La virgen de la Herradura

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UNA DE TANTAS HISTORIAS DE LA

“VIRGEN DE LA HERRADURA”

Crónicas de Salinas del Peñón Blanco N° 2 / AÑO 1 /16 JUNIO 2014


Crónicas de Salinas del Peñón Blanco DIRECTOR y EDITOR: José de Jesús Hermosillo y Medina

DISEÑO: ITIC. Juan Francisco Galindo Parga

CONTACTO: Tel. 01 (496) 96-3-01-08 Jfgp_240790@hotmail.com

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UNA DE TANTAS HISTORIAS DE LA “VIRGEN DE LA HERRADURA” -

-José de Jesús Hermosillo y Medina, Cronista vitalicio

En la segunda mitad del siglo XX, muchas familias de la región habían emigrado a la ciudad de Monterrey, N. L; por su fama de industriosa, en busca de trabajo. Algunos abrieron negocios, entre otros, modestos tendajones o estanquillos. Una familia originaria de La Herradura, Villa de Ramos, S.L.P; abrió un estanquillo al que acudía una mujer sexagenaria; preguntando por la famosa “Virgen de La Herradura”, asegurando que la citada Virgen, era una mujer común de Salinas, que era su madre, y que había abandonado a su padre, a ella, una hermana y un hermano, dejándolos muy niños, para irse con otro hombre, que podía ser su hijo, pues tenía como la mitad de su edad; ella tenía como cincuenta y su nuevo novio, como veinticinco. Cambió a su viejo marido, por otro más joven, “agarro pollito”; “agusadilla desde chiquilla”. El joven marido, quizá pensó que “gallina vieja da buen caldo”. Coincide lo que platicaba con lo que decía las gentes que vivían entre 1926 y 1927 en La Herradu-

ra; citando a don Andrés García, ranchero acomodado que vivía solo con su mujer, por no tener hijos, quien viniendo para Salinas, por el camino encontró a una señora como de cincuenta años y un hombre como de veinticinco, quienes lo detuvieron para decirle: -Oiga señor, somos pobres y si usted puede, denos trabajo. Don Andrés les dijo: -Allá adelante está un ranchito, busquen a doña Marcelina Ortiz, sirvienta en Charco Blanco, propiedad de don Pancho Medina, y díganle de mi parte que los reciba, mientras que regreso de Salinas y mañana o pasado, llego por ustedes para llevármelos a mi rancho, donde el trabajo no les faltará, allí me ayudarán a pizcar y desgranar maíz. Ésto, aconteció en noviembre de 1926, y como a las tres de la tarde, cuando llegaron al rancho donde estaba doña Marcelina Ortiz, los perros hacían una escandalera, ladrándoles a los caminantes, pero “perro que ladra, no muerde, o ya mordió”. Los viajantes le dieron a doña Marcelina el recado de don Andrés García, los pasó y le dio aposento y comi-

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da. El hombrecillo aquel iba vestido de manta trigueña, con un sombrero grande -como piloncillo-, un chiquihuite, colote o -quihuila- tapado con un cuero como equipaje, y la señora, cincuentona vestía blusa, faldón y un rebozo corriente. Cuando llegaron, doña Marcelina estaba tostando maíz en el comal, para hacer pinole, y en cuanto pudo, le dio tarea a la mujer visitante, poniéndola a moler el maíz tostado en el metate. Allí estaba a duro y duro. Tiempo después, cuando ya tenía fama de curandera y se decía ser “la mismísima Santísima Virgen”, aquella visitante; los vecinos la asustaban: -Marcelina, te vas a condenar, por haber puesto a moler maíz en el metate, nada menos que a la Virgen. ¡Te va a castigar! La pobre Marcelina temblaba de terror, persignándose. Al tercer día llegó don Andrés y se los llevó a La Herradura y los puso a pizcar y a desgranar. Cierto día una desesperada mujer le dijo a doña Elísea Rivas, esposa de don Andrés García, que su niño estaba muy malo del estómago, que si no tenía una hierbita para cocerla y dársela a beber. Oyó la huésped y le gritó: -Tráigamelo, yo se lo curo, y lo llevaron, y lo sanó de un empacho que por tragón sufría el muchachillo. Aquí comenzó toda la historia. La mamá del niño divulgó a grito abierto, que la señora tenía

Las cactáceas poseen características morfológicas y fisiológicas que les han permitido colonizar exitosamente los ambientes cálidos y áridos

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poderes para curar, como lo había hecho con su hijo. Pronto llegó gente de todas las rancherías circunvecinas. Al rato tenía la casa llena de gente, aunque a ella y su acompañante, solo les habían prestado un jacal, donde dormían en un guangoche y se cobijaban un sarape. Por las curaciones no cobraba, no imponía tarifa. –Lo que ustedes puedan y quieran dar, lo que sea su santa voluntad, lo que sea es bueno, peor es nada, decía. Unos le llevaban maíz, y otros frijol, calabazas o animalitos, que don Andrés llevaba a vender a Salinas, en su carretón guayín -wallín- . Luego le llevarían monedas de plata, que guardaba en unos botes de cuatro hojas o en cajones jaboneros. También le llevaban –aunque pocas- monedas de oro, que con recelo, ponía en un baulito. En el cuarto que improvisó como consultorio, puso un cromo de María Auxiliadora, devoción de moda en aquel entonces, y comenzó a decir que élla la había mandado a curar sus enfermedades, pero por la fama de acertada curandera, la gente creía que era la mismísima Virgen María, y a élla le gustó y porque le convenía, aceptó. Nadie recuerda su nombre ni el de su acompañante, nunca les preguntaron; simplemente le decían Virgen María y al otro, que casi ni hablaba, lo llamaban Josecito, San José o Juan Diego, -nombre que muchos dudaban decírselo, porque replicaban que Juan Diego era de la Virgen de Guadalupeque tal vez en nada le ayudaba, “tirado a la Bartola”, porque “le daba güeva” -hueva-, lo dominaba la flojera.


Entre febrero y marzo de 1927, la clientela había aumentado. Los creyentes sumaban miles, que se acomodaban a dormir en pleno monte, “como Dios le daba a entender” A don Ezequiel Monsiváis lo curó de viejo padecimiento en el estómago, con algo que le untó, quitándole la “enfermedad de muina”, que no era otra cosa que un “coraje entripado”. A Daniel Ramos Govea, le remedió un mal en los ojos, que a lo mejor solo eran legañas viejas. Su tía hasta le regaló a la Virgen sus aretes de oro, por cierta curación. Pero cuando se desengañó, “pelaba tamaños ojos y se deba topes en la pared”, porque sus amistades la pendejeaban por crédula. A partir de entonces, este señor Monsiváis, Lino Hernández, Sotero Martínez, Quirino Ortiz, Margarito Dimas, Luis Ortega, Carlos Ramírez al que le puso “Carlos Barón Constantino”, Alejo López, quien después fue cofrade de la Venerable Orden Tercera franciscana -VOT- y otros, fueron nombrados “apóstoles de la Virgen”, que en total eran doce “a imitación de Jesucristo”. Los “apóstoles” la auxiliaban cuando tenía mucha gente y para entonces ya era conocida como “La Virgen de La Herradura”, por llamarse así el lugar, que era una estancia de la hacienda de Cruces, donde herraban al ganado caballar y mular. Un día la señora se subió a una mesa y comenzó un discurso diciendo: -“Hijos míos, yo ya viví otra vida. Me morí, pero como yo era hija de unos españoles ricos, con fortuna y comodidades, al morir, Dios me devolvió, para que conviviera con la gente pobre, por eso estoy con ustedes, sanándolos de sus males del cuerpo”. De su abolengo español “-supongando que juera cierto-” decían algunos; con esa cara de india que no puede con ella, “no niega la cruz de su parroquia”, naiden se lo cree. Además, la señora era feúcha y desgarbada “ya no se cocía de un hervor”. Cuando fallaban sus medicinas, le echaban la culpa a la Virgen llamada María Auxiliadora -La que cura es élla, cuando así conviene -se defendía-, cuando no, ni los mejores doctores. Un señor incrédulo llegó a caballo, de un rancho cercano “nomás a viborear” diciéndole mentirosa e impostora. Élla no le retobó. Al poco tiempo, el hombre aquel, volvió arrepentido, pidiéndole perdón, llevando en la espalda

una espinosa penca de maguey como penitencia. No faltó quien le dijera que la Virgen curaba, pero también castigaba a los que no creían. Otro, don José María Medina, que tenía una tiendita, también le gritaba ¡Vieja estafadora!, pero un día que enfermó gravemente, y no habiendo más, lo llevaron con ella y lo curó. Así le cerró la boca, le quitó lo lebrón y hocicón. El tontejo de Josecito, el joven marido de la Virgen, se colaba de rondón –de mirón- “echándose un taco de ojo”. Buscaba intimar con una moza, hija de uno de los “apóstoles”, pero como “no se le hizo”, le reclamó a la muchacha, pues si hubiera querido “hasta triates habrían nacido, que bien pudieran haber sido los Santos Reyes Magos; para completar el santoral”. Eso decía Josecito, el cábula –astuto, pícaro, travieso, en el que no se podía confiar, “que parecía mosquita muerta, como quien no quiebra un plato y todos los tiene mochos”- no, si nomás tenía la carita de “yo no fui”. A tal grado llegó la fama de la Virgen, que cientos de fotografías –tomadas por Manuel Romero-, “se vendían como pan caliente”, como estampas religiosas, así como “botones o prendedores” con su retrato y unas bolitas de lodo, muy apreciadas, porque decían que estaban amasadas con orines de la Virgen, que guardaban como reliquia, o como amuleto para la buena suerte. “De que los hay los hay”. En algunas fotografías, la Virgen ésta en actitud de curar a Doroteo Medina.

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Como eran años de sequía, en pleno invierno y con tanta gente, se sufría de sed, los pozos se secaron, y la Virgen los engañaba –platicaba Luis Ortega-, diciéndoles que una nube iba a descargar agua cerca de una noria, y lo creyeron, pero al llegar a beber agua, solo encontraron charcos de orines del ganado. Otra mentira de la Virgen a sus seguidores fue decirse hermana del célebre Niño Fidencio, curandero que ejercía en Espinazo, N. L; hasta donde fue el General Plutarco Elías Calles, Presidente de México a curarse de una infección en la piel y sanó, convirtiéndose en protector de Fidencio Síntora Constantino. En aquella época surgieron por todas partes usurpadores –hombres y mujeres- que se decían “cajitas” herederos de los poderes curativos de Fidencio, cometiendo muchos abusos contra la gente ingenua. Dicen que “la fea es ciega”, pero más en los pendejos que en todo creen. Un día los seguidores de La Herradura, vieron a la Virgen muy triste. -¿Qué le pasa, santa madre? Élla contestó: -Me acaba de llegar una carta del Presidente de México, General Plutarco Elías Calles, ordenándome que me vaya de aquí, que ya no engañe a la gente. Que me vaya por la buena o por la mala o manda que me saquen de aquí. “Serian peras o serían manzanas”, pero “el miedo le hizo cus, cus”. Quizá su resonante éxito llegó a oídos del Niño Fidencio y despertó su recelo, quien de seguro le pidió al Presidente Calles, que la echara de La Herradura, ya que un periódico potosino, publicó que la que se decía su hermana, atraía miles de personas y francamente le disgustaba la competencia. Un día, ya no amaneció. La gente lloraba de tristeza, otros díceres, aseguraban que algunos sábados la Virgen “se moría, para ir al cielo, a dar cuenta a Dios Nuestro Señor, de sus buenas obras en el rancho de La Herradura”, pero lo cierto es que con tantas limosnas, en el carretón de don Andrés, se venía en la madrugada a tomar el tren a Salinas. Años después, de su desaparición algunas la vieron cerca de Torreón, Coah; con una tienda de zapatos y otros decían que con un restaurante.

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Así se las juegan los que son “lángaros o vivillos desde chiquillos”, que “no piden que les den, nomás que los pongan donde agarrar”. Sin embargo, muchos que le fueron agradecidos y fieles “en las verdes y en las maduras”; lloraron cuando despareció la Virgen, juzgados y burlados por otros que decían: -Solo los tontos creyeron que era verdad lo de sus prodigios; que no eran milagrosas curaciones, si no puras chiripadas. La fe ciega de la gente “créida”, era lo que les devolvía la salud. De la Virgen de La Herradura, todos comentaban, menos de su acompañante, que a lo mejor la siguió o aquí se quedó. ¿Y para qué quería a Josecillo, hombre desguanguilado –aflojado, por no decir guango-, flacucho, descuajeringado y enclencle-? Y él, también, ¿para qué andaba tras los huesos de una mujer tan vieja y muy traqueteada? ¿Para qué quería abuelita, y ella, para qué quería nieto?

Si encontráramos todavía a testigos –casi todos han muerto-, cada quien contaría su propia versión, su otra historia.

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SALINAS L A

P E R L A

D E L

S A L A D O


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