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Trampolín
La fiesta estaba comenzando a apagarse. Los invitados comenzaban a irse, antes de que apareciera el sol. Colillas en la piscina junto a cajas de vino Santa Helena. Alguien se llevó el inodoro del baño de afuera. Aún me sentía cohibida, a pesar de haber bebido un par de cervezas y haber conversado con varias personas. Aunque yo no tenía mucho qué decir. Todos eran como Lea, artistas visuales.
Lea es mi amiga desde el colegio, es un año mayor que yo y entró directo a la universidad después de graduarse. Sabía cómo obtener lo que quisiera, cómo lograr sus metas. Eso yo lo admiraba, sobre todo porque había quedado en lista de espera en la misma carrera que ella.
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Una pareja que estaba besándose me golpeó el codo y
casi boté mi vaso con coca-cola. Decidí ir al patio trasero, probablemente ya había terminado el concurso de gincana que se había organizado en veinte minutos. La familia de Lea tenía un trampolín, de esos en los que caben tres personas. Me arrastré dentro de él. Tenía malla por los bordes, así los niños no se caen. Me acosté y miré hacia el cielo.
“¿Qué haces?”
La voz de mi amiga me sobresaltó. Tenía puesto un abrigo de piel falsa y los labios color granate. Se sacó el sombrero que llevaba puesto y entró al trampolín conmigo. Sentada en el borde, prendió un tabaco. Me ofreció uno pero yo arrugué la nariz. Nunca he sabido fumar, me veo ridícula solo intentándolo.
“¿Te quedas a dormir?”
Si Lea te invita a quedarse en su casa, es porque realmente le agradas. Es un honor.
“Bueno.”
Nos quedamos en silencio por algunos momentos. Ella fumando, yo observándola de reojo. Tiene varios tatuajes, la mayoría en sus piernas descubiertas. Todos diseñados por ella misma. Lea es una gran artista. Ha expuesto sus obras en galerías y ha dado charlas en colegios sobre ser artista
visual en el ambiente chileno.
“A veces...” empieza a decir. Sus manos tiemblan y se mira los pies. “A veces no quiero vivir... a veces.” Confiesa.
No pude lograr procesar sus palabras. Al principio pensé que era una broma cruel, pero cuando una sola lágrima golpeó el plástico del trampolín, supe que decía la verdad. Para Lea, la persona que aspiraba a ser, su propia vida no era suficiente. No eran suficientes los premios, los elogios, las exposiciones, los amigos, la familia.
“Te lo digo no para que te asustes o me ayudes ni nada. Es que...” tomó aire e inhaló el tabaco que le quedaba. “... Tenía que decírselo a alguien. Y tú escuchas.”
Asentí con la cabeza, preguntándome cuál es el punto de la vida si ni siquiera la persona que tiene todo, es feliz.
Alex Vigueras Diego de Almagro