LIBRO MITOS, LEYENDAS Y MENTIRAS DE LA H. MATAMOROS LEYENDAS DE MATAMOROS
1
2
Entrando en materia y para mayor conocimiento e inteligencia de mis lectores, es importante explicar el significado de LA LEYENDA: Sus orígenes son cristianos; los frailes la utilizaban para narrar la vida de un santo o de un mártir y era leída en los servicios religiosos o durante las sobremesas del pasado. Sin embargo, con el transcurso del tiempo la leyenda, como concepto, tomó otro giro, pues al añadírsele motivos de mitología y al popularizarse se convirtió en el relato folclórico de sucesos reales o fantásticos. Por lo tanto, ahora la leyenda es una narración basada en hechos supuestos que incluye una mezcla de elementos tradicionales y dramáticos para hablar sobre una persona, un lugar específico o algún incidente ocurrido en un lugar determinado, pero que son aceptados como reales por narradores y escuchas. Lo interesante de la leyenda es que en ocasiones se da una singular combinación de hechos reales y de ficción, cuyo punto de partida muchas veces suele ser una anécdota o una situación históricamente verídica. Cuando la leyenda es creada y con el tiempo se consolida en el folclor de un pueblo, éste la adopta como suya y por eso se le considera como patrimonio popular, pues va estrechamente vinculada a un pueblo concreto, a un país o a una religión. Sin embargo, la leyenda también puede ser considerada como patrimonio de la humanidad cuando narra sucesos comunes a todas o a un buen número de culturas. Tradicionalmente, y dentro de su estilo narrativo muy particular, la leyenda es ubicada en un lugar específico y en una época concreta y, por lo general, parte de hechos reales aunque estén idealizados o dramatizados. La leyenda se diferencia de la historia propiamente dicha tanto por el énfasis de la narración como por su propósito, que algunas veces es de tipo didáctico o nacionalista. Asimismo, la leyenda suele versar sobre un héroe humano –conocido como héroe cultural– o un pueblo. Las leyendas incluidas en este libro forman parte importante de la cultura matamorense. Se han transmitido de generación en generación, y con frecuencia experimentan supresiones, añadidos o modificaciones, porque contienen con mayor o menor proporción elementos imaginativos y que generalmente quieren hacerse pasar por verdaderas o basadas en la verdad, o ligada en todo caso a un elemento de la realidad.
3
LIBRO MITOS, LEYENDAS Y MENTIRAS DE LA H. MATAMOROS 2.19 LA ESPOSA DEL MORO Con ésta leyenda el Prof. Hilarino Jiménez León ganó un premio nacional. La cual con su beneplácito ilustré para su mayor inteligencia y realce.
Se iniciaba el año de 1849, y Matamoros restablecido de los estragos causados por la Guerra de intervención estadounidense, que nos había privado de la mitad de nuestro territorio, se encaminaba por una ruta de progreso. La agricultura, la ganadería y el comercio volvían penosamente a florecer después del estancamiento en que estuvieron. Durante la ocupación de Matamoros casi la totalidad del comercio fue controlado por los yanquis; tiempo después “La Bola de Oro”, “ La Palangana, “La Perla del Golfo”, y “El Moro” serían las casas comerciales de mayor auge y precisamente ésta última estaba situada en la confluencia de las actuales calles Primera, Pedernal y de Santos Degollado, era la tienda mejor surtida del pueblo, que lo mismo tenía en venta aguardiente de caña, telas diversas: de algodón, seda, manta, muselina, etc., artículos comestibles, que implementos de labranza, jarcería, ferretería y tlapalería.
4
Su dueño era un extranjero que había llegado al puerto de Bagdad procedente quizá de tierras moras, de ahí el nombre del comercio. Era alto y regordete, de rostro aperlado, barba cerrada siempre bien rasurada y cabello entrecano, frisaba alrededor de los cuarenta años o más, su nombre Abenamar y el fez que siempre portaba delataba su origen, se hacía entender en un español chapurreado y atendía con cortesía su negocio todos los días, desde las 8:00 de la mañana hasta bien entrada la noche.
5
Ocasionalmente le ayudaba su esposa, una mujer joven de bellas facciones, piel canela y ojos negros al igual que su cabellera, que aparentaba no más de treinta años de edad. Su nombre era Marisol, era muy poco comunicativa, seria y taciturna, parecía huraña, pero era amable con la clientela.
Su belleza y el halo de misterio que le rodeaba, la hacían apetecible a los ojos de los clientes varones que visitaban la tienda con el único propósito de llenarse los ojos con su estampa y que se iban decepcionados al no poder verla, entonces sólo compraban “tabaco picado para cigarrillos de hoja” y unos fósforos, y si tenían la suerte de verla se dirigían a ella solicitándole le mostrara unas tijeras o unas navajas, lo que fuese, haciéndole siempre mil preguntas, ella les atendía amable y su voz era dulce, en perfecto español, pero con ligero acento extranjero, ellos, los clientes, se sentían felices con su sola presencia y extasiados al percibir el aroma que exhalaba su cuerpo. 6
Sucedió en ese año de 1849, que un regimiento militar llegó a Matamoros procedente de la villa de San Fernando. Se dice que con la tropa venían dos soldados enfermos de lo que se conocería como el “cólera morbus”. Esto fue suficiente para que la enfermedad cundiera por el cuartel y pronto se propagase por toda la población como si fuese el cuarto jinete del apocalipsis. Los tres médicos que había en la población no tenían tiempo suficiente para atender a todos los enfermos. A estos galenos les sorprendía los exacerbados síntomas de la enfermedad: sed terrible, vómito, deposiciones acuosas blancuzcas, fiebre, lengua blanca y con excoriaciones en los bordes. Unos de los tres doctores se llamaba Patricio Espíndola Ruiz, médico militar comisionado en el Hospital Militar de Matamoros. Era el de mayor prestigio por ser quien más enfermos había salvado de la mortífera epidemia de cólera. De edad madura, aparentaba unos cuarenta años de edad, mediana estatura y cuerpo atlético, se sabía que era viudo, serio y responsable, haciéndolo atractivo a varias señoritas de la sociedad que le coqueteaban, pero él mostraba ser indiferente a sus requiebros.
7
Volviendo al tema, hay que decir que la epidemia había surgido en los primeros días de febrero, disminuyendo en el mes de abril. Durante ese tiempo había causado la muerte de más de 500 personas entre la población de 12 000 habitantes, la mayoría jóvenes del sexo femenino. Sus primeros síntomas eran similares a los de la “colerina”, la cual es una enfermedad más benigna de índole catarral en la cual se observa una diarrea coleriforme, que si se atiende a tiempo el enfermo se recupera rápidamente.
En el cementerio general de la ciudad muchas tumbas quedaron sin marca
Asustadas, algunas personas pudientes huyeron a la ciudad de Monterrey, tal fue el caso entre otros muchos, de los dueños de las tiendas La Bola de Oro y El Atorón. No obstante, en El Moro se continuó atendiendo a la clientela como era habitual. Sucedió que Abenamar, al pasar la mayor parte de su tiempo en la venduta no enfermó, pero sí su esposa empezando con vómitos que pusieron feliz a Abenamar, ya que él pensó que estaba embarazada. Pronto su alegría se convirtió en angustia, cuando Marisol tuvo deposiciones alvinas, acuosas, abundantes calambres, supresión de la orina y postración, fue necesario buscar con urgencia al acreditado doctor Espíndola. El facultativo acudió al llamado yendo a la casa de Abenamar, donde fue recibido por una fámula menudita y morena que le hizo pasar a la sala en donde lo esperaba Abenamar, quien con trémula voz le informó del grave estado de su esposa, conduciéndolo inmediatamente a la recámara donde desvanecía en su lecho Marisol. 8
El doctor Espíndola se sorprendió de la belleza y juventud de la paciente, que a pesar de su enfermedad era cautivadora. Su rostro de óvalo perfecto y sus expresivos ojos negros que le daban un aire enigmático, impresionaron sobremanera al médico. A través de la sábana que le cubría, se perfilaba el femenil cuerpo, dejando adivinar sus sensuales piernas y voluptuosas caderas. El experimentado médico la auscultó presa de un nerviosismo inusitado y de una gran emoción. Le tomó el pulso, la temperatura, la interrogó sobre los síntomas, sintiéndose acariciado por la calidez de su voz. Definitivamente la joven había causado un fuerte sentimiento en el médico, que éste difícilmente pudo disimular. Con entereza le suministró algunas pócimas que para estos casos traía en su maletín, dándole a Abenamar una receta para que consiguiera otros medicamentos y se dispuso a esperar a que retornara con ellos. Marisol en su lecho de enferma, se había dado cuenta de la excitación que había causado al doctor y del nerviosismo de éste, lo que más le sorprendía era que no le desagradaba y que ella sentía también una ligera turbación inesperada. Tratando aparentar serenidad entablaron una charla sobre el estado del tiempo y la epidemia de cólera, que pronto Marisol desvió interesándose por la profesión de Patricio, del porqué había decidido ser médico militar, su procedencia, de si en verdad era viudo, etc., él a su vez le preguntó de qué nacionalidad era, como había llegado a Matamoros, cómo había conocido a su esposo, y en supremo atrevimiento ¿el por qué se había casado con él?, Marisol enrojecida, quizá por la fiebre o por otra desconocida razón, le dijo que después se lo diría, pues la amena charla fue interrumpida por la llegada de Abenamar con los medicamentos, los cuales Espíndola inmediatamente le suministró. En seguida, Espíndola le auscultó nuevamente el pulso y la temperatura, y haciendo caso omiso del estetoscopio, recargó delicadamente su oído sobre el palpitante pecho de Marisol, para escuchar con cierta emoción los latidos de su corazón, de los que él creía adivinar la razón. Mientras le tomaba el pulso con una mano, con la otra acarició la de ella, transmitiéndole así un discreto mensaje de amor.
9
Marisol también enfermó del Mal de Amores
El doctor Espíndola recomendó a Abenamar que por ningún motivo permitiera que Marisol se levantase, ya que era conveniente guardara absoluto reposo, y le diese los medicamentos tal como habían sido prescritos. Se despidió de ambos, prometiendo volver la tarde del día siguiente, y que en caso que fuese necesario le avisaran en el hospital. Abenamar agradeció sus atenciones y acompañándolo hasta la puerta de salida, le inquirió sobre sus honorarios, a lo que respondió el doctor explicándole que no se preocupase por ellos, que después le diría, ya que lo más importante era prevenir que la colerina se convirtiese en temible cólera morbus, y que él confiaba en recuperar la salud de su esposa en unos diez días, para evitar utilizar sanguijuelas, emplastos y sangrías o tomas de agua de cal, por lo que era necesario vigilar que no apareciesen otros síntomas. Al día siguiente por la tarde el doctor Espíndola llegó a la casa de Abenamar, quien le recibió amablemente haciéndolo pasar a la recámara donde se encontraba Marisol, la examinó tomándole el pulso, la 10
temperatura y sintió latir con más fuerza su corazón. Reprimiendo su emoción expresó que notaba una leve mejoría en la enferma. Abenamar respiró aliviado y disculpándose se retiró a su negocio porque tenía que recibir la mercancía que recién había llegado de Monterrey. El doctor se dispuso a preparar los medicamentos que le suministraría y para ello la criada fue a la cocina a traer los utensilios necesarios, mientras tanto el doctor se acercó a la cama de Marisol y tomó sus manos con pasión; ella no lo rechazó, si no que al contrario, le correspondió entrelazando sus dedos suavemente y mirándolo con pasión. La criada llegó y el simuló que le tomaba nuevamente el pulso expresando: “va mejorando, sus pulsaciones tienden a normalizarse al igual que la temperatura”, lo que no era verdad porque la temperatura de Marisol se había incrementado y sus mejillas se habían teñido de rubor. Ella no había sentido nunca la punzada del amor, había llegado a España, procedente del sur de Francia, juntos con sus padres y un hermano menor buscando mejorar su situación económica. Poco fue lo que mejoraron, la situación era difícil para los extranjeros. Ella era una joven muy bella de alrededor de unos 24 años y trabajaba como dependienta en una perfumería. Ahí conoció al rico comerciante Abenamar que la pretendía y que le expresaba su intención de matrimonio. Varios jóvenes y personas mayores le habían requerido de amores, pero sólo para gozar de sus encantos. Ella veía pasar los años y temía a llegar a quedarse soltera, por lo que consultó con sus padres y ellos aceptaron que Abenamar la visitase. Se concertó la boda y se realizó a la manera morisca. Los padres fueron recompensados con una buena dote y ellos, los contrayentes, se establecieron en Madrid en donde él tenía un comercio de abarrotes desde donde surtía frecuentemente grandes pedidos de ultramarinos, vinos conservas que le hacían del Nuevo Mundo, especialmente al sur de los Estados Unidos del Norte, y de México de un puerto llamado Bagdad que le traía reminiscencias de su tierra de origen y le propuso a su esposa venir a probar fortuna. Así habían llegado a Matamoros y así había sido la unión de Marisol y Abenamar.
11
Marisol se casó según la tradición Morisca
Esto había contado Marisol esa tarde al quedarse a solas con Patricio, quien no pudiendo reprimir un repentino impulso, la tomó entre sus brazos besando sus ardientes labios que le correspondieron en un prolongado besuqueo. La enferma fue mejorando y el amor fue creciendo. Después de una semana de visitas diarias, se hallaba muy restablecida. Una tarde al llegar el doctor Patricio, en la puerta lo esperaba Marisol, lo hizo pasar a la sala y le dijo que su esposo había ido a Monterrey y no regresaría sino al tercer día y que le había dado permiso a la criada para que fuese a visitar a sus familiares a San Fernando. Esa tarde y toda la noche gozaron intensamente de amores prohibidos, Marisol supo por primera vez lo que era ayuntar con el fuego de la pasión amorosa siendo llevada a placeres para ella ignorados. Los primeros rayos del sol los sorprendieron abrazados y besándose con ternura. Patricio no había vuelto a sentir tan fuerte el deseo de amar desde 12
la inesperada muerte de su esposa: ahogada hacía tres años en las traicioneras aguas del río Conchos; esto le había devastado haciéndolo insensible para dar o recibir cariño, hasta que conoció a Marisol. Ese día y el siguiente vivieron plenos de amor y sexo y sólo interrumpieron su frenesí amoroso para comer. Hicieron planes de volverse a ver, y cada tercer día Marisol pretextando ir a misa para dar gracias a Dios por haber sanado, se veía a escondidas con el doctor en su domicilio para gozar de sus amores ¡Cuántas tardes de verano y de invierno disfrutaron de su amor los amantes! El doctor Patricio verdaderamente enamorado propuso a Marisol encarar la situación, pues Marisol le había dicho que esperaba un hijo, le dijo que enteraran a Abenamar del amor que se profesaban y que le pidiera el divorcio. Ella respondió que esto era imposible, le debía a su esposo su seguridad y la de su familia para luego pagarle con esa moneda. Pero no hubo necesidad de enterarlo, de eso se encargaron algunos clientes de “El Moro” que ya no veían por la tienda a la bella Marisol, ellos sospecharon e investigaron sus andanzas; el marido un tanto tibio sexualmente creía que la enfermedad de Marisol le había menguado el apetito sexual, pero al fin supo y comprobó infidelidad de su esposa. Al principio sintió una depresión que casi lo conduce al suicidio, después más calmado, meditó la forma de vengarse de la adúltera y del médico. Una tarde de invierno se hizo el encontradizo con el doctor y lo invitó a celebrar el cumpleaños de su esposa. Él aceptó presentándose puntualmente a la cita con un ramo de rosas y una botella de champagne. Marisol lucía esplendorosa, más bella que nunca caminaba del comedor a la cocina moviendo salerosa sus caderas con estudiada coquetería. Abenamar descorchó la botella de champagne y pidió a su esposa tres copas que estaban en el alto de la vitrina de la cocina; el doctor se comidió a bajarlas y dárselas a Abenamar y también le ayudó a Marisol a llevar las viandas de la cocina a la mesa del comedor; mientras Abenamar sirvió las tres copas, en dos de ellas había añadido una incolora e insípida solución arsenical. Brindaron, momentos después a los ingratos amantes empezaron a sentir los efectos del poderoso veneno; entonces Abenamar les dijo que era su venganza verlos morir retorciéndose de dolor. La noche avanzó y Abenamar arrastrando con gran esfuerzo los dos inertes cuerpos, los llevó al fondo del solar en donde tenía la cisterna que le
13
proporcionaba agua fresca, los arrojó al fondo y colocando la loseta que la tapaba, la selló con argamasa procurando borrar toda huella.
Después de tomar un baño, escanció una copa de champagne y luego otra, trato de conciliar el sueño, pero no podía borrar de su mente la tarde en que atisbando por una rendija de la casa del doctor, había visto desnudos a los amantes dando rienda suelta a su desenfrenada pasión Todo esto hubiera quedado en el anonimato, pero lo cierto es que a Abenamar lo perseguían a toda hora los fantasmas de los amantes. Iba a la trastienda y regresaba lívido y nervioso; en la noche veía surgir de la cisterna a su Marisol y a Patricio tomados de la mano perseguirlo hasta su recámara. Al acostarse cerraba los ojos y los fantasmas no desaparecían. Dicen que los soldados destacamentados en el cercano fortín de Casamata también veían salir las dos ánimas de la cisterna. El próspero comercio de “El Moro” quedó al descuido de los empleados, sin la atención y la vigilancia de Abenamar fue decayendo y perdiendo clientes. Abenamar medio loco, sin comer y sin dormir, viendo los fantasmas continuamente tras de sí, murió sin que nadie se diera cuenta; la criada, que desde que Marisol se había ido a España según le había dicho su patrón, asistía los fines de semana para hacer el aseo, un sábado lo encontró inerte en el patio de su casa, tenía los grandes ojos desorbitados. 14
Por muchos años en el pueblo circuló la leyenda de los amantes que emergían de la cisterna y deambulaban por el rumbo de “El Moro”, hasta que un día al realizar excavaciones para construir nuevas edificaciones se encontraron los cadáveres de dos personas que supusieron eran los de Marisol y Patricio, y el de un feto producto de los amores de los dos amantes que encontraron la muerte de manera trágica.
Aquí estuvo la venduta de El Moro
Todavía hoy al pasar de noche por el rumbo de la “Casamata” y del lugar donde estuvo “El Moro”, la gente que conoce la leyenda no deja de sentir un escalofrío que sólo desaparece cuadras más adelante. Moraleja: “Nadie es desgraciado sino por su culpa”.
15
IN OMNIBUS VERITAS El libro está disponible para su consulta en la biblioteca pública municipal Prof. Juan B. Tijerina y en la del Parque Olímpico. Se puede adquirir en las librerías Nilo, Proceso y en el Museo Casamata.
Correos electrónicos manuelhumbertogonzalezramos@yahoo.com.mx elcronistadematamoros@hotmail.com Tel. Cel. 8681206978. Facebook: Manuel Humberto González Ramos Vera Historia de la H. Matamoros, Tam Issuu: http://issuu.com/cronistadematamoros/docs
16