4 minute read

Prólogo

Los trabajos que leerán a continuación fueron parte de un taller literario cuyas sesiones transcurrieron de marzo a octubre del 2020. Fueron tiempos extraños en que nos vimos recluidos a nuestras casas, comunicándonos por pequeñas ventanas en el computador. Muchas veces la comunicación se cayó o congeló, pero el empeño de estar juntos, la necesidad de vernos, de hablarnos—a pesar de ser muchas veces al iniciar el taller totales desconocidos—fue más fuerte. Nuestras historias eran lo que nos quedaba en un mundo que parecía despojarse de otro sentido y nos las regalamos con una generosidad y entrega que aún me sorprende y emociona.

Hablo en plural pero lo cierto es que mi rol de profesor me excusó de hacer ninguna de las tareas que les encomendé a los alumnos. Me alegraba profundamente de esta excepción. La

Advertisement

verdad es que me hubiese costado mucho resolver los acertijos que lanzaba con total gratuidad a los alumnos como si fueran ejercicios evidentes. No lo eran y esa es parte de la gracia de este libro. Muchos de los alumnos escribían por primera vez, otros lo hacían con timidez y pudor, pero las tareas encomendadas no tenían piedad ni con su inexperiencias ni con sus titubeos. Para conseguir entregar semana a semana los trabajos los alumnos tenían que bucear en el fondo de sus memorias, usar su imaginación en todos los sentidos posibles e imposibles, y revelar muchas veces partes ocultas de sus vida. Obligado a buscar en las ostras de sus acantilados más resbalosos, no pocas perlas llegaban como si nada a la clase. Algunas de estas son parte de este libro.

Mi trabajo era aquí escuchar, pero con un oído que también tenía que ser ojo y tacto. Un oído que no sólo busca el sonido que quiere escuchar, sino que ve las caras que los alumnos ponen cuando leen sus textos o cuando escuchan otros textos. Un oído atento a todas las transformaciones que ocurren en los escritores y en los lectores cuando algo parecido a la verdad se asoma entre líneas. Momento en que el que sólo parecía estar aquí para escuchar, usando la suave brutalidad de las parteras que logran sacar al recién nacido del vientre de la madre y bañarlo y espolvorearlo de polvo talco y decir cuando mide y cuanto peso, cuantos dedos tiene en cada mano, para que sea la madre y el padre el que le ponga el nombre a la criatura.

El autor era evidentemente la madre de la criatura recién nacida. ¿Pero quién es el padre? No quiero atribuirme solo la paternidad de tantas criaturas porque lo cierto es que no estaba solo en el momento de la concepción de estos relatos. Siempre explico al comienzo del taller que mi trabajo no es otro que estar ahí cuando el milagro de este concepción coral ocurre. Un taller es buscarle un grupo de padres responsable a la criatura que nacería sino huérfana. Un taller literario consiste solo en eso, en reemplazar las voces y las caras informes que viajan en tu cabeza cuando escribes y que muchas veces te impiden hacerlo con libertad, por caras y nombres conocidos, que comparten contigo el naufragio de decir en palabras lo que era gesto, colores, olores, vida, imparable vida que te paras de pronto a auscultar sin que deje de moverse.

Quizás no haya nada menos propio que la voz propia. Escribimos solos frente a un computador o un cuaderno, pero esa soledad es cualquier cosa menos perfecta. Los compañeros por todos lados se asoman, sus voces se hacen también tu voz. Un taller literario es reemplazar las máscaras de la vergüenza y sus togas de jueces, por la figura de colegas, de amigos, de compañeros de trabajo a los que te une el juramento de no contarle a nadie los balbuceos que comparten. Se escribe entonces para los compañeros de taller y con los compañeros de taller. El que oye cambia al que habla y lo que habla, de tal manera que el mismo autor en un taller y otro puede escribir textos completamente distintos. Explicarse a gente que viene

de barrios, de edades, de mundos completamente distintos te obliga al ejercicio mental de no dar nunca nada por sentado. No dar nada por sentado: Eso es lo que permite finalmente que tu texto se levante y ande.

En una versión muy anterior este taller se realizaba en las mañanas en la casa de una amiga que generosamente me prestaba su living que daba a un precioso jardín. Era lunes a las 10 y yo apenas despertaba recibía las historias ajenas como propias. Fue un ejercicio bello y desafiante que mi primera actividad de la semana haya sido escuchar que un taller literario es sinónimo de acoger. Los distintos alumnos que pasaron por este mismo taller multiforme, en perpetua mutación, sólo me obligaron a ampliar mi registro de lecturas, y extender a zonas nuevas mi comprensión de la escritura del otro, que es también en el fondo la comprensión del otro como un hecho perfectamente ajeno y completamente propio.

Los resultados de esa entrega están a la vista. Leerán aquí textos desafiantes, íntimos, personales o no, con humor y soledad, pedazos de vidas en pandemia que acompañados, se cuentan solos.

Rafael Gumucio octubre 2020

This article is from: