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A 25 años de la muerte de mi tío Pipo

texto Claudia Vigil Ormeño

fotos archivo Familia Ormeño

13 de junio de 1969. Probablemente de la época de la universidad.

Foto familiar, 1957.

Cuando pienso en que han pasado 25 largos años desde la partida de mi querido tío Pipo, como le llamábamos todos los que lo queríamos mucho, allá por marzo de 1995, sigo creyendo que esta fue pronta e injusta, y, además, que se adelantó a su época: hizo tantas cosas buenas y llenas de tanto arte, pasión y amor por lo que más le gustaba, el teatro.

Él era muy cercano a mi madre, siempre nos visitaba y cada vez que entraba por la puerta de nuestra casa todo el ambiente se alborotaba, era un vendaval, efusivo, cariñoso, amaba la vida y sobre todo era un apasionado por el teatro. Mi madre siempre le decía: «¡Eres un loco atolondrado!». Jugaba conmigo y mi hermana como uno más de nosotros. Junto con mis primos siempre esperábamos a que llegue el tío Pipo en los almuerzos de cumpleaños, las fiestas de Navidad o el Día de la Madre. Él llegaba con su energía y alegría y alzaba en brazos a mi nonna querida y a mi madre también.

Ahora viendo todo en retrospectiva y siendo madre me pongo a pensar que debió ser demasiado duro, difícil e importante para Pipo dejar la carrera de Ingeniería Agrónoma que terminó en la Universidad Agraria para entregarse con tanta vehemencia al teatro, a la actuación, a la dirección y a lo que hacía tan bien: escribir, crear y adaptar guiones. Difícil y duro por enfrentarse a mi abuelo y a la figura que representaba en la familia, pero admirable, porque siempre amó hacer lo que quería, y eran otros tiempos, en plena década de los 70, lo que le costó, lastimosamente, que su padre nunca esté junto a él celebrando tanto éxito que le llegaba y de todas partes del mundo.

Sé por mi madre y mis tíos, sus hermanos, que adaptó muchas obras a su estilo e inspiración, algo que le gustaba mucho hacer, pasaba largas horas encerrado escribiendo, inspirándose, creando, pidiendo a los sobrinos que no le hagamos bulla. Recuerdo que cuando yo era una incipiente adolescente, Pipo llegó a participar en televisión haciendo un musical personificando a Pedro Navaja. Mi madre dice que para el canal 7. También participó en algún capítulo de la exitosa teleserie Gamboa del canal 5. En la familia todos sentíamos tanto orgullo de él. Pero eso sirvió para que él se diera cuenta de que la televisión no era lo suyo, decía que no se iba a prostituir más y que la televisión iba a un ritmo que no le gustaba, que él perseguía otro tipo de involucramiento para con la actuación y se metió más de lleno a su amado Teatro del Sol.

Foto familiar, 1947.

De izq. a der. (de pie): «Yo (Claudia), mi prima Paula Ormeño (hija de Alfredo Ormeño), su mamá Emma de Ormeño (esposa de Alfredo Ormeño), mi mamá, mi primo Juan Carlos Miranda (hijo menor de Chela Ormeño), Graciela “Chela” Ormeño y Pipo. Sentada, Alicia de Ormeño (madre de Pipo) con mi hermana Melissa Vigil Ormeño».

Recuerdo lejanamente, yo tendría 5 o 6 años, que alguna vez partió por larguísimo tiempo de viaje a Europa y Estados Unidos de gira con su grupo de teatro a presentar una exitosísima obra que habían hecho en Lima. Y que había gustado tanto que de otros países los llamaron, me contó mi madre orgullosa. A mí, el tiempo se me hizo eterno, lo extrañé tanto... todas las semanas le preguntaba a mi mama: «¿Y mi tío Pipo vuelve ya?». Y en alguna oportunidad me eché a llorar de lo mucho que lo extrañaba, creo que nunca tuve la oportunidad de decírselo, así como de despedirme de él, antes de que partiera de este mundo.

Pipo viajaba mucho a fines de los años 70 e inicios de la década de los 80, en donde el Perú era tan turbulento y caótico. Él llegó a tener un éxito que nadie se imaginó y asumo que ni él mismo tampoco. Teatro del Sol se llegó a consolidar, mi abuela y mi madre siempre estuvieron ahí aplaudiéndolo de pie, ayudando y apoyándolo desde donde y como pudieron, eso sí, «todo a última hora», como dice mi madre.

Durante su paso por las labores que desempeñó en el Estado como jefe del departamento de Cultura de la Municipalidad de Lima o profesor en la Escuela Nacional de Arte Dramático o en el Teatro de la Universidad Católica, el TUC, anduvo entregándose en cuerpo y alma a su pasión por el teatro, desde donde desempeñó un papel importante y tocó la vida de muchas personas. Se metía en una y mil cosas, andaba siempre muy ocupado, atareado y en ese ínterin se llevó muchas decepciones, pero encontró a lo largo de su vida personas valiosas e importantes que lo apoyaron mucho, como Beto Montalva. Pipo era demasiado celoso y guardaba muy en privado su vida personal.

«Yo tendría 7 años aproximadamente y mi hermana 3 años. Esto es en la casa de mi abuelita, que aparece ahí junto con Aldo, quien entiendo fue su última pareja. Esta foto fue tomada luego de la muerte de Beto Montalva».

De izq. a der.: «Mi mamá Alicia, mi papá Ricardo Vigil, la cuñada de Pipo Emma de Ormeño, la hermana de Pipo Graciela “Chela” Ormeño y Pipo, alrededor del año 88/89».

Quizá esta sea una forma tan catártica de despedirme de él, después de 25 años. Cuando nos dejó eran otros tiempos, nunca me quisieron decir la verdad de su partida, por qué se fue tan rápido o hablar de su pronto deterioro, pero lo presentía, porque hasta mis cortos casi 20 años, cuando nos dejó, nunca había visto un velorio y entierro tan emotivo y lleno de gente, con tanto dolor y pena, así como admiración, orgullo y lealtad por una persona que había tocado de distintas maneras sus vidas: como profesor, como actor, como escritor, como jefe, como hermano, como hijo, como tío, como pareja. Particularmente recuerdo que fue un duro golpe para su madre, mi abuela, recuerdo que me dijo algo que nunca olvidaré: «No hay dolor más grande para una madre que enterrar a un hijo». Mi abuela y mi madre quedaron devastadas con su partida.

Pipo nos dejó en su mejor momento, cuando estaba en una madurez profesional increíble, y hacía tantas cosas y tan bien, fue tan productivo y ello lo confirmé luego de su partida, recuerdo vagamente que, con mi madre y padre, que era un gran admirador suyo, recuperamos algunas de las cosas que tenía en su última morada: el Teatro de Los Grillos. Lastimosamente, con el pasar del tiempo, la familia no se pudo quedar con muchos de sus recuerdos, una lástima, en aquel momento yo sí me quedé con lo que fue su último pedido a mi madre, con sus dos hijas: Annie y Lais, sus preciosas cocker, a quienes mi familia adoptó y que nos acompañaran varios años.

Es triste que no haya mucha información sobre Luis Felipe Ormeño Fernández, mi tío Pipo, por ello agradezco a Crónicas de la Diversidad, por la encomiable labor que se ha propuesto: recordar la vida de Pipo y Teatro del Sol. Y sobre todo a Germa Machuca, por tener tan vivo el recuerdo y obra de mi gran querido tío Pipo, les estoy eternamente agradecida a ambos a mi nombre, de mi madre y de mi familia, por reconstruir gran parte de la historia de la vida de Pipo, es algo que aprecio muchísimo. La vida siempre nos pone a las personas correctas en los momentos apropiados y menos esperados.

«La foto donde está bailando es cuando celebró sus 40 años en el departamento de Lince. Baila con la actriz Elena Huambos, si mal no recuerdo».

Emotiva tarjeta de despedida enviada por el Grupo Cuatrotablas. 20 de marzo de 1995.

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