28 LIBRO Cabalgando en caminos de concreto

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Oscar E. CĂĄrdenas Junco Apartado Postal 74 H. Matamoros, Tamaulipas MĂŠxico 87350 P.O. Box 1448 Brownsville, TX 78522 U.S.A.

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Cabalgando en caminos de concreto Sentimientos en voz alta


PORTADA: Map from Harlingen, Brownsville or Matamoros to South Padre Island CONTRAPORTADA: Matamoros Street looking toward the Church fotografía de Mario Sánchez ©1996 Texas Historical Commission ILUSTRACIÓN PÁGINA 10: Cabalgando de Manuel Robledo (basado en una idea de J. Llobera) Primera Edición, Abril de 2000 Edición Digital, Septiembre 2003 © Oscar E Cárdenas Junco Registro # 03-2003-0624131814100-14

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Oscar E. CĂĄrdenas Junco

Cabalgando en caminos de concreto Sentimientos en voz alta

H. Matamoros, Tamaulipas MĂŠxico


Un buen día, el pajarillo extravió su trino, olvidó su cautivador canto, no halló melodías en su olvido; pero, aun en silencio, cuanto decía encantaba los caminos, enamoraba los planetas, iluminaba los perdidos; y de su vieja chistera nacían los atajos, volaban los amantes, crecían faros a la vuelta de la esquina. Un buen día, otro pajarillo extravió su sino, olvidó su aliento de levante, halló otra vida bajo el manto de un río, pero, aún distante, cuando moría, iluminaba los parajes, guiaba los cometas, sanaba orfandades, y de su vieja linterna nacían paraísos, surcaba la aventura, crecían dulzuras a la vuelta de la vida. Carlos Rubén Salerno


Oscar y yo nos conocemos desde nuestro paso por el antiguo Colegio México. Aprendimos entonces a resolver raíces cúbicas con la temida maestra Manuelita, la sobrina-nieta de Manuel González, único matamorense –nos lo recordaba ella– que había llegado a ocupar la Presidencia de la República, personaje –esto lo digo yo– que no supo quitarle a su sobrina-nieta la costumbre de horrorizar a los chamacos con historias macabras exhumadas de la nota roja. Afortunadamente, gozo de la suficiente salud mental –supongo que Oscar también– como para haber olvidado, no digo ya cómo resolver las raíces cúbicas, ni las cuadradas, sino incluso la tabla de multiplicar del 12. Ciertamente esta salud mental –no sé si la de Oscar de igual manera– no me sobra. Recuerdo aun, y con algún morbo, los cuentos de horror de la maestra Manuelita. De cualquier modo, lo que en Oscar sí sobreabunda –quisiera que en mí también– es el corazón, uno tierno, sencillo y bien puesto, que no sólo puede sino sabe conmoverse por lo ordinario, como lo confirman sus Sentimientos en voz alta. De hablar aquí de comida, Oscar repasaría el fideyito, el arrocito, el guisadito del día comunes en todo hogar mexicano. Al hablar, sin embargo, de la condición humana, recoge experiencias familiares, de amistad, de trabajo y de amor tan universales que es difícil que no dejen de hacer eco en cualquiera de nosotros. En este atinarle a lo universal se finca la gran literatura. Es una que no sólo le llega a esta o aquella persona sino a los hombres de todas las épocas y todos los lugares por retratar con mesura y con verdad lo que somos. Se finca además en que lo haga con tal frescura que convierta lo ordinario en un hallazgo. Creo que las páginas que a continuación Oscar nos ofrece así lo logran. Es, pues, para mí un privilegio el presentar su libro, pero no lo es más que el ser su amigo. Por serlo me tomo la libertad de unirme a él en el homenaje que aquí ofrece a sus papás, don Viro y doña Chela. No sólo celebran su Aniversario de Oro, sino que además son, para quienes hemos tenido la fortuna de convivir con ellos, un monumento a la entereza. Arturo Zárate Ruiz


Agradecimientos A mis amigos, por serlo. A quienes persiguiendo sueños me movieron a escribir. A mis padres por 50 años de lucha. A mis hermanos, quienes con sus familias son mi familia. A mis hijas, por alegrar mis días. A Hilda, por alegrar mis días y compartir mi vida. A Dios, quien nunca se cansa de darme.


A los lectores Juan de Dios Peza, en sus notas al lector que presentan sus "Flores del Alma" (*), entre otras cosas escribió: Yo sé que poco o nada valen las obras de mi escaso ingenio, pero he creído de mi deber reunirlas ya que siendo muy joven, cometí el error de entregarlas a los periódicos sin cumplir con los preceptos de Horacio y sin obedecer los sanos consejos de la prudencia. En mi caso, quizá estos ensayos tengan valor solo para mí, pues aun quienes los han inspirado no han tenido nada que ver con que yo los escribiera o con mis ganas de decirlo; de todas maneras he decidido publicarlos, no habiendo encontrado mejor regalo para mis padres en su quincuagésimo aniversario. Mérito mayor es entonces el de Ustedes, que amablemente los leerán y de quienes espero su benevolente juicio. Al igual que Peza, me niego a obedecer "los sanos consejos de la prudencia", haciendo valer mi derecho a estar un "poco loco". Y además, como me dijo mi amigo el escritor argentino Ekel Iván Marich, lo mejor es la sensación de lanzarse a volar y no quedarse con las ganas de haberlo hecho. Así pues, esta imprudencia mía y lo que he escrito, tienen mucho que ver con mi infancia, adolescencia y juventud, tienen también mucho que ver con mi presente, que cada minuto se convierte en pasado también y que no quiero olvidar, aunque pierda la memoria. Como en su tiempo lo fueron suyas para mi admirado Juan de Dios Peza, estas son ahora mis "Flores del Alma". Sólo el futuro no entra en estas páginas. Ese le pertenece a Dios. Oscar Evaristo Marzo de 2000 (*) Casa Editorial Garnier Hermanos, París; Enero de 1893



De músico, poeta y loco... Dice el conocido y muy popular dicho mexicano que "de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco". Si bien es cierto que Dios ha sido pródigo conmigo al llenarme de bendiciones, en eso de las virtudes artísticas no lo fue, particularmente en lo que toca a las habilidades musicales, ya que a pesar de que la música, en todas sus muy diversas manifestaciones me fascina, simplemente a mí no se me da. A veces, sobre todo cuando puedo esconder mi voz entre otras que sí saben cantar, me atrevo a elevarla para ejecutar unos cuantos gorgoreos. Pero les aseguro que si hasta al tocar la puerta, desafino, cantando,... ya sabrán. Pues bien, siguiendo con el dicho, aunque no respetando el orden, de loco, creo que tengo bastante. De hecho pienso que, sin abusar, dosis diarias de locura son necesarias para no volverse de veras loco en este vertiginoso mundo de prisas, rutinas, presiones, contaminación, malos gobiernos y peores ciudadanos, tarjetas de crédito, calles congestionadas, semáforos (y agentes de tránsito) que no trabajan, jefes malhumorados, ruidos indescriptibles y una larga lista de variadas calamidades. La locura es una forma de ser feliz, sobre todo en nuestros días, cuando es una locura no dejarse llevar ni arrastrar por la avalancha de la vida, como la flor de azalea. Me encanta andar descalzo y contemplar amaneceres, aunque lo cierto es que disfruto con más frecuencia los atardeceres, pues no estoy tan loco como para levantarme temprano todos los días. Creo que el hombre, en general, es bueno, y confío en la gente, pensando que todos coincidimos en tratar de dar siempre lo mejor de nosotros. Hay también otra larga lista de razones por las que puedo catalogarme loco, aunque seguramente Cabalgando en caminos de concreto / 9


si consulto la que los demás podrían haberme escrito, la lista sería kilométrica, y la verdad sea dicha, no quisiera descubrir que estoy más loco de lo que pensaba. Y de poeta... ay, que diera yo por ser poeta y vivir en el mundo de ensueños en que viven los bardos. Pero no, no señor, no llevo una vida de bohemio ni tampoco tengo la inspiración ni los conocimientos literarios que hacen falta para ser poeta. Sería mucho presumir de serlo, cuando todo cuanto escribo son solamente las cosas que me pasan, o siento, o vivo. Quisiera ser poeta cuando veo que mis hijas Mariana y María Fernanda, semejando querubines, duermen plácidamente con la sonrisa de la inocencia – la sonrisa de Dios– dibujada en sus labios, al recibir en sus sueños la visita de la Virgen María, como diría mi abuela Florencia (que era bastante cuerda). Quisiera ser poeta cuando camino a la orilla del mar y contemplo su grandeza. ¡Como quisiera encontrar palabras y saber la métrica y la rima, para poder decirle en versos a Hilda mi esposa lo mucho que la quiero, o decirle a mis amigos el inmenso tesoro que su amistad me regala, o volcar mis sentimientos de fraternal y filial amores. Es cierto que me falta mucho, y aunque no este bien repartido, me conformo al saber, que de músico, poeta y loco tenemos todos, aunque sea un poco.

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Cincuenta años Corría el año de 1950. El mundo aun se restañaba de las heridas causadas por la Segunda Guerra Mundial. Era el último año de la primera mitad del siglo XX cuando inventos sin los que ahora nos parece impensable la vida, como la televisión, el aire acondicionado, y tantos otros, apenas hacían su aparición y eran lujos que solo algunos cuantos podían tener. Dos jóvenes como todos los de cualquier época, llenos de ilusiones y sueños, 20 años él, 18 ella (perdón mamá por revelar el secreto de tu juventud acumulada), decidieron unir sus vidas y formar una familia. Cincuenta años han transcurrido. Decirlo así, me parece tan sencillo, pero a mí, que al menos he podido ser testigo durante los últimos cuarenta, me consta que vivirlos no ha sido nada fácil. El primer hijo, mi hermano Hugo, llegó al año siguiente; seis años después, Mireya, dos después de ella llegué yo, que fui el hijo menor por más de tres, hasta que llegó Lulú, y quince años después del primer hijo, llegó el último, Vicente. Quince años, cinco hijos. Cada uno con una vida que vivir, con una historia que contar. Recuerdo que un año, mientras yo asistía a la escuela secundaria, Hugo estaba ya estudiando su carrera de ingeniería, Mireya cursaba el bachillerato, Lulú estaba en la escuela primaria y Cachito en el jardín de niños. Después, cada hijo escogió su propio rumbo y su propio destino. Se nos dejó en total libertad de elegir. Llegó el tiempo de las ausencias, unas temporales, otra para siempre. Hugo, Mireya, Vicente y yo, a estudiar fuera, con regresos a menudo, Lulú, ese pajarillo que extravió su trino, muy temprano emprendió el viaje sin retorno; y mis padres, esos Cabalgando en caminos de concreto / 11


jóvenes de antaño, enfrentándolo todo, sufriéndolo todo, aun el dolor más grande, aun el severo juicio de los hijos, muy en particular el mío, injusto además de innecesario. Siempre en pie de lucha, con inquebrantable espíritu, sin rendirse jamás. Cincuenta años han pasado. Junto con ellos ha habido tempestades y tiempos de calma, abundancia y estrecheces, miles de alegrías y también tristezas, pero ante todo, a pesar de todo, su unión sigue firme, manteniendo unida a esa familia con la que un día soñaron, a la que dedicaron su vida y por la que aún siguen en pie. El amor juvenil se ha transformado, pero yo sé que para mi papá, su mujer sigue siendo aquella "Chatita" de sus años mozos, y para mi mamá, aunque ahora le llame "Viejo", el sigue siendo aquel mismo joven, el "Viro" de su corazón.

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Cuando era niño Cuando era niño, esperaba con gran ilusión la llegada de la Navidad, que en mi pequeño mundo, después de mi cumpleaños y el inicio de clases, era el acontecimiento más importante. Constituía desde entonces, una serie de rituales, que de alguna manera ayudaron a forjar lo que ahora soy. La visita a la casa de la abuela, el aroma y sabor de sus tamales y buñuelos, el ver a mis primos y tíos reunidos todos juntos, al menos por esa ocasión; la Misa de Gallo, que en ese entonces si era a la medianoche, pues este era todavía un lugar tranquilo; y por fin, el regreso a casa. Allí sí que disfrutaba. De la emoción por la espera, apenas sí podía dormir. Como todos los niños vivía junto con mis hermanos menores la magia de escuchar el trineo de Santa Claus y los pasos del simpático gordito que llegaba a traernos los regalos que el Niño Dios nos enviaba y que corríamos a ver apenas el sol se asomaba tímidamente. Todavía veo los rostros de sorpresa de mis hermanos y el mío, a veces de desencanto por no recibir lo que deseábamos, pero que aún así abríamos con mucha alegría y que pronto se convertían en compañeros inseparables de nuestros juegos. Recuerdo que mis regalos favoritos eran los estuches de médico, pues quería serlo cuando creciera para curar a mis abuelitas y tías, eso sí, cobrándoles con descuento... y los caballitos de palo, pues también quería ser vaquero. Y empezaba nuevamente la espera, la preparación, el largo Adviento, pues había que portarse bien durante todo el año, quizá así la próxima Navidad si recibiríamos lo que más anhelábamos. Especialmente recuerdo aquélla en que me enteré que Santa Claus no era nada más que un invento. Después de todo, qué niño Cabalgando en caminos de concreto / 13


"inteligente" podía creer que alguien viviera en el Polo Norte fabricando juguetes todo el año y luego pudiera repartirlos todos en una sola noche a todos los niños del mundo, y además quedaba la pregunta: ¿Por qué los niños pobres no recibían lo mismo? (y yo que era pobre, pero no lo sabía). Recuerdo también la cara del niño que me lo dijo, y a quien ya perdoné. Se llamaba Daniel. Y recuerdo el estupor que este descubrimiento me causó. Recuerdo con precisión fotográfica aquella Navidad, que ya sabiendo todo eso, aunque me resistía a creerlo, recibí de manos de mi padre mi regalo, antes de irnos a casa de mi abuela. Así, sin envoltura y casi sin ceremonia, ¡a mí, que me encantan los rituales! Tardé en hacerlo, pero ya perdoné a mi padre también. Quizá ese fue mi primer regalo importante, un reloj, de los que entonces estaban de moda y que para un niño de mi edad representaba un verdadero lujo, pero fue mi primer encuentro con la dura realidad: Santa Claus, en verdad no existía, y con esa revelación recibí mi primera gran desilusión A partir de entonces, mis Navidades fueron diferentes. Ya no esperaba con entusiasmo, pues sabía que no habría más estuches de médico ni caballitos de madera y trapo. Pero ahora, que soy padre, tengo nuevamente oportunidad de ilusionarme con la llegada de la Navidad. Espero para ver las caritas de mis hijas cuando sorprendidas encuentran y abren sus regalos. Evoco así las Navidades de mi infancia, que ahora me parece tan lejana. No seré yo quien rompa nunca ese encanto. Quiero creer que hay muchos otros, como yo, que pueden volver a ser niños ayudados por la magia navideña. He vuelto a mis rituales y mis ceremonias. Y aunque ahora no es mi abuela quien prepara la cena, 14 / Oscar E. Cárdenas Junco


el reunirnos es tan importante como entonces. Vuelvo a esperar mis regalos como antes, convencido de que, más que el valor material, el cariño y el significado espiritual de dar son alimento para el alma y por eso el regalo más importante. ¿Que Santa Claus no existe? ¡Vaya, ni quién lo crea!

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Serrat y yo Conocí a Serrat en "mi niñez" a principios de los 70´s, cuando mis hermanos mayores eran adolescentes y yo aun jugaba con "barquitos de papel". Ellos por su edad mostraban ya signos de rebeldía. Uno en particular era cantar a Serrat, quien en su propia patria no podía cantar "sus rebeldías", esa patria a la que mi familia se sentía ligada por la sangre pues aunque nuestro abuelo –en exilio forzoso– no viniera de Cataluña como Serrat ni de Sevilla como Machado, a quien le canta, sino de Asturias, todo lo de este trovador nos lo recordaba (murió mi abuelo lejos del hogar...). Así, en casa cada quien tenía su canción preferida. Mis hermanos hacían sonar "La fiesta" a todo volumen, mientras mi padre quizá prefería "Cantares" y mi madre, siempre tan religiosa, hizo suya "La saeta". Yo crecí escuchando todas, soñando con tener una "Lucía" que tuviera una madre a quien cantarle "Señora". Desde siempre aprecié "Penélope" y cuando escuché por primera vez "Aquellas pequeñas cosas", me prendé irremediablemente de este homenaje a lo que en realidad son las cosas grandes de la vida. Mis primeros ensayos literarios los hice escuchando a Serrat. "Palabras de amor", me sigue trayendo recuerdos de aquellos intentos amorosos de cuando tenía 15 años. "Elegía" surgió como bálsamo cuando a los 19 mi hermana menor murió sin darme tiempo a comprender su muerte. Y así podría contar cómo casi todas las canciones de Serrat han tenido alguna relación con sucesos muy significativos en mi vida. Después de mucho desearlo y mucho esperar, pude por fin 16 / Oscar E. Cárdenas Junco


asistir a un concierto de Serrat en Monterrey, en donde pude disfrutar con mi familia y amigos de "Sombras de la China". Para disfrutar de una copa de vino en mis momentos de reparadora soledad, me gusta acompañarme de su música, especialmente de canciones como "Decir amigo", que dedico ritualmente a mis amigos del alma. Su música tiene la magia que me identifica con cientos de almas gemelas que desde Alaska hasta la Patagonia y de América (la de todos), a Europa y viceversa, buscan aprender el sentido de la vida, no tienen miedo de mostrar sus sentimientos. Sabemos que lo que en realidad importa en la vida son precisamente nuestras pequeñas cosas. (Escrito compartido vía internet con mis amigos del serratgroup, ahora serratamigos, en diciembre de 1999)

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Noche de ballet Con emoción llegamos al teatro donde se presentaría El Cascanueces. Participarían mis hijas Mariana, de 6 años, y Marifer, de 3... Al igual que para cualquier padre, mi centro de atención fueron mis niñas. Interpretaron de hecho muchos papeles: de niñas, ratoncito, bufón, copo de nieve, soldado y angelito. Así, mientras recorríamos la historia de Clara y Fritz escuchando la música del genial Tchaikovsky, gocé y me divertí viéndolas girar y ejecutar los gráciles pasos de ballet con la prestancia que su tierna edad les permite, a veces brincando, a veces saltando, como dice el dicho, pero siempre deleitando a su orgulloso padre. Esa noche de magia musical quedará siempre en mi recuerdo, creo que más que en el de ellas, como su primera Noche de Ballet.

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El Abuelo Apenas había cumplido los 16 años. España libraba sus últimas batallas por conservar sus colonias. En 1910, de no haberse venido a América, mi abuelo Vicente habría sido enviado a África del Norte a pelear en Marruecos, ya que sus padres no podían pagar la cuota que lo habría eximido de servir en la milicia. Con una carta fechada el 4 de noviembre de 1910, se le concede permiso para salir rumbo a Veracruz desde el puerto de Llanes. Irónicamente unos cuantos días después estallaría la Revolución Mexicana. Ya en el puerto jarocho habría de seguir su marcha junto con su primo José Antonio hasta la ciudad de México, donde les esperaba una tía que ya tenía tiempo acá. Si las noticias hubiesen volado en ese entonces como ahora, quizá nunca se hubieran venido los dos primos. Cuentan que su padre –mi bisabuelo Avelino– regresó a su casa tan apesadumbrado de verlo partir - de hecho nunca lo volvió a ver - que juró en ese momento jamás separarse de ningún otro hijo que por más guerras que hubiera. Pero el destino estaba marcado. España siguió peleando, esta vez internamente. En esa Guerra Civil habrían de morir tres de sus hijos. Pero pensando siempre en el que se marchó a México, nunca más se desprendió de otro hijo en pos de salvarlo. No conocí a mi abuelo, pero desde niño escuché a mi madre y abuela hablar de él. Sé que siempre tuvo en la mente a sus padres y hermanos, a su amada Asturias, adornada por las verdes montañas; que añoraba su campiña y sus manzanas, sus gaitas y sus bailes, los quesos, fabada, natillas y otros tantos manjares, su querido Llanes, junto al mar, su pueblo que en las noches brillaba Cabalgando en caminos de concreto / 19


alumbrado con farolas de aceite de ballena. Fue largo el exilio, nunca hubo regreso. Entre las pocas cosas que conservamos de mi abuelo, está una medalla que le entregó su madre antes de partir, con la imagen de la Virgen de la Covadonga. Al tenerla entre mis manos me parece sentir las temblorosas manos de la bisabuela, Matilde, encomendándolo a Dios y a la Virgen. Ay, abuelo, tengo tantas cosas que decirte, como la falta que me hiciste de pequeño para que me contaras historias y preguntarte cómo fue la travesía en ese barco en que llegaste, en qué pensabas cuando mirabas hacia el mar, en qué lejanas memorias se perdían tus ojos verdes al soñar, en qué pensabas, abuelo, cuando sabías que no podías regresar. En tu nombre haré un viaje, el que tú ya no pudiste realizar. Iré a tu pueblo, beberé de sus sidras, comeré de sus manzanas y escucharé el sonido de sus gaitas. Los traeré conmigo y cuando vuelva, podré entonces contarte que nada ha cambiado.

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Mi amigo Enrique Juntos compartimos los juegos, los sueños, el gozo infantil. Transcurría nuestro paso por la escuela primaria, en aquella dorada época cuando uniformados de pantalón de gabardina azul, la impecable camisa blanca, y aquel tan característico kepí, caminábamos de la casa a la escuela y de la escuela a la casa sin que las calles y casas por las que pasábamos, y menos nosotros, presagiáramos los enormes y vertiginosos cambios que "los nuevos tiempos" traerían. Feliz infancia, cuando jugar en la calle era lo más común, cuando las abuelas aún se sentaban al frente de las casas a ver la gente y el tiempo pasar, cuando ni en nuestros diccionarios ni en nuestro diario vivir existía la palabra "estrés". Llegó el día de la despedida, adiós al querido Colegio México que durante seis años nos arropó y nos dio a beber las aguas del saber, que durante seis años nos enseñó a ser amigos, a ser ciudadanos, nos preparó para vivir. Junto con la escuela despedimos la infancia. Aun resuenan en mi mente las notas de "Las golondrinas" y la necesaria adaptación de "Adiós muchachos" a nuestra despedida. Aún puedo recordar la emoción con que dejaba todo aquello, para empezar a crecer. La despedida fue definitiva en muchos casos. Al Colegio, jamás volví, solamente pasaba por fuera de sus muros recordando con nostalgia lo que adentro alguna vez viví. De mis compañeros, solamente a unos cuantos volví a encontrar después. La infancia se fue para siempre. Enrique fue uno de los que nunca más supe ni volví a ver. El tiempo y la vida pasaron, y aquellos felices niños de los años sesenta nos convertimos en los agitados y siempre-de-prisa hombres de fin de siglo, cuyos hijos ya no pueden jugar en las Cabalgando en caminos de concreto / 21


calles ni recorrer caminando el trayecto (horroriza el solo pensarlo) entre la escuela a la casa. La palabra "estrés" no solamente es ahora parte obligada de nuestro vocabulario sino de nuestro diario trajinar. Simplemente si no tienes estrés, "no estás vivo". Pasaron pues los años, y toda una vida también. Sin esperarlo yo, después de muchos años, nuestros caminos de nuevo se cruzaron. Nuestros lugares de trabajo se encontraban en la misma parte de la ciudad, su empresa junto a la mía. Pasó más tiempo y mis inquietudes juveniles me llevaron a cambiar de trabajo y de rumbo otra vez, hasta que un buen día, ya bien entrado en los treinta, hube de visitar el lugar en que Enrique trabajaba. Grande sorpresa llevé cuando la persona que me recibió para conducirme al lugar de mi cita, era precisamente él, a quien tenía por lo menos 25 años de no ver. Aun así me saludó inmediatamente como si hubiera sido ayer cuando nos despedimos, y en 15 minutos me contó lo que de él no supe en todo ese tiempo, y lo que el sí sabía de mí. Al terminar mi cita me esperaba para preguntarme cuando podríamos reunirnos y tomar un café y recordar viejos tiempos y compartir nuestras fotos del ayer infantil. Llámame –le dije– y nos pondremos de acuerdo.¡Claro que sí!. Adiós, hasta pronto, mucho gusto en volverte a ver. Así Enrique intentó una y otra vez que hubiera ese encuentro, tomar un café mientras regresaba la película de nuestras vidas para volver a la época de la feliz infancia compartida. Yo sólo atiné una y otra vez a contestarle: "Es que hoy no puedo... me encantaría... pero hoy... hoy no puedo, ¿por qué no me llamas otra vez?" Y así lo hizo y siempre obtuvo de mí la misma respuesta, o una muy parecida. Pasó el tiempo de nuevo, y sus llamadas cesaron. De vez en cuando me acordaba de él y me proponía 22 / Oscar E. Cárdenas Junco


llamarle, más nunca lo hice. Hasta que una tarde, muy cerca de la Navidad pasada, mientras pagaba mis compras en un supermercado, apremiando a la cajera por su tardanza en cobrar, veo a la persona que acudí a buscar el día que me reencontré con mi infancia, y después de saludarme, me pregunta: "¿No supiste lo que le pasó a tu amigo Enrique?" Con un súbito mal presentimiento, titubeando murmuré... no... ¿Qué le pasó? "¿En verdad no lo sabes? –continuó–, Enrique murió hace unos dos meses... el siempre me dijo que tu habías sido su amigo de la infancia... te apreciaba mucho..." Lo interrumpí, pues mi sentimiento de culpa solo podía llevarme a preguntarle cómo y de qué había muerto "mi amigo" y cómo es que yo no me había enterado ni de su repentina y rápida enfermedad ni de su temprana, injusta y sorpresiva muerte. Hoy me siguen doliendo todos esos "hoy no puedo". Me duele no haber tenido tiempo para un amigo. Me duele mi prisa "por vivir". Desde ese día, me propuse "tener tiempo" para las cosas importantes. Me propuse también escribir esto para que nunca se me olvide Enrique, el amigo con quien no tuve tiempo de tomarme un café.

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Para vivir Cuantas veces nos hemos sentido vacíos tras concluir una tarea por solamente hacerla por la obligación. ¿Quién no se ha sentido frustrado alguna vez por no gustarle su trabajo o por tener que hacer cosas para las que no está debidamente preparado? A todos nos pasa alguna vez. Desgraciadamente no toda la gente puede trabajar en lo que le gusta, pero la solución es hacerlo con gusto, dando lo mejor de nosotros mismos. Hace algún tiempo, escuché unas palabras que me hicieron reflexionar: "Hagas lo que hagas, hazlo con amor; ponte la camiseta y brillarás con luz propia". Ponernos la camiseta, ése es el secreto. Se necesita poner amor en lo que hacemos y poner la misma atención a las cosas pequeñas que la que pondríamos a nuestro mejor proyecto. Tener un ideal es importante. Todos, en cierto sentido somos Quijotes pues luchamos por algún ideal. Pero para que los molinos de viento de la vida no nos venzan, debemos luchar convencidos de corazón, creyendo en lo que hacemos. Una flor, una estrella, un amigo, no son nada si no pones en ellos una flor, una estrella, un amigo. Así dice una canción sudamericana. Sencillas palabras que en un verso resumen toda una filosofía. Es tiempo ya de que hagamos lo que se espera de nosotros, y lo hagamos bien. Si nuestro trabajo es vender, hacerlo de manera que quien compra sienta que recibe "algo más" por lo que paga. Si somos agricultores amar la tierra y sus frutos, así rendirán más. Hay algo muy sencillo con lo que todos podemos empezar: 24 / Oscar E. Cárdenas Junco


si brindamos una sonrisa, que sea sincera y no una simple contracción de músculos faciales, como seguramente lo describirían los médicos. Si así lo hacemos, una flor será mucho más que un simple ejemplar del reino vegetal, una estrella, será mucho más que un punto luminoso inalcanzable en el infinito, y un amigo, lo será de verdad.

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Te quise Te quise. Eras mi sol y mi luna; eras la alegría; el verde de los campos y la brisa del mar. Eras la inspiración de un poema. Te quise. Eras mi paz; mi ilusión; mi esperanza; mi fe; mi credo en el futuro de una existencia sin malicias, ni falsedades en su camino. Eras mi pasaje a la felicidad. Te quise. Hace ya muchos años. No he cambiado. Aun sueño con las verdes campiñas y un mundo sin malicia. Contigo, todo los días emprendo mi viaje a la felicidad. Por eso, simplemente, aun te quiero.

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Día de la Bandera Hoy es 24 de febrero. Muy temprano, cuando mis hijas se estaban preparando para irse a la escuela, les recordé que era el Día de la Bandera y les pedí que no se les pasara "saludarla". María Fernanda, la más pequeña, de inmediato contestó: "¡Hola banderita, buenos días!".

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Siempre en Navidad En la cocina de mi abuelita Petra estuvo colgado siempre, un cuadro con un recorte de periódico y una fotografía suya con uno de sus pasteles navideños. Ese recorte, que ahora conserva una de mis tías, es para mí un símbolo del deseo de mi abuela de mantenernos unidos. Lo que a continuación transcribo, expresa el contenido de ese viejo recorte. Retrata la forma en que año tras año hizo vivir a mi familia esa tan especial temporada. "Todos los años, durante la cena de Navidad, la abuela tenía su gran momento. Cruzaba los cubiertos sobre el plato, perdía la mirada en la distancia, sonreía tristemente y nos decía: – Bien hijos míos, esta es la última Nochebuena que paso con ustedes. Gracias por haberla celebrado así, con paz y felicidad. Les pido que aunque yo ya no esté, lo hagan siempre así –. Para los que éramos niños entonces, el gran instante trágico de mi abuela era ya cosa de risa. Y es que año tras año, desde que teníamos memoria, nos anunciaba que era su última Nochebuena y daba las gracias por haberla celebrado gozosamente. Ella estaba fuerte como un roble y sus despedidas anuales eran parte de la celebración, como los tamalitos, el pavo, los buñuelos y sus monumentales pasteles navideños. Así y todo, en medio de la risa, de la diversión, de la alegría, las palabras de mi abuela ponían un toque emotivo, especialmente en mi corazón de niño. Y al año siguiente, cuando la Navidad se acercaba, ya empezaba la abuela con sus dramáticos preparativos, a organizar la reunión, a llamar a sus hijos y nietos por lejos que estuviesen, e incluso a algún vecino, que nunca faltaba. Y como alguien se resistiera a su 28 / Oscar E. Cárdenas Junco


plan de convertir las Navidad en una fiesta inmensa, celebrándola por separado, ella inmediatamente se ponía trágica: – Quiero celebrarla muy bien este año. Es mi última Nochebuena... Ante esto, nadie se negaba. Y durante toda mi niñez y adolescencia nuestra familia celebró las más lucidas e inolvidables Navidades, siempre presididas por mi abuela. Sin embargo, cuando enfermó de veras, no lo anunció a nadie. Escondió su verdadera pena de la misma manera que antes se despedía anualmente. Solo a mí se confió, en su lecho de enferma: – Ahora tú vas a tener que ocuparte de que se celebre la Navidad como corresponde... Desde entonces, sé que ella me eligió para continuar la tradición, porque sintió que yo la había comprendido. Siempre he insistido en celebrar la Navidad, por cualquier medio, de cualquier manera. Más allá del tiempo y la distancia, yo sigo el consejo de la abuela. Ella sabía que esta era una fecha sagrada, dulcemente familiar, y que nada debía empañar su magia. Por eso, cada año nos engañaba diciendo que era su última Navidad; era su pretexto para mantenernos unidos, junto a ella, atando cada año esos lazos de cariño que ella no nos dejó olvidar. Y aunque ya no está con nosotros, las Navidades siguen siendo de ella. Es su recuerdo quien preside nuestra mesa, y reúne a toda nuestra familia, aunque no estemos juntos. Es su recuerdo y el de tantas madres y abuelas como ella el que nos guía e inspira a unirnos y a querernos, porque ellas lo hubieran deseado. Y mientras palpiten el entusiasmo, el cariño y la fe de seres así, la última Navidad no llegará jamás."

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Dar y recibir Siempre he escuchado que es mejor dar que recibir. Mi experiencia me lo confirma. Aunque no sea lo que se busque, cuando se da, mucho más es lo que se recibe. Hay un grupo al que me gusta pertenecer porque allí se practica el servicio como principal objetivo: los Rotarios. Son muchas las anécdotas que podría contar sobre el dar y el servicio de los Rotarios. Les hablaré de una muy especial, que aun el recordarle hace que la piel se me ponga "de gallina". Un 24 de diciembre, acompañé a Hilda y un grupo de señoras Rotarianas a entregar bolsas con ropa, juguetes y algo de comida que se reunieron para darlas en alguna colonia de la periferia. Como no se había definido previamente dónde se haría la entrega, preguntamos a los que conocen, cuál sería un lugar más adecuado para la mencionada entrega. Coincidiendo en que colonias pobres las hay por todos lados, el consenso fue seguir el antiguo camino a "Cabras Pintas": por ese rumbo hallaríamos los asentamientos más necesitados de nuestra ciudad. Tomamos camino, que por un buen tramo estaba pavimentado. Seguimos avanzando, el pavimento terminó, pero aun el camino era transitable. Continuamos hasta que desapareció la terracería. El acceso se hizo cada vez más difícil. A medida que caminábamos, las casitas a los lados del camino se veían más pobres, apenas construidas con cartón, y sobrantes de madera extraídas de tarimas. Llegó un momento en que, pensamos, habíamos llegado al lugar "más pobre". Las diligentes señoras se dispusieron a repartir nuestra carga. Fuimos llamando a las personas, invitándoles a 30 / Oscar E. Cárdenas Junco


recibir lo que les llevábamos para hacer un poco más feliz su Navidad. Fuimos recibidos con alegría. Las caras de todos se iluminaron con nuestra inesperada presencia. En eso estábamos, cuando un hombre se me acercó, haciéndome seña de querer decirme algo al oído. Cuando me acerqué, me dijo: – Señor, les agradecemos mucho lo que hacen, pero quiero pedirle algo, que no dejen todo aquí, ya que más adelante hay personas más pobres que nosotros. Admirado de su generosidad y con un nudo en la garganta, busqué a las señoras para contarles lo que aquel hombre me pedía, y tan sorprendidas como yo estuvieron de acuerdo en seguir avanzando. Llegó un punto en el que ya no pudimos seguir en nuestros automóviles, y movidos por ese hombre de gran corazón tomamos lo que quedaba y continuamos a pie, entregando los objetos en un lugar donde la pobreza extrema era evidente. Pero aun allí, seguimos recibiendo, pues no faltó quien nos convidara una pieza de pan, unas galletas, todo lo que tenían. Ese día lo recuerdo bien. El frío exterior congelaba los huesos. Pero yo regresé con mi corazón lleno de un indescriptible calor. Fuimos a dar, y recibimos a cambio una gran lección de generosidad y solidaridad humana. Sí, señor, al dar, es más lo que se recibe.

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De la amistad De la amistad, al igual que del amor, se han dicho y escrito muchas cosas. Es más, ¿quien puede auto nombrarse experto y decir que domina todos los secretos de estos dones? Además cada quien puede solo hablar de ello según le va "en la feria". Podría escribir horas y horas sobre ella y no diría nada que no se haya dicho ya. Aun así me atreveré a identificar algunos aspectos prácticos sobre el arte de tener amigos, al que algunos autores llaman "El difícil rompecabezas de las relaciones humanas". Tal vez podamos hacerlo "más fácil". Existen muchas actividades que no es posible ni sería divertido hacer solos. O, ¿quién ha intentado tener una fiesta para uno mismo? También para mudarse de casa, hacer planes, jugar a las cartas, hasta para ir de compras, se necesita la compañía de las personas que nos importan en la vida. La amistad, precisamente trata sobre los demás, aquellos con quienes reímos, sufrimos, gritamos, lloramos, trabajamos, jugamos, debatimos; aquellos a quienes amamos, toleramos, culpamos, en quienes creemos y confiamos, y que a veces, también evitamos. Los amigos. Incluyamos aquí a cónyuges, hijos y demás parientes. Olvidando un poco lo que diga el diccionario, cada cual podrá tener su propia definición de lo que es ser "amigo". Serrat, poeta de la canción, nos ofrece la suya: "Decir amigo, se me figura que decir amigo es decir ternura". Su definición, para mí, lo incluye todo. Vida alegre es la que esta llena de amigos. Sin embargo, lamento informarles que no existen formulas para hacer amigos. La Biblia, en el Eclesiastés os dice: "el amigo fiel es un 32 / Oscar E. Cárdenas Junco


refugio sólido; el que le encuentra, ha encontrado un tesoro". ¿Cómo encontrar nuevos amigos y conservar los que ya tenemos? ¿Cómo ser verdaderos amigos de nuestros seres queridos? Ciertamente se requiere algo más que una saludable autoestima y buenos modales para ganarse la amistad de los demás. Es necesario un equilibrio entre el dar y el recibir. Intervienen en ello la generosidad, el respeto, el buen trato, la honestidad, la lealtad, la comunicación, el perdón, la sensibilidad y el sentido del humor. En pocas palabras, un poco de sabiduría. Continuando con el Eclesiastés, este nos aconseja: "las palabras suaves hacen ganar amigos y la lengua amable multiplica las respuestas afectuosas. Que sean muchos tus amigos, pero ten uno entre mil como consejero". Revisemos ahora otros cuantos consejos prácticos que nos ayuden en nuestro oficio de encontrar amigos, y aun más importante, nos permitan conservar y enriquecer nuestras amistades actuales. Empecemos por revisar nuestros hábitos. Hagamos algo así como nuestra "prueba interna" de capacidad de ser amigo, y preguntémonos: "¿Hablo, me quejo, bebo o fumo demasiado? ¿ Tengo mal aliento? ¿Soy ofensivo en mi forma de hablar? ¿ Lo que hablo versa invariablemente sobre mis achaques, mi pareja, mis hijos, mi trabajo, mi insomnio, mi dieta, mi dinero, mi auto último modelo, mis clases de tenis?" Y sigamos con lo que podría ser una interminable lista de "mis", hasta finalizar con la pregunta "¿Soy aburrido o aburrida?" Si contestamos afirmativamente a más de una pregunta, estamos en riesgo de ser verdaderamente alguien que siempre tiene cara de "pocos amigos", pues seguramente nos quedan muy pocos. Si así es, respondamos ahora otra pregunta, Cabalgando en caminos de concreto / 33


para completar esta prueba: "¿ Que me parecería trabajar o convivir con una persona como yo?" Sigamos con otra prueba, la de los cumplidos. La gente anhela reconocimiento y elogios. La sed de halagos es como el hambre física: jamás queda satisfecha por mucho tiempo. A todos nos gusta escuchar de vez en cuando que lucimos bien y que nos estamos desempeñando adecuadamente. Si me preguntara: ¿Me dicen que soy guapo, listo, capaz, eficiente, maravilloso y adorable, con tanta frecuencia como quisiera? La respuesta por supuesto es no. Lo mismo le ocurre a todo el mundo, jamás nos saciamos. Por lo tanto, la conclusión es: si quieres influir en los demás y ganar amigos, ¡hazles cumplidos! Esto no significa de ninguna manera, convertirnos en personas rastreras ni decir cumplidos falsos o hipócritas, sencillamente, significa reconocer lo que tienen de bueno los demás, y hacer que lo escuchen... de ti. Cuando lo hagas, te recordarán por ello. Aunque es cierto que a veces la gente se siente abochornada o reacciona con torpeza ante los cumplidos, en su interior, están brillando. Es sorprendente como las mujeres, siendo tan bellas, reciben tan pocos cumplidos. Por favor, señoras, cuando sus maridos o amigas o sus hijos les digan: "¿Sabes que tienes unos ojos preciosos?", o: "Que bien te sienta ese peinado", en lugar de observarlos incrédulas, y pensar para sí "¿Qué se trae este, o que querrá?", sonrían y agradezcan el cumplido. Están tratando de ser amistosos. Otra versión de los cumplidos, son los elogios de segunda mano, decir a los demás las cosas positivas que has oído sobre ellos. Todo el mundo se deleita al enterarse de que sus amigos, compañeros y familiares, hablan bien de ellos. En general, cuando 34 / Oscar E. Cárdenas Junco


destacamos las cosas positivas de los demás, los hacemos sentirse maravillosamente bien, y también nosotros nos sentimos igual de bien. Un consejo útil es el buscar cosas en común, no diferencias. Las personas que ahuyentan a los demás, se dedican solo a buscar diferencias. Su mensaje es: " yo soy más rico que tú, he triunfado más que tú, soy más interesante que tú, juego tenis mejor que tú, mi automóvil es mejor que tu cacharro, ni siquiera estoy interesado en hablar sobre ti, y de todas formas no estaré de acuerdo con nada de lo que tú digas...". Si lo pensamos, hallar elementos en común con los demás es una habilidad que podemos desarrollar. Sólo implica el esfuerzo para compartir algo de uno mismo y estar alerta para detectar intereses comunes. Saber escuchar, es otro punto importante. Todos necesitamos conversar con alguien que verdaderamente las escuche. La próxima vez que hables con alguien, fíjate si en verdad la estas oyendo, o si constantemente atisbas por encima del hombro, miras de reojo el reloj, o haces sonar tus llaves o monedero, o si por el contrario le dedicas toda tu atención, haciendo de ello una experiencia especial cuando te tomas la molestia de ver su vida a través de sus ojos. Todos necesitamos encontrar alguien que nos escuche absolutamente, y además, que nos escuche sin juzgar. Y los modales, ¿qué tan importantes son? Desde pequeños, casi todos hemos recibido, de boca de parientes y amigos, incontables lecciones sobre la importancia de los buenos modales. "Sé cortés. Di gracias. Saluda. Cepíllate el pelo. Baja los pies de la mesa. Siéntate bien. No hables con la boca llena." Con todo, los buenos modales no son para demostrar nada. Solo equivalen a la conciencia que tenemos de nosotros mismos derivada de nuestro Cabalgando en caminos de concreto / 35


respeto hacia los demás. En otras palabras, para tener amigos no tenemos que servir champaña en vasos de cristal sueco. Una buena velada no depende de que sirvas la sopa por la derecha o por la izquierda. Tener o no una buena vajilla, ¡qué importa!, cuando nuestra casa y nuestras reuniones están llenas de alegría. En nuestra búsqueda de las formas, no nos obsesionemos por asuntos superficiales. Hablemos ahora de las expectativas. Si sabemos qué esperar de una amistad, y nuestras expectativas son razonables, será menos probable sufrir decepciones. No olvidemos que no existen dos amistades idénticas. Cada persona tiene diferentes valores, experiencias y posiciones, factores que influyen en la amistad. Tampoco olvidemos que lo que nosotros deseamos de una amistad puede ser muy distinto de lo que nuestros amigos esperan. Aunque generalmente es cuestión de afinidad, definitivamente no es lo mismo buscar un amigo que ofrecer amistad. Cada cual podría ahora seguir su lista de verificación de aspectos necesarios para poder triunfar en al arte de ser amigo. Otros factores que importan son el buen humor, el saber respetar y el saber perdonar. La lealtad y la firmeza son también muy importantes. Y así le podríamos seguir... pero el consejo más sencillo de todos, en el que quizá se resuman los anteriores, y además nunca falla: para tener amigos, hay que empezar, si, están en lo cierto, hay que empezar... ¡por serlo! (De una charla ante las Damas del Club Campestre El Saucito, en Febrero de 1995)

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Como la nuez de Castilla Hay personas que solo piensan en lo que tienen en el banco. Betty Reynoso es una de ellas, pero en el banco de su preocupación no es dinero lo que guarda. Ella se ocupa y preocupa por mantener un banco de leche, para entregar la dotación semanal de este alimento que por lo menos 120 niños esperan. La labor de servicio de Betty se remonta a los años 50, cuando Matamoros era todavía un emporio algodonero. Junto con otras altruistas señoras fundó la casa hogar, que sería cimiento de lo que hoy es el DIF municipal. Desde entonces su trabajo es incansable. En 1991 ayudó a formar "Cáritas de la Sagrada Familia", en donde primero participó en un programa de nutrición infantil que iniciara con 20 niños siendo actualmente mas de 120 a los que se les lleva una dotación semanal de leche. A las madres de estos niños se les brindan clases de corte de pelo, manualidades, tejido, corte, doctrina, etc. Se les ayuda a ser dignas y a que tengan oportunidades para desarrollarse y sostenerse económicamente. Pero eso no es todo, pues la salud de madres e hijos es precaria, hay que conseguirles médicos, medicinas, hospitalización y de eso se encarga Betty que, siempre en primera fila, los lleva, anima, sostiene. Parece que nunca se cansa. Regaña a las mujeres, sí, pero al llamarles "mis viejas", las apapacha y las ama. En una de sus sabrosas pláticas me contó lo mucho que le sorprende la alegría de estas mujeres que se ríen de sus bromas y le festejan sus chistes y ocurrencias. "No sé de que se ríen éstas –me dijo–. Si yo tuviera que pasar por lo que ellas, yo no me reiría de nada". Cabalgando en caminos de concreto / 37


Al conocerla la comparo con la nuez de Castilla, que por fuera puede tener un aspecto de apariencia dura, pero por dentro tiene un corazón dulce y suave. Hace poco los Rotarios le entregaron un reconocimiento por su entrega al servicio, para mi gusto, un poco tardío, pero todavía oportuno. Ella lo acepto con humildad, pensando en sus pobres. Hay personas que con su sola presencia nos enriquecen. Betty es una de ellas.

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Para la paz La paloma es el símbolo de la paz, y no es extraño que lo sea, puesto que es un ave que vuela en libertad. Si tratamos de atraparla, escapará rápidamente. En cambio, si juntando nuestras manos en ellas le ofrecemos unos granos de maíz, acudirá prontamente, ofreciéndonos a cambio el arrullo de su canto. De igual manera se consigue la paz, si ofrecemos a través del servicio las semillas que la nutren haciendo que se anide en los corazones. La paz es fruto de la bondad y del servicio, y se nutre de la verdad, de la justicia, de la comprensión. Decía Ralph Waldo Emerson "nadie puede darte la paz, sino tú mismo".¡Cuánta razón! La paz empieza en cada uno de nosotros. Si queremos la paz, tenemos que servir como primer paso, superando nuestras diferencias en aras del interés comunitario. Si brindamos la mano a nuestro vecino, al que necesita ayuda en la calle, al pariente olvidado, al compañero de trabajo relegado, si abrimos así el corazón, tendremos la paz, pues ésta encuentra su nido en el servicio. A veces olvidamos que la mayor tragedia no es cuando se pierde una guerra, sino cuando perdemos la paz. Nos alarmamos al leer las noticias de Kosovo o Chiapas, y no nos damos cuenta que en nuestra casa, o en nuestro trabajo, o en nuestro barrio, tampoco hay paz. Empecemos por allí, por nosotros mismos, luego, poco a poco, con bondad y servicio, contagiaremos a los demás. Cerremos los ojos. Imaginemos un mundo de paz. Veremos caer las barreras ideológicas, de credo, idioma o raza al unirnos los seres humanos mediante lazos de servicio y amistad que superan toda frontera. Abramos ahora los ojos. Lo que acabamos de imaginar es posible. Cabalgando en caminos de concreto / 39


Estas imágenes que visualizamos, que resumen la esperanza de un mundo mejor, de un mundo en paz, derivan de una actitud de fe y esperanza, de una decisión de trabajar por la paz aunque se nade contra la corriente. Deriva de nuestra capacidad de soñar y de nuestro empeño por llevar estos sueños a la realidad. Debemos seguir soñando, seguir imaginando para que este mundo de paz sea el mundo de todos. Empecemos hoy. Si fue un solo hombre, Caín, el primero en romper la paz, ¿no podremos, entre todos, volver a conquistarla? Pocas manos no son suficientes y el sueño vale la pena. Necesitamos que tú y yo seamos capaces de compartir nuestro sueño invitando a otra persona que como tú y como yo, también sueñe con un mundo mejor en el que reine la paz. (Adaptación del mensaje expresado en ocasión de la inauguración del monumento Rotario a la Paz, en Junio de 1995)

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Qué es la vida Me preguntaron ¿Qué es la vida? Yo se los pregunto también. Creo que encontraríamos muchas y variadas respuestas, según la filosofía de cada quien, o de lo que "la vida" le haya dado. Para mí, la vida es una oportunidad constante e interminable. Es reto, es camino. Es algo así como un libro en blanco que empezamos a llenar cuando nacemos. A veces tiene páginas que se quedan en blanco, otras tienen escrito en ellas momentos imborrables de felicidad, tristezas, fracasos, éxitos, huellas de que no solamente vamos "existiendo" o respirando, sino de que en realidad vamos trascendiendo, de que nuestro corazón no solamente late, sino que también siente. En sus páginas a veces hay manchones o borrones. Hay otras que son impecablemente inmaculadas. La vida, para mí, es el diario en donde vamos escribiendo lo que elegimos hacer con nuestro destino.

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Sobre montañas y llanuras Tuve un tío-abuelo, Pastor, cuyo nombre siempre me llamó la atención, ya que también era "pastor" de la Iglesia Bautista a la que perteneció toda su vida. El hecho de que el perteneciera a esa religión y que casi la totalidad del resto de la familia fuésemos Católicos, nunca fue motivo para tener diferencias ideológicas con él o su familia, ni nadie trataba de convencer al otro de cambiarse, ni siquiera se mencionaba ese asunto; entre todos hubo siempre un profundo respeto. Pero bien, no es de su religión sobre lo que quiero contarles, sino sobre su carácter, sobre las cosas que siempre admiré en él. Como les decía, el era mi tío-abuelo, que junto con su esposa –hermana de mi abuela materna– y familia, desde muy jóvenes emigraron a los Estados Unidos, viviendo primero en el llamado "Valle del Río Grande", después también en Texas pero más al norte, hasta que se fueron a tierras más lejanas, estableciéndose en Los Angeles, California. Yo era muy niño en ese entonces, pero recuerdo que mi abuela recibía cartas suyas con frecuencia trayendo noticias desde aquellos lugares. Visitar la familia implicaba viajar por miles de kilómetros, que recorría conduciendo mi buen tío. Ni el cansancio, ni la distancia le impedían realizar sus viajes, y aunque casi toda la familia vivía en Monterrey, extendían su viaje hasta Matamoros, para ver a mi abuela, para visitarnos. Con el tiempo esos viajes se hicieron menos frecuentes, mi tía murió a principios de los años 70, y podría pensarse que al faltar ella, se rompía ese lazo que los hacía venir, pero no, nunca fue así. Continuó mi tío viajando, ahora el viaje era más difícil y 42 / Oscar E. Cárdenas Junco


largo, pues también lo era su edad, pero nunca dejó de venir y sus cartas de llegar, aun después de que mi abuela y su hermana menor, murieron. Especialmente guardo entre los recuerdos que conservo no solo en la mente sino en mi corazón una estampa que pegaba en los sobres de sus cartas, que más o menos decía: Querida carta, ve en tus caminos sobre montañas, llanuras y mar, Dios bendiga a todos aquellos que aceleran tu vuelo hacia donde yo deseo que tú estés; y bendiga a todos los que estén bajo el techo donde tu descansas. Pero bendiga una vez más a quien tú amorosamente vas dirigida. Al igual que sus cartas, mi tío Pastor viajaba sobre montañas, llanuras y ríos, para encontrarse con quienes amaba, su familia. Con esto, creo que su intención fue dejar un legado a sus hijos muy importante, hacerles ver que aunque vivieran lejos, aunque la distancia los separara físicamente de la familia, ésta prevalecería sobre todas las cosas, sin importar que para encontrarla hubiera que viajar largamente sobre montañas y ríos. Ese legado no fue solamente para sus hijos, lo recibimos todos aquellos que pudimos beneficiarnos de su sabiduría, de su bondad y su amor.

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Recuerdo Hoy he vuelto a ser niño –aunque algunos piensen que nunca he dejado de serlo–.. Saqué de un rincón mi colección de estampillas, que arrancaba a hurtadillas de las cartas de mi abuela, y otras que ganaba en el trueque infantil. Saqué también de un rincón mi colección de recuerdos olvidados. Un millón de aromas distintos llenaron mi espacio, de olor a tierra mojada, a galletas recién horneadas, de tantas otras cosas que algún día saboreé; todos los colores que hace tiempo vi. En tropel siguieron saliendo de su olvido mi casa de niño, la playa, el patio escolar, los libros, regaños, las clases de inglés. ¡Ah!, y las vacaciones que feliz disfruté. Hoy he vuelto a ser niño. No sé por qué lo olvidé.

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Cada día Cada día, ama. Cada día, perdona. Cada día, ten fe. Cada día, ten esperanza. Cada día, sonríe. Cada día, sirve. Cada día, da lo mejor de ti. Cada día, disfruta. Entonces sentirás que estás vivo de verdad, y serás rico, porque serás feliz; no como aquellos que sólo odian, castigan y maldicen.

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El olvido está lleno de memoria. Mario Benedetti

Si al sol llamo sol, no es a él, sino a ti, que sol te llamo. Si llamo luna a la luna, es que a ti te estoy llamando. Si llamo a la rosa rosa es que en la rosa te hallo. Si llamo amor al amor, es solo porque te amo. José María Souvirón

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Nada y todo Luces, ruido, nada. Rostros. Más rostros; nada. Te busco y no te encuentro, solo existe el vacío. Te llamo y mi voz se apaga; la ahogan los murmullos de tanta gente que pasa. Un mágico momento me llega por asalto, interrumpe mi búsqueda en la nada, y de la nada, me trae la dulce caricia de un recuerdo. Tu rostro, tu nombre, todo.

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Compañeros Tú cabalgas en las tierras de La Mancha, Yo me pierdo en las calles de concreto; Rocinante te conduce en tus andanzas a mí me lleva una máquina en mis prisas. Tú te enfrentas con gigantes temerarios, mis molinos de viento son mis miedos; pero hay algo en lo que somos muy iguales hidalgo compañero Don Quijote: tu locura y la mía son una sola, la del mundo, la del hombre, la de todos. Nunca te cures caballero andante, no hay más sana locura que la nuestra, a nadie engaña, ni mata ni lastima; más dañina es aquella de los cuerdos que están locos en verdad y no lo saben, aunque hieran, maltraten y asesinen. Cabalga sin rendirte Don Alonso, busca molinos y deshaz entuertos. Yo te sigo en mi montura con mi carga cabalgando en mis caminos de concreto.

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Tú y yo Tú y yo somos el mundo, tú y yo somos el mar; somos campo fecundo, somos el verbo amar. Somos rosa y espina somos frío y calor; ciclón que se avecina, tú y yo somos amor. Sólo tú y yo existimos no importa nadie más; luchamos y vencimos. Tú y yo somos la paz. Tú y yo somos el viento somos arena y sol; primer y último aliento, tú y yo somos crisol. Tú y yo somos constancia, la fe de una oración; delicada fragancia, tú y yo somos canción. Tú y yo somos un verso, un lirio que cayó en fin, el universo, somos solo tú y yo. 50 / Oscar E. Cárdenas Junco


Suspendida en el negro firmamento Suspendida en el negro firmamento por suspiros callados y embelesos, la luna brilla en su mejor momento y comienzan las rimas y los versos. Fulguran las estrellas en lo alto esparciendo esplĂŠndidos destellos para que siga del poeta el canto inspirado a la luz de sus reflejos. Circulan los murmullos con el viento... Pero salen de sus tumbas los recuerdos llenando el ambiente, tan de pronto que cesan los murmullos y suspiros. Renace en el poeta un sentimiento, las lĂĄgrimas se asoman a sus ojos, irrumpe triste en silencioso llanto recordando a su musa y a sus besos.

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Estoy solo Aquí estoy, en la gran ciudad. Aquí estoy, pero estoy solo. Rodeado por millones de gentes que caminan y que van solas también. Rodeado de gentes, como siempre, pero como siempre, solo. Si tú no vuelves, seguiré así, rodeado de gente, pero solo.

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Si tú dejas de quererme Si tú dejas de quererme no habrá sol ya para mí. No tendrán color las flores ni valdrá nada el marfil. Me lo dirá tu mirada o tu forma de reír, aunque no me digas nada me daré cuenta del fin. Para evitarte la pena de tenerlo que decir seré yo quien me despida, así tenga que morir. Cuando dejes de quererme no habrá sol ya para mí. No tendrán color las flores ni valdrá nada el marfil.

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Silencio Silencio, qué amargo silencio. Silencio, sólo silencio, tan tremendo, que aniquila; tan inmenso, que ensordece. Atronador, furioso. Nada rompe el silencio, ese denso silencio sin ritmo, sin cadencia, ese muro infranqueable, la pared del silencio que uno mismo construye. Qué pesado es el silencio, qué insoportable. Y sin embargo... si yo pudiera hablar me quedaría callado, pues prefiero mi silencio solitario, mi silenciosa soledad a ese maremagnum de alaridos, de llanto, de indescriptibles gemidos que existe más allá del silencio. Silencio... ¡Qué dulce silencio!

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Palabras ¿Que será de las palabras que no nos atrevimos a gritar? ¿Y que será de aquellas que no nos permitieron ni siquiera murmurar? ¿En dónde están todas esas palabras abortadas, suprimidas, ¡calladas!, que en cualquier idioma y lengua querían decir lo mismo: libertad? ¿Estarán condenadas en el limbo o estarán desbaratadas formando garabatos en algún lugar sin nombre? – Yo sé donde están: están en el panteón de los lamentos crucificadas, atadas, ¡muertas! –––––––––––––––––––––––––––– Y... ¿qué fue de las palabras de amor que nunca dijimos? – ¡Esas están en el viento, escucha como lloran todavía!

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Olvida tus recuerdos Olvida, si quieres, la historia de griegos y romanos y que dos más dos resultan cuatro. Olvida el teorema de Pitágoras y quién fue Napoleón. Olvida la teoría que Darwin formuló y tantas ecuaciones que tu mente grabó. Olvida la extensión del Nilo y dónde está la estéril Patagonia. Olvida cuantos músculos movemos al reír y el número de huesos que hay en nuestro haber. Olvida el aroma de las flores y el color del trigo. Olvida, si quieres, tus recuerdos, pero nunca, jamás, olvides que te quiero.

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Como una nube Como una nube que se acerca y deja la esperanza de lluvias a los campos secos, así llegaste tú, con tu sonrisa, y dejaste en mi campo una esperanza hermosa: que tu amor desvaneciera mi amargura. Mas como la nube que se acerca y ya se aleja, así llegaste tú, con tanta prisa, así llegaste tú, y te alejaste luego.

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Morir un poco Morir un poco cada día, pero vivir intensamente cada hora y cada instante que el reloj señala; si es preciso llorar, entonces llora, si tu risa es necesaria, ¡dala! Morir un poco cada día, seguir llevando la existencia ahora como si fuera una función de gala; subir al escenario sin demora y desde el proscenio contemplar la sala. Morir un poco cada día, mas no una muerte inicua, sin figura, que provoque la lástima y la burla; morir como la llama de la hoguera ¡que brillando se extingue mientras vela!

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Metamorfosis Al recordar tu nombre tan amado, con timidez, dos lágrimas mis ojos llenaron de recuerdos y sonrojos y reviví en mi mente lo pasado. Mi pobre corazón atormentado, herido fue otra vez por los abrojos pues quise recoger de los despojos lo que quedaba de un amor frustrado. Los recuerdos llegaron pertinaces, uno por uno, y como por encanto; pero entonces las lágrimas –fugaces testigos de mi trágico quebranto– , en manantial brotaron, tan audaces, que aquella timidez se volvió llanto.

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Hay penas Hay penas que llevamos en el alma y no sabemos. Hay penas que escondemos aunque no queramos. Hay penas que gritamos a los cuatro vientos. Hay penas que callamos y nos lastimamos. Tú eres la pena que llevo, sin saber por qué; la pena que escondo, que sólo yo sé. Tú eres la pena que grito para que lo sepas, la pena que callo y que me está matando.

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El loco Me llaman el loco; y yo, yo me río. Me llaman el loco porque dicen que recuerdos atesoro cuando debiera acumular riquezas. Me llaman el loco porque yo hablo con las flores y a las estrellas llamo en las noches claras. Porque donde ellos afirman verlo todo yo sólo veo muy poco, o nada... Porque lo que a mi mente "extraviada" luce hermoso a sus mentes vacías parece inútil, estorboso, murmuran por lo bajo y me señalan ¡es un loco! Y yo, yo me río. Y por supuesto, por eso también me llaman loco. ¡Ah! Y porque cuando lloro pareciera que mi llanto Cabalgando en caminos de concreto / 61


es el de mil gentes, me dicen que soy un tonto; siendo que cuando lloro lo hago por aquellos que no pueden reír. Y porque digo y sostengo en voz alta lo que pienso y hasta porque veo que esta medio lleno el vaso cuando esta medio vacío, me dicen que desvarío. Porque escucho los lamentos del mar en un caracol y a él le cuento mis penas en vez de inclinar el codo para ahogarlas en alcohol, por eso, déjame ver, por eso me llaman bruto, aunque es otro el adjetivo que a su parecer me va. Me llaman el loco, y yo me pregunto: la cordura, para ellos, ¿que será? Por que sin límites amo y amo sin reclamar el ser a la vez amado, se dice que estoy chiflado, tan loco como el que más. 62 / Oscar E. Cárdenas Junco


AsĂ­ pues, tened cuidado, llevadme pronto a encerrar, pues si eso es la locura, yo soy un loco de atar. SĂ­, me llaman el loco, y yo me rĂ­o.

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Cómo no iba a esperarte Cómo no iba a esperarte si espera el rosal y florece a tiempo; si espera la luna y refleja siempre los rayos del sol; si la hormiga espera durante el invierno y la abeja espera para hacer la miel; si espera una madre mientras crece el hijo; si espera la vida para renacer; y si el sol espera en la nocturnas horas y brilla de nuevo al amanecer. Mas si no esperara el rosal ni la luna esperara; si esperar no supieran la hormiga y la abeja y la madre y la vida ni el sol esperaran; yo, –que bien lo sabes– te amo tanto, ¿cómo no iba a esperarte?

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Conversaciones – Soy un pájaro sin alas, y quiero volar. – Soy un niño sin juguetes, y quiero jugar. – Soy soldado sin espada, y quiero pelear. – Soy campana sin badajo, y quiero sonar. – Soy un hombre sin voz, y quiero gritar. – Pues si todo eso es tan triste, todavía lo es más mi mal, pues el corazón me falta, ¡y aun así quiero amar!

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Decisión Hoy le quiero decir adiós a mi tristeza, a esa fiel compañera de mis días y celosa guardiana de mis noches solas. Junto con ella despediré las penas que hacían mis tardes largas y sombrías e interminables cada una de mis horas. Sacaré de mi pecho las espinas que en mi corazón se clavan sin clemencia impidiendo la paz que mi alma implora. De mi llanto quedara sólo el recuerdo; se secará como los ríos se secan dejando sólo la huella de su paso. Y si acaso algunas lágrima quedaran las guardaré para mi madre que esté lejos, o tal vez las llore por las penas idas, por un amigo que por siempre haya perdido, por un anciano solitario o por un huérfano que como yo, sufrir tampoco hayan pedido. ¡Fuera pues!, tristezas, penas y dolores, ¡dadle paso, que ahí viene la alegría que de hoy en adelante llenará mi vida!

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Ya no llores caracol Caracol del mar, caracolito que tirado en la arena estás, ¿cuál es tu amargo secreto que llorando siempre vas? ¿Dijo una ola "te quiero", pero no volvió ya más? ¿Es ese tu gran misterio, por eso gimiendo estás? Si eso causa tu pena, si es lo que te hace llorar, cuéntale todo a la arena que ella te sabrá escuchar. Por las olas ya no llores pues siempre vienen y van, por las olas ya no llores caracolito del mar.

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Abuelita Abuelita, mi dulce viejecita que apenas caminabas, ya no se oye por la casa el tac-tac de tu bastón. Vacío está tu sillón preferido, ya nadie se sienta en él y tu chal ya está guardado dobladito en un cajón. Tu vida fue un cauce de arroyo tranquilo, y así te nos fuiste, tranquila y en paz. Tus curtidas manos ya no me acarician, mis ojos te lloran, mi alma también.

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En las heladas olas (Para un marinero que vino de España)

En las heladas olas de la Mar de Bering navega un alma llena de amor. Sueña pescando y pesca soñando siempre con su hija en su pensamiento, que le da aliento, le da calor. ¡Hola desde las olas!, es su saludo; alegre llega desde su barco ese saludo con gran candor, y a todos llega ese sentimiento que pega fuerte en el corazón. Sigue así, marinero –amigo– poeta, sigue así, pescador de sueños surcando caminos por la mar helada, sigue así, hilando tus versos, mientras navegas en altamar.

Cabalgando en caminos de concreto / 69


A Dios ¿En dónde estabas cuando yo te buscaba y nunca te encontraba? ¿En dónde? ¿En dónde estabas aquellas largas noches sin luna ni estrellas, de sombras, de insomnio, de temor y llanto? Y ¿dónde estabas en mis días sin sol que más que largos parecían eternos, tan vacíos, tan tristes, sin flores ni cantos? Dime ¿dónde estabas cuando mi alma dolorida naufragaba en ese océano inmenso que es la desolación, sin remos, sin velas ni esperanza alguna? ¿Dónde estabas, dime, cuando mi corazón sangraba llanto y de sangre eran las lágrimas que mis ojos derramaban? ¿En dónde estabas 70 / Oscar E. Cárdenas Junco


en mis horas de dolor, de pena, de angustia, en mis tantas horas de desesperación? Espera, no me digas nada. Ya lo sé, si fuiste tú quien me salvara, ¡Y todavía pregunto dónde estabas!

Cabalgando en caminos de concreto / 71



Índice De músico, poeta y loco... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Cincuenta años. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Cuando era niño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Serrat y yo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16 Noche de ballet . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 El abuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Mi amigo Enrique . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Para vivir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 Te quise . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 Día de la bandera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Siempre en navidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28 Dar y recibir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30 De la amistad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 Como la nuez de castilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Para la paz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Qué es la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Sobre montañas y llanuras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 Recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44 Cada día. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 Nada y todo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48 Compañeros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 Tú y yo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 Suspendida en el negro firmamento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Estoy solo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 Si tú dejas de quererme. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 Silencio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54 Palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Olvida tus recuerdos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 Como una nube . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 Morir un poco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58


Metamorfosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Hay penas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60 El loco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Cรณmo no iba a esperarte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64 Conversaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 Decisiรณn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66 Ya no llores caracol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Abuelita. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68 En las heladas olas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 A Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70



Este libro en formato digital se editó en Septiembre de 2003. Derechos Reservados a Oscar E. Cárdenas Junco oscardenasj@yahoo.com < Diseño y Edición Digital >

www.damianr.com.ar damian@damianr.com.ar




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