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ALMENDRO EN FLOR DE TUNTE
Gran Canaria cada invierno, allá por los meses de enero y febrero, recibe en sus medianías y cumbre un espléndido y bellísimo adelanto de la primavera isleña encendida en la rosácea luminosidad de los almendreros, en flor. En ocasiones nieve y flores de almendros se funden en el manto blanco que recubre con delicada textura laderas y picos de las montañas en la cumbre altiva, mientras el sol, en un firmamento celeste limpísimo, ilumina veredas y caminos, convertidos por unos días en sendas de un peregrinar del ser y sentir isleño; y percibimos que nuestros sentimientos, como ya cantara Nicolás Estévanez, tienen mucho que ver con aquello “…de un almendro/ la la Fiesta del Almendrero en Flor aparece por diversos lugares de la Gran Canaria a los que pronto también se suma Tunte y Ayacata en el sureño municipio de San Bartolomé de Tirajana. Y es que, más allá de medianías y cumbre, también se abre en esos días el espléndido horizonte de los almendreros en flor por laderas, fincas y caminos de la Caldera de Los Tirajanas, o por los roquedales y barrancos de Ayacata, en el horizonte de un municipio, San Bartolomé de Tirajana, donde la fiesta de los almendreros también cobra con intensidad sabor, color, vida y alegría; un orbe donde parece que resuenan muy festivas las notas y letra de aquella popularísima canción,
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Almendreros en flor por Tunte y Ayacata
dulce, fresca, inolvidable sombra…” Un hecho de la naturaleza que, a lo largo del tiempo, se convierte en parte ineludible y señera de las tradiciones grancanarias, en especial a lo largo del siglo XX tras abrirse las primeras carreteras al interior y que una inmensa mayoría pueda descubrir, poco a poco, esa transcumbre, ese territorio desconocido por la mayoría de grancanarios y foráneos, pese a la subyugante y singular belleza de sus parajes, tal como lo señaló el inolvidable escritor Domingo Doreste Fray Lesco, que también con ello habló por vez primera de “continente en miniatura”, pero muy en especial después de los primeros años de la década de los setenta en que “Camino de Tunte”, dedicada a estos parajes de la Gran Canaria: “…Tira, tira, tira, tira, Tirajana, qué dulcitas son, qué dulcitas son las almendras blancas, tira, tira, tira, tira, Tirajana, me las como yo, me las como yo todas las mañanas…”. Flores de almendreros que son verdadero adelanto que consagra la primavera insular por Tunte y Ayacata en los caminos de costa y cumbre, una experiencia que todo grancanario debe conocer, vivir y disfrutar intensamente, para lo que San Bartolomé de Tirajana les espera cada año a la sombra dulce y fresca de sus almendreros en flor.
DULCERÍA San Mateo
tradición artesanal para endulzar a todos los canarios desde 1945
El origen de la Dulcería Pastelería San Mateo se remonta al año 1945 en el municipio de Tejeda, lugar de procedencia de doña María Jesús Navarro, impulsora del negocio que en la actualidad regentan en San Mateo sus hijos Carmen y Antonio López, conocido popularmente comoTito. "Mi abuelo se había ido a Buenos Aires a hacer fortuna y había dejado en la isla a mi abuela y a sus dos hijas, en Tejeda”, rememora Antonio. “No tuvo mucha suerte y regresó con una guitarra y un montón de puntos cubanos. Montó un cafetín frente a la iglesia de Tejeda, donde los señores se reunían para jugar a la baraja y allí unas señoras le dijeron a mi abuela que les pusiera a los hombres algún dulcito para acompañar las partidas; y entre lo poco que sabía mi madre y lo que le enseñaron aquellas señoras mayores a hacer piñones de almendra, mazapanes y mantecados, empezó la his-toria de la dulcería con ayuda de mi tía”.
Tras casarse y tener cinco hijos, doña María Jesús se trasladó a San Mateo en 1968 como muestra de agradecimiento a este municipio, porque “una vez le había preparado a mi abuelo una caja de dulces para que los vendiera en las fi estas de San Bartolomé de Tirajana y no vendió ninguno”, prosigue Tito, “entonces, tras regresar a Tejeda con los dulces, días más tarde probó suerte en las fi estas de Santa Ana, copatrona de San Mateo y los vendió todos”. Y a pesar de que los familiares y vecinos le incitaban a trasladar la dulcería a otros municipios en aquellos años económicamente en auge como La Aldea, doña María Jesús invirtió diez mil pesetas en su nuevo negocio en San Mateo, con un horno de leña prestado por un vecino y con la convicción de que le irían bien las cosas.
Al principio pasó calamidades para sacar adelante la dulcería sin la maquinaría adecuada y a la vez que tenía que criar a sus hijos “sin mi padre, que decidió quedarse un tiempo en Tejeda porque no creía en la emprendiduría de mi madre”, pero el negocio funcionaba y no tardó en trasladarse a un local en mejores condiciones.
Y hoy en día, la Dulcería Pastelería San Mateo elabora entre 800 y 1000 dulces a la semana y atiende a una clientela que llega exclusivamente hasta el local procedente de toda la geografía insular, sobre todo de la capital. “La clave es la calidad y la frescura del producto y el trato al público”, defi ende orgulloso Tito, “si esto fuera una franquicia o la crema nuestra supiera igual que la que encuentra la gente al lado de su casa, no vendrían hasta aquí a comprarnos”.
Son especialistas en repostería artesanal de almendra, mazapán, garrapiñadas, bienmesabe, matrimonios, bicacaros, toscas, bollos... Aunque también elaboran tartas para bodas, pastelería alemana o sueca. Y en Navidad no faltan los turrones, polvorones, escaldones ni los pasteles de carne. “Nos hemos formado en la Península y siempre hemos contratado a profesionales que nos han enseñado técnicas de repostería para ofrecer al cliente productos novedosos y diferentes”, explica Antonio sin parar de saludar al incesante goteo de personas que van entrando a su local.