EL ANÁLISIS DE FLÜGEL Quizás nunca se haya explicado el vestir con mayor hondura que en el libro de John Carl Flügel de 1935 (Psicología del vestido), compendio y resumen de todos los estudios, artículos y opúsculos de este magnífico psicoanalista. Por desgracia, la traducción española, editada en Buenos Aires, es casi imposible encontrarla en las bibliotecas públicas y no ha vuelto a reeditarse, razón por la que me animo a insertar en esta página del blog un resumen que elaboré hace más de diez años. Será de más utilidad que nada de lo que yo pueda decir en mis propios artículos. Flügel es sencillamente el maestro. El libro consta de cinco partes. Lo más trascendente y objetivo se encuentra en las tres primeras (Las razones fundamentales del uso de ropas; Diferencias individuales; Diferencias sexuales); lo más filosófico o especulativo, y por tanto más discutible, en las últimas. Esto explica que haya reducido la parte IV a un esqueleto (Ética del vestido) y que la parte V no la haya resumido (El futuro del vestido).
FLÜGEL, J. C. (John Carl), Psicología del vestido, 1964. The Psichology of clothes, traducción de Analía Kornblit, Buenos Aires, Paidós, 1ª edición castellano. I. LOS MOTIVOS FUNDAMENTALES del USO DE ROPAS INTRODUCCIÓN Las funciones del vestido / Nos vestimos con tres propósitos: decoración, pudor y protección. La primacía de la protección ya no la defiende nadie (gentes desnudas entre las nieves de Tierra del Fuego fueron descubiertas en el siglo XVIII); la del pudor, pocos, porque, dejando a un lado las tradiciones bíblicas, el pudor no puede darse allí donde no se reprima la exhibición; es decir, puede valer como factor psicológico para el vestido pero no original sino surgido en un estadio posterior. El principal motivo parece ser la decoración: existen pueblos que no se visten, pero no que no se decoren (p. 13, 14, 15). Relación entre las funciones de pudor y decoración / Son a un tiempo contradictorias y complementarias: la primera nos impulsa a ocultar y la segunda a exhibir. Esta oposición esencial entre ambos motivos es para Flügel el hecho más importante de toda la psicología de la vestimenta; implica que nuestra actitud hacia las ropas es ab initio “ambivalente” (p. 17); por medio de nuestras ropas tratamos de satisfacer dos tendencias contradictorias y, por tanto, tendemos a considerarlas desde dos puntos de vista incompatibles. Las ropas tienen esencialmente un carácter de transacción, son ingeniosos artificios para resolver intereses en conflicto. “La vestimenta sirve para cubrir el cuerpo y gratificar así el impulso de pudor. Pero al mismo tiempo puede realzar su belleza, y ésta fue probablemente su función más primitiva. Cuando la tendencia exhibicionista pasa del cuerpo desnudo al cuerpo vestido, puede satisfacerse con mucho menos oposición que cuando éstas se enfrentan con el cuerpo en estado de naturaleza. Sucede como si las dos tendencias fueran satisfechas mediante este nuevo proceso” (p. 19). Relación de dichas funciones con la de protección Ésta última ha sido usada para “racionalizar” las dos primeras:
“Una vez que las ropas demostraron ser un medio eficaz para reconciliar dos actitudes aparentemente incompatibles hacia el cuerpo humano, se descubrió que todavía tenían una tercera ventaja: la de protección del cuerpo contra la desagradable sensación de frío” (p. 20). La racionalización fue muy fácil, porque se estimaba exageradamente el peligro del frío para la salud. I.1. LA DECORACIÓN I.1.1. ASPECTOS FUNCIONALES O PROPÓSITOS FUNDAMENTALES DE LA DECORACIÓN: El elemento sexual / Dos propósitos: -Despertar el interés sexual. Muchos estudiosos sostienen que el propósito fundamental de la ropa es el de realzar la atracción sexual llamando la atención sobre los genitales (por supuesto, los que sostienen que el motor del vestido es el pudor, piensan lo contrario). “Entre los pueblos salvajes, la vestimenta y la decoración corporal comienzan anatómicamente en la región genital o cerca de ella y se refieren con frecuencia a un acontecimiento sexual (pubertad, matrimonio, etc.)” (p. 24). Este elemento es obvio en la ropa actual: tanto el que la diseña como el que la vende como el que la comenta en las revistas, se alude siempre a que “siente bien”, realce el cuerpo. Se trata de un propósito abierto y consciente. -Simbolizar los genitales. Por el psicoanálisis sabemos que ciertas ropas (zapatos, corbata, sombrero, cuello solapa, terno, pantalones, etc.) pueden ser símbolos fálicos, mientras que los zapatos femeninos, las ligas y los sombreros femeninos pueden ser los símbolos femeninos correspondientes (p. 25). Se puede constatar una evolución histórica, una transición continua, que va desde la exhibición ostentosa de los genitales hasta su simbolización inconsciente. Por ejemplo, las braguetas prominentes del siglo XVI dieron paso a las braguetas más discretas posteriores; el zapato puntiagudo, tan criticado por la Iglesia, de moda en la Baja Edad Media, fue recortando poco a poco su terminación fálica, pero los zapatos siguen siendo aún innecesariamente puntiagudos. En fin, que una prenda de vestir pueda convertirse en fetiche también parece demostrar este hecho de la simbolización fálica inconsciente (p. 27). Trofeos / Las civilizaciones primitivas conservan recuerdos de sus cacerías y de sus victorias, que demuestran su arrojo: los cuernos del animal, las manos, el falo o la cabellera del enemigo, etc. Así hay pueblos que se adornan con collares de dientes de enemigos o con sus quijadas a modo de brazaletes. “El tomar los trofeos de los enemigos muertos es psicológicamente afín al despojo de las armas de los enemigos capturados” (p. 29). Medios de aterrorizar / Es el caso de las pinturas de guerra blancas que reproducen esquemáticamente la calavera, el uso de máscaras horrendas, etc. El uniforme de los húsares parece querer imitar el aspecto de las costillas y de este modo simbolizar la muerte (p. 30). Signos de rango, ocupación, pertenencia a tal localidad, nacionalidad o grupo social; establecer jerarquías / Trajes de masones, trajes con significado político, emblemas nobiliarios, colores y telas como prerrogativas reales, traje de deporte, etc. Ostentación de riqueza / No necesita explicación. Uso de artículos imprescindibles / El transporte de armas condiciona el diseño del traje militar, aunque éste no sea a veces más que ceremonial. Extensión del yo corporal / Formulado por Hermann Lotze, es esencialmente un motivo psicológico. Es fácil de demostrar. Si uno toma un bastón y toca el suelo con el, sentimos en cierto modo como si nuestro brazo se extendiera hasta el suelo. Las ropas de grandes dimensiones refuerzan
nuestra estima porque aumentan nuestras dimensiones naturales (proceso de confluencia). Para conseguir esta ilusión deben observarse ciertas leyes: un prenda de vestir demasiado grande, logrará que nosotros parezcamos más pequeños de lo que en realidad somos (proceso de contraste).
II. 1.2. ASPECTOS FORMALES O CLASIFICACIÓN DE LA PRINCIPALES FORMAS DE DECORACIÓN Decoración corporal / Tipologías: Cicatrización. Embellecimiento por medio de cicatrices. Todos los pueblos guerreros, sobre todo los hombres, muestran con orgullo las cicatrices. Esta práctica es muy común en pueblos nativos de Australia, para los dos sexos y no simplemente cicatrices de lucha sino geométricas sobre el rostro, etc. También los europeos aceptaban que había cicatrices honrosas y deshonrosas. Tatuajes. Pueden actuar como un equivalente psicológico de las ropas y benefician al usuario con el placer del exhibicionismo. La pintura, de uso universal. Se emplea sobretodo para subrayar los tonos naturales de la piel. Ejemplo: colorete y carmín para las zonas sonrosadas, lunares negros para destacar la blancura (Europa), lunares o pinturas negras para destacar la negrura (África). Mutilación. Agujeros en los labios, orejas, nariz, circuncisión, subincisión, etc. Suele indicar en los pueblos primitivos la entrada en la pubertad, Deformación. Las partes más deformadas han sido los rasgos faciales (mujeres jirafa, etc.), el cráneo, los pies (China) y la cintura (Occidente moderno). Peluquería y manicura. Habría de ser un subapartado de la deformación o de la mutilación, pero las pensamos de forma diferente por dos razones: 1) que, en gran medida, el arte sólo se anticipa a la naturaleza; el pelo viejo termina por caer y las uñas largas por romperse; 2) este arte no produce formas irrevocables, pelo y uñas vuelven a crecer. Decoración externa / Variantes: Vertical. Destaca la postura erecta y la altura del individuo. Las faldas rectas, las rayas verticales, las prendas largas colgantes, los tacones, etc, Dimensional. Aumenta la dimensión del individuo (la vertical sería un tipo de ésta). Destaca la falda acampanada, o grande y flotante que otorga a las bailarinas una gracia artificial, el miriñaque, las colas. Ya vimos que todo esto está sujeto al proceso de confluencia y contraste. Direccional. Tiende a destacar los movimientos del cuerpo o a minimizarlos: “Las prendas largas que caen en amplios pliegues hasta los pies, traban necesariamente el movimiento e imposibilitan la marcha rápida. Obligan al individuo a adoptar un aire solemne y mesurado e imparten dignidad al sugerir que no tienen necesidad de apresurarse. La cola entra obviamente en esta categoría, lo mismo que la toga romana” (p. 59). Circular. Atrae la atención hacia los contornos redondeados del cuerpo: collares, brazaletes, golas, etc. Local. Atrae la atención a una parte del cuerpo, o es usada por sus propios atributos de belleza como un objeto atractivo por su valor intrínseco (un camafeo, una insignia de rango, una peineta). “El salvaje y el niño encuentran enorme goce en estos adornos locales, sin tener en cuenta sus efectos en la apariencia general del que los usa y en su vestimenta” (p. 65).
I. 2. EL PUDOR Entendemos que el pudor es un impulso inhibitorio que puede dirigirse: 1. Contra formas de exhibición principalmente sociales o (principalmente) sexuales. El embarazo de sentirse inapropiadamente vestidos en algún acontecimiento social nos vale de ejemplo para el pudor social; el sexual es el tipo principal, heredado en gran medida de tradición semítica. “Entre los salvajes, las formas sociales del pudor requieren a menudo quitarse realmente las prendas como signo de respeto. En las sociedades primitivas la desnudez relativa o absoluta es a menudo un signo de status social inferior, de servicio o de sumisión” (p. 71). Todavía hoy, los musulmanes se quitan los zapatos en las mezquitas o los cristianos se quitan el sombrero en las iglesias. 2. Contra la tendencia a exhibir el cuerpo desnudo o (principalmente) contra la tendencia a exhibir vestidos suntuosos o hermosos. “Entre los pueblos primitivos, que en su mayoría usan menos ropas que los civilizados, el pudor se refiere más raramente al cuerpo desnudo que entre nosotros. Sin embargo, considerando la cultura occidental en sí misma, se observa que tuvo lugar un gran aumento del pudor en el momento del colapso de la civilización grecorromana. Este aumento debido probablemente en su mayor parte a la influencia del cristianismo, con sus tradiciones semíticas fue reforzado sin duda por los trajes y el punto de vista de los invasores del norte, provenientes de climas más fríos. El cristianismo sostuvo una oposición rigurosa entre el cuerpo y el alma, y sus enseñanzas predicaban que la atención dirigida al cuerpo era un peligro para el alma. Una de las formas más fáciles de lograr apartar los pensamientos del cuerpo es ocultarlo y, consecuentemente, cualquier tendencia a exhibir el cuerpo desnudo se convirtió en impúdica. Pero el aumento en la cantidad y la complicación de las prendas que trajo aparejados esta tendencia, proporcionaron por sí mismos la posibilidad de una nueva irrupción de las necesidades exhibicionistas así reprimidas. El interés en el cuerpo desnudo se comunicó, en alguna medida, a las ropas, de manera que, a su vez, se necesitó un nuevo refuerzo de pudor para combatir esta flamante manifestación de las tendencias a las cuales se oponía el pudor. Así se llegó a que la desaprobación, por parte de la autoridad eclesiástica, de la fastuosidad o la extravagancia en el vestir, se expresara casi tan vigorosamente como la desaprobación del culto al cuerpo en sí” (p. 72). Ej.) Denuncias por los hombros desnudos, los brazos (considerados con horror en época de Enrique VIII), de la exigüidad del atuendo de estilo imperio y de la actual exposición de las piernas femeninas. Del mismo modo, tribus que andan generalmente desnudas, pueden sentir vergüenza cuando se cubren una parte del cuerpo (p. 74). 3. Puede referirse a las tendencias de la propia persona o a las tendencias de los otros. Disgusto En el primer caso, la persona siente que una clase de vestimenta es impúdica en sí misma; en el segundo, más peligroso, la mayoría llega a marginar y despreciar al sujeto vestido “inadecuadamente”, a causa de su individualidad u originalidad en el vestir (p. 78). Celos Los celos son otra de las emociones de parte de los otros que probablemente han desempeñado un papel de importancia en el vestir. “Las civilizaciones orientales que han mantenido a sus mujeres en el retiro doméstico, lejos de todos los hombres excepto de sus maridos, han ocultado también, en general muy eficazmente, las formas físicas de las mujeres cuando salen de casa. De hecho, puede decirse que toda la teoría musulmana del vestido de calle de las mujeres representa un intento a veces desesperadamente total de
impedir el despertar el deseo sexual en los hombres; teoría que, por supuesto, está lógicamente en armonía con un sistema social que acentúa el punto de vista de que todas las mujeres son propiedad de un hombre u otro” (p. 78). En general, en todos los pueblos las casadas visten más ropas que las solteras. 4. Puede apuntar u obstaculizar el deseo o la satisfacción (social o sexual) o prevenir el disgusto, la vergüenza o la desaprobación. El pudor puede dirigirse contra el deseo de exhibición que uno experimenta o contra el rechazo que puede generar tal exhibición. Ej.) Una mujer con traje muy escotado, en una fiesta, puede inhibir su deseo de bailar por pudor, ya porque teme la desaprobación de los invitados más puritanos, ya porque le da vergüenza ese “plus” de exhibición de un vestido que en sí ya le parece fuerte; porque carece de los escrúpulos comentados, pero teme encender el deseo sexual en sus futuras parejas, etc. En todos estos casos, el pudor se dirige más contra el rechazo de los otros hacia ella por culpa de su traje, que contra el deseo de bailar, aunque se vea bonita. Una circunstancia de gran importancia: la belleza natural o la fealdad del individuo. Un alto grado de belleza le hace más fácil a la persona encontrar placer en exhibirse. Aquí el pudor tiene una tarea más fácil. De ahí que una de las funciones de la ropa es la de ocultar defectos físicos. 5. Puede relacionarse con diferentes partes del cuerpo. La variabilidad del pudor es cuantitativa y también cualitativa. Ciertas partes del cuerpo resultan impúdicas si desnudas o vestidas en según qué lugar y momento. Ej.) “Nuestra sensibilidad pasada con respecto a las piernas femeninas no atraía a los musulmanes, que nunca trataron de ocultarse el hecho de que las mujeres, como los hombres, son bípedas. Para ellos la parte del cuerpo que había que cubrir era la cara” (p. 85). I. 3. LA PROTECCIÓN I. 3.1. Protección física: Contra el frío. Ha desempeñado una parte más importante que cualquier otra función protectora de tipo físico (p. 88). Contra el calor. Para evitar el choque directo de los rayos solares. Contra enemigos humanos y animales. Escudos, corazas, grebas, máscaras de gas, etc., para la guerra. Trajes contra las picaduras de insectos. I.3.2. Protección mágica: Contra los espíritus malignos. Todos los males (enfermedades, accidentes, muerte), para los primitivos, son producto de la acción maligna de ciertos espíritus. De ahí la importancia de los amuletos (p. 92). No es imposible que por este factor surgiera el vestido. Contra el mal de ojo, función apotropaica. “Las observaciones psicoanalíticas y antropológicas han aclarado que uno de los principales modos por los que se suponía que el mal de ojo hería a sus víctimas era dañando sus poderes reproductores o sus órganos reproductores. La doctrina del mal de ojo parece vincularse íntimamente, de hecho, con el complejo de castración. El hecho de que la mayoría de amuletos utilizados para rechazar el mal de ojo parecen ser símbolos de los órganos reproductores concuerda con este punto de vista” (p. 94-94).
Contra el peligro moral. Los religiosos se protegen con trajes largos contra las tentaciones; ropas cerradas, rígidas, de color no provocativo. En muchos casos, estas ropas son símbolos al mismo tiempo del autocontrol de una persona o de su resistencia interna. No se firman acuerdos comerciales o políticos con cuellos blandos; las ropa blanda se ha convertido en símbolo de relajación y comodidad, de ligereza. Otras conexiones conocidas de este tipo: a) Color. Los colores oscuros con la seriedad, el blanco con la inocencia, etc. b) Cubrición. Cuanto más cubierto, el traje sugiere mayor ascetismo. c) Grosor. “El valor protector real de las prendas gruesas contra ciertos peligros físicos, siendo extendida esta protección inconscientemente a la esfera de lo moral” (p. 97). d) Tiesura y estilo de vida controlado y recto. e) Estrechez. “La estrechez, por su presión sobre el cuerpo, puede simbolizar un control firme sobre nosotros mismos”. (Sobre la tiesura y la estrechez se vuelve al tema del simbolismo fálico). Contra “la hostilidad general del mundo”. Así lo llama Flügel. Cuando andamos por una calle sórdida, tendemos a abotonarnos el abrigo aunque no haga menos calor. Ocurre igual si nos encontramos entre personas que nos resultan incómodas o antipáticas, con quienes no deseamos relacionarnos. Del mismo modo, nos quitamos antes o después la chaqueta cuando llegamos a una fiesta y simpatizamos o no con el ambiente social y sexual (p. 99 a 101). Podría decirse que se trata no de una protección contra el frío físico sino contra la frialdad. Según Ernest Jones, esta actitud de refugiarse en la ropa, en el fondo, vendría a ser como un retorno a la protección del útero materno; está muy bien planteado, de hecho las ropas se asocian a las madres, que son quienes nos visten de pequeños e insisten continuamente en que nos vistamos más ropa, nunca menos (p. 105). Por fin, hay que anotar un claro paralelismo entre la función de las ropas y del hogar. En el diccionario, abrigo significa lugar de refugio, no sólo la consabida prenda de vestir. La diferencia estriba en que las ropas son muebles, portátiles, y las casas no. El paraguas, por ejemplo, equivale al techo (p. 106).
II. DIFERENCIAS INDIVIDUALES Niños El niño, en sus primeros años, tiene poco interés por el vestido; no se han desarrollado en él las nociones de ornamentación y pudor; para él, el vestido representa un medio inconsciente de regresión al estado prenatal (p. 110). Gradualmente se despierta la tendencia exhibicionista que, según el psicoanálisis, se origina en dos fuentes: una fuente es primariamente narcisista y la otra autoerótica. “Encuentra su expresión natural en la exhibición del cuerpo desnudo y en la demostración de sus poderes, y puede ser observado en muchos niños en las danzas y cabriolas desnudas en las que, si se les permite, se complacen preferentemente, aunque no necesariamente ante los ojos de los admirados adultos” (p. 110). Componentes autoeróticos: Erotismo cutáneo. La terminología psicoanalítica denomina erotismo cutáneo al placer de la estimulación natural de la piel; la acción del aire, del viento y del sol sobre la superficie del cuerpo. Es difícil de sublimar con las ropas, aunque la seda y ciertos tejidos sutiles y texturados resulten agradables al tacto. La ropa implica un sacrificio de estos placeres. (p. 112)
Erotismo muscular. Aquí el placer se deriva del libre juego de los músculos (p. 113), otro impedimento de los vestidos. “La única compensación que las ropas pueden ofrecer a esta pérdida de placer parecería residir en la agradable presión proporcionada por ciertas prendas ceñidas, como un cinturón o un corsé, que parecen aumentar la fuerza del cuerpo al producir sensaciones similares a las que acompañan la contracción de los músculos abdominales. Aquí, sin embargo, como en el caso del erotismo cutáneo, aunque los placeres producidos por las ropas son reales, en su mayor parte son inferiores a los que son posibles en un estado de desnudez (...) Por lo tanto, las ropas deben buscar un apoyo psicológico de tipo más directamente placentero, para los desplazamientos de los elementos narcisistas más que para los autoeróticos” (p. 114). “Tipos indumentarios” desde una perspectiva psicoanalítica Exponemos una clasificación sujeta a revisiones y ampliaciones, cuyos tipos no tienen por qué encajar en ninguna persona concreta: Tipos que no gozan del uso de ropas: 1. El tipo rebelde sería el más primitivo desde el punto de vista de la psicología de la vestimenta. Sienten que las ropas le restringen y, en el fondo, nunca se han resignado a usarlos. Prefieren ropas livianas o ninguna. En ellos encontramos (a) un erotismo cutáneo y muscular fuertemente desarrollado, desfavorable lógicamente a los intereses de la ropa; (b) relativamente poco placer en la decoración, siempre destacan la comodidad, y (3) relativamente poco sentimiento de la necesidad de protección. Es probable que muchos nudistas encajen con este tipo (pp. 117 a 119). 2. El tipo resignado sufre como el anterior, pero se ha resignado a llevar ropas, incapaz de luchar contra las convenciones socioculturales. 3. El tipo no emocional elige, se pone y se quita sus ropas con total desinterés, sin satisfacción y sin fastidio. Tipos que gozan conscientemente del uso de ropas: 4. El tipo mojigato. En él triunfa el impulso del pudor, pero suele racionalizar su actitud aludiendo a motivos higiénicos. 5. El tipo sumiso. Para ellos ciertas clases de ropas han llegado a ser verdaderamente signos externos y visibles de un “superego” o principio moral estricto y fuertemente desarrollado (p. 125). Muy prejuiciosos y quisquillosos con el vestir, se “someten” a él, a lo que simbolizan, rango, ocupación laboral, rectitud, etc. 6. El tipo protegido suele ser el friolero. A menudo no le importa la moda. Sólo necesita cubrirse para estar cómodo, caliente. 7. El tipo sostenido se siente agradablemente reforzado y apoyado por sus ropas, especialmente por las apretadas y tiesas. En tanto este apoyo es moral tienen algo en común con las personas del tipo sumiso. Por lo demás, se encuentra un alto desplazamiento del erotismo cutáneo y sobretodo muscular al vestido. Si el psicoanálisis es correcto, se conjugan, pues, tres elementos principales en la formación de este tipo: moral, muscular y fálico. 8. El tipo sublimado, el dandy. Extensiva sublimación del cuerpo a las ropas. Este tipo requiere un narcisismo original bastante fuerte (p. 128).
9. El tipo satisfecho de sí mismo tiene algo en común con el no emocional y con el sublimado. Si se le pregunta sobre la ropa, exhibe un presunción algo irritante y una enorme complacencia consigo mismo. Siempre sabe qué quiere vestir y sus ropas son las mejores posibles; con pocos cuidados siempre puede vestir cómodamente, higiénicamente y con buen gusto. Es el pedante de la ropa (pp. 129-130).
III. DIFERENCIAS SEXUALES El macho más ornamental, la hembra más púdica Como entre los animales, entre los hombres primitivos y nuestros antepasados el hombre es mucho más decorativo que la mujer, y el pudor se ve con más frecuencia en la mujer, relacionado posiblemente con los diferentes tabúes que afectan a su sexualidad, a la menstruación y el parto. También entre nosotros los modernos o contemporáneos pueden rastrearse vestigios de esta distinción sexual primitiva: en una iglesia, el hombre se quita el sombrero pero la mujer se lo queda; en el caso del hombre el sombrero peca de exhibicionismo; en el caso de la mujer pecaría su propio cabello, así que debe de ocultarlo aunque lo haga con un sombrero ostentoso. “La razón psicológica de esta diferencia está probablemente en que el desplazamiento del exhibicionismo del cuerpo a las ropas ha ido más allá en el hombre que en la mujer” (p. 133). Complejo de castración “En los hombres, la misma castración está simbolizada en el acto de quitarse prendas, mientras que la posesión (...) sirve como una reafirmación contra los temores de castración, en virtud de su simbolismo fálico. En las mujeres que sufren el complejo de castración (...) la reafirmación correspondiente parece obtenerse más a menudo mediante el acto de sacarse prendas” (p. 134, n. 3). ¿Por qué en la actualidad el vestido de las mujeres es más ornamental que el de los hombres? Causas de la emancipación indumentaria de las mujeres. La Iglesia ha venido usando su influencia contra el desarrollo de la decoración indumentaria, especialmente cuando era usada por mujeres con propósito de atracción. En verdad puede decirse que la Iglesia ha institucionalizado la antigua tendencia de los hombres a proyectar su culpa sexual; aceptaba la aplicación general de la fórmula:“la mujer me tentó” (p. 136). “Hacia el fin de la Edad Media se dio un paso osado con la introducción del primer escote femenino (...) El hombre continuó apoyando toda su atracción en la ropa, mientras que la mujer poseyó, de ahí en adelante la doble arma de la exposición y la decoración (....). Se trata de una diferencia que parece depender de ciertas distinciones últimas de la constitución sexual. Los psicólogos están muy de acuerdo en que entre las más importantes de estas diferencias figura la tendencia de la libido sexual a ser más difusa en las mujeres que en los hombres; en las mujeres todo el cuerpo está sexualizado, en los hombres la libido está más definidamente concretada en la zona genital; y esto es verdad tanto subjetiva como objetivamente, tanto al mostrar el cuerpo como al mirarlo. De ahí que la exposición de cualquier cuerpo femenino obre más eróticamente que la exposición de la parte correspondiente del varón, salvo en la caso de los genitales en sí (...) La libido masculina, más definidamente concentrada en el falo, puede encontrar más fácilmente un sustituto simbólico” (pp. 136 a 168).
La exposición femenina y la acusación de impudicia. “Si, por un lado, a las mujeres les es más difícil sublimar completamente su exhibicionismo en las ropas, les es más fácil, por la misma razón, tolerar cierta cantidad de exposición erótica y armonizarla con su moralidad sexual. Su sexualidad, siendo más difusa, puede escapar más fácilmente al reconocimiento como tal” (p. 138). A causa de esta diferencia, el hombre a menudo acusa de impudicia a la mujer y la reprende con motivo, por ejemplo, de la minifalda. Ella le replica que él está viendo sexualidad donde no la hay, y que no le acusa a él de nada cuando tiene, por ejemplo, el pecho desnudo. Esto sucede así porque conscientemente, para el hombre y la mujer, la sexualidad sólo está en los genitales. En el fondo, los dos tienen parte de razón en esta disputa. Se acompañan otras explicaciones (p. 140). La gran renuncia masculina a la decoración. Desde el siglo XVIII los hombres han renunciado (ahora se están recuperando) a todas las formas de ornamentación más brillante, haciendo con ello de la sastrería un arte austero y casi ascético. El hombre abandonó su pretensión de ser considerado hermoso. ¿Por qué? 1. Ideal democrático de fraternidad. Contra el vestido jerarquizante del Antiguo Régimen, preservado por la aristocracia con leyes suntuarias, se impuso, de acuerdo a los nuevos ideales de democracia surgidos a partir de la Revolución francesa, un traje que no desentonara con la doctrina de la fraternidad humana, incompatible con una indumentaria que destacara el rango sobre otras cualidades. El problema se resolvió mediante una mayor uniformidad en el vestido (p. 142.143). 2. Nueva valoración del trabajo. Esta “tendencia a una mayor simplificación fue poderosamente reforzada por un segundo aspecto del cambio general de ideales que implicaba la Revolución, por el hecho de que el ideal de trabajo se volvió respetable” (p. 143). Anteriormente, los momentos realmente significativos de la vida eran los que se pasaba en el campo de batalla y en los salones; para ambos la tradición había decretado un traje elegante y suntuoso. Pero los nuevos ideales comerciales e industriales conquistaron a todas las clases. 3. Inhibiciones psíquicas contra la decoración. Para paliar el sacrificio de la belleza y de la elegancia, el hombre destacó en su traje a partir de entonces más que su belleza su rectitud, su propiedad, etc., convirtiéndose en cuestión de ropa más severo y rígido que la mujer, a la par que prejuiciosos. 4. Carácter social de la diferenciación sexual implicada. “Es indudable que la reducción drástica del elemento decorativo en los trajes masculinos ha alcanzado su objetivo. La mayor uniformidad en el vestido se ha acompañado por una mayor simpatía entre los individuos y entre las clases; parecería que no tanto porque el uso del mismo estilo general de ropas produce en sí mismo una sensación de comunidad (...) como porque elimina ciertos factores socialmente desintegradores que pueden producirse por la diferencia en la vestimenta” (p. 145). Si al nuevo traje masculino le falta lirismo o romance, hay en él también ausencia de envidia, de celos, de triunfos mezquinos, de derrotas, de superioridades... Vistiéndose mejor, una mujer puede herir seriamente a otra (p. 146). Si en verdad éstas son las principales influencias que han conducido al abandono por parte del sexo masculino de la ornamentación... a) ¿Por qué no afectaron estas influencias al vestido de la mujer como al de los hombres? Podemos entender la Gran Renuncia como una consecuencia de una diferencia más general entre los dos sexos. Tomando la historia de la humanidad como un todo, es indudable que el papel social masculino siempre ha sido mayor que el femenino. Cuando se produce la Renuncia, las cosas siguen igual: los
ideales de trabajo e industria afectan primero al hombre y éste es el primero en evitar la competencia ornamental con el traje. Luego en el siglo XX, poco a poco, la mujer llegará a hacer un poco lo mismo. Las ejecutivas van también, en gran medida, uniformadas. b) ¿Cómo les ha sido posible a los hombres soportar semejante sacrificio? ¿Qué pasa, por ejemplo, con las tendencias naturales narcisistas? - El interés por el traje, al que antiguamente dedicaba el hombre tantas energías, se ha visto a menudo desplazado hacia la observación y el conocimiento, sublimado en mayor o menor medida, mientras que la exhibición masculina se ha sublimado con frecuencia a la exhibición femenina. Un hombre se siente orgulloso de verse acompañado por una mujer bella o bien vestida. “En estos casos hay claramente un elemento de identificación con la mujer (...) La identificación en cuestión puede ser tal que la proyección del deseo exhibicionista en la mujer sea completa. Sin embargo, en otros casos, la proyección es solo parcial, y aquí el hombre busca conscientemente identificarse con una mujer, usando atuendos femeninos. Este último deseo puede variar desde una ligera afectación de ”afeminamiento” a la plena adopción de la vestimenta de las mujeres en todos sus detalles” (p. 152), es decir, el trasvestismo o eonismo. (Se ocupa de él en la páginas 152 a 155).
IV. EVOLUCIÓN, MODA IV. 1. TIPOS DE VESTIDOS Flügel echa mano de dos clasificaciones de la ropa: Clasificación de H. C. Stratz (1922) Divide los trajes según su naturaleza; puede decirse que es una clasificación indumentaria en sentido estricto. Primitivos, tropicales y árticos: 1. Primitivos. El rasgo principal del traje primitivo es que casi la única indumentaria u ornamento, y la más importante, es la situada alrededor de las caderas, a modo de cordón, collar de caderas o banda, de la que suele pender algún objeto pequeño, no necesariamente cubriente (otras sí, incluso como un delantal). Generalmente se acompaña el atuendo con otras formas de decoración circular (aros en cuello, piernas y brazos). La transición del traje primitivo al tropical se lleva a cabo a través del aumento del tamaño de las prendas suspendidas originalmente de la cinta alrededor de las caderas. 2. Tropical. El taparrabo o delantal se ha convertido en falda. Como pesa más, suele pender desde la cintura, y puede hacerse incluso más grande y colgar bajo el pecho, sobre éste o disponerse como chal. Se relaciona con el arte del tejido, mientras que el tropical a menudo se elaboraba con partes animales, flores y vegetales, corteza, etc. El posterior traje femenino europeo deriva de él, y a veces sigue desnudando los brazos y la espalda. 3. Ártico. El traje más o menos ajustado supone una desviación del principio implicado en la falda que, por su misma naturaleza, no puede ajustarse estrechamente a los miembros inferiores. Tanto en su origen como en su historia, el traje ártico parece asociarse especialmente con la raza mongólica. Esto puede deberse muy bien, como sugiere Stratz, a que el primitivo hogar de esta raza fue la parte norte del Himalaya, ya que la expansión hacia el sur estaba obstruida por la más formidable de las barreras naturales, de tal manera que las migraciones debían necesariamente dirigirse hacia el norte. Como ya se indicó, hay datos de que la ropa cálida no es esencial para la existencia del hombre, aun en climas muy fríos; pero la fisiología muestra claramente que, para no hablar de su
comodidad, las ropas tienen una función económica al disminuir la pérdida de calor que debe ser repuesta por la comida (p. 166). El modo más eficaz de disminuir la pérdida de calor es cubrir estrechamente el cuerpo (p. 167). Este tipo de traje ha originado el traje masculino occidental. Históricamente este rasgo característico del atuendo masculino occidental parece haber sido introducido en nuestra civilización, por un lado, por los invasores nórdicos que quebraron el Imperio Romano, y por otro, por los pueblos de oriente (p. 168). Clasificación de F. Müller-Lyer según terminología adaptada por Flügel Trajes “fijos” y “de moda”. Las diferencias implicadas aquí no son tanto asunto de raza, sexo o desarrollo cultural, cuanto dependen más bien de ciertas diferencias de organización social. El traje fijo cambia lentamente y todo su valor depende, en cierta manera, de su permanencia; pero varía mucho en el espacio, ya que cada tipo de vestido tiende a estar asociado con una localidad y un grupo social separado. El traje de moda cambia rápidamente en virtud de su propia esencia, pero varía relativamente poco en el espacio, tendiendo a difundirse rápidamente por doquiera (el traje que predomina en nuestro mundo actual). “La psicología de los trajes fijos es exactamente la opuesta de la de los trajes de moda, cuyo valor consiste fundamentalmente en su novedad, y que son despreciados al menor signo de estar fuera de moda” (p. 173).
IV. 2. LAS FUERZAS DE LA MODA Por qué existe la moda en el mundo moderno “Es indudable que la causa última y esencial de la moda reside en la competencia; competencia de orden social y sexual, en la que los elementos sociales son más obvios y manifiestos y los elementos sexuales más indirectos, ocultos y no confesados, escondiéndose detrás de los sociales” (p. 180). De la competencia social ya se ha ocupado Herbert Spencer (Principles of Sociology), V. p. 181. “La paradoja de la moda está en que cada uno trata de parecerse y no parecerse a sus compañeros: parecerse a ellos en la medida en que los considera superiores, no parecerse a ellos en la medida en que piensa que están por debajo de él. En tanto que estamos orientados aristocráticamente y nos atrevemos a afirmar nuestra propia individualidad siendo diferentes, somos líderes de moda; en tanto sentimos nuestra inferioridad y la necesidad de conformidad con los criterios establecidos por otros, somos seguidores de moda” (p. 183). El surgimiento primero de la burguesía y de la democracia después, difundió la moda inevitablemente hacia abajo, envolviendo a toda la sociedad. Por fin, la industria da el último empujón, promocionando la moda para sobrevivir. Implicación psicológica: “Nos hemos hecho menos conservadores, más intolerantes con lo viejo y más enamorados de lo nuevo” (p. 187). El cómo de la moda, cómo surge Por el lado de los productores, ciertas ciudades mandan, como París o Milán. Pero para crear una moda no basta con realizar un diseño. Ciertos grupos son influyentes en cada momento: las cortes en la Edad Moderna, los actores y cantantes en la nuestra, etc. Se ha dicho a menudo que una moda refleja el espíritu de la época, pero cuando se llega a describir en detalle como se manifiesta este espíritu las explicaciones suelen ser vagas y decepcionantes. Atendamos a estas consideraciones sobre algunas épocas históricas: 1. Renacimiento. El traje masculino acentúa el desarrollo muscular con prendas muy ajustadas que lo revelen; las ropas eran tan ceñidas que estaban incluso acuchilladas en las junturas para permitir el
movimiento. Las braguetas eran descaradas y las mujeres respondían con vientres aparentemente preñados. Colores muy fuertes y contrastados. 2. Siglo XVIII. Pasión por el detalle, colorido suave. Artificio y teatro. 3. Estilo Imperio. Todo lo contrario: falta de artificio. No se intenta reproducir el cuerpo diferente de cómo es. 4. Siglo XIX. Las ideas de refinamiento y jerarquización se vuelven cada vez más atractivas y el traje femenino se complica. “Las nuevas modas, para tener éxito, deben concordar con ciertos ideales corrientes del momento en que surgen. Las mujeres deben ver en la moda un símbolo de un ideal que está ante ellas, aunque, por supuesto, como con otros símbolos, no es necesaria la percepción consciente de su verdadera significación” (p. 198). IV. 3. LAS VICISITUDES DE LA MODA El qué de la moda, las formas a través de las cuales se manifiesta Habrá que considerar las variables siguientes: partes del cuerpo (extremidades, pecho, nalgas, abdomen, etc.), juventud/madurez, cuerpo/ropas, decoración/pudor. Hay períodos en que triunfa el exhibicionismo y otros en que es inhibido para que triunfe el pudor; hay épocas en que la sublimación del cuerpo a las ropas es mayor que en otras; y hay épocas en que se ensalza más la juventud que la madurez. Por fin, cada época destaca más una parte del cuerpo que otra: el abdomen (Renacimiento), la cintura, el pecho (Imperio), etc. A continuación, hace un repaso a la historia siguiendo estas variables: una historia del traje IV. 4. LA EVOLUCIÓN DE LAS PRENDAS Siguiendo los conceptos propuestos por George Darwin, hijo de Charles, sobre el paralelismo que existe entre la evolución biológica y la indumentaria, Flügel compara la prenda individual con el organismo individual. “El organismo individual viene al mundo con ciertas estructuras definidas corporales y mentales que ha heredado de sus padres y, a través de ellos, de una larga serie de antecesores remotos. Similarmente, puede considerarse que una prenda individual, por ejemplo unos pantalones, tiene una herencia. Sus líneas fundamentales están determinadas por los pantalones usados realmente en el momento en que se creó” (p. 221). Incluso, como las personas, pueden sufrir un accidente o una amputación, y necesitar remiendos o ser acortados. También se puede comparar un tipo de prendas con una especie de animales. Una especie animal puede desarrollarse gradualmente de otra. Así, un pantalón puede haber nacido gradualmente desde el primer pañolón empleado para cubrir el sexo o las caderas y haber crecido hasta bifurcarse. Del mismo modo, puede compararse la eclosión de adornos y variedades indumentarias del siglo XVIII con un momento natural especialmente fértil, y la simplicidad del estilo Imperio con un período glaciar. También el traje registra órganos inútiles, que una vez tuvieron su empleo y que con la evolución lo han perdido. Las vueltas en los pantalones, por ejemplo, de alguna utilidad higiénica en las calles antiguas, resultan prescindibles en las aceras modernas, lisas y sin barro; tan poco útiles como los dedos de nuestros pies, vestigios de nuestros remotos pies simiescos cuya flexibilidad era casi tan elevada como la de las manos. Idem para las botas altas, los botones en las colas de las levitas (para agarrar los faldones cuando se cabalgaba). Lo útil deviene a menudo ornamental.
V. LA ÉTICA DEL VESTIDO V. 1. ARTE Y NATURALEZA Flügel pasa a un terreno farragoso: el de valorar el vestido en términos de bueno y malo, inevitablemente subjetivo. Propone un principio combinado de la ética hedonística y de la psicología freudiana: el objetivo de las ropas debería ser asegurar el máximo de satisfacción de acuerdo con el “principio de realidad” (es decir, el principio de basar nuestras satisfacciones en un reconocimiento del mundo real, y no en una distorsión de él, o una negación de sus aspectos menos agradables). Por tres razones: una, permite un amplio acuerdo sobre la mayoría de los puntos prácticos entre quienes, en última instancia, ven lo “bueno” en el “placer” y entre los que lo ven en la “función” y “desarrollo” ((aceptando que las mejores ropas serán las que atienden más satisfactoriamente las necesidades de decoración, de pudor y de protección)); dos, es un principio que parece poder usarse en relación con todo el arte aplicado; tres, es un principio que ha sido generalmente adoptado en la medicina psicológica y ha sido bien probado dentro de esta esfera. Así, por ejemplo, parece ser “buena” la abolición de las distinciones indumentarias de riqueza, camino que también ha emprendido en el último siglo la moda femenina, con la boga de los abalorios falsos y la difusión en todas las capas sociales de prendas como los vaqueros, etc. Esta abolición favorece a la sociedad porque desmorona murallas entre las personas y éstas gastan en ropa cantidades de dinero más razonables que antiguamente (p. 243). Luego viene un ejemplo muy práctico. La comparación entre llevar los artículos esenciales en los bolsillos (hombres) o hacerlo con bolsos (mujeres). Desde la p. 243. Por ejemplo, los bolsillos serían mejores porque dejan las manos libres y son más difíciles de robar, pero, a cambio, deforman el aspecto de la ropa, pueden incomodar con el roce y cabe mucho menos. Al final gana la riñonera. Larga reflexión sobre el maquillaje, pp. 245 a 248; y sobre el pudor, cuyos excesos pueden resultar altamente perniciosos para la salud psíquica: “El pudor no es sólo un obstáculo para la aprehensión clara de la realidad externa; también alimenta algo como una hipocresía interna (aunque en su mayor parte inconsciente) y así se mantiene condenado a una doble acusación de distorsionar la apariencia tanto de nuestro cuerpo como de nuestra mente” (p. 252). El pudor excesivo, demuestra el psicoanálisis, se halla en mentes neuróticas (p. 251). El diseño del traje debería evitar toda prenda elaborada expresamente para no ser vista (como el corsé), o reintegrarla al esquema estético del traje de algún modo. No es “bueno” que nos sintamos embarazos a la vista de algo que no se debe ver, se trata de una vía que conduce, en casos afortunadamente raros, al fetichismo. Que sea liviana. Los círculos médicos, desde la Ilustración, siempre la vienen recomendando, en contra de las vestimenta rígidas y pesadas que con frecuencia nos recomiendan nuestras madres por tradición. Ropa que anule lo menos posible el erotismo cutáneo y muscular, que nos haga sentir libres, que no deforme nuestros órganos por restricción o por patrones artificiosos, que nos traduzca el cuerpo real; en fin, ropa sana para el cuerpo, para facilitar la sudación, y para la mente, para la maduración sana del individuo. Las diatribas científicas contra la moralidad indumentaria tradicionalmente decente, apuntadas en la p. 257, no son menos convincentes.
V. 2. DIFERENCIACIÓN INDIVIDUAL Y SEXUAL Flügel aboga por un vestido elegido con libertad y aceptado por todos sin críticas ni censuras. Especialmente interesantes nos resultan sus reflexiones sobre la vestimenta de los niños, que la psicología recomienda muy livianas, para que no llegue a considerarlas una molestia y no viva amargado por tener que vestirse, y siempre elegidas por él con su propio criterio, aunque tal ropa entre en conflicto con el orgullo de los padres, quienes evitarán las satisfacciones exhibicionistas vicarias a través de su prole. La cuestión sobre en qué medida los dos sexos han de vestirse igual o no es interesante, pero no se llega a ninguna conclusión definitiva (desde la p. 261). Ética de la distinción sexual Por lo general, los heterosexuales se sienten molestos con ropas que juzgan no apropiadas para su sexo. “Un análisis algo más profundo parece demostrar que este disgusto es una defensa contra el posible despertar de una atracción sexual hacia una persona del mismo sexo. En el fondo todos somos potencialmente ambisexuales en nuestras inclinaciones (...) Un modo de precavernos contra esta regresión es una insistencia algo exagerada y obsesiva en la heterosexualidad. Es como si debiera evitarse un error a toda costa; y esto puede lograrse mejor mediante una diferenciación sexual de una clase que nos permita ver a primera vista si un individuo dado cae o no en la categoría de los objetos sexuales permisibles. (...) En la actualidad castigamos al homosexual (especialmente al homosexual masculino) porque las represiones de nuestras propias tendencias homosexuales no son seguras (del mismo modo que castigamos a los criminales, en su mayoría, porque han hecho lo que ciertas de nuestras propias tendencias reprimidas nos urgen a hacer)” (pp. 265-265). Hacia la feminización del traje masculino El traje femenino permite mayores satisfacciones que el masculino. Una lista formidable de razones: 1. El uso de una variedad mayor de colores. 2. El uso de una mayor variedad de materias. 3. Mayor libertad individual de elección. 4. Peso más liviano de las ropas. 5. Mayor adaptabilidad a las diversas estaciones (ropas más livianas en verano y gruesas como las pieles en invierno). 6. Mayor adaptabilidad y más rápida a las diferentes temperaturas de los diferentes ambientes. 7. Mayor libertad de movimiento. 8. Mucha mayor limpieza. 9. Derecho a la exposición de otras partes del cuerpo diferentes de la cara y las manos. 10. Mayor facilidad para ponerse y quitarse. 11. Ausencia de constricción en partes del cuerpo en las que es especialmente deseable la libertad para la comodidad y la salud. 12. Mayor facilidad de empaque y transporte. 13. Mayor valor higiénico en función de los puntos 2, 3, 4, 5, 6, 8, 9 y 11. Partido de la Reforma del Vestido Masculino. Con un traje tan insatisfactorio, era de esperar que antes o después se alzarían las voces de reforma. El Practical Dress Rerform publicado en Inglaterra testimonia el lógico descontento. Del lado de los reformadores, los principales factores son: 1. Las tendencias narcisistas, en rebelión contra la supresión a la que han estado sujetas.
2. Las distintas tendencias homosexuales y eonistas, en virtud de las cuales los hombres desean vestirse como mujeres (ya que, teniendo el traje femenino tantas ventajas, cualquier reforma del traje masculino acercará éste a aquél). 3. Los elementos autoeróticos, y que no se relaciona en modo alguno con la homosexualidad o con la falta de virilidad. 4. El hecho de que el disconformismo en la ropa tiende a expresar naturalmente disconformismo sociopolítico. Entre las fuerzas hostiles a la reforma, las siguientes son quizás las más significativas: 1. El intenso temor del hombre a parecer diferente de sus compañeros. Los reformadores de la ropa y las mujeres suelen vilipendiar a los hombres por esta cobardía, con toda razón, pero también sin recordar que en gran medida las instituciones de cooperación socialmente más importantes las han establecido precisamente esos hombres con esos trajes tan impersonales. 2. La mayor represión general del narcisismo en los hombres, y, en relación con esto: 3. La mayor represión del exhibicionismo en los hombres. 4. La represión de las tendencias homosexuales. 5. El simbolismo moral del traje rígido masculino; para los hombres más vetustos, este traje de cuellos rígidos simboliza su autocontrol, su sentido de la virtud y del deber. 6. El valor fálico de las ropas que simbolizan la moralidad (que hay que eliminar, por razones expuestas con anterioridad: p. 257.) 7. El complejo de castración. Factores individuales a los que hay que sumar los sociales: Los hombres castigan a quienes hacen lo que ellos no se atreven a hacer, su alto conservadurismo indumentario (que heredan de sus padres), etc. Ideal Sumar las ventajas de los trajes masculinos y femeninos, y eliminar sus desventajas, elemental. Para ello, hay que intentar dos cosas: la superación de las asociaciones “morales” de la ropa convencional masculina y la provisión de expresiones alternativas de “masculinidad” (p. 277).
V. 3. LA RACIONALIZACIÓN DE LA MODA Se repasan racionalmente: considerando ventajas y desventajas, según las funciones los diversos tipos de trajes antes apuntados: ártico, tropical, primitivo, fijo, de moda y se propone una vía de reflexión hacia un traje mejor. Se recomiendan especialmente las modas que acentúan el cuerpo, porque están más cerca de la realidad; por el contrario, las ropas suntuosas y voluminosas, cuya forma se aparta ampliamente de la del mismo marco humano, tienden a sustituir el cuerpo natural por un cuerpo indumentario artificial, y al ocultar el primero, a crear la ilusión de que el hombre es diferente de lo que realmente es. Toda la tendencia, como hemos visto, surge de la desconfianza del cuerpo natural, si no de una aversión hacia él (p. 291).
VI. EL FUTURO DEL VESTIDO Propone diversas formas de investigar el traje para mejorarlo y augura la desaparición de la indumentaria en un futuro más civilizado.