Crónicas gc. Mar-abril 2020

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REPORTAJE & MIRADORES DE GRAN CANARIA

El frenesí viajero que contagia esta tierra de Gran Canaria hace que, en muchas ocasiones, no planifique la ruta de mi paseo por ella y que sean los majestuosos, colosales, hipnóticos y pétreos paisajes, que se muestran ante mis sentidos sorprendidos, los que guíen mis pasos por estos senderos de barrancos vertiginosamente petrificados. Mis ojos, testigos de la pequeñez de mi cuerpo ante tal magnitud pétrea y paisajista, hacen que éste se rinda y se deje conducir sin ser dueño del rumbo que llevo. De repente me encuentro saliendo de la Aldea de San Nicolás de Tolentino por la GC-210 sin más información que la de la señalética vial. Mi ruta podía terminar en Artenara. Lo que iría apareciendo ante mis ojos era un misterio que pronto iba a ser desvelado.

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ESPECTÁCULO PÉTREO EN EL CORAZÓN DE LA ISLA

S

ALGO de La Aldea, me despide el Molino de Agua, y voy dejándome atrás una multitud de invernaderos, terrazas de cultivo, casas y pequeños barrios diseminados que se asientan sobre un suave valle de orografía erosionada, trabajada, arada y cultivada que no daba pista alguna de lo que me iba a encontrar unos kilómetros

adelante: una extrusión pétrea de paredes altísimas, muchas de ellas de una vertiginosa perspectiva. Me adentro ya en el Barranco de La Aldea y comienza en zigzagueo de la carretera con sus curvas cerradas, su estrechez en algunos tramos, sus subidas y bajadas, propias de quien bordea un barranco. Ya van apareciendo los primeros

signos de cambio orográfico. Grandes columnas de piedra, altas e imponentes, forman gargantas por donde pasa la carretera, pareciendo querer engullirme cuando paso por esas fauces rocosas. Aunque Helios aún luce esplendoroso, se está, poco a poco acercando, a la hora de su retirada; sombras se proyectan sobre las paredes del barranco de colores rojizos, ocres y amarillos que las piedras han adquirido a lo largo de millones de años. De pronto aparece ante mí una pared que no tiene la firma de la Naturaleza. Tiene aspecto de monstruo que enseña una fila de grandes dientes bajo una afilada nariz que semeja a un trampolín por su inclinación y tres ojos que me miran de frente. Es la Presa del Caidero de la Niña, de 62 metros desde su base a la corona teniendo esta una longitud de 124 metros. Mucho le debe La Aldea a esta presa, sobretodo en saneamiento de las aguas del barranco y la reducción

drástica de la alta mortalidad infantil después de su construcción. Espero que pronto se le dé el reconocimiento de Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Canarias. Sigo hasta el final de la presa, que hace de nexo de unión de los barrancos de La Aldea, que abandono, y de Tejeda, donde me adentro. Aparece, casi de repente, otra pared de construcción humana, la Presa de Siberio, que desaparece igual de rápido. Continúo mi desconocida ruta. Bordeando esta parte del renombrado barranco, me doy cuenta que lo que se me muestra es cada vez más inquietante y magnifico. La carretera discurre por el filo del barranco y los cables del tendido eléctrico se cruzan encima de mi cabeza, como cuerdas o cadenas que unen a esos prisioneros de metal unos y madera otros, que están estáticos e inmóviles desafiando la verticalidad del piso donde se apostan. La vía se estrecha en algunas curvas


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