DESCIENDE HASTA MIS OJOS

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Nació en Fernán Núñez, Córdoba, en 1953. Licenciado en Literatura Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid es profesor de Lengua y Literatura Españolas y escritor. Colaborador de Ediciones Demófilo y de sus colecciones de Poesía: Noticia de un pueblo andaluz y Cantos de Abén Kaes, ha dirigido revistas como Láser y La Graílla y los grupos de teatro Pitas Payas, en Cádiz, Albanta, en Montilla y Teatro Gallonba, en Rute. Como profesor especialista en Literatura contemporánea ha publicado: Juan Rejano, Poesías (Ediciones Demófilo, Madrid, 1977), Alfonso Yuste, Poemas (Demófilo, 1978), Bartolomé Alme nara: Campo abierto (1985), Alfonso Yuste: Ahecho (1986), Fernando Quiñones: La bonita historia de la Legionaria (Rute, 1986), Joaquín Sabina: Subjetivo y arbitrario (1987), Varios: El niño que duerme a la sombra (Fernán Núñez, 1991). Formó parte del Consejo de Dirección del volumen enciclópédico Los andaluces del siglo XX (Ateneo de Córdoba, 1999) y, durante más de quince años, ha escrito sobre la vida en el diario Córdoba y su suplemento Cuadernos del Sur, de cuyo equipo inicial formó parte. Es miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba. Entre sus obras conviene resaltar: El Balcón de la Luna (Colección Comunicación, 1990), La noche de la desaparición de los héroes (1999), Donde secretamente moras (Arca del Ateneo, Córdoba, 2001), Poesía en la Bodega (2001), Integral: un nuevo viaje (2002), Dime que te quiero. Homenaje a Vicente Núñez (2004), Las Palabras del Fuego (EdiSur, 2005), Homenaje a Mario López (2005), Literatura y sintaxis del placer (Real Academia de Córdoba, 2005) y No será todo humo. Homenaje a Pablo García Baena (2008). Desciende hasta mis ojos es su segundo libro de poemas.




Ha salido del sueño como del mar, húmeda y extraña. Para caminar, sus piernas se adelgazan sobre la arena. Y es hermoso contemplar su cuerpo, su piel como la piel de un fruto, el rubor de sus labios entreabiertos, los dedos que acarician, que rozan, su lengua deleitándose en la sal helada, las piernas separadas con descuidada indolencia, sus muslos hendidos y estirándose desde el vientre, luminoso vientre, hasta el pubis y alto su cuello bajo el pelo, desordenado y largo, cubriéndole sólo en parte los pechos, las aureolas sonrosadas de sus senos, tan tiernas que parecen dos sombras carnosas. Ha salido del sueño como del mar, entre el esmeralda y el azul más puros: hermosos son sus senos fríos sus pezones jugosos y enervados sus párpados suaves. El agua en sus cabellos.


Cómo has permitido que te bajen el volumen vital, no comprendes que te han olvidado al borde del acantilado... Ahora deberás soportar la angustia de la corriente humana en cuya superficie los pájaros y la palabras, siluetas sólo que se desplazan turbias en tanto tú vuelves al fondo marino – ¡No respire, por favor! –, al pozo de una lenta marea que te deposite en su lecho arenoso con un sonido ingrávido y acuoso y en el que sólo existe la danza de las algas o cabellos de mar. No debes abandonarte, hazte oír – ¡Respire...! – Y escuchando esto exhaló: Dichosos los que crean en la curación de los cuerpos.


Cómo no imprecar las mil naves, el río encarnecido, el carro fúnebre de la novia, la mujer que ardió en los bosques, en los bosques de arena de la noche, en el fuego verde que arde en la piel de la noche. Tuya fue su cara, su boca, los labios fueron, aquellos que pudieron haber detenido las mil naves de la noche ardiente y gozosa. Cómo no imprecar las diez mil naves, si sus labios ahora se ofrecen a otras estrellas hacia el último cielo de una madrugada infinita. Los míos en cambio oscurecen la muerte así, en un presente inmóvil. Como el fauno en un mármol, en su mármol extasiado.





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