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Canciones del bando republicano MARÍA ISABEL CORTÉS ESCRIBANO Y CAROLINA FERNÁNDEZ CORDERO Universidad Autónoma de Madrid
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera; aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo a tu hijo. Miguel Hernández, «Canción del esposo soldado», Viento del pueblo
Desde el principio de los tiempos, el hombre ha sentido la necesidad de manifestar en forma de poesía sus impresiones sobre el propio mundo; un mundo que se presenta como una lucha dialéctica constante entre las dos realidades que lo componen: la exterior, relacionada con la capacidad de observación y de análisis frente a las situaciones que asoman a nuestros ojos, y la interior, respuesta al reflejo de los sentimientos creados a partir de un estado de ánimo concreto. El predominio de una de las dos a la hora de estudiar la creación poética es evidente en cada una de las épocas literarias. Las composiciones gestadas a partir de un despliegue de sensaciones e impresiones individuales o privadas parecen más propias de los momentos de esplendor económico y político –el siglo XVI, por ejemplo– que de los tiempos de crisis –en el sentido más amplio de la palabra–, donde los poetas se ven obligados a aferrarse a la realidad exterior y a dibujarla desde su pluma. Cualquier periodo de guerra, máxima expresión de dicho amplio concepto de crisis, se convierte en una parada en el tiempo donde lo externo invade la poesía y exige al poeta no sobrepasar sus límites. En este caso, el poema se resuelve como un espejo que refleja el mundo exterior del artista traducido en un sentimiento causado, o lo que es lo mismo, la poesía en época de guerra se define como el testimonio más directo del momento histórico en que se enmarca y la expresión más relacionada con las circunstancias del poeta. Una de las características que define a la poesía –quizá la más significativa– es la expresión del ritmo; si se prescinde del ritmo, deja de existir la poesía. La historia de la literatura ha reconocido sin dilación el aspecto musical de la creación poética y el binomio música-poesía ha sido aceptado por todos los estudiosos sin excepción. El ritmo y el género lírico se han visto cons-
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tantemente ligados a todas las culturas desde su existencia, viendo su mayor expresión en la literatura popular y, dentro de ella, en la literatura oral. Las primeras manifestaciones literarias de las culturas más cercanas a la nuestra han ido siempre acompañadas de música: la épica homérica, la lírica primitiva griega, los cantares de gesta, los romances... y así hasta este siglo. No es necesario llevar a cabo un largo periplo por las distintas épocas para comprobar que la cultura del momento no ha prescindido en ninguna ocasión de la lírica popular. El marcado ritmo de este tipo de poesía y la música de que se ha visto siempre acompañada invitan a incluir las canciones –en su sentido más primitivo– como un subgénero lírico. No obstante, se ha de tener en cuenta cómo la literatura popular y la literatura oral se muestran imprescindibles para poder obtener una perspectiva completa de cualquier época histórica. Las canciones de cada momento, dado su carácter popular, se convierten en un reflejo muy cercano de la historia más olvidada, la historia del pueblo. La Guerra Civil Española, que fue sobre todo la guerra del pueblo, ha dejado un gran repertorio de canciones por parte de ambos bandos como testimonio más directo de la vida en el frente. En este trabajo nos ocuparemos exclusivamente de las compuestas en la zona republicana, zona que mayor número de militantes del pueblo –como clase social– albergaba y, por lo tanto, las más cercanas a la historia de la mayoría. Estas canciones, que surgieron espontáneamente de la –literalmente– vox populi, se muestran como uno de los métodos más directos de acercamiento a los hechos históricos del momento: a través de ellas se obtendrá un punto de vista más humano o antropológico sobre cómo se vivió verdaderamente la guerra, ya que, como afirma Luis Díaz Viana, «La historia que cuentan las canciones es, pues, en cierto modo, la historia contada por el pueblo que la vivió»1. Los poetas ya consagrados o casi consagrados de la época fueron los primeros que sintieron la necesidad de elaborar una poesía comprometida con el momento y al servicio de la causa; por eso muy pronto nacieron en el frente republicano infinidad de poesías de «urgencia», como se han llamado posteriormente. La mayoría de estos poemas, nacidos de la necesidad, pronto fueron conocidos por los milicianos; algunos de ellos se musicaron para convertirse en canciones que animaban la resistencia. Su difusión, como toda manifestación popular, fue producto del correr de boca en boca y también de los altavoces del frente. El caso más relevante es el de Miguel Hernández, quizá el poeta más comprometido con la causa republicana, del que se conocen al menos dos poemas convertidos en canciones populares durante la contienda, gracias a la adaptación musical del compositor neoyorquino y combatiente de las Brigadas Internacionales Lan Adomian: Mi corazón sin compaña. La guerra, madre: la guerra.
La guerra, madre: la guerra. Mi casa sola y sin nadie. Mi almohada sin aliento. La guerra, madre: la guerra. Mi almohada sin aliento. La guerra, madre: la guerra.
¿Quién mueve sus hondos pasos en mi alma y en mi calle? Cartas moribundas, muertas. La guerra, madre: la guerra. Cartas moribundas, muertas. La guerra, madre: la guerra.
La vida, madre: la vida. La vida para matarse. Mi corazón sin compaña. La guerra, madre: la guerra.
1 2
La guerra, madre2.
L. Díaz Viana, Canciones populares de la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1985, p. 15. C. Palacio, Colección de canciones de lucha, Valencia, Roig Impresores, 1939, pp. 43-44.
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Las puertas son del cielo, las puertas de Madrid. Cerradas por el pueblo, nadie las puede abrir. Cerradas por el pueblo, nadie las puede abrir.
la tierra a la cintura y a un lado el Manzanares. ¡Ay río Manzanares, sin otro manzanar que un pueblo que te hace tan grande como el mar!; que un pueblo que te hace tan grande como el mar!
El pueblo está en las puertas como una hiriente llave, la tierra a la cintura y a un lado el Manzanares;
Las puertas de Madrid 3.
El primero, La guerra, madre, nos desvela el sentimiento doloroso y desgarrador que la contienda deja en el poeta. Una suerte de pesimismo desolador es el que recorre estos versos para describir las consecuencias más inmediatas de la guerra, como son la soledad y la muerte. El uso del octosílabo y la repetición de los versos a modo de estribillo configuran la estructura rítmica del poema, que se viste de sencillas y profundas metáforas al alcance de la sensibilidad de cualquier lector. La otra cara del sentimiento hernandiano se muestra en Las puertas de Madrid, una composición que ensalza la fuerza del pueblo en la defensa de la capital y anima a los milicianos a seguir en la resistencia. Sin duda menos profunda, pero más alentadora, menos adornada de imágenes, pero dotada de mayor pragmatismo que la anterior, Las puertas de Madrid responde a las constantes que se han establecido para la poesía-canción de guerra: el tono triunfal –muestra de una fe ciega en la victoria–, la confianza y sed de triunfo, la intención clara de dejar constancia de las actitudes tomadas en la resistencia y el carácter de inmediatez en cuanto a la función de las canciones, entre otras. Durante el conflicto también se entonan las melodías que el poeta Federico García Lorca y la cantante Encarnación López Júlvez, La Argentinita, popularizaron con la grabación en discos gramofónicos para la firma La Voz de su Amo. Los discos, que contenían un tema por cada cara, se pusieron a la venta a lo largo del año 1931 y tuvieron una gran aceptación. De las diez canciones que grabaron –cinco discos, por lo tanto–, resulta interesante citar Los cuatro muleros, Anda jaleo o El Café de Chinitas. Las canciones, todas de origen tradicional, alcanzaron con estas versiones un éxito extraordinario; tanto fue así que se convirtieron en piezas clave del cancionero popular español de la República y, posteriormente, de la Guerra Civil. Desde las voces del pueblo se adaptó la letra de Los cuatro muleros a las circunstancias de la guerra; en primer lugar, se utilizó para cantar la sublevación de los cuatro generales y la consecuente respuesta republicana4.
3 4
C. Palacio, op. cit., pp. 39-40. L. Díaz Viana, op. cit., p. 50.
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Los cuatro generales, (3) mamita mía, que se han alzado. (2)
Franco, Sanjurjo y Mola, (3) mamita mía, y Queipo de Llano. (2)
Para la nochebuena, (3) mamita mía, serán ahorcados. (2)
Seguidamente, los cancioneros recogen las estrofas más famosas, que cantan la defensa de Madrid5: Puente de los Franceses, (3) mamita mía, nadie te pasa. (2)
Quieren pasar los moros, (3) mamita mía, no pasa nadie. (2)
Porque los milicianos, (3) mamita mía, qué bien te guardan. (2)
Madrid, qué bien resistes, (3) mamita mía, los bombardeos. (2)
Por la Casa de Campo, (3) mamita mía, y el Manzanares. (2)
De las bombas se ríen, (3) mamita mía, los madrileños. (2)6
El compositor Plà y Beltrán se valió de la melodía para adaptarla: Soldado de Levante, (3) mamita mía, nadie te vence; (2)
con tu pecho de acero, (3) mamita mía, matas la muerte […]7. (2) Soldado de Levante.
Este tema de la sublevación de los generales se encuentra también en la siguiente canción, que retoma la famosa melodía del Anda jaleo8.
5
L. Díaz Viana, op. cit., pp. 49-50. Otra versión recogida en el Cancionero de las Brigadas Internacionales (Bilbao, Nuestra Cultura, 1978, p. 14) ofrece cuatro estrofas más: 6
La casa de Velázquez, (3) mamita mía, se cae ardiendo. (2) Con la quinta columna, (3) mamita mía, metida dentro. (2) Marchaos legionarios, 7 8
marchaos hitlerianos, marchaos invasores, mamita mía, a vuestra tierra. (2) Porque el proletariado, (3) mamita mía, ganó la guerra. (2)
Véase la versión íntegra en C. Palacio, op. cit., pp. 49-50. Cancionero de las Brigadas Internacionales, cit., p. 15.
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Yo me subí a un pino verde por ver si Franco llegaba y sólo vi un tren blindado lo bien que tiroteaba.
Anda jaleo, jaleo, silba la locomotora y Queipo se va a paseo y Queipo se va a paseo.
Anda jaleo, jaleo, silba la locomotora y Franco se va a paseo y Franco se va a paseo.
Por tierras altas de Burgos anda Mola sublevado, ya veremos cómo corre cuando llegue el tren blindado. Anda jaleo, jaleo,
Yo me fui en el tren blindado camino de Andalucía y vi que Queipo de Llano al verlo retrocedía.
silba la locomotora y Mola se va a paseo y Mola se va a paseo. El tren blindado.
La tonada del Café de Chinitas también se incorpora a la lucha y sobre su melodía se compone En la plaza de mi pueblo, donde se cuestiona la posición del campesino frente a las tierras que él mismo trabaja9. En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo: «Nuestros hijos nacerán con el puño levantado».
Pero dime, compañero, si estas tierras son del amo, ¿por qué nunca lo hemos visto trabajando en el arado? Con mi arado abro los surcos con mi arado escribo yo páginas sobre la tierra de miseria y de sudor.
Esta tierra que no es mía, esta tierra que es del amo la riego con mi sudor, la trabajo con mis manos.
En la plaza de mi pueblo.
Se cantaron himnos que habían visto la luz en los comienzos del siglo XIX, himnos como el de la Victoria (1808), con letra del poeta Arriaza y música del compositor Fernando Sor; o Los defensores de la Patria (1809) y muchos otros que en el transcurso del siglo se fueron creando según los acontecimientos. Algunos cantan a los héroes del Dos de Mayo (recuérdese el compuesto por Juan Nicasio Gallego musicado con melodía de Rodríguez Ledesma), otros la entrada del duque de la Victoria en Cádiz, el pendón morado, el restablecimiento de la Constitución, etcétera. Con el resurgimiento de los nacionalismos decimonónicos nacen varios himnos regionales, entre los que destacan el Guernikako arbola de Iparaguirre, el catalán Els Segadors, y el himno gallego de Pondal. Estas composiciones vuelven a ser insignia del pueblo durante la Guerra Ci9
J. Llarch, Cantos y poemas de la Guerra Civil de España, Barcelona, Producciones Editoriales, 1978, p. 80.
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vil mediante nuevas versiones. Entre todas ellas destacaremos el Himno de Riego, por ser este proclamado himno y marcha de la Segunda República en 1931. La letra fue adaptándose a las diferentes circunstancias históricas desde su nacimiento en febrero de 1820; letras de carácter popular como éstas, con las que se alude al derrocamiento de la Monarquía por las masas populares: «Si los Reyes de España supieran / lo poco que van a durar, / a la calle saldrían gritando / “¡Libertad, libertad, libertad!”»; o esta otra más escatológica, que roza casi lo soez, hacia Alfonso XIII, aún monarca en 1931: «Un hombre estaba cagando / y no tenía papel; / pasó Alfonso XIII y se limpió el culo con él». ¿Y de la música? ¿Cómo surgió el Himno de Riego? Varias teorías son las que se manejan. La primera atribuye a Antonio Hech, músico mayor suizo del regimiento de Granada, la composición de la pieza en 1822, pieza por la que recibiría primero recompensas y luego persecuciones de las Cortes; la segunda hipótesis sostiene la autoría anónima, debido a la ausencia de rúbrica en la proposición presentada en las Cortes en abril de 1822, para hacer oficial el himno; la tercera y última adscribe su posible procedencia a las fiestas patronales de los pueblos del valle de Benasque, donde se podía escuchar una alegre danza popular llamada ball de Benás, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Lo más curioso es que en 1939 los habitantes del valle declararon que la música que ellos danzaban era original de sus tierras y que, por el contrario, el famoso general asturiano la había copiado y adaptado para servir a la revolución liberal. Lo más probable es que aun siendo así, los habitantes del valle no pudieran bailar su popular danza en aquel momento por su semejanza con el Himno de Riego. Junto a las composiciones que llegaron de antiguas revoluciones y viejos sucesos históricos donde la fuerza y vitalidad del pueblo tuvo suma importancia, aparecen la famosa ¡Ay, Carmela!, una canción popular del siglo XIX, que en 1808 cantaban los guerrilleros españoles que luchaban contra las tropas francesas, y la conocidísima Si me quieres escribir (también registrada como Ya sabes mi paradero), cuyo origen encontramos en una canción de la Guerra de África (1920) titulada El frente de Gandesa10. Si me quieres escribir ya sabes mi paradero (2). En el frente de Gandesa primera línea de fuego (2).
El primer plato que dan son granadas rompedoras (2), el segundo de metralla para recordar memoria (2).
Si tú quieres comer bien pa morir en plena forma (2), en el frente de Gandesa allí tienes una fonda.
Si me quieres escribir ya sabes mi paradero (2). En el frente de Gandesa primera línea de fuego (2).
A la entrada de la fonda hay un moro, Mohamed (2), que te dice pasa «paisa» qué quieres para comer (2).
10
Si me quieres escribir.
Véase L. Díaz Viana, op. cit., pp. 42, 43 y 86.
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Los moros que trajo Franco en Madrid quieren entrar (2). Mientras quede un miliciano los moros no pasarán (2).
Diez mil veces que los tiren, diez mil veces los haremos (2). Tenemos cabeza dura los del Cuerpo de Ingenieros (2).
Si me quieres escribir ya sabes mi paradero (2). Tercera Brigada Mixta, primera línea de fuego (2).
En el Ebro se han hundido las banderas italianas (2) y en los puentes sólo ondean las que son republicanas (2).
Aunque me tiren el puente y también la pasarela (2), me verás pasar el Ebro en un barquito de vela (2).
El frente de Gandesa.
No son sólo estas composiciones las que forman parte de nuestro cancionero; hay muchos títulos más de los cuales nos serán familiares sus letras y melodías: como el No pasarán, a la que puso música en el año 1937 el compositor alemán Eisler, expulsado de la Alemania nazi por ser de origen judío. El mismo año 1937, llegó Eisler desde Nueva York para conocer de cerca la lucha de los milicianos que hacían de Madrid un verdadero muro inexpugnable para el fascismo; crea entonces con el texto del poeta José Herrera Petere, La marcha del 5.º Regimiento, donde se describe una España de pan y paz para los pueblos: «Pueblo en armas, luchadores, / al combate con ánimo de hierro; / llena las calles y plazas la voz: / ¡Viva el 5.º Regimiento!». Pedro Garfias, militante de primera hora, figuró entre los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura; pasó por el frente de Córdoba como comisario político, luego por Valencia con un cargo en el Comisariado General de Guerra; colaboró en Hora de España, en El Mono Azul y en otras revistas con poesías de ocasión, recogidas en el volumen Poesías de guerra, Valencia, 1937. Carlos Palacio, que musicó una de sus letras, destacaba cómo expresaba el lado más humano de la guerra. La canción fue escrita en Valencia a mediados del año 1938 bajo el título de Peleamos. Por los viejos que lloran nuestra ausencia, por la esposa que añora nuestros brazos, por los hijos que esperan nuestra vuelta, ¡peleamos!, ¡peleamos! Por el trono que cuenta nuestras horas, por la tierra que labran nuestras manos, por el limpio sudor de nuestra frente, ¡peleamos!, ¡peleamos! Por el Sol y el azul de nuestro cielo, por las piedras sagradas que heredamos, por el suelo cansado de dar flores, ¡peleamos!, ¡peleamos!
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Peleamos por todo lo que es noble, por la paz, la justicia y el trabajo, por la libre república del pueblo, ¡peleamos!, ¡peleamos! Y también por vosotros, compañeros, que lucháis obligados y engañados, porque sois nuestra carne y nuestra sangre, ¡peleamos!, ¡peleamos!, Contra falsos, traidores y perjuros, alemanes y moros e italianos, Por España feliz tres veces libre, ¡peleamos!, ¡peleamos! Peleamos11.
Hasta ahora se han repasado las canciones adaptadas por las manos privilegiadas de los poetas más consagrados, pero no siempre fue así. Debemos recordar que fueron ellos quienes pusieron sus plumas al servicio del pueblo, como muestran también estas palabras de Miguel Hernández: «los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas» (Viento del pueblo, 1937). Pero el pueblo puso su sangre, su lucha, su fuerza, sus ganas de una vida digna para defender un mundo más justo, unos ideales que parecían querer florecer con la República, y aun así no debemos olvidar que el pueblo tampoco participaba del mismo modo que la clase burguesa de los beneficios republicanos. Alzó el pueblo su voz y la envió a las trincheras, a los frentes, a las barricadas y junto al poeta alzaron consignas de victoria y futuro, canciones de esperanza, de lucha, de resistencia y voluntad. Letras populares con tonadas populares, autores anónimos que regalaron su voz al conflicto junto a los autores de renombre que apoyaron con sus plumas la causa del pueblo. Composiciones como A las barricadas, himno anarquista de 1884, Bandera roja o La Internacional, creada por los obreros Pedro Degeyter y Eugenio Pottier, fueron originadas por la clase proletaria y a su vez símbolos de las distintas luchas contra los terratenientes y capitalistas europeos. Con ellas se trataban temas como el sufrimiento del obrero, su pobreza y su lucha por el cambio social. Escritas muchas de ellas desde las cárceles, se enarbolaron como banderas en las barricadas y trincheras de los milicianos republicanos españoles. Otras canciones republicanas llegaron de la mano de las Brigadas Internacionales. Los primeros voluntarios antifascistas comenzaron a llegar a España nada más comenzar la resistencia republicana en el conflicto. La autorización oficial para la formación del Cuerpo de Brigadistas Internacionales se dio el 22 de octubre de 1936 y el 27 de septiembre de 1937 aparecería firmado por el ministro de la Guerra, Indalecio Prieto, el Estatuto Legal de las Brigadas Internacionales. Las Brigadas Internacionales llegaron a agrupar unos 35.000 hombres (pero no más de 15.000 al mismo tiempo) de diversas nacionalidades e ideologías, aunque en su gran mayoría venían movidos por la lucha antifascista. De los voluntarios extranjeros, más de la cuarta parte fueron franceses, aunque hubo más de 3.000 italianos y más de 5.000 austro-alemanes. 11
C. Palacios, op. cit., pp. 57-58.
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Las Brigadas Internacionales participaron decisivamente en varias de las principales batallas de la Guerra Civil: las de la Ciudad Universitaria en Madrid, la de Boadilla del Monte, la de Teruel, la del Jarama, las de Guadalajara, Majadahonda, Brunete, Belchite, y la larguísima batalla del Ebro. Estos voluntarios también traían sus canciones populares engendradas en anteriores luchas. Ejemplo de ello es la conocidísima Marcha de las Brigadas Internacionales, musicada por Carlos Palacio y con texto del poeta alemán Erich Weinert. La letra, con un profundo sentimiento de lucha antifascista y compuesta por la defensa de la paz y la libertad, intenta animar a los soldados extranjeros a la defensa de Madrid apoyando a los republicanos y frenando así el fascismo en toda Europa, algo que, como ya escribió la historia, no fue posible: «País lejano nos ha visto nacer. / De odio, llena el alma hemos traído, / mas la patria no la hemos aún perdido, / nuestra patria está hoy en Madrid…»12. Con estas canciones se corrobora cómo los brigadistas defendían una lucha común que hizo pensar –por un tiempo– en Madrid como tumba del fascismo. La siguiente composición vino también de la mano de los brigadistas alemanes y, o bien por la composición musical de Bela Reitniz, de gran sentimiento melancólico, o bien por su tristísima letra, donde se refleja el verdadero ideal de los que lucharon en las trincheras republicanas, hay en ella un profundo sentimiento de lucha por la paz como único posible para el futuro, futuro que con la propia vida habían de traer todos aquellos que resistieron ante el bando sublevado. Pobres no sólo del pueblo español, sino también del pueblo alemán, francés, italiano, norteamericano, que prestaron su apoyo en los frentes y que sin más que sus manos y su sangre defendieron la paz para un futuro mejor. Con sus voces cantaron alegres himnos de esperanza y bellas melodías como la siguiente: Si la bala me da, si mi vida se va, bajadme, callados a la tierra.
será forjador, ansiaba la paz, no la guerra. Si la bala me da, si mi vida se va, bajadme, callados a la tierra
Las palabras dejad, es inútil hablar, ningún héroe es el caído De tiempos futuros
Si la bala me da13.
La presencia de las Brigadas Internacionales en España termina con la Alianza de Múnich entre Francia, Inglaterra, Italia y Alemania contra Rusia, que provoca gran hostilidad hacia el Gobierno español y la decisión de éste de poner fin a la presencia del apoyo exterior de las Brigadas Internacionales. El 28 de octubre de 1938 salen desde Barcelona las Brigadas Internacionales para regresar a sus lugares de origen, pero el Gobierno francés cierra sus fronteras a todos los refugiados antifascistas alemanes, italianos, polacos, húngaros y austriacos que no pudieran justificar un domicilio en Francia y el viaje de vuelta se complica con la Segunda Guerra Mundial, que ya está asomando. La retirada de las Brigadas Internacionales facilita la toma de Barcelona en enero de 1939 y la pérdida de la esperanza republicana. A pesar de ello, no deja de ser curioso que el mismo febrero de 1939 se publique en Valencia un cancionero de la Guerra Civil en el que se recogen un representativo corpus de canciones
12 13
Véase el texto íntegro en C. Palacios, op. cit., pp. 35-36. Texto procedente de [www.altavozdelfrente.tk].
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bajo el título Colección de canciones de lucha. ¿Hasta dónde, entonces, llega la importancia de la música y la poesía en la resistencia? ¿Cuál fue su alcance? Si en 1939 se editó un recopilatorio de todas ellas, no pudo tratarse de una manifestación aislada y fugaz. Más aún cuando nos encontramos con que hasta las canciones infantiles del momento fueron readaptadas al tema de la guerra. Sirva como ejemplo esta letra que se publicó en El Parapeto, Órgano de la 67 brigada Mixta en Madrid, y que responde a la música de la popular Arroyo claro14: Madrid de mi alma, ciudad serena, aunque caigan obuses no tengas pena.
Cuando a los fascistas echemos de aquí, todo nuestro esfuerzo será para ti.
Aquella famosa estrofa de El patio de mi casa que reza: «Agáchate / y vuélvete a agachar / que los agachaditos / no saben bailar...» se transforma en esta divertida, pero cruel, versión: «Agáchate / y vuélvete a agachar, / que si no, los obuses / te van a zumbar». Así pues, ningún estilo musical pudo huir de la guerra; tampoco las personas, ni siquiera los niños y sus canciones. Tras este pequeño recorrido, pequeño porque el número de canciones es inabarcable en este trabajo, merece la pena dedicar unas líneas a la transmisión de las canciones republicanas y al lugar que hoy ocupan en nuestra sociedad. La inmediatez que define a este tipo de canciones debería haberlas convertido en una suerte de manifestaciones efímeras y olvidadas por las generaciones posteriores –y más aún si se piensa en lo que les aconteció durante los siguientes treinta y seis años–, pero nada más lejos de este supuesto. Los defensores de la República en tiempos del franquismo, exiliados o no, se encargaron de mantenerlas vivas a través de publicaciones y, una vez finalizada la Dictadura, consiguieron que no se perdieran. Hoy muchas personas recuerdan estas canciones tal como se concibieron durante la Guerra Civil. Tal es este romance titulado Relato del Señor don Queipo de Llano, que recogemos a continuación y que nos fue cantado por un octogenario residente en Madrid, cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato: Está visto que todos los genios que hemos nacido en España, hemos de ser combatidos por toda la gente ingrata, que envidiando nuestras dotes a todos nos ponen faltas. A mí todos me critican, a mí todos me maltratan unos me dicen borracho, otros bodega me llaman; algunos me dicen curda, curdela, mosto, vinarra, beodo, alumbao, ceporro, pítima, cogorza, caspa,
pellejo, cuba, bocoi, merluza, trucha, tumbaga, toquilla, mona tajada, jumera, chispa, legaña, el general papalinas y gran brigadier tres capas. Total, ¿por qué? Por la gracia que derrocho en la radio sevillana cuando hago esa estupenda […] que regocijan al mundo y enfurecen a los parias y me apunto más kilómetros que hay de Sevilla a la Pampa.
14 Texto recogido por Serge Salaün en Romancero de la guerra de España II. Romancero de la defensa de Madrid [París], Barcelona, Ruedo Ibérico, 1982, p. 98.
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Sin embargo, no es este el medio habitual por el que se difunden hoy en día. Los grupos más reivindicativos del rock español conocen a la perfección estas canciones y realizan versiones de ellas actualizándolas y convirtiéndolas en cantos prácticamente actuales. A pesar de esta modernización, no deja de ser sintomático que en 1998, en un directo del grupo de rock Reincidentes, al finalizar una de las canciones, el vocalista entonara las primeras palabras de En la plaza de mi pueblo y el público, de manera espontánea, siguiera cantándola en la misma versión que anteriormente hemos presentado. Así pues, gracias al interés de una pequeña parte de nuestra sociedad actual por mantener vivas estas canciones, hemos podido analizar desde otro punto de vista esta página de nuestra historia y sentirnos un poco más cerca de quienes verdaderamente la sufrieron, de los verdaderos protagonistas de esta historia; protagonistas olvidados porque, a pesar de ser elementos vitales para el funcionamiento de nuestro sistema social y económico, se les considera masa informe, mera materia prima de la Tierra, material que se explota para sacarle provecho; pero no es materia inerte de lo que se componen, sino materia viva, que, si bien es voluble y maleable, también es noble y rica en sentimientos que contribuyen al curso de la historia. Se podría recoger a estos protagonistas bajo el nombre propio de Pueblo. Sirvan de homenaje para ellos los siguientes versos de Miguel Hernández que hacemos nuestros: Las ametralladoras, los aeroplanos, pueblo: todos los armamentos son nada colocados delante de la terca bravura que resopla en tu esqueleto fijo. Porque un cañón no puede lo que pueden diez dedos: porque le falta el fuego que en los brazos dispara un corazón que viene distribuyendo chorros hasta grabar un hombre. Poco valen las armas que la sangre no nutre ante un pueblo de pómulos noblemente dispuestos, poco valen las armas: les falta paz y frente, les sobra estruendo y humo. Poco podrán las armas: les falta corazón […]. Pueblo, chorro que quieren cegar, estrangular, y saltar ante las armas más alto, más potente: no te estrangularán porque les faltan dedos, porque te basta sangre. Las armas son un signo de impotencia: los hombres se defienden y vencen con el hueso ante todo. Mirad estas palabras donde me ahondo y dejo fósforo emocionado. Un hombre desarmado siempre es un firme bloque: sabe que no es estéril su firmeza, y resiste.
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Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla desde todos sus muertos. Pueblo15.
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M. Hernández, Obra poética completa, L. de Luis y J. Urrutia (eds.), Bilbao, Zero, 1976, p. 364.
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