándolos a las afueras del palacio. -Nikos... -ella le tomó de la mano y él se paró, sorprendido-. Si fuera posible, me gustaría... me gustaría, aunque no sea hoy, alquilar uno de esos coches para conducir por la isla -dijo ella, señalando hacia una tienda de alquiler de vehículos con una hilera de todoterrenos descapotables-. ¡Parece tan divertido! Eran divertidos, descubrió al rato. Por primera vez, pensó que estar casada con un hombre rico tenía sus compensaciones. Aunque fuera una farsa y sólo fuera temporal. Una llamada de teléfono rápida y en lugar de la limusina y el chófer tenían un Jeep destartalado. Ella tuvo que agarrarse fuerte durante el camino, especialmente cuando comenzaron a subir las montañas. Las curvas eran muy cerradas, cada vez más; pero conforme más subían, más estupendas eran las vistas. -¡Esto es maravilloso! ¡Gracias! Habían parado en un mirador para disfrutar de las vistas de la isla. -Me alegro de que estés disfrutando, agape mou -le dijo él con una sonrisa. Ella le sonrió con calidez y notó que la expresión de él cambiaba, como si su sonrisa le hubiera hecho algo. Deprisa, miró hacia otro lado. Debía ir despacio, muy despacio. Era un ratón herido y tenía que ir muy despacio para que no se fuera corriendo y se hiciera más daño. -Vamos a buscar un café -le dijo y la tomó de la mano de forma casual. Pararon a tomar café en un cafeneion al borde de un precipicio. Demasiado al borde, pensó Andrea. Pero las vistas merecían la pena. Estuvieron sentados en silencio, pero nada que ver con el silencio de la noche anterior. Andrea se encontró pensando que no quería pensar en nada, sólo deseaba disfrutar del momento. Cuando llegaron de vuelta a la costa ya estaba empezando a anochecer. No llegaron a Heraklion sino más al oeste, a Rethimnon. Justo a tiempo de dar un buen paseo. El sol se estaba poniendo, haciendo que el color azul celeste del mar se volviera turquesa, amarilleando las piedras de los edificios que rodeaban el precioso puerto veneciano de la ciudad. Fue un paseo muy agradable. Mientras caminaban por el muelle, Nikos deslizó el brazo por los hombros de Andrea para apartarla de un grupo de turistas que caminaba en dirección contraria. Después, lo dejó allí durante todo el paseo, y a ella no le importó. y cuando se sentaron en una terraza del muelle a tomar algo y él le
quitó el brazo, ella se sintió como si la abandonara. Nikos pidió un zumo de naranja para ella y una cerveza para él. -¿No crees que deberíamos volver a Heraklion?¿No se preguntarán dónde estamos? -preguntó ella. Él soltó una carcajada. -El capitán Petrachos ha traído el barco, está anclado en el puerto. Podemos volver cuando queramos, no hay prisa. -Oh -dijo Andrea. Una vez más se daba cuenta de lo fácil que eran las vacaciones cuando tenías un barco de lujo esperándote donde quisieras. -¿Cenamos en tierra? -preguntó Nikos. -Sí -respondió ella entusiasmada. No le apetecía volver a aquella monstruosidad opulenta que era el yate. Su lujo era chirriante y le horrorizaba. Además, se sentía más segura allí, entre toda aquella gente... y Nikos estaba siendo tan agradable... Dio un sorbo a su zumo de naranja y dejó que su mente, lentamente, se abriera a lo que había sucedido. Nikos le había hecho el amor. Había tomado su cuerpo desnudo y lo había llevado al éxtasis. La había iniciado al reino de la experiencia sensual. La había cambiado. Ya no era una virgen sino una mujer que había experimentado el placer de su cuerpo. Un poder irresistible y abrumador que quitaba la razón, la lógica y que la arrastraba, le hacía hacer cosas, sentir cosas que nunca pensó que sentiría. «Sucedió. Fue real. Yo dejé que pasara». Podía haberlo parado. Debería haberlo parado. Pero no lo hizo, no tuvo la fuerza suficiente. Aunque sabía muy bien el motivo por el que lo había hecho. No iba a engañarse a sí misma. «Anoche Nikos me hizo el amor porque le di lástima». Esa era la verdad. Le hizo mucho daño afrontarla. Se sentía mortificada al pensar en el esfuerzo que tendría que haber hecho aquel dios griego para hacerle el amor a aquel cuerpo desfigurado, lleno de cicatrices. Por otro lado, se preguntó cómo alguien como él podía sentir compasión, amabilidad, lástima... Sintió que algo se movía en su corazón. Aquello era peligroso, muy peligroso. Nikos Vassilis, que se había casado con la espléndida heredera del imperio Coustakis, no con la humilde Andrea Fraser. No podía sentir ese tipo de emociones... y ella tampoco. Volvieron tarde al yate. Habían cenado en una de los restaurantes del muelle, llenos de turistas risueños y charlatanes. Había sido divertido y había evitado que pensara en otras cosas. Pero al escuchar de nuevo el rugido del motor, sintió que se ponía nerviosa. Él lo notó y la tomó de la mano. -Ven, vamos a disfrutar de la noche. La llevó a la cubierta más alta en la proa. Allí nadie podía verlos. Los tripulantes del puente estaban fuera de vista y Nikos había dado la noche libre al resto de los empleados. Andrea se alegró de no tener que irse a la cama todavía. No sabía cuáles serían los planes de Nikos después de lo que había pasado la noche anterior, pero tampoco quería pensar en ello. Lo siguió, agarrada de su mano, y tuvo que admitir que la vista, con las luces titilantes de Creta y del manto de estrellas sobre sus cabezas, era gloriosa. Permanecieron uno al lado del otro, intentando identificar las constelaciones. -Tengo que admitir que sólo conozco la Osa Mayor y el Carro. Desde Londres no se ven las estrellas. -Deberíamos dormir en una cabaña en lo alto del Monte Ida. Desde allí el cielo es espectacular -bromeó él. Ella sonrió. -Me ha encantado Creta -confesó ella-. Gracias por llevarme hoy allí. -Como ya te he dicho, agape mou, podemos quedamos aquí todo el tiempo que queramos. ¿ Quieres que hagamos eso? Le estaba acariciando la nuca con los dedos, muy suavemente. ¡Peligro! «Tengo que parar esto. Ahora». -Nikos...
-¿Sí? -preguntó él sin dejar de acariciarla. -Tengo que hablar contigo -dijo deprisa-. De lo que... de lo que pasó anoche. -¿Cuándo? -preguntó él mientras con él dedo seguía acariciándole el lóbulo de la oreja. -Anoche... -¡Ahhh! -susurró él-. De eso... -Sí. De eso -repitió Andrea. Tenía que haberlo dicho con firmeza, pero, de sus labios sólo salió un suspiro. -¿Esto? -preguntó Nikos, acariciándole el labio. -¡No! -Ahhh. ¿Esto entonces...? -preguntó mientras le dibujaba con sensualidad el contorno de la cadera. Andrea sintió que todos sus nervios se ponían alerta. Lo tenía detrás de ella. Su cuerpo pegado al suyo ¿Cómo se había acercado tanto tan de repente? Él le besó la nuca y ella dejó escapar un gemido. No pudo evitarlo. Entonces, él la giró sobre sus brazos y la besó en la boca. Ella se rindió sin una palabra. Cerró los ojos mientras se entregaba al placer del beso de Nikos. Fue un beso intenso y sensual. Un beso cargado con todo el deseo reprimido. La abrazó con fuerza. Necesitaba más, mucho más... Lo quería todo. Quería poseerla. Andrea, tuvo un instante de lucidez y aprovechó para separarse. -No, Nikos.. Sé por qué... por qué lo hiciste anoche. Sé... que te di pena. No tienes que repetirlo. Lo entiendo. Él se quedó mirándola un instante. -Me alegro de que lo entiendas -dijo con suavidad-. Porque realmente lo pasé mal anoche. A ella se le encogió el estómago. Tampoco tenía que ser tan cruel. -Nunca antes había hecho lo que tuve que hacer anoche. No te puedes ni imaginar lo que me costó contenerme. Tenerte en mis brazos sin poder hacerte mía. Me dolía todo el cuerpo. Fue como pasar un infierno. Nunca más. Te lo prometo, nunca más -la agarró de los hombros-. Pero anoche sabía que te lo debía. Anoche fue tuya, Andrea mou. Pero esta noche... ¡Oh, esta noche!... esta noche es mía... Fue la fuerza de su deseo, la voracidad de su apetito lo que la convenció. Primero, la tumbó a ella en la cama y, después, se tumbó él encima. Mientras le devoraba la boca, le sujetó las manos a ambos lados de la cabeza. Ella sintió la oleada de calor que provenía de lo más profundo de su cuerpo y que le robaba el aliento. Con su boca la poseía, sin darle cuartel, sin opción para defenderse, con facilidad. y ella era una traidora dispuesta, ¡oh, tan dispuesta! El cuerpo de él se arqueó sobre el de ella y ella, con manos temblorosas, comenzó a desabrocharle la camisa. Deseaba con todo su ser tocar su piel desnuda. Él la ayudó, se deshizo de su camisa y, después, de la camiseta de ella y de su sujetador de un solo movimiento. Los pechos de ella quedaron libres. Al verlos, Nikos dejó escapar un rugido de placer y hundió la cara entre ellos. Ella gimoteó de placer mientras él se daba un festín, lamiendo, chupando, succionando, mordisqueando... hasta que sus pezones se pusieron duros como el acero, radiando oleadas de placer a todo su cuerpo. Después, continuó besándola más abajo, hacia su vientre liso, mientras, con las manos le desabrochaba los vaqueros y le metía la mano dentro. Ella contuvo el aliento y mil chispas nacían donde él tocaba. Ella le agarró la cabeza y metió sus dedos entre su pelo. Tocarlo le daba verdadero placer, su piel, todo su cuerpo. Carne contra carne, piel contra piel, boca contra boca, cadera contra cadera. Sintió que él se enderezaba, sintió su poder abultado contra la suavidad de su vientre y entonces se dio cuenta de que él la deseaba. ¡Nikos la deseaba! Los hombres no podían ocultarlo, ni fingirlo. Ella lo sabía. Su deseo, su lujuria, surgía en sus cuerpos, mostrando la urgencia de sus pasiones. Todos sus miedos se desvanecieron de repente y una pasión desbordada ocupó todo su ser. Deseaba estar llena de él, con desesperación, con una necesidad tan intensa que sintió que se
consumía. -Nikos... -Tengo que hacerte mía... Las palabras salieron de su garganta, desesperadas. -Tómame -le dijo ella-. Tómame. Él no esperó ni un instante más. Lentamente, descendió sobre ella. Su control era absoluto. El cuerpo excitado de ella se abrió para él, aceptándolo en su interior. Después, lo rodeó y, aunque sintió una punzada de dolor fugaz, esta desapareció con oleadas intensas de placer que la consumían mientras él la hacia suya. Él la llenó por completo y ella contuvo el aliento al darse cuenta de que sus cuerpos se habían fundido, se habían convertido en uno solo, latiendo al unísono. Su virilidad la llenaba por completo y los músculos de ella la rodearon y la apretaron, con fuerza, con pasión. La presión del cuerpo de él creció en respuesta. Eso era todo lo que ella necesitaba. Como una ola larga y lenta, su cuerpo estalló alrededor del de él, enviando una marea de placer al resto del cuerpo. Él empujó y ella sintió otro estallido, esa vez más fuerte, que la hizo gritar de placer. Era una presión líquida, tan intensa, tan absoluta que la hizo convulsionarse. La recorrió entera, por todas sus venas, por cada fibra de su ser, inundándola hasta la punta de los dedos. Detrás, vino otra ola, y otra, y, después, otra más. Nikos estaba jadeando, creciendo, latiendo dentro de ella, y ella estaba ahogándolo, la oleada que la convulsionaba lo absorbía a él, poseyéndolo por completo. Lo oyó gemir, gritar triunfante. Y el triunfo también fue de ella, de los dos, mientras la corriente los arrastraba hacia una recompensa interminable. Ella entrelazó sus dedos con los de él y lo apretó con tanta fuerza que sintió que sus palmas se fundían de manera irrompible. Igual que la unión de sus cuerpos: inquebrantable. Lentamente, muy lentamente, la marea comenzó a retroceder, con un reflujo volvía al interior de su cuerpo, de su corazón; al lugar de donde había salido. Lentamente, muy lentamente, él se dejó caer sobre ella para descansar su cuerpo extenuado. Los dos estaban jadeantes, con la respiración entrecortada por el ejercicio. Sus corazones retumbaban en sus pechos. Sus cuerpos seguían unidos, empapados en sudor. Permanecieron así mucho tiempo, con sus cuerpos entrelazados. El tiempo ya no tenía ningún significado; Andrea había descubierto la eternidad. Pasado un tiempo, un tiempo eterno, él se movió y levantó la cabeza de los hombros de ella. Ella sintió el movimiento de sus músculos y lo abrazó con más fuerza. Él se rió. -Yo tampoco quiero moverme, Andrea. Pero te voy a aplastar -dijo mientras se tumbaba a su lado, acariciándola-. ¿Te he hecho daño? Ella no se atrevió a mirarlo. -No, no... pero me encuentro... agotada. Él volvió a reír. -Yo también, te lo puedo asegurar. Ella levantó la cara y él la miró fijamente. -Nikos... -comenzó a decir ella. Él negó con la cabeza. -Chsss -le dijo suavemente-. Duérmete. La apretó contra su cuerpo y le besó la frente. Después, le acarició el muslo y, durante un instante, ella se puso en tensión. Luego, con un suspiro, se volvió a relajar. Lentamente, con mucha dulzura, él le acarició las cicatrices de la piel como el que acaricia mármol pulido. Capítulo 10 LAS MANOS de él todavía estaban sobre sus muslos cuando despertó. La luz de sol se colaba por los espesos cortinajes iluminando tenuemente la decoración opresiva de la habitación. Sintió que la
cama se movía ligeramente y recordó que no estaban en tierra firme. Cuando se estiró, Nikos también lo hizo. Entonces se dio cuenta de que estaba contra Nikos, el cuerpo de él empezaba a despertar a esa realidad. Él también lo sintió, en cuanto despertó del todo. El mismo sentimiento de la noche anterior lo invadió. Pero, por mucho apetito que sintiera, no podía arriesgarse a hacerle daño. Además, pensó dándose ánimos, la abstinencia de ese momento le daría su recompensa más tarde. Así que, se echó hacia atrás y se alejó de ella, perezosamente se estiró antes de levantarse. -Esta mañana -le anunció-. Vamos a tomar el desayuno en la cama. Después, haremos más turismo. Eso serviría para olvidar lo que realmente tenía en mente. De hecho, reconoció más tarde, tenía sus compensaciones. El día resultó precioso, con la frescura de principios del verano. Montados en el cuatro por cuatro, con Nikos al volante, aparecieron junto a la multitud de turistas. Se dirigieron hacia Samaria y el famoso desfiladero. Andrea había leído la información de las guías turísticas que Nikos le había comprado en Rethirnnon. -Sé que no puedo caminar; pero, al menos, puedo verlo. Nikos la acercó todo lo que pudo, adentrándose con el Jeep en las Montañas Blancas del oeste de Creta. -Mañana iremos a Agia Roumeli en el barco para ver la desembocadura del río. Andrea asintió encantada de ir con él a cualquier parte. -¿ Qué significa Agia? Hay muchos sitios que llevan ese nombre. -Significa Santa -se quedó mirándola-. Tienes que aprender el idioma de tus ancestros, Andrea mou. Ahora que vas a vivir aquí. Ella permaneció en silencio mientras algo se retorcía en su interior. Nikos estaba abriendo puertas que deberían permanecer cerradas. -¿ y mou? -Mía -dijo él con suavidad, mirándola a los ojos-. Andrea mía. Ella miró hacia otro lugar, con expresión inquieta. -¿O acaso no te he hecho mía? -le preguntó él con un murmullo, mientras le acariciaba el dorso de la mano. Ella sintió que se ponía colorada. «No puedo pensar en esto. No puedo pensar en nada». -¿Adónde vamos ahora? -preguntó para cambiar de conversación-. Empiezo a tener hambre. Él cerró los dedos sobre los de ella. -Yo también, agape mou, yo también... Aunque se trataba de un hambre que todavía iba a tardar muchas horas en saciar. Disfrutó acompañándola de turismo por toda la isla. Ella había cambiado. Parecía una persona distinta de la mujer fría a la que había paseado por Atenas. Ahora se había convertido en una mujer vibrante y abierta con la que se podía disfrutar. ¿Sería porque la tensión de las últimas semanas había desaparecido o porque la había hecho suya? Porque, ahora, ella era suya, eso lo sabía. Ningún otro hombre la tocaría. Era su esposa. Su bien más preciado. Pero no sólo sentía que le pertenecía, sino también que debía protegerla. Solo él. Tenía un gran futuro delante. Mucho mejor de lo que jamás había soñado. Todo aquello de que lo iba a dejar no era nada. Lo había dicho por miedo, eso era todo. Él le había ayudado a exorcizar todos sus fantasmas, lo sabía, y de allí en adelante, su camino estaba libre de espinas. Aquel matrimonio arreglado funcionaría, estaba seguro de eso. Juntos viajarían por los años que tenían por delante. Mientras él conducía por la carretera zigzagueante, ella no pudo evitar mirarlo. Cada vez que lo hacía se le cortaba la respiración. Era tan guapo que deseaba empaparse de él, darse un festín con la mirada. Entonces, recordó lo que le había dicho sobre aprender griego. ¿Cómo iba a vivir ella en Grecia?
¿Cómo era posible que estuviera casada con Nikos Vassilis? Era impensable. Sin embargo... Sentía demasiadas emociones. «No puedo pensar en ello. No debo». Sabía que tarde o temprano tenía que hacerla. El futuro acechaba sobre ella sombrío. Pero, por ahora, no iba a pensar en eso. Tenía unos cuantos días por delante. La rápida llamada que había hecho a Tony para decirle que había un cambio de planes lo había pillado desprevenido. «No estoy en casa de mi... abuelo», le había dicho. «Estoy en otro lugar, en un yate, con otra persona». Tony se había sentido alarmado, a pesar de que ella había utilizado la contraseña. Le prometió que volvería pronto, que le diera recuerdos a su madre. «¿Qué estoy haciendo?» No tenía una respuesta. Estaba perdida en un mar de emociones, arrastrada por una marea insoportable. A su lado, Nikos apartó la mano derecha del volante y le tomó la mano, como presintiendo la inquietud de sus pensamientos. -Todo saldrá bien, Andrea mou. Confía en mí. Pararon a comer en Sougia, un pequeño pueblo costero, y eligieron un restaurante con vistas a la playa. -Es una pena que no puedas caminar -comentó Nikos-. Me han dicho que hay un paseo muy bonito a un antiguo pueblo romano; quizá podamos ir con el barco. -¿Es muy largo? -De una hora, más o menos; pero el camino es muy malo y no quiero correr riesgos. -Siento mucho fastidiarte -dijo ella con suavidad. Él la tomó de la mano. -No me fastidias en lo más mínimo. Has hecho todo lo que has podido y contra todo pronóstico has triunfado. No quiero ni pensar en lo que has tenido que pasar. Su amabilidad la conmovió y unas lágrimas afloraron a sus ojos. Él las vio. -No llores, Andrea. Como tú misma dijiste, hay muchos que están peor que tú -le dijo con una cálida sonrisa-. y piensa que habría sido mucho peor si no hubieras tenido la riqueza de tu abuelo. El dinero no puede comprar la salud, pero te puede conseguir comodidad, te libera de una gran presión económica. No te puedes ni imaginar lo duro que puede ser cuando te falta. Además, tu madre pudo conseguirte los mejores médicos, los mejores tratamientos. Es algo para estar agradecidos, ¿verdad? Ella sintió que un frío gélido le recorría las entrañas. ¿El dinero de su abuelo? Qué ironía. Nikos notó que su rostro se ensombrecía. No había querido ser duro, pero era la verdad. Ella daba por sentado todo lo que tenía. Parecía que siempre prefería los restaurantes baratos, los coches destartalados. Si hubiera tenido que trabajar alguna vez, como le había sucedido a él, quizá no rechazara con. tanto desdén las cosas de calidad. Bueno, él no podía hablar. Parecía que sólo le gustaba lo mejor, incluida la heredera de Coustakis. Pero él no se olvidaba de sus orígenes. Se llevó su mano a los labios y le dio un beso. -Estoy deseando que llegue esta noche, mi apasionada y dulce Andrea. Las mejillas de ella se tiñeron de rojo al leer el mensaje de su mirada. Se echó para atrás, sintiéndose bien. La vida en aquel instante era buena. Muy buena. Y las noches mucho mejor. Aquella noche apenas notó la espantosa decoración del yate, apenas se dio cuenta del saludo de la tripulación, sólo podía prestar atención a la mirada de Nikos que le decía que la deseaba.
El deseo la invadía y, en cuanto entraron en su habitación, se giró hacia él, y él hacia ella. Esa noche, su unión fue aún más incandescente. Ella ya lo sabía. Sabía muy bien lo que el deseo y la pasión desenfrenada podían darle. Se sintió libre, deseada y mimada. -Me parece -le dijo él en un murmullo, con un brillo malicioso en los ojos cuando ella se subió encima de él para mostrarle todo lo que lo deseaba-, que quieres recuperar el tiempo perdido. Deslizó las manos debajo de su trasero redondo y la levantó para colocarla justo donde quería tenerla. Después se relajó. -Tómame -le dijo, con más malicia aún-. Soy todo tuyo... Ella lo miró desde arriba, con su cabellera roja brillante enmarcándole el rostro. Y, lentamente, saboreando la experiencia, bajó hacia él y lo poseyó. Esa fue la primera de muchas otras posesiones, a cada cual mejor. Esa mañana no fueron a tierra; aunque el día era precioso, no les apetecía mucho salir del camarote. -Deberíamos levantamos -murmuró ella, acurrucada contra él. -Es nuestra luna de miel, Andrea mou. No tenemos ninguna prisa. Aunque... pensándolo mejor, podíamos levantamos para damos un baño. Entonces, Andrea descubrió que hacer el amor en un jacuzzi era una experiencia fantástica. Cuando finalmente subieron a cubierta ya era mediodía. -Nikos -le dijo ella mientras tomaban el desayuno-. ¿Tenemos que dormir en el yate todos los días? -¿No te gusta? -Nikos no conocía a ninguna mujer que no adorara el lujo de aquel palacio flotante. Pero estaba empezando a comprender que Andrea era muy distinta a las mujeres que él había conocido... Por muchos motivos. Ella negó con la cabeza. -¿No nos podemos quedar aquí, en Creta? Él sonrió indulgentemente. -Por supuesto, llamaré desde el yate y reservaré un hotel. ¿O preferirías una villa? -¿No podemos ir cambiando? ¿Recorrer la isla, quedamos donde nos apetezca? Él la miró. -¿Eso es lo que te gustaría? El rostro de ella se iluminó. -¡Oh, sí! ¡Nunca he hecho nada así! Él sonrió. -Tus deseos, mi querida esposa, son órdenes para mí. Durante cinco días maravillosos e inolvidables, Andrea recorrió la isla con Nikos. Durante cinco noches abrasadoras, ardió en sus brazos. Todas las preocupaciones quedaron atrás. Era un momento muy especial, pensó, que iba a disfrutarlo. Tenía que disfrutar de Nikos. Sabía, con pena de su corazón, que sería todo lo que tendría de él. Le gustaría tenerlo para siempre, pero era imposible. Aquel momento pasaría como un sueño y ella tendría que volver a la realidad. Aceptarla. Ella, mejor que nadie, sabía lo efímera que podía ser la felicidad. Su madre era un ejemplo. Pero también sabía, porque su madre se lo había contado, que nunca habría renunciado a aquellos breves momentos, por muy duros y vacíos que hubieran sido los años siguientes. «Yo seré igual». La última noche en Creta condujeron hacia Souda. El sol estaba poniéndose y brillaba sobre el mar. Al ver el yate, Andrea sintió que se le caía el alma a los pies. Su felicidad estaba llegando a su fin y nunca volvería. Miró a Nikos, grabando cada detalle de su rostro en la memoria. «Lo amo», pensó. «Lo amo». y mientras las palabras tomaban forma en su mente, ella supo que nunca podría dejar de amarlo.
Andrea se paseó por la cubierta del yate mientras este se encaminaba en dirección a Pireo. Hacia el este, el cielo empezaba a clarear. Nikos seguía dormido, exhausto por la pasión. «Nuestra última noche juntos», pensó con angustia. «Esto no tenía que haber sucedido. Nunca debía haberme enamorado de él». Aquello no era real, no era más que un sueño. La realidad estaba en casa, en el piso de protección oficial en el que habían vivido toda la vida. Afortunadamente, la situación había cambiado; ahora iba a poder pagar todas las deudas que su madre tenía desde el accidente. Ahora nada podía pararla; ya tenía el dinero que su abuelo le había dado. Ya sólo tenía que volver a casa. Y dejar a Nikos detrás. «Nunca lo volverás a ver, nunca volverás a hacer el amor con él. Nunca volverás a tenerlo en tus brazos», le dijo una voz interior. Al fin y al cabo, daba igual. Él no la amaba. Sólo se había casado con ella para hacerse con la empresa de su abuelo. De acuerdo que la había hecho su esposa, que la había hecho suya; pero eso era lo que cualquier marido griego habría hecho. Andrea se ajustó la bata, pero no pudo evitar el frío que le inundaba el corazón. Durante el desayuno, que habían tomado en el interior, Nikos había estado bastante serio. La semana que había estado fuera de Atenas le había hecho olvidar todo el trabajo que le esperaba cuando volviera. Esa noche, y durante un periodo bastante largo, iba a tener que dedicar mucho tiempo a la fusión con Industrias Coustakis. Antes del desayuno, ya había hablado con su secretaria, sus directores, empezando a mover el asunto. Pero, por primera vez en la vida, no le apetecía trabajar. Sólo le apetecía estar con Andrea. Sintió que algo se removía en su interior e hizo un esfuerzo por acallarlo. Tendría que esperar hasta aquella noche para poder dar rienda suelta a su pasión. -Siento que no nos hayamos podido quedar más tiempo; pero tengo mucho trabajo para preparar la fusión. Volvía a llevar su traje de chaqueta que le daba un aspecto formal. Distante. Nikos se puso de pie y Andrea recordó la impresión que le había causado la primera vez que lo vio. Parecía que de eso hacía una eternidad; no sólo unas semanas. .Semanas que, a ella, la habían cambiado para siempre. -Perdona, tengo que hacer una llamada -sonó remoto, preocupado. Ella asintió. Sentía que tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Cuando llegaron a puerto, una limusina estaba esperándolos. En ella ya estaba el secretario personal de Nikos que, en cuanto cerraron las puertas, sacó una carpeta llena de documentos. Andrea se puso a mirar por la ventana. Se sentía enferma. «Voy a dejarlo», pensó. «Ahora mismo». El chófer los llevó hacia el centro financiero para dejar allí a Nikos. -Yannis te dejará en casa. Siento mucho no poder acompañarte, pero ha surgido algo... Me escaparé de la oficina en cuanto pueda. Hasta esta noche. Él se inclinó para besarla, cerró la puerta y se marchó Ella no podía soportarlo. Sentía que tenía el corazón roto. Cerró los ojos y se reclinó en el asiento mientras las lágrimas inundaban sus mejillas. Después de un rato, se dio cuenta de que no le había dicho al conductor a dónde quería ir. El hombre pareció sorprendido cuando ella le pidió que la llevara al aeropuerto, pero obedeció sin decir ni una palabra. En el camino, escribió una nota. Cada letra estaba escrita con sangre de su corazón.
Querido Nikos: Me vuelvo a Inglaterra. Los dos tenemos lo que queríamos de este matrimonio. Tú tienes Industrias Coustakis y yo, mi dinero. Gracias por los momentos que pasamos juntos en Creta. Has sido un
maravilloso amante. Seguro que tienes mucho éxito dirigiendo Industrias Coustakis. Por favor dile a tus abogados que tramiten nuestro divorcio lo antes posible. Gracias. Andrea. Eso fue todo lo que logró. Y le costó mucho más de lo que podía imaginar. Se la dejó al chófer para que se la entregara a Nikos. Capítulo 11 QUÉ opinas, mamá? ¿Quieres en la costa o en la montaña? ¿Dónde quieres vivir? La voz de Andrea era alegre. Así se sentía desde que llegó a su casa hacía dos semanas, con la fantástica noticia de que su abuelo le había dado dinero para pagar sus deudas e irse a vivir a España. Pero, a pesar de todo su buen humor, Andrea sabía que su madre estaba preocupada por ella. y ella no quería ver a su madre preocupada y, menos que nada, por ella. Por eso charló animadamente durante la cena de los preparativos para irse a España. Deseaba irse lo antes posible. Quizá allí lograra olvidarse de Nikos. Nikos... El dolor hacía que el corazón se le encogiera. No debía pensar, no debía recordar. Todo había acabado. Lo único importante en ese momento era hacer a su madre feliz. «No debe ver que mi corazón está roto». -Todo va a ir bien, mamá. A partir de ahora, todo va a salir fenomenal. Kim le sonrió y le tomó la mano. -Lo sé, cielo. Eres la mejor hija que una madre pueda desear. En aquel momento, el timbre de la puerta las sobrecogió. Andrea salió de la cocina y fue a abrir la puerta. El timbre volvió a sonar y Andrea se preguntó quién podía ser con tanta prisa. Cuando abrió la puerta se encontró de frente con unos ojos grises como el acero, el corazón se le paró. Nikos Vassilis entró, obligándola a hacerse a un lado. -Nunca en tu vida -le dijo con un tono que le heló la sangre- vuelvas a dejarme. Ella se quedó sin aliento. -¿Cómo... cómo...? -¿Cómo te he encontrado? Con gran dificultad, te lo aseguro -miró hacia el pasillo oscuro, todo olía a humedad-. Y, después de ver este antro, no me extraña que no te encontraran. ¿ Qué significa todo esto? -Este antro -dijo una voz suave desde la cocina es mI casa, ¿señor...? Andrea se giró hacia su madre. -Vassilis -dijo él cortante-. Nikos Vassilis. He venido por Andrea. -No pienso irme -gritó ella. No podía creerse lo que le estaba sucediendo. -¿Qué pasa aquí? -preguntó su madre, preocupada. -Nada, nada -replicó ella al instante-. El señor Vassilis se ha equivocado. Ahora mismo se va de aquí. -No -dijo él con seguridad-. Recoge tus cosas, no vamos a Atenas. Quizá ya tengas el dinero de tu abuelo, pero él se siente engañado. Quiere que vuelvas a cumplir con tu... con tus obligaciones. Si no -le dijo muy claro-, no continuará con la fusión. Entonces, la cara de ella también se endureció. -y claro, eso no puede ser -dijo ella con ironía. -Yo también me siento engañado, Andrea mou- Nikos se dirigió a Kim que estaba mirándolos con la boca abierta-. Disculpe, me gustaría hablar a solas con Andrea. -No tengo nada que decirte -dijo Andrea muy enfadada. -Pero, resulta, que yo sí tengo mucho que decirte a ti -de su mirada de acero saltaban chispas.
-Señor Vassilis -intervino Kim-, si mi hija no quiere hablar con usted... No pudo acabar con la frase porque Nikos la interrumpió. -¿Qué?-preguntó lleno de incredulidad-. Andrea, ¿esta mujer es tu madre? Kim respondió por ella. -Sí, señor, soy su madre. Y, ahora, si no le importa explicarme qué está pasando. Nikos miró de la una a la otra y de la otra a la una. Aunque no se parecían mucho, debió encontrar algún parecido. -Señora Coustakis... -comenzó a decir. Kim negó con la cabeza. -Soy Kim Fraser, señor Vassilis, Andreas y yo nunca nos casamos -dijo ella con toda naturalidad. Él volvió a mostrar sorpresa en su rostro. -¿ Ves...? -le preguntó ella dolida-. No soy la mujer que tú creías. Mira a tu alrededor. ¿Acaso te parezco una heredera? Sus palabras eran un reto amargo. -Esto es imposible -volvió a decir él, lleno de incredulidad. Ella soltó una carcajada enfadada. Lo sabía, siempre había sabido que se horrorizaría al conocer sus orígenes humildes. Él se movió de repente y abrió una puerta. Entró en el salón. La habitación estaba limpia y ordenada, pero la moqueta era barata y estaba muy gastada, las sillas y el sofá-cama donde dormía Andrea eran viejos. -¿ Tú vives aquí? -Sí. Siempre he vivido aquí. -¿Por qué? La pregunta brotó de sus labios como un disparo. -¿Por qué? -repitió ella-. Porque es lo único que mi madre y yo podíamos permitimos. Vivía de una pensión hasta que yo empecé a ir al colegio y el Ayuntamiento nos dio esta casa con un alquiler muy bajo. Tuvo mucha suerte. Cuando empecé a ir al colegio se buscó un trabajo, pero es muy difícil comprarse una casa cuando tienes que criar a una hija sola... -¿Sola? ¿Cuando tu abuelo es Yiorgos Coustakis? De los ojos de ella salieron chispas. -Yiorgos Coustakis -dijo llena de desprecio- le dijo a mi madre que no tenía ningún derecho sobre los bienes de mi padre. Me crió sola. -¿Me estás diciendo que tu abuelo no os ayudó? -Te estoy diciendo que no soy una Coustakis. Su madre intervino, su voz sonó confusa y desorientada. -Andrea, ¿de dónde ha salido el dinero? Me dijiste que él te lo dio, si no fue así, debes... -¡No! -gritó horrorizada-. Ese dinero es tuyo. Para comprarte un piso en España, para pagar las deudas, para... -¿Qué deudas? -la interrumpió Nikos. Kim se volvió hacia él. -Me temo, señor Vassilis, que debo bastante dinero. Cuando mi hija era más joven tuvo un terrible accidente de coche. La terapia que necesitaba sólo estaba disponible en una clínica privada, así que, tuve que pedir dinero al banco. Todavía lo estamos devolviendo... Andrea ayuda todo lo que puede. Tiene dos trabajos y todo el dinero que cobra se lo lleva el banco. Nikos estaba mudo. Después se recobró. -¿Nunca le pidió a Yiorgos Coustakis que la ayudara? Andrea dejó escapar una carcajada amarga. -Por supuesto. Se puso de rodillas para pedirle ayuda. Le envió todos los informes médicos, todos. Le pidió que la ayudara, que lo hiciera por su hijo. Le prometió que le devolvería el dinero en cuanto pudiera. -¿ Y? -la voz de Nikos sonó cortante. -Se negó. Dijo que estaba intentando sacarle dinero con falsos pretextos. Sus abogados escribieron a mi madre diciéndole que si intentaba volver a ponerse en contacto con él la denunciarían por acoso -tomó aliento-. Por eso no voy a devolverle el dinero. Diga lo que diga mi madre. Ya he pagado sus deudas y pienso comprarle un piso en España. Lo que quede del millón de euros, lo invertiré en algo que le proporcione unos ingresos estables y...
-¿ Un millón de euros? -preguntó él, incrédulo-. ¿Sabes el dinero que tiene tu abuelo? ¿Lo que te podía haber dado? Un millón de euros para él es una insignificancia. ¡Una insignificancia! -A mí eso no me importa. Trató a mi madre como a basura y lo odio por ello. No quiero más de su dinero sucio. Sólo quería lo suficiente para comprarle un piso en España. Tiene asma y este clima le hace daño. Él estaba mirando a su alrededor. Asimilando todos los detalles. «Está bien», pensó Andrea sintiéndose mal al verlo mirar con desdén el lugar donde vivía. «Míralo bien. De aquí es de donde vengo. Esta es mi casa. Ahora, sé que me despreciarás por ello». Kim fue la que rompió el silencio. -Señor Vassilis, entiendo que se ha llevado una gran sorpresa y lo siento. Pero... -dudó un instante y luego continuó-. Le agradecería que me dijera cuál es el propósito de su visita. -Mi propósito acaba de cambiar, señora Fraser. Después miró a Andrea, con la mirada dura e impenetrable. Sin embargo, seguía siendo el hombre al que amaba. -Nikos, lo siento, de verdad. Nunca pensé que al volverme a casa fuera a estropear la fusión. Una expresión oscura cruzó su rostro. -Ya no hay fusión, ni la habrá. Deberías habérmelo dicho, Andrea. -Lo... lo siento -era todo lo que se le ocurría. «Ahora querrá marcharse de aquí», pensó Andrea con tristeza. Desearía volver a su mundo y olvidarse de todo aquello. A través de la ventana, Nikos miró a las otras torres de pisos, iguales a la de Andrea. Y pensó en su viaje desde las calles de Atenas, con un solo objetivo en mente: hacer dinero. Si hubiera adquirido Industrias Coustakis habría alcanzado la cumbre. Pero él todavía era un hombre joven. ¿Quién sabía qué reinos podría comprar y qué reinos vender? ¿ Quién sabía qué almas podría comprar y vender con sus riquezas?. Un rostro le vino a la mente. El rostro de un hombre viejo que conocía muy bien el precio de las almas de las personas. «¿Cuánto vale la mía?», pensó. «Demasiado para que Yiorgos pueda pagar por ella». Se alejó de la ventana y sacó un teléfono del bolsillo. -Soy Nikos Vassilis. Tengo un mensaje para Yiorgos Coustakis. Dígale que estoy en casa de Kim Fraser y de su nieta... Suspendo la fusión. Después desconectó. Mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo miró a Andrea. -Le haré pagar -le dijo con suavidad-. Aunque me lleve el resto de la vida, le haré pagar por lo que os ha hecho. Andrea lo miró fijamente, sin decir ni una palabra. -Sabía que era un hombre despiadado. Pero, nunca pensé que pudiera caer tan bajo. ¡Christos, se ha comportado como un animal! Ella seguía sin poder hablar. Nikos volvió a recorrer la habitación con la mirada y volvió a sacar el móvil del bolsillo. -¿Demetrios? Prepara una rueda de prensa. Voy a cancelar la fusión... Sí, me has oído bien. y voy a dejar muy claros mis motivos. Va a ser un bombazo, te lo aseguro. Te llamaré dentro de una hora, cuando hayas tenido tiempo de contactar con los directivos. -Señor Vassilis -habló Kim por fin-. ¿ Qué está sucediendo? -Lo que sucede -dijo él con dulzura-, es que no quiero tener nada que ver con un hombre que ha sido capaz de tratarles así a su hija ya usted. -Pero... -tartamudeó Andrea-. La... la fusión era muy importante para ti. -No. Sólo hay algo que es realmente importante para mí. ¿No lo sabes? Es nuestro matrimonio. Eres tú. Cuando me dejaste, me rompiste el corazón. Vuelve conmigo, agape mou. Kim los estaba mirado con la boca abierta. -¿Para qué? -preguntó ella. -Porque te necesito como necesito el aire que respiro. Sin ti no puedo vivir -con una mano le rodeó la cara-. Necesito que alumbres mi camino. Necesito que estés conmigo, cada día y cada noche. Te amo, Andrea.
Ella sintió que se le nublaba la vista. -¿Me amas? -dijo con un suspiro-. Venimos de mundos tan diferentes... Ahora, Nikos entendía qué era lo que Andrea quería decir. -Cuando vengas conmigo a Atenas, te enseñaré donde nací, las calles donde me crié. Nunca conocí a mi padre y mi madre nunca se interesó por mí. Cuando salí de las cloacas, me prometí que conseguiría todo lo que quisiera en esta vida. Estaba dispuesto a lograr el éxito y el reconocimiento que merecía. A Andrea le corrían las lágrimas por las mejillas. -Vuelve conmigo, Andrea, y sé mi esposa. Porque te amo más de lo que puedo soportar. -Yo también te quiero -le dijo ella y se echó en sus brazos. Él le besó las lágrimas; después, descendió hacia los labios y los dos se fundieron en un cálido beso. Cuando la soltó, Nikos se volvió hacia su madre. -¿ Tenemos sus bendiciones? Durante un momento, la mujer no pudo hablar. Después logró decir con voz entrecortada: -Oh, Sí!, Oh, Sí! Epílogo SI ES un niño lo llamaremos Andreas; si es una niña, Kim. Andrea sonrió. -Kim no es un nombre muy griego. Su marido le acarició el vientre. -¡Me ha dado una patada! -exclamó sorprendido. Ella puso su mano sobre la de él. Apoyó la cabeza en su hombro mientras disfrutaba de las vistas del mar Egeo que los rodeaba. -¿Cómo puedo ser tan feliz? -le preguntó. -Porque te lo mereces -le dijo. Andrea se estiró para besarlo. -y tú también. A ella le parecía un milagro. Su vida había dado un giro total. Nikos se las había llevado a las dos a Grecia, a su madre y a ella, y las había dejado en una villa en una isla privada. -No quiero exponeros a todo lo que va a suceder ahora. Será muy feo. Después, se había marchado a Atenas para enfrentarse a Yiorgos Coustakis. Su denuncia de lo que había sucedido no había tenido piedad. Ni tampoco, la prensa que publicó la noticia. El escándalo había conmocionado a todo el país. Eso y la cancelación de la fusión con Vassilis S.A. había hecho que las acciones de Industrias Coustakis se desplomaran. El consejo de dirección había depuesto a Yiorgos y lo había obligado a retirarse. Se había convertido en un paria social. Un mes más tarde, había muerto de un ataque y nadie había sentido pena por él. Toda su fortuna había pasado, por defecto, a su nieta. Así, después de todo, Andrea se había convertido en una heredera. Aunque se trataba de una herencia problemática. -Nikos, ¿estás seguro de que quieres que lo haga? -su voz estaba cargada de ansiedad. -Completamente seguro -en su respuesta no había sombra de duda-. La fundación Andreas Coustakis será un monumento para tu padre. Tu madre está de acuerdo. Después de todo -continuó-, los tres sabemos lo que significa ser pobre, Andrea mou. La fundación le dará a los niños pobres una oportunidad. Ella seguía preocupada. -Pero si te quedaras con las acciones, podrías dirigir la compañía como siempre has deseado. Él negó con la cabeza. -No. Tenemos más de lo que necesitamos, Andrea. Nunca seremos pobres. Para mí, su dinero está manchado. Tu madre y tú no fuisteis .las únicas víctimas de Yiorgos Coustakis. Cuando los periódicos publicaron vuestra historia, mucha gente llamó para contar la suya, mostrando su brutalidad, su crueldad. No le importaba nadie.
Nikos la tomó de la mano. -Ahora la fortuna es tuya. Hagamos algo bueno por los otros; algo que él nunca hizo -le dijo, empezando a caminar por cubierta con ella de la mano-. Ahora vamos a disfrutar de este viaje de despedida en este monumento flotante al mal gusto. Andrea rió. -Seguro que a algún billonario en alguna parte le encantará. Igual que su mansión. -Seguro -asintió él-. Sin embargo, me gustaría persuadir al capitán Petrachos para que se quede con nosotros. Creo que anoche dijo que le gustaría ayudar con los aspectos marinos del programa de formación para jóvenes de la fundación. Andrea intercambió una mirada cómplice con él. -Resulta que mi madre también sugirió que le gustaría ayudar en ese campo. Qué coincidencia... ¿No dirías...? -el tono de su voz cambió-. Oh, me encantaría que surgiera algo entre ellos. Siempre soñé con que mamá conociera a alguien. Sé que estaba muy enamorada de mi padre, pero si pudiera encontrar un compañero... Le vendría muy bien. Nikos sonrió. -¡Ojalá les vaya bien! Nosotros somos muy felices, ¿verdad, agape mou? -Te quiero, Nikos -dijo ella-. Muchísimo. Él se paró y la tomó en brazos. -y yo a ti, Andrea mou. Para siempre. El futuro, tan brillante y dorado como el sol que bañaba el Egeo, los saludó, y ellos caminaron juntos hacia él. FIN