2 34 Los tesoros a veces son para los pobres

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LIBRO MITOS, LEYENDAS Y MENTIRAS DE LA H. MATAMOROS LEYENDAS DE MATAMOROS

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Entrando en materia y para mayor conocimiento e inteligencia de mis lectores, es importante explicar el significado de LA LEYENDA: Sus orígenes son cristianos; los frailes la utilizaban para narrar la vida de un santo o de un mártir y era leída en los servicios religiosos o durante las sobremesas del pasado. Sin embargo, con el transcurso del tiempo la leyenda, como concepto, tomó otro giro, pues al añadírsele motivos de mitología y al popularizarse se convirtió en el relato folclórico de sucesos reales o fantásticos. Por lo tanto, ahora la leyenda es una narración basada en hechos supuestos que incluye una mezcla de elementos tradicionales y dramáticos para hablar sobre una persona, un lugar específico o algún incidente ocurrido en un lugar determinado, pero que son aceptados como reales por narradores y escuchas. Lo interesante de la leyenda es que en ocasiones se da una singular combinación de hechos reales y de ficción, cuyo punto de partida muchas veces suele ser una anécdota o una situación históricamente verídica. Cuando la leyenda es creada y con el tiempo se consolida en el folclor de un pueblo, éste la adopta como suya y por eso se le considera como patrimonio popular, pues va estrechamente vinculada a un pueblo concreto, a un país o a una religión. Sin embargo, la leyenda también puede ser considerada como patrimonio de la humanidad cuando narra sucesos comunes a todas o a un buen número de culturas. Tradicionalmente, y dentro de su estilo narrativo muy particular, la leyenda es ubicada en un lugar específico y en una época concreta y, por lo general, parte de hechos reales aunque estén idealizados o dramatizados. La leyenda se diferencia de la historia propiamente dicha tanto por el énfasis de la narración como por su propósito, que algunas veces es de tipo didáctico o nacionalista. Asimismo, la leyenda suele versar sobre un héroe humano – conocido como héroe cultural– o un pueblo. Las leyendas incluidas en este libro forman parte importante de la cultura matamorense. Se han transmitido de generación en generación, y con frecuencia experimentan supresiones, añadidos o modificaciones, porque contienen con mayor o menor proporción elementos imaginativos y que generalmente quieren hacerse pasar por verdaderas o basadas en la verdad, o ligada en todo caso a un elemento de la realidad.

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LIBRO MITOS, LEYENDAS Y MENTIRAS DE LA H. MATAMOROS Aquellos incrédulos que tienen dificultades para creer lo que ven, o lo que otros les cuentan, jamás serán favorecidos por la diosa Fortuna. La leyenda número 2.34 del Volumen II de este libro, intitulada ejemplifica este antiguo adagio. LOS TESOROS A VECES SON PARA LOS POBRES Y dice así... pudiéramos llenar muchas páginas relatando casos de entierros, tesoros escondidos, aparecidos, ruidos de cadenas arrastradas o sonar de campanas a media noche: pero en esta ocasión vamos a contar, a relatar lo poco que ha llegado hasta nosotros sobre los aparecidos y tesoros correspondientes que se registró en la casa hoy propiedad de la sucesión de Don Juan José de la Garza y su esposa Doña Adelaida González, ubicada en la esquina noreste de las calles González y 4ª de esta vieja ciudad de Matamoros. Vieja decimos por la intensidad de su historia, no por los años transcurridos, pues apenas acaba de cumplir siglo y medio de existencia. La casa en la actualidad tiene los mismos materiales y fisonomía de cuando fue construida, allá por la época de los algodones años 60 al 70 del siglo antepasado. Gruesas paredes de ladrillo cocido, anchas vigas de madera traídas de Nueva Orleans y luego tablas, loseta, tierra y más loseta y argamasa; bastante térmica. En el caso de esta antigua construcción de las calles de Manuel González y 4ª, apenas a una cuadra de la Plaza Principal, estuvo por muchos años desocupada, cerrada herméticamente, pues corría la leyenda de que en ella asustaban; que una mujer de blanco vestida rondaba a media noche por su amplio patio, sacaba agua del aljibe y tras visitar cada una de las cuatro esquinas del patio,

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Cuanto inquilino necesitado de habitación ocupaba la vieja casa, la desocupaba poco después ante las apariciones de la mujer de blanco vestida y no solo, sino que cuando el recién ocupante de la casa ignoraba lo de la aparición, el activo fantasma le daba por pasar a cada rato por las ventanas que veían al patio y aunque de momento tomaban aquello por un sueño, al siguiente día que comenzaban a indagar con los vecinos, éstos, persignándose les decían que nadie ocupaba esa casa, precisamente por las apariciones que ahí ocurrían de almas en pena en forma de mujer de alba vestidura y negro cabello suelto que flotaba sobre la espalda; la cara no alcanzaban a identificarla, pues apenas se proponían verla y una especie de gasa envolvía su rostro que permanecía en el misterio. 5


Pues si ese fantasma se aparece, algún tesoro debe haber, terminaban quienes oían las pláticas de las apariciones. Así es, afirmaban vecinos y conocedores, pero ¿Quién es el valiente que se atreva a seguir al fantasma a media noche? y a interrogarlo ¿Por qué penaba su alma en este mundo? o ¿A espiarlo hasta donde desaparecía, que pudiera ser, más o menos, el lugar donde estuviera el tesoro enterrado?

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No faltaron valientes que rentaran la casa, exclusivamente para excavar y sacar el tesoro; pero, casualidad o ley de ultra tumba, el fantasma no se les aparecía, pero ellos hombres prácticos y ambiciosos decían: No necesitamos ver fantasmas para sacar un tesoro. Ocupaban peones y, bajo su vigilante mirada los hacían trabajar día y noche. Había una hermosa palma, entonces pequeña, hacia el Oriente del solar y como alguno de los vecinos dijo que había visto a la mujer vestida de blanco desaparecer en el tronco de la misma, excavaron tanto a su alrededor que inclinaron la pobre palma y ya mero la derrumbaban, pero el tesoro ni señas. Esos "entierros", según las consejas no son para gente ambiciosa que exprofeso los busca, sino para aquel que menos lo espera y que ha sufrido mucho y que en un arranque de desesperación maldice su suerte pero que siempre confía en el Todopoderoso para que le alivie su miseria. Son éstos quienes se encuentran de manos a boca con lo que no esperan, el tesoro escondido.

La fantasma desaparecía en el tronco de la palma

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Hubo un animoso coronel, Francisco Escalona, del ejército de don Porfirio Díaz Mori, pues debemos decir que este suceso ocurrió en el último tercio del siglo antepasado, el XIX, que necesitado de local para vivir, le dijeron que existía esa casa pero que era inhabitable por los fantasmas que ahí aparecían. El tipo era robusto, con cierta raigambre indígena, auténtico mexicano, casado con una amable mujer. El casado militar exclamó: --Pero si yo que he luchado contra el francés y el imperialista, y me he visto en mil aventuras, me va asustar una mujer vestida de blanco que venga y me abrase y ahorque, que para eso tengo esta espada para defenderme y acariciaba el puño de su arma, esgrimida en tantos combates. --Pues la renta don fulanito, representante del señor Zutanito, su antiguo propietario que aquí no reside pues se fue a Tampico y no se sabe si existe o no. En aquel entonces las comunicaciones como el correo se hacían a lomo de caballo y eran escasas y difíciles. El coronel Escalona y su familia al fin ocuparon la casa, pero el fantasma no aparecía; la espada desenvainada y lista en la cabecera de su cama esperaba al consabido enemigo pero este no se presentaba, sin embargo, de repente al menor ruido saltaba el coronel de la cama, cogía su arma y la blandía tirando mandobles pues soñaba que no uno sino muchos fantasmas lo atacaban, pero apenas despertaba plenamente un silencio sepulcral dominaba el ambiente; no había luces ni en la calle, ni interiores, sino débiles quinqués cuya presencia apenas se notaba en una estancia, pero en el patio, donde interesaba saber dónde se metía el fantasma, reinaba la oscuridad más completa. Al cabo de más de un año de residir en la casa y no ver al fantasma, más que raras veces, más bien lo soñaba en su deseo de verlo, le ordenó la Secretaría de Guerra partir hacia Veracruz y no obstante las muchas excavaciones que hizo jamás dieron con el tesoro escondido. Éste estaba reservado para un pobretón, casi de solemnidad, extranjero por más señas, según se verá más adelante. En la segunda mitad del siglo antepasado había llegado a Matamoros un español de alpargata, boina y velludos brazos, un baturro acompañado de su 8


mujer, una blanca española, de piernas asaz curvadas, ancha planta de pie y amplias posaderas y dos o tres críos, buscando, como todos los extranjeros (un ingreso) que por escaso que fuere, les permitiese mantener a su familia.

--Si no hallas trabajo, pon un estanquillo y cuando menos sacas para la comida de tu familia, tus paisanos los Fernández, los Armendáiz o los Colza te han de fiar algo para comenzar. Le decían los vecinos. Pues sí que tenéis razón, pero si me dedico a ello requiero de un local para familia y comercio. --Hay una casa que está desocupada, la habitaba un coronel del ejército que se fue y nadie la quiere ocupar desde entonces porque asustan. ¿Asustan a quién? Rediez, si yo me batí en las guerras Carlistas y desconozco el miedo; que se me aparezca el fantasma y me diga dónde está el tesoro y os juro que lo desenterraré. Concluyó así el Sr. Epitacio Correa que tal era el nombre del humilde ibero. Y así fue como en la esquina de González y 4ª, abrió un pequeñísimo puesto de mercancías que Armendáiz le había fiado a un mes de plazo en que la pagaban o la recogían algunos ultramarinos, cigarros de hoja, papel, piloncillo, sobres, pues enfrente estaba el Colegio San Juan de rancio abolengo 9


en Matamoros Se dedicó a ver pasar el tiempo con "mal de Quijada" (de codos y con la mano apoyada en la mejilla) mientras llegaban los pequeños clientes, casi siempre estudiantes o maestros del renombrado instituto matamorense.

--Comentaba con su mujer, Dolores lo cruel de la vida, las pocas ventas, la cercanía del fin de mes en que tendría que pagar lo vendido y si no llegaba a la mitad La India (la tienda de los Armendáiz) le recogería todo y luego... --No te desesperes, hombre, ten fe en Dios que siempre viene en ayuda de los pobres y nosotros lo hemos sido todas la vida, un día seremos ricos y nos volveremos a España, donde para entonces habrán cesado las guerras. --Dios te oiga. Todos los días ya entrada la noche, el señor Correa cerraba las puertas de su venduta, se ponía a hacer números y a inventariar, casi de memoria, lo que contenía su pequeño negocio sin quitar su pensamiento de lo duro que para él y su familia resultaba la vida en este "Valle de Lágrimas", pero terminaba diciendo: --Sea por la voluntad de Dios. De fantasmas ni hablar, no se aparecía, pero... ¿Es cierto que asustan? Y al expresarse en esta forma escuchó como un lamento lejano en el oscuro patio de la casa; salió al instante con un quinqué en la mano y apenas distinguió un bulto blanco, cuando una racha de viento la apagó la lámpara, pero el bulto blanco resplandecía como tenue luz de luna en cuarto menguante y, lejos de amedrentarse el español siguió aquella visión fantasmagórica que caminó hacia una esquina del patio, hizo una genuflexión luego se volvió a la otra esquina y finalmente entró en el cuarto de dos pisos que daba a la calle 4ª, cerca del cual se había quedado contemplando a aquel bulto blanco. No se puso nervioso sino al contrario, esperanzado regresó con su familia y dijo:

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--Dolores: he visto al fantasma de que tanto nos hablaron cuando aquí nos cambiamos; vi el recorrido que hizo y dónde finalmente penetró: Os juro que mañana escarbo y doy con el tesoro, pues debe estar en esa pieza que ha sido poco hurgada, pues lo más explorado ha sido el patio, las esquina y junto a la palma. Así fue, muy temprano buscó un talache y una barra, comenzó su tarea, la mujer se encargaba mientras tanto del comercio. Terco, trabajador y esforzado revolvió todo el piso del cuarto que era de duela y ladrillo despostillado y... Nada,

Se rompió el piso de duela para excavar -Rediez, pero... ¿Qué ha pasado? Aquí es donde debe estar esto, pues fue donde penetró finalmente la mujer vestida de blanco. Su esposa le lleva el frugal desayuno, leche y garnachas para que su marido no pierda tiempo, y éste le repite que nada ha encontrado. --¿No viste si subió la escalera? Si lo hizo debe estar arriba. Dijo la buena señora.

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--Los tesoros se entierran en tierra, mujer, no en las azoteas ni en las duelas de madera del segundo piso y...

Se buscó el tesoro en el techo de terrado --¿Pero, ya subiste? A lo mejor está al pie de la escalera, pues qué objeto tiene esta zanca de mampostería tan enorme para el tamaño de la escalera que sostiene. Alegó la española. --Puede que tengáis razón y con la barra dio un barretazo en el cubo de material que sostenía la escalera que sonó como hueco. Al segundo golpe un chorro de monedas de oro, salidas de una bolsa de cuero ya podrida por el tiempo, se escurrió por la mitad del cubo; algunas triangulares, como traídas de Centroamérica, recuérdese que Matamoros era puerto de altura; eran muchas monedas y todas de reluciente oro; trajeron una vieja cubeta y la llenaron, luego en un costal echaron el resto y se juraron mutuamente no mencionar a nadie su secreto; pusieron debajo del tosco catre que les servía de cama costal y cubeta bien cubiertos y disimulados. Siguieron atendiendo el negocio, la señora lavando la raída ropa de los niños y demás trabajos del hogar, como si nada hubiese pasado. Pero cada rato se encontraban y las miradas antes oscas y sombrías se tornaron sonrientes, amorosas; hasta se abrasaban y besaban cuando nadie les observaba. 12


Los costales llenos de monedas

El domingo siguiente vistió la señora una falda negra "de salir" y su blusa blanca de cretona y con un "tápalo" negro, se encaminó a la iglesia para agradecerle al Todopoderoso lo que les había obsequiado. --¡Dolores!, grita preocupado el esposo, me juráis que ni en la confesión vais a decir nada al sacerdote, porque en sabiéndose nuestro secreto el tesoro se nos escapa. --Nada diré, Epitacio Correa, es un secreto de dos, solo Dios. Pero antes de seis meses después de estos sucesos, en que el negocio había prosperado visiblemente y en que apenas había cambiado media docena de monedas que dijo a las poderosas casas comerciales donde las llevó diciendo que las había recibido en el estanquillo y quería convertirlas en pesos para cerciorarse de su valor, que en efecto era muy elevado.

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Aprovechando la llegada al puerto fluvial de Matamoros de un barco español, se embarcó toda la familia Correa para España y se fue a disfrutar en la Madre Patria del tesoro encontrado en la vieja casona de González y 4ª, por el antes pobre ibero Epitacio Correa.

El velero que los condujo a la Madre Patria Moraleja: “Dinero en la bolsa hasta que no se gasta no se goza”.

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IN OMNIBUS VERITAS

Los libros de mi Autoría se pueden consultar en las bibliotecas de la H. Matamoros: Eliseo Paredes Manzano, Juan B. Tijerina y en la del Museo Casamata. En el Archivo Municipal de Reynosa. En Cd. Victoria en la Biblioteca Estatal Ing. Marte R. Gómez, en el Museo Regional de Historia de Tamaulipas, y en el Archivo General e Histórico del Estado de Tamaulipas. Se pueden adquirir en las librerías Nilo, Proceso y en el Museo Casamata. Correos electrónicos manuelhumbertogonzalezramos@yahoo.com.mx elcronistadematamoros@hotmail.com Tel. Cel. 8681206978. Facebook: Manuel Humberto González Ramos Vera Historia de la H. Matamoros, Tam Issuu: http://issuu.com/cronistadematamoros/docs 15


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