Mordisco 2

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INDICE Mordisco, nº 2, 2008. La Puebla de Cazalla (Sevilla) Depósito legal: SE-6749-07 ISSN: 1888-8852

Directores Patricio Hidalgo Morán Miguel Ángel Rivero Gómez. Consejo de redacción Edgardo J. Núñez Caballero Juan Diego Martín Cabeza Edición de textos Miguel Ángel Rivero Gómez Diseño y maquetación Patricio Hidalgo Morán Fotografías José E. Lamarca Fidel Meneses Antonio Picón Tony Keeler José Luis de la Cuesta Shin Yamazawa Ilustraciones Patricio Hidalgo Morán Francisco Moreno Galván José Manuel Zamudio Impresión Artes Gráficas Garmo Contacto patriciopinceles@hotmail.com miguelocholo@hotmail.com

EDITORIAL Egoa “Segundo asalto” POESÍA Roberto Fernández Retamar “Oh vida” Kevin A. González-Flynn “The Night Tito Trinidad KO'ed Ricardo Mayorga.” Edgardo J. Núñez Caballero “Que los pájaros se estrellen…” “Es la aparición de las mismas caras…” “Es la noche atravesada por agujas…” Julio Vélez “La vuelta” “El mundo ha muerto…” “Ella ha dejado abierto por costumbre el cerrojo,…” “Tú eres la libertad, amor,…” “Aunque acaso sean vida y muerte…” “Escrito en la estela del último ángel caído…” “Los mundos me escribieron un libro…” Mª Ángeles Pérez López “El hilo se enhebra…” “Ven. Sube hasta mi puerta,…” “Mientras estoy subida sobre ti…” Francisco Moreno Galván “Que hiere a la flor y a la mañana” Nelly Sachs “Qué buscas…” “Quién sabe,…” “En el crepúsculo matutino,…” “No sólo país…” “Todavía medianoche…” José Antonio Antón Pacheco “Tríptico sobre el paisaje” José Luis Reina Palazón “Lost in translation” Miguel Fernández Rivero “Oda al indigente” “poema dieciocho” Joan Manuel Corcino Font “Irresponso a un daltónico” “Irresponso (escéptico)” “Irresponso a cómo debe escribirse en la arena” “Irresponso: Fe de errata” Alejandro Álvarez Nieves “el otro púgil” “brutus” “cuando fumo un cigarrillo” “error isleño”. Rafael Bujosa Salleras “antimatèria” “Teenage Fanclub” RELATO Miguel Ángel Rivero Gómez “Versos del agua”. Ana Nadal Quirós “La vaca” Edgardo J. Núñez Caballero “Bare Nostrum” Isabel Castaño “Fractales”

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Precio: 6 € - 9 $ Todos los beneficios obtenidos de la venta de esta revista irán destinados a su divulgación y a la elaboración de futuras publicaciones. -

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Está prohibida la reproducción de los contenidos (textos e imágenes) de esta revista sin el consentimiento del autor de los mismos. PUNTOS DE VENTA: Gran Café Central, La Cantina, Bar Zeppelin, Taberna Juan Ortiz, Bar J Doble, Papelería San José (La Puebla de Cazalla -Sevilla-); Bar Casa Paca (Morón de la Frontera -Sevilla-); Librería La Fuga, C/ Conde de Torrejón 4 (Sevilla); Princeton, New Jersey, Labyrinth Books, 122 Nassau Street; Librería Traficantes de Sueños, C/ Embajadores 35, local 6

FLAMENCO Juan Diego Martín Cabeza “Diego del Gastor en su Centenario” José Reina Romero “Recuerdos de los setenta en Pozo Amargo” Juan Diego Martín Cabeza “Niña de La Puebla: 100 años (1908-2008)” Cristino Raya González “Letras de La Niña de La Puebla” I Concurso de Letras Flamencas Francisco Moreno Galván VARIA Anthony L. Geist “Escrito en la Estela de Julio Vélez” José Mª Moreno Galván “Volver sobre España. El “hippy” y el pastor.” José Luis Reina Palazón “Sobre el interés de la publicación de la Poesía Completa de Nelly Sachs” Antonio Tienda Rodríguez “In memoriam II o Sobre la educación” José Antonio R. Torres “Las peores portadas del siglo” Javier Salguero Miranda “De la lengua de los pájaros o el arte de nombrar cosas” Friedrich Manfred Peter “¿Dónde están los indios?” Miguel Ángel Rivero Gómez “Barataria o el retorno del libro a su raíz” Hermenegildo Mateo Ponce “El patrimonio de un pueblo es la herencia de su pasado” Conversación con… José E. Lamarca (1)

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(Madrid); El Flamenco Vive, C/ Conde de Lemos 7 (Madrid); Librería La Tertulia, Av/ Ponce de León 1002 (Río Piedras, San Juan Puerto Rico-).

Mordisco nº 1 Disponible en la web: www.criticacpc.com

ARTE Gema Atoche “Después de la tormenta” Mariano Espinosa “Don Quijote” Crimental Portada y contraportada “Palazon.com” “Sagrado coqueteo” Patricio Hidalgo Morán “Grito X” Amaranta Pozo “Peces”

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FOTOGRAFÍA Fidel Meneses 41 “Ética y Estética” José Luis de la Cuesta 55 “Cara o cruz” Antonio Picón 78 “Poética de las ruinas” José E. Lamarca 90 “Fiesta Mapuche por la devolución de sus tierra s(Chile, 1970)”


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abía la posibilidad de que esta revista, como tantas otras, no pasara del primer número. Sin embargo, hete aquí, fiel lector, frente a este segundo Mordisco, osadamente presto a ser herido de nuevo si es que ya lo fuiste en el anterior número, o a iniciarte en la inyección de su veneno. De la andadura del proyecto hasta aquí, no quisiera dejar de mencionar los tres actos de presentación que desarrollamos en La Puebla, Salamanca y Morón, en los cuales la palabra y la imagen tomaron cuerpo en la voz y en el pincel ungidos por las guitarras amigas y la danza febril, brindando a los devotos asistentes algunos conatos de cultura estética. Porque ese fue el móvil de esta revista al nacer y en él persiste, creyendo con verdadera fe (la que se alimenta de dudas, que dijo Unamuno) en la capacidad de la cultura estética para ir poco a poco transformando el mundo, en que “es a través de la belleza como se llega a la libertad”, tal y como prescribió Schiller. A ello han sido invitados todos los asistentes a la fiesta, a celebrar el arte de la imagen y de la palabra en comunión, advertidos de la exigencia de no escindir fondo y forma, siguiendo otra máxima de las Cartas sobre la educación estética del hombre de Schiller, según la cual, “el arte es hijo de la libertad y sólo ha de regirse por la necesidad del espíritu”. De ahí derivan todos estos mordiscos, de la necesidad íntima del pueblo por morder la realidad que nos rodea con sus flaquezas y por abrirse a las infinitas posibilidades de la ficción, cavando surcos de los que han de brotar nuevos mundos. Esta apuesta por la libertad fue quien decidió al echarse a andar Mordisco que, más allá de desafueros localistas, se ampliaran sus voces, lenguajes y acentos, y que se tendieran también puentes con otras artes; todo ello a fin de romper barreras y de seguir alimentando la esperanza de encontrarnos a medida que nos alejamos de la raíz y la contemplamos de lejos, con los impávidos ojos del extranjero. Pese a ello y aún queriendo mantenernos lejos de la vorágine agotadora de los centenarios, por una cierta fidelidad ética y estética a las grandes creaciones hermanas del pasado, no había más remedio que para brindar un espacio a la celebración de los cien años del nacimiento de dos genios de nuestro cercano mundo flamenco, como son La Niña de La Puebla y Diego de El Gastor. Por lo demás y sin demérito del lugar concedido al relato, al texto crítico, a la pintura o a la fotografía, la poesía sigue siendo la espina dorsal de Mordisco, desde versos que recién salen a la luz, como el poema inédito que nos envía Roberto Fernández Retamar, y desde otros a cuya relectura os invitamos, como es el caso de los versos de Julio Vélez, un poeta a quien pretendió tragarse el tiempo, si bien algunos persistimos en que siga mordiendo. Contagiados de su fe en la palabra y en la más alta y desnuda expresión de ésta, la poesía, seguimos caminando hacia nuestra “utopía”, que como dijo Eduardo Galeano sirve para eso, para caminar. Esa es la raíz de nuestro aliento, que compartimos con algún otro gigante del pensamiento y el sentimiento, como el romántico Friedrich Schlegel, para quien “los misterios más íntimos de todas las artes y las ciencias son propiedad de la poesía. De ahí surge todo, y hacia allí todo debe confluir.” Es, en el fondo, el mismo horizonte que en el Primer manifiesto surrealista vislumbraba André Bretón: “La poesía lleva en sí la perfecta compensación de las miserias que padecemos […] ¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero y ella romperá el pan del cielo para la tierra!” Amen. Egoa


TALLER DE CHAPA Y PINTURA

A. PACHร N Pinturas al Horno, Montajes de Parabrisas

Tel. 955 843 890 Pol. Los Pollitos, nave 1 PUEBLA DE CAZALLA

Avnda. Antonio Fuentes nยบ 6 La Puebla de Cazalla


Roberto Fernández Retamar

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Oh vida. A Laidi

Cuando los viejos eran otros Los veíamos pasar frágiles, Ayudados en su camino, Temblorosos, pensando acaso En su largo pasado, y En su incierto y breve futuro. Qué diferente eras, oh vida, Cuando los viejos eran otros. Varadero, agosto de 2007. © Roberto Fernández Retamar


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Kevin A. González-Flynn

The Night Tito Trinidad KO´ed Ricardo Mayorga I kissed my American girlfriend & drank an American beer on my cheap American chair. How else will I get through to you? I spit on your face, Puerto Rico. I fuck around & when I come home, you make me coffee. You stink like fast-food meat. Your stretchmarks are as red as the letters of K-Mart. I´m telling you this because, I love you, you know. I love you & distance makes difficult things even more difficult, but necessary. Because the footnotes of repression have spun your history on its axis & your flagposts are corroded by the salt of compliance Our culture is a pair of Adidas dangling from telephone lines & a small child reaching up, fists gripping air, arms brief & contained like the two o´s of colony.

Cultural Studies. Carneggie Mellon University Press, 2008. © Kevin A. González-Flynn


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GEMA ATOCHE \ DESPUÉS DE LA TORMENTA \ 150 x 150 \ TÉCNICA MIXTA


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Edgardo J. Núñez Caballero

Que los pájaros se estrellen contra el pecho de los vientos, que los vientos se abalancen sobre el vientre de los muros, que los muros se despeñen sobre el filo de la herida, que la herida se acurruque entre los pliegues de la cama, que la cama quede intacta bajo el peso de los cuerpos, que los cuerpos beban sed y que la sed se abra camino, que el camino se abra paso entre las piernas de la muerte, que la muerte se sonroje si la miras a los ojos, que en los ojos crezcan patios y en los patios crezcan niños, que los niños se repartan lo que quede de la casa, que la casa se hunda intacta cuando llueva desde abajo, que de abajo surjan flores entre escombros de muñecas, que la piel de las muñecas sea más tersa en los espejos, que el espejo se parezca mucho más a la ventana, que ventana sea otra forma de llamar a la escalera, que se empape de escaleras la salida del infierno, que el infierno se distraiga si volteo la cabeza si evaporo tu mirada, que me mires con los dedos, que los dedos sean imanes, que imagines que el olvido está pactando su derrota, que derroten a la bestia con la sed de sus colmillos, que el colmillo sea la sombra del futuro que no vino,

que con vino se emborrachen de certeza los derviches, que el derviche gire y gire y que del giro tiemble el suelo, Que el temblor se haga oleaje, que la ola te devore bajo el peso de su lengua, que la lengua no descanse, que el cansancio lance piedras y las piedras lancen flechas, que las flechas lancen dardos, que los dardos nunca acierten.


10 Es la aparición de las mismas caras de la misma gente a la misma hora en el metro. Es la sed bajo tierra del viaje y es la gente sudando, pensando en un árbol o en su sombra fresca. Es la brisa sobre las hojas. Es el parque a la salida del metro. Es la niña que pinta (tan tranquila) en el parque (casi alegre) un paisaje: el sol es gordo, amarillo, redondo, sonríe; hay un tren y hay personas caminando en un parque (tan tranquilas), hay un perro y también hay un árbol y cuelgan del árbol muñecas muertas.

Es la noche atravesada por agujas igual que tu brazo izquierdo, (ahora la vena se hincha) no eres tú. Es la noche envenenada de distancia. (ahora la sangre se agita) Es la vena más azul de tu cuerpo, son tus ojos contando sistemas solares fracasados. (ahora la sangre se calma) Es la noche propagando su mordida de tiniebla, (ahora la vena es un túnel) no eres tú. Cuando se abre tu carne (los muros manchados de voces y de huellas dactilares) no eres tú, (cuelgan del techo planetas muertos) no eres tú.


Miguel Ángel Rivero Gómez

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ada más jubilarme, decidí abandonar definitivamente la ciudad e instalarme en la casa del pueblo. La había comprado hacía unos años, con idea de pasar allí las vacaciones estivales y algún que otro fin de semana durante el resto del año. No es muy grande, pero está cerca del río, a tan sólo unos pasos del antiguo molino donde tanto anduve y jugué de niño, y donde poco más tarde me inicié en el arte de las tardes frustradas de pesca. ¿Qué iba a hacer si no recién jubilado y gozando aún de buena salud?, ¿quedarme en la ciudad hasta consumirme entre partidas de mus y aguardiente? No. Eso no. Además, la idea de volver al pueblo, a las raíces de que partí y desde las que fui creciendo para así cerrar el círculo me parecía bastante atractiva, de un cierto abolengo romántico. Allí podría disfrutar de la paz que me negó el destino académico y, sobre todo, hasta que me lo permitieran la salud y los años, podría pescar a diario. La monotonía de la pesca había sido durante mucho tiempo mi fuente de reposo, mi único medio de evasión de la acelerada vida de la ciudad, a la vez que el espacio donde mejor habitaba en la reflexión que luego nutría mis intentos de escritura; no me atrevería a calificarnos de literatura. Una de mis primeras tardes como jubilado, mientras pescaba en un escondido recodo a una media hora de la casa río arriba, vi cómo bajaba la corriente flotando sobre el agua una hoja de papel. Esperé a que llegara a mi altura y la recogí con cuidado. Sorprendentemente, aquel papel mojado traía unos versos escritos. Las letras estaban algo borrosas, pero se podían leer. Salí de la orilla del río y puse la hoja sobre una roca para que se secara al sol, colocando unas piedrecitas sobre los extremos a fin de que no se la llevara alguna ráfaga de viento. Volví a entrar al agua para continuar con la pesca. Sin embargo, una fuerte comezón sobre aquellos versos empezó a rasgarme la curiosidad, de modo que al poco tiempo salí de nuevo. Me descalcé las botas de agua y me senté sobre la esterilla para leer tranquilamente el poema. Llevaba por título sus versos iniciales: “Manaba el agua / en silencio cadencioso…”. Era un poema espléndido. Lo releí varias veces, descubriendo a cada paso en él mayor hondura, como sólo me sucede cuando leo a mis clásicos. Un rato después, recogí mis cosas y volví a casa. Durante toda la noche estuve dándole vueltas a aquella extraña experiencia, releyendo el poema y hojeando en mi biblioteca los poemarios de mis autores favoritos, aunque estaba seguro de no haber leído nunca nada igual. Al día siguiente volví a salir a pescar por la tarde, que es mi momento preferido para la pesca, sobre todo a última hora, rayando el atardecer. Es entonces, además, cuando los peces vuelven a acercarse a la superficie y suelen picar más a menudo. Fui al mismo lugar, pero no estaba relajado como siempre que salgo al río. Me encontraba algo inquieto y conocía perfectamente cuál era la razón. Más pendiente que de la pesca estaba de la remota e ínfima posibilidad de que la corriente arrastrara un nuevo poema. Y sorprendentemente así fue. A última hora de la tarde apareció una nueva hoja de papel emborronada de versos. La rescaté del agua y la puse a secar tal y como hice con la anterior. Venían dos poemas esta vez, aunque uno de ellos con varias palabras que resultaban ilegibles. Nuevamente, la altísima calidad de aquellos versos brotados del río volvió a sobrecogerme y a tentarme en las más recónditas entrañas de mi sensibilidad poética. Este suceso, que se fue repitiendo una tarde y otra durante bastante tiempo, pasó a ocupar un primer plano en mi rutina diaria. Me dediqué a recopilar los poemas y a pasarlos a limpio en el ordenador, tratando de descifrar con esmerado esfuerzo las palabras que el agua se había ocupado de silenciar, y deleitándome en aquella labor que creía me había sido secretamente confiada por alguna remota deidad apolínea favorecedora de aquellas aguas.

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12 Llevado por una inevitable curiosidad y tras meditarlo varios días, una tarde de aquellas decidí subir río arriba con idea de encontrar al misterioso poeta anónimo. Alcancé una considerable distancia del paso del río por el pueblo sin encontrar a nadie, y al llegar al puente de la carretera comarcal, lo crucé y regresé por el margen contrario, aunque con igual suerte. Durante varios días seguidos repetí el mismo itinerario, buscando también en los regatos del río, pero ni rastro del poeta. Sí pude observar, en cambio, a lo largo de aquellos paseos que el río escondía algo especial, una especie de melodía que apenas se percibía, confundiéndose con el resto de ruidos del bosque que tímidamente rompían el silencio. Durante varias noches seguidas, un enorme desconcierto me acompañó a causa de todo aquello, sin apenas dejarme dormir, aunque por otra parte me sentía dichoso de estar embarcado en semejante aventura poética. Desbordado por la inquietud, una mañana decidí llamar a Horacio, un antiguo compañero de la universidad, también ya jubilado y que era experto en poesía contemporánea. Le comenté el caso y ese mismo fin de semana se presentó allí. Antes de almorzar, le di los poemas para que los leyera con tiempo, mientras yo preparaba la comida. Quedó perplejo, tanto por la calidad de los poemas como por las extrañas circunstancias en que habían llegado a mis manos. Nada más acabar de leerlos se acercó a la cocina y me dijo: - Oye, aquí hay poeta, ¿eh? - Sí, ¿verdad? -Le contesté. - ¡Y de los buenos, vaya si de los buenos! ¡Es magnífico! Esa misma tarde, tras una generosa siesta, fuimos al río a probar suerte. A última hora, como casi cada día, apareció una nueva hoja de versos. Una vez más, eran extraordinarios y Horacio quedó conmovido al leer el poema allí, in situ, recién parido por el río. Pero no quedó todo ahí, sino que un rato después, mientras seguíamos pescando y conversábamos sobre el extraordinario fenómeno de que habíamos sido partícipes, una nueva hoja apareció ante nuestros ojos deslizándose sobre el lecho del río. Era la primera vez que ocurría, al menos que yo me hubiese percatado de ello, y en adelante apenas volvió a repetirse. Antes de marcharse, Horacio me propuso comentarle a su editor el caso para ver qué le parecía, pues también a su juicio los poemas eran magníficos y, por supuesto, publicables. Me pareció una buena idea, por lo que accedí a que moviera sus hilos, y una semana más tarde me llamó con buenas noticias. Al editor le había parecido muy sugerente la idea y quería que le enviara los poemas cuanto antes para leerlos. De las 33 hojas que había recogido hasta entonces logré rescatar 40 poemas, que seis meses después aparecieron publicados con el título de Versos del agua, acompañados de un pequeño prólogo que escribimos juntos Horacio y yo. Ricardo, el editor, quiso llevarnos el libro en persona y se presentó en mi casa del pueblo un sábado con Horacio. Una vez allí, confesó que sentía una gran curiosidad por conocer cuál era la fuente de inspiración de aquella singular historia. Después de almorzar abundantemente y pasar varias horas conversando sobre el vacío de la poesía contemporánea, fuimos a dar un largo paseo por el pueblo y sus alrededores. Llegamos al río ya bien entrada la tarde, a la hora en que la corriente solía arrastrar hasta mí los poemas, que por cierto no habían dejado de seguir apareciendo. Nos sentamos en la orilla a esperar el extraordinario acontecimiento, pero la deseada hoja no llegaba. Había sucedido otras veces, supongo que porque se atascaba con alguna rama o entre los juncos río arriba, y quedaba retenida. Esperamos un buen rato y justo cuando nos disponíamos a volver a casa apareció una hoja sobre el agua. Me descalcé rápidamente los zapatos y entré para recogerla. Ricardo quedó paralizado, estaba maravillado ante tan insólita experiencia. No lo podía creer. - Pero, pero… No puede ser -dijo asombrado-. Yo pensaba que todo esto de los poemas arrastrados por la corriente del río era una artimaña cervantina que habíais ideado para editar vuestros propios poemas y que llevabais toda la tarde intentando tomarme el pelo.


13 - ¿Qué? -contestamos Horacio y yo al unísono. - Hay que buscar a ese poeta -prosiguió-. ¡Imagínense! Con la calidad que tienen los poemas y una buena publicidad, esto puede ser una mina. Sin ni siquiera preguntarnos, Ricardo comenzó a caminar río arriba. Intenté detenerlo advirtiéndole que ya había subido más de una vez y que nunca había encontrado a nadie, pero no me hizo caso. Seguimos caminando por el margen del río un buen rato, hasta que, a la altura de una pequeña caída de agua, sorprendentemente encontramos al poeta. Era un hombre mayor, con unas pobladas barbas canas y semidesnudo, cubierto tan sólo por una especie de taparrabos hecho jirones. Estaba sentado sobre una roca, con su curtido cuerpo iluminado por los ya tibios rayos del sol, y un cuaderno viejo y raído entre sus piernas. Nos ocultamos entre unas zarzas para observarlo sin que nos viera. Permaneció un rato inmóvil, en una cierta pose meditabunda, con la mirada perdida sobre la corriente del río hasta que, de repente, inclinó la cabeza sobre el cuaderno y se puso a escribir. Pasaron unos minutos en los que escribió de seguido, sin detenerse, y nada más parar, hizo una pausa probablemente para leer el poema y arrancó la hoja del cuaderno. Luego recitó el poema en voz alta y dejó caer la hoja desde lo alto de la roca donde se encontraba hasta el agua, observando con una leve sonrisa su lenta caída. Justo en ese momento salimos de las zarzas, causando un gran espanto a aquel hombre, que se sobresaltó muchísimo al vernos irrumpir allí como de la nada. Una vez que se repuso del susto, cerró el cuaderno con un fuerte golpe y se puso en pie, sin dejar de retirarnos la mirada. Parecía dispuesto a marcharse de allí de inmediato, pero Ricardo lo retuvo. - Espera un momento -le dijo-. Tenemos algo para ti. - No necesito nada de vosotros -respondió mientras se disponía a marcharse-. Ni os conozco, ni tengo intención de conoceros. Sin embargo, al observar que lo que le ofrecía Ricardo era un libro que sacó de su bolso, esperó sobre la roca y tomó el libro en su mano. - Versos del agua -leyó en alto con una voz grave. Abrió el libro y empezó a leerlo, pasando de una a otra página agitadamente, cada vez con mayor rapidez, mientras su rostro iba encendiéndose. - Pero, pero… -dijo medio tartamudeando- ¿Qué habéis hecho? Su cara reflejaba la más honda indignación que jamás antes había visto. Yo me sentía en buena medida responsable de aquello, de modo que afronté la situación y le dije que había ido recogiendo los poemas del río un poco más abajo, que me parecían maravillosos, y que por eso los había editado. - Pero no son vuestros poemas -replicó entre sollozos-. Pertenecen a este lugar. Aquí brotaron, siendo yo no más que su intermediario, sólo su voz en el torpe lenguaje humano. El agua de este río me reveló su oculto ritmo, y los árboles, los pájaros, el sol, el viento, me susurraron las palabras con que llenarlo. Del agua surgieron y el agua es su vida y su sino. ¿Quién os llamó a sacar a estas criaturas acuáticas de su espacio? ¿No os dais cuenta de que las habéis matado? Diciendo ésto, aquel hombre arrojó el libro violentamente al agua y se marchó furioso, con los ojos encendidos de lágrimas. En ese momento, el río se secó de palabras y nunca más volvieron a aparecer versos sobre su lecho. Por mi parte, yo nunca más pude volver a escribir y vivo desde entonces refugiado en la remota aunque paciente esperanza de que algún poeta anónimo vuelva a desvelar un día el genio poético de aquellas melodías fluviales, cuyo secreto yo no supe guardar. II Festival Internacional de las Artes de Castilla y León. Salamanca, 2006. unriodepalabras.blogspot.com


om MARQUETERÍA MORENO Diplomado: José Manuel Muñoz García Morón, 19 Tfno.: 95 484 70 01 La Puebla de Cazalla (Sevilla)

c\ Sol, 67 95 484 71 65 41540 La Puebla de Cazalla

Gran Café Central Plaza del Cabildo , 2 Tlfno: 95 484 70 39 41540 La Puebla de Cazalla (Sevilla)


Anthony L. Geist

Escrito en la Estela de Julio Vélez Dieciséis años sin Julio Vélez. Nosotros hemos envejecido y Julio sigue siendo aquel muchacho de 46 años, alegre, tierno y profundo, lleno de vida y de proyectos. La obra poética que dejó publicada e inédita tampoco ha envejecido. Al contrario, sólo ahora está alcanzando su madurez. Miguel Ángel Nieto siempre ha dicho que Julio es un poeta del siglo XXI y hoy la apuesta de la revista Mordisco, de La Puebla de Cazalla (Sevilla), viene a confirmar la veracidad de ese juicio. Vida Julio Vélez Noguera nació el 6 de mayo de 1946 en Utrera, pasando a los pocos días a Morón de la Frontera, que siempre consideró su pueblo. Su infancia trascurrió en el seno de su familia, rodeado de su padre, José Vélez, practicante médico, y su madre, María Noguera, junto con sus hermanos Marichelo y Juan Luis. Desde joven sintió inquietud por la literatura, llegando a formar varios colectivos de teatro en Morón. Matriculado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, Julio encuentra en la militancia clandestina en partidos de oposición al régimen de Franco un camino para expresar su sentido de justicia nato. Expulsado de la universidad en 1970 por su activismo antifranquista, llegó a ocupar el cargo de máximo responsable de cultura del comité central del Partido del Trabajo de España. Fue detenido en tres ocasiones y encarcelado en 1973. Esas experiencias lo marcarían profundamente y dejarían huella en su poesía. Al salir de la cárcel, se casa con María Sáinz y se traslada a vivir en la clandestinidad a un pequeño piso del barrio del Pilar, en Madrid, donde sigue militando en su partido. En Madrid nacen sus hijos, José Julio en 1974 y Alejandro en 1978. Reanuda sus estudios largamente abandonados en 1979 en la Universidad Autónoma de Madrid y termina la carrera en cuatro años, presentando una tesina que publicó en 1984, con el título de La poesía española según “El País”. Tres años más tarde, en 1987, se doctoró, leyendo una tesis sobre César Vallejo. En 1990 toma posesión de una plaza de profesor titular de literatura hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. En apenas dos años despierta un gran interés por la literatura latinoamericana entre los alumnos, varios de los cuales han seguido profesionalmente el camino que Julio les abrió y hoy lo recuerdan con devoción y cariño. La muerte le sorprendió el 23 de diciembre de 1992 en un hospital francés. Dejó tres libros de poesía publicados y al menos tres inéditos, dos de ellos inconclusos. Obra Si me he extendido al describir la vida de Julio es porque vida y poesía tienen difícil solución de continuidad en su obra. No sólo convertía la experiencia vivida en poesía, plasmándola en papel, sino que vivía la poesía en los actos diarios, haciendo de la experiencia poética vida cotidiana. A lo largo de su obra mantuvo una relación espiritual y física con el lenguaje y la poesía. “A mí me gusta jugar con la lengua, me gusta acariciar la palabra, bailar con la palabra, me gusta mantener relaciones corporales con las palabras y desde luego también con los idiomas”, declara en 1990 en un recital.

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16 Su obra poética, escrita a lo largo de más de 25 años, es muy variada, desde el desahogo romántico de La espiga y la fiebre (1967) hasta los amargos aforismos del inédito Dialéctica de la ruina (199092), pasando por la poesía neomítica de Laocoonte (1978), el lirismo reconcentrado de Los fuegos pronunciados (1985) o la exaltación amorosa del también inédito Por vuelo de herida (1984-86), hasta llegar a su obra cumbre, Escrito en la estela de El Último Ángel Caído, publicado póstumamente en 1993. Sin embargo, hay ciertas constantes que atraviesan toda su producción poética y que nos abren las puertas a su discurso. La obra de Julio acusa tres influencias fundamentales: la copla flamenca, la poesía de César Vallejo y el compromiso político. Como todo andaluz, Julio se crió con el flamenco, pero según su propio testimonio cuando realmente comenzó a entender la profundidad de esa expresión musical fue de la mano del legendario guitarrista Diego del Gastor, en incontables juergas en el Bar Pepe que duraban hasta altas horas de la madrugada. Es allí donde comprendió que la muerte nunca está lejos, que hay que mirarla a la cara. En la copla flamenca hunden sus raíces tanto el aliento épico de los poemas del Laocoonte como la concisión lírica de Los fuegos pronunciados. No sé cuándo ni cómo Julio conoció la poesía de César Vallejo, pero sé que constituía una presencia fundamental y constante en su vida. En las reuniones políticas clandestinas celebradas en Morón y en Sevilla en los años 60 y 70, Vélez recitaba textos del “Cholo”, acompañado tanto de la guitarra de Diego como de la de José Luis “el Tartaja”. Sintió auténtica pasión por el peruano, al que dedicó una tesis doctoral y varias ediciones críticas. Sin embargo, no considero que Julio fuera un poeta vallejiano, aunque es cierto que en su poesía algunas técnicas inspiradas en el autor de Poemas humanos. Más que la estética de Vallejo, asumió su ética, esa conmovedora fidelidad a la poesía, la fusión absoluta de vida y lenguaje. Otra lección que aprende tanto en Vallejo como en la copla flamenca es el concepto de la responsabilidad social de la palabra. Para Julio la lengua es un bien colectivo y entendía como deber del poeta devolvérsela a sus conciudadanos. En sus años de militancia antifascista ese compromiso tomó la forma de una serie de conferencias y recitales que pronunció a lo largo y ancho de España sobre el flamenco como una forma de resistencia política. Tras la muerte del dictador y la transición a la democracia, comprendió que la palabra poética tiene una carga ideológica más difusa y quizás más profunda, que un poema de amor puede ser más subversivo que un panfleto. La poesía para Julio era decisión ética y expresión estética, pasión de soledades y afirmación de solidaridades. Actualmente están agotadas todas las ediciones de su poesía. Por eso hemos de agradecer a la revista Mordisco el rescate de estos siete poemas de Julio Vélez, magníficamente ilustrados por José Manuel Zamudio. Seattle-Cádiz-Roma Septiembre 2008

Julio Vélez y Anthony L. Geist (Madrid)


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Julio Vélez Presentamos aquí un conjunto de poemas de Julio Vélez seleccionados e ilustrados por el pintor José Manuel Zamudio Sierra, el cual realizó en la primavera de 2004 una exposición titulada “¿Cómo recoger en mis relámpagos / los ojos de tu mirada?”, con motivo del II Encuentro Poético organizado por el colectivo Poesía Sin Fronteras de Morón de la Frontera. La vuelta. Me ha mordido tu ausencia. Me he sentido morir poco a poco, como uno más. Como uno más de los que pasean tomando helados. ¡No! ¡Que no quiero morir! ¡Que me hacen falta tus frutos y tu alma! Que me hace falta lo mío que vive en ti para que el otro trozo viva. Me has esculpido a tu forma y ningún otro cincel me da el oxígeno. ¡No! ¿Qué voy a hacer sin ti? Ya no habrá árboles, ni fuego, ni espigas ni fiebre. Ya no crearemos lunas y vientres. Ya no le pintaremos al Sol un sombrero. ¡No! ¡No! ¡No quiero morir! Has hincado este caballo (el del orgullo) bajo la sombra de tus pies pequeños. Me has ganado entero. Como tú me quieres. Pero me ha ganado la que en ti vive. La que a ti te hace así. ¡No tú! ¡No! Me has hecho vomitar cielo y barro sobre el papel. Me has hecho bajar al escalafón de hombre. Me has ganado. Me ha ganado tu dulzura. Mi fortaleza ha caído a tus pies. (La espiga y la fiebre)

© de los textos: Herederos de Julio Vélez © de las ilustraciones: José Manuel Zamudio


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El mundo ha muerto en este instante, amor: TĂş has dejado de amarme. Era imposible esta ceniza de naufragio. (DialĂŠctica de la ruina)

Ella ha dejado abierto por costumbre el cerrojo, y camina hacia el salĂłn a oscuras, tanteando muebles, cortinas, paraguas cerrados y llenos de polvo Cuando le da a la luz se sienta frente al televisor. Inmensamente sola. [Tercera presencia]


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XVI Tú eres la libertad, amor, y yo estoy atado a estas rocas, a este continuo zumbar de afirmaciones que me hacen sentir, cobardemente, la larga distancia imposible que me separa de tus hermosos labios entreabiertos.

XLIII Aunque acaso vida y muerte sean una misma y plural acogida, ingentes brazadas, Lumínicas, ardorosas luchas. A un nuevo siglo abiertas las mañanas, días rasgados en su mitad más muda. Sé que la muerte vendrá a por la vida, diáfana, puntual, firme y segura. Pero me va a encontrar en rebeldía. (Los fuegos pronunciados)


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1 Escrito en la estela del último ángel caído el jardín se adentra en la noche. Pareciera que la luz y el cielo estrellado alargaran sus nidos de pájaros oscuros, y el primero de los besos navegara sin retorno dentro del jardín, donde el ángel ha encerrado la espada de fuego de todos los paraísos.

3 Los mundos me escribieron un libro con el que siempre he intentado conversar a solas. He poblado las cuevas vacías de mi infancia con las letras de todos los alfabetos. Me rociaron el cuerpo con las cáscaras podridas de los plátanos maduros. Sentí el dolor en su raíz más mía y odié las ventanas cerradas y el óxido de las celdas oscuras. He llorado mis desgracias entre los ojos de mis amigos y mis lágrimas besaron algunos labios en los que aún vivo. Los libros me hicieron un mundo al que he intentado que éste se pareciera. (Escrito en la estela de El Último Ángel Caído).


Mª Ángeles Pérez López

El hilo se enhebra en el estricto hueco de la aguja y trae memoria del huso, de la rueca, de la paciente disciplina de que hablaba el libro de los proverbios, del largo tránsito por el algodón, por su torcedura desde que alguien lo miró crecer en su semilla imaginando el blando copo de riqueza hasta que es parte diminuta e imprescindible de la bobina, la máquina, el pedal. También del pie o los dedos que lo mueven, lo liberan de su propia trabazón, su coyuntura si es hilo solo, apenas desprendido de la costura tortuosa y necesaria. El hilo arrastra en sí una puntada secular e inconmovible que nos anda trabando, remendando al comienzo del frío, del pudor, del forzoso reconocimiento de la tribu en la lana, en el cuero, en la piel, en la enorme cicatriz de los cuerpos desnudos y amparados.

La sola materia, Premio Tardor. Alicante: Aguaclara, 1998.

© Mª Ángeles Pérez López

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Ven. Sube hasta mi puerta, entreabre los goznes despojados, la bisagra del cuerpo y de la casa. Escala los ladrillos, las rodillas, la pierna en su medida inconmovible, remonta en el caudal de la inocencia que canta su canción entre los muslos, súbete hasta la piel y su epidermis arriba del calor, en lo más alto. Levántame hasta el techo del deseo, hazme llegar al sitio de la lluvia cuando cae sobre hombres y pardales, al lugar del sonido donde duerme el ángel turbador de la belleza. Encárame en lo alto, en la espadaña con que se parte el cielo en dos sin hacer ruido y deja derramarse por los campos la irradiación gozosa de la dicha. Hazme aérea, volátil, vaporosa, izada en el pináculo del tiempo.


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Juan Diego Martín Cabeza

Diego del Gastor en su Centenario. Sonar al mismo tiempo a nuevo y a viejo es una cualidad que tienen muy pocos compositores. Estar entre la tradición y la permanente modernidad está al alcance tan sólo de los genios de la música. Así fue, así es y así será el toque de guitarra de Diego del Gastor, el de la “cuerda pelá”, el toque de pulgar tan complejo por ser tan minimalista... Se cumplen cien años del nacimiento de este guitarrista, de este artista de Morón de la Frontera que nació en Arriate (provincia de Málaga, muy cerca de Ronda) y que vivió su niñez en El Gastor (Cádiz). Entre tres de las más importantes provincias flamencas se está trenzando una red de conmemoraciones y homenajes que son más merecidas cuanto más tiempo pasa y podemos apreciar la música incomparable de este creador andaluz. Sus primeras falsetas o variaciones se las puso su hermano, y él continuó su formación de manera autodidacta en reuniones y fiestas de ámbito reducido, con un sistema de aprendizaje que influyó a la creación de un estilo personal casi intransferible. Fue un genial guitarrista en solitario y, por supuesto, un acompañante imprescindible para cantaores cercanos a su zona geográfica de influencia: Fernanda y Perrate de Utrera, Juan Talega de Dos Hermanas, o su cuñado Joselero de Morón (aunque nacido en La Puebla de Cazalla), así como todos aquellos que estuvieron cerca en los años felices y románticos del Morón de la segunda mitad del siglo pasado. Allí, en Morón de la Frontera, pueblo enclavado entre la campiña y los últimos coletazos de la serranía rondeña, se dieron una serie de circunstancias que enriquecieron a la larga la cultura musical de nuestro país. Por encima de todo hay que hablar de la afición de Morón, un pueblo aficionado al flamenco en el que se fundó, al calor del estudio del pintor Pepe Moreno, la Peña “Los llorones”, un grupo de aficionados a lo jondo que llevaron con orgullo el nombre que los maledicentes quisieron ponerle. Porque, es cierto, ellos llegaban con frecuencia a las lágrimas en aquellas interminables noches de juerga con el toque de Diego y los cantes de soleá de Fernanda (¿y quién no?). Pero además, en los años sesenta empezaron a llegar jóvenes americanos que huían de los reclutamientos para el Vietnam o que simplemente buscaban nuevas experiencias, nuevos paisajes y nuevas músicas. Diego del Gastor se convirtió en un gurú para aquellos jóvenes que comprendieron que estaban ante un músico excepcional que, sin embargo, manifestaba su arte en ámbitos muy reducidos por convicción personal y porque, efectivamente, el estilo de flamenco que gustaba hacer a Diego no era entonces nada comercial. Su toque ha permanecido porque es una aportación imprescindible al flamenco del siglo XX. Cuando seamos capaces de quitarnos la venda de los ojos, cuando consigamos por fin escuchar a los grandes del flamenco con la pasión con que se escuchan a grandes intérpretes de otras músicas como el jazz, el blues o el rock, nos daremos cuenta de que aquí mismo, delante de nuestras narices, hemos tenido a verdaderos creadores e intérpretes que han marcado una época y cuyas enseñanzas no han pasado ni pasarán fácilmente de moda. © Tony Keeler


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MARIANO ESPINOSA \ DON QUIJOTE \ TINTA SOBRE PAPEL

Espinosa_gonzalez@yahoo.es


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José Reina Romero

Recuerdos de los setenta en Pozo Amargo A Diego del Gastor en su Centenario

Un día cualquiera de principios de los años setenta en Pozo Amargo. - ¿Se puede?, ¿o los gitanos no tienen paso en esta venta? - Pase, pase Diego… ¿cómo va la veta? - Ni fu ni fa, ¡tirando! Usted sabe, la edad que no perdona, ya no servimos pa na Antonio. Y la Carmen, ¿cómo está? - Ahí está en la matanza, que hoy han caído seis hembras retintas. ¿Qué le pongo Diego? - Un cortaito de vino, el chófer viene ahora con un gitano de Sevilla amigo mío. ¿Y los niños dónde andan? - El Pepito es el único que está, los otros estudiando…, usted sabe. - Llámelo Antonio, que hoy traigo los caramelos que le gustan, los que se mastican y se pegan a las muelas los puñeteros. Y allí que iba Pepito y se sentaba en las rodillas de Diego, que se sacaba un puñado de caramelos del bolsillo de su chaqueta y se los ofrecía, no sin antes pegarle un pellizco en la mejilla y dedicarle una sonrisa. Aquellos momentos los conservo en la memoria como si hubieran sido un sueño. Mi corta edad -apenas cinco o seis añitos- no me ha dejado evocar muchos de los pasajes y vivencias que tuve con Diego del Gastor. Sí recuerdo como en la Venta de Pozo Amargo, que primero regentaban mis abuelos paternos, Curro y Rosario, y años después mis padres, Antonio y Carmen, era parada obligada de Diego cada vez que iba al pueblo donde vivió su niñez, El Gastor. No conducía, siempre iba en taxi desde Morón, y en muchas ocasiones acompañado de su guitarra, por si la cosa se animaba en la venta y se terciaba alguna reunión de cante que mereciera la pena. No puedo olvidar cómo, en algunas ocasiones, mientras tocaba, yo me situaba a su lado, sentado o de rodillas en el suelo para mirarlo, y como él se dirigía hacía mí, con sonrisa incluida, indicándome que lo observara. En otras ocasiones tarareaba alguna letra flamenca que mi flaca memoria no me deja descifrar. A veces lo acompañaba algún gitano -seguramente familiares o cantaores de la época-, y las más de las veces eran capaces de tenernos toda una tarde sirviéndoles cortaos de vino blanco y copas mientras ellos tocaban y cantaban; y lo curioso era que en la venta estaba prohibido cantar, excepto para Diego y su comitiva. Era muy cariñoso con los niños. Siempre tenía una sonrisa para nosotros, esa sonrisa larga y amable que lo caracterizaba. Seguramente, en esos años de mi niñez oí a cantaores de primera línea, sin saberlo, claro, pero de lo que estoy seguro es de que tuve el placer de oír al tocaor más importante que ha dado nuestra tierra. Tengo su imagen clavada en mi mente, con su guitarra, serio, mirando a la gente y haciendo movimientos rítmicos con los hombros para darle indicaciones al cantaor, y de vez en cuando, esbozando una sonrisa al aire para que lo mirara, un niño que hasta mucho tiempo después no fue consciente del inmenso privilegio que disfrutó por haber sido partícipe pasivo de sus Reuniones de Cante Jondo. Nadie me dijo que había fallecido. Me enteré un día en Morón mientras visitaba a mi abuelo Curro en su casa de la calle Rojas Marcos. Por cierto, nosotros en Pozo Amargo no lo conocíamos como Diego del Gastor sino como Diego de Morón. © Tony Keeler


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José Mª Moreno Galván Volver sobre España. El “hippy” y el pastor. Mi amigo Norman, el colombiano, era pintor cuando yo le conocí y le traté en Madrid, hace algunos años. Era un buen pintor: poseía un mundo expresionista, levemente crítico, más bien abiertamente humorístico y de un sarcasmo bienhumorado. En lo personal era… frívolo. Sí: era frívolo, pero -valga la paradoja- profundamente frívolo. En él, la frivolidad era una potencia, un hecho creador. Se fue hace años. Hace poco tiempo pasó por aquí unos días, haciendo un alto en su viaje hasta la Isla de Wight. Se había transformado algo: su barba rubia continuaba, pero su pelo, ahora, constituía una melena. Al andar se producía el leve tintineo de unos cascabeles que llevaba en los zapatos, a manera de espuelas. En realidad, esta metamorfosis de las espuelas parecía el signo más evidente de que con él llegaba la paz, de que él iba a ser “blando con las espigas”. Si añado que, además, cultivaba un cierto fetichismo, se comprenderá inmediatamente que se había convertido en un “hippy”. Lo era, efectivamente. Ya no era pintor. Había abandonado la profesión para dedicarse a la ocupación primordial de vivir, aún cuando, alguna vez, pintara episódicamente y de manera lateral. Como no tenía nada mejor que hacer, se vino con nosotros unos días a la sierra burgalesa. Quienes no estamos en el secreto de la alta filosofía “hippy”, podemos llegar a pensar que los adeptos, productos al fin de una civilización urbana, cuando están en el campo, se encuentran como enfrentados con un medio hostil. Pero no. Se encuentran, sí, frente a un medio extraño, pero intentan asimilarlo y hacen lo posible por identificarse apasionadamente con todas sus manifestaciones. Por supuesto, a nadie le es posible escaparse, sin más, de su propia piel, y nada puede hacer que la apetencia de paisaje de un hombre de la ciudad llegue a tanto como a identificarlo con el paisaje mismo. La gente de esta tierra, los labradores y los pastores -la paisanía-, sí son paisaje. Nosotros, los que de alguna manera venimos de la ciudad, no somos paisaje. Nosotros somos espectadores. Y un espectador es un personaje que está fuera de la escena. Por las mañanas, muy temprano, Norman se iba al monte próximo, llevando en la mano uno de esos aparatos, hoy tan corrientes, que llevan la música portátil. Pero en esos momentos de comunión naturalista, él no se llevaba la música estruendosa de los Beatles o los Stones, que constituían su audición natural de todas las otras horas, sino a Vivaldi. Allí, en la espesura y a la sombra de pinos y robles, mirando a las rastrojeras y a los prados próximos, instalaba a plena voz su concierto esplendoroso, que, ciertamente, parecía compuesto de manera especial para ese escenario. Y es que Norman tenía el instinto de la situación. Él lo que trataba era de hacer coincidir a la armonía de la cultura con la armonía de la Naturaleza. Un día, desde lejos de la escena, pude asistir a lo que, al principio, parecía que iba a ser el choque de la cultura con la Naturaleza. Un joven pastor llevaba sus rebaños por los linderos del monte, confiado al murmullo natural y al tintineo de sus esquilas. De pronto, el perro y las ovejas que iban en cabeza empezaron a sentirse inquietos, aun cuando luego de nuevo se abandonaron a su confianza. Es que Vivaldi había iniciado un “allegro”. Luego, el inquieto fue el pastor, que no recuperó su confianza. Yo veía desde lejos cómo, cuando finalizó el “allegro”, las esquilas próximas despertaron al “hippy”. Norman se levantó de su mullido lecho terrenal y, entonces, los dos hombres, el “hippy” y el pastor, se encontraron. Por un momento, desde mi atalaya, pude notar un leve estremecimiento en el pastor ante la figura verdaderamente insólita en aquellos parajes que se le ofrecía ante su vista. Luego vi que se acercaban y que hablaban levemente. El campo tiene eso: establece una complicidad en las soledades. Un hombre solo no puede pasar ante otro hombre solo sin, por lo menos, saludarle; sin iniciar, aun cuando sea levemente, un mínimo gesto de solidaridad. Yo vi cómo hablaban y luego vi cómo se despedían, mientras las ovejas, indiferentes, seguían arrancando las yerbas verdes del lindero del monte.


29 progenitor con sus pechos. Los títulos son bastante explícitos: “De la hija que mantenía en la cárcel a su madre con la leche de sus tetas” (17) y “De otra fija que mantovo con la leche de sus tetas a su padre” (18). La “caridad griega” tuvo una cierta fortuna literaria de la que es testigo el siguiente poema de los A muerte fue por mala condenada Triunfos morales de Francisco de Guzmán (1565): la madre de la hija más piadosa, que Tulia más arriba ya nombrada A muerte fue por mala condenada la hija de Servilio maliciosa: la madre de la hija más piadosa, La qual muger en cárcel encerrada que Tulia más arriba ya nombrada por no le dar la muerte vergonzosa la hija de Servilio maliciosa: querían que de hambre se muriesse La qual muger en cárcel encerrada do nadie su pecado conociesse. por no le dar la muerte vergonzosa La hija de la qual entrar podía querían que de hambre se muriesse a verla cada ora que quisiesse, do nadie su pecado conociesse. mirándola contino se metía La hija de la qual entrar podía viandas a la madre que comiesse: a verla cada ora que quisiesse, Mas, viendo ya que muerta ser devía mirándola contino se metía busco la guardia modo que pudiesse, viandas a la madre que comiesse: secretamente ver de que manera X bivía la cuytada prisionera. Y solas otra vez las dos estando miro por cierta parte muy secreta, y vio la triste madre que mamando la hija sustentava con la teta: Lo qual el carcelero publicando mandaron por justicia harto recta, que fuesse por la hija ser tan buena la mala madre libre de la pena. (112)


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31 donde cuentan trucada la partida sangrienta de los eternos triunfos de los oros y los bastos? Donde pintan rosado lo que es negro y con milagro celeste la injusticia; donde le llaman ordas al rebaño que está cansado de balar sin pastos, mientras los perros y los lobos cenan juntos y se reparten la carne de los corderos flacos. Y a este festín le llaman dividendos, e injustas peticiones de masas orquestadas cuando se clama, o se pide, o se exige el necesario soplo para seguir viviendo. Están degollando poco a poco a tus pobres corderos. Desde Chile a Vietnam, pasando por España. Y Tú durmiendo Señor, a pierna suelta como si nada pasara en tu universo. III No queda nada. Sólo mecánicas campanas. Cacharro inhumano-penetrante-magnético-delirante, tunturuntún estridente de voces galimáticas, gangosas, charangueras, hirientes y gatunas, de viejas pellejas catequistas que cantan tus glorias llamándote bendito y amoroso y alabado dulzón, y han hecho de Ti un inmenso merengue y te escupen ligado con cientos de perdones y cuatrocientas veinte mil avemarías por la boca redonda del altavoz metálico. ¿Esa es tu voz, Señor? ¿En ésto ha quedado tu mensaje? ¿Es todo lo que pretendías? Estás hablando por boca de un fantoche. Si esa es tu voz, Señor, no te entendemos. ¿Por qué no la confundes con un rayo de los que Tú solías mandar por cualquier cosa? Despierta Señor y alza tu mano rompe el espacio con tu enorme grito y dí que basta ya de tanta porquería. Señor, vamos al grano: ¿No ves que se están comiendo tu rebaño?

© Herederos de Francisco Moreno Galván


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Ana Nadal Quirós La vaca. - ¿A quién se le habrá ocurrido meter una vaca aquí? - ¡No tan sólo eso! -saltó otra vecina- ¿Por qué una vaca y no un perro, o mejor un gato que se limpian solos y no hacen tanto ruido? Esto en vez de un barrio se está convirtiendo en un estercolero. - Lo que nos faltaba, que encima que nos tratan como animales de chacra, olamos a mierda -gritó con voz chillona la resentida social del barrio desde el balcón de enfrente. Todas las mujeres comenzaron a hacer sus cábalas. Por descarte, el único que podía tener una vaca era Pascual; vivía solo y ninguna de ellas hubiese permitido a su hombre semejante exceso. Pascual, como cada mañana antes que la luz del sol entrase por su ventana, había salido a trabajar al mercado. Por casi treinta años llevaba preparando minutas, chorizos, morcillas, matambres y no conocía otra cosa mejor que los cortes de una vaca. Él era feliz en su carnicería y con los clientes que por generaciones seguían desfilando por su mostrador buscando el asado más tierno. Nunca cerraba antes de las diez de la noche, pero esa tarde cerró más temprano que de costumbre. - ¿Qué? ¿Alguna minita?-preguntó con sorna el de los regionales. - Vos sabés que yo ya tengo la mía -le contestó sonriendo con una seguridad pasmosa y se fue. Desde que Claudia murió, nunca volvió a estar con una mujer. Y no por falta de opciones, porque de tenerlas, tuvo muchas; siempre fue hombre de buen ver y de maneras muy cuidadas. Cuentan que su amor por ella era tan grande, que en el lecho de muerte le prometió que sus ojos nunca mirarían otros que no fueran los suyos. Y así fue. En lugar de enloquecer ante tan severa promesa, nunca perdió la sonrisa. Su rostro no era el de un viudo demacrado por los años y la soledad. Al contrario, reflejaba la tranquilidad metafísica de aquel que se levanta al lado de la persona amada y sabe que a la vuelta ella estará ahí. Al llegar al barrio, estaban todos los vecinos esperándolo como una turba enfurecida de hinchas. - Buenas tardes -dijo Pascual como todos los días y se dirigió a su casa. - Buenas tardes, Pascual, ¿podés decirle a tu vaca que deje de mugir? Mirá que esta situación ya es insostenible. - Tranquila, Pepa, que este domingo invito yo al asado -puntualizó amenazante el turco sin quitarle vista a Pascual y secundado, a juzgar por el revuelo que se formó, por el resto de los vecinos. - No se preocupen. Mañana antes de la siesta la vaca no mugirá más y con esa parsimonia típica de su carácter contenido, los despachó y sin decir más entró a su casa. - Eso espero, Pascual, eso espero, porque si no… -le gritó el turco envalentonado a tres metros de la puerta ya cerrada. La vaca se merecía la picota, no hay que negarlo, pero los vecinos respetaban mucho a Pascual, por sus años y porque siempre fue un hombre muy cortés, y de la misma forma que recelaba la suya, nunca se metía en la vida de los otros. De él no se sabía otra cosa que la pasión por su oficio y su afición a los tangos, que cada noche salían rasgados de su vitrola como si ese hilo de voz se llevara sus tristezas. Así que convinieron en tomarle la palabra. De no ser así -juraron- la vaca de todas formas dejaría de mugir antes de la siesta. Esa noche la luz de su cocina nunca se apagó. Lo último que se escuchó fue un mugido profundo, agónico, mezclado con la voz de Gardel. Y sólo quedaron la luz encendida y su sombra trasteando hasta que cantaron los primeros gallos. A pesar de haber dormido poco, Pascual se levantó como de costumbre para abrir su carnicería. Se tomó su mate y salió. - ¡Buen día, don Pascual! -lo saludó una de las vecinas con tono más conciliador. - Buen día, Señora ¿cómo le va? - ¿Mucho laburo esta noche, eh? -le increpó la mujer esperando algún tipo de comentario que le aclarase la situación con la vaca. - Sí, un poco -y añadió casi al doblar la esquina-. Espero no haberles causado muchas molestias… La vecina entendió, como todos en aquel momento, que Pascual se había


33 deshecho de la vaca. Al regresar del mercado, trajo con él varios sacos grandes. Nadie sabía para qué. Lo que sí es cierto es que no era la primera vez que lo hacía. Desde que enviudó, era bastante habitual verlo llegar con semejante carga. Y el día que venía con ella pasaba la noche en vela trasteando y escuchando tangos hasta altas horas de la madrugada. Después de Claudia, la vaca era lo más importante para Pascual. Una vez que estuvo especialmente hablador conmigo, me contó que su compadre el de la chacra se la regaló todavía ternerita cuando enviudó. Siempre la tuvo en el campo, y todos los fines de semana sin falta se iba a pasar los días allí donde la tenía, como si esa vaca fuera el último reducto de su amor por Claudia. La cuidaba, la mimaba e incluso le hablaba con la misma ternura con la que un padre habla a una hija. Pero como todos los mortales, la vaca envejeció, y Pascual decidió traerla al barrio. Si bien le apenaba la idea de quedarse sin su vaca, antes prefirió matarla él que volver a sufrir la agonía de un ser querido. Era extraño, o quizás más que extraño, admirable ver cómo a pesar de su mala fortuna, Pascual seguía sonriendo. Yo se lo decía, ¿por qué no te casás con una buena mujer? Mirá que a tu edad la soledad pica. ¡Y me sonreía!, como diciéndome, ¿qué sabrás tú de mi soledad, mijo? Con los años ya casi nadie se acordaba de la vaca, sólo alguno que, de vez en cuando para cargarlo, le preguntaba a Pascual por ella. ¿Mi vaca? Por ahí anda, che…, contestaba siempre. ¡Qué bárbaro! ¡Qué sentido del humor!, pensaba yo. El hombre siguió haciendo su vida como antes, hasta que una enfermedad pulmonar crónica lo empezó a consumir. Fue entonces cuando me delegó por completo la administración de sus asuntos en el mercado. Aún así, todos los miércoles sin falta se daba la vuelta para verificar que todo anduviera bien y, sobre todo, que los clientes estuviesen bien atendidos. Pero un miércoles especialmente frío, Pascual no apareció por la carnicería. No me sorprendió, más bien me pareció sensata su decisión de no venir porque esta temperatura lo único que podía hacer con él era matarlo de una neumonía. Sólo comencé a preocuparme cuando pasaron varias semanas y no apareció más por allí. Las vecinas sospechaban que algo andaba mal en casa de Pascual. Gardel ya no cantaba y nadie lo veía salir o entrar. Así que una tarde mandaron llamarme suponiendo que, por mi lealtad laboral de tantos años -desde los catorce que comencé a trabajar con él-, yo era para él lo más cercano a un familiar. Cerré la carnicería y fui directo a su casa. Al abrir la puerta, un fuerte olor a azufre y podredumbre me pegó en la cara. Toda la casa olía a carne charqueada, y cada vez que daba un paso era como caminar sobre una alfombra de sal. Afuera, los vecinos esperaban noticias. Cuando entré a su pieza, una mezcla de asco y compasión me estremeció. Pascual, duro como una papa, yacía aferrado a una larga y huesuda mano de mujer, que asomaba frágil a través de una de las costuras del estómago de su vaca.



José Luis Reina Palazón

Sobre el interés de la publicación de la Poesía Completa de Nelly Sachs (1891-1970). Nelly Sachs nació el 10 de diciembre de 1891 en Berlín, como hija única de Margarette Sachs y de Georg William Sachs, industrial e inventor aeronáutico, ambos pertenecientes a la fe mosaica. Murió en el exilio sueco, el 12 de mayo de 1970 en Estocolmo. Sus primeras obras se perdieron en la huida ante las leyes racistas de la dictadura de Hitler, de la que gracias a la ayuda de la escritora sueca Selma Lagerlöf y del príncipe Eugen Bernadotte logró escapar poco antes del comienzo de la guerra huyendo hacia Estocolmo. Allí recibió el Premio Nobel de Literatura en 1966, pero su obra, ya famosa en años anteriores, había recibido numerosos premios entre los que destacan el Premio de Poesía de la Asociación de Escritores suecos en 1958, el Premio de Literatura de la Asociación de la Industria Alemana en 1959, el Premio Droste de Meersburgo en 1960, el Premio de la Literatura de Dortmund en 1961 o el Premio de la Paz de los libreros y editores alemanes en 1965. En 1967 fue nombrada ciudadana de honor de la ciudad de Berlín y se convirtió también en miembro correspondiente de las Academias de la Lengua y Literatura de Darmstadt, Hamburgo y Baviera. Todos esos reconocimientos literarios, académicos y oficiales corresponden a la importancia de una obra ya famosa entre el público lector, especialmente alemán y sueco, desde mediados de los años 50 hasta la fecha de su Premio Nobel, cuando su fama se extendió internacionalmente, siendo traducida a más de doce idiomas, entre ellos el español y el catalán, a los que se tradujo una obra de teatro titulada El sufrimiento de Israel. Eli, y una pequeña antología de su excelente e incomparable poesía. Lo que nosotros ofrecemos en nuestra traducción que publicará la editorial Trotta de Madrid es el conjunto de toda su Poesía Completa, un total de 540 poemas, divididos en los seis libros siguientes: «En las moradas de la muerte», «Eclipse estelar», «Nadie sabe», «Fuga y transfiguración», «Viaje a la transparencia» y «La muerte celebra aún la vida». La relevancia de la traducción de esta poesía se debe a varios factores. En primer lugar, el enorme interés por la poesía acerca de la tragedia humana, cultural y política del holocausto, demostrado por la enorme difusión en España de la obra del poeta también judío, amigo íntimo de Nelly Sachs, Paul Celan. Sus Obras Completas, que traduje por primera vez en su totalidad a un idioma extranjero, el nuestro, el español, alcanza la sexta edición en la editorial Trotta, fenómeno insólito, no dado en otras lenguas importantes como el francés, italiano e inglés, donde también está traducido, aunque no completo. Esa traducción de Celan obtuvo el Premio Nacional a la mejor obra traducida en el año 2000. Pues bien, mientras la obra de Paul Celan es en parte de un difícil hermetismo y de una queja crítica y denunciadora del hundimiento ético, cultural y político que supone el holocausto, la obra de Nelly Sachs, centrada también sobre ese tema, pero diversificada en otros como el amor, la soledad, la creación del poema, la comunicación humana o la visión de nuestra historia actual a través de referencias bíblicas, vive de una esperanza de trascendencia del mal humano, del nihilismo de los valores de él derivado y de la transfiguración incluso de la muerte por medio de la fe en la resurrección. Enlaza así con nuestros valores culturales cristianos a los que Nelly Sachs implica constantemente en su obra, con explícitas referencias a Cristo. Su obra es por lo tanto una obra de superación de la negatividad histórica de nuestra existencia, un canto de excelente calidad literaria a lo mejor del hombre: la trascendencia de sus límites por su propia creación. En los ejemplos adjuntos, es fácil comprobarlo.

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Nelly Sachs

QUÉ BUSCAS huérfano sintiendo aún en la tierra la era glacial de tus muertos las azules lunas aclaran ya la noche extrajera. Más rápida que el viento mezcla la muerte las cartas negras tal vez un arco iris desprendido de las escamas del pez cerró ahora los ojos de tu padre, sal marina y lágrimas en la venda de muertos transitoriedad. ¿Tal vez el beso omitido de la madre descansa en el bramido de polvo de la garganta del lobo? El verdugo en las tinieblas cargadas de culpa ha escondido su dedo profundamente en el pelo del recién nacido que ya hace brotar años luz en cielos no soñados. De la tierra la lengua de ruiseñor canta en tus manos huérfano que buscan en el adiós que se volvió negro de la arena lo amado buscan que hace tiempo desapareció de dientes de estrellas aserrados cortantes


37 QUIÉN SABE, donde están las estrellas en el orden de gloria del creador y donde comienza la paz y si en la tragedia de la tierra la agalla del pez arrancada con sangre está determinada para completar la constelación Martirio con su rojo rubí, a escribir la primera letra del lenguaje sin palabras Sin duda posee amor la mirada que a través de los huesos va como un rayo y acompaña a los muertos más allá del aliento pero dónde los rescatados deponen su riqueza es desconocido. Las frambuesas se delatan en el más negro de los bosques por su olor, pero el peso del alma dejado por los muertos no se delata a ninguna busca y puede sin embargo temblar alado entre hormigón y átomos o siempre allí, donde un lugar para latidos había sido olvidado.

EN EL CREPÚSCULO MATUTINO, cuando la moneda de la noche acuñada de sueño se voltea y costillas, piel, ojos son llevados a su nacimiento el gallo con la cresta blanca canta, llega el terrible momento de la pobreza sin Dios, se alcanza una encrucijada Delirio se llama el tambor del rey Sangre sosegada corre


38/ ¡NO SÓLO PAÍS es Israel! De la sed en el anhelo, de la raíz de medianoche calentada al rojo a través de las puertas del cereal del campo hasta los espíritu-azules bebedores de aliento detrás de la gracia de azucarado brazal de ciego. Alas de la profecía en el hombro de arena del desierto. Tus pulsos cabalgando en la tormenta nocturna, los pies de bronce de tu montaña que resopla eternidad galopando hasta en la espuma blanca como leche de las oraciones de los niños. Los circulares meridianos de tus huellas en la sal del pecado, tus verdes raíces de bendición adormecidas en el martirizado cielo del desierto, la abierta herida de Dios en el plumaje del aire

TODAVÍA MEDIANOCHE en esta estrella y los ejércitos del sueño. Sólo algunos de los grandes desesperados han amado tanto que saltó el granito de la noche ante la cornamenta que corta en blanco de su rayo. Así Elías; como un bosque con raíces arrancadas se levantó bajo el enebro, pulió, sangría de un pueblo, sangrientas piezas de anhelo detrás, siempre pegado a su gravedad el dedo de ángel como un rayo de luna que sorbe cansancio, abismos llevando hacia casa ¡Y Cristo! En la cruz del fervor sólo inclinada cabeza colgando la mandíbula, con la roca: Basta.

© Herederos de Nelly Sachs © de la traducción: José Luis Reina Palazón


Jos茅 Antonio Ant贸n Pacheco

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© José Antonio Antón Pacheco

El pozo y la estrella. Jerez de la Frontera: EH Editores, 2006.


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© Fidel Meneses

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PALAZON.COM


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Antonio Tienda Rodríguez.

In memoriam II o Sobre la educación. Para Juan Pablo Alcaide hijo porque en una tarde de verano en su patio “almagreño” descubrió que la caverna de Platón no era sólo una alegoría.

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e pide mi voluntarioso y buen amigo Miguel Ángel Rivero, un nuevo mordisco, un bocado crítico a las conciencias, una reflexión sobre la educación. Y lo hace, el muy “puñetero”, en las postrimerías del estío cuando en el horizonte parecen vislumbrarse los primeros perfiles del curso escolar, de agrias y rudas formas, y quedan en el ánimo aún las caricias del tiempo libre en buena compañía, las dulces vivencias del viaje norteño y el sonido arrullador de las olas muriendo en la playa. Cuento esto porque no sé si alcanzaré a dar verdadera cuenta de lo que pienso, si estaré a la altura de lo que él espera por culpa de la añorada resaca veraniega, o si no estaré, en cualquier caso, clamando en el desierto. Sea como fuere, el caso es que asistimos a un tiempo en esta cuestión, la educativa (también en otras), que olvida lo fundamental, prestando atención a lo que es periférico e insustancial. Así pues, recordemos algunas cosas sencillas para justificar el título, nada “progresistas”, pero simplemente ciertas: 1º. Prometeo robó el fuego (la luz del saber) a Zeus y se lo entregó a los hombres. Con él, los hombres salieron del sueño y las tinieblas en las que se encontraban. Otra cosa es la cólera en la que cayó Zeus (ya se sabe, detentaba el poder) y las consecuencias fastidiosas que tuvo para el titán Prometeo su heroísmo. 2º. Adán y Eva, Eva y Adán (ahora quiero ser políticamente correcto) comieron del fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal, cuya consecuencia fue la expulsión del paraíso. Ahora bien, esta expulsión significa para ambos salir de su condición animal (las fieras no eran tales para ellos), de su sonambulismo, del estar dormidos pero parecer despiertos, por tanto, adquirir su plena condición humana: saber y ser libres, libres de hacer el Bien o el Mal, para lo cual previo es pensar o conocer. Estos son los dos pilares sobre los que se asienta el edificio cultural de Europa, de Occidente. Nosotros somos hijos de esas fuentes: la grecolatina y la judeocristiana. Toda nuestra civilización (desarrollo político, social, económico, técnico, etc., con sus miserias y sus glorias) depende de esos dos relatos. De lo que se deduce que si eliminamos tales pilares y olvidamos esas ideas y su sentido, el edificio se derrumbará, se arruinará, las grietas y las malas hierbas se apoderarán de él. La barbarie campeará por sus respetos, no quedará lugar para las personas, sino sólo para los súbditos. Es lo propio del orientalismo. Para desgracia nuestra, los que creemos aún en la civilización y no en las gracias de la selva, en el humanismo y no en la pléyade de especies bárbaras o vándalas que nos pueblan, los tiempos que corren certifican tal tendencia. Pero a esa tendencia, es decir, a quitarnos el fuego del saber, devolvérselo a Zeus para sumirnos en un profundo sueño y acabar de nuevo en el paraíso de la madre tierra acompañados de mil animalitos como nosotros, ha contribuido el actual sistema educativo en forma harta. ¿Qué sistema educativo? Hagamos memoria, mejor Historia. Hablamos del modelo ideado en los ochenta del siglo XX por los nuevos dirigentes socialistas en España, entonces Maravall, Ministro de Educación y Ciencia, y su segundo de abordo, Marchesi, luego refrendado por el que fue Secretario de Estado de Educación (seguro que les suena) Pérez Rubalcaba, y que también llegó a ser ministro del ramo. Desde entonces, pese a los intentos tímidos del PP de dar un cierto viraje al rumbo de la nave en los últimos años de su gobierno, lo que se ha fortalecido como idea (precisamente en las clases populares, auténticas víctimas el desaguisado) es que la excelencia, el conocimiento, el mérito y el esfuerzo no forman parte de la tarea del aprender; y que de aprender algo, que sea funcional, práctico al mercado -le llaman ahora competencia-. Paradojas de la vida, los chicos de Pablo Iglesias, cultivadores de


45 las teorías funcionalistas del magnate Rockefeller. Así pues, si todavía hay alguien que sabiendo algo quiere enseñarlo, algo de eso que nos hace ser propiamente personas, algo de eso que se llamaban humanidades y ciencias, que nos incorporan al occidente, que nos dan el norte, debe tener claro que el sistema (en sus diversas variantes -la cosa va para más de 19 años- : LOGSE, LOPEGSE, y LOE; no meto aquí la LOCE porque fue el intento abortado por Zapatero de cierto viraje) se ha encargado de moldear alumnos y padres de alumnos, en número creciente, nada propensos a querer aprender, a emplear el esfuerzo necesario para usar su entendimiento y apropiarse de esos tesoros y con ellos ser libres. Bien al contrario, todo se encamina a agotar al que enseña con nuevos saberes menores y mil tareas burocráticas insanas e inútiles ideadas por una nueva casta de sacerdotes (cierta suerte de pedagogos), para que dimita éste de su verdadera función -transmisión de las ciencias- y para, de paso, hacer creer a los que deben aprender a humanizarse que ello es tarea gratis, donación del Dios Estado o faraón o rey en su taifa. Por cierto, los incautos, algunos todavía en rancia coyunda con prejuicios ideológicos pseudo-progresistas, han comprado la mercancía como loa a la igualdad, cuando en realidad no hay cosa más reaccionaria y esclavizante que la ignorancia, pues todo ha acabado en “todos iguales, pero igual de ignorantes”, como dice nuestro cervantino y sabio José Jiménez Lozano. Ahora bien, para que nadie crea que me he vuelto “facha” puedo proporcionar mil artículos de este tenor del mío de figuras de la cultura nada sospechosas de rancio conservadurismo, ¿o sí? Por ejemplo, Eugenio Trías, Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Arturo Pérez Reverte, José Antonio Marina, Adela Cortina, Arcadi Espada, Victor Gómez Pin, Aurelio Arteta y un largísimo etc., que conecta con una fortísima corriente de tradición intelectual en España que se ha expresado a través de los Unamuno, Giner de los Ríos, Ortega y Gasset, Zubiri, Julián Marías, María Zambrano, Ramón y Cajal, Fernando de los Ríos, Severo Ochoa, Laín Entralgo, etc., partidaria de la extensión del saber con mayúsculas, único modo de fortalecer la musculatura del cuerpo social haciendo posible auténticos ciudadanos libres. Aunque he de reconocer también que ignoro -pecado mío- lo que piensan sobre la cuestión los partidarios de la ceja circunfleja: Víctor Manuel y Ana Belén, Joaquín Sabina, Concha Velasco, Joan Manuel Serrat, la saga de los Bardem y Almodóvar (sean conmigo todo lo tolerantes que esta revista abierta requiere). Pero además, cabe preguntar si los hijos de los diseñadores y dirigentes de la cosa, más simpatizantes, han pasado por tan dolosa situación o han buscado mejor acomodo para ellos en centros educativos que se han pasado por el arco del triunfo las pragmáticas dictadas. La respuesta es que esos chicos, gracias a padres preocupados sólo por ellos, se han salvado. No así los hijos de las clases más populares o medias bajas, que son los que están engrosando las cifras más altas de fracaso escolar (superior al 30%). Esos adolescentes, en su mayoría porque adolecen de la suficiente voluntad y la formación necesaria para promocionarse realmente en la sociedad y construir su propio proyecto personal, se convierten en los nuevos cautivos de Zeus, quedan en el mundo como nuevos Adanes, desnudos y sonámbulos, envueltos en un falso paraíso. Por tanto, nunca en la historia reciente de España, un modelo educativo cantado por las sirenas del poder como progresista ha sido más reaccionario, más generador de desigualdad. Esta película sí que podría, de verdad, titularse “La mala educación” y, de paso, llamarse nuestra Institución Educativa, Institución Libre de Aprender (permítanme a estas alturas la exageración).

Véase el magnífico estudio “El efecto Logse…” del Instituto Forma en www.institutoforma.com


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Edgardo J. Núñez Caballero

pisaba el mundo corrigiendo la noche con un pretexto cualquiera -Juan Gelman Ain´t it just like the night to play tricks when you are tryin´ to be so quiet? We sit here stranded, though we're all doin´ our best to deny it. -Bob Dylan

* Detrás de la barra, impecablemente vestido de blanco, Humphrey Bogart sostiene en su mano derecha un cigarrillo que el tiempo no consume. Un reloj de juguete que una vez fue blanco y siempre marca las doce, Mickey Mouse, Edith Piaf, el Che Guevara y la rubia platino que te invita a beber una cerveza Blonde, comme vous la préférez!, se disputan la otra mitad de un espejo decorado hasta el cansancio por un contingente de lucecitas rojas que, visto a cierta distancia, forma un insólito corazón asimétrico. Desde la única mesa del bar que ofrece un ángulo de visión lo suficientemente incómodo como para tener que aferrarse a la imaginación para descifrar el entorno inmediato, Antoine O. corrobora que el sonido de un par de tacones cruzando el umbral corresponde a un cuerpo de mujer que, tras abrir la puerta, deja afuera el frío de la noche y se detiene en la barra. Con ambas manos arropando sacerdotalmente un vaso de vidrio, piensa que adentro la noche es una catedral de humo, un mundo de madera y fósforos ahogados en un brevísimo charco de ginebra y limón amenazando con derrumbarse al menor contacto. Esa mujer, ahora mismo, es una guitarra azul, dice para sí en un murmullo inaudible para el resto de los mortales, como todas las guitarras. Acerca el vaso a sus labios como quien prepara una trompeta para entonar una melodía difícil, lo sostiene unos instantes a la altura del pecho, apura un trago desapasionado y aparta la mirada de la barra. Como a través del espacio vacío de una ventana entreabierta, flotando dentro de aquella trampa de vidrio, descubre a la criatura: un punto negro a la deriva lo mira con ojos de alguien que acaba de renunciar para siempre a su derecho a la timidez. * Y la rue des Abesses cerrada. Estas malditas piernas tan lentas y torpes cuando hay que apurar el paso, y justo ahora el frío, y este viento endemoniado golpeándome en la cara. No es que tenga miedo, pero ¿por qué tenía que ser hoy, y de esta manera tan vulgar, por qué no podía ser como en aquella de Alain Delon (lo estoy viendo: cigarrillo en mano, ni una sola arruga en el traje) cuando sube por esta misma salida de metro y encara a su enemigo en plena calle? Yo que nunca trabajo los domingos y hoy que no lo pensé dos veces, saqué el vestido azul y me lo puse como si fuera viernes o uno de esos martes que parecen jueves. Mi buena suerte y yo, tremenda pareja de mierda. Si la gente fuera educada en esta ciudad, estoy segura que alguien se detendría a decirme: “señorita, tiene usted las piernas más hermosas que jamás he visto, necesita que la lleve a algún lugar”. Los que me conocen saben que yo, que no le debo favores a nadie, sería incapaz de aceptar una propuesta como esa viniendo de un desconocido, pero continuaría mi camino feliz, complacida de saber que todavía queda decencia en el mundo. No puedo creerlo… lo que me faltaba, subir en tacones esta montaña rusa de escalones. Al menos alguien tuvo la delicadeza de poner en acción toda la ironía del humor francés al nombrar esta calle: rue du calvaire. Qué risa: BARE NOSTRUM, un tugurio con nombre de letanía de iglesia a los pies de la calle del calvario. Sólo necesito ver un gato negro, un murciélago gigante o una vieja andrajosa rodeada de perros con hambre para convencerme que soy la protagonista de un filme de horror junto a Bela Lugosi, que todo está bien, que después del rodaje fumaré un cigarrillo en el camerino, que no llevo tacones y un vestido azul, y que nadie me persigue para matarme. Humphrey!… **


47 El hermoso naufragio de una espiral en la trastienda de su bebida no impide que Antoine O. se reconozca incapaz de determinar el origen de una sucesión de vocales y consonantes que el deseo pudo hacer pasar por una frase susurrada al oído. Penetra el vaso de vidrio con su oreja derecha como quien entrega, ingenuamente, la voluntad al oleaje perpetuo de un caracol marino; apoyando una mano en cada muslo, espera. Comienza a sentir que deja de sentir ese engranaje de tejidos, órganos, sangre mediterránea y huesos que una tarjeta de identidad nacional resume, tenazmente, en dos palabras: Antoine Occhifini. Y observa. Escucha. Cada vez más ligero, cada vez más parecido a un oído enorme que le juega bromas al cerebro a esa hora en que el silencio es una palabra que siempre llega a destiempo. Su cuerpo busca asilo en algún lugar situado entre la parte superior de la cabeza y el cielo; pisándole los talones al asombro, se deja llevar. Ni siquiera sus ojos, aquellos ojos tan acostumbrados a arrancarle a la piel de la noche las pirotecnias y los laberintos más inauditos, dan crédito a lo que acontece: un frágil cuerpecito alado le habla desde las ruinas de su trago medio vacío. ¿Qué? ¿Yo?... no puedo hacer eso... ni siquiera te conozco… reacciona Antoine O. con la sombra de una duda alterándole la posición natural de las cejas. Que una abeja aterrice en un vaso, imantada por una sed insaciable de néctar, no es acontecimiento digno de asombro, mucho menos de regocijo. Que una mariposa, en ausencia de luz y a falta de puerto seguro, atraque en una boca mal cerrada en el momento menos indicado, es una posibilidad estadística. Ahora, que un insecto pierda la capacidad de mover sus alas en pleno vuelo, naufrague en un vaso de ginebra y exija morir con dignidad, eso es otra cosa. Yo también lo he pensado, dice Antoine O. casi interrumpiendo la súplica de la criatura, siempre he procurado tenerlo cerca, palpitando en voz baja, siempre ahí, el final al alcance de la mano, pero nunca buscando dignidad, esa palabra que la muerte no conoce… Y sin la intención de manosear el desamparo de la criatura con una pregunta retórica, añade: pero, ¿tú? No sé…¿no te parece que ver la noche boca arriba es mejor que esto, que vivir en medio de este tráfico de cubos de hielo y buenos modales? Desde una mesa contigua, una botella de champagne barato derroca al corcho que la oprime, un disparo seco se encarga de interrumpir el tránsito de una respuesta en ruta hacia la pregunta -todavía tibia- de Antoine O. Una gota larguísima se derrama sobre el pecho de la botella como diciendo existo. Entonces la noche vuelve a ser un tráfico de cubos de hielo y buenos modales. Antoine O. lo sabe. Percibe un cementerio de cigarrillos palpitando a su lado que lo invita a recordar que está sediento, que ha decapitado una decena de colillas, y que siente sed porque posee una garganta, y que si posee una garganta es porque es prisionero -una vez más- de ese engranaje de tejidos, órganos, sangre mediterránea y huesos que una tarjeta de identidad nacional resume, tenazmente, en dos palabras. La criatura ya no lo mira, no pronuncia palabra. Apenas alcanza a divisarla navegando entre laberintos líquidos de ginebra y limón. Los ojos ya no se abren generosos, aquel frágil cuerpecito alado no exhibe la misma gracia desinhibida de antes. Aun así, una hebra liviana -hecha de la misma materia borrosa que vive en el centro de las cosas que no tienen explicación- lo ata, lo hermana irremediablemente a ese recinto invisible que se ha erguido en torno al vaso y su cuerpo. En ese momento, un hombre con cabellos que todavía eran grises se acerca a su mesa con la lenta cadencia de quien tutea diariamente a la rutina. Una mano amenazante se aproxima hacia el vaso: ¡No! No lo toque…gracias. Otro, por favor, quiero otro pero aún no he terminado… A un milímetro de la tragedia, Antoine O. se acomoda nuevamente en su silla, aliviado, dispuesto a esperar una señal venida de ese costado de la noche que se abrió de pronto ante sus ojos.

Las postales fotográficas podrán decir lo que quieran de París, pero no hay nada más vulgar que morir en las calles de una ciudad sitiada por toneladas de mierda de perro. Lo supo Humphrey y también lo supo Ingrid. Regaron las plantas con champagne antes que dejárselo a los invasores, pero jamás les cruzó por la mente la idea de esperar el final entre balas de cañón y mierda. Mejor sofocarse bajo el sol de Casablanca que sentarse a jugar el juego del perseguido. Debiera estar prohibido que la muerte persiga a uno. La muerte debiera llegar y pedir permiso para entrar, dar las buenas noches, como en el cine. Una vez frente a la sala de proyección, tomarnos de la mano, conducirnos hasta nuestro asiento y preguntar si se nos


48 ofrece algo. “Un whiskey irlandés con un cubo de hielo, por favor”. No sé por qué me preocupo, nadie me vio entrar, el frío se quedó afuera y aquí soy inmune al viento y a la subida de la rue du calvaire. Además, siempre hay alguien más jodido que uno, la Piaf, por ejemplo, ¿cómo hizo para meter tanta lágrima en una sola voz? “¿Me da fuego, si es tan amable?, gracias…” Ah, qué fácil sería, las luces se apagan, poco a poco la felpa de la butaca nos va diciendo que estamos donde debemos estar, un rayo de luz llena la pantalla con nombres y apellidos en blanco y negro, y un allegro de violines nos anuncia que durante una hora y cincuenta y cuatro minutos el tiempo se va a detener…

¿Estás ahí?, pregunta Antoine O. cautelosamente, al tiempo en que inclina el torso hasta colocar la oreja derecha en el ángulo preciso de la comunicación. Sé que me escuchas, pero entiendo si prefieres no hablar…, dice, ocultando su vehemencia. Puedes contar con mi ayuda, confiesa decidido, mientras piensa que solamente a él le ha sido dado ser protagonista de una misión que durante siglos se ha fraguado, secretamente, en la esperaza de dejarse caer en buenas manos. Aquí tiene, interrumpe el hombre de cabellos que todavía no eran blancos. Posa un segundo vaso junto al que ya descansa sobre la mesa, y se aleja. Al menos mírame para saber que me escuchas, susurra Antoine O. no con mucha esperanza de poder retomar la comunicación, moviendo las manos ligeramente como tratando de subrayar la voluntad persuasiva de sus palabras. Movido más por la expectación que por la necesidad, provoca un delicado tornado gris en las entrañas del segundo vaso que remedia el divorcio de la ginebra y el limón. Mientras espera una respuesta, incorpora diminutas bocanadas de alcohol hasta sentir que sobre su lengua se ha formado un delta perfecto donde la cebada y las bayas de enebro se besan con el ácido cítrico. Sabía que me escuchabas, y no, no tienes nada que agradecerme. Te lo prometo, puedes contar con mi ayuda, responde Antoine O. arropando despaciosamente la circunferencia del primer vaso con cinco dedos. Un segundo antes de deshacerse en dos pedazos, el cadáver de la botella de champagne barato da un traspié desahuciado sobre el vientre de la mesa contigua. *** Una botella menos. Como si no tuviera nada más importante que hacer, aquí sentada, viendo a cuatro tontos dejar caer botellas de champagne al suelo y a un borracho contarle sus penas a un vaso de vidrio, tiesa como una estatua, con la confianza puesta en que mientras quede whiskey irlandés en este vaso y mientras las nalgas que Dios me dio descansen sobre este decrépito taburete de madera, soy dueña de mi destino. No sé cuántas veces se lo dije, no me cansé de repetirlo: “no quiero acabar como Mary Astor en El Halcón Maltés, con un pie en la silla eléctrica por culpa de unos cuantos billetes”, pero, claro, hacía falta una mujer con mi talento histriónico, nadie lo podía hacer sino yo, me dijo. “Además -añadió- no tienes de qué preocuparte, en este país hasta los verdugos tienen clase: nada de carne quemada, un solo corte impecable sobre la nuca, et voilà”. Y ésta que iba a ser mi última vez… nunca mejor dicho, mi última vez. Qué más da: un balazo en pleno centro de la espalda, un navajazo al cuello o una palabra traidora. Mientras más pienso en lo que ellos deben estar pensando que yo estoy pensando en este momento, más tiempo tienen para encontrarme, más tiempo para ellos y menos tiempo para mí, más tiempo para el tiempo y para que la muerte me sorprenda con su escopeta ciega, la muerte haciendo su trabajo y yo sentada aquí, desarreglada, pensando en una botella rota y en El Halcón Maltés. Ya imagino los periódicos: “Ha fallecido mademoiselle…”, qué horror. Grace, Marilyn, con nombres como esos da gusto morirse, a toda velocidad, ni un segundo antes, con una écharpe de seda besándome el cuello, como Isadora Duncan, ese sí es un nombre… que me llamen Isadora, Isadora a secas. A quién le importará mañana si me llamaba Sandrine, Françoise o Marie, si mi apellido era normando o bretón, si nací en el campo o si viví en un atelier de Montparnasse. “Isadora ha muerto. Los informes preliminares indican que murió aquejada de belleza.”, ni una palabra más.


49 Con voz de barco hundido, la criatura ha tomado prestada una palabra, la ha sopesado, y ha dejado caer un epitafio sobre su lengua. Antoine O. lo sabe. Fuera de la prisión del pensamiento. Fuera de la mirada de los hombres. Fuera de la crueldad de la incomprensión. Pura lucidez en carne viva, Antoine O. empuña el vaso, lo sostiene unos instantes a la altura del pecho, y con la misteriosa suavidad de quien asume su destino, apura un trago generoso. Tenía que ocurrir. Una promesa es más que doce consonantes y once vocales: puedes-contar-con-mi-ayuda, cárcel de vidrio; puedes-contar-con-mi-ayuda, sabor amargo; puedescontar-con-mi-ayuda, antes que el hielo se derrita; puedes-contar-con-mi-ayuda, música húmeda; puedes-contar-con-mi-ayuda, antes que suba la marea; puedes-contar-con-mi-ayuda, comer tu carne; puedes-contar-con-mi-ayuda, beber tu sangre; puedes-contar- con-mi-ayuda, noche cerrada; puedescontar-con-mi-ayuda, corazón ahogado; puedes-contar-con-mi-ayuda, matar a la muerte; puedescontar-con-mi-ayuda, vida mía. Ahora somos uno, nunca más la certeza del final arropándote como una segunda piel, nunca más la soledad y el desamparo acariciándote con sus patas de cucaracha, dice para sí, como si la criatura todavía pudiera escucharlo.

Calle abajo, la fatalidad le sale al paso a una silueta azul que, segura de lo que está por acontecerle, deja caer su última palabra sobre el asfalto: Isadora… El eco desgarrado de un motor dibuja en el aire una ronca cicatriz en si bemol, nadie escucha por última vez el compás a contratiempo de los tacones de la mujer que, durante unos instantes, fue una guitarra azul. Adentro, sin demasiada sorpresa, Antoine O. siente que las palabras que acaba de pronunciar tienen como telón de fondo un coro repentino de voces y carros de policía. La puerta se abre, y entra un hombre uniformado, seguido de un frío implacable. Yo no he visto nada, mi trabajo es servir tragos de la manera más educada posible, lo que pase más allá de esa puerta no es mi problema, dice el hombre de cabellos que todavía eran grises. Antoine O. devora la escena con una mirada serena, casi jubilosa, tras haber cumplido su palabra. Todavía con el recuerdo de las súplicas de la criatura ardiendo entre las cejas, se incorpora. Extiende paralelamente ambos brazos en dirección del hombre uniformado, y con la determinación de asumir la responsabilidad de sus actos, dice en voz alta: Yo la maté. Camina hacia la barra de madera, se detiene, y el espejo le devuelve su mirada, serena, casi jubilosa, flanqueada por el humo del cigarrillo de Humphrey Bogart y el reloj de juguete que marca las doce en punto.


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JosĂŠ Antonio R. Torres L A S

P E O R E S

P O R T A D A S

D E L

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Isabel Castaño F

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Por la señal de la Santa Cruz La primera se la hizo en la frente. La segunda en la boca. La tercera en el pecho. La cuarta repicó en su mente: ¿Aceptas a esta mujer por esposa hasta que la muerte os separe?

Últimas voluntades Como prueba de amor él le dejó, a su muerte, sus derechos de autor. Como prueba de que no lo amaba ella le dejó, en vida, por un autor de derechas.

Puntos de mira En lugar de llevarla a las barracas de feria a apuntar y tirar con la escopeta, el oficialito la llevaba a las barricadas y se la tiraba a punta de escopeta.

Objetos perdidos Perdió el juicio. Y la piel de su mujer. Y la casa que lo cobijaba. Perdió también el rumbo y los dos mastines, el trabajo, la consola y los amigos comunes. Lo perdió todo. También el juicio.

Avecrem Le pidió cuentas. Como no le salían, la puso a caldo.


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José Luis Reina Palazón

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I Allí, donde cantan auroras en los bolsillos hilvanados de los ejecutivos, donde toda luz es signo prometido, y todo amor caído inexacta ilusión, en los bulevares sin olor ni silencio, entre los cuerpos de plástico sin pena, en los insomnios fluorescentes, en la patita rota de la paloma soledad, allí canta también la nieve del alma, un cristal siempre roto a la verdad, una ficción de nieve. Los restos, siempre los restos, su deletreo callado, su mínima verdad, el esplendor que escribe un corazón de entonces. Manos, signos, manos, signos, signos, otra verdad, vieja, nueva verdad, nunca verdad, nunca nada, nada, nada, resplandece.

II Y así el amanecer. Un despejar la fiebre, la secreta locura, el candor, los huecos trasladados de la nieve. Alma. Labios que anuncia el alma, signos que son de amor, mano que vive alzada por un saber o ser del sentimiento, sí, del sentimiento, sentimiento del tiempo, revelación, eso no más, tiempo entregado, traslado de figuras en la nieve.

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III Tiempo. Tiempo. Y tu te irás. Algo llevas de mí. Ese silencio no roto aún. El resto de la pasión que envuelve sin cesar, por la distancia, por el secreto de cada muda expresión, por cada gesto que no se pierde en nieve. Sólo impulsa el cristal, el fuego humano, que comunica en ciernes como un ave rapaz que esperara en el cielo para arrasar, pero su ojo nada puede ante el asfalto del silencio. La paciencia es su fin. Ella hila la sombra de esa espera que reluce más tarde como un dios, allí donde lloran los ejecutivos su decadencia letal, donde el color del whisky es la flor del deseo, donde el aire es ausencia y la ausencia verdad, donde el gesto se acaba entre espasmo y realidad, donde muere la muerte de su falta de azar, allí donde los cuerpos viven sin cuerpos, donde la estupidez vital disuelve el alma. Sí, allí, donde destellan tu amor y mi silencio, perdidos en el vidente laberinto de la soledad, entrañados entre signos de cristal y pasión, transparente presencia, como si hubiéramos entrado juntos en la escritura, sí: lost in translation.

© José Luis Reina Palazón


CLÍNICA DENTAL Y LABORATORIO

Pasaje Federico Suárez, 6 Teléfono: 95 584 39 50 41540 LA PUEBLA DE CAZALLA (Sevilla)


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José Luis de la Cuesta C

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© J. Luis de la Cuesta

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Miguel Fernández Rivero

Oda al indigente Aún más silencio que sombra, más sombra casi que hombre, casi nada. Criatura que ni se nombra pues ya ni le queda nombre ni morada. Cruza furtivo las calles con el alma desgastada el mendigo, el mísero trotacalles que en la noche desolada busca abrigo. Con más soledad que llanto, carne herida del castigo, en la esquina turbia y cruel del espanto es el único testigo de la ruina. Del ayer cenizas lleva sobre su piel clandestina, flor marchita del recuerdo, oscura cueva y atroz dolor de una espina infinita. A rastras lleva la vida por esta ciudad maldita y hambrienta. Brutal verso sin medida que en la nada se agita cual tormenta. Señalado por el dedo de la dama opulenta va sin nombre con más silencio que miedo bajo la noche sedienta; casi hombre.


57 poema dieciocho

UNO * este viento que sin permiso entra por mis ojos ha construido nidos en mi alma…

DOS ** las huellas del hombre son devoradas por el tiempo pero si escuchas al viento cuando pasa rozando tu piel podrás oír el rumor de todos los tiempos podrás oír si aguzas bien tus oídos el grito de impotencia y rabia reprimido por el miedo de todos los hombrespueblo que son aplastados por el hombrepoder si escuchas con atención cuando pasa el viento por entre tus huesos podrás oír el grito interminable de todos los hombres y de todos los tiempos podrás oír tu grito más secreto podrás oírte gritar desde lo más profundo de tu racionalidad en el viento es donde habitan las huellas el rumor del interminable caminar de ese animalhombre que desde hace millones de años vaga perdido por la faz del mundo a veces viene el viento y nos araña el corazón o nos azota los ojos con la brutal realidad entonces sentimos vergüenza de llamarnos hombre y poniéndonos de pie cerramos nuestro puños y gritamos dispuestos a golpear los pilares del poder hasta derribarlos el viento que pasa devorando nuestras huellas ese exigente cosechero contra el que el hombre nada puede ese viento ha cruzado hoy por mi alma de animal dejando un triste rastro de hojas secas

TRES ***… mas no comprendo porque me siguen oliendo a tierra mojada estos atardeceres

© Miguel Fernández Rivero


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P A T R I C I O

H I D A L G O

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T I N T A

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A C R Ă? L I C O

S O B R E

P A P E L

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Grito X

patriciopinceles@hotmail.com


Juan Diego Martín Cabeza Niña de La Puebla: 100 años (1908 -2008) Llevó el nombre de nuestro pueblo por toda España. Es conocida en el mundo entero. Luchó contra muchas dificultades en su vida, la primera de todas, una ceguera que no le impidió convertirse en una de las grandes cantaoras de flamenco de todos los tiempos. Pero también debió ser difícil ser mujer, artista y empresaria en los caminos, ciudades y pueblos durante muchos, muchos años... trajinando, organizando, manteniendo a muchos otros artistas a su cargo con sus manos de golondrina, con su voz de terciopelo, con su inteligencia fuera de toda duda. Hace cien años que nació la Niña de La Puebla, así que vamos a acordarnos... Hay una confusión extraña que hace que muchas de sus biografías daten su nacimiento en el año 1909. Es por eso que su centenario se nos está pasando tan rápido sin que lugares tan importantes como Sevilla, Málaga y otras ciudades españolas caigan en la cuenta de honrarla como se merece. Nació el 28 de julio de 1908. Su pueblo se ha acordado, también la Diputación de Sevilla, que ha organizado una serie de conferencias, y el crítico flamenco Manuel Bohórquez le ha dedicado alguna columna... pero necesitamos más. Aunque algunos no seamos demasiado amigos de las conmemoraciones ni de los aniversarios siempre echaremos de menos un recuerdo a nuestra cantaora, a nuestra artista, alguien a quien admiramos por su actitud estética y ética frente a la vida y el flamenco. Contemos, pues, con que este aniversario va a estirarse un año más, y entonces tendremos la suerte de ver cómo se reconoce a la cantaora de nuestro pueblo por todos los lugares posibles (esperemos). Aún así, y como suele pasar siempre, el mejor homenaje que podemos hacerle es escucharla, aprovechar las facilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías, la cercanía de sus grabaciones, y atender al legado material que son sus músicas, sus repertorios, sus letras... su cante. Nació Dolores en La Puebla de Cazalla el 28 de julio de 1908. Su padre, barbero de profesión, se llamaba Francisco Jiménez Montesinos. Su madre, del pueblo vecino de Morón de la Frontera, se llamaba María Jesús Alcántara Machado. Dolores decía que su madre se cantiñeaba bien, pero que no pasaba de tararear coplas y canciones populares haciendo las tareas de la casa, como tantas madres a lo largo de la historia. Su abuelo paterno, el padre de Francisco Casamía, sí era muy aficionado y solía traer cantaores a La Puebla para hacer reuniones de cante. Tendremos que volver muy a menudo a hablar de Francisco Jiménez, padre de la Niña, porque es fundamental en esta historia. Casamía es, como hemos dicho, un barbero con muchas aficiones e inclinaciones que motivaron un carácter aventurero. Las barberías han sido, y lo son las que aún sobreviven, lugares de encuentro y tertulias, y muchos barberos son, además, grandes guitarristas. Fue un tremendo accidente lo que precipitó todo... Dolores padecía, ya desde pequeña, algunos defectos en la vista. Esto hizo que tuvieran que recurrir a un colirio especial que su madre le puso un día en los ojos y que estaba en mal estado. Fue tremendo, las retinas se le secaron completamente y ya no hubo forma de salvar su vista. Tengamos en cuenta que se trata de los primeros años del siglo XX. En un pueblo como el nuestro, en aquellos años, quizás otra persona hubiera afrontado la fatalidad con resignación y hubiera dado a su hija simplemente la mejor vida posible sin cambiar la rutina que llevaba, su prosperidad con la barbería. Pero Casamía se lió la manta a la cabeza y se llevó a su hija a Sevilla, primero a intentar que la vieran todos los médicos y especialistas que fuera posible. Más tarde, cuando se supo que no había forma de curarla, a un colegio especial de niños ciegos para que se formara. El colegio, sin embargo, tenía el problema de ser para internos y la madre de Dolores por nada del mundo quería dejarla sola. Entonces volvieron a hacer las maletas y se fueron a Madrid, a un colegio donde la Niña podía asistir como alumna externa en el barrio de la Magdalena. Allí aprendió a leer y a escribir en braille, y allí estuvieron desde el año 1917 hasta cerca de su mayoría de edad (1926-27). Fue en este colegio donde tomó sus primeras letras, donde empezó a preocuparse por la cultura y donde también aprendió sus primeras nociones de música.

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60 Así, cuando la Niña tenía casi los dieciocho años, la familia volvió a Andalucía, esta vez al pueblo de la madre, Morón de la Frontera. Aunque el Madrid de los primeros años del siglo XX era uno de los epicentros del flamenco, Dolores había entrado en contacto con la música a través de las tonadillas y las coplas. Su familia sabía que tenía buena voz y buena disposición musical. En Morón, el padre de Dolores pone dos peluquerías, comenzando una de las épocas más prósperas de la familia. En la “ciudad de la cal” lo conocían como Currito el Sindicalista, ya que estaba afiliado a la CNT, organización sindical anarquista importantísima en la comarca de Morón en aquellos años previos a la República. Una de las anécdotas curiosas de esos años es que el padre de Dolores quiso dar, junto con otro paisano del pueblo, una vuelta al mundo en bicicleta que llegó a aparecer en los diarios de la época. Se sabe que incluso comenzaron aquella aventura y que llegaron a Túnez, pero tuvieron que volver quizás por agotarse pronto el sustento de las empresas patrocinadoras de aquel viaje imposible. En Morón continuó la Niña con sus clases de música. Su maestro sería el organista de la Iglesia de San Miguel, José Marín, que también era invidente. Éste le dio clases de solfeo y piano. Su contacto con el flamenco llegaría un poco más tarde. Lo contaba ella en una entrevista que le hizo Manuel Herrera el año 1990 para la revista Sevilla Flamenca: “Como yo canturreaba, me pidieron que participara en un festival a beneficio de Jesús de la Cañada, el patrón de Morón, total que subí y canté un fandango que yo le había oído a Mazaco. Me buscaron un tocaor y todo, pero yo no sabía ni en qué número tenía que cantar porque era la primera vez que cantaba con guitarra. Yo recuerdo que hice unos tercios muy valientes, sin respirar, y a la gente le gustó tanto que no cesaban de decirme “ole” y de aplaudirme y de gritarme. Aquello me emocionó de tal manera que ahí empezó mi afición...” A partir de ahí, no sin cierta reticencia por parte del padre, al que no le gustaba la vida de artista ni que se lucrara con su afición, empezó a moverse por concursos de pueblos vecinos, ganando algunos en Marchena, La Lantejuela o La Puebla. A su pueblo volvieron poco después a vivir. Un día, la Niña fue a Marchena y allí le presentaron al cantaor local José Tejada Martín (Pepe Marchena), al que admiraba y seguía en sus cantes. Éste la invitó a participar en un espectáculo durante dos noches en su pueblo, donde consiguió un gran triunfo. Su debut en Sevilla fue en el Salón Olimpia, el señaladísimo 14 de abril, día de la proclamación de la II República, donde actuó junto a los artistas Rosario y Antonio “Los chavalillos sevillanos”, la Macarrona, la Malena, Juan Mendoza, el niño de Utrera y el Carbonerillo. De unos días después es la siguiente crónica aparecida en el periódico El Liberal, y cuyo hallazgo debemos al investigador flamenco José Luis Ortiz Nuevo: “28 de abril de 1931. Diario El Liberal. La cantaora ciega: En la feria de este año, se ha revelado como una extraordinaria cantaora de flamenco la cieguecita Lolita Jiménez, Niña de la Puebla. La acompaña a la guitarra el tocador Manuel Concha. Lo primero que nos dice la ciega Lolita es que siente por la república viva simpatía, y que sus autores favoritos son Sorzalla y Vargas Vila. Se ha educado la joven Lolita en un colegio de Madrid y cuando aprendió a leer por el sistema de los ciegos volvió a su Andalucía. Lolita es ya profesional y actúa en los teatros de los pueblos importantes. Es conocidísima en Morón, Osuna, Marchena, Écija, Lucena, etc. El año pasado ganó la copa Marchena disputándosela a nueve cantadores. La única ilusión de su vida es impresionar su repertorio de fandangos, tarantas, media granadina, guajiras, campanilleros, colombianas, milongas, soleares y seguiriyas, todo en su personal estilo. La Niña de la Puebla, que nos deleitó una noche en la caseta de la prensa, es digna de mejor suerte y pronto verá cumplidos sus deseos.”


61 Se trata de una reseña muy interesante en la que encontramos algunos detalles que debemos tener muy en cuenta. Primero, el reconocimiento en la capital cuando ya es conocida en toda nuestra zona. Estamos a días de la proclamación de la República y, sin embargo, ella afirma sin reparos su adhesión a la misma, seguramente muy influenciada por el padre. Por otra parte, los escritores Sorzalla y Vargas Vila son reconocidos novelistas anarquistas. Y, por supuesto, es muy interesante el repertorio, ya que se trata del repertorio que interpretaría después la Niña a lo largo de toda su vida. Lo tenía ya estudiado a la edad de 22 o 23 años. Ese era su campo de actuación y sobre él cimentó su carrera. En este sentido, debemos recordar dos influencias fundamentales. Por un lado, la importancia del padre en la elección del repertorio y en algo que no se suele tener en cuenta, pero que es fundamental: las letras flamencas. Algunas de las más importantes son la milonga Tinieblas y, por supuesto, los Campanilleros. El uso de este estilo indica la gran afición tanto de Francisco como de su hija, que adaptan un cante que había hecho Manuel Torres, imprimiéndole una jondura muy cerca de la estética de lo que se ha llamado “cante gitano”, y que la Niña de la Puebla supo cambiar de tono dulcificándolo y convirtiéndolo en un cante popular importantísimo. En La Puebla de Cazalla no existían los Campanilleros, no es un cante que Francisco o Dolores recogieran de su pueblo como se ha dicho otras veces. Existían, eso sí, los Rosarios de la Aurora, que eran muy distintos. Los Campanilleros de la Niña de la Puebla vienen de los de Manuel Torre, directamente pasados por un filtro musical muy certero, y ésto es principal en el desarrollo de la Niña como artista. El otro momento importante es, por supuesto, la influencia de Pepe Marchena en su cante. Escuchémosla a ella: “Por aquel tiempo -habla de sus inicios- yo escuchaba los discos de Pepe Marchena y aquellas melodías tan bonitas que tenía... y yo me decía: “Esto sí que me gusta a mí”... Y yo veía que yo no podría explotar la tonadilla en el escenario, porque a mí ya me entró el veneno del escenario... porque yo, con mi ceguera física no podía pasear una bata de cola en el escenario, porque entonces había que “pasear la bata” no como ahora que se puede cantar una tonadilla más o menos quieta... Así que cuando oí a Marchena ya me decidí a seguir por ahí con esos cantes” Pepe Marchena influye muchísimo en el cante que se hace en la primera mitad del siglo XX. Influyó incluso en el que fue marido de la Niña, Luquitas de Marchena, que por supuesto no era de Marchena sino de Linares, pero al que Pepe Marchena le dio ese sobrenombre por considerarlo mucho más comercial. Además, lo anunciaba en multitud de carteles como su sobrino, para lo cual tenía que atraérselo geográficamente todo lo posible con su nombre artístico. La Niña y Luquitas de Marchena se casaron en 1933 y de esta unión nacieron los artistas Pepe y Adelfa Soto. Muy pronto, la Niña de La Puebla fue a Madrid, desde donde empezó a organizar sus trupes de artistas que viajarían por toda España. Su debut en los teatros madrileños tuvo lugar en el Teatro Fuencarral, junto a El Carbonerillo y El Corruco de Algeciras, en 1932. En 1933, realizó su primera película, Madre Alegría. Este mismo año presentó en público a Juanito Valderrama. Juan Valderrama contaría en su libro Mi España Querida algunos pormenores de su relación con la Niña de la Puebla que vale la pena citar aquí. Primero, sobre su ceguera: “Dolores era muy bonita. No me dio la sensación de ciega la primera vez que la vi. Era una preciosidad, delgada, pesaba cuarenta o cincuenta kilos nada más. La cara muy bonita, la nariz preciosa. No repelía en ella eso de ser ciega. Y andando el tiempo, me extrañó mucho un día que ya iba en su compañía, que llegamos a la fonda donde parábamos todos, y le dijo el padre al entrar en el cuarto: - Lola, aquí te dejo la maleta, pon tú bien las cosas... Y va la niña y abre la maleta, y saca y cuelga y pone y coloca las cosas cada una en su sitio, la ropa, todo, como si toda su vida hubiera estado en aquel cuarto de fonda. Inmediatamente se dio cuenta de dónde estaba el armario,


62 dónde estaba el lavabo, dónde estaba la cama, dónde estaba la mesa de noche y fue colocándolo todo como si aquella fuera su misma casa. Igual que una persona vidente. Inteligentísima.” Y es que, a la dificultad de ser mujer artista en aquellos años, había que añadir la de ser invidente en un mundo en el que desgraciadamente todavía se pretendía que las personas con minusvalía no podían valerse en la vida. Pero allí estaba la Niña de la Puebla, en los años difíciles de nuestra historia, los 30 y los 40, recorriendo pueblos de Andalucía, donde la capacidad de superación de la cantaora era motivo suficiente de admiración. ¿Qué pensarían, por ejemplo, cuando la vieran leyendo un libro posando en él las yemas de sus dedos? Y es que eso, su pasión por la lectura, es algo que no deja de aparecer en cualquier documento que nos llega sobre su vida. Volvamos a Valderrama que habla sobre esa afición: “Después, en sus ratos libres, Dolores se leyó diez o doce bibliotecas ella sola, en sus más de ochenta años de lectora incansable, en sistema Braille, unos cartones con los puntitos aquellos, la mar de voluminosos, que llevaban en una maleta. ¿Se le acababa uno? Empezaba a leer otro. Se los mandaban de Madrid. Leía novelas, leía los clásicos más clásicos, enciclopedias, tratados de filosofía. Yo he visto como en una turné Dolores se ha ido leyendo completos los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Hasta el libro de instrucciones para armar una tienda de campaña a orillas del Orinoco era capaz de leer la de la Puebla en sus ansias de saber. Se leía todo lo que caía en sus manitas de golondrina.” Poco después de casarse, su padre decidió que era el momento de dejarla emprender su propio camino. Francisco Jiménez no dejó nunca de idear nuevos proyectos, aventuras…; “no paraba quieto”, según decía la misma Niña. Parece ser que no estuvo del todo de acuerdo con la boda de Dolores, pero también debió influir su pasado en la CNT en aquellos momentos convulsos y el hecho nada desdeñable de tener ciertos problemas matrimoniales que lo llevaron a irse a Sevilla, donde, según el crítico flamenco Manuel Bohórquez, terminó sus días como vendedor ambulante. Pasada la guerra civil, la Niña participó en los espectáculos flamencos en gira continua por España, entre los que destacan los siguientes: 1947, Ópera flamenca, con El Cojo de Huelva, partiendo del Circo Price madrileño, y Pasan las coplas, con Pepe Marchena; 1950, El sentir de la copla, con Manuel Vallejo y José Cepero; 1951, Toros y cante, con Juanito Valderrama; 1953, Noche de coplas, con La Niña de Antequera; 1954, Así canta Andalucía, con La Niña de Antequera y Pepe Pinto; 1955, Herencia de arte, con El Sevillano; 1958, Festival nacional de arte andaluz, con Pepe Marchena; 1963, Noche flamenca, con Juanito Valderrama; 1964, Guitarra y canela, con Rafael Farina; 1965, 1966 y 1967, Así canta Andalucía, con Pepe Marchena; 1970, Fantasía flamenca, con Juanito Valderrama; y 1971, Romance flamenco, con Rafael Farina. En 1986, le fue tributado un homenaje en Málaga, consistente en un festival en el que entre otros intérpretes, tomaron parte El Tiriri, Curro de Utrera, Fosforito, Antonio de Canillas, Barquerito de Fuengirola, José Menese, sus hijos, y Manolo Carmona. Dolores Jiménez, la Niña de La Puebla, murió en junio del año 1999 en la Peña de Huelva donde le tributaban un homenaje. Juan Valderrama recordaba aquel momento con cierta envidia... Morir en el escenario, que es el sueño de muchos artistas, fue el final de la mujer que ha llevado a La Puebla por todos los rincones de España:


63 “En aquella peña flamenca de Huelva, donde ahora le han puesto un retrato de ladrillos de cerámica, la llamaron para cantar. Y ella me llamó a mí cuatro o cinco días antes: - Juan, me han llamado para que cante en Huelva, pero yo no me atrevo, yo ya no puedo... Le dije: - ¿Cómo no vas a ir? Tú tienes que cantar hasta que te mueras... - Pues voy a cantar, Juan... Subió al escenario de la peña, empezó a templarse por soleá, se tambaleó y dijo en tono de queja: - Ya no puedo más... Como San Cristóbal por medio del mar en los campanilleros de los campos de su Andalucía. Lo mismito: ya no puedo más. Esas fueron las últimas palabras de una mujer revolucionaria para su época, que luchó contra la ceguera y contra el olvido hasta el final. En el terreno personal fue una excelente madre y una amiga insustituible. Y a cinco generaciones de españoles les supo meter en el alma la hermosura de los campanilleros de Manuel Torre. Templándose por soleá, así cayó fulminada en el escenario. - Ya no puedo más... No se puede morir más bonito ni con más flamencura. Así me quiero yo morir...”


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Cristino Raya González

Letras de La Niña de La Puebla

A la Niña de la Puebla en el centenario de su nacimiento (La Puebla de Cazalla, 2 de agosto de 1908 - Málaga, 14 de junio de 1999)

Soleares (F. Jiménez*, 1933) Qué grandes son mis dolores, que porque a mí me los manda Dios. Yo he abandonao a mi mare Y ella de pena murió. El que abandona a su mare no tiene perdón de Dios, yo he abandonao a la mía no me merezco el perdón. Mare mía perdón te pío, pa mí y pa que se ahorre mi alma tanto pená y sufrí. Media granaina (F. Jiménez, 1941) Corre el arroyo en la selva y el león ruge bravío. La aurora le canta al alba mientras yo pierdo el sentío por mi serrano del alma.

* Francisco de Paula Jiménez Montesinos, conocido como “Curro Casamía”, era el padre de Dolores Jiménez Alcántara “La Niña de la Puebla”. En la partida de nacimiento de la cantaora de La Puebla de Cazalla, figura que era “natural y vecino de ésta, de oficio Barbero, de veintiún años de edad, domiciliado en Plaza Nueva, número cuatro.” Nació en 1887 y, pese a su condición de analfabeto, compuso buena parte de las letras que hicieron famosa a su hija. En el libro de Antonio Burgos Mi España querida, que son las memorias de Juanito Valderrama, editado por La Esfera de los Libros, refiere el cantaor estos sucedidos: “En la primera tournée que yo hice con La Niña de la Puebla, llegamos a Santander. Y el padre de ella, que era muy anarquista, era un hombre muy libre, se fue a correr el mundo con una bicicleta, un poco majara pero con mucho talento. Organizó la CNT de los barberos en Madrid... Llegamos a Santander cuando La Niña de la Puebla tenía más cartel, hace 70 y pico años. Hay una cola muy grande en el teatro, los guardias de asalto con aquellas cosas allí y un señor al que un guardia le pegó un atragantón y lo trató malamente. El padre de La Niña de la Puebla, sin decir nada, se sube al escenario y qué discurso dio que a la media hora hubo tres carros de asalto allí, pegando palos a la gente; y el padre de La Niña de la Puebla preso por conflicto de orden público. Toda la compañía estuvo detenida en la Casa de Andalucía tres días, y el padre de La Niña en la cárcel. Vino un ministro, porque era amigo de un ministro, a sacarlo”.


65 Fandangos (F. Jiménez, 1935) Siempre estoy pensando en ti porque olviarte no pueo, es tan grande mi sufrí desde que yo no te veo, yo me quisiera morí. Yo siempre quisiera está sola con mi pensamiento, porque me hacen gozá los ratos en sufrimiento ay, que tu cariño a mí me da.

Campanilleros (Popular, 1932) Ay, en los pueblos. En los pueblos de mi Andalucía, los campanilleros por la madrugá, me despiertan con sus campanillas y con las guitarras me hacen llorá. Y empiezo a cantá... y al sentirme to los pajarillos, cantan en las ramas y se echan a volá. Toas las flores. Toas las flores del campo andaluz al rayar el día llenas del rocío. Lloran penas que yo estoy pasando desde el primer día que te he conocío. Porque en tu queré... tengo puesto los cinco sentíos y me vuelvo loca sin poderte vé. Pajarillos. Pajarillos que estáis en el campo, gozando el amor y la libertá, recordarle al hombre que quiero que venga a mi reja por la madrugá. Que mi corazón... se lo entrego al momento que llegue, cantando las penas que he pasao yo.


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Javier Salguero Miranda De la lengua de los pájaros o el arte de nombrar cosas. En el capítulo setentaitrés de su Rayuela, el extraviado genio de Cortázar nos pone al tanto de un tornillo cuya naturaleza parece inclinarse al talento de cada nuevo observador. Nuestro autor advierte: “Quizás el fallo estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo”. La evidencia de tal acierto me ha recordado -no sin nostalgia- la deuda que los hombres guardan con sus símbolos. Sin ellos, apenas podríamos imaginar un universo compuesto de seres innombrables cuya ficticia presencia pasaría por la humillación del azar y un pegajoso exceso de originalidad. Y es que el mundo es pródigo en fórmulas, mas la variada personalidad de sus átomos queda sumida al dictado del género. Para despecho del existencialista, habremos de reconocer que al menos en el ámbito del lenguaje la realidad se funda en una pluralidad de especies cuya relación con los seres que las sostienen nos es desconocida. Poseemos símbolos porque nuestra realidad es simbólica. Empleamos palabras porque sólo a través de ellas el mundo y la nada se alejan. Así, sentimos la vida mediante el lenguaje, pues únicamente en el habla el inapresable flujo de la experiencia toma la forma definitiva de una vivencia. Elegimos símbolos verbales para estar tristes o alegres, nos aferramos a palabras cuando entrevemos que el obstinado murmullo de nuestra sangre se nos escapa. Y es que hablar es mucho más que comunicar. Decir algo comporta además la recreación de ese algo. Porque las cosas sólo son cuando las nombramos, porque la vida se dispersa en actos y se concreta en palabras. Desde esta altura, quisiera comprender -como comprende el relámpago- el feraz destino del hacer poético. La poesía es el mayor grado de verdad al cual puede aspirar el lenguaje. En la voz del poeta estallan pequeñas esquirlas de tiempo, pedacitos de vida que de otro modo desaparecerían en el infinito cósmico, retazos de una verdad íntima y pasajera que no se perderá. La poesía es matriz de esencias. En ella, la viscosa particularidad de los seres se eleva hasta la cifra. Como el clamor del río, la imagen poética resiste a la mudanza. Al declarar “tristezas fugitivas” a las nubes, el talento de Cernuda reclama un perfil común a toda nube o acaso a todo hombre. Al “mojar los luceros”, el moguereño genio de Jiménez redime a todo el firmamento. El siete de febrero de 1916, este mismo hombre escribe: Te tenía olvidado cielo, y no eras más que un vago existir de luz, visto -sin nombrepor mis cansados ojos indolentes. Y aparecías entre las palabras perezosas y desesperanzadas del viajero, como en breves lagunas repetidas de un paisaje de agua visto en sueños… Hoy te he mirado lentamente, y te has ido elevando hasta tu nombre. En la sanguínea percusión de estos versos, el poeta intuye la ignorada comunión entre la palabra y el mundo. Sonoro surtidor de eternidades, la poesía es un lenguaje que toca lo que nombra. A través del poema, el hombre triunfa sobre el inconstante derroche del universo, y el desgarrado acontecer de la existencia al fin se eleva a la palabra.

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Joan Manuel Corcino Font iRRESPONSO DE UN DALTóNiCO el mar nunca ha sido tan púrpura las cebollas muestran una desnudez naranja el mundo es amarillo, como los sueños mi voz es melancólica, como un fantasma los caballos siempre me han parecido de un tono verde, como de esclavo los girasoles inspiran una lástima funeraria la tierra es un pozo azul silvestre nunca han brillado con tanta luz las sombras la soledad no tiene color alguno la mirada prístina nombra las cosas y yo las coloreo a mi antojo

iRRESPONSO (ESCÉPTiCO) a Miguel Ángel Rivero Gómez

Bajo estas manos: uñas, pelo, huesos, sangre, nada Detrás de este pecho: un músculo, un par de pulmones deshechos, un mar que amenaza con volver, una muerte segura que te arrastrará. Dentro de este cuerpo me escondo y al final siempre nos quedaremos con la duda.


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AMARANTA POZO \ PECES \ INFOGRAFÍA


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Alejandro Álvarez Nieves Cubo de Rubik (borrador inédito).

AMARILLO III

el otro púgil

habla pausadamente, mira con sigilo mientras le tiembla el cigarrillo; de súbito, con la traición del susto, se pone el sombrero, enciende una vela, y se va… la estela fría del cobarde desubicó al oponente como un golpe fatal; y lo noqueó.

VERDE II

brutus

te podría construir un taj majal de metáfora y símil. pero, es fácil jugar con ladrillos y me resultan profanos los andamios. quiero encontrar la palabra jaque-mate, el tajo que convertirá un grito en sangre, el verbo finito que te dividirá en segundos, un trueno que me ruja y te raje, una niebla devoradora de luces sobre un mar de escarnio estancado. intento talar el árbol de tu suerte, me conformo con un otoño que se queda. yo sólo quería adueñarme del tiempo grabando un verbo en una esquina recóndita; pero, cuanto más te sepulto bajo tachones, más fría es la hoja que traiciona mi cuello.


72 AZUL I a ingrid beatriz lugo sabater cuando fumo un cigarrillo prefiero hacerlo solo sentado si es posible acariciarlo lento seducirlo a mi antojo beso los pedazos de muerte que me van consumiendo sin ritmo exhalo pedacitos de vida con cada respiración y veo cómo se disipan gradualmente cómo parece que dibujan conjuros amorfos cómo suben y bajan coqueteando con la fuga y en la huida conforman una esquina creada para los caprichos más efímeros intersticios del tamaño justo para colarme en la mirada de todo aquel que pasa brincar entre los tintineos de cada ojo ajeno columpiarme al compás de lo nunca tenido y jugar a ilusiones de humo a seducciones rendidas a la bruma hasta que me alejo en el misterio de la tarde

II

error isleño

conozco la soledad, por eso enfrento el mar constantemente, entiendo bien el mosaico azul, he trazado el oleaje muchas veces y nunca he dejado de temblar. cierro los ojos. el viento me acaricia en silencio, siempre en silencio. se me hace miscible el eterno olor a sal. el error está en encarar el mar a ciegas, en granularme en vez de decantarme, en dejarme disipar por la bruma. mientras más me disipo, más me hago isla.


Friedrich Manfred Peter

¿Dónde están los indios?

E

l que los buscara no los encontraría. Son casi invisibles, pero naturalmente están presentes entre todos los que habitan ese país; nunca abandonaron su tierra. Un suceso en los Llanos Orientales me llamó la atención. Un grupo de colonos, propietarios de ganado vacuno, había puesto “trampas“ para coger a los indios que, según ellos, les robaban ganado. Eran trampas mortales. Los autores de estos hechos declararon públicamente que ellos no tenían conocimiento de que estuvieran haciendo algo prohibido por la ley. “¿Cómo combatir a unos ladrones invisibles?”, decían ellos. “Los indios son invisibles y causan daños desde la clandestinidad”. Es lo que opinaron justificando esos crímenes. Un aviador extranjero que conozco descubrió un lugar precioso en Sierra Nevada (Colombia). El lugar ofrecía fácil aterrizaje para la pequeña avioneta, un arroyo de aguas cristalinas al borde de una pradera, un lugar ideal para aterrizar y construir una pequeña casita para descansar. El inconveniente era que se encontraba dentro de la zona reservada para grupos indígenas kogüi, que pertenecen a la etnia de los históricos tayrona. Pero, como todo tiene su precio, eso también tendría solución, pensó el hombre y comenzó a traer materiales de construcción para levantar su casita. Nunca vio a nadie y él tampoco salió del lugar escogido para hacerse un pequeño refugio, lejos de las tribulaciones que caracterizaban su vida agitada como piloto y empresario de la fumigación aérea. Cuando la casita estaba casi lista, le esperaba una sorpresa. A veinte o treinta metros de distancia vio a un indio, vestido a la manera de los kogüi con un sayo largo blanco de algodón y el gorro de lana de oveja. Llevaba una mochila fabricada del mismo material. “Es el cacique”, pensó y era cierto. “Viene a cobrarme el alquiler ”, pensó y era cierto también. A partir de ese primer encuentro, el cacique siempre le esperaba cuando la avioneta aterrizaba y el piloto le entregaba una caja grande llena de artículos de primera necesidad. Así siguió la cosa durante algunos años. Llegaba el avión, el indio se acercaba, recibía la caja y desaparecía. Nunca había otros indios, nada más él sólo y nunca hablaban. El piloto a veces traía también a su familia, la mujer y los hijos. Nunca se alejaban mucho de la cabaña. Pensaban que no era conveniente hacerlo. Un día sucedió lo que suele suceder en todos los casos idílicos: el acuerdo finalizó, la tregua se suspendió. Esta vez el piloto había traído una bolsa grande repleta de cosas. Porque era Navidad, había agregado un montón de regalos más, juguetes para niños, lámparas con sus pilas, etc. Pero en esta ocasión, el piloto se dirigió al cacique y le dijo con señas más que con palabras: -Y tú, ¿qué me vas a regalar a cambio de todo eso? Es Navidad. El cacique había comprendido la pregunta y de inmediato se reflejaron sorpresa e ira en su cara. -¿Por qué no me das esa mochila? A mi hija le gustará -siguió el piloto. El cacique ya había dado media vuelta. Se volvió atrás y el piloto le notó una expresión de odio y rabia. Sin decir más nada, el indio se quitó la mochila y se la tiró delante de los pies, y sin ningún saludo desapareció entre los arbustos. -¿Qué habré hecho -pensó el piloto- para provocar una reacción así? Ya se calmará. Pero no fue así. Cuando volvió nuevamente, desde arriba pudo observar que la cabaña estaba quemada y cuando había aterrizado vio no le esperaba el indio y así quedó la cosa. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué explicación tiene ese comportamiento extraño? El piloto, sin querer ni saber, había cuestionado la autoridad del cacique indígena. Antropólogos dicen que la autoridad de un jefe indio radica en su capacidad de hacer regalos a sus súbditos. Por eso los caciques

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74 suelen ser los más pobres de la tribu. Le obedecen y toleran mientras demuestra su capacidad de beneficiar a su gente. El cacique debe presentarse ante los suyos como autoridad que recibe dátivas en forma de tributo de los forasteros. Estos extraños, en ese caso el piloto, entregan el tributo a cambio de nada. Es la pura autoridad del jefe que así lo demanda y así lo consigue. Al pedir un regalo a cambio, el piloto había violado la regla número uno. Para demostrar ante los suyos que su autoridad no había sufrido daño, mandó quemar la cabaña. Trato hecho, trato roto. Durante todos estos años el piloto nunca había visto a ningún otro indio, pero estaba seguro que lo estaban vigilando y el cacique sabía también que la escena del conflicto la habían presenciado muchos ojos escondidos entre los arbustos. Los indios son invisibles y éste era su principal problema en la confrontación con la cultura de los occidentales. Esa cultura ruidosa y misionera, exhibidora de pasiones y de gestos teatrales sigue siendo diametralmente opuesta al modo de ser de los indios. El indio prudentemente se pone a un lado, trata de hacerse pequeño e invisible. El conquistador español con frecuencia interpretaba esta actitud como traicionera, maliciosa e irresponsable, la “malicia indígena“, decían, y solía reaccionar con impaciencia y furia ibérica. En el fondo se trataba de una confrontación de mentalidades creadas y desarrolladas en total oposición: por un lado, la mediterránea, bulliciosa y exhibicionista, reducida y moderada a través de la imagen del conquistador castellano serio y cauteloso; y por el otro lado, la discreta y prudente forma de ser del indio que prefería quedar anónimo e invisible cuando podía. Al visitante extranjero le esperan numerosas sorpresas cuando trata de encontrarse con las culturas precolombinas en este país. Dos visitas deben ilustrar eso: la primera, al Museo del Oro en Bogotá, y la segunda, a San Agustín, en el sur del país. En el Museo del Oro del Banco de la República en Bogotá están reunidos miles de objetos de la orfebrería precolombina. No solamente es la calidad de los objetos que deslumbran al visitante, también es la inmensa cantidad. Teniendo en cuenta que durante siglos estos tesoros escondidos han sido perseguidos con mucho afán, es extraño que haya podido salvarse tanto. La razón es que se habían hecho para ser invisibles. Nunca fueron hechos para ser exhibidos, sino que pertenecieron al ajuar funerario y fueron enterrados con los muertos para acompañarles en su viaje a través de las tinieblas. Ninguno de estos objetos fue de uso realmente. Así se explica la decepción de los conquistadores que prácticamente no encontraron tesoros ningunos. El oro era invisible y por eso sólo quedó el sueño de El Dorado. En San Agustín, el visitante se enfrenta a un bosque de estatuas de piedra, colocadas por los arqueólogos de forma armoniosa en medio de un paisaje idílico. Pues bien, esta impresión moderna es completamente equivocada. Estas estatuas desde un principio y siempre se encontraban enterradas bajo la tierra. Durante siglos, nadie tenía conocimiento de su existencia. Reposaban sepultadas allí y prudentemente escondidas. Sólo hace un siglo fueron descubiertas por una casualidad y debe haber muchísimas más, aunque la investigación prácticamente está paralizada debido a la presencia de la guerrilla en la región. No hay duda que el artista indígena no había buscado publicidad alguna, las había querido esconder y hacerlas invisibles para los ojos de los vivos. Muy probablemente deberían haber acompañado a los muertos. Pero sobre eso la arqueología no ha podido sacar nada en concreto porque no se hallaron restos de actividad funeraria alguna en el lugar. Sigue siendo un enigma. Los “reinos“ de los tayrona o chibcha y sinú en Colombia fácilmente se derrumbaban ante el impetú de la conquista. Los historiadores nunca se preguntaron si tal vez hubiesen existido. Nuestro punto de vista eurocéntrico nos impide mirar otra cultura bajo criterios completamente distintos de los nuestros. Tal vez estos “reinos“ no eran más que fabulaciones del visitante forastero. ¿Por qué pensamos que los primeros colonizadores eran diferentes de los actuales turistas que tampoco se dan cuenta de lo esencial cuando fotografían lo casual y superficial? ¿No podría ser que su organización social haría supérflua la presencia político-estatal?


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Carmen Camacho CONMIGO NO PUEDO Que nunca estés. Mejor así. No verte, no recordarte, no saber. Allá estás bien. Lo contrario es incómodo: aprenderte, descuartizar eufemismos, ceder a la luz de los focos que al paso por la carretera te delatan. Sí. Hay cosas que es mejor cubrir de tierra y a ti, /// asesino / fuego / enferma / pordiosero/ hermana loca / aquel de aquella noche/ tu hedor sobre ese banco, abuelo que chocheas /// te pongo lejos. Yo te arranco la presencia.

Conmigo lo intento, conmigo no puedo. Reclusa de mí misma que aquí dentro cumples pena y en el oscuro en punto de esta noche asomas por mis barrotes costillas: cierra los ojos, que así no te veré y déjame libre: escapa de mí. Ya casi amanece, ¡date prisa! Que Mañana puede que yo sea tú /// asesino / fuego / enferma / pordiosero/ hermana loca / aquel de aquella noche/ tu hedor sobre ese banco, abuelo que chocheas /// y de mí tengo miedo.


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I CONCURSO DE LETRAS FLAMENCAS FRANCISCO MORENO GALVÁN Primer premio: María Victoria Verdú González “Mira lo que traigo aquí” (Soleares) Algo así, pero sin viento y sin ver la luz del día tienen que sentir los muertos. Mira lo que traigo aquí: una tarde que perdimos y un beso que no te di. Yo tengo capacidad pa aguantar los temporales… y temporales me dan. Tiene cosas el amor que nadie puede entender ná más que de dos en dos. Silencio y silencio es la pena grande que dice que nunca habrás de volver. Anoche llovía a mares que el cielo estaba conmigo colmaíto de pesares. En Mayo tuvo que ser porque es el mes de las flores, de las flores era el mes…

Segundo premio: Francisco Rueda Algaba (Deblas) Donde hay vida hay penas, donde penas hay dolor, por eso hay tanta gente, malita del corazón.

Tercer Premio:

Ya no te preguntaré, primita, si tú me quieres, porque siempre me contestas aquello que más me hiere.

“Romance a F. Moreno Galván”

Yo soy como el aguanieve, siempre buscando calor. En ti sólo hallo frío, no me calienta tu sol. Yo digo que para mí, toíto el mundo es bueno, aunque hablen mal de mí, a nadie cubro de cieno.

Manuel Velázquez García-Baquero

(Tonás) ¡Qué duras fueron las cosas que le dieron malvivir!; las carnes despegaítas tuvo de tanto sufrí. Algunos lo persiguieron por publicá la verdá, por verdades como puños que él quería pregoná.

Su pecho fue campanario Tantos golpes da una piedra, y su palabra campana, que aunque durita se rompe. que repicó dando voces Con tus malitas acciones con seda, percal y pana. Yo no echo en falta otra cosa estás destrozando a un hombre. que tres vidas que se fueron Las cosas que iba contando y que en la tierra reposan. Cierro mi boquita y callo las decía a boca llena, no digo blanco ni negro. vaciando sus adentros De tan grande lo que siento Antes de hablar mal de nadie sin importarle condena. sólo sale de mi boca Cuatro veces me lo pienso. un refilón de lo eterno. Pura verdá, oro molío fue siempre su verdá; Próximamente saldrán las bases del II Concurso de Letras flamencas Francisco Moreno Galván. fue vela, timón y barco, Consultar en: www.pueblacazalla.com Y faro de madrugá.


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Barataria o el retorno del libro a su raíz. Barataria, como todos los hispanohablantes deberíamos saber, es el nombre de la ínsula por la que tanto suspiró el bueno de Sancho Panza, y la promesa de su gobierno, que continuamente le rememoraba su señor Don Quijote, el móvil a razón del cual parecía seguir al “Caballero de la triste figura” por los polvorientos caminos de la Mancha. Sin embargo, al alcanzar el tan ansiado gobierno, acabó renunciando a él al poco de ejercerlo, entendiendo como “oficio peligroso el de los gobernadores”. Acaso sin saberlo, Sancho había sido ya fatalmente herido por la locura quijotesca, de la cual no se podría jamás desembarazar, y necesitaba volver a la raíz que había dotado de un sentido auténtico a su existencia. Y así volvieron a ser uno espejo del otro; juntos, el todo y la parte. Barataria es también el acertado nombre con que Carola Moreno bautizó laicamente hace siete años su editorial, un proyecto personal al que se tiró al vacío después de trabajar durante años para causas ajenas. Cobró entonces realidad y forma el deseo de crear una editorial independiente, desde la cual invitar a la lectura de aquellos libros que según ella debían ser compartidos por otros lectores invisibles. Y qué mejor manera de invitarlos que elaborar libros en ediciones guiadas por un criterio de belleza, donde coaligaran la estética de la imagen y la de la palabra. Esa es la apuesta de Barataria, una apuesta por la cultura estética, que probablemente sea la única forma de sobrevivir de las editoriales independientes ante la progresiva centralización que impone la cultura del mercado y el único medio para que las pequeñas librerías resistan frente al hambre insaciable de los grandes mercaderes de la cultura y sus asépticos centros de venta. He aquí uno de los motivos por los cuales el pasado 26 de febrero se inauguró en la Casa de la Provincia de Sevilla la nueva sede de Barataria, cuya ubicación está en La Puebla de Cazalla, concretamente en lo que fue el estudio del pintor Francisco Moreno Galván. No se trata de un lugar azaroso sino del pozo donde se hunden los orígenes de la editora Carola Moreno, hija del crítico de arte José María Moreno Galván, y sobre todo de su pasión por ese artefacto humano que es el libro. También es el origen de los arrebatos literarios de Juan Diego Martín Cabeza, que es el editor en cuyas manos queda el cuidado de la nueva sede. Así pues, como señaló Carola Moreno en el acto de presentación, la nueva sede se establece en La Puebla en parte por “razones sentimentales”, porque buena parte de los implicados en el proyecto tienen allí las raíces de su gusto por leer, así como el caldo de cultivo de la sensibilidad que les empujó a dedicar su vida a ello. “En la biblioteca que comenzó nuestro bisabuelo y continuó la abuela María iniciamos el viaje de regreso a nuestras raíces vitales y creativas, en un lugar lleno de recuerdos y homenajes a los que dejaron estos libros, que serán testigos de otros nuevos.” Es por tanto una forma de volver al origen, tal y como hizo Sancho al abandonar el gobierno de su ínsula y volver con Don Quijote, una forma de cerrar un círculo con vistas a que se abra una nueva espiral ad infinitum. Esta valiente decisión es a su vez una reivindicación del trabajo artesanal por el que apuestan las editoriales independientes; trabajo que en ningún otro lugar se puede desarrollar mejor que en pueblos pequeños y silenciosos como La Puebla, donde, entre otras cosas, aún se dispone de tiempo. Afortunadamente, en las directrices fabriles de Barataria el tiempo es un ingrediente fundamental de cara a la elaboración del libro y por eso, entre otras razones como antes mencionamos, han trasladado la nueva sede a La Puebla, porque el respeto al tiempo es esencial en la cocina cuando la elaboración del guiso precisa una cocción lenta, en la que el fuego no acabe apagando los aromas y sabores.

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82 Por otra parte, esta apertura de la nueva sede en un pueblo pequeño no constituye ninguna revolución en el mundo editorial sino que se trata de algo frecuente en países donde se respira una verdadera la cultura del libro, como Alemania, Francia, Inglaterra o Italia, en los que han sabido aprovechar antes las facilidades que las nuevas tecnologías, al haber reducido extraordinariamente las distancias, brindan hoy al trabajo editorial. En el catálogo de Barataria podemos encontrar diferentes colecciones, empezando por “Bárbaros”, que nos conduce desde diversas formas narrativas al compromiso social y la denuncia de las contradicciones del primer mundo en esta época de desarraigo globalizado. La colección “Inferno” nos abre las tapas de obras prohibidas en otras épocas que curiosos libreros reservaron para nuestro tiempo, así como de obras actuales que en otro tiempo hubiesen sido censuradas por irreverentes y desviadoras de la sana moral. También la ahora tan de moda novela negra tiene su espacio en Barataria, cuyo catálogo alberga títulos de este género en la colección “Mar negro”. Por último, cabe destacar la colección “Documentos”, en la que figura la obra Jondo de nuestro colaborador y amigo Juan Diego Martín Cabeza, que reseñamos en el anterior número de Mordisco (2007), y recién salida del horno, dentro de la colección “Bárbaros”, Las mil y una historias de Pericón de Cádiz, de José Luís Ortiz Nuevo. De cara al inmediato futuro y manteniendo esta línea de edición, Barataria se echa a andar en esta nueva etapa con nuevos proyectos y colecciones, que irán desde libros de temática andaluza y narraciones de viajes, hasta la apertura hacia las nuevas tecnologías que de forma inminente compartirán el formato convencional del libro en papel, los e-books, si bien a partir de sus cuidadas ediciones sobre papel, por lo que no debemos temer por el naufragio de su tesitura estética. Desde Mordisco deseamos a Barataria toda la suerte cara el presente y el futuro, tan necesaria en esta acenagada sociedad mercantilista que también intenta inocular su veneno al mundo del libro, y alentamos con toda nuestra fuerza su tenacidad por seguir trabajando en la línea de la crítica y la cultura estética.

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Hermenegildo Mateo Ponce

El patrimonio de un pueblo es la herencia de su pasado. Reseña a La Serranía Suroeste de Sevilla, 3 vols. Sevilla: Ed. Serranía Suroeste Sevillana, 20042007.

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ué mejor forma de conocer una cultura que conocer su pasado, su historia, el legado que perdura a través de generaciones pasando de padres a hijos. Ese pasado no sólo lo forman sucesos que antaño cambiaron las vidas de nuestros abuelos, no son sólo los cuentos que sobreviven en nuestra memoria, ni las canciones que se escuchaban en nuestros campos en tiempos de cosecha. La historia de un pueblo también la forman la iglesia de tu barrio o el río donde jugábamos cuando éramos jóvenes. Quizás no sea la historia que aparece recogida en los libros de texto o en las enciclopedias, pero es la historia que más de cerca hemos vivido, la que hemos disfrutado de primera mano y la que algún día contaremos a nuestros nietos. Gracias al Grupo de Desarrollo Rural "Serranía Suroeste Sevillana", parte de esa otra historia que conforma el patrimonio de nuestros pueblos aparece ahora recogida en tres libros, desde donde se abre ante nuestros ojos todo un abanico de facetas que nuestra tierra nos ofrece. En estos tres tomos se recoge todo el rico patrimonio arquitectónico de tradición religiosa que nuestros pueblos albergan, se recupera buena parte de su patrimonio etnográfico y se desarrolla un recorrido por los diversos espacios naturales y paisajes rurales de nuestra comarca, que bajo la denominación de Serranía Suroeste aglutina a las localidades de Arahal, Paradas, Marchena, La Puebla de Cazalla, Morón de la Frontera, Montellano, Coripe y Pruna. Bajo el título de Iglesias, conventos y ermitas de la Serranía Suroeste, se nos muestra el importante legado arquitectónico que nuestra tierra nos ofrece, explicado e ilustrado por el texto de J. Fernando Alcaide Aguilar. Para dar ejemplo de lo expuesto en este volumen, podríamos mencionar algunas de las iglesias y conventos más importantes, como la iglesia de San Miguel en Morón de la Frontera, la de San Juan Bautista en Marchena, la parroquia de Nuestra Señora de las Virtudes en La Puebla de Cazalla o el convento de Nuestra Señora del Rosario en Arahal. Cabe destacar no sólo la riqueza arquitectónica de los edificios que este libro recoge, sino también el importante patrimonio que en su interior albergan, ya sea en forma de altares, pinturas o imaginería. No hace falta más que alzar la cabeza mientras paseamos por nuestros pueblos para darnos cuenta de la riqueza que bajo sus cúpulas y espadañas nos esperan. En el volumen titulado Espacios Naturales en la Serranía Suroeste Sevillana, con texto de Francisco Conejero Perea, se recorren los parajes de los que todos hemos disfrutado a lo largo de nuestras vidas: los viajes al monte los fines de semana, las mañanas cogiendo espárragos en la sierra con la familia, los juegos con los amigos en el río... Si bien todo esto no es más que una minúscula porción de lo que podemos encontrar en nuestra comarca, en la que se distinguen claramente dos tipos de terrenos: la campiña y la sierra. La campiña, tradicionalmente más ligada a actividades agrícolas y ganaderas, comprende zonas de dehesas, vías pecuarias y las riberas de los ríos Corbones y Guadaíra. En la zona de la sierra, aunque sigue perdurando en menor medida la actividad agrícola, la naturaleza está menos desfigurada por la mano del hombre y se abren paso los parajes naturales característicos de la zona mediterránea, con una notable conservación de especies autóctonas, si bien más en la flora que en la fauna, hostigada ésta tanto por la vorágine cazadora como por el pernicioso uso de insecticidas en los cultivos.

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86 Por último, en el volumen Patrimonio Etnológico y Actividades Tradicionales en la Serranía Suroeste, escrito por la investigadora María Luisa Melero Melero, se nos desgrana todo el conjunto patrimonial de nuestra comarca en su dimensión más activa. Como bien expone en el prólogo Teresa Benítez Lora, gerente de Serranía Suroeste Sevillana, hemos de ver este conjunto como un gran "paisaje rural", como un lugar que ha sido creado, formado y preservado por los vínculos y las interacciones del hombre y su medio. Así pues, dentro de este recorrido no podemos dar de lado a las actividades y oficios tradicionales de nuestra comarca, enmarcados en sus respectivos medios como pueden ser los edificios tradicionales que aún hoy se conservan, desde los molinos y las almazaras, hasta los cortijos y los distintos talleres de los artesanos. Para completar esta obra, qué mejor que visitar esos edificios, hoy día ya asimilados como algo cotidiano de nuestros pueblos y campos, pero que antaño no eran sino centros neurálgicos de la vida de los mismos. No querría terminar sin alabar la excelente labor realizada por el Grupo de Desarrollo Rural “Serranía Suroeste Sevillana”, destacando la magnífica calidad de edición del trabajo que estamos aquí reseñando; calidad latente tanto en los textos como en las imágenes, éstas últimas a cargo del grupo "Tres Fotógrafos", formado por Adolfo Garcerán, Enrique Gordillo y Manuel Gil. En definitiva, todo lo que estos tres libros revelen a las generaciones venideras de nuestros pueblos y a aquellos foráneos que deseen asomarse a nuestras ventanas, legitima el esfuerzo volcado por Serranía Suroeste Sevillana en este proyecto y nos exime de justificar más esta lograda obra, que os invitamos a visitar. Si el siguiente paso a su lectura consiste en saltar del papel a la contemplación directa de nuestros pueblos y paisajes, el objetivo cifrado por este proyecto estará del todo satisfecho.


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88 P En general no me interesan los fotógrafos “artísticos”. Lo que me interesa realmente es la fotografía como memoria casi diría antropológica. Por dar un ejemplo, el trabajo de Cristina García Rodero sobre las fiestas en España, o los retratos de Pierre Gonnord que vi recientemente en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Son una serie de retratos de gente marginal que, con unas fotos admirables y muy precisas, logran algo que para mí es fundamental, llegar al alma del retratado, de modo que a través de sus fotos adivinas toda una historia. De la misma manera, gracias al trabajo de dos fotógrafas, Sara Facio y Alicia D'Amico, se pudo reconstruir la casa museo de Pablo Neruda en Isla Negra. Ésta había pasado los años de la dictadura “custodiada” por un retén militar que había hecho muchos destrozos. Pues bien, gracias a que estas dos mujeres años antes habían hecho un amplio reportaje fotográfico a Neruda usando como fondo la casa y la cantidad de objetos que al poeta gustaba coleccionar, se pudo reconstruir la distribución de la casa y sus objetos tal como estaban en tiempos de Neruda. El buen fotógrafo como el buen escritor es el que sabe dejar una memoria de su tiempo, el que ayuda más allá de los datos históricos a entender el tiempo que le tocó vivir. En esta línea podemos mencionar a fotógrafos como August Sander, Robert Capa o Cartier Bresson, entre otros muchos. M Bueno, las líneas directrices de la agencia Magnum Photos que crearon Robert Capa y CartierBresson van en esa dirección, ¿no? P Efectivamente. Yo también creo más en la descripción de la realidad que en la interpretación. Os lo voy a ilustrar con otro caso. A raíz de la muerte de Juan José Hernández, me pidieron fotos de él con la idea de utilizarlas para un funeral cívico. Mandé una serie de fotografías hechas a lo largo de nuestros cuarenta o más años de amistad, y con ellas hicieron un DVD que me gustó mucho. Es de las cosas que te reconfortan, que hacen que le encuentres un sentido a tu trabajo. M Un buen fotógrafo debe entonces, a tu juicio, ocultarse en lo posible en los resultados de su trabajo. Eso sucede con la literatura también. Yo creo que los escritores que en un relato o en una novela se dejan ver demasiado están haciendo un flaco favor a su obra. El artista puede y debe crear nuevo universos, que son suyos, que son obra suya, pero que no han de ser él mismo. Alcanzar ese equilibrio o esa distancia entiendo que es uno de los secretos del arte. Lo mismo ocurre con los escritores que lo cuentan todo, que no dejan nada sin omitir, ningún cabo suelto; al final, resulta que su narración raramente funciona, porque roban su espacio al lector, al intérprete, y se desvirtúa así una de las esencias de toda obra de arte, que reside en el otro. Con la fotografía supongo que pasa igual, que no es del todo bueno que se haga tan presente el fotógrafo en su obra, que tenga tan poco pudor, y que no deje nada a merced de la interpretación del espectador. A ¿Te gusta la poesía, Pepe? P Entiendo más la prosa. Aunque leo poesía, la prosa me resulta más sencilla. M Es curioso que te guste más la prosa que la poesía, porque ¿cuál es la más fotográfica de las dos? P No sé. Hay un poema de Juan José Hernández, “El tiempo circular”, que lo escribió después de ver una foto de un niño palestino de cuatro años, Mahomed Ibrahim, muerto en Sidón tras el ataque de un comando israelí. Los astros y los hombres vuelven cíclicamente. Jorge Luis Borges

La cabeza de Avellaneda degollado y su halo de moscas pertinaces en una plaza provinciana. El íntimo cuchillo en la garganta de Laprida, cruento bautismo de su destino sudamericano. Las huellas de las pezuñas del tirano en el abanico rojo de Camila O'Gorman. Las orejas en salmuera del enemigo enviadas por Urquiza de regalo a su hermano. Las manos tronchadas de Ernesto Guevara asesinado por la CIA y el Ejército de Bolivia. La momia itinerante de Evita capitana con rodete de oro, tan callando. HERNÁNDEZ, Juan José. Escritos Irreverentes. Buenos Aires: Ed. Adriana Hidalgo, 2003.


89 En cuanto a mis retratos, que los considero clásicos, lo que pretendo en ellos es que a través de la pose, la mirada, las manos, el peinado, la ropa… se pueda adivinar al personaje. ¿Prosa o poesía? No lo sé. Me gusta mucho un fotógrafo alemán, August Sander. Tuvo que hacer retratos para los salvoconductos que exigían los aliados a los alemanes después de la Primera Guerra Mundial. Por razones de economía, hacía fotos de grupos en fábricas y talleres, y luego recortaba las cabezas para el documento. Trabajó en esto mucho tiempo y consiguió hacer una verdadera radiografía de la sociedad alemana de entreguerras. Las fotos revelaban, entre otras cosas, que esta sociedad era menos aria y pura de lo que se pretendía. Por eso los nazis lo persiguieron y secuestraron parte de sus archivos. No soportaban la descripción de la realidad social que se adivinaba a través de sus retratos. A ¿Y este fotógrafo es uno de tus favoritos? P Sí. De hecho, en el catálogo de la exposición que hice en el Museo de Bellas Artes de Santander en el 2000, el catedrático que me presenta, Bernardo Riego, de la Universidad de Cantabria, dice: “Flamencos nos habla de un universo distante para los no iniciados, tratado con una sobriedad cercana a la fotografía antropológica. Con todas las diferencias que tiene y las distancias que se quieran poner, la primera vez que contemplas este trabajo, no puedes dejar de pensar en autores como August Sander y lo importante que es esa tradición documental en la figura fotográfica..” Te imaginas lo que me alegró y halagó esta aseveración, sobre todo viniendo como venía de una persona que sólo me conocía por mi trabajo. Luego agrega: “Parece que en las escenas el fotógrafo no está presente sino que a través de su obra, son los personajes retratados los que se expresan desde su fuerza como artistas o desde la dignidad que emana de su presencia, casi siempre en el estrecho espacio del estudio fotográfico.” Y continúa más adelante: “La mirada que Lamarca proyecta sobre sus retratados es sosegada y la sencillez con la que ilumina las escenas posibilita que el espectador contemple sin obstáculos ni indicaciones añadidas a unos personajes que tienen un universo propio.” Te leo esto porque responde exactamente a mi intención a la hora de retratar. Además, destaca acertadamente mi falta de pretensiones esteticistas, que siempre son peligrosas cuando se quiere representar la realidad. Si hago un retrato tuyo, Aloña, mi mayor pretensión es que cuando pasen los años tu hija pueda decir: así era mi mamá. Que haya una recuperación del tiempo, que tu hija te vea igual que yo te veo ahora. A Si, que quizás se vea, además de lo físico, lo psicológico. P Si un retrato está bien hecho, eso se da. Creo que todas las personas tienen una energía que brota de ellas mismas. Un buen retrato es el que logra captar esa energía. Con la sociedad es lo mismo. Cuando Polanski hizo la película El pianista, que trata de la rebelión del gueto de Varsovia, lo que más le sirvió como documentación fueron las fotos del gueto que sacaban los oficiales y soldados alemanes; el día a día, sin otra pretensión que la de documentar. M Esto que me dices de Polanski me recuerda a la primera novela de Unamuno, que se llama Paz en la guerra y está ambientada en las dos guerras carlistas del siglo XIX. Pese a que en su novelística posterior, Unamuno se separa del criterio realista, en esta primera novela mantiene aún cierta herencia. Pues bien, partiendo de su distinción entre la historia y la intrahistoria, es decir, la historia superficial de los documentos oficiales y la callada historia del pueblo donde palpita la tradición eterna, Unamuno preparó la documentación de la novela basándose no tanto en la versión de la guerra de los textos que se fueron publicando al terminar ésta sino en la versión que él mismo fue reconstruyendo a partir de otras fuentes, como la prensa de guerra de ambos frentes o los diarios de los mismos combatientes que fue consiguiendo en Bilbao y en pueblos de Vizcaya. Continuará… © Shin Yamazawa


José E. Lamarca FIESTA MAPUCHE POR LA DEVOLUCIÓN DE SUS TIERRAS. (CHILE, 1970)

© Pepe Lamarca

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Jacques Chonchol, ministro de Allende e impulsor de la reforma agraria



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