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Romper la ley
El orden de los factores no altera el resultado, eso pensé al contestar mi primera prueba de química. Me equivocaba, en química el orden importa, y de llevar a la práctica lo que había escrito en la prueba hubiera generado más de una explosión. Me saque un 2,4 y me enemisté para siempre con el ramo. Nunca más quise interesarme en él, de ahí en más el desafío consistió en aprobarlo aprendiendo lo mínimo.
Así las cosas mis notas eran menos que mediocres, eso no suponía un problema, las notas no me importaban y el liceo no me costaba, el problema era que mis calificaciones me obligaban a dar examen, a menos de sacarme un 6,8 en la última prueba, y ese examen estaba ubicado justo donde no debía.
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Donde no debía era un lunes después del fin de semana en que por fin me habían autorizado a irme a acampar sola a la playa con amigas. A mis 13 años era un permiso que me había costado mucho lograr y solo había sido posible porque ese mismo fin de semana un grupo de amigos de mi madre acamparía en la misma playa. Es decir nos dejaban solas pero vigiladas a la distancia. Jamás me darían permiso si tenía un examen fijado el lunes y los exámenes de fin de semestre en mi liceo eran exagerados, lo cerraban para otras actividades y no era posible disimularlos.
En ese tiempo ocupaba un asiento cerca de la ventana que daba al patio del colegio, por mi altura me sentaba atrás perdida entre mis 44 compañeros de curso, nadie vigilaba mi mirada ni mi atención y esta se perdía por horas en el patio y su movimiento lento de entre recreos. Mirando distraída por la ventana descubrí donde se imprimían las pruebas y empecé por juego a calcular como entrar. Varias clases después me había dado cuenta que siempre se imprimían a media mañana, que el profesor del ramo era quien iniciaba el proceso, lo dejaba en marcha y un rato después llegaba el inspector a recoger las copias y llevarlas hacia la sala de profesores. En total se tomaban una hora pedagógica, es decir los 45 minutos que iban desde una campanada a otra. Al principio fue un juego, imaginar robar la prueba de química. Pero a medida que se acercaba la fecha y se hacía patente mi incapacidad de estudiar me fui tomando el juego
más en serio… No enfrentaba la decisión porque sabía que era un robo, que constituía una deslealtad para con mi profesor y mis compañeros, que si me pillaban me daría una vergüenza horrible y seguramente me costaría la expulsión. Así que la dejé en suspenso como una idea loca, donde todo estaba planificado pero que seguramente no realizaría. Una especie de ejercicio de imaginación.
Llegó el día antes de la prueba, desde mi ventana vi entrar al profe a la sala del mimeógrafo, lo vi salir y me enfrenté a la decisión… sabía que tenía 45 minutos así que la demoré 10 minutos más. Estaba tironeada por todos los argumentos pero una cierta adrenalina me empujó a llevar a cabo el plan. Levanté la mano y pedí permiso para ir al baño, una vez fuera de la sala y tratando de parecer natural (era un liceo grande, habían muchas posibilidades de ser vista) me dirigí hacia los baños y en el último metro cambié de rumbo y rápidamente me metí por detrás de las bodegas, ahí era poco probable ser vista pero igual seguía intentando parecer natural. Entre las bodegas y el mimeógrafo había un pasillo estrecho y poco transitado al que daban las ventanas. En Copiapó, un día de diciembre a las 11:30 del día el calor obliga a mantener las ventanas abiertas y yo contaba con eso. Trepé hacia ella ayudándome en el desagüe que bajaba del segundo piso y luchando contra la incomodidad de mi jumper escolar que por supuesto y como tantas veces antes se descosió de todo un lado. Dentro de la sala todo fue
sencillo y rápido, entré, saqué una hoja de las que se estaban acumulando en la máquina y me devolví por donde mismo. Doblé muchas veces la prueba hasta hacerla muy chiquita en mi bolsillo y me dirigí muy rápido a los baños. El corazón se me salía por la garganta, y respiraba muy rápido. Esperé a que mi pulso se normalizara, me sacudí muy bien el jumper que había pasado de azul marino a gris en varias partes y una vez normalizado mi aspecto me dirigí a la inspectoría a pedir una corchetera para arreglar el jumper poniendo cara de inocente. Cuando volví a la sala me retaron por la demora pero expliqué mi inconveniente con el jumper y quedé disculpada.
Al día siguiente di la prueba y me saqué un descarado siete que me eximió del examen y me valió muchas felicitaciones.
Esas felicitaciones fueron mi único cargo de conciencia, me aplaudían el esfuerzo y yo sabía que no había esfuerzo alguno y eso me hacía sentir muy incómoda. En cualquier caso no era cosa de otro mundo sacarse un siete en mi liceo y en mi curso por lo que fue una molestia corta.
En general puedo decir que fue un acto deshonesto del que fui consiente pero que no me acarreó grandes remordimientos. A pesar de ello hoy cuando rompo la ley, y lo hago con frecuencia, no siento que juegue al margen de la estructura, no creo hacer trampa. Creo haberla hecho en serio una sola
vez: en esa prueba de química que me permitió ir a acampar con mis amigas y sentirme grande, fuerte y aventurera.
No me arrepiento de nada.