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Obsesión
El sendero era salvaje, para un experto, seguro la huellas de animales serían visibles, para mí no había nada más que imaginar fieras. Los pájaros cantaban sobre mi cabeza, la luz del sol se colaba clara entre las ramas. Creía haberme desviado apenas unos pasos del camino para buscar agua, pero me perdí persiguiendo el sonido de un torrente que no resultó ser más que un canal apretado sin pesca. El proceso de filtrar el agua fue lento y al volver la selva me era desconocida. Podía estar solamente seguro del norte mientras no se internara nuevamente entre los árboles y pensando que volvía sobre mis pasos llegué al sendero que anduve un buen rato.
Como una estatua me cortaba el paso quien pronto conocí como Hans. Flaco, fibroso y blanco, de ojos grises fijos en mí sin expresarse. En su mano derecha una lanza, en la izquierda
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unos conejos. Me gritó en su lengua, el alemán, en italiano y francés al tiempo que me amenazaba con el arma.
- No entiendo. – respondí en castellano, buscando simuladamente el revólver – estoy perdido – le dije en inglés del que desistí de inmediato al ver que no hacía efecto- Voy al monasterio.
- ¿Español? – Otras cosas dijo en alemán antes de volver a mi lengua – No saques tu pistola – me sonrió bajando la lanza - ¿qué haces aquí? ¿Solo?
- Solo. Busco el monasterio. ¿Padre Juan?
- No, no soy el padre Juan. Lo conozco a él y conozco el lugar – su lanza apunto a la izquierda – no llegarás hoy y ese revólver no te servirá de mucho en la noche.
- Vengo.
- De la aldea. Ahí te dijeron a dónde ir y te mintieron cuanto te demorarías en llegar. Esos negros no quieren que perturben sus sueños. Haces mucho ruido, un jaguar viene siguiéndote los pasos. – Miro sobre mi hombro – Bueno, cuídate.
- Señor. Mi nombre es Alfonso… si no llegaré hoy, quizá pueda hacerme un favor.
La cueva de Hans estaba a tres cuartos de camino a la cima de una colina despejada. Era ordenada, espaciosa y contaba con una vista panorámica a las orillas este y oeste de la isla. Un corral de cabras fuera encerraba cinco animales, era el único indicio de que alguien habitaba por ahí. Unos perros esperaban y aunque alegres de ver de nuevo a su amo, no abandonaron su guardia. Comeríamos conejo me anunció, también me dijo que de noche veremos las luces de la aldea.
- El conejo está muy bueno. Gracias Hans.
- Esta marca eres tu, la primera tú. – Hizo una marca roja en la pared. Estas estaban llenas de dibujos de hombres. En la más alta el hombre solo más grande de todos era atravesado verticalmente por una línea, a un lado anotaciones en rojo, al otro en azul. Relamí los huesos y no dije nada, pensaba de nuevo en el revólver. – Llevo aquí años, pero los que cuentan son desde que me volví perfecto. – Intercalaba a veces palabras en alemán que nunca tendrán sentido para mí.- En la aldea viví también, soñé con esos negros y dormí con Maisha, así se llamaba. ¿Sigue ahí? – asentí, era una de las ancianas que nunca me saludaban – Dormíamos en el día y en la noche, no nos cansábamos del otro y me consumió casi todo la muy bruja. – movió un poco los palos del fuego como buscando un recuerdo – Un día me levanté y me vine aquí. A esos negros no les importa, van y vienen con sus amores, yo no pude soportarlo.
Ven, ven, mira – me llevó a ver de cerca al hombre atravesado y sus anotaciones – La batalla por mi alma.
Conversé un poco de mí cuando volvimos al fuego. Hans se puso de pie, dio un rodeo y con una piel de oveja tapó un espejo que no había notado.
- Sigue, sigue contando por favor. Hoy no me miraré en él gracias a ti. Mañana sí, tal vez no me guste, así que por favor sigue.
- ¿Qué tengo que ver yo con que se mire en un espejo? – La aventura que me había puesto a comer conejos en una cueva en medio de una isla que esconde un monasterio poco importaba ya.
- Nada, siga por favor.
- Es que no puedo, por que no podría gustarse por mi culpa.
-¿Culpa? No, no sientas culpa. Come más conejo.
- Quíteme ese peso.
- Todos los días – dijo resignado – casi todos los días, ya que como hoy siempre hay casis entre los días, levanto el espejo me paro frente a él y mido lo bien o mal que estoy. Luego pienso
cómo arreglarme. – Apuntó el dibujo del hombre dividido. – Por cortesía a tu visita hoy no lo haré. Mañana, cuando hayas partido, sabré qué me ha pasado. ¿No? ¿por qué siempre quieren más? – suspiró ante mi silencio – Un día entendí todo, todo, todo, llegando a la cima de la perfección, pero también entendí que eso era el comienzo del descenso y que eso sería un crimen a mi persona. Quise y quiero mantenerme como ese día, pero tengo hambre y debo correr el peligro de no logarlo para buscar comida. Así te encontré en el camino y me viste para mi suerte, buena o mala. He podido mantenerme, cuando falle, tal vez mañana, tomaré curare – Se levantó a tomar una ollita colgada de un estante que me alcanzó- Hasta hoy había estado solo, así nadie puede cambiarme, lógico. – Miró hacia el espejo tapado con temor – Cuando salgo antes me veo en él me grabo una imagen para el camino en mi memoria, cuando vuelvo, me veo en él y si noto un cambio lo anoto antes de comer para corregir mientras duermo. Nunca he fallado en tener todo arreglado al otro día. ¿Entiendes?
- Sí, por supuesto.
- Por supuesto que no. Gracias por mentirme, eso me confirma que eres real. – Sin darme tiempo en contestar siguió – Fue mi imagen en un ventanal de una tienda de Hamburgo la que me dijo la verdad. Era invierno y volvía del trabajo. Todos los días pasaba por ahí para verme, medirme, así entendí que días buenos y días malos eran iguales porque siempre era otro al
que miraba en le reflejo. Con el tiempo cada vez me detenía más frente al ventanal y cada noche me costaba más dormir bien. El esfuerzo de volver a ver ese primer reflejo me estaba consumiendo. Compré un espejo, ese que tapé para usted y me despedí de la calle. Dejé de trabajar para dejar las angustias y mis ideas volvieron a estar en orden, tenía buenos ahorros. En un diario llevaba las cuentas desarrollando un modelo matemático que hiciese medible el desarrollo de mi estado. – Suspiró de nuevo y de un salto se puso a gritar - ¡Pero el sexo! Ella era magnífica y empezamos a salir, a jugar y las notas se fueron quedando atrás. Cuando supo de mis notas, no dijo nada más que así debía ser si eso implicaba que fuese así de perfecto. Mi imagen en sus ojos fue más importante para mí que la del espejo y así casi lo pierdo todo. – Volvió a sentarse – Me dejó en un café con mi taza fría. “Haz cambiado y ya no te amo” me dijo y me derrumbé. Huí y llegué a esta isla después de recorrer mucho, despachando al espejo y anotando en mi cuaderno. Estaba empeñado en salvarme, porque la grandeza se puede quedar con uno si uno quiere. Maisha en la aldea casi me pierde de nuevo. ¡Sexo! Aquí lo olvidé, casi todos los días, porque a veces pienso en él cuando veo las luces de la aldea a lo lejos. Un par de veces, al principio bajaba para aprovecharme de sus costumbres. Un día lo hice con una joven y me aterró pensar que podría ser mi hija, algo familiar había en ella que me llenó de terror y nunca más volví. No soy como ellos.
- Y se perdió del mundo hasta que se topó conmigo.
- Sí. No sé más de lo que sé y eso es perfecto. – Fue a otro rincón y me trajo un cuaderno – todas mis ideas están aquí. ¿Qué haces? ¡No las puedes leer!
- Para eso está escrito supongo, para leerse.
- No. Son un ejercicio, nada más. Ni siquiera yo las leo. Si las lees, pensarás sobre ellas y querrás conversar, no querrías partir y eso ¿cuánto me costaría?. Cuantas líneas rojas y azules que nivelar. ¡Tendría que tomarme el curare! Te lo muestro para que entiendas.
- Que usted Hans no está loco.
- Exacto, que no estoy loco. Que entiendas que cuando me vaya a acostar y me despida de ti, espero no verte en la mañana y que no dejes nada. Aprendí a no soñar, pero no es ciencia y soy humano. Me hiciste nombrar a Maisha, recordar Hamburgo, pensar en sexo. Cualquier cosa me puede cambiar y tú has removido mucho. ¿No ves que el espejo no se puede ver desde la cama? Otros yo esperan tomar mi lugar. Mira –me mostró un termómetro – aprendí a mantener la temperatura siempre pareja para que todo siempre sea igual. Es una batalla diaria, pero la perfección vale el precio. Si no fuese por ella te habría matado antes de hacerme hablar. – Desenfundé el revólver como un idiota y Hans se largó a reir – ¡Ves! Ahora eres
amenazante y por mi culpa te verás distinto cuanto te busques en un reflejo. Solo puedes decirte tú quién eres, lo que está afuera no son más que sombras. – Se puso a bailar frente al fuego – Curare, curare, curare – cantaba – Alfonso, toma comida para el camino y dale un fuerte apretón de manos al padre Juan. Curare, curare, curare. Dile que a lo mejor me mataste y que yo te dejé vivir. Curare, curare, curare. Que si muero mañana le agradezco que no haya repetido sus visitas. Curare, curare, curare. Y si vivo, que no vuelva por esta colina. Curare, curare, curare. Besa a Maisha, pero no le digas por qué. Adiós. – Se perdió en los fondos oscuros de la cueva dejándome solo – Curare, curare, curare – fue el canto que oí cada vez más débil sin atreverme a pegar un ojo.