FRANCISCO DE ALDANA, Epistolario poético completo

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FRANCISCO DE ALDANA

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FRANCISCO DE ALDANA ______________________ Epistolario poĂŠtico completo

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La presente edici贸n consta de quinientos ejemplares numerados == 51 ==

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FRANCISCO DE ALDANA

E P I S T O L A R I O P O E T I C O C O M P L E T O Noticia preliminar por A. RODRÍGUEZ – MOÑINO

DIPUTACION PROVINCIAL DE BADAJOZ INSTITUCION DE SERVICIOS CULTURALES 1946

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_______________________________________________________________________________________________ Madrid. Gráficas Uguina. Meléndez Valdés 7. 1946

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I

Tres siglos y medio se han cumplido desde que por última vez salieron obras del poeta Francisco de Aldana agrupadas en volumen especial: 1593. Hubiera encontrado un editor digno de sus méritos en la inteligente figura de D. Francisco de Quevedo –como lo anunció en su Anacreonte–, si las prisiones y muerte de tan peregrino ingenio no dilatasen e impidieran la realización de su deseo. Un silencio se extiende sobre Aldana, apenas roto por seleccionadores ocasionales o por la vibrante voz de Menéndez y Pelayo, que, tras copiar unos fragmentos de la bellísima Epístola a Arias Montano, exclama con dolor: “¡Y este poeta ha sido olvidado en nuestras Antologías y mencionado con desdén por la perezosa rutina de los historiadores de nuestras letras! Más disculpa merecen sus contemporáneos, que le llamaron el Divino, puesto que lo es muchas veces por el pensamiento y algunas por la dicción”. ¿De dónde era este español? Jimeno, sin más apoyo que una cita de Gil Polo, le da como valenciano, y en calidad de tal su nombre se halla inscrito en el Paraninfo de aquella Universidad. Menéndez y Pelayo, en una ocasión, le hace extremeño, y en otra, tortosino; algún escritor regional le incluye entre los hijos de Valencia de Alcántara, y otro afirma su cuna en Alcántara misma. El valencianismo alegado por Jimeno es negado en redondo por el docto Martí Grajales; la afirmación de D. Marcelino es un lapsus basado en la momentánea confusión entre el poeta y un soldado de su apellido, que fué uno de los que prendieron a Francisco I en la batalla de Pavía. Nada, ni aun la tradición, puede salvaguardar a los que se decidieron por Valencia de Alcántara. En cambio, hay argumento de bastante peso para inclinarnos a favor de Alcántara. De allí es su familia toda –santos, militares, cronistas, poetas–, y las características personales y literarias de Francisco sólo se explican satisfactoriamente en presencia de un alma en la que han podido fundirse el ardiente misticismo de San Pedro, el andariego batallar del Coronel Bernardo de Aldana y la vibrante pluma de Pedro Barrantes Maldonado (hijo de María Villela de Aldana), cronista y poeta, Capitán asimismo, que puso el 8


nombre de su dama desde Alcántara hasta Hungría, acudiendo a batallar contra el turco, por doquiera que pasó. Alcántara era la residencia familiar, y allí debió de nacer el poeta, en 1537. Para deducir la fecha nos suministra un dato el propio autor, que dice, en 7 de septiembre de 1577, a su amigo Benito Arias Montano, que llevaba vividos cuatrocientos ochenta meses, o sea cuarenta años justos. Nació, pues, a fines de agosto o a principios de setiembre de 1537. Los nobiliarios florentinos y los volúmenes genealógicos –Marini, Nini, etc.- señalan el establecimiento de Antonio de Aldana en su ciudad el año de gracia 1540, proveyéndole Cosme I como Capitán de Caballería española. Poco más tarde le nombra Castellano del Castillo de Livorn (1546), y en aquella fortaleza ensaya sus primeros pasos en amor, milicia y poesía su hijo Francisco. Con anterioridad a 1563 nos quedan de estas directrices los siguientes testimonios: Amor: la inevitable Galatea, cantada en tres composiciones, alguna más sensual que retórica, musa de una separación e inspiradora de quejas en ausencia. Acaso también Filis, que llora partidas del amante. En general, las obras de amores deben casi en su totalidad corresponder a estos años mozos, en los que todavía no se han perfilado las aristas del crítico, el militar y el asceta que Francisco llevaba dentro. Cosme se refiere a los amores de Galatea, en 1567, como a cosa de mucho tiempo atrás: de cuando Francisco aun vivía con sus amigos. Milicia: es indudable que el poeta se ejercitó en la teórica y práctica de la guerra, puesto que así nos lo patentizan dos hechos. De una parte, el nombramiento de Lugarteniente de su padre en el cargo de Castellano de San Miniato, de que hay testimonio en 20 de junio de 1563. De otra, la fama que en el mismo año le reconoce un escritor al señalarle como pio poeta e fier guerriero. Poesía: aparte de las amorosas apuntadas más arriba, indiquemos la primera composición impresa de Francisco: la respuesta a un soneto del Varchi a él dedicado, y que se incluye en el volumen antológico por la muerte de D.ª Leonor de Toledo. Escrito en italiano, tiene flexibilidad y gallardía de frase. Todavía Aldana no ha exteriorizado los gérmenes del conceptismo que hará difíciles sus composiciones de diez años después. Separado de su familia hacia 1563, abrazó tan estrechamente la profesión militar que no transcurrió mucho tiempo sin que ostentara dignamente el grado de Capitán, que hubo por cesión familiar. Tal vez guerreó al principio en Italia; pero han de ser los Países Bajos los que cimenten su fama. En Bruselas lo encontramos, recién llegado, por abril de 9


1567, y al año justo escribe una linda respuesta a la carta que le dirige su hermano menor, Cosme, quejándose de falta de noticias suyas. Evoca el paisaje florentino, su musa inspiradora, sus amigos, la familia tan amada. Sabemos los nombres de la mayoría de estos afectos. Él mismo se encarga de citar a Hernando de Figueroa, al doctor Herrera de Arce y a un Silvio que no hemos identificado. Papeles florentinos ofrecen la onomástica casera: el padre, Antonio; los hermanos, Fernando, Cosme y Porcia; la esposa de Cosme, Alejandra Corbizzi; el Gobernador de Ascoli, Diego de Aldana; el Barón Andrés de Aldana, el Capitán García y, en fin, para no hacer interminable esta lista, Catalina, María y D.ª Felices de Aldana. Casi seguro es que no volvió a reunirse con ellos después de esta separación. Unas octavas a lo pastoral hechas recitar en la boda de un hermano suyo –Fernando– han de corresponder, probablemente, a una fecha anterior a 1568. Su familia será desde entonces la gran milicia española, y sus amigos hay que buscarlos entre los expertos soldados, los brillantes jefes del Ejército de Flandes y los doctos varones allí radicados: el Duque de Alba, el de Sessa, D. García de Toledo, Gabriel de Zayas, el Capitán Escobar, el insigne General, diplomático y fraile D. Bernardino de Mendoza; Jerónimo de Silva y el doctísimo Benito Arias Montano. A casi todos ellos la musa de Francisco ha dedicado versos. Tan independiente del círculo familiar debía de ser su vida, que cuando muere su padre, en 1570, siendo Castellano del Castillo de San Miniato, concede Florencia a los hijos Cosme y Fernando, en agradecimiento a los buenos servicios de Antonio, la pensión de 300 ducados de oro, heredables entre sí, sin que para nada se mencione al otro hijo, Francisco. La madre debió morir un año antes. El trato con este grupo de amigos –militares por una parte, ascetas por la otra– nos dará la clave de las dos direcciones fundamentales de su poesía: la ascética, reflejada en varias composiciones, especialmente en la maravillosa Epístola a Arias Montano, y la político-militar, de la que hay copiosa muestra en toda su obra. La fama de sus servicios militares le llevó a un puesto destacado en 1573. Abierta el 18 de diciembre anterior la trinchera para el sitio de Harlem, la más dura tal vez de las campañas de Flandes, fué nombrado el Capitán Francisco de Aldana General de la Artillería que operaba. Al historiar D. Bernardino de Mendoza, en sus clásicos Comentarios, el sitio, censura las disposiciones que se tomaron para movilizar la artillería, “lo cual hizo, no sólo alargarse tanto tiempo la empresa, pero consumir gran número de gente y los soldados más granados del ejército”. El cronista, tan 10


minucioso en detallar muertos y heridos, no menciona jamás al Capitán Aldana, herido en esta ocasión, tal vez por ser su amigo y por entender que no era el principal responsable de la calamidad. Algún papel debió de jugar la malevolencia en todo esto, por cuanto nuestro poeta, en una composición llena de alusiones, y escrita “siendo herido de un mosquetazo en un pie, sobre Harlem, en Flandes, sirviendo de oficio de General de la Artillería”, en forma de diálogo entre el pie y la cabeza, se expresa en tonos harto claros, y en la Epístola a Arias Montano también parece aludir a ciertas enemistades perjudiciales e intereses que le dañaron. No debió de ser ciertamente suya la culpa, por cuanto su consideración y estima como avisado guerrero no decreció un punto, y cabalmente en esta fama está la raíz de la tragedia que le costó la vida. Por el año de 1577 celebráronse en el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, las vistas entre Felipe II y el Rey de Portugal, para tratar de la empresa que llenaba el alma del segundo: la conquista de Africa. Mientras con más ceguedad se aferraba a esta idea Don Sebastián, tanto mayor era el empeño que en disuadirle ponía el monarca español. Nada consiguió, sin embargo, de positivo, y fuéle preciso empeñar la palabra de ayuda. Para aconsejar al joven Rey, enviado por Felipe II llegó Francisco de Aldana a Lisboa el 30 de junio de 1577. Diez días después da cuenta de su comisión al Secretario, Gabriel de Zayas: “Tengo hablado tres veces a S. M., el cual me tiene lleno de amor y admiración, porque jamás creí ver en tan pocos años tanto entendimiento y destreza en las preguntas que me ha hecho sobre mi comisión, discurriendo por ellas tan soldadescamente que ha sido menester abrir los ojos y las orejas para entendelle y respondelle”. Sacó la impresión de que no había forma de disuadir a Don Sebastián de su idea. Vuelto a Madrid, permanece en diversas comisiones entretenido y escribe dos de sus mejores obras poéticas: la Carta a Galanio, fechada “en la ciudad que dista siete leguas de la Iglesia mayor que hay en Castilla” (Escorial), y la Epístola a Benito Arias Montano (7 setiembre 1577). Felipe II le encomienda la conducción a la fortaleza de Arévalo y la custodia del Conde de Bura (7 diciembre), breve comisión, sustituida rápidamente por otra más ardua. Convencido de que Don Sebastián estaba de todos modos dispuesto a llevar a cabo la empresa de Africa, diputó Felipe II a Francisco de Aldana para que, disfrazado, se trasladase a las costas magribinas y se trajera información cierta y verdadera del estado en que se hallaba la defensa de las fortalezas. Su desenvoltura, bizarría y valor, de una parte, y de otra lo cetrino 11


de su piel, y acaso una cierta facultad mimética heredada de su nodriza (él mismo nos dice que lo amamantó una negra), le hicieron representar correctamente su papel, en compañía de Diego de Torres, si bien hubieron de pasar serios peligros. La impresión fué pesimista; pero la obstinación de Don Sebastián persistía. Otra vez fué encargado Aldana de hacerle ver lo descabellado de su intento, y no lo pudo conseguir. Prendóse el portugués de su valor e inteligencia y le arrancó promesa de acompañarle en la jornada, despidiéndole –por ser invierno– y regalándole un collar de oro de mil ducados. Apenas hay una carta a Felipe II de sus embajadores en Portugal en que no se expresen los deseos de Don Sebastián de que le sea cedido para jefe de sus tropas el poeta. La acuciosidad halla, por fin, su pago. Don Felipe le concede al estratega, y éste parte a principios de julio con un despacho del monarca español en el cual se le ordena servir al portugués “como a mi propio”. Pero el pasaje a Africa está muy dificultoso, y el soldado-poeta aguarda en el Puerto de Santa María ocasión propicia para embarcar, hurtando la vigilancia de los moros. El propio Embajador castellano reconoce que “le iría mal si le pescasen” (21 de julio). Pudo pasar al cabo y se presentó a Don Sebastián el día antes de la batalla de Alcazarkibir, portador de una carta del Duque de Alba y de una celada que fué de Carlos V, con la que el noble castellano obsequiaba al rey portugués. Reunida el 3 de agosto Junta de Jefes, hubo vario parecer, y fué el de Aldana que no debía entablarse combate. Prevaleció la orden de Don Sebastián, y aunque el poeta, viendo la mala disposición de los soldados, procuró, cumpliendo su encargo de Maestre de Campo General, “concertarlos y ponerlos en el mejor orden que pudo, aunque lo tragaban y llevaban tan mal los portugueses, que no le obedecían como fuera razón ni se podía conseguir de ellos aquella rigurosa obediencia que profesa la nación española en la guerra”. Empeñada la batalla por la mañana del 4 de agosto, a media tarde concluyó con el desbarate absoluto de las fuerzas del rey portugués. En lo más recio de la lucha aconsejaba Aldana a Don Sebastián que se guarde: -Vuestra Alteza se ponga en cobro, porque si no ninguno ha de escapar. A lo que contestó el rey: -Diferente confianza tengo yo en Dios. Replicando Aldana: 12


-Señor, esta es gente levantada por las aldeas y nuevos en la guerra y unos con otros se han de confundir; y no por presteza ni ganar gloria e vencedor, se ha de poner en peligro V. M. y el ejército en tanto riesgo. Después de hablar con el rey tornó Aldana a la pelea, dando muestras –según un testigo presencial– de gran corazón. Engolfado en la lucha, le mataron. Así acabó, sobre la ardiente tierra africana, a los cuarenta y un años, la vida de una de las mejores promesas poéticas castellanas. Todavía en los llanos de Alcazarkibir no hay un monolito marmóreo en donde, a manera de epitafio de estos dos paladines, se graben las estrofas de la oda herreriana: Voz de dolor y canto de gemido y espíritu de miedo envuelto en ira, hagan principio acerbo a la memoria de aquel día fatal, aborrecido…

II

Jamás ha sido tan llorada de las musas la muerte de un poeta joven como lo fué la de Francisco. Hízose su hermano Cosme corresponsal infatigable de cuantos con más o menos fortuna pulsaban lira en tierras de Italia para recibir el soneto cariñoso que envolvía el afecto hacia el difunto, las más de las veces sincero y sentido, pero otras muchas también consuelo retórico. Más altos testimonios depusieron espontáneamente sobre la valía de Francisco de Aldana. Cervantes lo empareja con Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera y Francisco de Figueroa, apellidando a todos, por boca de Apolo, Divinos. “Valeroso y doctísimo soldado y poeta castellano” le llama Quevedo, añadiendo: “Si algún día alcanzo sosiego bastante, pienso emendar y corregir las obras desde nuestro poeta español, tan agraviadas de la imprenta, tan ofendidas del desaliño de un su hermano, que sólo quien de cortesía le creyere a él, que lo dice, creerá que lo es”. Y Lope de Vega le consagra el encendido elogio de estos versos en su Laurel de Apolo:

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Tenga lugar el Capitán Aldana entre tantos científicos señores, que bien merece aquí tales loores tal pluma y tal espada castellana. ¡Oh nunca a la africana margen de Mutaceno, más que de cuerpos de desdichas lleno, el lusitano Sebastián pasara! Que entre la sangre generosa y clara que allí quedó vertida fué la primera que murió su vida. En viendo su consejo despreciado (que el Rey no quiso de tan gran soldado) muriendo satisfizo su conceto faltando de sus versos el efeto cuando dijo: “¡Guardaos, que ya tira Jove español el rayo de su ira!” Pero mira también qué diestramente puso los labios en la sacra fuente Tarsis, cuando pintó la bella Europa y a Júpiter por alma de aquel toro, barco de amor que la llevaba en popa con tierno llanto del fenicio coro que arrojaba las flores a la espuma…

III

Las obras de Francisco de Aldana sufrieron las consecuencias de su vida aventurada. Así se perdieron a su muerte, conservándose tan sólo los borradores y fragmentos que poseía su hermano Cosme. Tuvo éste el propósito de imprimir todas las obras, y a tal efecto las dividió en prosa y verso. No llegó a poner en práctica su idea con respecto a la prosa, que ha desaparecido totalmente. Don Bartolomé José Gallardo poseyó un códice autógrafo de Aldana que le fué robado en la de San Antonio de 1823. He aquí el catálogo de las obras perdidas, ya en el siglo XVI, redactado por Cosme: 14


“Faltan en las obras del Capitán Aldana, perdidas en la guerra, do siempre consigo las traía: Una del Santísimo Sacramento, que era como de 50 pliegos y en prosa toda. Otra en que se trataba de la Verdad de la Fe, casi de otros tantos y asimismo en prosa. Otra de Amor, tratado platónicamente. Otra intitulada Ciprigna, en diálogo, do fingía cierto retiramiento de caballeros en vida solitaria en la Isla de Cipro, en prosa y vario verso. Infinitas octavas sobre el Génesis. Perfecciones de la Virgen Nuestra Señora. Las Epístolas de Ovidio, traducidas en verso suelto. Obra de amor y hermosura, a lo sensual. Una obra de Angélica y Medoro, de innumerables octavas. Muchos versos en tercetos a varios. Obra de Partenio y Nise, la cual, con otra obra pastoril, ambas a dos dignísimas y muy largas, jura por cuanto santísimamente puede jurar, habérselas visto quemar y desto ser causa el preciar poco él cuanto hacía, no pareciéndole bien. Faltan infinitos sonetos, octavas, canciones y de todo género de verso, así a lo espiritual como a lo temporal, de varias materias. Muchas cartas muy doctas sobre varios sujetos y otras ridículas y llenas de gracias, donaires, burlas y buenos dichos. Todo lo que hasta agora ha podido saber su hermano que se halle suyo, está contenido en dos libros impresos, es a saber: Primera y Segunda parte de versos y otra de prosa que se imprimirá siendo Dios servido. Esto ha querido aquí notar su hermano por la lástima que le queda en el alma y siempre le quedará de haberse perdido tan buenas cosas, parte de todas las cuales él vió. Muchas otras no sabe si se le perdieron el dicho, por estar ausente dél en Flandes y en otras partes por más de dieciocho años”. Las ediciones hechas por Cosme justifican la acre censura que merecen a Quevedo: mendosas, tosquísimas, sin orden ni concierto, llenas de torpes erratas, de versos cojos y truncos, fácilmente reconstituíbles con un poco de amorosa atención que se hubiera puesto. Para mayor desdicha trastocó multitud de estrofas sueltas, que publica en montón, como informe depósito de residuos poéticos, sin darse cuenta de que, ordenándolas convenientemente, podían extraerse composiciones aisladas, más completas. 15


Desde el siglo XVI en adelante apenas si se reimprimen algunos fragmentos o poesías completas: Mayans, Böhl de Faber, Castro, Gallardo, Cossío, Rosales-Vivanco, todos con una parvedad impuesta y lamentada.

IV

Necesario es hacer una clasificación siquiera sumaria de este material poético que ha llegado hasta nosotros. Intégranlo 88 composiciones, con un total aproximado de 8.600 versos. Métricamente, participa con amplitud de los modelos italianos –sonetos, octavas, tercetos, canciones verso libre–, y en manera muy reducida de los metros cortos españoles, con uno de los cuales, la quintilla, intenta combinaciones de mayor horizonte. Señalemos el caso aislado de una estrofa de diez endecasílabos (ABBAABBACC). Los sonetos se ajustan corrientemente al modelo más clásico: ABBA ABBA CDE CDE, así como las octavas (ABABABCC) y los tercetos encadenados (ABABCBCDC…) Las quintillas sueltas siguen las rimas abbab y ababa, y las dobles ababacdcdc. En esta última combinación suele utilizar también tetrasílabos en el primer verso de la segunda quintilla, observando entonces una de las tres formas siguientes: ABBABcCDDC, ABABAcDDCD y ABABAcCDCD. Construye asimismo formas estróficas de nueve versos, producidas por el acoplamiento de quintilla y redondilla: ABABAcDDC, siendo el primer verso de esta última tetrasílabo. Las canciones de arte mayor están divididas en estancias de ocho, once, catorce y quince versos, alternantes endecasílabos y heptasílabos con arreglo al siguiente esquema: a) ABccABDD. b) ABCABCcDDeE, rematadas por una de seis versos: AaBBcC. c) ABCABCcddEEFeF. d) ABCABCcddEefFGG, rematadas por una de nueve versos: AbCabCCdD. Solamente maneja el poeta tetra, hepta, octo y endecasílabos. Por lo que respecta al contenido poético, es muy difícil hacer una clasificación acertada. Y no ciertamente por lo extraño de su temario, sino por la complejidad de armonizar composiciones aparentemente opuestas en derrotero. La primera lectura íntegra de su obra conservada desconcierta al estudioso por lo dispar de sus tendencias. ¿Cómo es posible que en una sola persona se alíen sentimientos tan discordantes como la impetuosidad bélica, 16


patentizada en sus obras de exaltación patrióticas, en las que sugiere orientaciones al imperialismo español, defendiendo la expansión, la guerra y la profesión militar, a la que considera “sólo de hombres digno y noble estado”, con aquellas otras puramente ascéticas y contemplativas, que arrancan a su alma furiosas execraciones de toda actividad, de todo aquello que no sea aspirar a Dios, y de toda vida cortesana, Real ( = del Rey ), en la que sólo ve injusticia, tiranía y opresión? ¿Cómo es posible, repetimos, creer en la sinceridad expresiva de un poeta que al lado de un desprecio absoluto hacia todo lo que de Amor pueda venir escribe sonetos –alguno conservado– buenos para que los ilustrase Julio Romano en la humana paganía de una corte renacentista? Esta impresión de insinceridad se rectifica, sin embargo, cuando con espíritu más objetivo se examina la totalidad de su caudal. Si pudiésemos rellenar los profundos huecos que han abierto las pérdidas en la obra de Aldana, fácil nos sería diseñar la escala que recorrió su espíritu y la concatenación de unos estados anímicos con otros. Pero hemos de considerar que lo salvado del naufragio pertenece a épocas muy diversas, separadas algunas casi por veinte años, y ¡hay que ver lo que esto supone en una vida de cuarenta! Más de la mitad de su cancionero la nutren las obras de devoción, de amores y las que son reflejo de sus preocupaciones teológico-filosóficas. La mayoría de ellas deben de pertenecer a sus primeros tiempos de poeta, y, aun con aciertos a veces, casi todas yacen en el olvido, acompañadas de otras de ambiente familiar y amistoso, útiles para entresacar datos biográficos, pero sólo gratas al arqueológico paladar de la erudición. Mayor interés poético tienen ciertos fragmentos sueltos, sobre todo los descriptivos. Cae, sin embargo, fuera de nuestro propósito la revisión de todos ellos, porque ni el espacio ni los límites del presente prólogo consienten otra cosa que un somero apunte de lo fundamental y característico. Y esto vamos a encontrarlo en cuatro grupos de composiciones, a los que circunscribimos nuestra atención, sin perjuicio de otro día realizar en detalle lo que aquí queda levemente esbozado. Sea el primero el que deriva de una corriente ovidiana fija ya en la literatura española desde los tiempos del Arcipreste: la versión de las fábulas mitológicas, camino archirrecorrido con próspera o adversa fortuna por centenares de escritores hasta que el gélido siglo XVIII apaga los últimos rescoldos de la que en el siglo XVI y XVII fué brillante hoguera. 17


Tres –y todas fragmentarias– son las que conservamos de Aldana: la de Martes y Venus, un trozo de la de El Rapto de Europa y la de Faetonte, que es la más extensa. Solamente perjudica a esta última la falta de proporción entre los distintos elementos que la integran, y que constituyen bellas muestras de cómo Aldana sabía infundir vida a personajes fabulosos, actualizándolos y amarrándolos al suelo, para que podamos verlos y tocarlos. En la representación pierden sus figuras las características de alegorías para embaírnos con un aspecto de carne y hueso. Hay versos de la transformación en árboles de las hermanas que estremecen con una sensación tan viva como si se contemplara un dolor físico. El segundo de los más señalados grupos que destacaremos en la obra de Aldana es el podríamos formar con las obras de apología y descripción del estado militar. Para este inflexible poeta no hay vida más digna (aparte la religiosa) que la de su profesión: siempre que se refiera a la civil lo hace en términos tan fuertes que exceden a toda sátira retórica. La aversión que por la corte tiene se nutre de dos raíces poderosas y firmes: la recia vida de campaña, incompatible con la pulida cortesanía palaciega, y su vocación ascética robusta, que le lleva a aborrecer todo lo artificioso, buscando en la contemplación de la Naturaleza, espontánea y sencilla, una teofanía y un canto, mudo pero patente, a la maravilla de la creación. Todas las obras de Francisco de Aldana en que se hace la apología de la milicia están impregnadas de ese tinte severo y seco, que no rudo. Empapado en esencia guerrera y entendiendo su profesión, no quiere deliberadamente velarla con tonos suaves y deformadores. Es poesía que nace de amor y conocimiento, que no obliga al poeta a sobreponerse a la realidad que le circunda, sino que la aprovecha y concentra en los versos de un soneto soberbio: Otro aquí no se ve que frente a frente…; o que acera las puntas de una sátira en “pocos tercetos escritos a un amigo” donde se contraponen dos formas de vida: la del galán y la del mílite (Mientras cual nuevo Sol por la mañana…). ¿Cómo va a olvidar nuestro poeta en su temario la mención del asalto, de una lucha? La lectura de este trozo de la Carta a Galanio es indispensable para conocer toda la flexibilidad de su lenguaje. En el fragmento que reproducimos más adelante, al tranquilo reposo de un campamento nocturno, cuyo silencio solamente interrumpe el sigiloso pasear del centinela, hasta que éste advierte síntomas de movimiento en el enemigo, no atreviéndose a dar la alarma por no ser tan seguras las señales que puedan acusarle de miedoso, sucede la actividad inmediata: 18


Mas hete de improviso que descarga el contrario furor sobre su pecho: “¡Arma, arma, Santiago, arma, arma!” –grita… Las sonorosas cajas ya retumban…

A partir de este verso, la rapidísima sucesión de imágenes, de puro unidas casi superpuestas; la vertiginosa celeridad de impresiones instantáneas y el destacado papel de cada una dentro del gran conjunto polifónico, resuelto, finalmente, en una contraposición de compacto y vaporoso (diamante-polvo-nube) tan a lo Wagner, alcanza unas categorías, más que de poesía descriptiva , como ha querido verse generalmente, de poesía pura, cinematográfica, que sólo tiene pareja en algunos momentos de cintas dirigidas por Van Dick, René Clair o Chaplin. Esta técnica de oraciones brevísimas cerradas por la forma verbal brevísima y grave (sopla, hinche, cubre, toma, carga, traba, coge, ata, trueca, pega, ase, pone, ciñe), que con el indicativo liga a una acción inmediata, completada luego en más amplio horizonte con un alarde de infinitivos (alzar, sacudir, encaramar, erguir, ensortijar, volar, abrir, temblar, patear, tender, rechinar, torcer, abajar, tascar, recoger, doblar, dilatar, volar, tomar), y sujeta en seguida al presente con el rápido broche de un agora, denota una extremada precisión en el empleo del vocabulario, y sobre todo una agilidad pasmosa para calibrar los efectos de la palabra. El caballo que pinta Aldana es inquieto, dinámico. El compañero del soldado que se excita con él al olor de la pólvora y que no sabe posar. ¡Qué diferencia de aquel otro bruto tan sensualmente percibido por Pablo de Céspedes, más plástico y estático en sus sonoras octavas que el recio y pesado que aprieta con sus muslos el Conde Duque en el cuadro velazqueño! Y es lógico y natural que un hombre de talento que ha consagrado su vida a la milicia llegar al fondo del por qué es útil y necesaria la guerra en que se empeña. De ahí deriva otra parte de las más representativas –si bien no de las más poéticas– de su obra: la serie de octavas entregadas en propia mano a Felipe II, poco antes que le matasen, y unos versos dedicados a D. Juan de Austria, proféticos y terribles, en los que se lee esta estrofa: Recibe esta llorosa profecía cumplida en mi vejez triste, importuna: dígote que la Ibera Monarquía veo caer a los pies de la fortuna; crece la rebelión y la herejía, despierta el Gallo al rayo de la Luna, 19


y el pueblo más de Dios favorecido duerme a la sombra de un eterno olvido…

Las Octavas a Felipe II ocupan el más destacado puesto en la serie –¡tan larga!– de excitaciones poéticas a la movilidad expansiva del Imperio español, iniciadas en tiempo de Felipe II y que llegan llenas de sinceridad hasta el final del reinado de su hijo, prolongándose como elemento retórico en el de Felipe IV y como sangrienta y cruel burla en la época de Carlos el Hechizado. La voz vibrante de los poetas –Tejada, Argensola, Argote, Góngora, Lope, Cristóbal de Mesa– saca de las victorias bélicas o de los reveses de fortuna ocasión para marcar derroteros, para señalar lo que hay que hacer. En el poema de Aldana se presentan ante Felipe II dos mujeres, símbolos de la Iglesia Católica y de la Guerra, para hacerle ver la necesidad de defender la primera y utilizar amplia y convenientemente la segunda. Es la gran visión política y militar lo que nutre la médula de estos versos, en donde se apuntan los males y los remedios que hay que poner en práctica para defender el Imperio español y ofender al enemigo, que es por serlo de la Iglesia. Va tan íntimamente unido el papel del monarca hispano al de paladín de la fe, que es imposible separarlos, y así, los peligros son comunes y las empresas solidarias. La geografía imperial de Aldana tiene como puntos capitales Mauritania, las potencias europeas y el peligro turco. El peligro del estrecho se mantiene porque en el costado español que lo defiende no hay lo necesario para evitarlo: Soldados con cabezas de experiencia; plaza, foso y través que fuerte sea; dificultad de sitio en eminencia do la misma natura es quien pelea…

Y la creencia vulgar de que las asperezas y desiertos españoles sean un obstáculo a la posible invasión, se combate fácilmente sólo con observar la sobriedad del soldado moro y el hecho de que la proximidad de las costas le permiten fácilmente el aprovisionamiento. Aun cuando la invasión total no fuera probable, queda el peligro de que afortunados golpes de mano le permitan señorear algunas poblaciones costeras, en cuyo caso no podría ni intentarse el contraataque de un desembarco en Africa, por no desguarnecer el patrio suelo. Hay que fortalecer el estrecho y destruir, sobornar o debilitar el poder marroquí para evitar el terrible peligro de tener frente a Cádiz los turcos: ¡No tengamos gigantes por vecinos! Sobre todo, impedir la unión de 20


Mauritania y Turquía, que si llegara a realizarse tendría el apoyo de Francia enviando soldados a Africa y adueñándose de la ruta de Indias: Entonces, la morisma que está dentro de nuestra España, temo que a la clara ha de salir con belicoso encuentro haciendo junta y pública algazara; y al mismo punto el Aquitáneo centro volver de Francia la enemiga cara bajando el Pirineo, aunque no sea a más que a divertir nuestra pelea.

El problema de Flandes acucia a este fino político. Llave de dos reinos y un imperio, minada por la herética propaganda germana, adulada por Francia, puede convertirse en un enemigo terrible para nuestras posesiones ultramarinas, que se perderán en el momento en que el antiespañolismo comience a inficionar su territorio. ¡Con qué claridad vió Aldana la muerte de nuestra Marina a manos de Holanda y de Inglaterra! Iniciado el asalto al poder ibérico, perderemos Italia y las revueltas internas acabarán con nuestra gloria. El Rey tiene que dominar el Mediterráneo apoyándose en Malta y Corfú para caer sobre el Turco en momento oportuno. Y, sobre todo, adueñarse de Inglaterra, cercándola con potente marina, único medio de combatirla, y fomentando la rebelión de los católicos. Estas ligeras notas, rápidamente entresacadas, muestran bien a las claras la importancia que cabe señalar a la obra de Aldana dentro de la historia del pensamiento político-militar español. Si Felipe II hubiera llevado más movilidad a su técnica, siguiendo los consejos del poeta, seguro es que el rumbo de la historia española no hubiera variado tan bruscamente. Dominio del norte de Africa, destrucción del naciente poder inglés, conservación de Flandes logro de una poderosa Marina de guerra, he ahí los ejes sobre los cuales debió girar la política, y los que señala en su papel de vate, el vidente, Francisco de Aldana. Queda por anotar aquí una faceta de su producción poética que forma vivo y aparente contraste con la que rápidamente hemos examinado: la serie de composiciones en las que exalta el bien de la vida retirada del tráfago mundano, las delicias de la contemplación lejos del todo el bullicio de la corte, el ardiente deseo de sumirse en Dios y abandonar en su seno toda actividad que no sea la necesaria para empaparse más y más en la maravilla 21


de la creación considerada como obra divina y, por tanto, motivo para constantes y crecientes loores. Las Octavas a Felipe II pertenecen a los últimos meses de su vida, fines de 1577 o comienzos de 1578. La Epístola a Arias Montano sobre la contemplación de Dios y los requisitos de ella aparece fechada en 7 de setiembre de 1577. No hay, pues, espacio cronológico suficiente para suponer épocas distintas que polaricen la integridad de su conciencia en derroteros divergentes. ¿Cómo relacionar, pues, dos orientaciones tan opuestas como lucha y quietud, tierra y cielo, acción y contemplación? Justamente en esta disparidad es donde vemos la raíz común. Lo fundamental de Aldana no es la vida exterior, sino la íntima. Leyendo su obra poética, henchida de sutilezas y distingos, de amplias digresiones reflexivas, de laberintos teológicos, de panoramas interiores llenos de detalle y color, se adquiere el convencimiento pleno de que el escritor es ante todo un hombre de contemplación y de emoción filosóficoreligiosa. La religión determina su manera de ser y le hace escoger el camino más activo para servirla, que es la defensa del catolicismo contra los poderosos enemigos que le cercan. Y así si sus poesías ascéticas expresan el anhelo de un alma empapada de gusto y sabor divino, las imperiales son la traducción a la realidad tangible de lo que había de hacer para contrarrestar el esfuerzo de los enemigos de la Iglesia. Si señala como necesaria la ocupación de Flandes es por tener un punto de apoyo en el asalto contra la heterodoxia alemana; si centra su atención en Africa, es porque desde allí acechan Mahoma y el Gran Turco; si propugna la destrucción del poder inglés es para cortar la corriente de la herejía, a cuyo servicio se está creando un imperio que oprime a los católicos. Da a Dios lo que es de Dios y al César lo que le corresponde como derivado de la primera restitución. A Aquél, toda su intimidad emocionada, su vida interna y espiritual, que sólo aspira a fundirse en ese conjunto armónico del mundo inmaterial que contempla con el alma; a éste, la vida temporal puesta al servicio del imperio cristiano universal, encarnado en las figuras de Felipe o de Juan de Austria. Por eso la distinción, bien marcada, de una parte entre un rey brazo de la catolicidad, al cual señala rumbos de acierto, y cuyo agradecimiento temporal procura en tanto en cuanto es capitán de Dios, y de la otra la figura abstracta del rey símbolo de todo poder terreno exclusivamente, a quien considera, en un lugar ya citado, como exponente de injusticias, vanidades, engaño y opresión. Nada tiene que ver el rey que exalta en una parte con el que execra en la otra. Al primero, como 22


católico, le ayuda con su aportación vital y técnica para el logro de sus deseos. Al segundo lo flagela.

V

Ya hemos indicado antes que la obra de Francisco de Aldana fueron publicadas por su hermano Cosme en dos volúmenes (Milán, s. a., pero c. 1589, y Madrid, 1591). Uno de ellos fué reimpreso en Madrid (1593), y ambos s. i. t., pero acaso en Bruselas o Amberes, hacia 1594-1595. Todas estas ediciones son tosquísimas y llenas de erratas. Para nuestra selección hemos modernizado la ortografía, pero respetando todo aquello que pueda tener un valor morfológico, las formas dudosas o que pueden alterar la fonética (piranide, subjecto, ajuntamiento, sancto). Se simplifican las consonantes dobles (inteligible, assi, soccorro, settenta, buffa, enrredos, trrama, Edippo) sin valor actual, así como los grupos ph, th,ch en casos como thesoro, bellophoronte y Chaos, respetando, en cambio, las vocales dobles (vee) y duplicando las consonantes cuando responden a la expresión actual (acidente). Sistemáticamente se han hecho los cambios: q = c (quando, cuando); x = j (relaxar, relajar); b = v (imbidia, invidia); u = b (auiendonos, habiendonos); u = v (uimos, vimos); y = i (oydo, oído); i = y (i copulativa); z = c (luziente, luciente); ç = c, z (dulçe, fuerça). Se regula el empleo de la b y el de las mayúsculas. Para los textos hemos seguido las primeras ediciones siempre. Téngase en cuenta que nuestra selección va destinada tan sólo al lector de cultura universitaria, pero no al especialista ni al filólogo. Cuando no entendemos el sentido de un pasaje, lo hacemos constar. Todos los casos dudosos, o aquellos otros en que por cualquier razón hemos tenido que variar el texto de una palabra o frase, van señalados en nota. Se incluye solamente la obra que responde a epistolario o diálogo poético entre Aldana y otro escritor.

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