Hilos de Poeta

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Hilos de Poeta Cuk Gonzalez



Advertencia

Antes de que usted pose sus ojos sobre estas páginas, debemos advertirle: No debe esperar una historia perfectamente hilada de esta obra. Hemos dejado a su propia imaginación la tarea de atar los hilos a su modo más placentero. Tenga a bien entender que el fondo de esta obra está en su clave poética y no en la poesía de un poeta en sí misma, en la casi bucólica idea de sostener una forma rara vez tolerada por la masa. Abandónese a la idea de contemplar el universo desde otra perspectiva distinta. Acepte el hecho innegable de la física y la gestáltica que dicen que los hombres percibimos todos de maneras diferentes, y ya no podrá renunciar a tal precepto. Abrace de ser necesario (y así esperamos) la mirada poética del mundo y verá los colores ocultos bajo el monótono gris de la ciudad que habita. Hechas estas advertencias lo dejaremos leer tranquilo. Se equivocó si esperaba una advertencia acerca de algo prohibido aquí...



Hilos de poeta


Cuk Gonzalez Hilos de poeta / Cuk Gonzalez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Matías Cukierman, 2016. 84 p. ; 18 x 12 cm. ISBN 978-987-33-9866-7 1. Poesía. 2. Microrrelatos. 3. Relatos Personales. I. Título. CDD A863

© 2016, Cuk Gonzalez © 2016, Matías Cukierman Algunos derechos reservados Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina.


Hilos de poeta Cuk Gonzalez



Rutinización (así murió el poeta)



La rutina La costumbre de seguir los mismos pasos todos los días, frotarse los ojos al despertar, mirar el techo, balbucear impronunciables, levantarse. Asomar el cuello por la ventana: el clima igual. Abrir la puerta, nadie despierto (pues no habrá conexión intraterrena).Caminar sabiendo a donde pero sin querer; hacer la luz accidentalmente y desplegar el abanico para que corra. Sumergirse en aquel abanico incoloro, insípido e inodoro; despojarse de los doctorados del día anterior cuidando de que no entre detergente en los ojos (que nunca pase: arde bastante). Cerrar el abanico y dejar pasar la breve ola calorífera. Correr desnudo por los pasillos y volver al sucucho que tenemos por habitación. La tarea de elegir la indumentaria de hoy. El azul de la remera probablemente no combine con la bermuda violeta... ¡Qué más da!, las zapatillas rojas y al demonio con Versacce. Hervor de agua, pequeña lluvia, ¿dónde estará el té? Las morenas de miga no se ven apetecibles. Poco tiempo. Deber partir rumbo al oficio de siempre, a hacer las mismas cosas, los mismos chistes... Reírse por reír. Esto, aquello, lo otro... siempre igual. Ya se sabe: el cosmos gira para la derecha y el lavabo le acompaña. 11


Víctimas del sol, responsabilidad de los relojes y el matutino. Podría hacerse algo en pos de amenizar la agotadora rutina de hacer siempre lo mismo. Y el diario de mañana dirá, por variar: “La policía encontró esta mañana otro cadáver más a orillas del balcón de su casa. Al parecer, se habría confundido el balcón con la puerta de calle”

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Un maldito sumidero Patti Smith es una poeta maravillosa, una artista singular... una autora que me gusta leer. Sin embargo no la puedo leer, no la puedo escuchar ni la puedo pensar. Su arte me llega al nudo central del alma, toca mis fibras más sensibles y despierta cada uno de mis sentidos. Sin embargo no puedo leerle ni escucharle ni pensarle. No puedo, y no porque no quiera. No puedo porque la maldita canilla del agua caliente de la bañadera, incrustada en el baño (el único baño del departamento), cuyos azulejos celestes recién lavados a trapo y desinfectante le hacen a cualquier sonido (incluso el más mínimo de los sonidos) rebotar por sus paredes y buscar mayor espacio, escapándose por toda la casa, gotea. El eco se escapa y me alcanza en el living. Me alcanza en la cocina y el dormitorio. Me alcanza, me alcanza, me alcanza... Se escabulle por todos los rincones, despierta al gato que duerme sobre mi brazo y me impide tomar concentración alguna. —El cuerito de esta canilla está podrido, debe estar acá desde que se estrenó el departamento— dijo con voz de experto. —Y puede ser...— contesto con cierta alegría porque al fin se termina el martirio del repiqueteo de agua noche tras noche. —Bueno, bueno, bueno. Esto está. Como nuevo. 13


—¿Cuánto te debo? —Y son $15 de los materiales, acá tenés la factura de la ferretería... y la mano de obra doscientos cincuenta pesos, así que serían... doscientos sesenta y cinco en total. —¡Genial! Acá tenés. Gracias. Yo quería pensar en esas letras narradas por Patti Smith pero ahora mi cabeza tiene lugar para el fontanero que vino a arreglar el cuerito roto de la canilla del agua caliente y no, resulta que duró poco el arreglo, que el cuerito se venció y ahora el agua vuelve a salpicarlo todo. Bah, digo salpicar y miento. Salpicar salpicaba la última vez, antes de que el fontanero pasara por acá. Ahora esto parece un maldito sumidero. Como si un ingeniero hidráulico hubiera definido que el Nilo desembocara aquí, justo aquí, en el baño de mi casa. El Nilo, sí. O peor, el Niágara. Nada del agua egipcia corriendo mansamente: una catarata que desciende veloz, con una fuerza inusitada que arremete contra el fondo de la bañadera blanca y temo que en cualquier momento alguna clase de objeto obture la salida, la bañadera se inunde y rebalse, mojando el piso del baño y proliferando por doquier hasta mojar toda la casa, y el piso de madera se hinche, se afloje y se salga, ¿y ahí quién podrá ayudarnos? Y me pregunto qué diría Patti Smith de todo esto y sigo sin encontrar remedio ni concentración. Y todo por este maldito sumidero. 14


Como Voyeur (ilógico e irracional) Por caso descolgabas un vestido que en remojo amanecía sobre el cielo en Buenos Aires. Yo, perenne en el pasamanos de un balcón lejano, observaba, casi sin preocupaciones, como quien no tiene nada en esta vida por hacer más que flojear. Un hombre a mediodía desaflojaba su corbata que en tres giros concéntricos caía sobre el filo del placard, y el humo del décimo cigarro empañaba los vidrios de sus gafas. No lo vi, pero a distancia, supe que el perro le ladraba. Yo, desde mi ventana observaba como quien nada tiene en esta vida por hacer más que flojear. Un revuelo de palomas sobre el semáforo de la esquina. Avenida Corrientes se desola a plena luz del día y no es domingo aún... Y entre nubes, el sol reverbera, arcoiriza. Crea estelas y las ayuda a delinear formas que solo yo estaré mirando, quizás algún colgado más, pero no seremos muchos en definitiva. Si corriera con la aguja, sentiría los pinchazos del tiempo hacer estragos. No tendría que flojear y me llenaría de preocupaciones que me harían ocuparme de ellas y tomar cierto grado de responsabilidad. Cometer el imperdonable error de volverme lógico, civil, doctorado, cuerdo, estúpido y potencial. Por eso es que prefiero hacerme a un lado y tan solo mirar como un niño que nada tiene en esta vida más que hacer salvo... vivir. 15


Domingo sabor tuco Si el sociólogo Emile Durkheim dice verdades, entonces no lleguemos quizás al fin de este domingo. Las estadísticas del hombre son demasiado certeras como para no confiarle nuestras suertes. No es el hecho de ver el comienzo de la jornada laboral que se aproxima sino la nostalgia de otros tiempos lo que nos envuelve en esa melancolía dominical que nos conduce a todo tipo de conductas suicidas. Es el tiempo de sobra para pensarlos, para traerlos al plato del mediodía, lo que en verdad nos motiva a ello. El domingo tiene color a amanecer soleado, a la ausencia del grito pelado de mamá diciendo que es tarde para la escuela y el apuro por quitarle el saco al té del desayuno y enmantecar las tostadas que engüímos y correr, que el micro llega y aún nos falta planchar el corbatín y poner el cuaderno de matemática en la mochila, que otra vez quedó sobre el escritorio cuando nos acordamos de hacer la tarea a última hora del día anterior. El domingo tiene perfume de espera, de ser las diez a.m. y aguardar en el balcón la llegada del abuelo con sus libros para colorear y sus veinticuatro lápices (un conjunto de ellos por cada uno de los nietos, es decir tres libros y setenta y dos lápices con sus puntas nuevas), una caja tamaño familiar de alfajores y chocolatines 16


para toda la semana y, cada tanto, una bolsa de un kilo de semillas de girasol que liparemos hasta quitarles la sal en una espera ansiosa a que se sirva la mesa, sentados a ella junto al abuelo, que lee su suplemento deportivo del diario y nos ve pintar los fabulosos dragones y castillos del libro en blanco y negro. Los domingos tienen tardes de juegos de mesa y películas en la televisión. De matarse por conquistar países con un par de dados (como si tal cosa en verdad no ocurriera) mientras un tal Kevin Mc Allister debe cuidar su casa de ladrones o vivir como magnate en un lujoso hotel de Nueva York. Y la guerra que cesa cuando a media tarde alguien se ofusca porque ha quedado encerrado por las tropas enemigas en un solo país de Europa, Asia o el África Septentrional y papá soluciona todo con un pacto de no agresión, y demora no más de veinte minutos en vencer a todos y volver de la panadería con facturas, mientras alguien ya sacó el agua del fuego, y una primera ronda de mate ameniza la cólera de todos... Los domingos tienen tardenoches de azul y oro, donde la voz de Walter “Gol” Saavedra emite poesía y estilo para definir lo que el equipo de siempre intentará ejecutar sobre el pasto de su propia casa, o donde sea, que por algo es el último campeón local, y uno podría decir que sí, que Durkheim tiene razón, y que más de uno se quita la vida antes de tiempo presumiendo las cargadas que mañana recibirá en la oficina, 17


y que en verdad ese es el gran dolor que cargaba el muerto el domingo por la noche, pero no. Los domingos tienen sabor a tuco bien hecho. Con vino blanco, zanahoria y morrón. Y a albóndigas caseras que acompañarán el plato de fideos o ravioles con mucho, muchísimo queso rallado. Y la imagen que evocamos es la carne picada que parece un seso, una masa encefálica teñida de rojo que salpica manchas por la camisa blanca y pone color a la nada, o pone nada en el color. Aquí todo se vuelve confuso y la melancolía arrasa y uno se ve tentado a buscar el arma menos perfecta que haya a mano y quitarse la vida de una buena vez, y al final... Durkheim tenía razón.

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Lunes ruido de fábrica Si sobreviviéramos a la tristeza de domingo, no solo demostraríamos en nuestras particularidades que la teoría sociológica de Durkheim hubiera fallado. También tendríamos la necesidad de buscar a Freud y consultarle por qué cree que el sociólogo erró, a lo que nos respondería (no lo sé, lo estimo) que la culpa es de la madre, sin aclararnos si se trata de la madre de Durkheim, la nuestra o la del mismísimo Sigmund. En cualquier caso, podríamos decir que, superado el trance melancólico del domingo estamos aquí, siete a.m. de un lunes de invierno con la luna aún colgada del mapa, practicando una vez más eso que llamamos rutina y que se ha explicado anteriormente. “Estamos a lunes” es una frase que cierra todo diálogo posible cuando intentamos coordinar la próxima salida sin darnos cuenta que la semana es larga y nosotros permanecemos atados a la hermosa sensación de libertad que obtenemos cada siete días gracias a Alejandro Magno, Julio César o el estado burgués (la sombra de Karl Marx lo expresa con mayor claridad pero no deseo entrar en disquisiciones poéticas a estas horas de un lunes). Lo cierto es que el lunes hace ruidos con la boca como un niño recién nacido. Tiene el bostezo de cortina metálica y el llanto constante del humo de 19


fábrica y motor. El lunes es una obligación deseada y adquirida de la que rezongamos pero a la que llevamos con orgullo cada vez que se habla de los primeros de mayo, Perón y la vieja enseñanza de los ancestros inmigrantes que se deslomaron cosechando los frutos de los que ahora nosotros disfrutamos. Los lunes ruido de fábrica, de Avellaneda Blues, son una lamentación hermosa, la excusa necesaria para desear los martes, que se convierten en la excusa para desear los miércoles, y los miércoles en los jueves y los jueves con los viernes hasta llegar a ese ansiado viernes que es como un saco de té que anticipa el glorioso sábado que sin embargo culmina con el melancólico domingo, y éste con la desafiante oportunidad de vencer a Durkheim otra vez, para sobrevivirle y llegar nuevamente temprano a la oficina, al supermercado o, en el más urgente de los casos, al baño.

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Viernes sacos de té Los viernes tienen el maldito don de la eternidad del sol y la igualmente maldita velocidad para esfumarse de las estrellas. Los viernes fueron escritos con aerosol en la pared de la semana para que el gris del cemento de la misma no se precie de aniquilarnos la ilusión tan a menudo. Dicen los historiadores que el mismísimo Alejandro Magno introdujo el concepto de viernes agregándolo al calendario cuando se hartó de fundar ciudades con su nombre. Las malas lenguas señalan que el viernes fue adoptado en la Europa central durante la Edad Media con el avance de los estados burgueses que, dada su procedencia de comerciantes, lograron convencer al clero y la monarquía de la necesidad de adicionar a los ya celebrados carnavales, al menos un día más a la semana para el descanso de los vasallos de los feudos, para que así malgastaran sus monedas o la parte de sus cosechas estivales en los comercios de los primeros, los que, para saldar favores con las elites, repartirían con ellos el doce, no... ¡el diecisiete por ciento de las ganancias obtenidas! He oído en un viaje en taxi a un conductor que aseveraba que a él fuera viernes, sábado o lunes le daba lo mismo porque igual pasaba la mayor parte de sus días sobre el automóvil. Porque a él no le importaban ni Alejandro Magno, ni el clero ni el Rey de España. Él debía mantener una familia de tres hijos, 21


esposa y perro con un solo salario, el que por cierto veía depreciarse asiduamente por la situación económica general. Luego lo olvidaba un rato y blasfemaba porque el técnico no iba a poner a Pascussi entre los once titulares el domingo... Yo en cambio prefiero posicionarme en un término medio, lejos de las pretensiones sofistas y más alejado aún de las opiniones del tomismo, y pienso que los viernes son como un saco de té que necesitan calor para que prendan mecha en la taza y a los que con frecuencia se les debe apretujar el hilo alrededor de la cuchara para quitarles toda la esencia. Esencia que da sentido a la idea de tomarse un té, que es lo mismo que decir vivir un viernes. Sí, los viernes son como un saco de té que dejamos reposar cinco minutos (cinco días) para beberlo suave y despaciosamente; lo miramos estacionarse, alcanzar el punto exacto de clímax en que se dice “está a punto para ser ingerido”, lo que equivale al sonido de la campana del recreo, al saco del jefe descolgándose del perchero o las voces de dos locutores en la radio que se traspasan la programación, etcétera, etcétera. Sí, los viernes son como sacos de té a los que prefiero con dos cucharadas de azúcar y, cada tanto, tres gotas de limón para joder...

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Franqueza de nuestras partes qPjuerXVNMTI01hg.&3@. 1/3 de ftqerzaxs.

—se rompió el nexo lógico, casi con certexa que ez esso. 5_4&8`9mefguu;

— y lo que es más, los insumos requeridos para recomponerlo no estarán disponibles a la venta hasta entrada la primavera. A EKV VP”@)49 3/4J,

—SE ROMPIÓ EL NEXO LÓGICO. Pero ni usted en calidad de lector, ni yo, en mi rol de escritor con aires de intelectualidad podremos arreglarlo.

¿O SÍ?

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El final de mi locura El mismo día que acaecieron los lisérgicos sonidos de las gentes que merodeaban y atravesaban las paredes de esta ciudad cuya infraestructura no estaba capacitada para soportar los ecos tumultuosos que se sucedieron uno tras otro como una maraña de ruidos compilados, donde se confundían: los ángeles predicadores y los lazarillos del infierno; los jóvenes y los viejos que se reprochan y admiran mutuamente por cuanta acción llevan a cabo; las aves y los peces que no gustan de besarse por no modificar la naturaleza ni su ambiente; los astros y los hombres que se ignoran entre sí solo para recordarnos que lo real es intangible y la utopía de una cofradía sentada sobre la base de la paz y el amor es una realización fugaz que correría los severos riesgos de convertirse en un aquelarre productor de dragones y epidemias, que no solo se divulgarían por estas calles sino también por otras arterias, tiñendo a su paso las rutas de la imaginación de un gris polvo de rutina, las rutas de la felicidad de un otoñal ocre de tumba y desdicha, y las rutas de los ojos con que todos nos desayunamos nuestros bellos rostros frente al espejo cada mañana de un depresivo gusto a dejo que nos hace pensar que, en fin, nuestras narices parecen percheros o nuestros ojos un tanto descarrilados, o, ¿por qué no?, nuestros

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pómulos amarillos; abandonándonos para siempre a la cruenta verdad de sabernos incapaces de doblar los duros hierros de nuestras jaulas de celofán ni de abrir los cerrojos que, despojados de llaves, nunca jamás serán violados por fuerza alguna. Ese día supe que ya nunca recobraría la locura. Mi locura.

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Los hilos de un poeta “Amanecer de noche, dormir de día. Es luz constante sobre mi cuerpo sin acción. En el tumulto incesante de mi cárcel, yo soy el hombre al que llaman...”

Lo sorprendió una vez más en el pleno de su éxtasis y le acercó un poco de comida. El hombre (el poeta) almorzó poco, bebió menos y al rato se durmió. Eran las 13:15 de un día que no sabía precisar con exactitud. A las 15:04, no sabemos si del mismo día o no, el Otro volvió a aparecer y le preguntó: —¿De qué color es el cielo? —Pues el cielo tiene al este el color de los castaños y por el oeste se asemeja a los dientes afilados del león. ¡Ah! ¡Pero al sur! Al sur, el cielo es celeste como celeste es el sol.—respondió aquel. —¿Y los caballos qué clase de animales son?— siguió inquiriendo el Otro. —Los caballos tienen alas para volar sobre la tierra y cuatro patas para viajar por las nubes a la velocidad de la luz, que es celeste como el sol. 26


—¿El sol es celeste? —El mío sí. Porque yo lo quise así. El Otro se alejó y el poeta volvió a su creación:

“Amanecer de noche, dormir de día. Es luz constante sobre mi cuerpo sin acción. En el tumulto incesante de mi cárcel, yo soy el hombre al que llaman pero nadie recuerda. Yo soy el hombre al que aman pero nadie desea. Yo, yo estoy aquí enrarecido, sedado de luces y atado al control. Yo...”

Una vez más el Otro volvió y eran las 13:02, con algo más de comida que el poeta ingirió para dormirse y continuar con su creación. La cara del Otro reflejaba el disgusto de hospedarle, de tenerle allí. No le consideraba en lo más mínimo. A las 20:20 de un día lluvioso (oíamos los truenos desde el patio), el Otro regresó acompañado de dos 27


hombres más, y entre los tres inquirieron al poeta sobre temas tales como el universo, la familia y el amor. Sobre esto último tuvieron un largo debate entre los cuatro que nunca concluyó más que por razones de tiempo, cuando alguno sugirió la necesidad de marcharse por cumplir con determinada obligación preestablecida. Por la campana de la Iglesia cercana, supimos que eran las cinco de la tarde cuando el Otro volvió con dos pastillas y tres enfermeros que ataron al poeta por las extremidades a las patas de una cama, y le aplicaron lo que seguramente fue su última sesión de electroshock. Su cuarto está vacío, y tan solo quedó un vestigio de su paso por aquí en la pared: un poema de trece versos rematado con un sol pintado de color.

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“Amanecer de noche, dormir de día. Es luz constante sobre mi cuerpo sin acción. En el tumulto incesante de mi cárcel, yo soy el hombre al que llaman pero nadie recuerda. Yo soy el hombre al que aman pero nadie desea. Yo, yo estoy aquí enrarecido, sedado de luces y atado al control. Yo no sé qué esperan de mí ni cómo complacerlos. Yo solo quise ver al mundo de otro color y me lo pintaron de gris”.

En el piso, un crayón color celeste.

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Ridiculizaciones varias



Desmitificación del príncipe azul Es muy difícil, pues, encontrar collares de fideos para sopa en una feria de rosas. Quien lo logra no es seguramente muy afortunado porque es sabido que las novias de aquí y allá prefieren el éter a la monótona circunvalación de un montón de fideos que, bien o mal, podrían oficiar de exquisita o inapetente sopa. Las rosas, por el contrario, son bienvenidas por las damas, que anhelan encontrar en nosotros el fastidioso príncipe azul con que sus madres (probablemente hasta el día de hoy) les han enseñado a soñar; y del que deben resignarse porque tal perfección de hombre (todos lo sabemos) no existe; y toman por esposos a estos sujetos (que somos nosotros) que nos pensamos que una mujer se conforma con los regalos que le hacemos y se exhibe orgullosa por las calles con sus horribles collares de fideos de sopa. Y encima instantánea.

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Ridiculizaciones ¿Pudo alguna vez usted sentir al tacto una moneda de un centavo? ¿Cerró los ojos y presintió que su forma era redonda con cierta delimitación en forma hexagonal? ¿Adivinó quizás el color de dicha moneda? ¿La sabía cobriza? ¿Pudo sentirse afortunado, realmente afortunado, poseyendo entre sus manos una hermosa, suave, brillante moneda de un centavo argentino? ¡¿No?! ¡Pues entonces no se ría, porque algún día le podría pasar que nadie le arroje ni siquiera una insignificante moneda de un centavo!

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Otras ridiculizaciones Quizás alguna vez intentó asombrar a sus acompañantes en alguna cena, en algún restaurante de la zona costera. Se imaginó allí, entre sus padres, sus amigos, su esposa (ese ser que tal vez se impresionaba de sus proezas, o simplemente fingía para acompañarlo, sabiendo que usted no era nada más que un ridículo farsante). Seguramente en esa ocasión llamó al mozo con galantería y le pidió que le acercara el mejor vino de la casa para someterlo a “cateo profesional”. Con certeza que, vino en copa, lo observó con decoro durante minuto y medio (para ser preciso, un minuto y veintisiete segundos más). Sin temor a errarle, diría que lo olió otro tanto, mientras sus compañeros de mesa le observaban en silencio y con profunda admiración (algunos) de tan espectacular demostración de arte culinaria. Sin más, es de creerse que lo degustara en su paladar, y tras un minuto de tenerlo entre sus papilas gustativas de aquí hacia allá, lo ingirió ante la esperanzada mirada de los comensales aledaños. Y probablemente también, que con ademán de éxito, miró al mozo que aún le aguardaba a su lado, y le ordenó una botella del mismo. 35


“Ahora van a ver lo que es saborear un vino de excelencia” le habrá dicho a sus familiares. Eso es seguro. ¿Qué diría si le digo que lo que usted acaba de beber no es otra cosa que aquel jugo de frutas, sabor a uva, que sus hijos suelen llevar de merienda en las tardes de recreación colonial? Sí, ese que usted supuso un Pinot Noir añejo del ´79.

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40 tonos de azul Mi amigo Uriel Fortunio es un hombre admirable no solo por el simple hecho de su compañía o sus palabras de afecto sincero cuando le requiero de su sabiduría, sino también y sobre todo por el cúmulo de anécdotas simpáticas de las que de un modo u otro ha sido partícipe principal o secundario. No voy a aburrirles con aquella historia que cuentan en la barra, cada vez más detallada e igualmente jocosa, de Uriel entrando a una pinturería del centro porteño y con la absoluta certeza de quien va a pintar su casa color blanco mate laminado, pide en el mostrador (y ante la atenta mirada del vendedor que, atónito, se queda sin respuestas que ofrecer), tres kilos de carne magra, una ristra de chorizos, media de morcillas y media de mollejas, para luego retirarse del local sin ningún tipo de carne a la vista pero con dos tachos de enduído y un frasco de barniz... sobre las ropas. Tampoco vengo a ofrecerles hoy aquella historia de nuestro querido amigo que fue dejado en casa de un tercero por el mínimo plazo de seis horas en la más absoluta de las soledades mientras aquel pasaba ese tiempo en casa de Uri, para luego volver a buscarle sin que este preguntara qué pasó todo ese tiempo, convencerle de hacer no sé qué en su casa, llevarlo caminando las diez cuadras que separaban ambos 37


domicilios mientras casualmente familiares y amigos pasaban por allí, subirle por el ascensor y ofrecerle un cumpleaños sorpresa perfectamente organizado con la invalorable inocencia de Uriel que, sin saberlo, se prestó al cuento del tío del yavengovosquedatejugando. Recuerdo en esta oportunidad una tarde de invierno en que junto a Pablo acompañamos a Uriel al shopping a comprarse ropa nueva para lo que luego sería, oficialmente, su primera cita con una mujer. Tendríamos entonces los dieciocho o diecinueve recién cumplidos y guardábamos aún cierto grado de inocencia. Hasta aquí nada resultaría extraño, a menos que uno creyera que eso de ir de compras porque no sabés qué ponerte para tu primera cita fuera cosa exclusivamente de mujeres. Si algo aprendimos con el siglo xxi es que ciertas barreras que separaban ambos géneros han comenzado a ceder en pos de una equidad insospechada apenas medio siglo atrás. Lo que sucede desde aquí es un típico caso de indecisión histérica de un hombre seguido por sus dos camaradas que, de local en local, prueban todo tipo de vestimentas sin alcanzar el estado de conformidad plena. ¿Deportivo?, definitivamente no. ¡¿Traje?! Tampoco exageremos. No abusemos de los colores y tratemos de combinarlos entre sí para no caer en el riesgo de quedar ridículos. Juro que esa hora y media de caminata por los pasillos del centro comercial 38


fueron suficientes para reírme por días, mas también para prometerme nunca más sumarme a ningún rally de consumo tal, aunque la causa bien lo valiera. El epicentro de la anécdota llega casi con el fin de la misma cuando, luego de trajinar incansablemente damos con la casa donde, finalmente y para alegría mía y de Pablo (nuestras sonrisas cómplices aún se buscan sin hablar, recordando el episodio), Uriel encuentra una camisa blanca que le queda al talle, resaltándole no solo el cuerpo trabajado en el gimnasio sino también los ojos marrones por un efecto de luminancia o engaño pueril de dos amigos que, hasta en las más paupérrimas condiciones, somos capaces de fingir por consentir los caprichos de un tercero, por continuar con la gastada o por el más valiente de los porquesíes. Todo podría haber seguido su curso normal cuando el buen Uri pidió un jean azul que no solo combinaba perfectamente con la camisa blanca en un acto de verdadera sofisticación de elegancia, bordeando lo casual con lo formal (zapatos de por medio, claro está) sino que además hubiera significado el fin de la travesía para todos nosotros. Pero no. El momento crucial llegó de la mano de la vendedora que, pantalón en mano quedó tan atónita como el vendedor de pintura cuando Uriel, con seguridad y un envidiable deseo consumista le preguntó: —¿Azul no tenés? —Pero... este jean es azul... 39


—No, pero yo quiero un azul más azul... Esto no es azul.— y no explicó nada. Sí, anécdotas de estas existen varias para nuestra suerte que alimentan nuestros recuerdos y nos sacan de apuros cuando en la tele no hay nada interesante y necesitamos distendernos un rato. Tenemos el orgullo de decir que las vivimos junto a él, quien nos perdona que se las mencionemos a menudo porque sabe que, en el fondo, solo se trata de una forma más de demostrarle cuánto le queremos y respetamos, aunque parezca todo lo contrario. La vida es así, está hecha de miserias y porfíos ¡pero es tan linda!... Otro día les cuento la cara que puso cuando pidió en la heladería medio kilo de ananá y le trajeron banana split, por hoy ya me parece mucho... A la barra de siempre.

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Oyente de charlas de café No he sido nunca un hombre de fiebres muy altas ni tan complejas. A falta de ello, suelen ocurrirme a menudo, noches de sueños suficientemente entramados para intentar análisis y explicaciones de los mismos aquí y ahora. Sueños de esos que merecen ser conversados con un terapeuta, un semiólogo o un domador de pulgas circenses. Generalmente ocurren (o al menos de ellos tengo conciencia) las noches impares de luna menguante, tras un par de horas frente al televisor y con dos vasos de vino a cuestas. Recuerdo, al azar, la noche que trasladaba a pie todos los libros de la biblioteca de Alejandría, fuera una o cada una de todas ellas, y los depositaba en los jardines colgantes de Babilonia en forma aritmética de dos en dos cada metro y medio junto a las rosas, y cada tres sobre el yuyal, mientras la voz de Andy Warhol, llorando y a los gritos, exclamaba “¡Wi!¡Wi!”. Jamás supe qué significó aquello pero la tutora de la escuela donde estudiaba (y a quien hice única cómplice de mi sueño) me conminó al estudio de la decoración de ambientes. ¡Alabada mi rebeldía por no escucharle lo suficiente! En repetidas ocasiones sueño que soy un animal en medio de la selva, al que le ocurren diferentes experiencias que, al despertar, me llevan a la reflexión y encuentro 41


en ello moralejas muy profundas. Por el vínculo entre estos sueños, las he llamado para sí fabulaciones animalísticas, pero eso quedará para otra ocasión. El que sin dudas ha sido mi sueño más extraño, y por ello añorado, y del cual aún hoy no encuentro explicación alguna, fue el día en que me convertí en oyente de charlas de café. Sí, yo estaba allí, recibiendo diálogos ajenos sin comprender por qué lo hacía y qué clase de impulso me llevaba a continuar con semejante felonía. La escena transcurrió aproximadamente así: Imagine el típico bar de dueños españoles con sus mesas de madera, las paredes recubiertas por azulejos celestes, con una vieja tele colgada de una esquina dictando el noticiero y una vitrina de licores tras la barra alta de banquetas redondas, donde dormía una campana con tres docenas de medialunas junto al expendedor de café. En el salón, el mozo con su traje color bordó toma nota del pedido de una mesa, y otras tres más están ya ocupadas. En una de ellas estoy yo. —Buenas tardes señores, ¿qué les marcho? —Sí, ¿qué tal? Para mí un plato del día y un agua sin gas. ¿Vos? —A mí márcheme una milanesa a caballo con fritas y una Coca. 42


—Coca no tenemos ¿Pesi puede ser? —Sí. —Bien. Marche un arroz con albóndiga y una milanesa a caballo. —¡Qué barbaridad lo del Pincha! ¡Otra vez sobre la hora! —¡Ni hablar! La calentura de Gimnasia te la debo... —Hola, amor, acá en la peluquería con Silvia... sí, olvídate, a las seis lo paso a buscar a Tommy a la clase de karate, chau, chau... sí, yo también... bye. —¿Era él? —Sí... tenemos que dejar esto, no da para más. —Pero, mi vida, si sabés que acá sos feliz, en cambio... —A ver... vendedor para fábrica de textiles se busca, edad hasta 28 añ... no, éste no. Custodia de unidad blindada, full time, entre 26 y 45, secundario com... no... Telefonista, part time, zona Colegiales, sexo femeno... Uff... complicado hoy... Un crucigrama: 3.Agitación del ánimo producida por ideas, recuerdos, sentimientos o pasiones. Una, dó, tré, cuatro, cinco, seis, siete letras. 4. Conjunto de cien unidades: centena. Entra. Cen-Te-Na... —¡José, ¿le pusiste los huevos a la milanesa?! Arriba, siempre arriba, Joselo... 43


—Sos un tierno, todo eso que me decís es cierto. Pero no puedo, entendeme que no puedo... —¿Viste a River anoche? Qué flojera de papeles la del árbitro... —Ni hablar... igual, si no es por el nueve no la meten ni de casualidad... —Dieciocho. Amante de Dante Alighieri (12651321) a la cual inmortalizó en su Divina Comedia. ¡Ahí me mató! Veamos qué pasa. Diecinueve. Separar o apartar algo de otra u otras cosas... ocho letras, creo que va... ¿qué le debo jefe? —Son $26 el café, siete la medialuna. Treinta, caballero. —Cuarenta... está bien... gracias. —A usted, buenas tardes. Aquí mi sueño se interrumpe y yo me detengo, dubitativo, buscándome el rostro frente al enorme espejo y no alcanzo a vislumbrar si soy en ese sueño un hombre, una cuchara fría dentro de un pocillo de café terminado, o un sobre de azúcar que alguien por imprudencia o vigor dietético no ha utilizado y me abandona en la intemperie de una mesa vacía.

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Algunas cuestiones básicas sobre los genios ͠ El día que Nagasaki fue inhabitable, cuando emergieron tras los escombros las sombrías desfiguras de los “humanos”. Ese día los genios cuestionaron el progreso y se preguntaron quiénes son realmente “Humanos”. ¿Usted qué cree? ͠ Ávidos de conciencia superior, capaces de diagnosticar sucesos invisibles. Hechos de neón y poliéster nacarado, los genios nacen a orillas de cavernas tan silenciosas que se asemejan a la muerte. Fuentes de laureles que no consagran nada y no salvan a nadie, más bien se podría decir que los genios son seres normales que se rebelan, muy de vez en cuando, contra las aparentes formas del sistema que los ocupa.

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Más ridiculizaciones No se deje atropellar por la belleza de ningún paisaje: la posibilidad de abandonarlo en breves días es todo un hecho. Ciento por ciento seguro si es que cuenta ya con el pasaje de regreso. Así que enfádese con esos verdes tropicales. Angústiese con aquel mar cristalino. Apague la cámara de fotos y, por favor, ¡quítese ese gorro y descuélguese la cámara analógica que se parece a la peor estereotipación de un turista! ¡Ridículo!

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Recetario del doctor de turno Alce la vista, observe. Se dará cuenta que tanto usted como yo somos insignificantes ante el cosmos que, no solo nos rodea, sino también que nos penetra. Respire hondo, tranquilícese, será mejor para su salud que lo admita, de todos modos es la verdad. Piénselo nuevamente, medite. No solo descubrirá el velo que le cubría, también será (o al menos creerá que es) más inteligente. Tome contacto con el mundo real, nada del mundo irreal... nada. Tome agua, pinte colores, sonría, ría. Descubra que es humano. Entonces, se toma esta pastilla con las comidas y si tiene alguna duda me consulta, ya sabe los horarios en que atiendo.

Postdata: Si se siente rodeado de polvo, con profundas ganas de estornudar; si se siente envuelto en miles de vendajes, totalmente cansado y despierta de un largo letargo. Si no puede escapar de su escondite, pues seguramente es usted una momia. Pero no se preocupe, siga los consejos recetados y así la Historia lo recordará. 47



Fabulaciones animalĂ­sticas



Las jirafas y las serpientes Cuando Dios hizo a las distintas criaturas, las dotó a cada una de ellas de distintas facultades. Tomemos dos ejemplos de las miles de especies que albergamos el globo: las jirafas y las serpientes parecen sernos útiles. Las jirafas fueron nacidas para oficiar de nexo entre el padre creador y los que habitamos el más acá. Pero las serpientes, en cambio, que moraron durante décadas las cavernas de Lucifer, tienen por objeto guiar a los hombres hasta las orillas de todo árbol prohibido; prueba de ello es que se arrastran por el suelo para llevarnos hasta las raíces mismas del deseo, donde las puertas del Infierno se abren, por fin, de par en par. Las jirafas no. Las jirafas nacieron buenas de alma y tienen el cuello largo para alimentarse de vegetaciones que crecen en las alturas de cualquier árbol de hojas verdes. Las serpientes por su parte son malvadas y prefieren alimentar solo sus viles espíritus, derramando la sangre de otro ser, ya sea idéntico o distinto de ellas. Ocurrió una vez (pude hacer acto de presencia en un encuentro entre ambos ejemplares) que la jirafa pastaba plácidamente de un árbol grande, no pude detenerme a observar si se trataba de un quebracho o un nogal, cuando la serpiente al verla, sigilosamente comenzó a acercársele hasta llegar donde ella. Cuando por fin estuvo allí le chistó con ímpetu y al ser advertida 51


por la bondadosa jirafa, puso su mejor cara de tristeza y hambre, y le dijo: —¡Oh, amable jirafa!, ¿no podrías hacerme el favor de permitirme montar sobre tus espaldas para que yo así pueda alcanzar algún fruto de esos que tu no aprovechas? Verás, hace ocho días que no como y no sé escalar sola hasta las ramas. ¡Oh, por favor!, ¿lo harías? La jirafa, que supongo desconocía de maldades, accedió de buena gana a elevar a tan desdichada criatura. Diez segundos después, pude ver cómo el enorme animal caía moribundo y dolorido sobre la tierra de aquella jungla. En su cuello, tres mordidas. La víbora se alejó riendo gozosa.

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El león y el conejo Cierta ocasión, debatieron entre sí un león y un conejo acerca de las posibilidades reales de que cada uno pudiera abusar del otro como platillo principal de su almuerzo, alguna vez. —Tú-dijo el león-tú eres un ser ciertamente pequeño pero de carne muy sabrosa, sin dudas que podría esforzarme por correrte a través de los matorrales y hacer de ti mi más apetitoso plato. Sin embargo, me pareces un animal tan adorable, y hay tantos otros animales en estos lugares, que no te me antojas. El conejo suspiró aliviado unos instantes que aprovechó para pensar su respuesta, y una vez que la halló, se dirigió al león, con prudencia, en estos términos: —Tú, tú eres ciertamente más grande que yo. Y eres por demás, rey de esta jungla, y lo haces con mucha facilidad, también te sabes hacer temer... Como nunca nadie ha osado probar carne de león por respeto a la tradición, no existen referencias acerca de las bondades de tus carnes, así que, francamente, deseo dejar a mis descendientes pruebas de mi nobleza. Para ello, dejaré que te alejes, a fin de perseguirte por los matorrales.

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Y una vez que te alcance, podré decirles a todos aquí que fui el primer animal de la selva en probar carne de un rey. Contaré veinte segundos a partir de ahora para que comiences a correr, y luego de ese tiempo saldré tras de ti. El león, atónito ante semejante respuesta, vaciló unos segundos breves (tres para ser exactos) y luego se echó a reír de la incredulidad del conejo. Diecisiete segundos después, depuesto el rey, fue coronado el rey-conejo.

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Señor Grillo Usted debe de ser muy mal vecino. A la vista salta que ninguno de los caracoles que mora por aquí desea invitarle a un té con masas en sus casas. Además, me ha dicho una de las tortugas del barrio, que no les cae bien y por eso no lo invitan a reunirse con ellas a oír el radioteatro de las cinco, donde actúa la archi-famosa Lupe Constantini, en uno de los personajes del año, según la revista Antena. Se quejan de sus dotes para el canto, resultándoles devastadoramente molesto. Y usted, a sus cuarenta y cinco, no es capaz de regalar una taza de azúcar ni prestar el teléfono. Pero, sin embargo, Señor Grillo, me convenzo de que el campo es solitario y le aconsejo que goce sus días de playa hasta la hora de partida, momento en que regrese y deje conforme al consorcio, ese montón de viejas chismosas que no pueden hacer nada productivo de sus vidas.

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Leyenda del genio o del rey-lagarto Había una vez, un genio que salío de la botella nada más que para convertirse en rey. Entonces le ocurrió que comenzó a brotarse de un color verde oscuro, casi fangoso, y sus dientes a alargarse y afilarse, y su rostro a estirarse, hasta adoptar la forma de un lagarto. Su magia nada podía hacer para remediarlo, por lo que el “rey-lagarto”, tal como se lo conoció desde entonces en toda Mauritania, comenzó a pronunciar toda clase de edictos absolutamente descabellados, sin reposar siquiera a pensar que algunos se contradecían con otros. Es que al salir de su botella, limpia y cristalina, forzó el vidrio que la formaba, y vióse el genio reflejado en ese espejo. Y ya sabéis que no debe verse uno en un espejo roto. Su insanía iba y venía, cual corcél de calesita, en un ciclo único y continuo. Sus pieles caían y volvían a crecer, y finalmente, el rey lagarto se resignó a que no volvería a adoptar nunca más su vieja túnica de seda y su bello color azul en los ojos. Entonces recordó que un viejo sabio le había dicho alguna vez que “cada uno está en su mambo”. La frase retumbó en su ya segmentada memoria con tal fuerza, que al cabo de unos días, el rey no se volvió a molestar en pensar en su transmutación. Y retomó sus edictos descabellados, y rió por todos los bosques, y lloró por todos los lagos, y fingió no molestarse por aquello o lo otro. Y sí, si cada uno está en su mambo... 56


Brevísima fábula de la luciérnaga de Mercado Central Una luciérnaga armó un revoltijo en el corazón de una manzana, y los gusanos asustados se espantaron y huyeron. La luciérnaga entonces, moró la manzana y la endulzó nuevamente a fuerza de susurrarle haces de luz, que la hicieron nuevamente bella y acaramelada. Sucedió un día, que la luciérnaga creció (como crecen todos los seres del Universo) y resquebrajando la manzana se hizo al mundo como el aire se hace brisa, ventarrón o simple sofoco. Entonces, decidió recorrer el mundo, ávida de frutos perdidos y putrefactos, necesitados de luz. Hoy la luciérnaga es jefa en el Mercado Central. Nadie la discute ni añora. Ella está ahí, haciendo...

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Vida de mosca La muerte se llevó ayer a mi hermana mosca que, en el fragor de la batalla, cayó maltrecha bajo la palma de un gigante del reino infinito. Aún me debato si en su propio baño de sangre o fuera acaso el vital elemento de su contrincante quien, aún herido, logró erguirse nuevamente y asestarle al diminuto cuerpo de mi queridísima y amada hermana mosca. Una vez un hombre dijo que se atrapan más moscas con miel que con hiel y declaró con ello el inicio de una aparente tercera guerra mundial sin antecedentes, y que duró tan solo lo que la primavera... En sus bigotes de pintor alocado he visto caer a varios de mis más cercanos soldados. Yo soy el único sobreviviente de una estirpe pero no el último de mi especie. Nacemos sin saber cómo y morimos de la misma manera. ¡Ay!¡Qué pena mi hermana mosca! Entrenado al calor de la selva y adiestrado para entrar en acción con el mayor de los sigilos, sospecho de toda una vida que existe un enemigo infiltrado que ocupa lugar entre nuestras tropas, vea usted: no se concibe entre los eruditos de mi especie una manera de explicar por qué al llegar donde los adversarios, se activan alarmas que nos delatan. Sí, muchas veces nos alzamos con el cometido pero otras tantas...

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Mi hermana, mi hermana mosca cayó en combate pero con el deber cumplido. Hemos aprendido de esta otra especie la matemática y la astrofísica, la literatura y el don de la elegancia, y todo podría señalar que lo que en verdad nos delata es nuestro propio vuelo al rondar las cavidades auditivas de este “hombre”, por llamarle de algún modo. En efecto, según comprendemos de sus propias conversaciones alrededor del gran océano negro y dulce, el sonido de nuestro aletear se propaga a millonésimas de unidades en volumen sobre el cuerpo cóncavo de la pared auditiva, con la consiguiente delación y la puesta en estado de alerta. Pero no importa, no. Yo soy el último de mi estirpe y ahí voy, a cumplir mi misión y proveerme el alimento. A rondar los restos inmateriales en busca de algo. ░ Cuando el hombre me vió hoy, bramó molesto, se sacudió en un vaivén espasmódico e intentando atraparme con sus propias manos (en un acto tan trivial como cómico de demostración de fuerzas) tropezó ese instante que yo, último en mi estirpe y coronel de mis tropas graduado con honores, aproveché para colarme por un resquicio en la pared y elevarme al cielo libre en busca de otra víctima mejor, agradeciendo a natura el permanecer aún con vida y maldiciendo la suerte de mi hermana mosca, mi pobre hermana.

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Cine Privado (cada uno estรก en su mambo)



Generación de los que nunca escribimos nada Aquel diecinueve de diciembre hacía un calor mayor al habitual, y no era el Sol. La atmósfera estaba cubierta de un halo especial, y la rutina no nos permitió presentirlo. Entonces caminamos desde Guardia Vieja y Pringles hasta la luthería de Mercuri. Su guitarra en reparo nos aguardaba allí, lista para ser usada. Al volver estudiamos un poco y luego retomamos el sendero de la música y la pavada casi por instinto o naturaleza. Lo normal para dos chicos de catorce escasos años. Pero hubo un punto en la tarde, un momento inesperado en que nuestros sueños de juventud se quebraron ante la posibilidad remota de poder contemplar la Historia en un real presente. Entonces tuve que partir, volver a casa antes del toque de queda y fue allí, en la soledad del camino, mientras bajaba por Corrientes hasta Aráoz, cuando topé con los primeros vestigios de la debacle: calles cortadas, olor a quemado, fuego de papeles, fuego en los ojos... gritos, murmullos, desesperación. De los balcones bajaba un eco de metales huecos y voces raspadas pidiendo aquello que ya se pregonaba como un grito sagrado de libertad (libertad, libertad). Esos tres mundos, el que soñábamos, el 63


que creíamos y el que habitábamos se fundían en tiempo y espacio, mezclándose, rompiéndose y mutilándose para nunca más volver a ser iguales. Fue cuando mi genereación, que era la generación de los que jamás escribimos nada, la que nació en esto sin ejemplos, y absolutamente alienada o protegida por fantasmas, se topó con las primeras líneas de un cuento inesperado. Era diciembre de 2001 y los manuales escolares aún no hablaban de estos tiempos. Las páginas se completaban y sucedían entre autoritarismos, guerras e ideas. Pero aquí nada de eso. Aquí el infierno se abría de par en par por minucias, y el diablo metía la cola y pinchaba en cada uno de nosotros empujándonos al caos. Madurar fue la reacción inequívoca, para ver los días de mi propio calendario sumergirse para siempre en los anaqueles de una nueva biblioteca. Y ya nunca volvimos a ser anónimos.

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Medusas de un Aleph Sábato anheló ser alguna vez Muñoz Molina, pero el charco en el patio no devolvía la imagen soñada que en el espejo encantado querría ver. El viejo Teo soñaba con Borges, en charlas matutinas en que éste le develaba el secreto del Aleph. Si Borges hubiera visto a través del punto habría encontrado la biblioteca de Babel. Tiempo y espacio lo separaban de Alejandría, que para aquel entonces ya se había multiplicado en catorce infinitas ciudades. Van Gogh se acurrucó sobre la almohada y un zumbido de varios días lo acarició hasta dormirlo. Fue entonces, que el mismísimo Teseo se encontró solo, caminando infinitamente por pasillos interminables. Un hospital sin enfermeras, ni olor a cloroformo. Solo pasillos interminables. En un espejo vió reflejada la sombra de Ariadna y cayó de golpe frente al oasis que el vapor de la tarde le propinaba. Ingrata fue su sorpresa, cuando encontró al minotauro mansamente dormido a la sombra de una pared. Un breve instante. Una rapsodia de lucidez. Un destello de dolor, y en el engaño, Teseo se reflejó en el animal y liberó a Borges, a Sábato y a Teo, clavándose a sí mismo el filo de la espada, matando a Dr. Jekyll y a Mr. Hyde también. Un torbellino arremolinó la escena que se perdió en el aura y en el zumbido incesante. La sangre se esparcía sobre las sábanas. Y el pobre Vincent al fín sanó.... 65


Mi mar inmenso No sabría decir con exactitud cómo empezó, ni dónde estaba o hacia dónde iba. Tan solo me limitaré a explicar brevemente los hechos tal y como recuerdo que se sucedieron y, si algo en mi relato parece inconexo, no me juzguéis a mí sino al reloj despertador. Comenzó con una mirada. No era mucho, pero significaba. Algo significaba. Sabía a tientas que en un balcón de enfrente alguien la observaba, y un día me encontró. Fue esa mirada de ojos profundos color café que se cruzaron en el aire y detuvieron el tiempo y el espacio mientras yo levitaba, cruzando instantáneamente la avenida que nos separaba. La distancia aminoró y la profundidad de su mirada me decía, telepáticamente, que sí, que estaba en el lugar y el momento indicados. Le ofrecí mi mano y caminamos un buen rato por el jardín de un parque arbolado. El perfume del primer rocío matutino se hacía sentir. Sus dedos, entrelazados a los míos, auguraban el inevitable desenlace. No fue mucho tiempo más el que tomé para alzar el brazo y, aún con sus dedos cruzados entre los míos, rodearla en un abrazo dulce, tierno, casi inocente, pero cargado de hechizo. Volví a mirar sus ojos una vez más. Ya no susurraban: pedían, exclamaban, gritaban un “hazlo”. Dudé, con el temor corriéndome frío por el cuerpo, como intentando paralizarme y recordé sueños anteriores, luchando con dragones, escalando picos puntiagudos en el medio del desierto o nadando en un mar inmenso. Vacilaba 66


sobre el resultado de mi arrojo y sin más, respiré profundo y la besé. Sentí la tierra moverse y el corazón galopar salvajemente. El espacio-tiempo volvió a frenarse en ese instante y, mientras todo se arremolinaba, sonreíamos los dos con seguridad, con la certeza de haber llegado ambos al puerto deseado. Fue cuando abrí los ojos y descubrí una ausencia o, mejor dicho, la tristeza de una realidad compleja en la que yo seguía nadando en mi mar inmenso, escalando mis montañas más rocosas y luchando con mis dragones más siniestros. Estaba allí, solo. Todo ese momento ansiado estaba ahí, esperando, y cuando al fin lo había alcanzado, resultó un sueño. El más bello de todos los sueños. Miré el sol del nuevo día de frente, celeste, como son todos los soles del Universo, y me abalancé a la angustia repentina, a la espera de que apareciera de una vez con sus ojos color café y su mirada profunda y que esta vez sí se prestara al poético andar de dos manos entrelazadas. Mientras, el desayuno se enfriaba y un gato remolón dormía a mis pies.

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Hasta tres Montar el escenario predilecto. Arquear el cuerpo hacia atrás. Tomar el impulso necesario. Es aquí donde sucede el momento más perfectamente urgente y necesario, el decisivo. La oleada de visualizaciones que se entremezclan como en un videoclip de peces nadando el mar. Barrida ascendente y el viejo muñeco de trapo le cede el paso a aquella noviecita de la infancia. Una lluvia de letras formando el nombre de alguien que vaya a saber uno a quién corresponde. Aquel examen reprobado al responder con incorrección los cambios de estado del agua: de gaseoso a líquido, líquido a sólido y esto se llamaba... ¿condensación? no, no era así... El gol que el certero delantero de área erró bajo los tres palos, solo, el día de la final. El grito de una mujer atropellada, del gato abandonado, del perro hambriento. El paso de una nube deformándose en el aire. El fin del pocillo de un café tomado. La tapa del diario de ayer. La bolsa que sube y junto a ella la inflación. La triste historia de cinco siglos igual. El fracaso de una vida sin piedad, los hijos que no estudian y el jefe que no para de reprochar. Ese lapso que sirvió de fuente para la toma de aire, para balancearse nuevamente hacia adelante. Amago de estornudo. No. Un simple paso de aire. Y aprender a contar hasta tres.

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Sobretodo de madera No ví a Penélope al partir. Supongo que tampoco esperará por mí al regresar. Tal vez sea mejor, ¿quién asegura que vuelva?... además... no sabría decirte qué más. Tampoco puedo suponer que el perro que hasta ayer me abrazaba, hoy no me ladre. El Sol ya no solo cae pensando que es su última vez, sino que en sí lo hace abruptamente, se ensaña en mi piel, quemando y doliendo. Después me abandona, me deja la Luna y ella no sabe leerme cuentos para dormir. Así, mi desesperanza aumenta... Las pocas monedas que llevo se reparten el inmenso espacio de mi bolsillo. Debería pensar muy bien dos veces (quizás infinitas veces) antes de separarlas. Bregar porque sus efímeras vidas a mi lado cobren un sentido ulterior, algo que las justifique en esta vida insignificante. No sé, una llamada, un cigarrillo... un caramelo, una limosna... algo mejor... Vagos ecos de voces husmean por los pasillos del tren, todas se acercan o alejan. Pasan sin detenerse ni a saludar. A nadie le importa ya. Solamente el ruido del acero raspando las vías obsequia un motivo para no pensar en lo que quema el Sol. Cartas. ¿Escribiría una carta? Y aunque así fuera no tendría lector. La hallarían, sí, pero... temo pensar en qué equívocas manos podría caer mi manuscrito. El

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tren se mueve y me impide la acción, mejor lo olvido... al fin y al cabo, no querría hacerlo. Penélope no está. Hay algunos viejos amigos, ninguno que me reconozca ya. Y una puerta dorada e inmensa se abre mientras una voz me signa el destino. Ahora voy por un túnel sin saber si cae o se eleva. No existe gravedad aquí, más allá de las nubes. Ni me importa, pero no sé a dónde iré a parar...

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Réquiem Entonces apagué la hornalla y retiré la pava de su lugar. Los ruidos del gas y el agua crepitando dentro del metal me molestaban, me aturdían. Volqué el agua caliente sobre la taza de café y me senté, chocolate en mano, a pitar un cigarrillo. Era el primero en muchos meses pero por alguna sencilla e inexplicable razón lo necesitaba. El humo daba vueltas en el aire y aquí solo había soledad. Inmensa e inmunda soledad. De esas que no suelen darse a diario. La oscuridad inundaba la sala y solo era interrumpida por el brillo de la pantalla de un televisor sin volumen. Casi sin notarlo, la programación del canal en que el aparato estaba prendido acabó, y llevó al pequeño televisor de catorce pulgadas a su autoapagado. Ese fue el instante en que todo pasó a ser nada y fui solamente un yo interior. Allí me perdí. O me encontré. O quizás tan solo me busqué sin lograr determinar los resultados.

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Vueltas Trompo errante el de esta imaginación que vuelca en sí misma toda la acción transcurrida a lo largo de su propia proyección. Gira. Gira y se marea, encontrándose y perdiéndose mil veces por segundo. Todas las cosas tienen movimiento (decían por ahí) pero esto ya parece un asteroide errante a mil por hora en medio de un Universo ya de por sí trastocado. Y en su planeta, en su cine privado, un principito vuela y sin moverse llega a tantos lados... Una flor que alimenta su corazón se pudre en el frío del vecindario y las tazas de azúcar ya no se multiplican. Suelta entonces su colectivo imaginario y grita filosofando: ¿Por qué? ¿Para qué? y ¿Cómo? Y como nadie responde, él se suelta en su globo rojo y sigue volando...

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Lo que el poeta dejรณ


Para el alma que nada tiene Para el alma que nada tiene, nada importa. Porque su suerte está echada de antemano y contempla el mundo desde su cuerpo inerte que nada siente, que nada aguarda. Para el hombre que a nadie tiene, nada importa. Sus títulos de nobleza, disipados en el aire perderán validez cuando la hora llame y habrá notado que no se compran los corazones. Para la sombra que nos proyecta ya nada importa. Porque la luz no encuentra espacio y se disipa, se vuelve tenue, pierde su fuerza y hasta la sombra, falta de luz, tampoco existirá.

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Falló la guillotina Falló la guillotina. Hemos elegido los hombres equivocados y Dios es un filo de acero duro y ensangrentado que lava sus manos en el arroyuelo de la pasión de los otros. Falló la guillotina y se han salvado las huestes del próximo futuro, que será incierto, próximo o lejano, terrible o benévolo. La ira de los hombres no conoce de amor ni tampoco lo concede.

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La verdad que duele la verdad La verdad que duele la verdad. La verdad que duele, la verdad. La verdad que duele. La verdad. Verdad la verdad que duele. Duele que la verdad la verdad. Te amo. La verdad que duele te amo la verdad. La verdad que duele, te amo la verdad. Duele Te amo, la verdad. La verdad que te amo. Duele la verdad. La verdad que duele la verdad, te amo que duele, la verdad. La verdad que duele la verdad. La verdad, que duele la verdad. La verdad que duele. La verdad.

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Nostalgias del futuro ¿Dónde iremos a parar la Luna y yo? Siento que somos marinos de un mismo naufragio, que hemos servido al amor y que, hundido, nos ha varado en el centro del agua desnudos y mojados. ¿Dónde iremos a beber la Luna y yo? Siento que cierran los bares y ella se marcha. Siento que compartiremos poco, que cada tanto gimotearemos y nada más... Tan solo me pregunto qué haremos la Luna y yo ahora que la piel es biodegradable; los recuerdos, digitales; las almas, inconexas; las pálidas, costumbre... y apenas si existe el amor. ¿Qué haremos la Luna y yo, confinados al destierro, al entierro en carne viva? ¿Qué haremos la Luna y yo entre tanta opacidad nocturna, entre tantas calles solitarias? ¿De qué reiremos la Luna y yo ahora que nos hundimos, que nos sumergimos en esta prisión que nos condena a vivir un tiempo sin amor? Ella se envuelve en su eclipse, desnuda de tanto en tanto. Ella al menos se entrega al Sol... 77


Blanco Tengo el alma apretada contra el muro del chaleco. Perros viejos de la calle que me ladran como al pasar. Hoy la luna está menguante y salió a dar un paseo. Llueve a cántaros afuera. Y en mi cama. Y en mi alma. Tengo puesto aquel cassette que se repite por costumbre. Incansablemente. Ese mantra un poco absurdo que no sirve para casi nada. Tengo miedo de las letras que se escriben sin saber muy bien qué quieren. El café dejó de humear y mira fijamente hacia la nada. Sí, hacia la nada. El estertor, la sinrazón y la congoja son aliados que se atreven a sujetarme por los brazos y las piernas y arrastrarme por caminos diferentes cada cuál hasta partirme hasta regar mi tez de llanto. Afuera un arcoíris lava todo el cielo pero mi sol seguirá celeste y yo seguiré en blanco.

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Caleidoscopio Globos rojos y laúdes. Y un domador de serpientes Y un trovador errante. Palomas blancas y fanfarrias. Y un coro negro cantando góspel. Y diecisiete bailarines. Un arcoíris sobre las nubes. Y un muro con acuarelas Y un río de agua dulce. Flores amarillas y violines Y un caracol yendo a prisa Y un coronel desprejuiciado. Letras grandes con serifas Y un avión cruzando el aire Y un poeta que aún no sonríe.

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Y que mañana sea otro día Centelleos en medio de una noche oscura donde solo los gatos maúllan su soledad. El cielo vacío se puebla de pronto. Techo desnudo que en cuotas se acumula sobre el hombro de un hombre solitario. Y la luna sonríe de pronto... Y que mañana sea otro día... Paredes invisibles a los ojos, que se forman sobre la medianoche de un cuerpo sonámbulo: Refunfuños de ausencia, de atemporalidad. El sueño, ese escape mitológico, de vacaciones, y el hombre, sus ojos rojos, sus deseos tibios; y la luna, jocosa y constante... Y mañana que será otro día...

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Luna de lluvia Quieras Luna no cederle el cielo a esa tropa de gotas de agua, al montón de chusmas inquietas que copulan la tierra sin ganas. Que se oyen caer de indolencia sobre el verde colchón de esta cama. Que se mueren faltas de presencia como mueren algunas palabras. Se ríen desterradas y solo son lágrimas que caen. Quieras Luna no cederle la noche a la angustia de no verte estrellada, al consejo que el aire susurra de alejar con su fuerza a las almas Que crecen en silencio y solo son gente que se busca.

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Poema final Reverberar en el aire y difuminarse lentamente. Ser una estela de humo de cigarro, la cola de un cometa Ser un instante en la vida y nada más. Prometerse lo constante, el equilibrio. Encontrarse con lo opuesto y guardárselo al bolsillo Y mirarlo y admirarlo... y nada más. Creer en las fórmulas matemáticas En la descomposición de la materia. Tener fe en algo. Despabilarse de lo incierto. Descreer de absolutamente todo. Negarse insistentemente a los dogmas del mundo. Abstenerse de la carne para salvaguardar el alma O que al menos el amor sea una cosa valiosa.

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Índice Advertencia

3

Rutinización

9

La rutina

11

Un maldito sumidero

13

Como Voyeur (ilógico e irracional)

15

Domingo sabor tuco

16

Lunes ruido de fábrica

19

Viernes sacos de té

21

Franqueza de nuestras partes

23

El final de mi locura

24

Los hilos de un poeta

26

Ridiculizaciones varias

31

Desmitificación del príncipe azul

33

Ridiculizaciones

34

Otras ridiculizaciones

35


40 tonos de azul

37

Oyente de charlas de café

41

Algunas cuestiones básicas sobre los genios 45 Recetario del doctor de turno

47

Fabulaciones animalísticas

49

Las jirafas y las serpientes

51

El león y el conejo

53

Señor Grillo

55

Leyenda del genio o del rey-lagarto

56

Brevísima fábula de la luciérnaga de Mercado Central 57 Vida de mosca

58

Cine Privado

61

Generación de los que nunca escribimos nada 63 Medusas de un Aleph

65

Mi mar inmenso

66


Hasta tres

68

Sobretodo de madera

69

Réquiem

71

Vueltas

72

Lo que el poeta dejó

73

Para el alma que nada tiene

74

Falló la guillotina

75

La verdad que duele la verdad

76

Nostalgias del futuro

77

Blanco

78

Caleidoscopio

79

Y que mañana sea otro día

80

Luna de lluvia

81

Poema final

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Este libro fue editado en el estudio editorial de Amauta & Yaguar. Las familias tipogrรกficas utilizadas fueron Garamond, Ar Julian y Haettenschweiler . Buenos Aires, febrero de 2016.


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