HIstorias del Calcio (y otros mundos)

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Historias

calcio (y otros mundos) Una crónica de Italia a través del fútbol

Enric González


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"Es imposible hablar de Italia sin hablar de fútbol. Los italianos se consideran los inventores de este deporte, al que llaman calcio (patada), como las batallas campales con balón nacidas en la Florencia medieval, y han desarrollado en torno a él muchas de sus características políticas, económicas y sociales. El calcio contiene altas dosis de violencia, pasión, fraude, dinero y disparate. Pero es también un complejo mecanismo de símbolos, un código social y, en último extremo, un lenguaje con el que un país antiguo y escéptico expresa su vieja sabiduría."

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PRÓLOGO En septiembre de 2003, recién llegado a Roma como corresponsal de El País, recibí una llamada de Santi Segurola, entonces redactor-jefe de Deportes. Me propuso escribir algo para las páginas deportivas y yo, que bastante tenía con buscar piso, aprender algo de italiano y pergeñar las primeras crónicas sobre un país que me parecía incomprensible, le dije que sí, que ningún problema. Unos días más tarde, el domingo por la mañana, me reclamaron el articulito. Escribí unas líneas y las dicté por teléfono, porque en el hotel no había forma de conectarse a internet. Luego me fui a un bar del centro para ver el partido nocturno. Estaba en el autobús cuando me llamaron de nuevo para preguntarme cómo se llamaba mi columna. No se me había pasado por la cabeza que mi colaboración con Deportes fuera a tener continuidad, y no se me ocurría nada. La voz al otro lado del hilo dijo: “¿Te parece bien ‘Historias del calcio’?”. No me pareció especialmente estupendo, pero respondí que valía. Así comenzó un asunto que duró cuatro años, los cuatro que pasé en Italia. Todos los textos fueron redactados el domingo, después de los partidos de las tres. Elegía el tema sobre la marcha, porque confiaba en que la espontaneidad compensara otras deficiencias. Algunas piezas nacieron en condiciones precarias, garabateadas de malas manera sobre un trozo de papel: una fue escrita en un vaporetto veneciano, otra en una sala de embarque del aeropuerto de Roma, una que hablaba de los inmigrantes del sur y los equipos del norte fue parida en el coche de mi amigo Andrea, de vuelta de una excursión a los Castelli Romani. Sigo sin explicarme la paciencia del periódico y del ocasional lector. El calcio es muy especial. Ningún país vive el fútbol como Italia (quizá Argentina, que no conozco) y nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos. El calcio ofrece mucho que contar: las tragedias del Torino, la arrogancia de la Juventud, la locura de la Roma, los disparates del Inter, las aventuras de Silvio Berlusconi y el Milán… El periodismo deportivo italiano ha dado grandes narradores, desde el patriarca Gianni Brera al contemporáneo Gianni Mura. Leerles es un placer muy instructivo. Ningún cronista, sin embargo, alcanza la brillantez de los anónimos inventores de pancartas. En los estadios italianos, como se sabe, las dos aficiones suelen mantener un diálogo burlón a través de las pancartas. También se pegan y exhiben inscripciones miserables, pero dejemos eso al margen. Escribir una gran pancarta de curva (la grada más barata, donde se concentran los tifosi sfegatati) es un arte que se practica en secreto, para evitar el espionaje rival. Cuando la afición contariaaverigua el mensaje, la réplica puede ser demoledora. En 2001, los giallorssi de la Roma prepararon un cartel colosal para el derbi contra los biancazzurri de la Lazio. La Roma era campeona y la ocasión merecía la poesía más excelsa. Cuando saltó al césped el equipo romanista , sobre la curva se alzó un texto gigantesco en su honor: “Mira a lo alto, sólo el cielo es más grande que tú”. Segundos después apareció enfrente, en la curva de los laziali, otra pancarta de igual tamaño: “Tenéis razón, es blanquiazul”. Enric González

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ÍNDICE

CONTENIDO

HISTORIAS DEL CALCIO..............................................................................................................15 1.

Vergüenza en Nápoles (22-09-2003) .............................................................................17

2.

“Tottimanía” romana (29-09-2003) ...............................................................................18

3.

Del Piero y el más allá (6-10-2003) ................................................................................19

4.

Condenado por aburrido (20-10-2003) .........................................................................20

5.

Del ocaso de Rivaldo al fulgor de Kaká (27-10-2003) ....................................................21

6.

Sopa de ganso (3-11-2003) ............................................................................................22

7.

Las penas de Vieri (24-11-2003) ....................................................................................23

8.

Obreros en el paraíso (1-12-2003) .................................................................................24

9.

El Milan y la suerte (8-12-2003) .....................................................................................25

10.

El Roma, una flor en el fangal financiero (22-12-2003) .............................................26

11.

La noche extraña del Olímpico (12-1-2004) ..............................................................27

12.

Las cuentas del “Monopoly” (19-1-2004) ..................................................................28

13.

Gran Emerson (26-1-2004) ........................................................................................29

14.

Espaguetis para el Milan (2-2-2004) ..........................................................................30

15.

El “partido de la leche” (9-2-2004) ............................................................................31

16.

A “la Juve” le pierden el respeto (16-2-2004)............................................................32

17.

A sus órdenes, mister Berlusconi (23-2-2004) ...........................................................33

18.

Antonio Cassano, poeta (1-3-2004) ...........................................................................34

19.

La gran jugada infeliz de Ganz (8-3-2004) .................................................................35

20.

El recuerdo de Dante (15-3-2004) .............................................................................36

21.

El gran Milan (22-3-2004) ..........................................................................................37

22.

Renacerán las ilusiones (29-3-2004) ..........................................................................38

23.

La “táctica Daucik” (5-4-2004) ...................................................................................39

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24.

El día en que ganó el Ancona (12-4-2004) .................................................................41

25.

Un “fantasista”, nueve “agonistas” y el portero (19-4-2004)....................................42

26.

Roberto Baggio pide una última oportunidad (26-4-2004) .......................................43

27.

Gaddafi, un mal chiste para la Juve (3-5-2004) .........................................................44

28.

Dos brasileños felices (10-5-2004) .............................................................................45

29.

El Milan o ‘la Juve’ (13-9-2004)..................................................................................46

30.

El momento de Adriano (20-9-2004) .........................................................................47

31.

La esencia de la romanidad (27-9-2004) ...................................................................48

32.

Penas con grandeza en Nápoles (4-10-2004) ............................................................49

33.

El caso de Cassano (11-10-2004) ...............................................................................50

34.

Una frase inoportuna de Lucarelli (18-10-2004) .......................................................51

35.

Desgracias grana (25-10-2004) ..................................................................................52

36.

Lenguas bronceadas en otoño (1-11-2004) ...............................................................53

37.

La herencia del trueno (8-11-2004) ...........................................................................54

38.

Derrotas y humillaciones (15-11-2004) .....................................................................55

39.

Arde Marzafora (22-11-2004) ....................................................................................57

40.

La estructura temporal de 90 minutos a solas (29-11-2004) ....................................59

41.

El desmayo italiano (6-12-2004) ................................................................................61

42.

El sueño de un niño de Livorno (13-12-2004)............................................................63

43.

El Milan brilla (20-12-2004) .......................................................................................65

44.

Fascistas (10-1-2005) .................................................................................................67

45.

Cuentos de hadas (17-1-2005)...................................................................................69

46.

Glorias del Inter (24-1-2005)......................................................................................71

47.

Consideraciones sobre el arte (31-1-2005)................................................................73

48.

Problemas genéticos (7-2-2005) ................................................................................75

49.

Sin sonrisas (14-2-2005).............................................................................................76

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50.

Pregúntenle a Luciano (21-2-2005) ...........................................................................78

51.

El hombre impasible (28-2-2005) ..............................................................................79

52.

Impunidad (7-3-2005) ................................................................................................81

53.

Raros o muy raros (14-3-2005) ..................................................................................83

54.

Cosas que pasan (21-3-2005).....................................................................................85

55.

Una jornada sobrenatural (11-4-2005) ......................................................................86

56.

Tarde de tregua (18-4-2005)......................................................................................88

57.

La maldición del Papa difunto (25-4-2005)................................................................90

58.

La tarde extraordinaria de Alberto y Cristiano (2-5-2005) ........................................91

59.

La paciencia de Ancelotti (9-5-2005) .........................................................................93

60.

Las jaurías de Capello (16-5-2005) .............................................................................94

61.

Soldados (23-5-2005) .................................................................................................96

62.

Dos finales felices (30-5-2005)...................................................................................97

63.

La liga más demencial (29-8-2005) ............................................................................98

64.

El refugio de Messina (12-9-2005) .............................................................................99

65.

Toni, el que se parece a Marco (19-9-2005) ............................................................100

66.

Las razones del éxito (26-9-2005) ............................................................................102

67.

Los defensas de Campo dei Fiori (3-10-2005)..........................................................104

68.

El caballero y la dama (17-10-2005) ........................................................................105

69.

El equipo del barrio (24-10-2005) ............................................................................107

70.

La furia de los melancólicos (31-10-2005) ...............................................................109

71.

La ‘cuchara’ salvaje de Totti (7-11-2005) .................................................................111

72.

El retorno del maldito (21-11-2005) ........................................................................112

73.

El Lazio salvaje de Collina (28-11-2005)...................................................................114

74.

Cinco minutos (5-12-2005) ......................................................................................116

75.

Piazz ale Loreto (12-12-2005) ..................................................................................117

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76.

La otra cara del Lazio (19-12-2005) .........................................................................119

77.

Antonio Cassano: genial e insoportable (3-1-2006) ................................................120

78.

El héroe y su mejor amigo (9-1-2006) .....................................................................121

79.

Coyotes y correcaminos (16-1-2006) .......................................................................122

80.

Cosecha rojinegra del 87 (23-1-2006)......................................................................123

81.

El secreto de la “Amatriciana” (30-1-2006) .............................................................125

82.

El adiós de los mosqueteros (6-2-2006) ..................................................................126

83.

El retorno de Carletto (13-2-2006) ..........................................................................127

84.

Los colores sagrados (20-2-2006) ............................................................................128

85.

Teoría del golpe (27-2-2006) ...................................................................................130

86.

La revolución de Epaminondas (6-3-2006) ..............................................................132

87.

Las tres hermanas (13-4-2006) ................................................................................134

88.

Zapping (20-3-2006).................................................................................................136

89.

El fantasma de Adriano (27-3-2006) ........................................................................138

90.

Luciano, Cesare y la tercera edad (3-4-2006) ..........................................................139

91.

Tsimtsum (10-4-2006)..............................................................................................140

92.

La resurrección del Nápoles 17-4-2006) ..................................................................142

93.

La Vieja Señora y el viejo artista (24-4-2006) ..........................................................144

94.

Matrix (1-5-2006) .....................................................................................................145

95.

El Aleph (8-5-2006) ..................................................................................................147

96.

Se multiplican los tramposos (13-5-2006) ...............................................................148

97.

El Juventus, presunto ganador del supuesto campeonato italiano (15-5-2006).....150

98.

‘Porco’ calcio (21-5-2006) ........................................................................................151

99.

La trama de “Don Luciano” (22-5-2006) ..................................................................152

100.

El “Modelo 82” (12-6-2006) .....................................................................................155

101.

El jefe silencioso (16-6-2006) ...................................................................................156

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102.

Todas las desgracias (30-6-2006) .............................................................................157

103.

La piel del enemigo (11-9-2006) ..............................................................................158

104.

El gran negocio (18-9-2006) .....................................................................................159

105.

El caso del entrenador sin suerte (25-9-2006) ........................................................161

106.

¿Quién mató a Kennedy? (2-10-2006) .....................................................................162

107.

La maldición del “grupo salvaje” (16-10-2006) .......................................................163

108.

El emperador triste (23-10-2006) ............................................................................165

109.

Elogio de la locura (30-10-2006) ..............................................................................166

110.

El Ángel en el infierno (6-11-2006) ..........................................................................168

111.

Francé (13-11-2006) ................................................................................................169

112.

Liberación (20-11-2006)...........................................................................................171

113.

Teoría del error ajeno (27-11-2006) ........................................................................173

114.

Un cierto tipo de belleza (4-12-2006) ......................................................................175

115.

Fenómenos lombardos (11-12-2006) ......................................................................176

116.

Un año negro para el Juventus (18-12-2006) ..........................................................177

117.

Los herederos de Mulcaster (15-1-2007) ................................................................179

118.

El mejor futbolista de Italia (22-1-2007) ..................................................................181

119.

Zeitgeist (29-1-2007)................................................................................................183

120.

Señales en el cielo (12-2-2007) ................................................................................185

121.

Un olor sospechoso (19-2-2007)..............................................................................187

122.

Cómo no fallar un penalti (26-2-2007) ....................................................................189

123.

El beso de la desgracia ajena (5-3-2007) .................................................................191

124.

Amantino (12-3-2007) .............................................................................................193

125.

La eternidad inmutable (19-3-2007) ........................................................................195

126.

Un asunto de familia (2-4-2007) ..............................................................................196

127.

El código del prestidigitador (9-4-2007) ..................................................................198

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128.

Gruñido (16-4-2007) ................................................................................................198

129.

Fin de siglo (23-4-2007) ...........................................................................................201

130.

El baño (30-4-2007) .................................................................................................203

131.

El final de la primavera (7-5-2007) ..........................................................................205

132.

Joe Red (14-5-2007) .................................................................................................207

133.

La expiación y la soberbia (21-5-2007) ....................................................................209

134.

Últimas noticias (28-5-2007)....................................................................................210

OTRAS HISTORIAS ...................................................................................................................211 135.

La casa que hereda Messi ........................................................................................213

136.

La noche del negro jefe............................................................................................214

137.

El balón y la bandera................................................................................................216

138.

22 de junio de 2008 .................................................................................................218

139.

El viejo ......................................................................................................................219

140.

El sentido trágico del fútbol .....................................................................................220

141.

El mito del campesino canijo ...................................................................................221

142.

El hombre que prefería la lluvia ...............................................................................223

143.

Una divergencia filosófica ........................................................................................224

144.

Historia ejemplar del central José Mingorance .......................................................226

145.

El hombre que creó un monstruo ............................................................................227

146.

El ferrocarril, el carnaval y otros colores .................................................................229

147.

La cosecha prodigiosa del 73 ...................................................................................230

148.

Vidas paralelas .........................................................................................................231

149.

Dopaje, corrupción y otras historias de Petrini .......................................................232

150.

Derrotados y odiados...............................................................................................234

151.

Los casos extremos ..................................................................................................236

152.

La lista de los indeseables ........................................................................................237

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153.

El fútbol líquido ........................................................................................................238

154.

Kaká, la gerontocracia y las ofertas diabólicas ........................................................239

155.

El sufrimiento y las bellas artes ...............................................................................240

156.

Los maestros del relato............................................................................................241

157.

La historia del gato muerto......................................................................................242

158.

La lectura de los clásicos ..........................................................................................243

159.

Lágrimas compartidas ..............................................................................................245

160.

Autobuses, primas y sobornos.................................................................................246

161.

“Mister” Clough y la hazaña del Forest ...................................................................247

162.

Faltó Luther Blisset ..................................................................................................248

163.

El chico y su favela ...................................................................................................249

164.

Teoría sexual del gol ................................................................................................250

165.

El día que cambió la historia ....................................................................................251

166.

Si es el balón, paciencia ...........................................................................................253

167.

Una vuelta al Estadio Olímpico ................................................................................255

168.

Torino, el fracaso y miniberlusconi ..........................................................................256

169.

Memoria ..................................................................................................................258

170.

La biblia Levantinista................................................................................................259

171.

Las opiniones de Sacchi ...........................................................................................260

172.

Una teoría sobre Mourinho .....................................................................................261

173.

Los oscuros...............................................................................................................263

DIBUJE, MAESTRO ...................................................................................................................265 174.

Lo que hacia Bochini ................................................................................................267

175.

Cabello y autoridad ..................................................................................................268

176.

El día de Bloom ........................................................................................................270

177.

Pulsión de muerte ....................................................................................................271

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178.

Una banda crepuscular ............................................................................................273

179.

El imbécil culto y realizado ......................................................................................274

180.

Expectativas .............................................................................................................276

181.

El proceso.................................................................................................................277

182.

Pronóstico ................................................................................................................279

183.

Culpa de Thatcher ....................................................................................................280

184.

Justicia......................................................................................................................281

185.

Preferencias .............................................................................................................282

186.

Crispación.................................................................................................................283

187.

Casale resucita .........................................................................................................284

188.

Un paladar especial..................................................................................................285

189.

Cuestión de fe ..........................................................................................................286

190.

Fiebres......................................................................................................................287

OTRAS HISTORIAS ...................................................................................................................289 191.

Héroes trágicos ........................................................................................................291

192.

Una historia triste del calcio ....................................................................................294

HISTORIAS DE LONDRES: un asunto grave (1999) ..................................................................297 ENTREVISTAS ...........................................................................................................................305 193.

Entrevista en DDF ....................................................................................................307

194.

Entrevista en JotDown .............................................................................................312

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HISTORIAS DEL CALCIO

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1. VERGÜENZA EN NÁPOLES (22-09-2003) Sobre la estupidez humana se ha escrito bastante. El tema, por desgracia, resulta inagotable. Un grupo de seguidores del Nápoles (no aficionados al fútbol, sino seguidores en el sentido de ir tras el equipo) devastó el sábado el estadio Partenio de Avelino, protagonizó varias batallas campales, una de ellas en pleno césped, y dejó en el asfalto un muchacho medio muerto que anoche seguía en estado crítico. El subjefe de la policía local fue agredido y sufrió un infarto. La pequeña ciudad de Avelino, en los Apeninos, padeció horas de terror. Las imágenes avergüenzan. Pero no vayamos a creer que toda esa violencia fue gratuita: es que era un derbi regional. Ah, claro, Y además, explican los tifosi napolitanos, hubo un problema de entradas, más caras de lo que esperaban. Con toda lógica, los muchachos resolvieron el problema cargando contra la policía, entrando en tromba en el estadio y encaramándose a lo alto de la tribuna para arrojar bengalas y sillas. Lo que habría hecho cualquiera. Uno de ellos, un chico de 20 años, Sergio Escolano, de 20 años, quizá inocente, se desplomó desde un voladizo hasta la calle en una caída de una veintena de metros. Según algunos testimonios, la ambulancia tardó hasta media hora en recoger su cuerpo roto: era imposible acceder a él porque las peleas proseguían alrededor. Luego, unos cien imbéciles saltaron al campo e hicieron huir a la policía, que dejó tras sí una nube lacrimógena. El partido se suspendió sine die. Nápoles y Avelino padecen una tasa de paro altísima, son ciudades inmersas en la tradición sureña de violencia, la gente del Nápoles soporta mal la vida en Segunda y el casi descenso a Tercera del pasado año… Todos estos argumentos inundan la prensa italiana. Sobre la estupidez humana, en efecto, se escribe bastante. Pero no pasa nada: el domingo próximo, los imbéciles que asolaron Avelino volverán al estadio. Quizá algún directivo les salude como fieles entre los fieles. En el azul celeste de la camiseta napolitana queda la mancha negra. En cuanto al fútbol, una nota de normalidad: después de exhibición de Highbury (0-3 contra el Arsenal en Champions), el Inter, auténtica unidad de medida del calcio, empató tristemente a cero en el Giuseppe Meazza con la Sampdoria. La estoica hinchada del club azul y negro vivió sus 90 minutos de tedio y volvió a su habitual sufrimiento. El Juventus es el poderío de la burguesía industrial. El Milan es la genialidad de una extraña combinación de aristocracia y proletariado. El Inter, el tercer grande, es la paciente clase media, aderezada con un punto de masoquismo. Es la sociedad que dejó escapar a Roberto Carlos y fue burlada por Ronaldo, es el equipo que cayó en semifinales de la pasada Champions sin perder ningún partido y quedó segundo de la Liga (tercero el anterior); es, en fin, el club que contrató como entrenador a Héctor Cúper, un especialista en derrotas heroicamente arrancadas de las fauces de la victoria. El juego del Inter suele ser el mejor termómetro del calcio y, a juzgar por lo visto ayer, el fútbol italiano sigue asfixiado entre marcajes, presiones, astucias y faltas lejos del área. Todo el partido fue jugado como un larguísimo último minuto en campo contrario. No estaba el gran Chistian Vieri, pero da igual: fue una lástima.

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2. “TOTTIMANÍA” ROMANA (29-09-2003) La noticia aparece en los diarios: “Incendio en la biblioteca de Totti, destruidos los dos libros”. Totti está desesperado: “¡Aún no había terminado de colorear el segundo!”. Francesco Totti, el capitán del Roma, siempre tuvo fama de simpático descerebrado, de trasteverino cateto, de futbolista genial pero frágil en las grandes ocasiones. También el Roma, el equipo rojigualdo, era tradicionalmente visto como una fuerza secundaria, un elemento divertido e imprevisible pero destinado, al fin, a hincar la rodilla ante la Juve y el Milan. Hasta ahora. Esta temporada, Totti no es sólo el hombre más famoso de la capital de Italia: es un jugador grandioso, un proyecto de balón de oro. Y el Roma es un serio aspirante al escudo de campeón. El chiste malo que encabeza estas líneas es uno de los cientos reunidos en el libro Todos los chistes sobre Totti (contados por mí mismo), una obrita de la que se han vendido ya más de 800.000 ejemplares. El futbolista tuvo el sentido del humor necesario para aportar su firma y su rostro a la recopilación de bromas sobre su ignorancia y quiso que todos los beneficios fueran repartidos a partes iguales entre la UNICEF y el servicio de asistencia a los ancianos de Roma. Un gran detalle. El gesto humorístico-humanitario se habría quedado en eso si Totti, que cumplió 27 años el sábado, no hubiera empezado la campaña a nivel casi sublime. Su carisma y sus recursos -su famosa cuchara-, unidos al talento asombroso de Chivu, el recién incorporado central rumano formado en el Ajax, han hecho que, por primera vez hasta donde alcanza la memoria, un equipo entrenado por Fabio Capello sea capaz de defenderse correctamente y, a la vez, atacar con generosidad además de, para colmo, moverse con alegría. El Roma es, en este arranque, lo más vistoso del Calcio. Capello, por supuesto, está exultante: “Hay sólo dos jugadores realmente grandes. Se llaman Ronaldo y Totti”. Otra frase: “Totti es el mejor 10 desde Maradona”. Más: “Este año, el Balón de Oro debe ser para Totti”. Incluso los rivales se rinden a la tottimanía: Nedved, el impecable eje de la Juve, opina: “Ahora mismo, el mejor jugador de Europa es Totti”. El Roma lo tiene casi todo. La efervescencia zurda de Chivu, capaz de cerrar el área, cubrir largos tramos de la banda izquierda y lanzar magistralmente los golpes francos; la seriedad defensiva del argentino Samuel; el trabajo de Emerson, el brillo de Montella y Cassano en punta y el recurso de Carew cuando hace falta una torre en el ataque. Las expectativas son tan altas que ayer, tras masacrar al Ancona (3-0, con un gol de Totti), Capello tuvo que defenderse de quienes criticaban las muchas ocasiones falladas: “Pero… ¿verdad que imponemos respeto?”.

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3. DEL PIERO Y EL MÁS ALLÁ (6-10-2003) “¿Fútbol es fútbol?” No. El macarrónico aforismo sólo es cierto en el momento, en el juego, cuando el balón rueda e intervienen todos los azares: el centímetro que separa el poste del gol, o el parpadeo en que el árbitro acierta o se equivoca, el rasgo de talento que distingue al jugador del genio. Pero el fútbol es también percepción y memoria colectiva. Y en ese terreno ajeno a las leyes de la física las cosas son más complicadas. Garrincha era cojo, ignorante e inestable; Maradona era cocainómano; Best era juerguista y alcohólico: hablamos de tres dioses imperfectos que fueron incomparables en el terreno de juego y, sin embargo, flaqueaban en la vida. Cruyff sólo jugó de verdad durante seis o siete años y se dosificó de forma casi mezquina; Beckenbauer se refugió en la comodidad del mando y la defensa; Pelé acumuló un prestigio eterno mientras jugaba en un equipo discreto, el Santos, y se rodeaba en la selección de jugadores casi tan grandes como él; el gran Di Stéfano lo fue todo en un Real Madrid inmenso, pero nunca se enfrentó de verdad a la prueba de un Mundial: hablamos de jugadores extraordinarios que, además, entendieron que más allá del sudor y el arte había negocio, política. Alessandro del Piero no es Cruyff, ni Beckenbauer, ni Pelé, ni Di Stéfano. No lo es ni cuando sueña. Pero el calcio le ha elevado, aún en vida futbolística, a los altares. El contrato que ha firmado esta semana con el Juventus, el club de sus amores, hace de él, además de multimillonario (ya lo era) y paradójico símbolo de sensatez (acepta percibir algo menos en los años sin títulos ni gloria), capitán de por vida y futuro directivo de la sociedad turinesa, con la presidencia como destino probable. De forma menos literal, el contrato convierte a Del Piero en emblema del club más importante de Italia. Cabría decir que, de forma indirecta, el contrato avisa también a árbitros, defensas contrarios y seleccionadores de que están tratando con mucho más que un futbolista. ¿Qué tiene Del Piero? Es un chico guapo, educado y simpático, de familia sin apuros (el padre le construyó un pequeño campo con iluminación artificial para que jugara con los amiguitos), con hermano igualmente guapo, educado y simpático (y experto en leyes) que se ocupa de las cuestiones contractuales, y con dos agentes italo-japoneses que se ocupan de los derechos de imagen y de la promoción en el creciente mercado asiático. Ale es un gran promotor de Italia en el extranjero, capaz de desenvolverse en cualquier circunstancia. A Del Piero (28 años) le basta con seguir jugando correctamente y culminar alguna acción más o menos brillante. Porque tiene el el talento extrafutbolístico de que gozaban Pelé, Cruyff y Beckenbauer, pero no Maradona, Garrincha o Best. Del Piero será, seguramente, un gran directivo. Pero el hígado de Best o la polio de Garrincha sabían mucho más de fútbol.

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4. CONDENADO POR ABURRIDO (20-10-2003) Algunos clubes necesitan entrenadores simpáticos, o duros, o locuaces. Va con el carácter de la institución. La Internazionale de Milano, una sociedad grande, volátil y sentimental, con una afición profundamente enamorada, busca un poco de orden. Sus equipos son capaces de lo mejor y de lo peor normalmente, más de lo segundo- y de combinar esos extremos en un solo partido. Si el Barcelona, pongamos por ejemplo, sueña siempre con Johan Cruyff, en los sueños del Inter aparece el viejo Helenio Herrera, el inventor de los sistemas tácticos. El club negriazul creyó encontrar en Héctor Cúper a un hombre parecido a Herrera, olvidando quizá que el mago, más que un táctico, era un genial manipulador de grupos humanos. La fe en los sistemas de Cúper era total. ¿Que nunca ganaba nada? Bueno. ¿Que aburría a las ovejas? Vale. ¿Que no se ganaba a la afición? ¿Y qué? El estoico argentino parecía garantizar la solidez, la seriedad táctica, la competitividad. Con él, al menos, el gran Inter no haría el ridículo y acaso, por un casual, acabaría cayendo un título. Cúper cumplió durante dos años. El eterno perdedor hizo al Inter tercero en la Liga de 2001 y segundo en la de 2002; ese curso, además, regaló una filigrana: el Inter cayó en las semifinales de la Champions frente al otro equipo de la ciudad, el Milan, técnicamente invicto -decidieron los penaltis- y practicando, eso sí, un fútbol miserable. El argentino perdió, aburrió y martirizó a la afición, todo a la vez. Pero el equipo estuvo ahí, indudablemente sólido. Cúper cumplía. El presidente, Massimo Moratti, le mantuvo al frente del cuerpo técnico. El contrato moral entre Moratti y Cúper se rompió hace 15 días, tras el derby con el Milan. Ese día, el Inter, además de aburrir, empezó a dar pena. Los rojinegros de Silvio Berlusconi jugaron bien; el Inter fue un equipo de empresa después de una paella, una peña indigna de pisar San Siro. Ahí tenían que haberse acabado las cosas. Pero Cúper es un hombre serio y trabajador y sabe mal despedirle. Por otra parte, Moratti, que no es el mejor presidente del mundo -para dar una idea, vendría a ser un Joan Gaspart con menos teleles y más millones-, ya se había hecho el cálculo de aguantar como fuera otra temporada de muermos y derrotas heroicas y contratar en junio a Roberto Mancini, el audaz técnico del Lazio. Lo del sábado ante el Brescia, sin embargo, fue más allá de lo soportable. El Inter jugó una primera parte indigna. El humilde Brescia, con Roberto Baggio, de casi 37 años, como portaestandarte, zarandeó como quiso a un equipo roto. El que al final se remontaran dos goles, gracias a una reacción de pura rabia y a un penalti inventado por el árbitro, no significó nada. Los de Cúper habían hecho el ridículo, pecado máximo. La hinchada guardó silencio al principio. Luego, silbó. Al final, decidió ser cruel: a ritmo de tambores, empezó a corear los nombres de posibles sustitutos de Cúper -”¡Zoff!”, “¡Zaccheroni!”mientras los directivos de la Internazionale abandonaban el palco. El pobre Cúper, amarrado a un cigarrillo, con pánico en la mirada y sudor en la frente, era la viva imagen de un condenado. Quizá le perdió el miedo. Cada semana daba un paso atrás. El equipo planeado este año por Cúper -con excepción del que ganó al Arsenal el 17 de septiembre, un espejismo- carecía de bandas y tendía a dibujar un embudo hacia su propia portería: los equipos contrarios caían prácticamente hacia el área interista sin encontrar oposición efectiva. Como en Mallorca, como en Valencia, en Milán le soportaron sin quererle y le despidieron casi con alivio.

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5. DEL OCASO DE RIVALDO AL FULGOR DE KAKÁ (27-10-2003) El Milan tiene a un gran jugador brasileño, un tipo alto y flaco que inventa, juega y marca. También tiene en el banquillo a un brasileño triste al que, de pequeño, llamaban Patapalo. El ocaso de Rivaldo, todavía uno de los futbolistas mejor pagados del mundo, es singularmente amargo. Porque, mientras mira el encuentro desde la banda, silencioso y arrebujado en el chándal, contempla el florecimiento de Ricardo Izacson Santos Leite, llamado Kaká, un chaval insultantemente feliz, insultantemente alegre y sociable, insultantemente distinto al pobre Patapalo. Mientras se hunde, escucha los vítores de la afición milanista a Kaká, el anti-Rivaldo. Vitor Borba Ferreira Vitor, el chico pobre que nació en un suburbio norteño, el muchacho semidesnutrido y de huesos frágiles cuyo padre murió atropellado, el joven jugador rechazado por varios equipos, el tipo al que llamaban Patapalo, el hombre que triunfó en el Deportivo y el Barcelona sin llegar a ser querido, el internacional que salvó mil veces a la selección canarinha sin que nadie dejara de culparle por el fracaso de Brasil en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, se apaga domingo a domingo en un foso italiano. Ni el pedazo de banco que ocupa es suyo: se sienta ahí de prestado, ya roto su contrato con el Milan, a la espera de que en diciembre, cuando se reabra el mercado europeo, algún club inglés o español confíe todavía en él. Sobre el césped, mientras tanto, corre Kaká. Un chaval de 21 años, con una novia de 16, para el que todo ha sido fácil. Nació en una familia acomodada de Brasilia, tiene buenos huesos, ha sido la estrella allá donde ha jugado y ahora, ya internacional con Brasil, es la pequeña joya de San Siro. La plantilla rojinegra le adora. Sobre el campo se asocia con cualquier compañero y parece tan integrado como Maldini. Recién llegado y con sólo 21 años. ¿Qué debe de pensar Rivaldo? Los defectos de Rivaldo se han acentuado con el tiempo. Puede hacer muchas cosas con un balón, pero le cuesta jugar al fútbol: no entiende el complicado tapiz de un deporte colectivo; para él, sólo existe una fórmula simple que relaciona su pie, el cuero y la red. Antes, esa ceguera parcial tenía una importancia relativa. Él, con su pie izquierdo mágico, se bastaba para resolver un encuentro en solitario. Ahora, con 31 años (hay quien sospecha que tiene alguno más), ya no. El entrenador, Ancelotti, no confía en él, pero le ha concedido ocasionalmente algunos minutos. Han sido minutos breves, irrelevantes, insuficientes. A pesar de eso, han bastado para constatar las limitaciones de un Rivaldo que intenta la proeza, que entra en el área pequeña, que busca el disparo, que gira, que cae, que se levanta, siempre al margen del partido. Parece un espontáneo. Juega solo. Está solo. Pobre Patapalo.

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6. SOPA DE GANSO (3-11-2003) Es día de fútbol en Italia. Se disputa un gran encuentro entre los dos equipos, Juventus y Milan, que encabezan la clasificación. El primer ministro Berlusconi, acude al estadio. Y le apetece reunirse con los árbitros antes del partido. Como es el que manda, lo hace. Resulta que además de presidir el Gobierno y de ser el hombre más rico del país, es dueño del club anfitrión, el Milan, pero no pasa nada: ¿quién podría pensar mal? Berlusconi es un hombre de honradez acrisolada, tan empeñado en la regeneración del país que ha despenalizado la falsificación de balances y se ha declarado a sí mismo por encima de la ley. Berlusconi se despide de los colegiados con grandes sonrisas y abrazos y los equipos saltan al césped. Están repletos de celebridades llamadas Maldini, Nedved, Buffon,Trezeguet o Nesta. Es gente que cuesta mucho dinero. El club del empresario Berlusconi, el Milan, ha cerrado el año con unas pérdidas de 29,5 millones de euros. Pero no pasa nada. El gobierno del primer ministro Berlusconi aprobó una ley llamada “salvafútbol” que permite devaluar el patrimonio en el balance, percibir compensaciones fiscales por esa pérdida contable y amortizarla en 10 años. Lo cual le ha ido muy bien al empresario Berlusconi. El otro club, la Juve, es el único de los “grandes” que no se ha acogido a la “ley salvafútbol”. Sus dueños, los Agnelli de Turín, saben que la ley podría vulnerar las leyes europeas de libre competencia, porque constituye una subvención encubierta: entre Milan, Inter, Lazio y Roma se embolsan más de mil millones de euros en fondos públicos. Los blanquinegros de Turín tienen fama de ser los más serios del país, y han presentado un beneficio de seis millones de euros. ¿Milagro? Sí, milagro contable. La Juve ha vendido propiedades inmobiliarias por una gran suma a una sociedad amiga. La gracia es que ha ingresado en realidad un ínfimo primer plazo de esa suma, que sólo existe sobre el papel del balance: al cabo de unos años, la Juve recomprará a un precio pactado las propiedades inmobiliarias. ¿Qué hará entonces, cuando toque introducir el gasto en las cuentas? Pues repetir la venta de fantasía, seguramente. O inventar algún otro truco. Al final, no pasa nada: puestos en lo peor, falsificar un balance no es delito. Empieza a rodar el balón y todo cambia. La comedia bufa se convierte en arte y ensayo. Durante 90 minutos, al menos sobre el rectángulo verde, las cosas adquieren una seriedad extrema: todo es tan profesional, tan perfecto, tan estudiado, tan igualado, que el resultado no puede ser otro que el empate. Y empate es, aunque, por una vez, en un Milan-Juve se vive un instante sublime: Di Vaio marca un gol mágico a cinco minutos del final. Acaba el partido y recomienza Sopa de ganso. Un ministro del presidente Berlusconi comenta que el fútbol y la seriedad contable son incompatibles, y que así debe ser. Faltaría más.

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7. LAS PENAS DE VIERI (24-11-2003) El calcio se puede mirar desde ángulos muy diversos. Si se mira desde la grada del Roma, es una maravilla: la Champions se pierde este año un equipo que, por talento y exuberancia, recuerda al Ajax de los 70. Si se mira del lado de la Juve, es un prodigio industrial: la factoría turinesa gana siempre, juegue bien o mal. Si se mira hacia el Inter, es un misterio: su afición parece incapaz de ser feliz. Antes, con Héctor Cúper, sufría porque los jugadores parecían sonámbulos con úlcera; ahora, con Alberto Zaccheroni y con el equipo en alza, sufre por Vieri. Y la afición sufre mucho. El mal de Vieri es de los peores que existen. ¿Qué le pasa a Vieri? Nadie lo sabe, y él nunca habla. Está triste, enfadado, ausente. Como peleado consigo mismo. En un partido internacional contra Azerbaijan montó un drama, pateando una botella de agua, cuando Trappatoni le sustituyó; pateó también una valla publicitaria en el encuentro ante el Roma y un micrófono el domingo siguiente; se negó a celebrar su gol contra el Ancona… El gigantesco ariete recibe todos los mimos del técnico y de sus compañeros, pero no parece suficiente. El asunto resulta especialmente grave porque Vieri es el tótem de San Siro. De otros futbolistas se escriben biografías; de él se escriben ensayos sobre la pasión, como una obra llamada Keep on fighting (Sigue luchando). Vieri encarna a la perfección la imagen que tiene de sí el tifoso interista: luchador, inestable, con rasgos sublimes y tendencias autodestructivas. Los vieriólogos más sutiles creen que su desasosiego nació con el despido de Cúper: le sentó mal que algunos le acusaran de haber forzado la marcha del argentino. El caso es que el sábado, en el estadio milanés, estalló la tensión reprimida durante semanas por un público obsesionado con Vieri. Una parte de la afición silbó al ídolo, quien respondió aplaudiendo ostensiblemente hacia la grada; en ese momento, otra parte de la afición empezó a silbar a quienes silbaban. Se formó un barullo monumental, mientras la esfinge se sacrificaba más que nunca por sus compañeros, corría como un poseso y exhibía en el rostro sus misteriosas penas. Concluyó el peculiar calvario con un gol de firma: corrió hacia puerta con un par de defensas colgando de la camiseta y rompió el balón contra la red. Era el 6-0. Pero Bobbo siguió triste. Nadie se fue feliz de San Siro. Vieri prometió cumplir sus cinco años de contrato con el Inter. Después de vagabundear por Pisa, Ravena, Venezia, Atalanta, Bergamo, Juventus, Atlético y Lazio, ya con 30 años, parecía haber echado raíces en Milán. ¿Se quedará? ¿Enfermará de pena? ¿Podrían los interistas vivir sin él?

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8. OBREROS EN EL PARAÍSO (1-12-2003) Los equipos grandes suelen mostrarse perezosos cuando se enfrentan a los pequeños y tienden a dar el máximo ante los de su talla y en las ocasiones cruciales. El Juventus es una excepción. Habrá madridistas que, con la memoria de la pasada semifinal de la Champions aún fresca, no se lo creerán. Pero es cierto. Lo que ocurrió en ella fue que Lippi dio un baño técnico a Del Bosque. El Madrid, acostumbrado a ganar por talento, no apretó lo suficiente. Cuando el cuadro de enfrente tiene galones y presiona, a la Vieja Señora turinesa le asaltan todas las dudas y la máquina futbolística más poderosa del Calcio se cala miserablemente. Como el sábado ante el Inter. Zaccheroni se llevó al estadio Delle Alpi un equipillo de circunstancias, en el que faltaban el ciclotímico Vieri, Cannavaro y Materazzi. Después del calamitoso 1-5 contra el Arsenal en San Siro, con tres goles ingleses en los últimos cinco minutos, nadie daba un duro por ellos. Zac tuvo que echar mano del viejo Gamarra y de los ignotos Adani y Pasquale y confiar el ataque a Oba Martins, un joven gimnasta nigeriano que juega al fútbol para celebrar los tantos con triples saltos, y a Cruz, un argentino humilde futbolista “por casualidad”. La clase obrera, sin embargo, demostró orgullo. Y el entrenador demostró talento. Colocó a Almeyda como primer defensa para comer el terreno a Nedved, tapó las bandas con Zanetti y Van der Meyde y ordenó a Martins que corriera como un loco hacia los centrales juventinos: el pobre Montero se quedó con todas sus lentitudes al aire. O no llegaba o llegaba justo a tiempo para cometer una falta desesperada. El Inter le jugó a la Juve como la Juve juega contra el Lecce: con prepotencia y saña. Fue una cuestión de actitud, de mirada. Y la Juve se convirtió en un conjunto normalito y acobardado, como en la final de la Champions ante el Milan, como ante el Roma en Turín un mes atrás. Zaccheroni ha decidido lavar el cerebro colectivo del Inter, siempre dubitativo, siempre capaz de echarlo todo por la borda, y hacer de él un equipo ganador. Con todo este proceso de reconstrucción psicológica, los interistas se olvidaron el sábado de quiénes eran y, sobre todo, de quién era el contrario. Ganaron por tres y podían haber sido más. La Liga, que parecía encaminarse de nuevo hacia Turín, es ahora cosa de la Juve, el Milan y el Roma. O hasta del Inter, si su clase obrera sigue empeñada en ir al paraíso.

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9. EL MILAN Y LA SUERTE (8-12-2003) Fue un gol extraordinario. El balón voló veinte metros a velocidad de obús, en los diez restantes adoptó el giro perverso de la folha seca y pasó entre los tres palos como un suspiro de aire frío. Bucci, el arquero del Empoli, no se movió siquiera, hipnotizado por el prodigio. A falta de 10 minutos, el jovencísimo Kaká dio una nueva victoria al Milan y mantuvo a su equipo en la cabeza de la clasificación. De un partido gris, que debía haber acabado con empate a cero y entre bostezos, los rojinegros sacaron, gracias a un rasgo de talento y de fortuna, tres puntos: ya son 30 en doce partidos, una racha que no logró ni el gran Milan de Baresi y Van Basten. El Milan, que no juega bien, demostró una vez más que tiene a la suerte en plantilla. La suerte, es verdad, se busca. Y hubo que ir a Brasil a buscar a un chaval de 20 años como Kaká, un antiRivaldo por alegría y sociabilidad; llevarlo a Milán y apostar por él. También es verdad que Carlo Ancelotti acertó al retirar a Pirlo en el minuto 29 de la segunda parte e introducir a Kaká con la orden de disparar desde lejos. Pero aquel tiro remoto podría haberse desviado unos centímetros, o unos metros, y no lo hizo. Al Milan le salen bien las cosas. Incluso la marcha de Rivaldo ha estado envuelta en fortuna: la baja voluntaria -y agradecida por la gradadel ex barcelonista ha ahorrado unos cuantos millones a la sociedad de Silvio Berlusconi. La fuerza del Milan está en la defensa. Y ahí también hay suerte, en forma de longevidad insólita. A la edad en que otros se jubilan, Maldini ha alcanzado el nivel mayestático de los realmente grandes y parece controlar el balón por telepatía. Con otro anciano, Costacurta, por la derecha; con Pancaro, que no es viejo pero lo parece, por la izquierda, y con Nesta como secretario y sucesor, Maldini ejerce de rey: el Milan lleva siete partidos sin recibir un gol. El Milan ganó en mayo la Champions; por penaltis y sin grandeza, pero ganó. El próximo fin de semana estará en Yokohama para disputar al Boca Juniors la Copa Intercontinental. Y encabeza la clasificación italiana pese a la baja de Inzaghi y la mediocre temporada de Shevchenko. Al fin y al cabo, el Milan es de Silvio Berlusconi. Y, si un hombre como Berlusconi ha llegado donde ha llegado, ¿cómo podría fallarle la suerte a su equipo?

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10. EL ROMA, 2003)

UNA FLOR EN EL FANGAL FINANCIERO

(22-12-

Gigi Buffon, el gran portero del Juventus, cree que el Roma de este curso “se aproxima a la perfección”. Y es cierto. El Roma de Totti y Fabio Capello vive uno de esos raros momentos en los que un equipo es reconocido como superior por todos los rivales. Las estadísticas son abrumadoras: es el líder y ha ampliado su ventaja tras la jornada de ayer; ha ganado once partidos, ha empatado tres y no ha perdido ninguno; tiene el mejor ataque, con 31 goles marcados, y la mejor defensa, con sólo cuatro recibidos. Pero los números no bastan para explicar la fascinación de Buffon. El Roma juega de maravilla. Totti se permite todas las fantasías y… todas le salen bien. Su cuchara, el bombeo suave sobre el guardameta, hace estragos y es característica de la desfachatez feliz con que se desempeñan los jugadores del cuadro capitalino. El suyo es el estilo menos ceñudamente italiano que ha visto el calcio desde los tiempos de Antognoni y el Fiorentina en los primeros ochenta. La defensa, de tres, trata el balón con delicadeza; el centro del campo parece trabajar sin esfuerzo, entre bromas y astucias; delante, hasta el ex valencianista Carew se ha contagiado de la picardía y la creatividad de Totti y Cassano. Quizá los tiempos mágicos sean efímeros. El Roma, sin embargo, está demostrando ser una tribu bien trabada, capaz de encajar imprevistos. El viernes pasado, el brasileño Francisco Lima, centrocampista titular, anunció que no jugaba más hasta cobrar los seis meses de sueldo que se le deben y se negó a viajar a Émpoli con sus compañeros. Esa crisis habría enrarecido el ambiente en cualquier colectivo. En el Roma, en cambio, una mediación de los propios jugadores, tutelada por un Capello de desconocida benevolencia, permitió que Lima pudiera pedir excusas y acudiese a Émpoli en el último momento para sentarse al menos en el banquillo. Todo fueron sonrisas para Lima. El club está en venta por una suma absurda, 500 millones de euros; tiene una deuda igualmente absurda, superior a los 200 millones de euros, y acumula retrasos en el pago de los salarios. El presidente del Émpoli, Fabrizio Corsi, descargó el sábado el malhumor de la derrota acusando precisamente al Roma de ser “ilegal”. “Una sociedad con esas deudas no debería poder jugar contra los que hacemos sacrificios para cuadrar las cuentas”, dijo. En parte, tiene razón. El caso es que del fangal financiero ha nacido una flor de fútbol. Habrá que ver cuánto tiempo vive.

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11.

LA NOCHE EXTRAÑA DEL OLÍMPICO (12-1-2004)

El fútbol tiene poca ciencia: sale como sale. La última prueba de ello la ofreció el Milan el pasado martes. Los rojinegros acudieron a Roma, para el gran duelo en la cumbre, con cuatro titulares lesionados (Nesta, Inzaghi, Ambrosini y Tomasson) y con casi toda la plantilla griposa; Ancelotti tuvo que montar un equipo de circunstancias, con un solo punta, Shevchenko, sin ataque por las bandas y con el dúo de la gerontocracia, Maldini-Costacurta, en el centro de la defensa. Enfrente, el Roma del juego glorioso estaba en pleno, eufórico y confiado en la fortaleza del Estadio Olímpico. El resultado es bien conocido: Shevchenko hizo solito de tridente y marcó dos goles de genio que valían todos los michelines de Ronaldo; el Milan desbordó continuamente por los extremos con dos mediapuntas, Kaká y Rui Costa; y Maldini y Costacurta se comieron a Totti y compañía. Capello, al que se atribuye el talento de leer los partidos a la perfección, se equivocó con los cambios y con la improvisación tardía de una defensa de cuatro que lo hizo peor que la de tres. El 1-2 mantuvo la emoción en la carrera hacia el scudetto y procuró una cura de humildad a la gente de Capello. Tras el partido, el técnico romano reconoció que su equipo había jugado de pena y formuló una opinión pintoresca: “Habríamos ganado si el Milan hubiera alineado un delantero más y un centrocampista menos”. Quizá tuviera razón. Ancelotti optó por dejarse de elucubraciones técnicas y se arrodilló ante Shevchenko, “el mejor del mundo”. Tampoco estaba muy equivocado. El atacante ucranio encabeza la clasificación de goleadores, con 14 dianas, y aunque carece de la fiabilidad de Nedved (el checo del Juventus es el auténtico patrón-oro del calcio) y no ofrece garantías de regularidad (véase la final intercontinental frente al Boca Juniors), sigue dando rostro a los sueños milanistas. Lo que demostró la particular jornada del Olímpico fue que las alineaciones y las posiciones teóricas sobre el campo no significan casi nada. Algo que, por otra parte, ya se sabía. El gran Ajax jugaba sin un delantero centro típico (Cruyff era todo menos eso), con un extremo que paseaba y reflexionaba (Keizer) y con un central estrambótico (Hulshoff), y no había quien les tosiera. Milan y Roma ganaron ayer y siguen en cabeza de la clasificación, perseguidos por la Juve. Es muy probable que su enfrentamiento de la segunda vuelta, en Milán, decida quién es el campeón. Ojalá ese también sea un partido extraño y ajustado al único teorema matemática y lógicamente demostrable. Ese que dice que fútbol es fútbol.

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12.

LAS CUENTAS DEL “MONOPOLY” (19-1-2004)

Quienes sufren patologías psicológicas suelen ser incapaces de explicarlas. A veces, ni las perciben. Es muy probable que a Massimo Moratti, de 58 años, magnate petrolero y presidente del Inter de Milán, el único club capaz de ser grande sin ganar títulos -su último scudetto cayó hace un cuarto de siglo-, le parezca normal su afición a vender joyas. Hagamos un repaso: en menos de una década, Moratti ha vendido a Ronaldo, a Roberto Carlos, a Pirlo, a Mutu y a Seedorf. Entre tanto, ha conseguido acumular una deuda superior a los 200 millones de euros. A Christian Bobo Vieri, de 30 años, italoaustraliano, de profesión futbolista errante y de afición beisbolista, también debe de parecerle normal lo suyo. Ha marcado goles para el Torino, el Pisa, el Rávena, el Venecia, el Atalanta, la Juve, el Atlético, el Lazio y el Inter y en ninguna parte se ha sentido completamente a gusto. Ahora está a punto de cambiar nuevamente de camiseta. Su relación con Moratti ha sido anormalmente larga: ya más de cuatro años. Nadie esperaba que dos personajes de inestabilidad tan celebrada fueran capaces de soportarse tanto tiempo. Vieri piensa en el Chelsea de Abramovich o quizá en el Milan, cuya camiseta falta en su colección. Moratti ya tiene atado a Adriano, el joven ariete brasileño del Parma. Vieri y Moratti son ejemplos extremos de un mal que se agrava anualmente en el calcio, el de la compraventa compulsiva. Cuanto menos dinero tienen los clubes, más compran y venden. Algo así ocurría en el grupo Parmalat, que ha dejado al Parma en la ruina, y en el grupo Cirio, que hizo lo propio con un Lazio cuya supervivencia -415 millones de euros de deuda- roza el milagro. Parmalat y Cirio vendían un cartón de leche -o una sociedad financiera-, facturaban dos y contabilizaban tres. Por lo que se intuye en los balances del calcio, que siempre fueron oscuros y son hoy casi impenetrables gracias a las fantasías contables autorizadas por el decreto salvacalcio de Silvio Berlusconi, algo parecido hacen los clubes italianos. Compran y venden a plazos, con derechos futuros de recuperación, sistemas de multipropiedad y otras cláusulas por las que, mágicamente, al menos en apariencia, nadie paga y todos cobran. La gente del Lazio no sabe si el imprescindible Stam seguirá en el equipo hasta fin de temporada; la hinchada del Parma ignora si contará aún con Adriano la semana próxima, y lo mismo sucede con Vieri y el Inter. Esto cansa a las aficiones. Y un día, cuando se acabe el juego del monopoly, terminará en desastre.

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13.

GRAN EMERSON (26-1-2004)

El Roma está llena de lujos: el talento prodigioso de Totti, el mentón altivo de Capello, la autoridad defensiva de Samuel… Pero si Totti puede moverse libre por todo el campo, Capello se permite jugar con tres zagueros y tres puntas y Samuel impera sin agobios en el área, es porque el Roma cuenta con un tipo que lo soluciona todo. Se llama Emerson Ferreira, tiene 27 años y es, según el ex internacional brasileño Eder, “el mejor centrocampista del mundo”. Quizá Eder exagera. Pero uno tiende a pensar que no. Como centrocampista de contención, al menos, Emerson carece de rivales. Defiende como el mejor Mauro Silva y, además, fabrica goles como un 10. Aunque su prestigio viene de largo, éste es su año. El ascenso de Emerson a la gloria de los poquísimos elegidos debía haberse producido en el Mundial de Corea y Japón. Había robustecido su impecable técnica brasileña en el Bayer Leverkussen alemán y se había afinado, desde que en 2000 lo fichó el Roma, con las sutilezas del calcio. Estaba destinado a brillar como capitán de la selección canarinha, pero una una luxación de hombro en el momento más desgraciado (el día antes de que comenzara el torneo) le devolvió a casa lleno de amargura. Todo eso está pasado. Ya antes de que comenzara la actual temporada quisieron hacerse con él tanto el Real Madrid como el Barça. La prensa italiana publicó que Florentino Pérez estaba dispuesto a pagar por él 22 millones de euros más un jugador como Cambiasso. El Roma, sin embargo, le declaró intransferible urbi et orbe. Emerson es el alma de los giallorossi, la voz de Capello sobre el césped, el chico-para-todo que puede suplir decentemente a un central y ocupar la media punta si hace falta, el carácter que empuja a los demás hacia delante y la pierna milagrosa que aparece en el momento justo para salvar, tranquilizar y organizar. Sin él, probablemente, el Roma sería, como otros años, un equipo de pájaras inexplicables. Esta temporada sólo dos jugadores de campo han disputado todos los minutos de la Liga italiana. Son brasileños y romanistas: Mancini y Emerson. Además de todo estos, Emerson es más inteligente que Totti, más humilde que Capello y más simpático que Samuel.

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14.

ESPAGUETIS PARA EL MILAN (2-2-2004)

Las tres grandes sociedades futbolísticas italianas, el Juventus, el Milan y el Inter, son del norte y se hicieron definitivamente fuertes a finales de los 50 y principios de los 60 gracias a la llegada masiva de inmigrantes sureños. Quien más se benefició de ese movimiento demográfico fue el Milan, el club proletario de la ciudad, en contraposición al Inter, nacido de una escisión y preferido desde siempre por la burguesía. El trabajo del pobre terrone del sur convirtió la Lombardía en una de las regiones más industrializadas y ricas de Europa; su afán de integración y su entusiasmo auparon los colores rojinegros y los sostuvieron en los años negros, entre 1980 y 1983, cuando el Milan bajó a la Segunda División castigado por corrupción, subió y volvió a bajar por méritos propios. Luego, llegó Silvio Berlusconi, que, por entonces, se limitaba a ser el más rico del lugar, y pasó lo que pasó: el Milan empezó a coleccionar scudettos (Ligas) y orejudas (Copas de Europa). A Berlusconi, cuya actividad política pasma y deprime al orbe, nunca se le podrá negar el talento como presidente futbolístico. Gasta fortunas en fichajes, cierto, y maquilla los balances como nadie, cierto también. Pero lo mismo hace Massimo Moratti en el Inter, y no se come una rosca. El Milan, actual campeón de Europa, se escapa ya en la Liga, tras el bache otoñal. Shevchenko vuelve a ser el de siempre, el joven brasileño Kaká (22 años recién cumplidos) parece dispuesto a convertirse en el jugador de la década (suena fuerte, pero es así) y los platazos de espaguetis que Carlo Ancelotti obliga a ingerir al equipo a medianoche, tras los partidos tardíos, se han convertido en una suerte de poción mágica. Los cebras (los de la Juve) mantienen el habitual oficio, pero su defensa es, cosa rara, muy floja; los culebras (el Inter) han comprado a Stankovic al Lazio para compensar con urgencia el fiasco de Kily González, pero están muy atrás y, además, tienen como siempre la escopeta a punto para dispararse en el pie en caso necesario; el Roma, cuyo juego deslumbró en la primera vuelta, ha entrado en crisis y empieza a ver que Emerson, la viga maestra, se irá a final de temporada. Las cosas pintan bien, una vez más, para el Milan. Qué distinto es todo para quienes no emigraron y se quedaron en Nápoles. Hubo un momento de gloria, aquél de Maradona, y nada más. Los napolitanos siguen venerando a Maradona y añorando la efímera supremacía que les proporcionó mientras asisten al desplome de su equipo. El Nápoles volvió a perder ayer, frente al Como, y sus tifosi violentos volvieron a protagonizar una batalla campal que dejó dos heridos. El club de la gran ciudad del sur cuelga de la cola de Segunda y siente en los talones el frío de la Tercera, la calamidad definitiva. Pobres napolitanos. Sus primos del Milan tuvieron, y tienen, mucha más suerte.

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15.

EL “PARTIDO DE LA LECHE” (9-2-2004)

El Parma-Lazio, que ayer se resolvió a favor de los romanos, solía ser el partido de la leche. Ahora es el partido de la ruina. Parma y Lazio disfrutaron de una década dorada gracias a sus respectivos propietarios, Parmalat y Cirio, productores de leche y, según se ha sabido últimamente, de balances falsos; tras la quiebra fraudulenta de ambos grupos, las dos sociedades futbolísticas no tienen detrás más que afición y acreedores. O aficionados-acreedores, porque miles de tifosi del Parma invirtieron en acciones y bonos de Parmalat. Aquello de que con las desgracias futbolísticas sólo se perdía el apetito pertenece al pasado. Ahora también se pueden perder los ahorros. Los jugadores del Parma y el Lazio se han transformado en precarios de lujo Las infelicidades de los lácteos ha permitido al Inter saquear sus vestuarios y dejarlos aún más desnudos. A mitad de temporada, la Bienamada de Milán ha despojado al Parma del brasileño Adriano (que ya era a medias del Inter, pero eso no tiene nada que ver: al Inter le gusta pagar dos veces por la misma cosa) y a la Lazio del serbio Stankovic, en una maniobra tan inteligente como carroñera. Parma y Lazio ocupan el quinto y sexto lugar en la clasificación, puestos solventes que honran a sus jugadores, capaces de soportar sin desfallecimientos una descomposición empresarial que les ha transformado en precarios de lujo. Los del Lazio tendrán que cobrar al menos cinco meses de sueldo en acciones de la sociedad; ya se verá con qué tipo de papel inservible son pagados los del Parma. Todos están en venta. Lo que ha hecho el Inter, cuarto, ha sido descabezar en pleno campeonato a sus dos principales rivales y asegurarse la última plaza de Liga de Campeones. Y encima han tenido que darle las gracias. Los romanos y los parmesanos necesitan ahora mismo todo lo que puedan rebañar para pagar al menos una parte de los impuestos que adeudan y regularizar en lo posible sus atrasos con los futbolistas; de lo contrario, la UEFA y Federcalcio podrían desclasificarles y condenarles a seguir la ruta de la Florentina. O sea, la muerte y algo peor, la resurrección en las categorías regionales. Si no lo hubiera hecho el Inter, lo habría hecho otro. Los negriazules, simplemente, tenían más prisa por lo del cuarto puesto. Juve y Milan también quieren su parte de los despojos lácteos, y parece probable que en junio se sumen a la pelea por el defensa holandés Stam, la última joya que el Lazio guarda en la cómoda. Quizá ayer, en el antiguo partido de la leche, se vislumbró el futuro del calcio italiano. Acaso en adelante los diarios deportivos tendrán que incluir páginas financieras para informar a los aficionados sobre la evolución de la Liga. Tal como están las cosas, detrás de cada emisión de bonos hay un fichaje; una caída en bolsa implica un traspaso; una suspensión de pagos te deja sin cuenta corriente y, además, sin goles.

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16.

A “LA JUVE” LE PIERDEN EL RESPETO (16-2-2004)

Toda Roma, incluida aquella ajena al fútbol y aquella que tifa Lazio, conoce la secuencia. Toda Italia, en realidad. Sólo ha hecho falta una semana para que los tres gestos se convirtieran en tradición. Primero, el índice vertical se acerca a los labios. Segundo, cuatro dedos alzados se agitan suavemente. Tercero, puro romanesco, los dedos juntos con la palma hacia abajo se acercan a la sotobarba y la mano se mueve poco a poco en sentido horizontal. Traducción: silencio, son cuatro goles y a casa. Que mal le sentó al Juventus el triple gesto de Francesco Totti, y cuántas quejas durante la semana del 4-0. “La Roma no sabe ganar”, protestaron en Turín. “Vale, vosotros nos enseñáis a ganar, y nosotros os enseñamos a perder”, contestaron con ironía los romanos. Lo de Totti, que, como Cassano, había hecho un partido mágico, fue una reacción bastante moderada ante los alaridos de Tudor, a quien iba dirigida la célebre secuencia. El defensa juventino Tudor gritaba a sus compañeros para que hicieran faltas a Totti, para que le frenaran como fuera. Montero, cuya decadencia física suele generar en rabia, le había ya hecho caso, agredió a la joya romanista y fue expulsado. Humillaciones al margen, el 4-0 del Estadio Olímpico demostró algo que se intuida desde hacía tiempo: la Juve de este año no es una gran Juve. Tiene un jugador sensacional, Nedved, y futbolistas excelentes como Trezeguet y Del Piero. Mantiene su oficio y su congénita voluntad de ganar, demostrados a media semana con una épica semifinal de Copa frente al Inter, en la que los blanquinegros, tras empatar 2-2 y tras una prórroga sin goles, se impusieron en el último penalti. Pero el fútbol que practica resulta plano y la defensa es normalita, de mitad de la tabla. Sobre todo por el centro. Para definir el juego de los centrales, Montero y Legrottaigle, se puede usar la frase que emplean los portavoces del Vaticano cuando alguien pregunta qué tal se encuentra de salud el Papa: “Discretamente bene“. O sea. Y no toda la culpa es suya, porque en el centro del campo falta alguien que desempeñe la función de medio defensivo. Frente al área juventina se abre de continuo un vacío, un mäelstrom que atrae inexorablemente a los atacantes contrarios. Buffon, que solía ser uno de los porteros menos goleados y cuya simple presencia intimidaba a cualquier rematador, pasa gran parte del tiempo metido en la puerta, recogiendo cabizbajo el balón. Con la Liga inalcanzable y dada la escasa entidad de la Copa italiana, los hombres de Marcello Lippi se concentran en la Champions. Quizás eso les haga peligrosos en la competición continental. Lo más posible, sin embargo, es que en algún estadio europeo acaben encontrando a alguien que repita la maldita secuencia, ese triple gesto que empieza por “silencio” y termina por “a casa”.

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17.

A SUS ÓRDENES, MISTER BERLUSCONI (23-2-2004)

Los interistas tenían que haber sospechado algo desde el primer momento. Desde antes del partido, cuando desplegaron una pancarta gigantesca dirigida a sus rivales milanistas y a la memoria de la derrota rojinegra en la final intercontinental del pasado 14 de diciembre: “14-12-2003: gracias por haber realizado nuestros sueños”. El espionaje del Milan, como de costumbre, había trabajado bien y sus aficionados traían la respuesta preparada en otra gran pancarta: “Realizamos vuestros sueños… pero seguimos siendo vuestra peor pesadilla”. Cuánta verdad en esa frase. En la primera parte se cumplió el sueño del Inter: se fueron al vestuario con dos goles de ventaja y con la impresión de que, esta vez, los diablos estaban definitivamente acorralados. En la segunda parte, el Inter vivió una pesadilla: con la batuta de Pirlo, la magia de Kaká y la mala uva de Seedorf, el Milan marcó tres veces y hundió a los vecinos en una noche negra. El derby de Milán fue eléctrico, espectacular. Demasiado hermoso como para desaprovecharlo, pensó Berlusconi, que quería lanzar un mensaje. El dueño del gobierno, del Milan, de las televisiones y de casi todo lo demás declaró con total seriedad lo siguiente. “Cualquier entrenador del Milan, desde el lunes en adelante, deberá obligatoriamente alinear dos puntas. No es un consejo, es una orden. El lunes lo pondré por escrito, como imposición del presidente al actual técnico y a los que vengan en el futuro”. San Ancelotti, el hombre más paciente del mundo, el entrenador que soportó con una sonrisa que su patrón se atribuyera en un libro la táctica empleada en la pasada final de la Champions, se limitó a decir que sí, que vale. Era cierto que había alineado al principio un solo delantero puro, Shevchenko, y que después, añadiendo a Tomasson, habían llegado los tres goles. Pero eso era más o menos lo que venía haciendo desde principio de curso. Quizá San Ancelotti sabía que la frase pronunciada por Berlusconi la había preparado Acqua. ¿Qué es Acqua? Es un gabinete de prospectivas y propaganda, adscrito a la Presidencia del Gobierno, que estudia los instintos más bajos del pueblo italiano y los traduce en mensajes certeramente populistas. Berlusconi no improvisa cuando dice sus barbaridades: todas ellas (“políticos ladrones”, “Mussolini bondadoso”, “jueces tiranos”, “es correcto evadir impuestos”) están preparadas para causar una íntima satisfacción a sus votantes. Como la “orden de los dos delanteros”, que redondeó la jornada de los tifosi rojinegros y les enardeció en vísperas de la reanudación de la Champions. El Milan da miedo. Berlusconi, también.

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18.

ANTONIO CASSANO, POETA (1-3-2004)

Ya que hablamos de poesía, de fugacidad inolvidable, recordemos que entre los poetas hay de todo. Foix vigilaba la caja de la pastelería familiar en Sarrià y Panero era mediopensionista de manicomio. Baudelaire se autodestruyó y Rimbaud destruyó a otros con su negocio de esclavismo. Hablando de lo mismo, Beckenbauer, que de joven fue el mejor medio centro de todos los tiempos, se refugió después en la cueva del libero, donde no se falla nunca porque toda la responsabilidad es de los marcadores; Cruyff, que fue Cruyff, hizo en el Ajax lo que nadie había hecho desde Di Stefano, dio una gran Liga al Barça y luego pasó años pegado a la línea izquierda, presto a sacar de banda; Pelé lo fue todo porque el Gobierno brasileño le declaró intransferible y le reservó para los grandes acontecimientos internacionales. Éstos arriba mencionados fueron poetas inmortales, destinados a custodiar la Academia. Hubo otros que murieron en cuanto perdieron de vista el balón. Best se abrazó al alcohol, como Garrincha. Maradona se sostuvo con cocaína. Gascoigne ni se abrazó ni se sostuvo: se abalanzó a mitad de carrera sobre la cerveza y los triglicéridos. El calcio dispone hoy de dos jóvenes poetas. Kaká, de 22 años, en el Milan, es guapo, longilíneo, culto, de vida equilibrada y de movimiento vertical sobre el césped; seguramente disfrutará de una larga vida deportiva, ganará títulos, recibirá honores y administrará su gloria con inteligencia. Cassano, de 21 años, en el Roma, es un delantero decididamente feo y payaso. Viene del sur, de Bari, una zona pobre de tradición griega y albanesa. Los objetivos de los fotógrafos le persiguen durante el partido: pide la botella de agua para remojar al masajista, rompe a patadas el banderín de la esquina, se quita la camiseta o se baja los pantalones, según exija la ocasión, y disfruta intensamente el fútbol. Uno teme que Antonio Cassano, poeta, pertenezca a la estirpe de los malditos. Un tipo como él no puede crear tanta belleza y quedar impune. La poesía es condensación, compresión de códigos en unos pocos signos. Y a eso se dedica Cassano en ese palmo cuadrado del área hacia el que confluyen el portero y un par de defensas y en el que un segundo es una vida. Cassano no es de los que rematan al bulto: eso es periodismo. Tampoco piensa en cómo ha llegado ahí el balón y en cómo marcar: eso es novela. Por supuesto, no busca el penalti: eso es ensayo. Los pies de Cassano intuyen y sienten: adivinan dónde hay un vacío, cuánto se puede esperar, quién está en cada lugar y por qué. Y, mientras marca, ríe. Además de feo, es cruel y desconsiderado. A Cassano, poeta, habrá que disfrutarlo mientras dure.

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19.

LA GRAN JUGADA INFELIZ DE GANZ (8-3-2004)

Los viejos soldados, decía el general McArthur, no mueren: se desvanecen en la distancia. ¿Y los viejos futbolistas? Que se lo pregunten a Maurizio Ganz, que nunca fue general, sino delantero raso, y a los 35 años ejerce aún como único punta y “hombre bala” de su equipo. Ganz marcó ayer el primer gol del Ancona. Tras el empate del rival, la Reggina, siguió luchando y al inicio del segundo tiempo hizo la jugada del partido: recibió en campo contrario un balón desesperado que alguien, seguramente con los ojos cerrados, había despejado desde el área anconesa; controló con el pecho, burló con la cintura a su marcador y al portero contrario y cuando se dirigía hacia la portería chocó con un defensa y cayó. Era penalti y expulsión del defensa de la Reggina, como último obstáculo entre el delantero y el gol. El árbitro corrió hacia Ganz, en el suelo, y le mostró una tarjeta amarilla por simular. Era la segunda y el pobre Maurizio tuvo que marcharse al vestuario. El Ancona empató. A estas alturas de la temporada no ha ganado ni una sola vez. Sus siete puntos proceden de siete empates. Ganz ha jugado en la Sampdoria, el Monza, el Inter, el Milan, el Atalanta, el Brescia, el Parma, el Venezia y la Fiorentina. En este último club vivió el desastre de la quiebra, la liquidación y el descenso a Tercera, y escapó hacia el Ancona. “Quiero jugar, divertirme, ganar y ser feliz”, explicó en el momento del traspaso, verano de 2002. Qué vista. El Ancona estaba en Segunda y el año pasado ascendió por los pelos, como cuarto clasificado. Este año transita por el limbo de un largo retorno a Segunda y todo el mundo le pasa por encima. Ganz, que lleva 18 años en el calcio profesional y le ha visto el brillo y las miserias, debería escribir un libro. Cuando debutó, el Milan no era aún de Berlusconi, no existía la televisión de pago y la fuerza de un club se medía por el número de socios. Después de acumular una deuda global de 2.000 millones de euros, 1.500 de ellos en los últimos siete años, la Primera División italiana sigue siendo cosa de los cinco con más simpatizantes: Juventus, Milan, Inter, Roma y Lazio. El Parma, que tuvo una época dorada gracias al dinero fraudulento de Parmalat, parece condenado a regresar a la oscuridad. Lo mismo podría ocurrir con la Lazio, que se beneficiaba de los manejos financieros de Sergio Cragnotti, recién internado en prisión. La Roma y su dueño, Francesco Sensi, con una deuda total de 648 millones de euros (más de 100.000 millones de pesetas), sueñan con que un archimillonario ruso evite el desastre. El Inter tiene la Pirelli y los petrodólares de Moratti detrás, pero no hace gran cosa. Jugar, juegan el Milan, el Roma y la Juve, Esta última con más rabia que talento. Sólo Milan, Roma y Juventus saldrían como favoritos en un teórico encuentro con un equipo mediano español. Tanto gasto para esto. El baile de los millones aburre. Seguramente lo más futbolístico que se vio ayer en Italia fue la gran jugada infeliz de un tipo de 35 años en un equipo que no ha ganado ni un partido.

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20.

EL RECUERDO DE DANTE (15-3-2004)

Dante Chirichini se dio a conocer el 20 de noviembre de 1960 en el viejo estadio Olímpico, recién concluido un encuentro entre el Roma y el Padua. Chirichini, un hombre muy bajito, panzudo y de piernas frágiles, saltó al terreno, ya vacío, con una gran bandera romana y dio la vuelta al mismo saludando y disfrutando de la atención. En aquella época, un tifoso era exactamente eso, un tipo pirado por su equipo, con ganas de juerga y sin ánimo de bronca. Desde aquel día, Chirichini, barrendero de profesión, se convirtió en la mascota de la grada romanista. Era objeto de mil burlas y, a la vez, de un especial respeto. Con los años, su presencia se hizo imprescindible. Llegaba exactamente un cuarto de hora antes del partido a bordo de un Vespino desvencijado y, de inmediato, corría la voz en la curva sur: "Dante ya está aquí". Hasta aquel momento nadie gritaba ni alzaba las pancartas. Había que esperar a que Chirichini, endomingado a su manera con camiseta grana, bufanda y sombrero en mano, llegara a su puesto y alzara el brazo en un gesto papal que hacía enmudecer el estadio. El escritor Angelo Bocconetti recuerda un ejemplo de la liturgia. Chirichini se alzaba en toda su breve estatura y gritaba: "Hoy es un día bellísimo...", la grada lanzaba un alarido; "ésta es la señal...", otro aullido colectivo, "...de que el Roma...", instante de clamor, "...¡vencerá!" Y surgían las pancartas y los cánticos. En los desplazamientos, a los que acudía invitado por unos o por otros, Dante añadía al discurso un florido elogio a la belleza, la hospitalidad y el alto nivel cultural de la ciudad que recibía a su equipo. Se apasionaba tanto con el fútbol que se desmayaba en los momentos cruciales. Luego, llegaron décadas de violencia, de convulsión y muertes en los estadios. El barrendero Chirichini siguió acudiendo a la grada en el nuevo estadio Olímpico, pero perdió gradualmente su autoridad simbólica. En los últimos años pocos hacían caso de aquel anciano bajito que gritaba y se desmayaba. Hasta que enfermó y se le perdió la pista. Nadie se enteró de su muerte, el año pasado. Su funeral fue íntimo: la familia y unos pocos amigos. Existe, sin embargo, la memoria colectiva. Un día, en un partido europeo contra el Boavista, alguien desplegó una pancarta que decía: "Atentos, chavales: Dante os observa". Los mayores tuvieron que explicar a los jóvenes quién era ese Dante y el recuerdo revivió. Unas jornadas después, un grupo de seguidores localizó el último Vespino desvencijado de Chirichini y antes de un Roma-Reggina lo introdujo en el campo. El capitán de Roma, Francesco Totti, se acercó a él, dejó una rosa sobre el sillín y lanzó un beso al cielo. El Reggina y el Roma empataron ayer sin goles en un partido triste. Dante, y otros como él, faltaban más que nunca.

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21.

EL GRAN MILAN (22-3-2004)

Hay que ir haciéndose a la idea. Este scudetto es del Milan. O sea, de Silvio Berlusconi. ¿Qué nos contará esta vez el pluripresidente? La voz que no calla ya nos ha dicho que hace todas las alineaciones de su equipo desde 1986, que sabe de fútbol más que nadie y que (¿de dónde sacará esa fantasía?) fue un gran delantero centro. ¿Cuántas medallas se colgará a final de temporada? ¿Batirá su propia marca de permanencia frente a las cámaras de televisión? ¿Descubriremos que inventó el balón? Más vale prepararse, porque este Milan casi resiste la comparación con aquella cosa tremenda de Van Basten, Gullit, Baresi, Rijkaard y compañía. En ciertas cosas, es mejor. El técnico, por ejemplo, no es Arrigo Sacchi, aquel pelota que hablaba del dottore para referirse a Berlusconi, que acuñó muchas de las memeces del vocabulario balompédico contemporáneo (“atacar espacios” por avanzar, etcétera), que ninguneaba a los Di Stefano y Pelé como “buenos para su época” y que demostró ser capaz de bastante poco cuando dejó San Siro. El actual entrenador, Carlo Ancelotti, prefiere mencionar lo menos posible a Berlusconi y no atormenta a su plantilla con discursos sobre la humildad y la intensidad, como hacía Sacchi; en lugar de eso, les sirve grandes platos de pasta tras los partidos nocturnos. Entre un rollo new age y unos macarrones a la puttanesca, no hay color. Ancelotti dispone de un personal extraordinario. Hay que reconocer que Berlusconi sabe comprar: ya lo demostró haciéndose dueño de media Italia. Nesta era un valor seguro en la Lazio y resultaba una opción fácil, pero Kaká, no. Era sólo una promesa brasileña. Y Shevchenko, en su momento, tampoco era el tipo más cotizado del planeta. El mérito de Ancelotti se percibe en los jugadores más económicos: Pirlo era un interior correcto y, gracias a un programa específico de preparación y musculación, se ha convertido en un medio centro sensacional; decir “Gattuso y balón” es como decir “Hitler y Polonia”, pero en todos los equipos hace falta un perro de presa y a éste no se le escapa ninguna. Con todo esto en las manos, Ancelotti es de los que hablan poco y enredan lo menos posible; esa es, con el desparpajo de Kaká, una de las claves de la alegría del juego milanista. ¿Y si encima ganaran la Champions? De momento, se puede confiar en una hombrada del Depor. Ojalá. Berlusconi ya ha dicho, cómo no, que espera una final Milan-Real Madrid y un segundo título europeo consecutivo para los suyos. ¿Se lo imaginan? No, si no están en Italia no lo entienden. O quizá sí: imaginen que José María Aznar es presidente de por vida, que es el hombre más rico de España, que es dueño del Madrid y que todas las televisiones emiten, cada día, una antología de sus mejores chistes. Crudo, ¿no? Pues eso.

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22.

RENACERÁN LAS ILUSIONES (29-3-2004)

Algunas cosas valen aún la pena. El talento alegre de Kaká, por ejemplo. O la increíble longevidad deportiva de Roberto Baggio, que, con 37 años, sigue fabricando goles hermosos. O el espíritu de los jugadores del Lazio, que no se rinden pese a ignorar dónde estarán dentro de unos meses. O el recuerdo de aquel Roma que durante algún tiempo hizo un fútbol de embeleso. Hay que buscar motivos para amar el Calcio porque lo que pide el estómago es olvidarse del estadio, dejar la prensa deportiva en el quiosco y encender la televisión sólo en casos de emergencia. El aficionado italiano vive tiempos de asco, estupor y melancolía. El asco lo causan los ultras, con sus chantajes, sus amenazas y sus negocietes sucios. Y algunos directivos, con su devoción por derrochar el dinero ajeno cuando se les acaba el propio. Los fiscales sospechan que el ex presidente del Lazio, Sergio Cragnotti, lanzó de forma fraudulenta una emisión de bonos de su empresa, Cirio, para pagar primas de futbolistas; si eso resulta cierto, miles de pequeños ahorradores perdieron su dinero para que un puñado de millonarios pudiera cambiar de ferrari. El aficionado, a veces, siente también un secreto asco de sí mismo: ¿por qué ha cerrado los ojos durante tantos años?, ¿por qué pide más y más fichajes estelares sin pensar en quién los pagará? El estupor es producido por la constatación de que, en efecto, se ha llegado a esto: a una deuda astronómica, a un fraude sistemático, a una colección de banquillos que cuestan oro y valen plomo, a una ultraderecha que no necesita presentarse a las elecciones porque ya manda en los estadios. Luego, se derrama la melancolía de las despedidas inminentes. ¿Huirá Totti a la galaxia de Florentino? ¿Quién se quedará con la poesía de Cassano, el despliegue de Emerson, la autoridad de Samuel? ¿Qué será del Roma y el Lazio? ¿Dónde acabará el Parma? ¿Ha llegado el punto y final del Nápoles? Muchos sueños se romperán las próximas semanas. Hace falta depurar y sanear a fondo, aunque sea a costa de limitar la competición y retornar al diálogo interminable entre el Milan y la Juve con el Inter como espectador doliente. El Milan perdía ayer por 0-2 y empató en el séptimo minuto del descuento; quizá esas cosas signifiquen algo. Pero llegará el verano y renacerán las ilusiones más disparatadas. Porque hay enfermedades que no tienen remedio. Y porque algunas cosas valen aún la pena.

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23.

LA “TÁCTICA DAUCIK” (5-4-2004)

Las cosas no van bien en Italia. La economía se estanca, los precios aumentan, hay bronca por Irak, el terrorismo da miedo y el fútbol va a la ruina. La clase política dedica la jornada laboral a tirarse los trastos a la cabeza. La cosa es tan seria que el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, ha tenido que efectuar esta semana una declaración tranquilizadora: “Yo nunca he dejado de estar de acuerdo conmigo mismo”. ¡Ufff, menos mal! Pero no basta. Hacen falta soluciones profundas. E Italia, país imaginativo y fértil, parece dispuesta a recurrir a una fórmula revolucionaria y procedente de los anales balompédicos: la llamada táctica Daucik. No muchos recordarán a Fernando Daucik, un técnico checo que llegó al fútbol español a principios de los años 50 y que, a lo largo de dos decenios, entrenó a muchísimos clubes. El hombre conocía su oficio y ganó títulos. Pasó a la historia, sin embargo, por sus innovaciones de pizarra, ocasionalmente excéntricas. Con el Barcelona decidió inventar la táctica del fuera de juego en un partido contra el Espanyol, el 15 de abril de 1951: los azulgrana perdieron por 6-0. Con el Madrid colocó a un defensa, Etura, como delantero centro nada menos que en Old Trafford: los blancos perdieron por 3-0. En una final europea, el 2 de julio de 1952, los jugadores barcelonistas optaron por borrar la pizarra de Daucik: ganaron, claro. Hoy en día, se conoce como táctica Daucik el rasgo de genialidad técnica por el que todos los futbolistas intercambian sus funciones sobre el campo y… a ver qué pasa. En eso está Italia. Los entrenadores han empezado a encargarse de la política. Óigase, por ejemplo, a Fabio Capello, el del Roma: “Creo que hay una lucha intestina en cierto partido en el que falta el jefe y todos se mueven para ganar espacio; Roma les proporciona una gran visibilidad”. Capello habla de la Liga Norte, el partido federalista, pero no se le entiende nada: puro clasicismo político. Al entrenador del Lazio, Roberto Mancini, le va más el lenguaje regeneracionista: “Hay demasiada demagogia en los juicios, un moralismo excesivo y fuera de lugar”. ¿Y qué hacen los políticos? Ocuparse del calcio, por supuesto. Massimo d’Alema, el presidente de los Demócratas de Izquierda (ex comunistas), segundo partido del país, opina: “Son intolerables las manifestaciones de hostilidad por parte de miembros del Gobierno contra los equipos romanos”. En esto, como en otras cosas, tiene ventaja Berlusconi, que lleva años inspirándose en Daucik y lo mismo hace las alineaciones del Milan (dice) que preside el Gobierno. Il Cavaliere llega a la síntesis total: “El

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Milan sigue venciendo y divirtiendo; yo, ahora, tengo intención de hacer que mi Gobierno venza y os divierta a todos�. Mamma mia!

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24.

EL DÍA EN QUE GANÓ EL ANCONA (12-4-2004)

Ésta es una alineación poco memorable: Marco; Bolic, Esposito, Sogliano; Goretti, Luis Helguera [hermano del madridista Iván], Andersson, Rapaic; Bucchi y Pandev. Y, sin embargo, habrá quien la recuerde toda la vida. Se trata del Ancona que el sábado derrotó al Bolonia, 3-2, en su primera victoria de la temporada. El Ancona estaba ya matemáticamente descendido tras un curso atroz: cambio casi completo de la plantilla en Navidad, fracasos encadenados, deudas y bilis. Eran 28 jornadas sin ganar. Si hubiera perdido de nuevo, habría batido la histórica marca del Varese: 28 naufragios consecutivos en la temporada 1971-1972. En Ancona no debían de ser pocos los que deseaban, con perversa fruición, el morrazo definitivo, que habría permitido desplazar al Varese y ocupar en solitario la cúspide del desastre futbolístico. No ocurrió. Ese equipo, el de Marcon, Bolic, etcétera, ganó a un rival sólido como el Bolonia. Una emoción fugaz, una de esas jornadas malditas en que un niño sufre la experiencia más inexplicable y sale del estadio transfigurado, con el alma tatuada para siempre con unos colores determinados. El rojo y el blanco del Ancona, esta vez. Las cosas ocurren así. El gran Manchester United de hoy, la sociedad riquísima y hegemónica del norte de Inglaterra, nació una tarde de 1993 en que al fin, tras veintiséis años de sequía, los diablos rojos reconquistaron la Liga. Nadie que estuviera ese día en las gradas de Old Trafford podrá olvidarlo. Las frases de la liturgia, transcritas en negro sobre blanco, suenan banales. “Oh, ah, Cantona”, miles de veces. Y una canción, We are the Champions, esa pequeña tontería, gritada por miles de gargantas estranguladas por el llanto. El Ancona, por supuesto, no es el Manchester. Carece de su pasado y, me temo, de su futuro. Pero no hablamos de eso. El caso es que la memoria sentimental se forja en el dolor, aunque cristalice en un segundo de gloria. Quienes sufrieron los años grises en que Riazor no soñaba siquiera con la Primera saben realmente lo que valió esa noche mágica en que el Depor destrozó al Milan (y, de paso, llenó de gozo a millones de italianos que sosportan mal la megamacrocosa de Berlusconi). Y el aguijonazo de aquel gol imposible de Schwarzenbeck, que retorna de vez en cuando como un mal crónico a los riñones del Atlético, tiñó quizá más los corazones de rojiblanco que el doblete de Antic, Pantic y Kiko. Desconozco el laberinto espiritual de un seguidor del Madrid, del Milan, del Bayern o de la Juve. No sé cómo se funciona a esos niveles, no sé si sus semanas de pasión son como otras. Tiendo a suponer que no. Imagino que el triunfo sólo les proporciona el alivio del pronóstico cumplido y que el fracaso les genera menos dolor que estupefacción. Que me perdonen. Creo que son más hermosas las victorias de los vencidos.

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25. UN “FANTASISTA”, NUEVE “AGONISTAS” Y EL PORTERO (194-2004) Las cosas existen antes que las palabras. Hubo un momento, supongo, en que el fútbol se jugaba sin que se hubiera inventado aún la terminología del oficio. Esa debió ser una época feliz. Porque las palabras pesan sobre las personas, y en el fútbol, a veces, son de plomo. Tomemos un vocablo terrible, como carrilero. ¿Con qué ánimo vive quien lo lleva sobre la espalda? Los niños, cuando dan patadas al balón contra un muro, sueñan con ser tal o cual, Zidane o Ronaldinho, o con ser un gran delantero centro; yo aún no he conocido ninguno que sueñe con ser carrilero. Esa palabra mancha, desprestigia una de las suertes más hermosas del juego, la carrera por el exterior, convirtiéndola en una especie de función industrial, de oficio rutinario y sin magia. Otras palabras son dulcemente engañosas. Líbero, por ejemplo. Lo de hombre libre suena muy bien, pero sólo sirve para enmascarar la decisión de meter en la cueva a un defensa más, cuando todas las posiciones justificables y razonables están ya ocupadas. La digresión viene a cuento de dos términos que lastran el calcio. Como casi toda la jerga creada por los italianos (menos lo de catenaccio, o cerrojo, que suena mal y resulta aún peor en la práctica), son dos términos eufónicos: Agonismo y fantasista. Escuchen una retransmisión italiana, o participen el lunes en una charla de café, y comprobarán que el calcio de hoy gira en torno a esas dos palabras, expresivas y venenosas. Un inciso: yo no creo que el calcio esté en crisis. Está en la ruina económica, está agobiado por la presión de la prensa y de la gente, está presionado (como en todas partes) porque el gol cuesta cada vez más millones, pero el juego tiene el interés de siempre. En realidad, este año se ve mejor fútbol en Italia que el año pasado, aunque entonces la Juve y el Milan disputaran la final de la Champions (con toda la mezquindad de que fueron capaces) y este año hayan sido ya eliminados todos los equipos italianos. Estas cosas van como van, y está muy bien que no ganen siempre los mismos. Lo del agonismo y el fantasista, sin embargo, revela que hay en el calcio un problema básico, de enfoque, de percepción. El agonismo define la lucha, la resistencia, la presión, pero tiñe de oscuro esas funciones vitales para el colectivo. ¿Cómo puede tener matices positivos algo llamado agonismo? Desde el momento mismo en que se utiliza, convierte en fatiga, dolor y tedio mortal lo que debería ser vibrante y vivo. Aún peor, quizá, lo del fantasista, que normalmente carece de plural. Según las convenciones que rigen hoy en el calcio, cada equipo debe tener un fantasista, es decir, un trescuartista o un mediapunta al que, con gran crueldad semántica, se atribuye en exclusiva la capacidad de inventar; los demás, de forma implícita, quedan condenados al agonismo. Ancelotti, que no tiene mala plantilla en el Milan, genera titulares recelosos cuando alinea a la vez a dos fantasistas como Kaká y Rui Costa; en cambio, a todo el mundo le parece bien que juegue siempre Gattuso, estrella del agonismo. (Hablando de fantasismos: el que suscribe realizó dos semanas atrás el prodigio de convertir, con una palabra errónea, al Bilbao en el Madrid; le puso al rojiblanco Atura una camiseta blanca y metió a Fernando Daucik en el banquillo de Chamartín. Se pide perdón).

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26. ROBERTO BAGGIO 2004)

PIDE UNA ÚLTIMA OPORTUNIDAD

(26-4-

¿Quién apostaba por Muhammad Ali? Era impensable que el viejo loco de Louisville derrotara en Kinshasa a un George Foreman mucho más joven y mucho más fuerte. Pero venció Ali, en un combate inolvidable. ¿Y la Dinamarca de 1992? Repescada a última hora para el Europeo de Suecia porque la guerra forzaba la ausencia yugoslava, llena de veteranos en supuesto declive, hizo un fútbol excelente y ganó. En Italia, ahora, hay otro aspirante a lo imposible: Roberto Baggio, de 37 años, quiere jugar con la selección el próximo Europeo. Está salvando al Brescia del descenso, marca goles (ayer otro, de falta), juega 90 minutos sin problemas y sigue siendo, Totti aparte, el italiano que mejor imagina el juego y mejor sabe tratar un balón. ¿Y si Baggio fuera a Portugal? Uno se pregunta por qué no. Aunque uno no es Giovanni Trapattoni. El seleccionador cree en los milagros o, al menos, en la protección divina, y derrama un poco de agua bendita sobre el césped antes de cada encuentro. Pero ahí termina su fe en lo intangible. En materia de calcio, se aferra a la tradición nacional de poner un candado en la portería, media Juve repartida por ahí y a Vieri en el área contraria, en busca de un rebote. La hipótesis Baggio le provoca dolor de estómago. A Trapattoni le da dolor de estómago pensar en este tipo extraño, hipersensible y budista. Trapattoni creía que el asunto del futbolista puñeteramente inmortal había quedado resuelto dos años atrás, en Japón-Corea. Robi Baggio renqueaba medio lesionado por entonces, Totti ocupaba su puesto y no hubo que discutir mucho sobre su ausencia. Tenía ya 35 años y resultaba inconcebible que ese tipo tan extraño, hipersensible, budista, solitario, fanático de la caza, siguiera trotando cuando llegaran nuevas ocasiones solemnes. Y, sin embargo, sigue. Baggio anunció hace un par de semanas que dejaría el fútbol profesional cuando concluyera la presente temporada. Trapattoni consideró que no tenía otra opción que convocar a Robi para el amistoso de esta semana contra España, especificando que se trataba de algo honorífico, de ofrecer al ilustre futbolista una enésima ocasión de despedirse y cerrar el enojoso expediente. El problema es que Baggio no se deja. Recuerda que ha participado en tres Mundiales y en los tres ha sido eliminado sin perder un solo partido; recuerda el penalti que falló el 17 de julio de 1994 y que dio a Brasil su cuarto campeonato mundial; recuerda que a su Balón de Oro de 1993 le falta el acompañamiento de un título con la selección. Y se empeña en pedir una oportunidad. Lo mejor que le podría pasar al fútbol (y lo peor, seguramente, para Trapattoni) sería que Roberto Baggio hiciera un partidazo en Génova. Lo más probable es que su actuación resulte discreta. Lo más probable es que Trapattoni no se vea en el apuro de llevarle a Portugal. Lo más probable es que Baggio no disfrute el 4 de julio, en la final de Lisboa, de un momento de gloria. Pero también era probable que el Madrid, el Milan y el Arsenal hicieran algo en la Champions. No era probable, en cambio, que Roberto Baggio siguiera dando guerra a estas alturas. Y aquí está.

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27.

GADDAFI, UN MAL CHISTE PARA LA JUVE (3-5-2004)

Por mal que estén las cosas, pueden empeorar. Véase el caso de la Juve, la Vieja Señora, la sociedad futbolística más prestigiosa del calcio. Eliminada de la Champions y relegada a un triste tercer puesto en la Liga, a 16 puntos de un Milan que se ha llevado el scudetto por anticipado, estaba dispuesta a cerrar la temporada, empaquetarla y tirarla al río, sin esperar siquiera a la final de Copa. ¿Qué más les podia pasar? El entrenador, Marcello Lippi, arrojó la toalla y anunció que dejaba el banquillo. Los propietarios, los Agnelli de la Fiat, con la empresa automovilística patas arriba, hicieron saber que no estaban para grandes gastos y que más valía no soñar con refuerzos estelares. Del Piero, que cuando renovó de por vida pagó en la prensa un anuncio en el que proclamaba que “un caballero no abandona nunca a una Señora”, resultó un novio bastante canalla: lo suyo con la Juve parece más un braguetazo que un matrimonio de amor y desde que se aseguró el futuro no da golpe. Quién lo iba a decir, un chico tan formal, después de tantos años de noviazgo. ¿Y Nedved, desaparecido desde el Balón de Oro? En fin. Tras una temporada asistiendo a las evoluciones de Legrotaigle, uno que se coló en el equipo haciéndose pasar por defensa central, la afición juventina ya se sentía curada de espantos. Se había agotado el catálogo de las desgracias. Eso creían. Pero faltaba lo de ayer. El Perugia, un equipo casi descendido, se permitió ganarles con un gol de Ravanelli, un galán maduro de 35 años que lloró de emoción. Y entonces llegó el golpe de gracia. A un cuarto de hora del final debutó en la Serie A italiana, con 31 años, Saadi Gaddafi, el hijo del coronel, el único futbolista que ha cumplido sanción por dopaje sin jugar un solo minuto, el hombre que ha cambiado las reglas del negocio futbolístico: a Gaddafi no le fichan, él es quien compra el club. La Juve perdió contra un equipo en el que se alineaba Gaddafi, antiguo miembro de su consejo de administración, ex accionista de la sociedad, socio privilegiado de los Agnelli, futbolista de chiste. Ahora sí. La Juve ha colmado, sin duda, el vaso de las desgracias.

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28.

DOS BRASILEÑOS FELICES (10-5-2004)

Uno es grácil y veloz. El otro es enorme y poderoso. Los dos tienen 22 años y los dos juegan con una sonrisa, como si estuvieran entre amigos. Kaká y Adriano, las dos jóvenes joyas brasileñas del calcio, parecen emanar felicidad. Quizá es coincidencia. Quizá el buen rollo es común entre los de su generación: ahí está el caso de Ronaldinho. Quizá les divierte subvertir las leyes secretas del futbol italiano, tan entregado a la concentración, el forcejeo y el cálculo infinitesimal, y ríen porque les hacen gracia esos señores tan serios que intentan robarles el balón. Puede que sea eso. Kaká, el milanista, es mejor futbolista que Adriano. En realidad, Kaká es mejor que casi todos. Da un poco de vértigo pensar en lo que puede llegar a ser. En su primera temporada en el Milan -un club lleno de zidanes y con muy poquitos pavones, donde para entrar en el equipo hay que desplazar a un Rui Costaha ganado la titularidad, la condición de indiscutible, la categoría de preferido por el público y el scudetto. Todo esto, en unos meses. Con 22 años. Uno le ve tocar el balon y no sabe si embelesarse o sufrir. Evoca a aquel Ronaldo imparable que vistió de azulgrana, aquel extraterrestre al que un día u otro habían de cazar. O al Schuster de 1980, aquel que murió en San Mamés para resucitar, como Ronaldo, más grueso, más racional, más prudente. Peor. ¿Y si le tronchan la pierna? ¿Y si no volviéramos a disfrutarlo? Uno sufre. Que no lo toquen, por favor. Adriano es otra cosa. Es uno de esos gigantes bondadosos que salta a rematar con tres defensas encaramados en el hombro y pide disculpas si, al caer, despeina a uno de ellos. Un tipo paciente, sin el brillo y la facilidad de Kaká. Llegó al Inter en 2001, el Inter le hizo jugar un ratito y, con su celebrado ojo clínico para el talento -no hay que olvidarlo nunca: el Inter es el club que echó a Roberto Carlos-, lo cedió al Parma. En Navidad lo repescó, pagando una fortuna por ello -otra de las virtudes del Inter, derramar el dinero-, y le puso a competir por el puesto de ariete con Vieri, la vaca más sagrada en el prado de San Siro. Un asunto complicado. Ayer, Inter y Parma se disputaban el cuarto puesto, la ultima plaza para la Champions. Era un enfrentamiento directo en la penúltima jornada, la hora de la verdad. Vieri salió como titular y Adriano se quedó en el banquillo. En la segunda parte, Zaccheroni tuvo que hacer lo que había prometido que no haría, juntar a dos delanteros tan parecidos que resultan teóricamente incompatibles, y dio entrada a Adriano. Fue la solución. Adriano marcó de falta. Luego, apesadumbrado, repartió abrazos entre sus antiguos compañeros del Parma. Cesare Prandelli, el entrenador del Parma, fue un caballero. “Éste era nuestro”, dijo casi con orgullo. Luego, se acercó a felicitar a Adriano. Con una sonrisa. Como si el calcio se jugara entre amigos. Como si fuera un joven futbolista brasileño.

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29.

EL MILAN O ‘LA JUVE’ (13-9-2004)

¿Quién será el campeón de la recién comenzada Liga italiana? Un entrenador que abandona para cuidar a su mujer enferma, una baja como la de Emerson, un equipo joven (y con Totti) que juega al ataque: el corazón dice que el Roma. Una plantilla poderosa, un Berlusconi, un jefe como Maldini, un refuerzo como Stam, un Kaká y un Shevchenko: la cabeza dice que el Milan. Un historial solemne, un déspota como Capello, un Emerson y un Ibrahimovich, una Fiat detrás: el estómago dice que el Juventus. ¿Y el Inter? El Inter es el campeón de todas las pretemporadas. Tiene al bello Mancini en el banquillo, a Adriano en punta y al bondadoso y neurótico Moratti en la propiedad. También tiene 25 años de hambre de scudetto. Y tiene a Vieri, un gigante con las piernas de cristal y la cabeza de trapo que el jueves se presentó en un restaurante con su Porsche de 100.000 euros, vio a un tipo en la puerta y le dio las llaves para que se lo aparcara. Obviamente, del Porsche nunca más se supo. Considerando éste y otros detalles, un servidor, interista sin remedio, teme que, este año, tampoco. Algunos románticos confían en un milagro del Fiorentina, que regresa a la Primera División tras un penoso calvario por las categorías regionales. Otros prefieren mirar hacia la Segunda, en la que el Torino, el amado toro de los puristas turineses, que nunca aceptarán el arribismo juventino, se apresta a recuperar la categoría que le pertenece por estirpe. Otros, en fin, se asoman desolados al pozo de la Tercera, en el que se ha hundido un Nápoles en quiebra. Pero éstos son asuntos sentimentales, ajenos al cálculo y a la razón. La temporada del calcio arranca con los favoritos de siempre, con las sorpresas de siempre (la del Livorno en San Siro, por ejemplo) y, como siempre, con la inexplicable condición nacional de que los ojos del mundo miran con envidia al fútbol italiano. Uno, a estas alturas, disfruta con la magia, pero cree en los hombres. Casi nunca gana el equipo que mejor juega al fútbol. Casi siempre ganan el carácter, la inteligencia y la voluntad. Totti hace con el balón cosas que otros ni siquiera imaginan. Gattuso trata el balón como una simple excusa, un instrumento para un fin, que es la victoria. Entre el romanista Totti y el milanista Gattuso, el fútbol se queda con el primero y el scudetto con el segundo. El Milan tiene tres voluntades férreas: la de Gattuso, la de Maldini y la de Stam. La Juventus tiene dos, la de Emerson y la de Nedved, más otra en el banquillo, la de Capello. La voluntad de otros equipos es a menos. El campeón, pues, será el Milan o será la Juve. Ojalá no.

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30.

EL MOMENTO DE ADRIANO (20-9-2004)

Quien no vio a Bernd Schuster en el Europeo de 1980, no vio jugar al auténtico Schuster. Quien conoció a Franz Beckenbauer en los años 70, descubrió a un gran directivo que se alineaba como defensa libre en el Bayern y la selección alemana, pero se perdió al maravilloso centrocampista que fue antes. A Ronaldo hubo que verle en el Barcelona; a Cruyff, en el Ajax. Y a Adriano Leite Ribeiro, 22 años, hay que verle ahora mismo. Adriano es un prodigio. Tanto músculo (1,89 de estatura, 91 kilos) no puede moverse con tanta soltura, ni puede tocar el balón (calza un 46) con tanta delicadeza, ni puede colarse como se cuela por los rincones del área. Sobre todo, esa montaña de músculo contra la que, como dice su compañero Toldo, “los contrarios rebotan”, no puede ser eternamente indestructible: si un día se rompe, se desmoronará en un chasquido de tendones y ligamentos y, aunque se cure, no volverá a ser lo mismo. El año pasado, el fenómeno del calcio fue el milanista Kaká, un mediapunta delicioso, también brasileño, que esta temporada está arrancando con dificultades. Este año no hay otro rey que Adriano. En verano, siete goles, máximo goleador y mejor jugador de la Copa América. Con el Inter ha marcado siete tantos en los cinco partidos oficiales disputados hasta ahora, ha anotado siempre y ha sido siempre el mejor del equipo. Roman Abramovich, el multimillonario dueño del Chelsea, ofreció al parecer 84 millones de dólares para llevárselo, pero ni el Inter ni él mismo estuvieron por la labor. Adriano, como Ronaldo, es hijo de las favelas. Y no ha perdido la modestia. Afirma que el propietario del Inter, Massimo Moratti, le sacó de la chabola (exagera: ya jugaba en el Flamengo y tenía un sueldo decente en 2001, cuando Moratti pagó por él 8,4 millones de dólares) y que nunca le traicionará. En fin, ya veremos. El caso es que Adriano no ha adoptado todavía las maneras de los divos, pese a acudir cada día al vestuario interista, que, junto al del Real Madrid, es probablemente una de las mejores escuelas del mundo en la materia, y se comporta como una fuerza benigna. Ayuda a los compañeros, no se queja, no protesta las decisiones de los árbitros, se lleva bien con Vieri (eso es, seguramente, lo más difícil) y da las gracias por todo. Cuando murió su padre, unas semanas atrás, viajó a Brasil, acudió al entierro, estuvo un par de días con la familia, regresó a Milán y, tras una noche en blanco, saltó al césped y marcó. Para Zaccheroni, técnico del Inter la pasada temporada, Adriano “es menos dinámico que el mejor Ronaldo, pero es mejor que el mejor Ronaldo”. Adriano Galliani, la mano derecha de Silvio Berlusconi, ya ha dicho que su “ilusión” es alinearle en el Milan junto a Andy Shevchenko. La prensa italiana le ensalza cotidianamente. Antes de que todo esto le pese en los pies, en la cabeza y en el bolsillo, hay que verle jugar. Ahora.

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31.

LA ESENCIA DE LA ROMANIDAD (27-9-2004)

Stendhal, que era del norte, decía que los romanos eran católicos descreídos con un sentido innato de la propia impunidad, mentirosos y fascinantes, tenaces en la pereza, orgullosos y carentes de dignidad, amantes de la elegancia, las cuchilladas, el oro y la sangre. A Stendhal, pese a ser del norte y pese a decir esas cosas, le gustaban los romanos. Y apreciaba el peculiar amor a la vida de una gente que, por obvias razones históricas, estaba de vuelta de todo. La plantilla del Roma parece encarnar, actualmente, la esencia de la romanidad. La gente que bajo la tiranía de Fabio Capello dobló la cabeza y, pese a alguna que otra correría, trabajó, ganó un scudetto en 2001 y peleó con brillantez por el título la pasada temporada, se ha comido a Rudi Voeller en 25 días. “Esperaban que diera un puñetazo sobre la mesa y, en cambio, busqué el diálogo”, decía ayer el pobre Voeller, que dimitió el sábado tras asistir a un espectáculo sórdido. La Roma perdió con el Bolonia, 3-1, pese a jugar con dos hombres más, o tres más si se cuenta, como parece justo, al árbitro. “Diálogo”. Pobre Rudi. Él sólo quería ayudar a su antiguo club en una emergencia. El ex entrenador de la selección alemana no es un Einstein del banquillo, pero tampoco se merece lo que ha hecho el Roma en este arranque de temporada. En el primer partido, Cassano se busca la expulsión agrediendo a un contrario. Dos días después, Cassano abandona el entrenamiento poniendo verde al mister. Ese mismo día, por la noche, Mexes es expulsado por pegar una patada cuando el balón rueda ya por Albacete. Un minuto más tarde, un espectador de tribuna le abre la cabeza al árbitro con una moneda. Totti, a todo esto, sigue comportándose como el niñato del escupitajo en Portugal y se dedica a polemizar a distancia con el traidor Capello, emigrado a Turín. La Roma, es cierto, tuvo una desgracia cuando la temporada estaba a punto de arrancar. El sustituto de Capello, Cesare Prandelli, abandonó para dedicarse a su mujer, enferma de cáncer. Ese gesto humanísimo, que honra a Prandelli, desmontó todo el programa de preparación, pero podía haber servido para unir al grupo humano. Otros vestuarios habrían apretado los dientes y habrían hecho lo posible por salvar una campaña de transición, a la espera de que Prandelli regresara. Pero en Trigoria, el cuartel general de la Roma, las cosas no funcionan de esta forma. ¿Que en el Madrid también pasan cosas desagradables? ¿Que Camacho tampoco ha durado nada? Vale. Pero en la plantilla blanca hay unos cuantos campeones del mundo y un puñado de campeones de Europa, varios jugadores han iniciado el declive y, en último extremo, se podría justificar un poco de apatía. La Roma es joven y no tiene gran cosa en la vitrina. Sí tiene en el corazón, para su desgracia, toda la complejidad romana. El partido de mañana será curioso. Depresivos contra pasotas. A ver quién gana.

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32.

PENAS CON GRANDEZA EN NÁPOLES (4-10-2004)

En Turín nadie sabía gran cosa de aquel tipo renegrido y cabezón que habían fichado los Agnelli. El Juventus de 1957 acababa de cerrar una temporada muy mediocre, con un noveno puesto, y el público exigía a la Fiat que reforzara el equipo. La sociedad automovilística de los Agnelli trajo a una estrella, John Charles, el gigantesco ariete galés llegado desde el Leeds United. Y a ese otro, argentino, a cuya presentación acudieron unos pocos. Esos pocos hicieron bien. El Cabezón salió al césped arrastrando los pies y con las medias caídas, vio las gradas semivacías, escuchó cuatro aplausos mal contados y decidió presentarse: se colocó el balón sobre el pie izquierdo y dio tres vueltas enteras al campo, corriendo y saludando, sin que el cuero tocara el suelo. Los diarios de Nápoles relataron la hazaña al día siguiente. Y desde ese día los napolitanos soñaron con tener para sí a ese genio irreverente y burlón que, como Garrincha, se paraba a esperar al contrario para hacerle otro túnel o para reírsele en la cara. Omar Enrique Sivori, El Cabezón, era un tipo difícil de soportar. Pero el Nápoles le esperó hasta 1965, cuando, ya con un Balón de Oro bajo el brazo y en declive, llegó por fin al sur. Hacía falta. Como hacía falta, 18 años después, Diego Armando Maradona, otro cabezón genial y teatrero, hecho a medida para la ciudad más histriónica de Italia, que es como decir del mundo. Nápoles ama el espectáculo, los gestos solemnes, la risa, la burla. Por eso amaba al grandilocuente naviero Acquille Lauro, alcalde de la ciudad y propietario del club en los 50, que pagó al Atalanta 105 millones de liras, una barbaridad, por el sueco Hasse Jeppson, quizá sólo para permitirse una broma y presentarle a los suyos como “O Banco e Napule”, “el Banco de Nápoles”. El Nápoles, quebrado y adquirido en liquidación judicial por el magnate cinematográfico Aurelio de Laurentiis (“vamos a demostrar que el Norte no es mejor que el Sur”, dijo), malvive hoy en la mitad de la tabla del grupo B de la Tercera División, con la amargura añadida de asistir a un renacimiento del fútbol sureño: Lecce, Palermo, Messina, Cagliari y Reggina, cinco clubes terroni en Primera, lo nunca visto en el calcio. Los gestos, sin embargo, siguen siendo grandiosos. Al partido de presentación en el estadio San Paolo, 50.000 personas acudieron para decir que estaban ahí pese a todo. De Laurentiis les correspondió a la napolitana. ¿Que ninguna televisión quería emitir en directo los encuentros de un club de Tercera? Vale. El productor de cine compró de una tacada los derechos de todos los clubes de Segunda, que sí se emiten, y con el paquete en la mano se fue a negociar con Sky, la televisión del magnate de los medios Rupert Murdoch. Desde el próximo miércoles, el Nápoles volverá a las pantallas. Más allá del gesto, la realidad es cruda. El Nápoles venció ayer, por fin, su primer encuentro de la temporada, un 1-2 agónico en el campo del Lanciano, abarrotado: más de 6.000 espectadores, un máximo histórico.

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33.

EL CASO DE CASSANO (11-10-2004)

Los italianos suelen ser aficionados a la dietrología, que consiste en la deducción de lo que puede haber detrás de los acontecimientos. Supongamos que Fulano se acerca a Mengano y le pega una patada en la espinilla: un dietrólogo piensa inmediatamente en lo que Fulano puede haber hecho antes a Mengano para provocar la acción, o más bien en lo que Fulano puede haber hecho a un personaje desconocido para que tal personaje haya impulsado a Mengano a patear a Fulano, y en los objetivos ocultos del personaje desconocido. La dietrología es muy complicada y siempre acaba descubriendo conspiraciones y organizaciones secretas, lo cual suena a absurdo en cualquier parte menos en Italia. Resulta difícil comprender el caso de Antonio Cassano sin recurrir a la dietrología. El pequeño genio del Roma ha acelerado el ritmo de las cassanatas -otro neologismo: dícese de las idioteces perpetradas por Cassano- hasta extremos insólitos: el jueves abandonó un entrenamiento porque un juvenil le pasó mal el balón y el domingo anterior jugó con fiebre y al ser sustituido, en el segundo tiempo, mandó a paseo al entrenador. Por primera vez, el Olímpico le silbó. El seleccionador, Marcello Lippi, tuvo que jurarle amor eterno y pedirle perdón por no convocarle para el encuentro con Eslovenia. Cassano puso mala cara y no dijo nada: se pelea con todos y no habla con nadie. No se comunica con la prensa desde abril. Lo curioso es que, mientras tanto, le hacen carantoñas desde Milán. Carlo Ancelotti, el técnico de la sociedad de Silvio Berlusconi, asegura que, en el Milan, “Cassano sería más feliz y resolvería sus problemas”. ¿Y qué dicen en el Inter? Palabras del técnico, Roberto Mancini: “Si pudiera pedirle un jugador al presidente, le pediría a Cassano”. Y en la discreta Juventus de Turín callan, o sea otorgan. ¿No será que Cassano quiere forzar la ruptura con el Roma? ¿No será que quiere hacer las maletas? Éste parece un caso de pura dietrología. O eso o es que Cassano está aún más loco de lo que pensábamos.

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34.

UNA FRASE INOPORTUNA DE LUCARELLI (18-10-2004)

El otro día, Cristiano Lucarelli, delantero del Livorno, se quejó de un mal arbitraje de una forma peculiar: “Nos quieren enviar a Segunda por cuestiones políticas”, dijo, “quieren que acabemos como el Empoli, el Módena, el Ancona y el Perugia porque nuestra afición es de izquierdas y enarbola retratos del Che Guevara”. Lo de Lucarelli fue un poco animal y el futbolista se disculpó de inmediato. Pero abrió un debate muy interesante, esquivado por la prensa (hablar de política y deporte es de mal gusto) e intensísimo en las radios deportivas y, sobre todo, en Internet. Los clubes italianos solían atribuirse, en otro tiempo, una identidad política. En Turín, el Juventus era de derechas y el Torino, de izquierdas. En Milán, el Milan se consideraba progresista y el Inter, conservador. En Roma, el Lazio atraía a la ultraderecha (Mussolini era tifoso) y el Roma, a los comunistas. El Bolonia y casi todos los toscanos, como el Livorno, tendían a la izquierda. Ascoli, Verona, Padua y Triestina eran percibidos como neofascistas. Las cosas, por supuesto, son mucho más complejas y en cada casa hay de todo. El propietario del Milan, Silvio Berlusconi, no tiene nada de izquierdista. El dueño del Inter, Massimo Moratti, es, en cambio, un magnate petrolero que simpatiza con el antiberlusconismo y el pacifismo, se empeña en numerosas causas sociales y proporciona equipamento deportivo a los indígenas de Chiapas. En cuanto a Lazio y Roma, sus aficionados más ruidosos compiten actualmente en ultraderechismo, quizá con una cabeza de ventaja de los laziales por su irreductible racismo, pero en el Estadio Olímpico caben todas las ideologías. La policía sigue creyendo en las identidades después de investigar a los grupos más violentos. Un informe del grupo policial que trabaja en los estadios establece que entre los 128 clubes de Primera, Segunda y Tercera hay 27 “orientados” a la derecha, 15 más o menos de izquierda y siete mixtos. Los demás son, según ese informe, “apolíticos”. La policía opina que Milan y Roma han virado a la derecha, que Lazio y Verona son “feudos de la ultraderecha” y que Ancona, Bolonia, Brescia, Génova y Livorno son “zona roja”. Todo eso debe ser más o menos cierto. Pero el fútbol es deporte sobre el césped, negocio en los despachos y fantasía en la grada. Y en los foros de Internet en los que se ha discutido la frase de Lucarelli ha quedado muy clara una cosa: los clubes están cargados de ideología, y ésta corresponde, siempre, a la de cada aficionado. Un tal Antonio aseguraba que su club, el Lazio, era “desde siempre la casa de los socialistas romanos”. ¿Y por qué no? Lo que sí puede darse por finiquitado es el antiguo filocomunismo del Milan. Silvio Berlusconi, que nunca se equivoca, rezó antes de la final Milan-Steaua de Bucarest, en 1989. Y explicó luego el sentido de la oración: “He rezado para que pierdan los comunistas”, dijo.

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35.

DESGRACIAS GRANA (25-10-2004)

El Torino no ha ganado ninguno de sus últimos cuatro partidos y lleva 273 minutos sin marcar. Después de cinco victorias consecutivas en el arranque del campeonato y cuando parecía tener casi al alcance de la mano el sueño del retorno a Primera, el viejo Toro atraviesa una fase triste. Pero esto no es nada. El club más desgraciado de todos los tiempos ha sufrido cosas muchísimo peores. La tifosería grana sabe encajar cualquier adversidad. ¿Qué otra sociedad futbolística tiene un santuario como el de Superga? Ahí está el monumento a los muertos de 1949, un maravilloso grupo de jugadores desaparecido en un instante. El avión que devolvía al gran Torino de un amistoso en Lisboa -en el que a punto estuvo de viajar Kubala, recién huido del Este y en tratos para fichar por la que era la mejor formación del planeta- se extravió en la niebla cuando iba a aterrizar y se estrelló contra el monte Superga. No hubo supervivientes. Y se abrió un hueco en el corazón de Turín que en parte ocupó la Juventus, el club de la Fiat. Mi amigo Lorenzo me recordó que hubo otro momento negro en la historia grana. Este mes se cumplen 37 años. Fue un 15 de octubre cuando voló Gigi Meroni, la mariposa grana. Pocos futbolistas fueron tan amados y criticados como Meroni, un tipo peculiar, irremediablemente libre. Quizá en su debut alguien recordó que el piloto del avión de Superga se llamaba también Meroni. Un Meroni rompió el alma del Toro y otro Meroni se la devolvió: con aquel tipo flaco en el extremo -le daba igual la derecha que la izquierda- los grana parecían destinados a recuperar la primacía turinesa. Gigi Meroni pertenecía a la categoría de los Garrincha y los Best. Era un genio loco que regateaba tres veces al mismo contrario si pensaba que ese engorro resultaba estéticamente apropiado para un juego que sólo entendía él; que sorteaba de forma humillante al contrario y luego se paraba a consolarle -el insigne Dino Zoff recuerda una de esas ocasiones-; que escandalizaba a la pacata Italia de la época dejándose barba, viviendo amancebado con una chica polaca y pintando cuadros de cierto mérito. Medio país le adoraba y el otro medio le detestaba. Muchos le culparon de la derrota contra Corea en el Mundial de Inglaterra 66 pese a que no jugó. La Gazzetta dello Sport desencadenó una furiosa campaña contra Meroni. Y, sin embargo, quienes le vieron jugar no le olvidan. El 15 de octubre de 1967, al concluir un partido, Gigi Meroni fue atropellado por un joven de 18 años, tifoso del Toro, que acababa de sacarse el carnet. Después de llorar a Meroni, cuyo féretro fue expuesto en el centro del estadio, la afición fue a animar al conductor, hundido en una depresión espantosa. Aquel muchacho que mató a una mariposa de 24 años se llamaba Attilio Romero y es hoy presidente del Torino. ¿Cómo podría parecerle grave una simple racha sin goles?

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36.

LENGUAS BRONCEADAS EN OTOÑO (1-11-2004)

Peppino Prisco, dirigente del Inter en los años 60, solía pedir paciencia en las derrotas recordando que el club fue fundado por un grupo de disidentes del Milan: “Calma”, decía; “pensad que nacimos de una costilla milanista. O sea, que hemos llegado hasta aquí pese a haber salido de lo más bajo”. Esta temporada haría falta un Prisco para explicar por qué pasa lo que pasa. El Inter tiene asegurado un gol por partido con Adriano. Con una garantía así, a la Juventus no se le escaparía ni un torneo. Al Inter, en cambio, se le escapa todo. Marca más que nadie, juega bastante bonito y no ha perdido un solo encuentro de la Liga y, sin embargo, es el quinto en la clasificación, a 12 puntos de la susodicha Juve y a siete del Milan. Los interistas reciben, entre otros muchos apodos, el de lenguas bronceadas porque se pasan julio y agosto hablando del campeonato que está al caer. Cada pretemporada es triunfal y la de este año lo fue más que ninguna. Tenían a Mancini, un entrenador bello, carismático y partidario del juego de ataque. Tenían a Adriano, a Martins, a Verón, a Stankovic y, aunque no sabían que tenían también a Cambiasso un gran redescubrimiento-, apostaban cenas y más cenas. Este scudetto estaba ya en el bote. El ritual se repite con exactitud desde 1989, cuando cayó el muro de Berlín, no había móviles ni Internet y el Inter ganó su último título de Liga, el que hacía el número 13. La pretemporada es eufórica, el fin de año es optimista y hacia abril o mayo llegan a San Siro los disgustos más tremendos. Que se olvidan en cuanto la lengua toma el sol de nuevo. Como en una pesadilla, ese ritual se concentra ahora en cada partido. El Inter empieza imparable, se adelanta en el marcador, adquiere una ventaja cómoda y se deja igualar en los últimos minutos. De nueve, ha ganado dos encuentros y empatado siete. En los chats negriazules se empieza a hablar de los fichajes necesarios para la próxima campaña. Es como si el metabolismo de los jugadores y los aficionados hubiera sufrido un acelerón y viviera en 90 minutos lo que antes se vivía en nueve meses. Todo resulta bastante inexplicable. Giovanni Trapattoni, en su época de entrenador del Inter, pedía, como Prisco, paciencia. Y lo hacía con alguna de sus frases incongruentes. Como aquella inmortal: “No pongamos el carro delante de los bueyes. Dejemos a los bueyes en su sitio, detrás del carro”. Es todo tan raro que el Inter, con su Adriano, su capacidad ofensiva y sus neuras, podría acabar haciendo algo importante en la Liga de Campeones.

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37.

LA HERENCIA DEL TRUENO (8-11-2004)

Gigi Riva acaba de cumplir 60 años. Rombo di Tuono, Estruendo de Trueno, el mejor futbolista italiano del último medio siglo, que jugó siempre en el Cagliari porque no le apetecía dejar su pobrísima Cerdeña natal para ser empleado de un equipo del norte rico, sigue siendo un tipo de una pieza: áspero, sarcástico y decente. Fuma tanto como cuando jugaba, o sea, mucho, y mantiene los mismos valores. A este hombre, las defensas contrarias le rompieron los dos peronés y sólo se le oyó un lamento: que en el hospital le quitarían los cigarrillos. El fútbol, ha dicho esta semana, es sólo un juego, un entretenimiento sin más importancia. Pero si te pagan por jugar eres un profesional del asunto y te dejas el pellejo en el césped. Sin quejas y sin discusiones. A Riva le gustaba que le trataran como a un adulto. Una noche, en vísperas de un partido importante, el entrenador entró en su habitación y encontró a la mitad de equipo jugando al póker bajo una humareda de espanto. El entrenador sólo dijo una frase antes de irse: “Abrid la ventana”. Al día siguiente, Riva y los suyos jugaron como nunca y ganaron. Valeri Bojinov, un chaval espontáneo y exuberante, se distingue en muchas cosas de Rombo di tuono. Tiene la sensatez de no fumar, por ejemplo. Y nunca se quedará en su pueblo, porque lo dejó ya a los 13 años. El Lecce se lo llevó de Bulgaria cuando era un niño y el Tribunal de Menores otorgó su tutela al responsable de los juveniles de la sociedad. Ha vivido desde entonces en una especie de internado futbolístico. Debutó en Primera a los 15, ha padecido la agonía del descenso y la euforia del ascenso y hoy, con 18 años y ya internacional en la selección búlgara del ex barcelonista Hristo Stoichkov, es junto al brasileño Adriano el máximo goleador de la Liga italiana. Bojinov está ahora a las órdenes de Zdenek Zeman, el héroe romántico que denunció el dopaje en el calcio y pagó por decir la verdad. Zeman es de la escuela de Riva: un fumador enamorado del sur y del fútbol de ataque, un tipo serio y severo que no gasta dos palabras si le basta con una. El otro día, en el Olímpico, Bojinov marcó e hizo lo impensable: corrió hacia el banquillo y le estampó un beso a Zeman. Los demás jugadores dieron por supuesto que Bojinov sería despellejado. Pero a Zeman sólo se le escapó algo que pareció una sonrisa. El jueves, durante el partidillo de entrenamiento, Zeman le pegó un grito a Bojinov y éste respondió mal. Zeman se hizo el sordo. Al día siguiente, el joven búlgaro se presentó en su oficina para pedir perdón y leyó en público una nota conmovedora en la que agradeció al entrenador todo lo que le estaba enseñando y en la que dio por supuesto que sería “merecidamente” relegado al banquillo. Pero Zeman sacó ayer a Bojinov como titular ante el Palermo. Y el chaval se lo agradeció con dos goles. Bojinov es un gran futbolista y será un fenómeno. Quizá llegue a ser también un hombre. Como Riva, Zeman y otros especímenes similares, cada vez más raros.

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38.

DERROTAS Y HUMILLACIONES (15-11-2004)

La ciudad alta de Bérgamo, una plácida maravilla del Renacimiento lombardo y veneciano, está protegida por una muralla intacta. Nunca nadie, en siete siglos, se molestó en asaltar o sitiar la ciudadela. La ciudad baja, en la llanura, no es menos tranquila. En Bérgamo, a unos 40 kilómetros de Milán, se vive bien; quizá, con un punto de sopor. Los jóvenes bergamascos huyen cada fin de semana hacia las discotecas de la vecina Brescia en busca de un poco de animación. Todo lo cual no explica para nada la furia que caracteriza a los tifosi del Atalanta, el equipo de Bérgamo, y su odio ancestral al Brescia. Toda esa rabia de la ciudad tranquila se debe tal vez a una sobredosis de derrotas. El Atalanta es un figurante del calcio que esta temporada, recién ascendido a Primera, no ha ganado aún ningún partido y cierra la cola de la clasificación. Las derrotas y la furia engendran humillaciones. Como aquélla sufrida hace pocos años en San Siro. Los bergamascos, llamados motorini por los milaneses porque viajan a la gran ciudad en manadas de ciclomotores, quemaron el autocar del Inter en su estadio. El Inter es otro de los demonios del Atalanta. La razón, dicen, es que ambos equipos comparten colores, azul y negro, y lucen camisetas idénticas. Así de tontas son esas cosas. Los interistas, en la segunda vuelta, intentaron quemar el autobús bergamasco, pero la policía, avisada, lo impidió. Entonces tuvieron una idea. Se les ocurrió una barbaridad que dio la vuelta al mundo: introdujeron en la tribuna un ciclomotor y lo arrojaron sobre el césped. Fue casi un linchamienteo simbólico de los motorini, una burla grotesca. Ayer se disputó el derby Atalanta-Brescia, uno de esos encuentros de alto riesgo en los que suele verse de todo menos fútbol. La estación de tren de Bérgamo y el estadio municipal fueron tomados por la policía y aun así no se pudo evitar la violencia. Dos horas antes de que se empezara a jugar ya había porrazos. Dos horas después del final seguían los disturbios. Entre tanto, el partido había concluido con un miserable empate a cero. Entre ambos equipos sumaron un tiro a puerta, flojo y a las manos del portero. El entrenador del Atalanta, Andrea Mandorlini, dice pertenecer a la larga lista de discípulos del gran Zdenek Zeman y, como otros muchos técnicos modestos del calcio, proclama que la regeneración pasa por el juego de ataque. Es la moda de este año. Si Zeman hace maravillas en el Lecce alineando tres puntas, la solución a todos los males debe ser ésa. Zeman, sin embargo, sólo hay uno. Y sólo él dispone de un atacante como Bojinov. Sus presuntos discípulos diseñan unas tácticas ofensivas que no tienen nada que envidiar al viejo catenaccio. Y eso lo reconoce el propio técnico de Lecce: en Italia se está volviendo al cerrojo, con el ridículo añadido de las ínfulas de vistosidad. Debe de tener razón Zeman cuando dice que la Liga de 20 equipos, máxima expresión del negocio futbolístico, sólo produce tedio y amargura. El tedio se ve en partidos como el que ayer enfrentó al Lecce con sus enemigos de la Juventus sobre un césped impracticable por la lluvia. En otro tiempo se habría aplazado. Ahora no se puede: el calendario está lleno. Hubo que jugar y ganó la Juve de Fabio Capello, aburrida y mortífera a partes iguales.

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La amargura es la de quienes no ganan nunca, como el Atalanta. En Bérgamo, casi todo el mundo es del Milan. El pobre Atalanta acaba siendo poco más que una excusa para liar la bronca y salir en televisión. Una lástima.

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39.

ARDE MARZAFORA (22-11-2004)

El sentido de la medida es tan ajeno al Roma como el pluscuamperfecto de subjuntivo a los concursantes de Gran Hermano. La Mágica funciona por un sistema de leyes no escritas basadas en el tremendismo, la exageración y el desprecio por lo relativo. El romanista está en el cielo o en el infierno, es víctima o verdugo, lo tiene todo o no tiene nada. Este tipo de mentalidad resulta frecuente en el fútbol -con excepciones: el Inter de Adriano lleva diez empates en doce jornadas de Liga y en la grada se limitan a suspirar-, pero el caso del Roma es agudo. Cuando se trata de animar al equipo y mortificar al adversario, el romanista es único. Una vieja historia vale como ejemplo. El 16 de marzo de 1978 fue secuestrado el presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, y fueron asesinados los cinco miembros de su escolta. Italia vivía un momento crítico. El país se asomaba al abismo. Tres días después, sin embargo, se jugaba el derby Roma-Lazio y los romanistas estaban por lo que estaban. O sea, por el partido. Hacía meses que los tifosi giallorossi planeaban un gran golpe para ese día: querían dibujar sobre la tribuna un gran Forza Roma con 400 bengalas gigantes. El problema, con el país casi en estado de sitio, consistía en hacerse con las bengalas. Alguien sabía de un genio de la pirotecnia, más o menos clandestino, que podía proporcionar el material. El pirotécnico, sin embargo, era del Lazio. ¿Qué hacer? A un joven fascista se le ocurrió la idea. Un miembro del grupo se disfrazó de sacerdote y acudió al taller del laziale para suplicarle que le vendiera a buen precio todo lo necesario “para iluminar en estas jornadas tristes la fiesta patronal de Marzafora”. El otro no cayó en que Marzafora, un nombre construido con las letras de Forza Roma, no existía. Y, claro, le vendió los cohetes. Ese domingo, mientras el país permanecía en una angustia profunda, el estadio Olímpico fue todo luz. El inventor de las fiestas de Marzafora se llama, por cierto, Francesco Storace, y hoy, reconvertido en postfascista, preside la región del Lazio. Cuando se trata de maldecir al equipo, el espíritu es el mismo. El viernes pasado, antes del encuentro copero con el Siena, grupos de tifosi instalaron en el Olímpico dos grandes pancartas dirigidas a los jugadores. “Sóis indignos”, decía una de ellas. “Hemos venido sólo para despreciaros”, decía la otra. Éste era el ambiente antes del partido. No cuesta demasiado imaginar cómo fue después, con la victoria del Siena por 1-2. El técnico, Del Neri, quiso dar un descanso a Totti y le dejó en el banquillo para recuperar al castigado Cassano y el resultado fue una orgía de mediocridad. En la segunda parte, Del Neri echó mano de Totti, que marcó un gol y estrelló un balón en el palo. Al final, lo de costumbre. Vergüenza e improperios. El Roma quedó clasificado en el segundo puesto la temporada pasada y durante unas cuantas semanas, allá por noviembre y diciembre, practicó un fútbol excelso. Suena raro relacionar el adjetivo excelso con un equipo entrenado por Fabio Capello, pero era así: aquella Roma fue realmente mágica. Luego llegó la stregatura, la maldición, el mal de ojo o lo que fuera que fuese. Se fueron Samuel, al Madrid, y Capello, Emerson y Zebina, al Juventus. Llegó Prandelli al banquillo, pero abandonó antes de la primera jornada para atender a su esposa, enferma. Chivu se rompió el meñique de un pie y lleva meses en el dique seco.

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Ferrari, que había sido un central más que correcto en Parma, se convirtió en un pisabolas. Y al imprevisible Cassano le entró la pájara. Queda Totti, tan niñato y tan buen futbolista como siempre. Tan fundamental para el Roma que el importe de los derechos de televisión depende de que sea alineado: si Totti no estuviera, el club, según estipula el contrato, cobraría mucho menos. Y, sin embargo, alguien debería sacarle de ahí y meterle en un equipo competitivo. El Roma se hunde. Un dia de estos va a arder Marzafora.

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40. LA ESTRUCTURA 11-2004)

TEMPORAL DE

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MINUTOS A SOLAS

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El mundo de las ideas es libre. Hay quien cree, como el filósofo alemán Herman Lubbe, que la estructura temporal de la historicidad, que según Heidegger y la teoría hermenéutica de sus seguidores resulta exclusivamente de la relación del sujeto consigo mismo y lo que para él constituye significado, es, en realidad, una estructura indiferente al sujeto, abierta a todos los sistemas dinámicos. También hay quien cree que el Real Madrid se dará un paseo en el Estadio Olímpico dentro de diez días. Todo es posible. La teoría de que el Madrid lo tiene fácil cuenta al menos con un mérito: a diferencia de otras, como la de Lubbe sobre la estructura del tiempo, esta es inteligible. Hasta podría resultar cierta. El Roma, es verdad, saltará al césped con todo perdido. Ni la UEFA estará a su alcance. Y las gradas permanecerán vacías. Será uno de esos siniestros encuentros a puerta cerrada en los que sólo se oyen los jadeos e imprecaciones de los futbolistas y los golpes al balón. Las directivas del Madrid y del Roma, por otra parte, mantienen buenas relaciones. “Pan comido”, se dicen los merengues. Miremos las cosas de otro modo. Pensemos, por ejemplo, en el via crucis del Roma esta temporada. Primero se les escapa Capello a Turín llevándose a Emerson y a Zebina. Luego se va el nuevo entrenador porque su mujer está enferma, llega otro que no aguanta un mes y se contrata un tercero que tira como puede. En el partido inaugural de Copa de Europa un energúmeno (aún no identificado) abre la cabeza al árbitro y, sin jugarse la segunda parte, el Roma pierde 0-3 por decisión administrativa. En el Bernabéu se adelanta pero acaba perdiendo 4-2. Cae 3-1 en Leverkussen y empata en casa con los alemanes, a puerta cerrada. El colmo llega en Kiev: el Roma acude a jugar a Ucrania en plena revuelta popular y llega protegido por el ejército a un estadio repleto que, cosa rara, corea el nombre del líder de la oposición y exige democracia en vez de proferir sonidos simiescos. Nueva derrota, 2-1, sobre un césped nevado. Para los jugadores del Roma, tan pagados de su talento como el que más, el de la semana próxima será el último partido ante las cámaras europeas. Para Totti y Cassano, que aspiran a marcharse (y sueñan con el Madrid), será la última ocasión de lucirse ante posibles compradores. Para la afición será la única oportunidad de llevarse una alegría, aunque sea simbólica y haya que verla por la tele. El Real Madrid no es un equipo cualquiera. Ganarle se disfruta el doble. ¿Y si, llegado el momento, el Roma saliera a morir? Tan malos no son. El sábado resucitaron en Siena. Arrasaron, 0-4, con dos goles de Totti y dos de Montella (ya máximo goleador italiano), fabricados todos por un Cassano que volvió a ser el poeta loco de doce meses atrás. El técnico, Del Neri, renunció a su tradicional 4-4-2 y desplegó un 3-4-3 un poco extraño pero efectivo. Fue como si, al fin, las piezas del equipo más histérico del calcio encajaran a la perfección. El Real Madrid debería prepararse a sufrir hora y media de agonía en el Olímpico. Por si acaso. Por si un rival sin posibilidades en ninguna competición experimentara esa noche un subidón de orgullo y quisiera salvar el honor de las gradas vacías. Por si Totti y Cassano decidieran elevar su cotización haciendo el partido de su vida. A lo mejor el Madrid, al que no se han visto hasta ahora grandes maravillas, gana sin

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despeinarse. También podría ser que la estructura temporal de la historicidad fuera indiferente al sujeto y estuviera abierta a todos los sistemas dinámicos. Pero un servidor no apostaría dinero.

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EL DESMAYO ITALIANO (6-12-2004)

El 26 de septiembre, en Udine, a 13 minutos del final del partido que enfrentaba al equipo local con el Brescia, Daniele Mannini marcó su primer gol en la Primera División. Si hubiera hecho caso a los comentarios de la prensa, Mannini, de 21 años, se habría retirado del fútbol al día siguiente. Aquél fue un gol maldito. “Una bajeza” para unos; “una desgracia” para otros. Mannini, el debutante del Brescia, marcó desde fuera del área cuando el portero rival, De Sanctis, estaba en el suelo quejándose de un golpe. Vergüenza eterna para Mannini. Su equipo, el Brescia, ganó 1-2, pero Mannini se fue al vestuario con lágrimas en los ojos. Repetición de la jugada, a cámara lenta. Minuto 32 de la segunda parte. Un balón cuelga sobre el área del Udinese. De Sanctis sale y choca con un contrario, pero el balón es despejado. El guardameta, en pie, sigue la trayectoria del balón hasta que éste cae cerca de Mannini, en el pasillo del 8. Justo en ese momento, cuando comprueba que no se genera un contraataque sino que continúa el acoso sobre su área, De Sanctis se desploma. Mannini tira y, a puerta vacía, marca. ¿Verguenza eterna para Mannini? Morgan de Sanctis había sido la enésima víctima de una enfermedad endémica entre los futbolistas italianos: el desmayo repentino. No parece que se trate de un mal contagioso, porque no se ha propagado a otros países. En Italia, en cambio, hace estragos. El desmayo debe ser doloroso, a juzgar por los gestos del afectado, pero dura muy poco tiempo: el justo para que un rival, alertado por los gritos de los compañeros de la víctima, demuestre su fair play lanzando fuera el balón. Entra el masajista, el caído se alza trabajosamente, cojea hasta la banda, bebe un trago de agua y salta de nuevo al césped en plena forma. El desmayo italiano es muy característico porque sólo ataca en situaciones tácticamente convenientes. Jamás se ha desvanecido nadie que estuviera a punto de marcar. En cambio, cuando el contrario roba un balón y monta un contragolpe, el desmayo está asegurado. O quizá ya no. Porque el doctor Capello ha descubierto una cura. Fabio Capello, el gran dictador del calcio, el hombre que lo ha ganado todo, que ha escrito todos los manuales de gramática parda y conoce todos los trucos del libro, pegó el sábado un golpe de mandíbula al aire e hizo un anuncio urbi et orbi: “A partir de mañana”, dijo, “los jugadores de la Juventus no lanzarán el balón fuera de banda cuando un adversario esté caído. Se ha pasado de la falta táctica a la falta de desvanecimiento. Sólo pararemos si alguien se hace daño en la cabeza. Lo demás es asunto del árbitro, que puede parar el juego cuando lo juzgue conveniente”. Las palabras de Capello fueron acogidas con aplausos por los demás técnicos del calcio (menos Roberto Mancini, el Adonis del Inter, tan chulo como Capello y por tanto obligado a llevarle siempre la contraria). Es decir, los propios creadores del misterioso virus decidieron producir una vacuna. Ya inventarán otra cosa. El desmayo italiano tiene tanto futuro como el paludismo en Puerta de Hierro. Se acabó, afortunadamente. Seguirá habiendo quien caiga al suelo, con un problema de verdad. Y seguirá existiendo el fair play de verdad. Como el que exhibió Paolo di Canio hace cuatro años, cuando vestía la camiseta del West Ham

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inglés. Estaba a punto de marcar y vio al portero del Everton sobre el césped, fuera de combate. Se detuvo, cogió el balón con las manos y llamó al árbitro. Todo un señor. Aquello fue juego limpio. Ojalá tenga oportunidad de hacer algo así el pobre Mannini, para olvidarse de aquel maldito gol de debutante y de aquel maldito desmayo italiano de De Sanctis.

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EL SUEÑO DE UN NIÑO DE LIVORNO (13-12-2004)

Dinero, celebridad y comodidad son las tres llamadas irresistibles de los tiempos que corren. Existe, sin embargo, un tipo que no cedió al reclamo y prefirió, en cambio, un sueño. Se llama Cristiano Lucarelli, tiene 29 años, juega como delantero centro y en su ciudad será recordado por muchas generaciones. Pagó mil millones de liras, digamos cien millones de las antiguas pesetas, por una oportunidad: la oportunidad de realizar sus sueños y pasar a la historia. Y no falló. Entre quienes guardarán en la memoria las gestas de Lucarelli no figuran, seguramente, los aficionados del Valencia, que le soportaron durante una temporada mediocre en 1998-1999. Tampoco tendrá monumentos a la entrada de los estadios del Perugia, el Cosenza, el Padua, el Lecce y el Torino, todos los equipos por los que pasó en diez años de carrera profesional. Ni quedará en los anales de la selección italiana. Su carrera internacional terminó en 1997, cuando, con la Sub-21, marcó un gol a Moldavia y se quitó la camiseta azurra para mostrar a las cámaras de televisión, en riguroso directo, la que llevaba debajo: una con la efigie del Che Guevara. Por alguna razón, aquello molestó a la Federcalcio. No volvió a ser convocado, ni con los jóvenes ni con los mayores. Lucarelli es de Livorno y comunista, lo que equivale, casi, a decir de alguien que es de Osaka y tiene los ojos rasgados. El Partido Comunista Italiano nació en Livorno, el puerto industrial de Toscana, en 1921. Y la ciudad siempre ha sido de izquierdas. Como Lucarelli, que se ha puesto en el móvil la melodía de Bandiera Rossa. Nació en un barrio marítimo de mala fama conocido como Shanghai, hijo de un estibador portuario militante del partido y del sindicato. El niño Cristiano estuvo rodeado desde el principio de banderas rojas, por el PCI, y granas, por el Livorno. De mayor quería ser el delantero del Livorno que marcara el gol del ascenso a Primera. Hoy recuerda que, pese a su pasión total por el Livorno, tenía una esquina del alma con los colores del Inter, "porque ellos tampoco ganaban nunca". Lo cual da una idea del personaje y del Livorno, una de las sociedades con menos historial del calcio. Ganó una Copa en 1987, y ya está. Por resumir: desde 1949 merodeaba entre Segunda, en las temporadas triunfales, y Regional, en las normales. En primavera de 2003, Lucarelli estaba en el Torino y su representante, el abogado Carlo Pallavicino, le estaba buscando nuevo equipo. Las ofertas, todas de clubes de Primera, eran razonables: casi un millón de euros por año. Pero resultó que el Livorno subió a Segunda. Y Lucarelli le encargó a Pallavicino que le encontrara un puesto en su equipo del corazón, donde no había jugado nunca. El Livorno no podía pagar más que unos cientos de miles. Lucarelli aceptó, renunciando a sueldos que ascendían a más del doble, a la fama televisiva de otros clubes y a la comodidad de un puesto secundario. El propio Carlo Pallavicino ha publicado un libro sobre esa decisión y sobre lo que ocurrió después. "Quedaos con los mil millones", se titula. Lo que ocurrió después fue que Cristiano Lucarelli volvió a su ciudad y vistió el grana de su equipo convertido en el jugador mejor pagado del Livorno y en símbolo del sueño secreto de decenas de miles de livorneses: poner el pie en Primera, 55 años después. Lucarelli, un hombre con más pasión que capacidad reflexiva, se echó la responsabilidad a la espalda como si nada y jugó como nunca en busca del sueño de su infancia.

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El día en que marcó el gol número 25 de la temporada, el milagro estaba hecho. El Livorno ascendió. Lucarelli anotó ayer otros dos tantos que valieron tres puntos. El presidente de la República, el impecable Carlo Azeglio Ciampi, livornés y livornista, debió celebrarlo por todo lo alto. El Livorno se acercó un poco más a la mitad de la tabla y al objetivo de la permanencia. Cristiano Lucarelli es un tipo que ha cumplido sus sueños, que vive entre los suyos y que será recordado por muchísimo tiempo en su ciudad. Y sólo ha pagado mil millones de liras por todo eso.

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43.

EL MILAN BRILLA (20-12-2004)

De Silvio Berlusconi pueden decirse muchas cosas buenas. Nunca ha sido procesado por homicidio. Ama tiernamente a su madre. Cuenta historias divertidísimas. Toca un poco el piano. La lista de sus virtudes se haría casi interminable. Pero, si hubiera que elegir sólo una de sus cualidades, habría que hablar del Milan. Berlusconi tiene un equipo de fútbol estupendo, el mejor de Italia sin ninguna duda y uno de los mejores del mundo. El calcio se fue ayer de vacaciones navideñas hasta el 6 de enero y, a estas alturas, ya está casi todo claro. La Juventus y el Milan se han quedado solos en la disputa por el scudetto y la Vieja Señora, tan peligrosa siempre, se mantiene en cabeza. Después de lo visto el sábado en el estadio de los Alpes, sin embargo, hay que apostar por el Milan. El Diablo rojinegro bailó como quiso con la Señora y sembró la semilla del miedo en los corazones juventinos. Empataron a cero, sí, pero fue uno de esos empates en los que uno de los equipos, la Juve, suspira de alivio, y el otro, el Milan, bufa de rabia. El propio Fabio Capello reconoció que se habían salvado por los pelos. Por más que Capello aproveche la pausa para repasar el manual con su plantilla, la Juventus no puede jugar mucho mejor que hasta ahora. Sus cartas están sobre la mesa: pelea, rabia, talento para aprovechar los fallos del adversario y una defensa numantina. El Milan, en cambio, progresa partido a partido. Kaká, que empezó la temporada como ausente, está recuperando el nivel del curso pasado. Crespo ha resultado un óptimo acompañante de Shevchenko. Y falta todavía que vuelva Stam. El Milan de Carlo Ancelotti crece y, además, tiene un banquillo mucho más potente que el de sus rivales. Berlusconi compró un Milan decaído, que atufaba a Segunda División y a quiebra. El día de la presentación del equipo para la temporada 1986-1987, la primera de la era berlusconiana, Il Cavaliere hizo que los jugadores llegaran al estadio en helicóptero mientras la megafonía emitía a todo volumen La cabalgata de las Walkirias. Hubo grandes carcajadas, pero Berlusconi se las esperaba. “Sabía que la gente se reiría y no me importó. Sólo quería demostrar que las cosas habían cambiado y que el Milan había dejado de ser como los demás”, explicó. En efecto, el Milan no volvió a ser como los demás. Fue Berlusconi quien empezó a reservar hoteles de máximo lujo para los desplazamientos del equipo -luego, le siguió el Madrid-, quien inventó el rollo galáctico con Van Basten, Gullit, Baresi, Maldini, Rijkaard, Dessailly, etcétera -luego, le siguió el Madridy quien empezó a apurar los contratos televisivos y publicitarios. Pero Berlusconi no se quedó ahí. Creó el MilanLab, un centro de altísimo nivel en el que se sigue el pulso físico de los jugadores y se diseñan métodos de preparación personalizados. Y estableció un código de disciplina profesional en el vestuario y en el campo que sirve igual para el patriarca Maldini que para el último suplente: el comportamiento de todos resulta modélico.

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Si le preguntan a Puyol dónde querría jugar si dejara el Barcelona, responde que en el Milan. Cuando el Inter le hace una oferta a Kompany, el jovencísimo y prometedor central del Anderlecht, éste responde que le hace mucha ilusión, pero que “lo máximo sería ir al Milan”. El Milan de Berlusconi brilla. Y no parece que tanta gloria vaya a prescribir en un futuro próximo.

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44.

FASCISTAS (10-1-2005)

Las gradas de los estadios italianos abundan en símbolos fascistas. Los cánticos racistas y las pancartas antijudías no son ninguna novedad. Hasta ahora, sin embargo, no se había conseguido trasladar el espíritu fascista al terreno de juego. El primero en lograrlo, con éxito rotundo, fue Paolo di Canio, que el pasado jueves jugó con la saña de un matamoros y redondeó la épica guerrera del derby Lazio-Roma saludando brazo en alto a la afición. El público lacial, de gran tradición negra, se derritió de júbilo. Y desde entonces le llueven bendiciones a Di Canio, homenajeado por muchos como salvador del entusiasmo y la pureza viril en el calcio. Se trata de un fenómeno alarmante, que acaso dice alguna cosa sobre la situación general del país. Di Canio ha sido siempre un tipo pintoresco. El viejo delantero, de 36 años, ya demostró durante sus años en Inglaterra que era capaz de cometer grandes barbaridades (le cayeron 11 partidos de sanción por agredir a un árbitro) y de mostrar reacciones de gran generosidad (se negó a marcar un gol hecho cuando vio que el portero se había hecho daño, lo que le valió un Premio Fair Play de la UEFA), pero el carácter disparatado se le ha acentuado con los años. Esta temporada ha regresado al club de sus amores, el Lazio, con una rabia que va más allá de la simple competitividad de los futbolistas profesionales. El hombre simpatiza con el fascismo. En su autobiografía se define como nacionalista, patriota y admirador de Benito Mussolini, y, para dejar las cosas más claras, lleva la palabra Dux tatuada en el brazo. En Roma ha encontrado un ambiente ideal. El Lazio, considerado el club más filofascista del calcio, padece una grave crisis financiera y deportiva desde que quebró su anterior propietario, el holding lácteofinanciero Cirio, y la nueva gestión ha optado por una retórica agresiva y belicista como fórmula para conectar con los aficionados. A los jugadores, por ejemplo, se les llama gladiadores. Y se les exige que "salgan a morir". No puede extrañar que Paolo di Canio preparara el siempre paroxístico derby romano viendo Braveheart. Ni que llevara bajo la camiseta albiceleste otra con una inscripción ad hoc: "Existen sólo dos formas de volver del campo de batalla, con la cabeza del enemigo... o sin la propia". Se reventó durante el partido, marcó un gol extraordinario, provocó a los contrarios (él les llama enemigos) hasta exasperarles, dirigió como un caudillo a unos compañeros de equipo sobrerrevolucionados (los gemelos Filippini debían haber sido expulsados y quizá procesados por agresión) y al final, en el momento de la victoria, hizo lo previsible. Saludó brazo en alto. En el Estadio Olímpico puede pasar de todo. Se ha convertido en un estadio sin ley. El tipo que abrió la cabeza del árbitro Frisk en el primer encuentro europeo nunca ha sido identificado, lo que abona la sensación de impunidad de quien traspasa las puertas de un recinto en el que subsiste un obelisco con el nombre de Benito Mussolini. En el derby del jueves alguien arrojó un petardo al césped que dejó aturdidos a Totti y al árbitro. No pasó nada. No pasó tampoco nada el año pasado, cuando los ultras de ambos bandos se pusieron de acuerdo para obligar a suspender el partido como demostración de que allí mandaban ellos, no el árbitro o la policía. En realidad sí pasa, porque tanto Roma como Lazio han sufrido esta temporada sanciones europeas. Las sanciones, sin embargo, abonan los sentimientos de injusticia y persecución que, a su vez, refuerzan a los fascistas.

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La Federación Italiana ha abierto una investigación sobre el gesto de Di Canio. Por el momento, sin embargo, lo más perceptible es una admiración difusa por parte de los clubes rivales, que envidian de forma más o menos explícita el carisma y la capacidad de liderazgo del capitán del Lazio. Y un coro de elogios y palabras comprensivas hacia el "gesto espontáneo" y de "entusiasmo viril" de Di Canio, por parte de personalidades como el ministro de Comunicación, el presidente regional o el director de los servicios informativos de la RAI. Todos ellos pertenecen a Alianza Nacional, un partido que se definía fascista hasta que descubrió la elegancia social del llamado posfascismo y las ventajas de formar parte del Gobierno. Di Canio podrá alegar, ante la federación, que lo suyo fue un saludo posfascista, perfectamente inocente en una época posmussoliniana.

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45.

CUENTOS DE HADAS (17-1-2005)

En el fútbol existe una categoría profesional desconocida en otros sectores de la actividad económica. Es la del modesto. Hay clubes modestos, equipos modestos y jugadores modestos, aunque cualquier definición de la modestia resulte vaga. A más de un modesto se ha visto conduciendo un Ferrari. En todo caso, se puede decir que el Udinese es la encarnación misma de la mesocracia más modesta del calcio. El club, uno de los veteranos en Italia (se fundó en 1896 dentro de un gimnasio de esgrima), ha tenido rachas pretenciosas, como cuando en los 80 fichó a un Zico ya bastante baqueteado, y ha disfrutado de momentos de relativa brillantez, como en los 90 con el goleador alemán Bierhof, pero se mantiene en el grupo de los permanentemente amenazados por la Segunda División. Esta temporada, con toda su modestia, el Udinese juega bien y ocupa la tercera posición en la tabla. El técnico, Luciano Spalletti, dispone a su gente de una forma poco habitual, que sobre la pizarra parece un un 3-5-2 y que en el césped se resume en un bloque muy compacto de ocho, organizado por un chileno talentoso llamado Pizarro, y en dos atacantes sueltos, Di Natale y Iaquinta. Ayer plantaron cara al Milan en San Siro y marcaron primero, aunque la cosa acabara en 3-1. A la gente le gusta que los modestos tengan sus momentos de gozo y sus cuentos de hadas. La de Iaquinta, por ejemplo, es una historia tierna. Hasta en Udine se calientan el corazón con el interés del Barça por Iaquinta, un delantero fortachón y cumplidor, muy querido por sus compañeros, que cumpliría el sueño de su vida si llegara a jugar en un estadio como el Camp Nou. Los más bonitos cuentos de hadas, sin embargo, ocurren en los palacios. Las Cenicientas necesitan príncipes y mucho boato para realizarse. Y en el calcio no hay nada más regio y lujoso que el Milan, el reino encantado de Il Cavaliere Berlusconi. Es justo ahí, bajo las almenas de Milanello, donde se desarrolla la más hermosa y edificante fábula del año. En Zamora recordarán, sin duda, a Harvej Esajas, un holandés grandullón que en 1999 recaló en el equipo de la ciudad. Esajas había sido de niño una promesa juvenil del Ajax y pasó por el Groningen y el Feyenoord, pero la suerte no le sonrió. Ni siquiera en Zamora, donde se rompió el tendón de Aquiles y dejó de jugar al fútbol. Se quedó por allí, entre la depresión y la sonrisa, consiguió un empleo como lavaplatos y engordó hasta más allá de los 100 kilos. En un campeonato de modestia, Esajas tendría medalla segura. En 2002 viajó a Milán para visitar a un viejo amigo de cuando el Ajax juvenil, Clarence Seedorf, surinamés como él. Y Seedorf decidió rescatarle. Le llevó a Turín y le arregló una semana de prueba en el Torino, donde le dijeron, con toda franqueza, que su talento como centrocampista de contención era inservible con tanta grasa encima y con una lesión mal curada. Le diagnosticaron como "irrecuperable". Seedorf no cejó y le colocó, con 27 años y 101 kilos, en la sección primavera (o sea, gente bastante joven) de la sociedad milanesa. Esajas trabajó, trabajó y trabajó. Perdió 15 kilos, jugó de vez en cuando con los primavera y recuperó la autoestima. Esta semana, en el minuto 87 de un partido de Copa que el Milan de verdad, el de Shevchenko y Kaká, tenía ya ganado, Harvej Esajas, 30 años, debutó en uno de los equipos más poderosos del planeta y casi dio un pase de gol. "Esajas lleva un año trabajando con una dedicación

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absoluta y merece un premio: hay que felicitar al chico por su fuerza de voluntad", dijo el tĂŠcnico Carlo Ancelotti. Esajas no figura en la plantilla oficial del Milan y es improbable que asome de nuevo en las alineaciones. Pero nadie le quitarĂĄ a esa Cenicienta sus tres minutos de gloria, ni a Seedorf y Ancelotti el momento en que se portaron como hadas buenas.

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46.

GLORIAS DEL INTER (24-1-2005)

Mienten quienes dicen que el calcio es aburrido. Porque en el calcio está el Inter, el club más fascinante del mundo. Esta temporada ha conseguido empatar 14 de sus 20 partidos y alinear por dos veces un equipo con diez extranjeros, hazañas estadísticas al alcance de pocos. Pero sus méritos van mucho más allá. No existe ninguna otra sociedad futbolística que haya gastado más de 650 millones de euros en una década para comprar unos 120 futbolistas y ganar sólo una Copa de la UEFA, ni se conoce asociación humana tan desafortunada como el Inter. Se podría poner en la directiva a cualquier gobierno argentino del siglo XX, al capitán del Titanic como entrenador y al Mahatma Gandhi como delantero centro, y los resultados no serían peores. El Inter constituye un misterio de la naturaleza. El Internazionale de Milán, también conocido como La Bienamada (los rivales deberían llamarlo siempre así, por las alegrías que les proporciona), es una institución simpática. El propietario, Massimo Moratti, es un petrolero multimillonario, bondadoso y progresista que financia decenas de campañas sociales e invierte fortunas en fichajes y en técnicos de lujo. Los socios son fieles y entusiastas. Los colores de la camiseta, azul y negro, son elegantes. Posee dos Copas de Europa en sus vitrinas, no ha descendido nunca de categoría (sólo el Juventus puede decir lo mismo) y tiene un pasado glorioso. Con estos mimbres, el Inter construye cada año una decepción de dimensiones colosales. Con el Inter se podría escribir una enciclopedia del fracaso. Para atenernos a espacios más modestos, hagamos un breve hit parade de las barbaridades e infortunios más recientes. 1989. El Inter gana su título de Liga número 13, el último hasta la fecha, tras nueve años de sequía. Dos semanas más tarde, sus vecinos del Milan ganan la Copa de Europa y les arruinan la fiesta. 1996. Roberto Carlos, lateral izquierdo del Inter, 23 años, es traspasado al Real Madrid por carecer de futuro futbolístico. Para sustituirle, son adquiridos sucesivamente Centofanti, Pistone, Macellari, Gresko y Georgatos, a los que el lector hace muy bien en desconocer. Ante la falta de resultado de esos talentos, en 1999 el Inter adquiere el recambio definitivo: Gilberto, fenómeno del Alcantarilla de Murcia, un club de fútbol sala. El directivo Sandro Mazzola explica que Gilberto “es mucho más ofensivo que Roberto Carlos”. Gilberto juega en total 21 minutos, luego es despedido. 1996. El presidente Massimo Moratti declara: “Sé que el Juventus va a comprar a Zinedine Zidane, un buen jugador que a nosotros no nos hace ninguna falta”. 1999. Diego Simeone, uno de los jugadores interistas más queridos por la afición, es vendido al Lazio. Inmediatamente, el Lazio de Eriksson gana la Liga con Simeone como motor. 2001. El centrocampista Andrea Pirlo es traspasado al Milan, porque se considera que el turco Emre es mucho mejor. Pirlo se recicla en mediocentro, se convierte en el director de orquesta milanista y, la temporada siguiente, en campeón de Europa. Emre sigue siendo Emre. 2002. Tras cuatro temporadas y dos roturas de rodilla, Ronaldo abandona el Inter y se marcha al Real Madrid, que gana la Copa de Europa. Con el dinero de la venta, el Inter ficha a Morfeo.

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2003. El Inter cede a Adriano al Parma y le vende la mitad del jugador. Al año siguiente recupera a Adriano, pagando el doble. Por último, un chiste que cuentan los milanistas. Gatusso apuesta con Ancelotti y sus compañeros que él solo se basta para ganar a todo el Inter. La plantilla del Milan se va de vacaciones durante el derby y no puede ver el encuentro, por lo que llaman a Gatusso y le preguntan cómo ha ido. Gatusso, irritadísimo, responde que ha empatado a uno. “¿Y por qué estás enfadado?”, le pregunta Maldini. “Un empate, uno contra once, es grandioso”. “No”, responde Gatusso, “si el resultado no es malo, lo que me molesta es que me hayan expulsado por protestar a mitad de la primera parte”.

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47.

CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE (31-1-2005)

Los dos entrenadores de aquella final de Wembley, Johan Cruyff y Vujadin Boskov, están retirados. Varios jugadores, como Mancini, Koeman y Stoichkov, se han convertido en entrenadores de cierto prestigio. Sólo un protagonista de aquella final de 1992 entre Sampdoria y Barcelona sigue haciendo lo que hacía entonces, y haciéndolo muy bien. Gianluca Pagliuca, 38 años, en la actualidad portero del Bolonia, detuvo ayer todos los balones parables y un par de imparables y arruinó la tarde al Milan, y quizá la temporada. Pagliuca y sus compañeros vencieron 0-1 en San Siro y pusieron las cosas un poco más fáciles al Juventus, que ganó e incrementó hasta los ocho puntos su ventaja sobre el Milan. A Pagliuca le quedan estas pequeñas satisfacciones. En materia de grandes disgustos puede considerarse un experto. Perdió la Copa de Europa de 1992 en la prórroga, por aquel disparo de Koeman que sigue alimentando los sueños más dulces del barcelonismo y agria los insomnios de los genoveses. Perdió en los penaltis, con la selección, la final del Mundial de 1994, contra Brasil. Y en el Mundial siguiente perdió de nuevo por penaltis un encuentro de cuartos de final contra Francia, la selección anfitriona que alzó finalmente el trofeo. Con un poco más de suerte, Pagliuca podría haber pasado a la historia como uno de los mejores porteros de todos los tiempos. No le ayudaron ni sus clubes, Génova, Bolonia, Sampdoria, Inter y de nuevo Bolonia, sociedades con aspiraciones limitadas o, en el caso del Inter, excesivas, ni los recurrentes fracasos de la selección italiana, ni su propio carácter: la vida de Pagliuca apenas ofrece material de interés periodístico, es decir, carece de escándalos, tragedias, heroicidades y romances sonados. Pagliuca es, simplemente, un tipo que trabaja de portero y ha mantenido durante dos décadas la categoría de maestro en su oficio. En cierta forma, podría ser definido como un futbolista modélico. Aquí, sin embargo, topamos con unas cuantas cuestiones complicadas. ¿Qué significa el fútbol? ¿Puede contener elementos comparables a los que definen una obra de arte? Y si fuera así, ¿cuáles son los méritos que distinguen la artesanía del arte? Simplifiquemos: mientras Pagliuca exhibía su oficio en San Siro, un puñado de niñatos caprichosos, propensos a las rabietas violentas y a los gestos antideportivos, fabricaban arte en el Olímpico de Roma. Totti, Cassano, Montella, De Rossi y Mancini dieron patadas y empujones, simularon faltas, provocaron al contrario, discutieron con el árbitro y, entre tanto, jugaron 45 minutos maravillosos. El Roma perdía 02 en el descanso. Acabó ganando 3-2 al Messina gracias a un fútbol de trazos fulgurantes que parecían carecer de sentido vistos uno a uno y, en conjunto, poseían toda la expresividad que se puede extraer a un balón golpeado con el pie. Las jugadas de Totti y Cassano en el área son como los animales que dibujaba Picasso, o como las maderas pintadas de Brancusi. Tienen todos los atributos de la realidad y uno más, misterioso, que las eleva por encima de lo real. Son cosas que no se pueden describir y que hay que ver. Pagliuca será siempre un ejemplo para los futbolistas jóvenes. Fabio Capello, cuando entrenaba al Roma, intentaba que los jóvenes se apartaran de Totti y Cassano porque su comportamiento nunca fue un buen

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ejemplo para nadie. Pagliuca cumple siempre con solvencia. El dĂşo romanista, en cambio, tiene jornadas infames. Pagliuca y el Bolonia ganaron en MilĂĄn, se alejaron de la cola y decidieron quizĂĄ la temporada: hicieron grandes titulares para los anuarios. Totti y Cassano sĂłlo se llevaron tres puntos predecibles frente al Messina y dejaron un rastro de magia sobre la hierba. Pagliuca hizo algo importante. Totti y Cassano hicieron algo esencial.

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48.

PROBLEMAS GENÉTICOS (7-2-2005)

Los futboleros italianos tienen en el ADN algo que podríamos llamar gen catenaccio. En un sentido literal, el catenaccio ya no existe porque, como afirma Luigi del Neri en su Manual de Táctica, la receta del auténtico cerrojo a la italiana requiere un defensa libre por detrás de los centrales, algo que hoy no usa casi nadie. Pero la mayoría de los tifosi sigue oyendo en su alma una vocecita que dice algo así como: “Todos atrás, faltas tácticas en el centro y balonazos al área contraria a ver si salta el rebote”. Esa vocecita no les sale a veces del alma, sino de la Presidencia del Gobierno, que es peor. Dino Zoff dimitió como seleccionador pese a llevar a Italia a la final del Europeo 2000 y perder ante la potentísima Francia por un gol de oro en la prórroga porque no quiso soportar la bronca cattenacista de Silvio Berlusconi. “Había que frenar a Zidane. Hasta un aficionado se habría dado cuenta. La táctica ha sido indigna”, dijo Il Cavaliere. “Prefiero pensar en los míos que en los rivales”, dijo Zoff y… se fue. La manía cerrojera pesa sobre un sector minoritario que prefiere el fútbol ofensivo, alegre e imaginativo. Incluso empieza a provocar conflictos íntimos entre los muchos que consideran que un partido con más de un gol no deja de ser una frivolidad. Esto se nota en las tertulias, en las que siempre, antes o después, se pronuncia con pesadumbre el nombre de Santiago Segurola. Por una especie de poliglotismo mágico, hasta quienes no hablan español aseguran estar al corriente del poco afecto del cronista de EL PAÍS por el defensivismo tradicional del calcio. Y se lamentan. “¿Qué le hemos hecho a Segurola?”, preguntan desconsolados; “¿por qué no nos quiere?”. Acto seguido, juran que también son contrarios al catenaccio. Pero añaden: “Pero hay que saber saborear también una buena defensa”. Y ya estamos con lo mismo. Un problema del calcio, quizá el gran problema, radica en que a final de temporada suelen salir ganando los equipos resultadistas, ésos que llevan adheridos en las crónicas adjetivos como férreo, rocoso o, en estricto italiano, grintoso y agonistico. Salvo en el caso del Milan, capaz de montar una muralla y de asaltar simultáneamente la del adversario, el marcaje, la presión y las pequeñas astucias -el talento se da por descontado- terminan siendo claves para el éxito. Podría suceder un milagro. Podría suceder que el Inter, el hermoso vencido del calcio, que ayer obtuvo su empate número 15 en la Liga, ganara algo por fin. Lo que fuera. Podría ocurrir que el Inter recuperara sus 11 puntos de desventaja respecto a la Juventus y se hiciera con el scudetto -un milagro celestial- o que alzara la Champion -ni siquiera un milagro: un fenómeno paranormal- y se demostrara que el riesgo, la locura y el genio también cuentan. Hace semanas hablábamos de las tristes glorias del Inter, su mala suerte y sus impulsos autodestructivos. Permitan que este corresponsal -interista: no crean que existe el periodismo imparcial- diga hoy que no existen emociones como las que proporciona La Bienamada y que, sobre la balanza del desenfreno atacante, Adriano, Vieri y Martins pesan más o menos lo mismo que Ronaldo, Raúl y Zidane. El Inter remontó ayer un 2-0 en Parma y llegó al 2-2 en cinco minutos con un furor de locura jugando el segundo tiempo con uno menos. El equipo del bello Mancini se defiende mal -según la vara italiana- y necesita ir por detrás para desatarse, pero, cuando se suelta, echa por tierra cualquier defensa y tradición catenaccista. Si aún es posible una mutación genética en el ADN del calcio, la mutación es de color negro y azul.

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49.

SIN SONRISAS (14-2-2005)

Lapo Elkann dice que al Juventus le hace falta una sonrisa. Y "jugadores simpáticos que alivien un clima demasiado tenso". Él sabrá. Lapo Elkann es, además de joven, multimillonario y consejero de la Fiat, nieto de Gianni Agnelli, hermano del vicepresidente de la Juve y copropietario de la sociedad. A Lapo le apetece ser presidente de la empresa futbolística de la familia, lo que hace suponer que lo será pronto. Por eso resultan especialmente graves sus palabras, que atentan contra el espíritu mismo de la Vieja Señora del calcio. En el Juventus no se sonríe, se trabaja. Ahí está el lema fundacional: Delectando fatigamur. Por el sufrimiento al placer. Y ahí están Antonio Giraudo y Luciano Moggi, el administrador delegado y el director general del Juventus, dos tipos de aspecto tan siniestro que parecen elegidos en un casting. Giraudo no está para ñoñerías. "Sin ninguna sonrisa, el Juventus ha ganado en estos 10 años cinco títulos de Liga, ha disputado 16 finales y ha vencido en ocho, ha obtenido dos balones de oro y es, según L'Equipe, el primer equipo de Europa por resultados deportivos", masculló tras leer los comentarios de Lapo. Y añadió: "Nuestro estilo sin sonrisas es típico de los turineses: me viene a la mente Vittorio Ghidella (el gran patrón de Fiat Auto en los años 70 y 80), que sonreía poquísimo pero dominaba el 60% del mercado italiano y generaba beneficios inmensos". Ese no fue el único sarcasmo de Giraudo a costa de la familia Agnelli. Como Lapo Elkann había sugerido la conveniencia de fichar a Antonio Cassano, "que tuvo una infancia difícil y es difícil de manejar, pero hace sobre el césped cosas extraordinarias y es muy simpático", el administrador delegado soltó todo el buen humor que llevaba dentro. "La Juventus es una de las sociedades más sólidas a nivel económico, sin que los Agnelli se hayan visto obligados a invertir durante una década. Las declaraciones de Lapo Elkann, miembro autorizado de la familia, nos ayudan de hecho a sonreír, porque al referirse a programas tan ambiciosos como el que incluiría la adquisición de Cassano nos permiten suponer que la familia pondrá dinero en el club, como han hecho todos estos años los Berlusconi, los Moratti o los Abramovich". Si Giraudo trata así a uno de los propietarios, no cuesta demasiado suponer cómo tratará al resto del mundo. Disciplina piamontesa y mala leche a raudales. Delectando fatigamur. Ese es el auténtico espíritu juventino, el que se viste de blanco y negro porque no está para chorradas de colores. Y, sin embargo, podía haber sido de otra forma. El Juventus comenzó jugando con camiseta rosa, gorrito blanco y corbata. Cuando las primeras camisetas se gastaron (y las coñas de los rivales empezaron a hacerse insufribles), los dirigentes juventinos eligieron como color definitivo el rojo, vibrante, agresivo y optimista. Y pidieron a un amiguete inglés, John Savage, delantero del Nottingham Forest, que hiciera llegar a Turín un paquete de zamarras de su club. Savage traspasó el encargo a un comerciante local, quien, presumiblemente, pensó que aquellos italianos no iban a viajar a Inglaterra para quejarse y les remitió un cargamento de camisetas que no vendía ni a tiros: las blanquinegras del Notts Country, el segundo equipo de la ciudad. Cuenta Renato Tavella, uno de los fundadores de la Juve, que aquel equipamiento suscitó "poco entusiasmo". En cualquier caso, el tendero de Nottingham acertó en su intuición. Lo pagado, pagado estaba. Y las franjas negras y blancas quedaron para siempre.

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Luego, unas semanas antes de que Benito Mussolini tomara el poder, Edoardo Agnelli se hizo con la presidencia de la Juventus. Organizó el club como una dependencia de la Fábrica Italiana de Automóviles de Turín, hizo ver a los jugadores que la camiseta era un mono de trabajo y dio paso a la primera edad de oro juventina. Ahora, por más que diga Lapo, es tarde para cambiar. La Vieja Señora nunca ha estado de humor para sonrisas.

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50.

PREGÚNTENLE A LUCIANO (21-2-2005)

La dietrología es, como se sabe, una ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos. En Italia nada es evidente y nada ocurre porque sí. A partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio. Quizá porque se trata de una sociedad dominada por un puñado de familias, quizá porque el interés privado prima sobre el colectivo, quizá porque la estética prima sobre la ética o porque el italiano ama la fantasía y el secreto, éste es un país abundante en claves ocultas y casos nunca resueltos. El calcio es, en este sentido, un reflejo de la vida nacional. La gente hablará hoy del partidazo de Totti frente al Livorno, del enésimo empate del Inter en el último minuto, del sorpasso del Milan a la Juventus y de la situación peligrosa del Fiorentina. Pero esos asuntos serán desmenuzados como epifenómenos, porque lo que ocurre sobre el césped tiene la misma entidad que las sombras en la cueva de Platón: es sólo un reflejo de la verdad. Y la verdad, en el calcio, es sólo una. La verdad se llama Luciano Moggi y es un señor calvo residente en Turín. Luciano Moggi es una de las pocas personas que saben por qué ocurre lo que ocurre. Muchos aficionados del Ascoli se asombraron, el 24 de noviembre de 1979, por el parcialísimo arbitraje que habían sufrido en su encuentro liguero contra el Roma. Tenían que haber preguntado al asesor del presidente del Roma, un tal Luciano Moggi, que había cenado la víspera, en un reservado discreto, con el trío arbitral. Algunos rivales del Nápoles en la Copa de la UEFA de 1989 se extrañaban también de la benevolencia de los árbitros hacia el equipo blancoceleste sin pararse a pensar en quiénes serían las bellas señoritas que acompañaban a su hotel a los responsables de dirigir el partido. ¿Por qué no preguntaron al director deportivo del Nápoles? Era Luciano Moggi, un hombre muy conocido en la ciudad. Entre 1991 y 1993, los árbitros parecieron mirar con especial cariño al Torino. Cuando la sociedad propietaria del club quebró, los jueces se interesaron por ciertos gastos no identificados y el contable, con el rigor propio del oficio, dio detalles: había que pagar las prostitutas y los regalos para los árbitros y de todo eso se encargaba el director general. Los jueces no tuvieron más remedio que preguntar, por una vez, al director general, Luciano Moggi, quien expresó gran extrañeza al descubrir todo aquello: él siempre había estado convencido de que las señoritas que contrataban eran “traductoras-acompañantes”. Y qué menos podía hacer el Torino que traducir-acompañar a los árbitros, sobre todo los extranjeros. Luciano Moggi fue condenado a cuatro meses de arresto y una multa de tres millones de liras. En el Lazio de 1980, condenado a la retrocesión porque varios de sus jugadores estaban implicados en un negocio de apuestas sobre los resultados de los partidos, también había un director deportivo llamado Luciano Moggi. La Juventus fue condenada hace unos meses por dopar a sus jugadores, pero ha recurrido la sentencia. El actual director general del club es un antiguo empleado ferroviario, calvo, feo e inteligentísimo, que posee la habilidad suprema de ironizar sobre sí mismo riéndose al mismo tiempo de los demás. “Cuando negocio”, dice, “prefiero el puñal; la pistola hace demasiado ruido”. Se trata, obviamente, de Luciano Moggi.

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51.

EL HOMBRE IMPASIBLE (28-2-2005)

Dino Zoff siempre parece a punto de recitar el monólogo de Kurtz en El corazón de las tinieblas: “El horror, el horror…”. Es un hombre impasible, correctísimo, con un orgullo frío que se intuye sin verse y con un velo de tristeza sobre los ojos. Siempre fue así. Quizá por genes, quizá por educación, quizá porque nació en la atormentada Gorizia en un momento, el 28 de febrero de 1942, en que la comarca estaba a punto de dejar de ser italiana para convertirse en un reducto nazi-fascista acosado por los partisanos de Tito y escenario de matanzas atroces. El niño Zoff debió de contemplar cosas tremendas. Fue un portero de una especie, la de los Iríbar y los Yashin, hoy prácticamente extinguida. Tipos altos y secos que situaban una barrera con un arqueo de cejas, que no movían las dos manos si les bastaba con una y que siempre aparecían como por casualidad en la trayectoria del balón. A Zoff no le fue nada mal como futbolista. Ganó unos cuantos títulos con el Juventus, ganó el Campeonato de Europa de selecciones en 1968 y en 1982, con 40 años, alzó en el estadio Bernabeu el trofeo de campeón del mundo. Le quedó, sin embargo, una amargura. En el Mundial de México 70, uno de los momentos supremos en la historia del fútbol, le sustituyó Albertosi, que formaba parte del Cagliari de Gigi Riva y parecía más participativo que el hombre impasible. También tuvo que sufrir la bochornosa derrota frente a Haití en Alemania 74. En cualquier caso, cuando se retiró, había batido todas las marcas posibles -entre ellas, la de la imbatibilidad internacional: cero goles entre septiembre de 1972 y junio de 1974- y figuraba para siempre entre los más grandes. Era normal que acabara siendo seleccionador. Lo anormal fue lo que ocurrió. Toda la historia acumulada por Zoff se le desplomó encima en la final del Europeo de 2000, Francia-Italia. Los italianos habían mantenido el empate a un gol hasta el minuto 90 frente a la Francia del mejor Zidane y en la prórroga llegó el gol de oro de Trezeguet. Mala suerte. Zoff no perdió la compostura en la desgracia, felicitó al rival y se comportó como siempre. Il Cavaliere Silvio Berlusconi, que carece de las virtudes de Zoff y aquel día tuvo necesidad de demostrarlo, hizo unas declaraciones furibundas contra aquel seleccionador “aficionado” que no había sabido “frenar” a Zidane y había constituido “una verguenza”. Esas cosas no se le dicen a Zoff. “Me han faltado al respeto como trabajador y no puedo consentirlo”, dijo el hombre impasible a la mañana siguiente. Y se fue. Berlusconi, como es costumbre, negó haber dicho lo que había dicho, pero el asunto fue portada de todos los periódicos, incluyendo uno tan ajeno al fútbol como el Financial Times de Londres. La mala suerte persigue a Zoff desde entonces. Hace seis jornadas se hizo cargo del Fiorentina y sufrió cinco derrotas consecutivas. El sábado, frente al Udinese, el equipo en el que debutó en 1961, el Fiorentina se adelantó por 2-0. Y entonces se rompió Bojinov, que es, junto a Rooney, el mejor delantero joven europeo, recién fichado al Lecce para dar al equipo la agresividad que le faltaba. Luego, como era de esperar, el Udinese empató y dejó al Fiorentina a dos puntos del descenso. El club violeta, que en 2002 descendió por quiebra a la Tercera División y en mayo pasado regresó a la máxima categoría, se asoma de nuevo al borde del abismo. Y con el Fiorentina está Zoff, que justamente

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hoy cumple 62 a単os, con la impasibilidad de siempre y con esos ojos que parecen haber visto de cerca el horror.

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52.

IMPUNIDAD (7-3-2005)

El sábado había un chaval dolorido en la tribuna del estadio Olímpico. Se llama Filippo Calipari, tiene 13 años y es hijo del agente secreto muerto el viernes en Bagdad, por disparos estadounidenses, cuando protegía con su cuerpo a una rehén recién liberada. A Filippo, que no debía de tener conciencia todavía de su orfandad y que, a sólo 24 horas de la terrible noticia, necesitaba un momento de olvido y una pequeña alegría, su querido Roma y su -es de suponer, siendo romanista- detestado Juventus le ofrecieron un espectáculo horrendo: la habitual carnicería previa -cuatro heridos por arma blanca a las puertas del campo-, faltas, golpes, provocaciones y sólo algún instante de algo que, desde un punto de vista forense, podría ser calificado, a falta de una mejor definición, de fútbol. Quizá Filippo tenía ya la intuición de que los soldados norteamericanos que dispararon primero y preguntaron después, casi tan jóvenes como él mismo, jamás deberían responder por ello. Son las leyes de la guerra. No se desmoraliza a la tropa por un pequeño incidente colateral. Cualquier acción en caliente queda para siempre impune. Si Filippo pensó en algo tan terrible, acaso estableció un paralelismo con lo que ocurría sobre el césped: el Juventus venció con dos goles que no debían haber subido al marcador -aunque le anularon uno que sí era legal- y un romanista podía sospechar que el árbitro Racalbuto y sus asistentes llevaban una camiseta a franjas blanquinegras bajo el uniforme amarillo. Pero no. Racalbuto es sólo un mal árbitro, muy malo, desde siempre, y los jugadores de ambos bandos se lo pusieron muy difícil. Racalbuto se equivocó y basta. Si Filippo quisiera ahondar en los misterios de la impunidad, debería preguntar a los políticos que le representan en el Parlamento italiano. Esos mismos que ayer desfilaban cariacontecidos ante el féretro de su padre. Podría empezar por el honorable diputado Salvatore Buglio (Demócratas de Izquierda), que el jueves pidió una investigación parlamentaria sobre el fiscal Guariniello y el juez Casalbore, responsables de haber condenado al Juventus por dopar a sus jugadores entre 1994 y 1998. También debería charlar con el honorable Maurizio Paniz (Forza Italia), que secundó la petición. Los dos honorables tendrían ocasión de explicarle, como ya hicieron en la Cámara de Diputados, que el Juventus está por encima de la ley “porque es un nombre conocido en todo el mundo y arruinar su imagen es arruinar la imagen de Italia”. Ese fiscal y ese juez, por tanto, culpables del delito de lesa patria, deben ser acosados y forzados a buscar otro oficio. A Filippo le convendría también charlar con los honorables Zanetti, Sanza, Galtaldi y Napoli (Forza Italia), Ruggeri (La Margarita), Gallo (Alianza Nacional), Rossi (Liga Norte), Zunino (Demócratas de Izquierda) y Belillo y Nessi (Comunistas Italianos), que firmaron una moción dirigida al ministro de Cultura y Deportes en la que reclamaban que se cerrara de inmediato un expediente abierto por el Comité

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Olímpico y la Federación de Fútbol. El expediente debe concluir si han de ser devueltos los muchos títulos obtenidos por el Juventus drogado con EPO. ¡Lesa patria! Resulta fácilmente deducible que todos los diputados citados anteriormente son juventinos. Y grandes patriotas, aunque su esfuerzo fuera vano: el presidente de la Cámara rechazó ambas iniciativas en nombre de la independencia judicial. El ministro de Justicia, Castelli, no se enredó en principios legales: “Que me dejen tranquilo”, dijo; “yo soy milanista”. Así, Filippo, se forja la impunidad: en nombre de grandes ideales que esconden intereses particulares y mezquinos. Nunca sabrás del todo por qué murió tu padre. Pero no te será difícil descubrir por qué en Italia pasa lo que pasa.

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53.

RAROS O MUY RAROS (14-3-2005)

Los grandes futbolistas se dividen en dos categorías: los raros y los muy raros. Los raros son los que viven en su propio mundo, con biorritmos absurdos y un discurso mental apenas comprensible. Gente como Garrincha, con un coeficiente intelectual tan bajo que apenas entendía las reglas del juego; como Romario, que vivía de noche y entre siesta y siesta marcaba goles mágicos; como Best o Maradona, que sólo interrumpían su metódico proceso de autodestrucción cuando saltaban al campo. Luego están los muy raros, los que poseen tal fortaleza mental que son capaces de vencer la duda, la fatiga, la rabia y el peso de su propio icono (la adulación masiva y la transformación en símbolo local o nacional son potencialmente fatales para un hombre joven) y mantienen fresca la voluntad de victoria durante toda su carrera. Di Stéfano, Pelé, Maldini, Beckenbauer, Charlton, Baresi o Shevchenko son ejemplos. En el lado de acá, en el de la normalidad, se quedan los que, pese a unas exquisitas condiciones técnicas o un físico privilegiado, padecen, como casi todo el mundo, crisis de fe en sí mismos, o arrebatos de soberbia, o episodios abúlicos. O simple pereza. Por citar un caso: si Totti tuviera un cerebro a juego con sus piernas, sería el colmo. ¿Y si Ronaldo se entrenara como Maldini? Nunca se sabrá porque nunca se dará el caso. Todo esto viene a cuento de Adriano. El delantero del Inter, de 22 años, acabó la temporada pasada en una forma espléndida, en el verano hizo una Copa de América sensacional con Brasil y en el otoño parecía por encima de cualquier rival. Era imparable. Tuvo incluso un detalle de los que definen a los grandes, a los muy raros: viajó a Brasil para enterrar a su padre y al regreso, casi directamente desde el aeropuerto, se unió a sus compañeros para jugar un partidazo en la Copa de Europa. Mente fuerte, dijo la gente. Un fenómeno. Y entonces llegó una pequeña lesión, una nadería que le permitió descansar un par de jornadas. Se esperaba que volviera como un ciclón. Y, sin embargo, volvió irreconocible. El último gol en jugada de uno de los arietes más cotizados del planeta, un tipo por el que el Chelsea ofrecía 50 millones de euros, data del 4 de diciembre. En ese encuentro, contra el Messina, marcó tres. Después se apagó. Desde entonces, Adriano lo intenta todo y no consigue nada. Es lento y previsible. El técnico interista, Roberto Mancini, se rindió a la evidencia y le dejó en el banquillo en un partido tan importante desde el punto de vista emocional como el derby contra el Milan. El sábado recuperó la titularidad frente al Lazio y ofreció adicionales muestras de impotencia. Físicamente, está bien, lo que reduce el problema al ámbito mental. Dentro de ese ámbito, caben dos explicaciones: o no tiene confianza en sí mismo o padece el síndrome quiero-largarme-de-aquí, también conocido en San Siro como ronalditis. Ambas hipótesis le dejan fuera de la auténtica élite, la de los raros y muy raros que se portan como campeones incluso en las peores circunstancias. Hay, sin embargo, matices. La falta de confianza puede curarse del todo. La ronalditis es tratable con grandes dosis de dinero, adulación y caprichos, pero suele resultar crónica, con síntomas muy desagradables a la vista y graves efectos en el entorno del enfermo.

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El sábado, José Mourinho estuvo en la tribuna del estadio Olímpico y, al término del Lazio-Inter, declaró que Adriano ha dejado de interesar al Chelsea. El Inter disputará el martes, con el Oporto, la última eliminatoria de los octavos de final de la Liga de Campeones: habrá que estar muy atentos para comprobar si lo de Adriano tiene o no tiene arreglo.

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54.

COSAS QUE PASAN (21-3-2005)

El pasado 6 de enero, Paolo di Canio causó cierta sensación (sobre todo, en el extranjero) al saludar a la manera fascista, brazo en alto y ojos desencajados, a los tifosi de su equipo, el Lazio, durante la turbulenta conclusión de un derby frente al Roma. Poco después, Di Canio, gran admirador de Mussolini, fue multado por ese gesto con 10.000 euros. Y, aunque ese dinero vendría a equivaler al gasto anual en revisiones de su Ferrari azul, varios dirigentes de uno de los principales partidos italianos, Alianza Nacional, se ofrecieron a organizar una colecta para que Di Canio no tuviera que desembolsar un céntimo “por hacer algo perfectamente honorable”. Para aclarar un poco estos fenómenos, acaso desconcertantes para el observador, puede ser útil hablar de Daniela di Sotto. El nombre de Daniela di Sotto empezó a ser conocido el 23 de febrero de 1971, cuando un grupo revolucionario lanzó varios cócteles molótov en el interior de la sede del Movimiento Social Italiano, el partido fascista, en el barrio de Cinecittá. Los agresores atrancaron las puertas para que nadie pudiera huir. Entre los militantes fascistas que sufrieron las heridas más graves estaba Daniela: las llamas prendieron en su cabello y le afectaron gran parte del cuerpo. Comenzaban los años de plomo. Acababan de fundarse las Brigadas Rojas y los dos terrorismos, el rojo y el negro, se enzarzaron en una espiral de violencia. En el bando fascista, Daniela di Sotto figuraba en primera fila siempre que hiciera falta. Hoy, más delgada y con ropa más elegante, pero con el mismo carácter tremendo y la misma simpatía brusca, Daniela di Sotto es una gran figura del Lazio: preside peñas, establece corte cada 15 días en la tribuna de honor del estadio Olímpico, protagoniza tertulias futbolísticas radiofónicas y no pierde oportunidad de desafiar a los enemigos romanistas. Su espíritu bélico y sus ideas se han trasladado a la grada. Daniela di Sotto es, además de un tótem de los tifosi radicales del Lazio, la esposa de Gianfranco Fini, vicepresidente del Gobierno, ministro de Asuntos Exteriores, presidente de Alianza Nacional (antiguo Movimiento Social Italiano) y líder del postfascismo. O, como dijo Silvio Berlusconi el otro día a un alcalde de AN y del Inter, “fascismo a secas, porque la vergüenza está en el interismo, no en la ideología” Algunas pequeñas cosas explican cosas más grandes. (Una nota de fútbol real: el martes, ante el Oporto, Adriano marcó tres goles para el Inter. El primero, de rebote; el segundo, de remate exquisito; el tercero, en estallido de furia adriánica. Una progresión perfecta. El ariete brasileño demostró, cuando había que hacerlo, su condición de auténtico grande. Ayer se retiró lesionado en el Inter-Fiorentina y la afición negriazul sufrió un escalofrío).

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55.

UNA JORNADA SOBRENATURAL (11-4-2005)

Pocos partidos de fútbol tienen como exordio una invocación a la paz efectuada por un Papa difunto. Tampoco son muchos los estadios que saludan la entrada del presidente en el palco al grito de “Duce, Duce”. Ni abundan las aficiones que animan a su equipo con la canción Bandera roja y vivas al socialismo. Son rarezas que ocurren cuando se enfrentan el SS Lazio, club decano de Roma, fundado por el suboficial de Infantería Luigi Bigiarelli y simbolizado por un águila (en el ventenio mussoliniano también lucía en el escudo los símbolos fascistas, luego los quitaron porque no era plan); y el AS Livorno, club portuario y obrero de la Toscana, caracterizado por una afición que enarbola retratos del Che Guevara y celebra los goles puño en alto. Los Lazio-Livorno suelen acabar en escabechina. Pero la idea de proyectar en el marcador electrónico imágenes de Juan Pablo II hablando de la paz fue mano de santo. No hubo mucha más bronca callejera que en cualquier otro partido en el Estadio Olímpico: el reglamentario apedreamiento de la policía, los tradicionales gases lacrimógenos y el ritual intercambio de palos entre antidisturbios y muchachada lacial. En fin, lo mínimo. Los peritos milagristas del Vaticano deberían tomar nota, porque la ausencia de víctimas en Roma no fue el único elemento extraordinario de una jornada que pareció tocada por lo sobrenatural. Era la jornada 30, la que debía disputarse el pasado fin de semana y quedó suspendida por la muerte del Papa. Partía ya, por tanto, con un aleteo celestial. Luego se acumularon otras muchas peculiaridades. Demasiadas. No pudo ser casualidad. Primera: el Fiorentina y el Juventus emparon a tres, con un juego vibrante y emocionantes alternativas. La Vieja Señora, célebre por su usura, se comportó como si fuera el juvenil del Ajax, jugó y dejó jugar y encajó tres tantos por primera vez en lo que va de temporada. El corazón de Fabio Capello sobrevivió al disgusto de los goles y el buen juego. Segunda: el Inter ganó fuera de casa y además tuvo suerte, una conjunción que sólo suele darse cuando el cometa Halley pasa sobre la curva norte de San Siro en año bisiesto. Tercera: Udinese y Roma fabricaron otro 3-3 de ensueño, algo parecido a un derbi inglés que enfrentara al Brasil de Pelé con la Holanda de Cruyff (permítase la exageración sensacionalista), y Cassano, el curroromero del calcio, tuvo una de esas tardes de gloria que justifican que todavía nadie le haya estrangulado en cualquier tarde de las otras. Bruno Conti, el técnico romanista, contribuyó a la sobrenaturalidad del hecho haciendo debutar a tres chavales de 17 años. Cuarta: Rui Costa regaló al Milan un gol imposible, un beso a la escuadra desde una esquina del área. Los comentaristas aseguraron que tardaría en verse una cosa igual. Se tardó lo que tardó Taddei, del Siena, en colocarse en la misma esquina derecha y en marcarle al Lecce un gol idéntico al de Rui Costa. Quinta: Fue una jornada de 33 goles, 3,3 por partido, un frenesí de marcadores que debió poner de los nervios a los puristas del calcio, para los que sólo un inmaculado empate a cero refleja un encuentro en el

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que ambos equipos juegan a la perfección; consideran, por tanto, que los tanteos abultados son síntoma de relajación, desintegración familiar, laicidad y procaz iluminismo. Los abogados del diablo dirán que todo esto no es tan extraño, porque no ven mucho fútbol italiano. Pero algo de milagro hubo, seguro.

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56.

TARDE DE TREGUA (18-4-2005)

Los apartamentos papales estaban vacíos y sellados, el despacho de Berlusconi podía quedar desocupado en cualquier momento y los fascistas futboleros no incendiaron los estadios. Qué plácido domingo italiano, el de ayer. La momentánea paz del fútbol, después de tanta violencia y tanto bochorno, no se quebró ni en el derby toscano, que dejó a los comunistas del Livorno en mitad de la tabla y al Fiorentina resbalando de regreso a Segunda, ni con la derrota en casa del Roma ante el Reggina. La primera jornada de tolerancia cero en el calcio movilizó una tremenda cantidad de policía. Y ofreció noticias sensacionales. Como el procesamiento (con libertad condicional) del célebre Matteo Saronni, el carpintero interista de 26 años que cuatro temporadas atrás arrojó un ciclomotor desde la grada de San Siro y el miércoles, durante el penoso derby europeo Inter-Milan, se hartó de lanzar bengalas. La lógica judicial no quedó clara. ¿Era peor tirar una bengala que tirar una moto? ¿Había cambiado la ley entre 2001 y 2005? ¿Era la mecha el elemento delictivo? ¿Podrá Saronni lanzar un Fiat Panda cuando vuelva al estadio? En el Olímpico de Roma, los espectadores tuvieron que pasar dos, tres, cuatro o hasta cinco controles. Y, al menos al principio, la cosa se afrontó con buen humor y con mucho ahó, la interjección arquetípicamente romana. “¡Ahó, escríbeme cuando llegues!”, le gritó uno a su compañero, que iba ya un par de controles por delante. “Ahó, no me han pillado las lentillas de contacto. En cuanto empiece el partido, las tiro al campo”, le susurró otro a un amigo. Los registros eran totales: gorros, bufandas, banderas… “Ahó, perdone la inexperiencia, señor policía; es mi primera visita a Bagdad”, comentó alguien con cierto sarcasmo. Ya dentro, en la grada, el ambiente era más oscuro. Un reportero del diario La Repubblica enviado al corazón de la curva violenta se sorprendió por las cantidades industriales de porros que se consumían y por la escasa atención que se prestaba al partido. Todo eran coros contra la policía (los sbirri) y contra Cassano (definitivamente caído en desgracia), canciones sobre heroicas batallas campales y planes para otras jornadas con menos vigilancia. La nueva normativa antiviolencia, que preveía la suspensión del encuentro y la derrota local por 3-0 en cuanto cayera una bengala sobre el césped, excitaba miles de imaginaciones: bastaba esperar al próximo partido del Lazio, colarse en el Olímpico con un cohete y arrojarlo sobre el portero para hundir al enemigo en la miseria. Todo indicaba que la tarde de calma no suponía paz, sino tregua, y breve. Una lástima, porque el calcio seguía deparando instantes hermosos. Como el segundo gol de Lucarelli, el tótem del Livorno; o los ocho goles, uno anulado, marcados en Turín (en el paraíso todos los equipos son entrenados por Zeman y juegan sin defensa); o la rabia de Calderoni, el portero del Atalanta, que en el último minuto del derby con el Brescia, y con 0-0 en el marcador, paró un penalti que hubo que repetir porque sus compañeros pisaron el área antes de tiempo (el segundo entró). Veremos qué pasa en lo que queda de temporada. Italia, en cualquier caso, es sabia y saldrá del paso. Sabe manejar a los fascistas. Nótese que desde hace años los tiene en el Gobierno, en los estadios y donde

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haga falta, con tal de que se entretengan y no anden por ahĂ­ haciendo lo que mejor se les da: asaltar librerĂ­as.

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57.

LA MALDICIÓN DEL PAPA DIFUNTO (25-4-2005)

El Lazio fue fundado en un arrebato de pasión olímpica y adoptó los colores de la bandera griega, azul celeste y blanco. Luego, se tiñó de fascista, pero eso no viene al caso. En 1927, el Lazio sufrió una escisión por la parte de Testaccio, el barrio de los antiguos muelles, los mataderos y el romanesco cerrado, damose da fa, ahó, y nació el Roma, que se quedó con los hermosos colores del imperio, grana y amarillo, y con el nombre más rotundo. Los romanistas se sienten más del pueblo que los laciales, más auténticos y más católicos. Hasta el grito de guerra tradicional contra las aficiones rivales, “che Dio ve furmini”, refleja su fe en el Dios tronante y justiciero del Antiguo Testamento. Aunque el nuevo Papa sea del Bayern y los cardenales más influyentes suelan decantarse por el Juventus, si hubiera que elegir al equipo papista del calcio ése sería el Roma. Quizá sus desgracias actuales vengan de ahí. El Roma, que el año pasado luchó hasta el final por el título de Liga, que hizo el fútbol más hermoso, que le dio un célebre baño al Juventus en el Olímpico, que cuenta aún con jugadores como Totti, Cassano, Chivu, Montella o De Rossi, suele asumir la condición de piltrafa en las temporadas en que fallece un pontífice. La última vez que eso ocurrió, en el curso 1978-79, el Roma quedó en el duodécimo puesto, el peor del decenio. Lo mismo que cuando murió Juan XXIII: duodécimo puesto. Ahora, a cinco puntos del descenso y en estado de histeria absoluta, se dispone a conseguir algo parecido, si no peor. La parte principal de la culpa debe recaer en Francesco Totti. Por algo posee el talento más brillante (y la cabecita más loca) y por algo recibió tres bendiciones personales del Papa Wojtyla, una cuando era aún un niñito rubio que no escupía ni pegaba patadas a nadie. Cuesta entender la facilidad con que pierde los papeles el idolatrado Francé de los romanos. El miércoles, frente al Siena, se dio de manotazos con Tudor (tarjeta amarilla para ambos), le pegó una patada a Colonnese con el balón en el otro extremo del campo (segunda amarilla) y, ya expulsado, no quiso abandonar el escenario sin arrearle un puñetazo al mismo Colonnese. Dado que no portaba armas y nadie resultó muerto, la sanción se quedó en cinco partidos. Casi una despedida de la temporada. Totti, sin embargo, no es el único culpable. Un club que consume cuatro entrenadores en siete meses, que busca un comprador dispuesto a pagar mucho y recibir poco, que da por perdido a Cassano, que soporta la continua violencia de sus ultras y que tolera la holganza indefinida de sus estrellas (los guapos como Totti no van a los campos de Trigoria a entrenarse, sino a darse un baño y un masaje) merece de vez en cuando un revolcón. Aunque toque sólo en año de sede papal vacante. Un amigo romanista, residente en el hemisferio sur, me contó el otro día que seguía poniéndose la camiseta del Roma todos los domingos para ver el partido por la tele y que había enseñado a su hija de cinco años el himno de Antonello Venditti: “Gialla come er sole, rossa come er cuore mio…”. Poco después supe que a mi amigo le habían abierto la cabeza en Ecuador. Sólo quería desearle que se recuperara, recordarle que los cambios de Papa traen desgracia a los giallorossi y hacerle notar que la frase más pesimista del mundo, aquélla de que “toda situación humana es siempre susceptible de un empeoramiento”, la tiene patentada en exclusiva el Inter. O sea, que tranquilo.

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58. LA TARDE EXTRAORDINARIA DE ALBERTO Y CRISTIANO (2-52005) El padre de Alberto Gilardino pensó que el niño estaba predestinado. Nació el 5 de julio de 1982 y a la misma hora en que Paolo Rossi marcaba el tercero de sus goles y daba a Italia una inolvidable victoria sobre Brasil. El tiempo vino a dar la razón al señor Gilardino, pero poco a poco, porque Alberto no fue un fenómeno como futbolista adolescente. Se hizo profesional a los 17 años y en su primera temporada, con el Piacenza, anotó tres tantos; tuvo un paso discreto por el Helias Verona, con cinco goles en dos campañas, y su llegada al Parma, en 2002, proporcionó una modesta renta de cuatro en 24 partidos. El curso pasado reventó las costuras: 23 goles. Es, con Cassano, lo más prometedor del calcio y el Milan parece tener ya apalabrada su incorporación dentro de unos meses. Ayer, con 17 tantos en su cuenta y con el Parma en situación muy apurada, saltó al césped para disputar un encuentro decisivo contra el Livorno. E hizo algo extraordinario. El padre de Cristiano Lucarelli, sindicalista portuario, no esperaba nada especial del niño. Sólo, que no diera la lata por las noches -el matrimonio y los dos hijos dormían en la misma habitación porque las otras eran para los abuelos y los tíos- y que, como él mismo, fuera fiel al Livorno hasta la muerte. Cristiano tuvo hambre de balón desde pequeño y en 1993, a los 17 años, convertido en un delantero gigantón y voluntarioso, inició una carrera profesional errática y con pocos momentos de gloria. Pasó por el Perugia, el Cosenza, el Padua, el Atalanta, el Valencia, el Lecce y el Torino y en 2002, harto de vagabundear, decidió que antes de jubilarse debía cumplir el sueño de su vida y llevar su Livorno, el club comunista del calcio, hasta la Primera División. Rechazó el millón de euros al año que le ofrecía el Torino y se quedó con los 500.000 que podía pagarle el Livorno, eligió la camiseta con el número 99, el año de la fundación de su peña, las Brigadas Autónomas Livornesas, y se puso a ello. Consiguió el ascenso y, obviamente, la condición de héroe local. Ayer, con 16 tantos anotados esta temporada y con el Livorno en la zona cómoda de la clasificación, Lucarelli no se jugaba más que el honor y un pulso personal con Gilardino. E hizo algo extraordinario. Alberto Gilardino, el bambino de oro, marcó en el minuto 3 (1-0). Cristiano Lucarelli, el mercenario redimido, en el 22 (1-1). Y otra vez en el 25 (1-2). En el 27 empató Pisanu (2-2). En el 37, otra vez Gilardino (3-2). En el 47, Pisanu (4-2). Inmediatamente después, penalti en el área del Parma y gol de Lucarelli (4-3). Minuto 72: otra vez Gilardino (5-3). El Parma parecía a salvo. Gilardino había anotado ya tres veces y cojeaba. Se había acercado al banqullo para pedir el cambio cuando Lucarelli marcó de cabeza su cuarto gol (5-4). Otra vez peligro para el Parma. Gilardino desoyó al técnico, Gedeone Carmignani, que le ordenaba con gestos que abandonara el campo, y volvió a la pelea. En el minuto 85 quebró con un regate seco al portero rival y dejó el marcador en 6-4. Cuatro goles Gilardino, cuatro goles Lucarelli. Ante Gilardino se dibuja un futuro de éxitos en un equipo importante. Si no va al Milan, en la cola están el Arsenal, el Juventus y el Madrid. Lucarelli, que en octubre cumplirá los 30 años, se quedará en el Livorno y cuando se retire ocupará su puesto en la grada, bajo retratos del Che Guevara y banderas rojas.

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QuedarĂĄ en la memoria el recuerdo de aquel 1 de mayo de 2005 en que, despuĂŠs de marcar cuatro goles cada uno, Gilardino y Lucarelli se dieron la mano en Parma.

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59.

LA PACIENCIA DE ANCELOTTI (9-5-2005)

Carlo Ancelotti ganó la Liga de Campeones hace dos años, la Liga italiana el año pasado y ahora ha metido al Milan de nuevo en la final europea. El scudetto, después de la derrota de ayer, está muy difícil, aunque no imposible. Podría pensarse que Ancelotti es un entrenador de éxito, pero eso sería fiarse de unas apariencias engañosas. Como saben bien los televidentes italianos y los lectores (caso de haberlos) de esta columna, Ancelotti hace poco más que vigilar la puntualidad en los entrenamientos y charlar con el cuarto árbitro durante los partidos. De todo lo demás se ocupa Silvio Berlusconi, inventor del balón, del fútbol, del fuera de juego posicional, del pase de tacón y del banderín de córner flexible. A Berlusconi, que en sus ratos libres preside el Gobierno y controla el monopolio de la televisión, aún le queda tiempo para arrearle a Ancelotti una colleja diaria. El jueves, después de la derrota del Milan frente al PSV Eindhoven y del pase a la final por pelos, Berlusconi se vio obligado a contar las cosas como fueron. “Ancelotti ha tenido mucha suerte”, dijo Il Cavaliere. Y Ancelotti, que es un respondón, no pudo callarse: “Lo considero un elogio, la fortuna sonríe a los audaces”. Berlusconi, que tras la final de Liga de Campeones de hace dos temporadas se proclamó autor de la alineación y de los cambios que dieron la victoria al Milan (en los penaltis: estaba todo previsto) dejó entrever el viernes la táctica que preparaba para la final de Estambul contra el Liverpool: “Tal como estamos, me llevaré un rosario para rezar”. “Pues yo llevaré el anillo del Padre Pío”, peloteó enseguida Ancelotti. El sábado, en vísperas del crucial encuentro con el Juventus, Berlusconi puso a Ancelotti en su sitio: “El querido Ancelotti tiene la deformación profesional de la defensa, pero con una sola punta no funcionamos bien en el campo; le he mandado decir que si no cambia de actitud, le despido”. Ayer, después de la derrota, Il Cavaliere aclaró que todas sus puyas a Ancelotti eran solamente “muestras de buen humor, bromas inocentes”, y que no pensaba cambiar de entrenador. Para qué, se pregunta uno, si ya está Berlusconi para encargarse de todo. Berlusconi se ocupa de la política con el mismo animus iocandi futbolístico. Cuando le preguntan si se plantea la posibilidad de retirarse, contesta que es imposible: “No veo a ningún Van Basten en el banquillo para sustituirme”, dice. ¿Pierde las elecciones regionales por 13-2? Ningún problema. “Basta retocar la alineación y jugar al ataque”. Los ministros, menos habituados que Ancelotti a comprender las consignas del jefe, a veces atacan un pelín demasiado. Giulio Tremonti, nuevo vicepresidente ofensivo, apenas saltó al campo propuso privatizar todas las playas del sur (no es tonto, es del norte) y dedicar lo recaudado a fomentar el turismo barato y masivo que ya no quieren ni en la Anatolia interior. La cosa terminó en tarjeta amarilla. Il Cavaliere suele decir que fue un aclamado delantero centro en su juventud. No existen testimonios de ello, pero debía ser una gloria verle erguirse, con sus imponentes 160 centímetros, para rematar los córners. Quizá Ancelotti debería mostrar un rasgo de genio y, animus iocandi, alinear a Berlusconi en Estambul. Esa es la única decisión que, dada su natural modestia, no puede tomar el propio Berlusconi.

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60.

LAS JAURÍAS DE CAPELLO (16-5-2005)

Fabio Capello, dicen, tiene fama de sacar de los futbolistas todo lo que pueden dar y un poco más. Les somete a un tratamiento basado en el viejo mecanismo del palo y de la zanahoria con una pequeña aportación personal: el palo se da por supuesto y la zanahoria es sólo una dulce posibilidad, una esperanza que permite resistir el castigo. Cuando Capello llega a un club y asume la función de macho alfa, no queda espacio para otros ejemplares dominantes: la plantilla se convierte en una jauría de cimarrones hecha para perseguir y morder a la orden del jefe. Es cierto que Capello siempre saca de sus patrones lo que quiere. Cuando una noche del pasado verano huyó de Roma para hacerse con el Juventus, obtuvo de los Agnelli y de Luciano Moggi un mastín inteligente como Emerson, un dogo como Ibrahimovic y un boxer curtido como Cannavaro: los colmillos que hacían falta para que el grupo de Turín fuera realmente temible. Los refuerzos, sin embargo, no bastan para explicar los resultados de Capello porque ha sacado un gran rendimiento de gente tan discreta como Olivera y Zalayeta. El truco está en el poder. Capello piensa y manda. Los demás actúan. La Vieja Señora turinesa, tan achacosa en la última temporada, parece ahora una culturista búlgara: no es guapa ni distinguida, se mueve con la gracia de un tractor, tal vez no sea ni señora, pero no hay quien se pase un pelo con ella. Ayer, tras el empate del Milan en Lecce y la victoria fácil del Juventus ante el Parma, la banda de Capello goza de una ventaja de cinco puntos a falta de dos partidos. El campeonato italiano está listo. En la imponente vitrina blanquinegra, con 27 Ligas, dos Copas de Europa, tres Copas de la UEFA, una Recopa y dos Intercontinentales, ya han hecho lugar para el scudetto tricolor número 28. De Capello dicen también que, cuando se va, deja atrás una jauría exhausta, resabiada y rabiosa. Debe de ser verdad. No hay más que echar un vistazo al Roma, que ganó el título en 2001 y en la temporada pasada disputó el triunfo al Milan hasta el final con gestas como el vapuleo al Juventus (4-1 en una exhibición suprema de Totti) y momentos de una brillantez furiosa, enloquecida. El Roma, ahora, está a tres puntos del descenso. Ayer disputó el derby frente al Lazio y sólo fabricó una ocasión, a los 28 segundos de juego. Debió de ser un error porque los dos rivales romanos se limitaron a pasear, tomar el sol y renquear como podencos viejos. El público silbó lo que tenía todas las trazas de un tongo, un empate a cero que acercaba al Lazio a la tranquilidad y demoraba la catástrofe que desde hace semanas amenaza al Roma. La grada intentó espolearles por la vía de la humillación, llamándoles buffoni, payasos (de lo peor que se puede decir en Italia, el país en el que mostrar una bella figura es tan esencial como respirar), pero la jauría que Capello exprimió durante años no daba para más. El Roma, tan nervioso y consumido, tiene por delante dos adversarios muy peligrosos. Son el Atalanta y el Brescia, que, como el Roma, van por ahí con el pellejo roído por las garrapatas y necesitan un milagro para no descender. El Atalanta, que en diciembre era dado por muerto, ha resistido sin desplomarse y aún es capaz de morder. Ayer empató a domicilio con el Fiorentina, otro saco de pulgas. Jugárselo todo en la útima jornada con el Brescia, que ayer venció en casa del Bolonia, será como robarle el hueso a un rottweiler: a veces se consigue, pero es más normal dejarse el brazo en el intento.

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Son días de angustia en Roma y de miel en Turín. Los romanistas ya conocen el sabor de la resaca después de los paroxismos capellianos. Habrá que ver el Juventus que dejará el gran dictador del calcio cuando, ganado lo ganado, se marche en busca de carne joven.

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61.

SOLDADOS (23-5-2005)

Mucho antes de que se inventaran el cattenaccio, el líbero, la defensa de tres que es de cinco y el doble pivote, en el calcio existía ya la más antigua de las disposiciones tácticas italianas: el 10+1. Diez que juegan al fútbol, y otro que también, pero no del todo. Quien ejerce de más uno suele ser bajito, feo y peleón, siente más amor por los colores que el hincha más fanático del gol sur y cumple hasta la última gota de sudor las órdenes del técnico; en su caso, el talento para entenderse con el balón no resulta imprescindible: las suyas son virtudes militares. El 10+1 mantiene su vigencia y para demostrarlo ahí están Gattuso, un titular del Milan por el que ningún club en sus cabales ofrecería dinero, o el viejo Pessotto juventino. Son tipos que no aportan fútbol, sino carácter. El mejor más uno de los últimos 20 años se llama Angelo di Livio y los memoriosos tal vez recuerden que en la final de la Copa de Europa de 1998, Juventus-Real Madrid, fue sustituido a mitad de encuentro por Tacchinardi. Por entonces tenía ya 32 años y estaba a punto de cerrar una carrera de cinco años en las filas de la Vieja Señora. Su currículo dibujaba el perfil del perfecto gregario. Nació en Roma en 1966 y a los 15 años era el chaval más valorado en el equipo de su barrio, la Polisportiva Bufalotta; el Roma le contrató, pero ningún entrenador se atrevió a hacerle debutar y después de cuatro temporadas en blanco fue cedido al Reggiana, al Nocerina, al Perugia y al Padua. En 1993, ya con 27 años, Trappatoni le llevó al Juventus. Esa fue la gran época de Di Livio: lo ganó todo al lado de los Zidane y Del Piero y alcanzó la internacionalidad. Y el apodo de Soldadito. Cuando el Juventus le despidió, en 1998, el Fiorentina le acogió con los brazos abiertos. Soldadito jugaba de más uno, pero sabía centrar y en el centro del campo, ese sitio donde todo queda lejos, cumplía estupendamente. El club de Florencia aún era el de Batistuta y ganaba títulos. En 2001, sin embargo, sobrevino la catástrofe. El Fiorentina fue liquidado por deudas y refundado, como Fiorentina Viola, en Tercera B. Todos los jugadores, por supuesto, recibieron la carta de libertad y se largaron. ¿Todos? No, se quedó uno. Soldadito aceptó un salario de regional y asumió un papel insólito para un más uno: el de jefe. Acompañó la resurrección del Fiorentina en las tres temporadas de ascensos agónicos que devolvieron el club a la Serie A, mantuvo la internacionalidad (Trappatoni le llevó al Mundial de 2002) y, con la misión cumplida y 38 años en las piernas, se le ofreció un puesto en el cuadro técnico florentino. Soldadito dijo que no, que prefería seguir trabajando como más uno. El Fiorentina ha tenido un retorno desgraciado a la categoría máxima. Ayer acudió al Olímpico como antepenúltimo de la tabla, para jugarse media vida frente a un Lazio también en peligro de descenso. Era uno de esos partidos en los que hace mucha falta el más uno y ahí estaba el soldadito Di Livio, casi cuarentón, para cumplir órdenes. Con el marcador 1-1 ocurrió un desastre: un remate florentino a puerta vacía, un paradón con la mano del defensor laziale Zauri y un tremendo error del árbitro, que no vio nada. Ni penalti, ni expulsión. La cosa acabó en empate. Al Fiorentina le haría falta un milagro para salvarse en la última jornada. El general McArthur decía que los viejos soldados no mueren, sino que se desvanecen en la lejanía. La frase vale para el soldadito Di Livio, cuya última batalla, la del domingo próximo, está casi perdida.

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62.

DOS FINALES FELICES (30-5-2005)

Andrea Galliani debe de añorar muy poco su antiguo oficio de antenista. Ha pasado mucho tiempo desde que Silvio Berlusconi le contrató para que instalara los repetidores de sus primeras televisiones locales; Galliani es hoy millonario, hombre de confianza del Cavaliere y vicepresidente ejecutivo del Milan. También es presidente de la Liga Profesional y, como tal, se vio ayer obligado a acudir al estadio de los Alpes para entregar al Juventus la copa de campeón 2004-2005. En ese momento sí habría preferido seguramente seguir siendo un anónimo antenista. La grada le gritó de todo y más. Los insultos rebotan sobre el pellejo de los paquidermos del fútbol, pero la burla duele, y en ese terreno la afición juventina se empleó a fondo. Miles de banderas del Liverpool flameaban entre el público, que coreaba hasta la afonía “forza Liverpool” y, evocando el clamor del funeral de Juan Pablo II, exigía la canonización inmediata del portero del equipo británico con el grito “Dudek, santo subito”. Una pancarta en la Curva Scirea sacaba jugo de aquellos tres goles consecutivos que hundieron al Milan en Estambul y reducía a los de Berlusconi a la humilde condición de macarrones: “Milan, tiempo de cocción, seis minutos”. Y el pobre Galliani allí abajo, sombrío, más Nosferatu que nunca, dando al Juventus la copa por el triunfo liguero y tragando sapos. Toda esa alegría por el éxito propio y la desgracia ajena sirvió para un buen fin. Ayer, justamente ayer, se cumplieron 20 años de la tragedia de Heysel, aquella final europea en la que 39 tifosi juventinos perdieron la vida a raíz de una carga de hooligans británicos. ¿Quién podía haber previsto una conmemoración turinesa con vítores al Liverpool? El buen comportamiento de las dos aficiones en los cuartos de final ya había sellado la paz. Y la humillación infligida por la gente del Mersey al Milan fue interpretada por los juventinos como un signo de fraternidad eterna. Los Diablos rojos y la Vieja Señora caminan hacia el futuro cogiditos de la mano y riéndose de Galliani. Otras explosiones de jolgorio fueron menos sarcásticas que la de Turín. El grito de Florencia no salió de la garganta, sino de las vísceras. El Fiorentina llegó antepenúltimo a la jornada final, castigado por su propia incompetencia y por un tremendo error arbitral que el domingo anterior le privó de la victoria. Enfrente tenía al Brescia, penúltimo. Era un partido a vida o muerte, del que el Brescia salió con los pies por delante para acompañar a Segunda al Atalanta y al futuro vencedor del desempate entre Bolonia y Parma. La afición florentina, descontenta con el equipo, optó por dedicar una pancarta gigantesca a Angelo di Livio, el fiel Soldadito, que, a sus 39 años, después de haber vestido el color violeta durante todo el ascenso desde los abismos de la Regional y de haber luchado más que nadie por no recaer en Segunda, meditaba la posibilidad de jubilarse de una vez. “Gracias, capitán; serás siempre uno de nosotros”, decía la pancarta. Cuando el Fiorentina marcó su tercer gol y la permanencia quedó asegurada, Di Livio fue sustituido y sacado a hombros del terreno de juego por sus compañeros mientras 45.000 personas puestas en pie le aclamaban. La mayoría de los finales son menos hermosos.

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63.

LA LIGA MÁS DEMENCIAL (29-8-2005)

Ha concluído el verano en la Liga más demencial del planeta. Resumen de lo acontecido: El Génova, un histórico del calcio, celebró en junio el ascenso y acto seguido fue condenado a seguir penando en los abismos, por amañar un partido con el Venecia; los aficionados, como es de ley, incendiaron la ciudad. El Torino, otro histórico, fue también enviado a las mazmorras clasificatorias por falsificación grosera de balances; los aficionados intentaron linchar al propietario después de incendiar la ciudad. El Lazio, con una deuda fiscal de 23 millones de euros, fue perdonado: a nadie le pareció buena idea que los laciales incendiaran Roma. El Treviso y el Ascoli fueron ascendidos por orden administrativa. El presidente de la Federación fue sometido a una investigación policial (aún en curso) por favorecer a la Reggina frente a la Salernitana. Sigamos. El mejor árbitro del mundo, Pierluigi Collina, fue dispensado de la obligación de retirarse a los 45 para que siguiera dirigiendo grandes partidos por otra temporada; luego, tras pensárselo 10 minutos, la autoridad competente le relegó a la División B por compartir patrocinador (Opel) con el Milan. La UEFA impuso al Roma la prohibición de comprar o vender jugadores hasta el año próximo, pero un tribunal italiano levantó la sanción y no pasó nada. En la División B fueron clausurados ocho estadios por incumplir las normas de seguridad y varios alcaldes, como el de Brescia, prohibieron que se disputaran partidos el sábado como ordenaba la federación: el sábado, dijeron, es día de mercado; todo el mundo simuló entender el razonamiento. Mientras se desarrollaban todos esos ritos tradicionales de pretemporada, ocurrió algo que heló la sangre al mundillo del calcio: Massimo Moratti, propietario del Inter y cabecita loca del calcio, el hombre que cambió a Roberto Carlos por Pistone, malvendió a Simeone y renunció a contratar a Zidane porque le pareció "innecesario", tuvo un momento de debilidad e hizo un buen fichaje. Intentó disimularlo quedándose a la vez con unos cuantos saldos del Real Madrid, pero no tardó en descubrirse que había comprado también a Pizarro, la joya chilena del Udinese. Con Adriano, Pizarro en el medio centro y Cambiasso (ese que no quiso Florentino) en todas partes, el Inter (que alineó a Figo, pero no a Solari) empezó a parecer un equipo. Adriano marcó ayer sus primeros tres goles. Los interistas, acostumbrados al fracaso, esperaban una desgracia inminente. Moratti, además, pagó seis millones de euros a Vieri con tal de que se largara. Vieri fue contratado por el Milan y lo celebró con una botella de champán de 16.000 euros. La incorporación de Vieri (está mal decirlo, pero Vieri trae desgracia) hizo caer la cotización milanista en las casas de apuestas, y ayer el Milan no pasó del empate con el milagrosamente ascendido Ascoli. El Juventus, con Ibrahimovic, Emerson y Vieira, arrancó la temporada como principal aspirante al título. Y en Livorno, la ciudad roja de Toscana, la gente agradecía al cielo una de esas lecciones que le enseñan a uno lo que es la vida. Lucarelli, el hombre que con una frase célebre ("tenetevi il miliardo") renunció al dineral que le ofrecían varios clubes, aceptó un sueldo normalito para cumplir el sueño de jugar en su amado Livorno y fue máximo goleador de la pasada temporada, volvió a marcar el sábado. Fue el primer gol, y seguramente el último porque el club quiere vender al héroe en cuestión de días. La vida es así, amiguitos. Incluso en Livorno.

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64.

EL REFUGIO DE MESSINA (12-9-2005)

No hay en Italia, ahora mismo, estadios como los de Sicilia. Rugen, sufren y gozan más que los otros. El San Paolo de Nápoles tiene un carácter similar, pero con el equipo en Tercera pesa sobre la grada la sombra de un luto. Palermo y Messina, en cambio, viven los mejores momentos de su historia. El Palermo le dio el sábado un baño al lujoso Inter y el Messina remontó ayer un 0-2 y empató con el Fiorentina de Prandelli, un equipo elegante y prometedor. El fútbol siciliano nunca lo ha tenido fácil. El grito feroz, "¡terroni!", con que se acoge en los estadios del norte a los equipos del sur, se complementa en su caso con inevitables invocaciones a la mafia y a la tradición sangrienta de la isla. Claro que hay mafia en Sicilia. Mucha y aparentemente eterna. Y a los mafiosos les gusta el fútbol. Claro que les gusta. Que se lo pregunten a Giuseppe Morabito di Africa, uno de los grandes capos de la mafia calabresa. Morabito fue perseguido por los carabinieri durante 12 años, sin éxito. Se sabía que su refugio estaba en la zona de Aspromonte, pero no había forma de localizarlo. Hasta que un policía listo ató cabos. El nieto preferido del jefe mafioso, un chaval llamado Giuseppe Sculli, jugaba bien al fútbol y formaba parte incluso de la selección italiana sub-21. ¿Cómo podía Morabito, un apasionado del fútbol, resistir la tentación de asistir a los partidos del muchacho? De forma discreta, varios agentes se hicieron seguidores fieles de Sculli y de su equipo, el Verona. Y la cosa funcionó. Morabito fue identificado entre el público y detenido el 18 de febrero del año pasado. A su nieto, joven promesa del calcio, se le vino el mundo encima: un abuelo es un abuelo, aunque se dedique a la extorsión y el asesinato. El Juventus acababa de fichar a Sculli y se encontró entre las manos con un jugador deprimido y casi inservible. ¿Qué se puede hacer con un futbolista en estas circunstancias? Enviarle a Messina, porque allí tienen ya experiencia en estas cosas. Sculli, un delantero finísimo, se ha incorporado esta temporada al equipo local. A sus espaldas tiene un centrocampista casi de su edad, Gaetano d'Agostino, con más complicaciones familiares que las del propio Giuseppe Sculli. El centrocampista es hijo de Giuseppe d'Agostino, un arrepentido de la Cosa Nostra que colaboró con los fiscales anti-mafia y sobre el que pesa, por tanto, la condena a muerte de sus antiguos colegas. Las condenas mafiosas se extienden a la familia inmediata. Eso obligó al hijo futbolista a dejar Sicilia y a instalarse en la capital, donde a la policía le resultaba más fácil protegerle. El Roma le contrató, pero no es fácil jugar con soltura cuando debes entrenarte solo, con una escolta permanente y con miedo a que detrás de la próxima esquina te espere un sicario para arreglar cuentas. D'Agostino no hizo nada en Roma. A mitad de la pasada temporada le llamaron del Messina, y no dudó. Regresó a la isla, convencido de que el calor de los aficionados constituía la mejor protección, y en pocas semanas alcanzó la titularidad. Volvió a jugar estupendamente. Como Sculli ahora. Nunca se sabe cómo acaban estas historias. Por ahora, todo va bien. El público del estadio San Filippo les mima y los dos refugiados, el nieto del mafioso y el hijo del arrepentido, gozan con el balón. Seguiremos informando.

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TONI, EL QUE SE PARECE A MARCO (19-9-2005)

No le ayudaban ni el nombre ni la fortuna. Lo del nombre parece una tontería, pero pesa: Toni evoca un partido de barrio, un campo sin hierba y un banquillo. Y Luca Toni carecía de alternativas: o Luca, o Toni. Acerca de la fortuna, vale el testimonio de Marta, la novia de siempre: "Cuando le conocí era un gafe". Marta le conoció cinco años atrás, en el momento más bajo de la carrera del futbolista, si aquella sucesión de tumbos podía llamarse carrera. Toni comenzó en 1994 en el Módena y en las temporadas siguientes se mantuvo en Tercera División, descendiendo peldaño a peldaño la escalera hacia la nada. Tras el Módena se fue al Empoli, al Fiorenzuola y al Lodigiani. Tenía 23 años y estaba en el Lodigiani, sin expectativas de mejora. A la edad en que los grandes futbolistas se han consagrado o están a punto, Toni decidió abandonar. Fue Marta quien le convenció de que siguiera en el fútbol un poco más de tiempo. Tampoco tenía nada mejor que hacer. Siguió un poco de esperanza: pasó al Treviso, en Segunda, y marcó 15 goles. El gafe que fallaba goles hechos y resbalaba al lanzar los penaltis estaba convirtiéndose en un delantero centro apreciable, de esos que dan alegría a los equipos modestos y luego se pierden en el olvido. El Vicenza le contrató y alcanzó la Serie A, lo máximo a lo que podía aspirar. En 2001 saltó al Brescia, donde jugó dos años y compartió alineación con el gran Roberto Baggio. Eso era más que lo máximo, era la batallita que sus nietos tendrían que escuchar mil veces. En 2003 regresó a Segunda, al Palermo. Tenía 26 años y su trayectoria iniciaba la curva descendente. Algo ocurrió en ese momento, porque el gafe se esfumó y Toni empezó a hacer cosas prodigiosas: como marcar 30 goles y meter al Palermo en la Serie A. En la temporada siguiente, más de lo mismo: 20 goles y el Palermo a la UEFA. Cesare Prandelli es un buen entrenador que conoce la mala suerte. En 2004 tuvo que dejar el puesto de entrenador de la Roma en plena pretemporada para atender a su esposa, gravemente enferma. Tras un año en blanco, fue contratado unos meses atrás por los Della Valle, los nuevos propietarios del Fiorentina, y sólo puso una condición: que ficharan a Toni. Los riquísimos Della Valle pagaron 18 millones de euros al Palermo y se llevaron a Toni a Florencia. Luca Toni es, a los 28 años, un delantero sensacional. Hace unas semanas anotó una tripleta con la selección italiana. Marcó en el primer partido de Liga. Volvió a marcar en el segundo. Ayer el Fiorentina se enfrentaba a un enemigo difícil, el Udinese de Vincenzo Iaquinta. El duelo de arietes tuvo un vencedor claro: Toni marcó otros dos goles y fabricó un tercero. Al final, 4-1. Iaquinta anotó un penalti y un gol que se anuló sin motivos: es bueno, como Gilardino (que ha llegado al Milan en el peor momento porque el equipo de Berlusconi sigue lastrado por la catástrofe de Estambul). Toni, sin embargo, es algo más. En sus remates hay una elasticidad imposible, una precisión fatídica. Resulta imposible no evocar a un tipo alto como él (1,88) que también marcaba goles y que, como Toni, disfrutó de pocos años gloriosos. Toni llegó tarde. El tipo al que recuerda cada vez que se descoyunta en el

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รกrea se fue demasiado pronto, a los 28, lleno de cicatrices. Una lรกstima, porque no habrรก otro Marco Van Basten. La consolaciรณn es que de la nada haya surgido Toni, el mejor sucedรกneo conseguido hasta la fecha.

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LAS RAZONES DEL ÉXITO (26-9-2005)

En la guerra cultural planetaria, el fútbol es el producto europeo con más éxito. Estados Unidos no ha conseguido exportar ni el béisbol ni la versión del rugby que allí llaman football. El balón jugado con los pies, en cambio, rueda por los descampados suramericanos, por las calles africanas y por las esquinas de Asia. El invento británico no dejó de crecer durante el siglo XX y sigue expandiéndose en el XXI sin que las razones aparezcan del todo claras. ¿Es por la brillantez del juego? Esa respuesta se desploma a los pies de cualquiera que vea fútbol con cierta regularidad. El juego en sí sólo tiene el mérito del espacio abierto conjugado con la ocasional emoción en las áreas. ¿Es porque cada vez se juega mejor? Sigan con atención un partido normal de cualquier Liga normal, la japonesa, la colombiana o la polaca, y comprueben lo que da de sí. ¿Es por el brillo del césped? ¿Por el talento de los grandes futbolistas? Un par de economistas, Stefan Szymanski y Andrew Zimbalist, han publicado un libro titulado National pastime Pasatiempo nacional) en el que comparan la organización administrativa del béisbol y el fútbol y sugieren una posible respuesta. El béisbol, como todos los deportes estadounidenses, se organiza sobre un sistema limitado de franquicias. Los clubes pueden cambiar de ciudad, pero son siempre los mismos. No hay ascensos ni descensos, se regula el mercado de fichajes de forma que favorezca a los débiles y se limitan tanto los sueldos de los jugadores como el presupuesto de los clubes. El resultado, en teoría, es una competición casi perfecta. El fútbol, en cambio, se mueve en el caos. Cuando una junta directiva se fija el objetivo de ascender de categoría gasta todo lo que puede y lo que no puede en fichajes; si el equipo no logra ascender, no mejoran los ingresos y todo ese gasto, convertido en deuda, supone un paso hacia la quiebra. Aunque todo depende al final del juego y de los marcadores, las grandes instituciones disponen de un margen de ventaja: su importancia social las hace en la práctica inmunes al colapso económico. Pueden gastar y gastar y son cada día más fuertes frente a una clase media proletarizada ante el carísimo envite de los torneos continentales. El resultado, en teoría, es una competición desigual, previsible, imperfecta. ¿Saben qué sugieren Szymanski y Zimbalist? Que la gracia del fútbol está justamente ahí. El Juventus tiene que ganar al Parma y gana; el Milan tiene que ganar al Treviso y gana. Pero no siempre. La fluidez de la escala futbolística permite que un club de un barrio de Verona, el Chievo, pueda medirse hoy con las superpotencias. Cualquier otro club de barrio, en Ucrania o México, tiene el derecho a soñar en unos cuantos años mágicos, en una escalada desde las categorías regionales hasta la Primera División y en una fabulosa victoria internacional. ¿Por qué no? El truco es ése. El fútbol acoge todas las pasiones personales, sociales y nacionales porque en él nada es imposible. Llevado al extremo, resulta que el éxito del fútbol tiene más que ver con las normas federativas de ascensos y descensos que con la inspiración de Kaká. Todo el mundo sabe que el Livorno no puede ganar la Liga. De momento, sin embargo, ese pequeño club de provincias ha decidido no vender a su héroe, Lucarelli, y está ahí, a rebufo del Juventus. Tras toda una

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vida en la oscuridad, disfruta de una época dorada. Quizá efímera, pero real. Olvídense de la belleza, del desmarque y del toque prodigioso. Lo que cuenta es otra cosa. El fútbol, como el halcón maltés, es del material con que se fabrican los sueños.

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LOS DEFENSAS DE CAMPO DEI FIORI (3-10-2005)

La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido. Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin. Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí. Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba. Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe. Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.

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EL CABALLERO Y LA DAMA (17-10-2005)

Hace dos años, cuando ya llevaba ocho en el Juventus, Alessandro del Piero renovó su contrato por cinco más. El futbolista tenía 28, vivía su mejor momento y obtuvo muy buenas condiciones económicas: 5,6 millones de euros por temporada más 2,3 por sus derechos de imagen. Ale estaba tan contento que pagó una página de publicidad en La Gazzetta dello Sport para anunciar personalmente la noticia de su unión vitalicia con la Vieja Señora del calcio. El titular del anuncio era gracioso: “Un caballero no abandona nunca a una dama”. El caballero Del Piero debió de pensar bastante en esa frase cuando, unos meses después, la dama en cuestión, convertida en una Rottenmeier con las facciones tremendas de Fabio Capello, empezó a darle leña. La llegada de Capello supuso para la Juve un retorno a los principios básicos de una sociedad metalúrgica -pertenece desde hace medio siglo a los Agnelli de la Fiat-, hosca y exigente. Del Piero era el futbolista mejor pagado, pero a Capello le pareció irregular. Y era cierto. Entre el caballero y el recién llegado Ibrahimovic la elección resultaba clara. Y Del Piero, desorientado y fallón, empezó a conocer de cerca el banquillo. Capello fue un futbolista bastante malo desde el punto de vista técnico. No era de los que acarician el balón, sino de los que lo pisan, lo retuercen y, si es necesario, lo muerden. Pero tenía una voluntad de hierro y una mente despierta que le permitía captar las claves de cada partido. La voluntad y el conocimiento del fútbol, junto a un carácter de mil demonios y una ambición desmedida, le han permitido ser un entrenador de gran éxito. Maneja la plantilla como un dictador y somete a cada futbolista a algo muy parecido a la tortura psicológica. Presiona, exige, amenaza, machaca y castiga hasta ser dueño de cuerpos y almas. Exprime a los jugadores hasta agotarles. A cambio, ofrece resultados. El día que Capello abandona un club se oye en el vestuario un gran suspiro de alivio. Lo curioso es que, con el tiempo, sus víctimas suelen echarle en falta. Totti, Cassano y demás artistas del Roma brindaron cuando el tirano se largó por sorpresa a Turín. Un año después reconocían que nadie les había comprendido como Capello. Cassano no levantó cabeza desde que se fue y hoy, peleado con los propietarios del Roma y con casi todo el mundo, apartado del equipo y de la selección italiana, no sabe ya qué hacer para que le fiche el Juventus y reencontrarse con Capello. Puede ser un síndrome masoquista al estilo de Portero de noche. También puede ser que Capello entienda como nadie las flaquezas de los jugadores creativos. Alessandro del Piero vivió desde el banquillo el título de Liga del curso pasado y esta temporada -ya siete victorias consecutivas- empezó igual. El Juventus funcionaba muy bien sin él. La exclusión, en su caso, resultaba especialmente dolorosa porque le alejaba de participar en el Mundial de 2006, el último de su carrera. El seleccionador, Marcello Lipi, que dirigió al equipo turinés en los días de mayor gloria de Del Piero, dijo la semana pasada que quien no jugara todas las semanas no podría ir a Alemania. Para Ale sólo parecía quedar una salida: buscarse un nuevo equipo en enero, tal vez en Inglaterra, y hacer valer ahí sus credenciales.

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Había otra opción, casi imposible: reconquistar a la Vieja Señora. El sábado, Capello dio descanso a Trezeguet y sacó al campo a Del Piero. El Juventus jugó muy mal, pero Del Piero jugó muy bien e hizo algo extraordinario: robó el balón en el centro del campo, dribló a un par de contrarios, se metió en el área y marcó. Capello sonrió en la banda e hizo otra muesca en su látigo: tras dos años de tortura, Del Piero era al fin suyo.

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EL EQUIPO DEL BARRIO (24-10-2005)

La cabeza de la clasificación de la Serie A suele ser tan previsible como una ensalada ilustrada: Juventus, Milan e Inter, rey, caballo y sota del calcio, como casi siempre. Justo detrás, Fiorentina: era de esperar, dado que los nuevos propietarios, los De la Valle, no querían revivir las angustias del curso pasado y contrataron a un ariete estupendo (Toni), a un buen técnico (Prandelli) y a unos cuantos gregarios finos. Lo insólito es lo que viene luego. En el pelotón de los aspirantes a arañar una competición europea está el Chievo, uno de los más curiosos fenómenos futbolísticos de este hemisferio. Chievo no es una ciudad. Es un barrio periférico de Verona, una urbe mediana del noreste italiano. Para entendernos, hablamos de 2.500 habitantes en un área unas 20 veces más pequeña que Getafe y 100 veces menos divertida. La gente va a Verona por el lago Como, por los espectáculos de la Arena o para enternecerse con la tragedia de Romeo y Julieta. No se conocen corrientes turísticas hacia el estadio del Chievo, que, sin embargo, está casi al lado de la estación de ferrocarril. El Chievo es un prodigio surgido de cuatro calles y del entusiasmo de un sacerdote. Y, aunque su historia arranca de lejos, seguía siendo un club de aficionados cuando, en 1982, Italia ganó su última Copa del Mundo. La primera imagen del Chievo es de 1929: unos cuantos entusiastas del barrio disputan el primer partido de fútbol en un campo que no es una pradera, sino un descampado lleno de arbustos, con el centro del terreno marcado por unos matorrales de singular altura. La segunda imagen, de 1931, corresponde al primer encuentro oficial. Uno de los jugadores del Chievo luce una redecilla en la cabeza con el fin de no estropearse el peinado. Las demás secuencias son igualmente modestas. En 1948 las penurias económicas son tan grandes que tiene que cambiar los colores tradicionales, blanco y celeste, por el azul y el amarillo de unas camisetas que le salen gratis. En 1950 juega tan mal que en un encuentro con el Bardolino opta por retirarse del campo después de recibir el séptimo gol para no prolongar la humillación del puñado de seguidores. Pero en 1958 el párroco, Silvio Venturi, logra que la diócesis preste fondos al club para crear un campo por fin llano y sin matojos, construido enteramente por gente del barrio. Se establece además una sede oficial en el bar La Pantalona. El cura Venturi marca un antes y un después. En 1966, el campo es destruido por el desbordamiento del río Adige, pero los vecinos lo arreglan en un par de meses. En 1975 se alcanza un éxito sin precedentes y el Chievo asciende a Primera Regional. En 1990 el Chievo sube a Tercera División. En 1994, a Segunda. En 2000 llega al barrio un entrenador de la zona llamado Luigi del Neri y en el último partido de la temporada, contra la Salernitana, conquista una plaza en la Serie A, la cúspide del calcio. Del Neri, ahora en el Palermo, ha hecho carrera desde entonces. El presente entrenador se llama Giuseppe Pillon, que en septiembre definió su proyecto con una sola frase: “Suframos lo menos posible”. El equipo del barrio tiene a veteranos como Lorenzo d’Anna, de 33 años y diez en el equipo, y a muchachos como el nigeriano Obinna. Los dos marcaron ayer para vencer al Cagliari (2-1) y aupar al Chievo hasta la mejor posición de su historia. Fue un partido infumable, malísimo, sobre todo en la

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primera parte; si la plantilla hubiera sido la de 1950, quizá no habría saltado al césped tras el descanso para no seguir aburriendo a la hinchada. El caso es que el Chievo ganó y lleva cuatro jornadas invicto. Lo normal es pensar que no durará. Pero lo mismo se pensó cinco años atrás, cuando un pobre equipo de barriada se coló en la élite. Y ahí sigue el Chievo.

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70.

LA FURIA DE LOS MELANCÓLICOS (31-10-2005)

La furia de los melancólicos suele ser terrible, porque es una furia fría y metódica que nace de la voluntad. El Milan, el equipo más melancólico de Italia, arrolló al Juventus en San Siro, lo martirizó hasta matarlo y no tiró el cadáver al río porque lo impedía el reglamento. La superioridad milanista sobre el líder que se creía imbatible fue de las que se ven pocas veces en encuentros de gran nivel. Los diablos rojinegros hicieron mejor que la Vieja Dama de Turín todas las cosas que, supuestamente, la Vieja Dama hace mejor que nadie: presionar, agobiar, enervar: refinada disciplina inglesa. Ofrecieron además al público algún rasgo de su tradicional elegancia y una generosa ración de exquisiteces de Kaká. Parecían el Milan de otro tiempo. El Milan, sin embargo, ya no es el Milan de hace unos años. Si el fútbol se jugara con la voz y no con el balón, el discurso rojinegro frente a la Juve habría sido el monólogo de Kurtz. Piensen en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. O en la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. Recuerden a Marlon Brando y su monólogo en la selva, ante el atónito Willar-Marlow: “El horror, el horror”. Pónganse en el lugar del pobre Kurtz, un alma inteligente y compasiva, que lo ha visto y vivido todo en la selva y a quien los indígenas adoran como a una divinidad maligna. El Milan es Kurtz. Sus jugadores lo han visto y vivido todo. Tipos como Maldini, Cafú, Costacurta, Stam, Seedorf y Vieri llevan demasiados años de fútbol pegados a la suela de las botas como para emocionarse a estas alturas; pero lo que distingue a los milanistas no es la experiencia, sino la calidad de la experiencia. Esta gente ganó una Copa de Europa en condiciones infames: empate a cero y penaltis, precisamente frente al Juventus. Esta gente perdió una Copa de Europa en condiciones no menos infames: el hundimiento de Estambul, ante el Liverpool, fue de los que dejan cicatriz. Esta gente lleva dentro la tristeza sosegada, la distancia, la incredulidad. La melancolía. Su furia no surgió de las vísceras, sino del cerebro. Fue la reacción orgullosa de un equipo que (a diferencia del Juventus) puede soportar con tranquilidad una derrota en un encuentro de trámite, porque la vida es así, pero no en una noche de gala. Para eso ya tienen el recuerdo de Estambul. Los melancólicos de Milán siguen segundos, pero menos segundos que antes, a sólo dos puntos de los mastines de Capello. Habrá que ver ahora cómo supera el Juventus sus propias inseguridades. El resto de la jornada deparó lo habitual: las estrecheces del Inter, el gol de Toni, las miserias del Parma. Y algo más: el retorno de un treintañero mileurista. Damiano Tommasi, 31 años, veronés, de oficio peón de brega en el centro del campo, llegó al Roma en 1996 y vivió el fracaso con Bianchi, la mediocridad con Mazzone, el furor con Zeman y el triunfo, el scudetto de 2001, con Capello. En la pretemporada de 2004, con el efímero Prandelli, se reventó una rodilla y los médicos pronosticaron que ya no volvería. Unos meses más tarde, además, expiraba su contrato. Tommasi hizo lo propio de un melancólico orgulloso: como ni siquiera él estaba convencido de poder recuperarse, se ofreció a renovar por el salario mínimo de la Liga Profesional, 1.500 euros mensuales. ¿Cómo podían negarse los propietarios del Roma? Con ese sueldo fue al fisioterapeuta, al gimnasio, al entrenamiento. Y con ese sueldo reapareció ayer, después de 15 meses de cojera y salario mínimo, en la segunda parte de un encuentro que el Roma estaba

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empatando. Tommasi no hizo gran cosa, salvo un par de faltas feas y alguna carrera alocada, pero el Roma gan贸. Y el mileurista, vencedor en una apuesta personal, se march贸 muy feliz a casa.

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71.

LA ‘CUCHARA’ SALVAJE DE TOTTI (7-11-2005)

“Mo je faccio er cucchiaio“, dijo Totti. Y a Maldini le sonó tan raro como a cualquier lector español. Luego, cuando el tótem milanista tradujo mentalmente del romanesco al italiano, la cosa le sonó aún más marciana. En aquellas circunstancias, lo último que podía uno esperarse era un cucchiaio del romano más castizo desde Alberto Sordi. Maldini se quedó lívido. Era el 29 de junio de 2000 y la semifinal Italia-Holanda del Europeo acababa de terminar en empate. Se jugaba en Holanda y los italianos, encerrados en el círculo central, hablaban de quién tiraba los penaltis. Di Biagio fue el primero en reconocer que la cosa imponía. “Francesco, yo tengo miedo”, dijo. Y Francesco Totti, en su romanesco cerrado: “A quién se lo dices. ¿Has visto lo grande que es aquél?”, resopló, señalando al portero Van der Saar. Di Biagio: “Pues sí que me animas”. Entonces llegó la frase inmortal: “Nun te preoccupá, mo je faccio er cucchiaio”. O sea, “no te preocupes, yo le hago la cuchara”. El gran jefe Maldini tenía la oreja puesta y al cabo de unos segundos, cuando comprendió, se dirigió con gran alarma hacia Totti. “¿Pero estás loco? Estamos en una semifinal del Europeo”. Pero Totti ya tenía la idea clavada en el entrecejo: “Sí, sí, le hago la cuchara”. “Er cucchiaio“, “la cuchara”, es la marca de fábrica del mejor futbolista italiano. Un toque suave, por debajo del balón, que eleva la trayectoria unos metros y luego la deposita en el suelo, dentro de la portería. Una de esas jugadas caprichosas que pueden hacerse cuando se gana por mucho y queda muy poco partido. Una burla amable al contrario y un guiño al público. Una broma, algo que no se hace en el momento más crucial del año. Lo que pasa es que Totti es Totti. El capitán del Roma tendría poco de qué hablar con Einstein, pero la inconsciencia le da a su juego el toque de locura y genio de los grandes idiotas del fútbol: Totti forma parte de la dinastía de Garrincha, Best, Gascoigne, Cassano. Con la ventaja de no ser cojo, ni alcohólico, ni paranoico. Cuando le tocó lanzar a Francé Totti, caminó hacia el punto de lanzamiento, miró a aquel portero holandés tan grande, se aproximó al cuero y lo acarició en el vientre. El balón partió en cámara lenta, como un globo de feria, hacia el centro del marco. Van der Saar, en cámara rápida, se había lanzado ya hacia un costado. Y el penalti entró como un suspiro, dulce, desmayado, con la miel de un beso y el ritmo preciso de un buen chiste. Totti publicará el año próximo un manual de fútbol que se titulará, cómo no, “Mo je faccio er cucchiaio“. Será su tercera obra, tras las memorables Los chistes sobre Totti contados por mí mismo y Los nuevos chistes sobre Totti contados por mí mismo. No los escribe él, pobrecito, pero en este caso no importa, porque los beneficios (una millonada) se destinan a beneficencia. Totti es, seguramente, el futbolista que más dinero ha aportado a obras de caridad, el que ha visitado más asilos y hospitales y el que más ha hecho por su ciudad.

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EL RETORNO DEL MALDITO (21-11-2005)

En Italia se lleva este año el delantero gigante. Luca Toni, el futbolista tocho que maduró tarde, mide 1,94 metros: ayer marcó otros dos goles -ya son 15 en el campeonato- y fue el principal responsable de que el Fiorentina venciera al Milan y alcanzara la segunda posición. Zlatan Ibrahimovic, la furia balcanoescandinava del Juventus, mide 1,92: el sábado fabricó un gol fabuloso desde la línea de medio campo que hundió al Roma y abrió camino a una goleada. Adriano Leite, única esperanza de un Inter que empieza peleando por el scudetto y acaba peleándose con su sombra, mide 1,89. Christian Vieri, que apura el final de su carrera en el Milan, mide 1,85. Alberto Gilardino, que en el Milan es ya más titular que Shevchenko, mide 1,84: como Toni, su pareja de baile en la selección, marcó dos goles en el Fiorentina-Milan aunque el segundo fuera anulado por razones vagas. El tonelaje está de moda. Y hace soñar a los italianos. El dúo Toni-Gilardino, con Totti y Pirlo detrás, ha dado a la selección de Lippi una ferocidad considerable. Sólo falta que regrese Buffon (1,90) a la portería para completar un once de peso que la gente se sabe de memoria. En el dulce sopor de la sobremesa, los tifosi empiezan a sentir las emociones de una final mundialista contra Brasil. Podría ser. Los sueños, sin embargo, requieren coherencia, como la literatura y la contabilidad. Y el esquema onírico falla si no encaja en los esquemas de 1982. ¿Dónde está hoy Paolo Rossi? Rossi, máximo goleador en 1982 y encarnación del último gran éxito internacional del fútbol italiano, era un tipo relativamente canijo y dotado de un talento misterioso. Resultaba claro que sabia jugar. Lo que no estaba claro era el puesto que le correspondía en el campo. Empezó como extremo -en la tradición del bajito habilidoso del tipo Conti o Causio-, probó en la mediapunta y acabó en el área por falta de otras alternativas. En el área demostró ser un tipo peligroso. Tenía tanto peligro que se hundió a sí mismo: antes de la cita española fue descalificado por participar en el gigantesco fraude del Tottocalcio, la quiniela local. Rossi era uno de los futbolistas que amañaban partidos para que el resultado coincidera con su propia apuesta. La federación le levantó el castigo para que pudiera jugar el Mundial. Hubo una gran polémica porque el hombre no podía estar en forma tras muchos meses en el dique seco. Luego, se puso a marcar goles y nadie se acordó ni de las apuestas, ni de las sanciones ni de la inactividad forzosa. Para soñar de forma coherente con el Mundial del verano próximo, los italianos deben incluir en el relato a un maldito que llega a última hora, roba el puesto a un titular indiscutible y aporta las dosis de locura impredecible que permiten vencer, como entonces, a un Brasil superior. El maldito, esta vez, no puede ser otro que Antonio Cassano. Cassano, feo, bajito y muy raro de carácter, criado en las calles más peligrosas de Bari y crecido en la exuberancia romana, es el gran ausente del actual campeonato. Los propietarios del Roma le ofrecieron renovar el contrato, que expira en junio. No aceptó las condiciones y desde entonces está proscrito. O no se le convoca o, para que duela más, se le convoca con los juveniles. Los romanistas han dejado de quererle. Todo el mundo supone que en enero, cuando se reabra el mercado, el Roma lo venderá al

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Juventus o al Inter para sacar algún beneficio del ídolo caído: la situación es demasiado triste para prolongarla hasta fin de temporada. Cassano vuelve, Cassano viaja a Alemania, Cassano aporta a una selección de gran tonelaje unos vitales gramos de genio. La trama se desarrolla necesariamente así porque los sueños, a diferencia de la vida, han de tener algún sentido. En la vida real puede pasar cualquier cosa, como que gane Alemania. En los sueños juega Cassano y Alemania no gana nunca.

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EL LAZIO SALVAJE DE COLLINA (28-11-2005)

Pierluigi Collina, recién retirado después de años como símbolo del mejor arbitraje, ha desvelado un secreto: es tifoso del Lazio. Lo cual no tiene nada de extraño porque todos los árbitros, como todos los jugadores, simpatizan con un equipo u otro. Collina explicó el otro día que, de pequeño, seguía al Bolonia, el equipo de su ciudad natal, y que su epifanía lacial se produjo contemplando a un defensa implacable llamado Wilson, un jugador por el que enloquecía el futuro árbitro. Hay quien ha recordado el 14 de mayo de 2000 y ha montado un poco de bronca. Ese día, última jornada del campeonato, Collina arbitró el partido Perugia-Juventus. El Juventus tenía 71 puntos. El segundo clasificado, el Lazio, con 69, jugaba en su campo contra el Reggina. En Perugia caía un diluvio, el césped estaba imposible y se preveía la suspensión. Pero Collina, tras una larga espera y contra la opinión de los juventinos, hizo rodar la pelota. El encuentro fue una parodia sobre barro y venció el Perugia por 1-0. En Roma ganó el Lazio, que se llevó por sorpresa el scudetto. Cosas que pasan. También es cierto que el Lazio no fue capaz de ganar en los diez primeros partidos que le arbitró Collina. No; la confesión de Collina no obliga a revisar resultados. Sí arroja, sin embargo, nueva luz sobre el carácter de un hombre célebre por su ecuanimidad, por su vida ordenada -buen padre de familia e intachable asesor financiero- y por la simpatía de su imagen pública. El jugador del que se enamoró el joven Collina, Joseph Pino Wilson, era un personaje peculiar. Y el Lazio al que entregó su corazón, el de principios de los años 70, fue la única banda armada que ha conseguido un scudetto, el de 1974, en la historia del calcio. Lo de banda armada no es una metáfora. Casi todos los jugadores de aquel Lazio tenían licencia de armas y llevaban siempre encima la pistola. Eran chulos, duros, insensatos, feroces, autodestructivos. Cuando los Chinaglia, Wilson, Martini, Luciano y demás pasaban los controles para embarcar en el avión, iban sacando del bolsillo revólveres magnum y pistolones de gran calibre. Practicaban el paracaidismo, pregonaban sus ideas fascistas y se llevaban tan mal entre sí que todos los partidillos de entrenamiento acababan en drama. O no acababan. Dice la leyenda que la plantilla estaba dividida en dos facciones, la de Chinaglia y la de Martini -hoy, parlamentario de la neoposfascista Alianza Nacional-, y que ambas se enfrentaban en los entrenamientos. Como nadie aceptaba la derrota, y dado que en el vestuario había armamento pesado, los partidillos duraban hasta bien entrada la noche si antes no se había llegado a un empate honorable que satisfaciera a ambas partes. Wilson, nacido en el Reino Unido e hijo de un oficial de la Marina británica establecido en Nápoles, compartía las ideas y las aficiones peligrosas de sus compañeros, pero tenía un poco más de cabeza dentro y fuera del campo. Dentro, compensaba su estatura moderada (1,73 metros) con una colocación y una rapidez de reflejos extraordinarias. Fuera, se licenció en Derecho y se hizo un futuro al margen del fútbol.

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Otros se organizaron peor. Luciano Re Lecconi, el motor de aquel Lazio, murió en 1977, tres años después de ganar el scudetto. Le acribilló un joyero cuando el futbolista entró en su local con una pistola falsa en la mano, se supone que para gastar una broma. Luciano y aquel Lazio eran así. Resulta curioso que aquel grupo salvaje, temido por todos los árbitros, siga siendo el arquetipo futbolístico de Pierluigi Collina.

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CINCO MINUTOS (5-12-2005)

El Fiorentina-Juventus de ayer fue un gran partido. No hubo batalla campal, ni gases lacrimógenos, ni heridos, ni gritos racistas ni se pegaron los jugadores. También se vio buen fútbol y la Juve, ya con ocho puntos de ventaja sobre Fiore y Milan, demostró que los campeonatos se ganan con talento, fuerza mental y un poco de suerte: la madera la salvó tres veces y marcó el gol de la victoria casi en el último minuto. Pero esas cosas son ya casi irrelevantes. Qué más da el resultado cuando lo que importa es salir entero del estadio. El miércoles pasado, cuando Fiorentina y Juventus se enfrentaron en eliminatoria copera, el espectáculo fue de otro tipo. El grupo de imbéciles con banderas blanquinegras y el grupo de imbéciles con banderas violetas se pegaron en la grada, la policía disparó 50 granadas lacrimógenas al aire, el partido fue suspendido durante media hora, los futbolistas tuvieron que retirarse a llorar y vomitar en el vestuario y los espectadores, carentes de vestuario, lloraron o vomitaron donde pudieron. Hubo unas cuantas hospitalizaciones por asma, un conato de infarto y seis detenidos. Todo eso ocurrió sólo tres días después de que Zoro, defensa del Messina, se hartara de los coros racistas que proferían unos cretinos, agarrara el balón y se encaminara al árbitro para que suspendiera el encuentro con el Inter. Lo de Zoro causó un gran escándalo y, para acabar de una vez con el racismo en los estadios, las mentes pensantes del calcio decidieron dejarse de contemplaciones e ir a la raíz del problema: se dio con toda solemnidad la orden de que todos los partidos comenzaran con cinco minutos de retraso. Quizá se me escapa algo, pero no le veo el punto a la medida. Quien es tonto a las tres sigue siéndolo a las tres y cinco. Los retrasos, las pancartas conciliadoras y los mensajes de buena voluntad no sirven de nada a estas alturas. No es cuestión de aplicar soluciones israelíes -como arrasar con un bulldozer la casa del que tire una bengala- o americanas -por ejemplo, crear una red de cárceles clandestinas por toda Italia para torturar a los descerebrados-, pero alguna opción razonable, se supone, debe ofrecer la ley. El plan antiviolencia del Ministerio del Interior ha encallado, como todas las reformas italianas, en los detalles: mientras se discute sobre el tamaño de los tornos a instalar en las puertas y sobre la calidad del papel de las entradas nominales, todo sigue igual que el curso pasado, o peor. Esta temporada aún no ha muerto nadie ni unos cuantos salvajes han secuestrado todo un estadio -recuérdese aquel triste RomaLazio del 21 de marzo de 2004-: cuestión de tiempo, algo pasará. Después del Fiorentina-Juventus del miércoles, el goleador Toni aseguró que nunca en la vida se le ocurriría llevar al fútbol a sus hijos. Carlo Ancelotti, el técnico del Milan, propuso suspensiones y descalificaciones a mansalva. Fabio Capello, empeñado en que no se note que es de los pocos entrenadores que a veces lee un libro, sugirió que lo mejor era no hablar del problema. Nada le gusta más a un tonto que salir en la tele, eso es verdad, pero lo que ocurre en el calcio es demasiado grave para ignorarlo. Ahora y dentro de cinco minutos.

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PIAZZ ALE LORETO (12-12-2005)

La gente grita muchas burradas desde la grada. La costumbre del grito de estadio es tan vieja como el fútbol y tiene, en general, virtudes catárticas y terapéuticas. La mayoría de los gritos, espontáneos o corales, son irreproducibles. Se oyen barbaridades y ha sido así desde siempre. ¿Es razonable limitar ese repertorio de agresiones verbales? Hoy se tiende a pensar que sí, al menos en lo que toca a los insultos racistas. La cuestión racial constituye una falla tectónica de las sociedades europeas y los gruñidos simiescos de ciertos sectores no sólo producen vergüenza ajena: a estas alturas, causan alarma. Existe, por supuesto, un Más Allá. Se encuentra en Italia y aflora a la superficie en encuentros como el Livorno-Lazio de ayer. Comparados con ese Más Allá, los gruñidos simiescos y otras consideraciones estúpidas sobre el tono de la epidermis ajena parecen pucheritos de guardería. Ayer, en el estadio Armando Picchi, livornés, la muchachada lazial animó la salida al campo de los suyos con gritos de “¡Mussolini, Mussolini!” y con un vistoso despliegue de cruces célticas. Los hinchas locales esgrimieron las habituales pancartas con la efigie del Che Guevara y con el canto de Bandera Roja. Un poco antes, el autocar que trasladaba a los futbolistas del Lazio había sido atacado con una granada lacrimógena y algunos porrazos y un destacamento policial que controlaba una entrada sufrió el ataque de un grupo de tifosi livorneses: a un agente le abrieron una brecha en la cabeza y hubo que aplicarle ocho puntos de sutura. Hasta ahí, todo normal. Cosas que suceden todos los domingos en el calcio. El auténtico Más Allá abrió sus fauces al cuarto de hora de la segunda parte, después de que el Livorno marcara el primer gol. Di Canio, que lleva tatuada en el brazo la palabra Dux y cuyas simpatías fascistas son tan notorias como su Ferrari azul eléctrico, fue sustituido. Di Canio corrió hacia la grada de los seguidores del Lazio y se despidió con el brazo tieso, igual que en un Roma-Lazio del curso pasado. La muchachada respondió con entusiasmo al gesto de su ídolo. Cientos de brazos se alzaron en el saludo fascista, delicadamente realzado con el grito “¡boia chi molla!”, una vieja consigna mussoliniana que, traducida libremente, vendría a significar “¡perro el que afloja!”. Desde el resto del estadio se elevó, como un aullido, la frase “Piazzale Loreto”, repetida hasta el infinito. Piazzale Loreto es una plaza de Milán sin gran atractivo estético. Aún está ahí la gasolinera de cuya cubierta, el 28 de agosto de 1945, colgaron los cadáveres de Benito Mussolini y su amante, Clara Pettacci, en compañía de otros jerarcas del régimen. El espectáculo de aquel 28 de agosto fue penoso. Los ensañamientos con cadáveres suelen serlo. No sé si se puede ir más lejos. En cualquier caso, lo ocurrido en Livorno pone los pelos de punta. ¿Saben lo más grave? Que hoy, como en anteriores ocasiones, algún comunista encallecido como Sandro Curzio, antiguo responsable de propaganda del PCI, director del diario Liberazione y diputado de Refundación Comunista, dirá que Di Canio es un chico excéntrico, pero simpático, y que se le malinterpreta. Curzio es comunista, pero por encima de todo es tifoso del Lazio. También justificaría los gritos de “Piazzale Loreto” un fascista livornés si tal personaje existiera, que lo dudo. Las banderas del calcio están por encima de la fe política, de la decencia y del sentido común. Si hay que dar “vivas” a la muerte, se dan.

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En los estadios italianos se incuba una bestia muy desagradable.

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LA OTRA CARA DEL LAZIO (19-12-2005)

Conviene juzgar a la gente por lo que hace, no por lo que dice o por lo que piensa. Por otro lado, suele ser absurdo pensar que nuestros enemigos políticos carecen de virtudes. También es cierto que, como el arte, la calidad estética y moral del fútbol es ajena a las cualidades estéticas y morales de quienes lo producen. Leemos a Céline a pesar de Céline o admiramos un picasso a pesar de Picasso. Lo cual nos permite hablar de un equipo audaz, orgulloso y corajudo, que viste de celeste en honor de la Grecia olímpica y se empeña con gran nobleza en el campo. Se trata del Lazio, el mismo equipo del fascista Di Canio. El Lazio de los tifosi que alzan el brazo y las cruces gamadas. El Lazio cuyo presidente y entrenador consideran “normal y deportivo” el saludo romano. El Lazio que tiene asqueado a medio mundo. El viejo Di Canio volvió a saludar brazo en alto el sábado, cuando fue sustituido, y promete hacerlo en todos los partidos. Le secundó en el gesto Dabó, un jugador negro que, según la prensa francesa, había declarado días antes que está harto de sus compañeros fascistas. Fue un terrible enroque en el error. No hay forma de olvidar todo eso. Y, sin embargo, qué rara es la vida. El sábado, viendo al Lazio dejarse los higadillos sobre el césped en un acoso feroz al poderoso Juventus, cualquiera que no fuera juventino se sintió por fuerza un poco laziale. En su media hora de fuelle, Di Canio se mató por el equipo y, desde una vaga posición de interior izquierdo, desmontó el muro de la Juve. Dabó dominó por completo el centro del campo. Liverani fabricó un fútbol de seda. El Lazio fue, por encima de todo, un equipo de verdad, solidario y generoso, como acostumbra esta temporada. Cómo no sentir simpatía por Delio Rossi, un técnico del montón que ha aportado ese entusiasmo al vestuario. O hasta por Claudio Lotito, un presidente zafio y verborreico que ha logrado, de momento, salvar de la quiebra una sociedad en crisis financiera desde que, en 2003, se derrumbó su antiguo propietario, el fraudulento consorcio Cirio. Cómo no ponerse del lado de uno de los equipos que menos faltas comete. Cómo no aplaudir a una gente que tuvo que hacer debutar a un chaval danés de 20 años porque no había otra cosa en el banquillo. El sábado se llevaron un consuelo los miles y miles de seguidores laciales que no soportan la simbología fascista ni la indeseable fama que se ha ganado la sociedad. El Lazio, como el Roma, controla ciertas áreas geográficas. En algunas zonas de la periferia romana o en ciertas localidades vecinas, uno nace celeste sin remedio. Di Canio y sus 3.000 fanáticos de la cruz gamada consiguen a veces que se olvide que en el Lazio, como en todas partes, hay de todo. El caso es que el Lazio, con un empate a uno que podía haber sido algo más, frenó al Juventus y puso un gramito de interés en el campeonato. El Inter, el segundón de aspecto más consistente, quedó a ocho puntos del líder. El Milan, con toda su melancolía defensiva a cuestas, quedó a nueve. La Fiorentina, carente de reservas para aguantar el tren de los tres grandes, a diez. Las distancias son todavía enormes, pero la competición no está cerrada. Gracias a un grupo de futbolistas honrados y ciudadanos execrables que hizo un partidazo.

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ANTONIO CASSANO: GENIAL E INSOPORTABLE (3-1-2006)

Antonio Cassano es un futbolista genial e impredecible, muy creativo y especialmente hábil en los pequeños espacios: uno de esos tipos que garantizan unos cuantos momentos inolvidables cada temporada y que parecen practicar un juego más sutil que el de sus adversarios, con otras reglas y otros objetivos. También es un hombre difícil, de buen corazón y carácter insoportable. No sólo el vestuario del Roma suelta un suspiro de alivio al verle marchar. Los seguidores romanistas, que un año atrás le adoraban, están encantados de perderle de vista. Al mismo tiempo, toda Italia confía en que Cassano se asiente en el Madrid, recupere la forma y esté a punto para ayudar a la selección en el Mundial de Alemania. A Cassano se le quiere y se le odia. Su infancia fue difícil. Nació el 12 de julio de 1982, mientras todo el vecindario celebraba el triunfo italiano en el Mundial español, en Bari Vecchia, el barrio viejo de una ciudad antigua, pobre, hermosa y violenta como Bari. Se acostumbró a jugar en aceras, patios y plazoletas diminutas, demasiado lejos de la escuela y demasiado cerca de la delincuencia juvenil. Jugara donde jugase, en su equipo tenía que alinearse un amigo cojo por la polio al que regalaba siempre un par de goles. Sin embargo, cuando el heroico Tomassi regresó al Roma el pasado verano, tras dos años de gravísima lesión y con un salario simbólico, Cassano le hacía túneles burlones en los entrenamientos y se reía: ése es el tipo de ambivalencia crispante que Fabio Capello definió como cassanada. Jugó en el ProInter y en los juveniles del Bari. El 11 de diciembre de 1999 debutó en la Primera División con el Bari en un derby frente al Lecce. La semana siguiente, en el estadio San Nicola de Bari, contra el Inter de Milán, dio la victoria a su equipo con un gol exquisito. Desde ese momento, el muchacho excéntrico marcado por el acné estuvo en el punto de mira de los grandes del fútbol italiano. Y en 2001 fue el Roma campeón de Fabio Capello el que, por 60.000 millones de liras (unos 30 millones de euros), lo emparejó con Francesco Totti en una delantera de ensueño. Totti y Cassano se hicieron amigos fuera del campo y dentro de él firmaron algunos de los instantes más bellos que ha dado el fútbol en los últimos años. La autoridad paternal de Capello hizo que durante unas temporadas las cassanadas se mantuvieran en un límite tolerable. Pero Capello se fue al Juventus. Y Cassano, que desde su excelente comportamiento con la selección en el Europeo de Portugal 2004 se daba por rehabilitado, entró en una espiral autodestructiva. Ninguno de los técnicos que se sucedieron en el banquillo del Roma pudo controlarle. Quería marcharse a Turín con Capello y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para quedar libre. La directiva del Roma aceptaba su marcha, pero no gratuita. Le exigía que renovara el contrato que expira en junio próximo para negociar un traspaso con el Juventus o con el Inter de Milán, los dos grandes pretendientes. Le presionó hasta límites muy discutibles, dejándole fuera de las convocatorias. En las raras ocasiones en que le permitieron jugar, como en una reciente eliminatoria de la Copa de la UEFA contra el Estrella Roja, Cassano se empeñó en ejecutar un penalti y lo bombeó de forma ridícula a las manos del portero. Toda Roma aprendió a odiar al chico del acné. Por fortuna para los romanistas, llegó el Madrid y todos suspiraron aliviados.

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EL HÉROE Y SU MEJOR AMIGO (9-1-2006)

Cuando habla de su impresionante currículo, Fabio Capello suele subrayar el scudetto ganado con el Roma. Ese vale más que otros títulos, porque el Roma carece del carácter simple y recio de otras instituciones más familiarizadas con la victoria. Roma es Roma: teatro, exageración, fantasía, victimismo, simpatía y un concepto peculiar del trabajo. El vestuario de Trigoria, el campo de entrenamiento romanista, suele tener alta la temperatura emocional. Cuando el Roma contrató a un muchacho caprichoso y genial llamado Antonio Cassano, en 2001, no sólo tuvo que buscarle un lugar en el campo. Eso fue relativamente fácil. Lo complicado fue encontrarle un papel en el imaginario colectivo. Ningún club del mundo tiene en sus filas un jugador tan influyente como Francesco Totti; para encontrar algo similar habría que remontarse, salvando las distancias, al Santos de Pelé. Totti es giallorosso de nacimiento, sólo ha jugado en el Roma, es con mucho el mejor futbolista de su equipo y de toda Italia y su contrato le ata al Roma hasta la jubilación. Por otra parte, un jugador tan competente como Totti carece de opciones de ganar nada importante en un Roma en crisis que, para satisfacer sus exigencias salariales, ha tenido que ir vendiendo año tras año el resto de sus figuras. Todo eso crea un ambiente especial. En el vestuario de Trigoria sólo se es alguien en relación a Totti. Cassano, alocado pero no tonto, decidió enseguida lo que quería ser: el mejor amigo del protagonista. Compró su casa al lado de la de Totti. Quería bromear con Totti, salir a cenar con Totti, inventar jugadas con Totti y dejar claro que por detrás del héroe Totti sólo estaba él. Incluso en materia de ingresos. Cuando comenzó el tortuoso y fallido proceso de renovación de su contrato, Cassano insistió en que deseaba un salario ligeramente inferior al de Totti pero claramente superior al de los demás. La tormenta magnética generada por la relación entre Totti y Cassano fue controlable mientras en el vestuario permanecieron un grupo de profesionales empeñados en entrenarse con seriedad, ganar todos los partidos posibles y volver temprano a casa: eran tipos como Capello, Emerson, Samuel, Aldair, Cafú. Pero esa gente se fue. El Roma perdió competitividad y estabilidad emocional, cada vez más volcada en la dependencia de Totti y en los caprichos de un Cassano que, sin la autoridad de Capello, desbarraba con creciente frecuencia. Cassano quería ser el centro de la atención y ya no le bastaba serlo gracias al reflejo de Totti. También quería ganar, algo fuera del alcance de un Roma en desguace. Cassano ya no se limitaba a meter el dedo en el café ajeno o a mojar las camas de los demás: se quejaba, insultaba, molestaba, arrastraba los pies. No había quien le aguantara. Cuando Totti hizo lo único que podía hacer y se puso de lado de las víctimas de Cassano, es decir, de todos sus demás compañeros. Cassano se sintió víctima de una traición colosal: ¿cómo podía Totti darle la espalda? Estos últimos meses, todo se redujo a encontrarle un nuevo equipo al enfurruñado Cassano. Podían ser Juventus o Inter, al final fue el Real Madrid. El chico de Bari Vecchia se largó sin despedirse y echando pestes de sus ex compañeros. De entre éstos, quien se mostró más amable fue Taddei, llegado en verano: "Yo apenas le traté, no tengo nada contra él", dijo. El último día de Cassano en Roma, el veterano Panucci organizó una cena con toda la plantilla para mejorar las relaciones y empezar a superar la pesadilla cassanesca. Cassano no acudió, evidentemente. No hizo falta. A Panucci se le ocurrió contratar a un imitador para amenizar la sobremesa, y el imitador resultó estar especializado en Cassano.

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79.

COYOTES Y CORRECAMINOS (16-1-2006)

Esto parece una aventura del Coyote y el Correcaminos. Pasa el Juventus, bip, bip, y se pierde de vista en el horizonte. Inter y Milan, emboscados tras un recodo a la espera de un rival que ya ha pasado de largo, se turnan para zancadillearse a sí mismos y despeñarse por un barranco que viene a medir unos diez puntos. La distancia entre el líder y sus perseguidores, a mitad de temporada, es exageradamente amplia. Y eso no es lo peor. Si se advirtiera la posibilidad de un tropezón juventino, de una incertidumbre, de algo, los diez puntos de desventaja resultarían psicológicamente asumibles por los que van detrás. Lo peor es que la Juve parece destinada a irse cada vez más lejos. Fabio Capello ha creado por fin su obra maestra, un golem indestructible que ha ganado 17 de 19 partidos. El único interés que le queda al asunto, en un sentido no deportivo, sino de entretenimiento, son las desgracias de los coyotes. Roberto Mancini, el técnico interista, estuvo muy gracioso la semana pasada cuando aseguró que a Capello y los juventinos les temblaban las piernas. "En cuanto pierdan unos cuantos puntos se vendrán abajo, y ellos lo saben", dijo. Al día siguiente fue el Inter el que empató a cero con el Siena y se vino abajo, dos puntos más abajo. El Juventus ganó tranquilamente en Palermo. Como ayer en casa frente al Reggina: bastaron el golito de Del Piero y la industriosidad de Emerson. Ahora es cuando los coyotes echan mano de los milagrosos productos Acme. El Inter, una de las sociedades más tontamente gastonas del mundo, espera recibir un delantero del Udinese, Di Natale, este mismo mes, para compensar la ausencia de Martins (Copa de África), y planea encargar para junio a Ballack, la joya cesante del Bayern. Es fascinante ver cómo una entidad con uno de los delanteros más prestigiosos del mundo, Adriano, con una plantilla valorada en 188,5 millones de euros y con unos recursos financieros casi ilimitados gracias al petróleo del patrón, Massimo Moratti, tiene que echar mano cada enero de la tarjeta de crédito para remendar el equipo y seguir sin ganar nada. El Milan suele ser más astuto que el Inter. Esa es la fama, al menos. Nadie lo diría después de la operación Vieri. En verano, el Inter hizo uno de los mejores negocios de su historia reciente al pagarle a Christian Vieri seis millones de euros con tal de que se largara. Cierto que el Inter sufre la compulsión de librarse de sus mejores futbolistas (los Ronaldo, Roberto Carlos, Pirlo, etcétera), pero el Milan tenía que haber sospechado: ni siquiera Moratti paga mil millones de las antiguas pesetas para perder de vista a un buen jugador. El Milan, sin embargo, contrató a Vieri. Le ha durado seis meses. La sociedad de Berlusconi, no se sabe con qué malas artes, ha conseguido colocarle en el Mónaco. Veremos cuántos partidos gana el Mónaco a partir de este momento. Vieri fue un futbolista importante. Con el Inter llegó a marcar 24 goles en 23 partidos, un promedio sensacional. Pero hace tiempo de eso. Poco a poco se ha convertido en un tipo grandón, cargado de hombros y con las rodillas frágiles, que carga contra la portería contraria con el entusiasmo del Coyote y se deja caer en el área como quien se arroja al precipicio. Ya ni Acme lo incluye en el catálogo. Por el bien del espectáculo, el Inter debería recomprar a Vieri. Es sólo una idea. Pero o alguien hace algo divertido, o nos quedan meses de rutina.

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80.

COSECHA ROJINEGRA DEL 87 (23-1-2006)

Hay un tipo de entrenador que puede ganarse en un minuto el respeto de sus jugadores: le basta tocar el balón y demostrar que, pese a los años, la barriga y en su caso el pitillo, aún lo hace mejor que cualquiera. Hay otro estilo, el del entrenador que nunca fue futbolista, que sólo alcanza a darle al cuero con la punta del zapato y que desde niño soñó con esquemas, métodos y pizarras llenas de flechas. Ése suele ser un pesado. Dentro de la escuela del técnico vocacional, plasta y pedante, la figura señera se llama Arrigo Sacchi. Quienes sufrieron sus clases teóricas aún las recuerdan como un galimatías interminable. En televisión, con su tonillo displicentemente didáctico y su retórica pseudocientífica, resultaba insufrible. Gianni Brera, uno de los mejores periodistas deportivos italianos de todos los tiempos (y un tipo que, además, sabía servir un balón a 30 metros), emitió sobre Sacchi un juicio negativo cuando fue nombrado seleccionador italiano: "En el Milan tuvo tres grandes ases holandeses. Me temo que sin ellos su fútbol parecerá caprichoso". Sacchi no volvió a triunfar como en aquel quinquenio, 1987-1992, en el que el Milan se declaró inventor de cosas que llevaban tiempo inventadas, como la presión, el marcaje en zona, la disposición compacta, la rapidez, el 4-4-2 y demás y arrasó el mundo. El maestro Brera atribuyó el mérito de aquellos años de gloria rojinegra al talento de Van Basten, Gullit y Rijkaard y a la seriedad de Baresi, y uno tiende a compartir esa opinión. Y, sin embargo, algo muy especial ocurrió en 1987 en el vestuario milanista. Entre quienes se sentaron aquel año ante la pizarra y aguantaron desde entonces el maniático detallismo teórico de Sacchi había cuatro centrocampistas, los cuatro titulares, Ruud Gullit, Frank Rijkaard, Carlo Ancelotti y Roberto Donadoni, que debieron de entender algo. También el delantero centro, el formidable Marco van Basten, sacó algún provecho de aquellas horas tediosas. Porque Rijkaard, Ancelotti, Donadoni y Van Basten y, en menor medida, Gullit (por cuestiones de carácter) constituyen una generación de técnicos imaginativos, hábiles y amantes del fútbol ofensivo. El Milan parece estar cerrando un ciclo. Ancelotti ha ganado su scudetto y su Copa de Europa y ahora, pese a la victoria de ayer y pese a la ocasional brillantez, los Maldini, Cafú, Costacurta y Stam se han hecho viejos y el juego de ataque se despliega de forma bastante previsible. Lo más probable es que Ancelotti no siga la temporada próxima. Corresponde reconocer que ha sabido manejar un vestuario en el que no es él quien manda, sino el totémico Maldini; que ha sabido fichar por cuatro chavos talentos como Kaká; que ha sabido reconvertir a trescuartistas irredentos como Pirlo; que ha defendido el fútbol bonito, y que todo eso lo ha hecho con el propietario Berlusconi siempre en la chepa. Berlusconi piensa en dos ex compañeros y amigos de Ancelotti, Van Basten (selección holandesa) y Rijkaard (Barcelona), para sustituirle. Como alternativa dispone de Donadoni, otro fruto de aquella excelente cosecha rojinegra del 87: está manejando muy bien al Livorno y goza de gran predicamento en la profesión. Fabio Capello, el anti-Sacchi surgido también del cuadro técnico milanista, le considera el entrenador italiano con más futuro.

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Parece mentira que todo ese talento saliera de las clases de un entrenador que ya en 1985, al frente del Rimini, proclamó el más mezquino de los principios como base de sus teorías: "La magia en el fútbol es una fábula que convendría prohibir".

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EL SECRETO DE LA “AMATRICIANA” (30-1-2006)

Jim O'Neill, jefe del servicio de estudios del gran banco de negocios Goldman Sachs, ha dicho esta semana que Italia, desde el punto de vista económico, está en las últimas. Los italianos, según O'Neill, sólo pueden ofrecer al progreso mundial "la comida y un poco de fútbol interesante". Eso eleva, sin duda, la tensión de la Liga de Campeones, ya que se puede interpretar que, si no la ganan el Juventus, el Inter o el Milan, y con un juego al menos "interesante", el Producto Interior Bruto de la pobre Italia perderá uno de sus dos pilares y en adelante no tendrá que expresarse en euros, sino en raciones de risotto y bucatini alla amatriciana (pasta). Tal vez la situación no sea tan grave. Silvio Berlusconi dice siempre que Italia es el país más rico y feliz del mundo. Lo cual es falso, pero tampoco del todo. Éste es un país peculiar, lleno de corrientes subterráneas y fenómenos inexplicables. Como el del Roma. Dicen que la institución menos racional del calcio es la pazza Inter, el equipo loco por definición. Al Roma se le atribuye la condición de mágico. Digamos que si se consiguiera un híbrido llamado Rominter nos encontraríamos muy cerca de la enajenación absoluta. El caso es que el Roma se pasó casi toda la primera vuelta serpenteando por la mitad de la tabla, entre crisis histéricas y momentos de lucidez furibunda. Cassano se había convertido en un tumor, el vestuario era una pena, el goleador Montella se lesionó y a Mancini, el extremo que Fabio Capello siempre ha querido llevarse a la Juve, se le notaba herido en cuerpo y alma. Mancini, un brasileño riguroso al estilo Emerson, de los que creen que el fútbol y la samba no son necesariamente la misma cosa, era el último amigo de Cassano. Y suspiraba por largarse a Turín con el padre-padrone Capello. Se fue Cassano a Madrid y, por razones que a la ciencia se le escapan, Mancini se puso de inmediato a correr por la banda; Perrotta recuperó la profundidad de sus tiempos del Chievo; el viejo Tommasi, del que nadie esperaba que volviera a tocar un balón después de que le reventaran una rodilla, se erigió en agitador del juego ofensivo, y De Rossi empezó a comportarse como el gran medio centro que dicen que será y aún no es. Todos estos fenómenos simultáneos no deberían haber generado un beneficio apreciable porque, lesionados Montella y Nonda, no quedaba en el banquillo otro delantero que Okaka, un chaval de 16 años. Spalletti demostró ser un técnico inspirado cuando decidió que su equipo iba a jugar con un único delantero y que ese delantero sería Totti. Desde entonces, el Roma lleva ocho victorias consecutivas. El miércoles, en los cuartos de final de la Copa de Italia, los mágicos, sin Totti, en un campo tan difícil como el del Juventus y bajo una nevada de espanto, le colaron tres goles en diez minutos. Ayer fueron tres al Livorno, una de las revelaciones de la temporada: dos goles de Totti y una asistencia de Totti, que lleva ya 13 tantos en la Liga y sigue medio lesionado. Vuelve a ser un placer ver jugar a esa pandilla de locos tan dotados para la razzia: asaltan la puerta contraria como una banda comanche, al galope feroz, en un desorden aparentemente salvaje pero muy eficaz. Cuando se desatan, son incontenibles. Ya se ha dicho otras veces. Insistamos. Entre los grandes futbolistas que se ganan la vida en Italia, nacionales y extranjeros, no hay nadie más grande que Totti. Ése, me temo, es un secreto que sólo en Roma se conoce bien. Como la receta de la amatriciana o la verdad sobre la economía italiana.

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EL ADIÓS DE LOS MOSQUETEROS (6-2-2006)

Antonio Giraudo ha tenido asuntillos de droga, como Mick Jagger. Luciano Moggi se las ha visto con la justicia, como Keith Richards. Y Roberto Bettega es un señor tan tieso como Charlie Watts. Son los viejos rockeros de la Triada, los Rolling Stones del calcio. "Giraudo, Moggi y Bettega son como los tres mosqueteros", dice Fabio Capello, y yo soy el cuarto, D'Artagnan". Es otro punto de vista. Los tres máximos dirigentes del Juventus son más antipáticos que los mosqueteros, pero tienen tantos enemigos como ellos. Porque después de 12 años llevando los asuntos de la Vieja Señora turinesa, a estos Rolling sólo les soportan en su casa, y no del todo: John y Lapo Elkann, dos de los herederos del imperio Agnelli y, por tanto, copropietarios de la sociedad, detestan la imagen arrogante y sarcástica que la Triada ha conferido a la sociedad. Lo que pasa es que son buenos en lo suyo. Antonio Giraudo, 54 años, consejero delegado, ha manejado las cuentas de forma irreprochable. Sin pedir un euro a los Agnelli ha construido sucesivas plantillas vencedoras y rentables; cuando se ha visto en apuros, ha sabido hacerle un tocomocho al pardillo de turno. En el calcio, tal papel suele corresponder a los dirigentes del Inter. Un ejemplo: en 2004, Giraudo (y Moggi) convencieron al Inter para llevarse a Turín a Cannavaro, uno de los dos mejores centrales italianos, a cambio de Carini, el mejor portero uruguayo de su urbanización. Giraudo pasó apuros cuando fue procesado por dopar a los jugadores, pero en segunda instancia el caso se cerró sin condenas. Luciano Moggi, 68 años, director deportivo, carece de rivales en su especialidad. Dirigió la política de contrataciones en el Nápoles, el Lazio, el Roma y el Torino antes de recalar en el Juventus, y su olfato para reconocer talentos (su hijo, casualmente, ejerce como intermediario) sólo es comparable a su cariño hacia los árbitros: les invita a cenar, les proporciona traductoras-acompañantes cuando son extranjeros (en 1993 fue condenado a cuatro meses de arresto; resultó que las traductoras-acompañantes prestaban a los colegiados unos servicios linguísticos de naturaleza no verbal) y nunca olvida un cumpleaños arbitral. Roberto Bettega, 54 años, ex jugador y vicepresidente, ha ganado carácter con los años. Como futbolista fue un goleador suave y elegante. Ahora, como directivo, prefiere dar leña: el otro día, después del encuentro de Copa en el Olímpico, no quiso abandonar el palco sin pegarle un coscorrón a un pobre diplomático argentino que, por lo visto, celebraba con demasiado entusiasmo la victoria romanista en la eliminatoria. Parece, y esa es la noticia, que los Dalton juventinos se separan. Giraudo quiere hacerse rico, al menos tanto como lo es ya Moggi, y tiene preparados unos cuantos negocios inmobiliarios para después de junio. Más adelante cuenta con encargarse de la remodelación de los estadios italianos si el Campeonato de Europa de 2012 es adjudicado, como se espera, a Italia. Bettega se quedará. Y Moggi, parece, se trasladará a Milán para hacerse cargo del Inter o, más probablemente, del Milan. Ya ha comido con Silvio Berlusconi para hablar del sueldo. El cuarto mosquetero, Capello, asegura que no dejará el Juventus mientras sigan los otros tres. Para entendernos, se larga también en junio. No quiere especular sobre el futuro, pero se le ponen tiernos los ojitos de tiranosaurio cuando le hablan de Madrid.

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83.

EL RETORNO DE CARLETTO (13-2-2006)

Cuando Carletto Mazzone empezó a entrenar al Ascoli, en 1968, Pelé estaba en su mejor momento. Hace 779 partidos de eso, una eternidad. Mazzone tiene 68 años y, al final de la temporada pasada, después de perder su equipo de entonces, el Bolonia, la promoción de permanencia, le prometió a su mujer que nunca más. Y se retiró para siempre. Hasta ayer. Mazzone asumió el martes la dirección técnica del Livorno, su equipo número 17, y ayer se sentó en el banquillo. Sólo un tipo como él podía desembarcar en Livorno en pleno funeral y organizar una fiesta con el difunto aún caliente. Cuesta comprender lo que ha ocurrido esta semana en Livorno. El comportamiento del presidente, Aldo Spinelli, no se explica ni con chistes fáciles sobre su apellido, que significa porros. El Livorno está haciendo una campaña estupenda, ocupa una posición de Copa de la UEFA y ha jugado algún partido de los que se recuerdan. No ganaba desde principios de año, pero en esas semanas había perdido un solo encuentro. Roberto Donadoni, el antiguo artista del Milan, se ha construido un prestigio sólido gracias a su trabajo en la muy obrera e izquierdista ciudad portuaria de Toscana. ¿Qué hizo mal Donadoni? Quizá el problema consiste en que vota a Berlusconi. El caso es que a Spinelli, el lunes pasado, se le subió el apellido a la cabeza. El Livorno había empatado en casa con el Messina por un error arbitral y se le ocurrió que toda la culpa era de Donadoni. Empezó a hablar en público sobre su inminente despido. Cuando Donadoni le telefoneó, se excusó con una afonía. En realidad, estaba entrando en directo en el programa más futbolero de la televisión italiana, el Juicio de Biscardi, para seguir poniendo al técnico a caer de un burro. Donadoni, genio y figura, dimitió y se marchó de Livorno como un señor. En la plantilla sentó mal el asunto. Lucarelli, la gran estrella, el máximo goleador, el que rechazó mil millones de liras para jugar en el equipo de su ciudad natal, el hombre que alza la bandera del Che Guevara y tiene la grada a sus pies, comentó que, visto lo visto, él también se iría en cuanto terminara el campeonato. Una vez metida la pata hasta el fondo, ¿qué podía hacer Spinelli? Pues llamar a Mazzone. Al viejo Carletto no hay afición que se le resista. En 2001, con el Brescia, tuvo un derby apuradísimo con los vecinos del Atalanta de Bergamo. Los locales perdían 1-3, pero el Brescia marcó. Y marcó otra vez. Con el 2-3, exaltadísimo, prometió que, si los suyos empataban, iba a ir personalmente a la tribuna ocupada por los ultras del Atalanta, bastante conocidos por su violencia y sus nostalgias fascistas. En el último minuto de la prórroga, el Atalanta empató. Mazzone corrió hacia la curva rival y gritó como un poseso: "¡Vuestros muertos, racistas, fascistas, cornudos!". Al llegar la policía, se dejó llevar mansamente. "¡Qué a gusto voy a cumplir esta sanción!", suspiró. Con estos precedentes, Mazzone tiene que caer bien a los livorneses. Ha entrado, sin duda, con buen pie: el Livorno ganó ayer al Fiorentina, la revelación del campeonato, con dos goles de Lucarelli. La afición, gruñona al principio, acabó entregada. A ver qué ocurre en adelante. Habrá menos sensatez que con Donadoni. Disparates sí habrá muchos. Todos los que hagan falta.

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LOS COLORES SAGRADOS (20-2-2006)

David Mellor fue uno de los últimos retoños de la revolución thacherista. Dirigió varios ministerios a principios de los noventa y alcanzó una notable influencia en el Partido Conservador. Quizá llegó a soñar con instalarse en el 10 de Downing Street, aunque su físico irremediablemente viscoso causara dentera a gran parte de los británicos. La prensa descubrió que tenía una amante y eso suele ser fatal en Westminster, pero habría sobrevivido de alguna forma (como Paddy Ashdown, que tras un lío con la secretaria fue nombrado virrey en los Balcanes) si la amante en cuestión no hubiera revelado un secreto fatal: en sus momentos de pasión sexual, Mellor vestía la camiseta del Chelsea. Eso desbordó la tolerancia del electorado. La cosa resultaba demasiado ridícula incluso para los curtidos lectores del Sun o el News of the World. No se sabrá nunca, probablemente, si el presidente de la República italiana, el anciano y respetado Carlo Azeglio Ciampi llevaba bajo el frac la camiseta del Livorno el día que asumió el cargo, o si alguna vez retozó vestido de ariete livornés. Da igual: si se supiera, su popularidad sería aún más alta. En Italia, la devoción a los colores futbolísticos está por encima de todo y llega a la alcoba, a la tumba y más allá. No hay ideología que valga cuando se trata de calcio. Ahí está el ejemplo de Ignazio la Russa, uno de los dirigentes de la postfascista Alianza Nacional. La Russa fue uno de esos jóvenes fascistas que, allá por los setenta, merodeaba por la plaza Euclide, en el Parioli romano, con un pastor alemán y una porra en el bolsillo, y organizaba expediciones punitivas contra los rojos. Ahora está en la derecha de la derecha y mantiene las viejas fidelidades. Fue uno de los asistentes al entierro de Romano Mussolini, el último hijo del dictador. Su perilla mefistofélica y su vozarrón rasposo no podían faltar en la ceremonia. Pero La Russa es del Inter. El otro día le preguntaron si no le dolía que su equipo jugara en más de una ocasión sin alinear un solo italiano. "Con tal de que ganen, pueden ser todos extranjeros, negros y comunistas", respondió. Ese espíritu se extiende a casi todos los dirigentes políticos. Walter Veltroni, alcalde de Roma y gran esperanza de los Demócratas de Izquierda (antiguo PCI), es del Juventus (hasta cierto punto, eso equivaldría a un Gallardón culé) y nadie se lo recrimina, porque lo primero es lo primero. El presidente de su partido, Massimo d'Alema, es del Roma, y ya pueden aparecer en el estadio olímpico pancartas a favor del Duce, de los hornos crematorios o del fin del mundo: su fe no titubea. Lo mismo pasa con Berlusconi y el Milan. O con el líder de los postfascistas, Gianfranco Fini, que, pese a un remota afinidad con el Bolonia, el club de su ciudad natal, levanta la bandera del Lazio. Lo de Fini tiene poco mérito: el núcleo duro de la afición lazial es mussoliniano, el delantero Di Canio lleva tatuajes fascistas y saluda brazo en alto, y una de las jefas de las bandas de tifosi del Lazio, una mujer que guarda siempre una pistola en el bolso, resulta ser la señora Fini. Queda la excepción democristiana, un magma centrista y clerical que se alinea a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda y guarda distancias con el calcio. Los Rutelli, Casini y Follini no son futboleros. Como Romano Prodi, que se dedicaba al ciclismo y ahora corre maratones. Prodi sigue encabezando los sondeos y quizá, tras las elecciones del 9 y el 10 de abril, se convierta en el nuevo

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presidente del gobierno. Es posible. Pero se hace extraño imaginarlo. ¿Un líder sin colores? ¿Uno que no ha vestido nunca la camiseta de sus amores en el momento del éxtasis? Habrá que ver si los italianos confían en un tipo tan raro.

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TEORÍA DEL GOLPE (27-2-2006)

Habrá quien se acuerde de Fernández, Montero Castillo y Aguirre Suárez, que allá por los 70 fueron antecesores de los Latin Kings y otras bandas violentas hispanoamericanas. Aunque su condición de futbolistas les impedía portar armas en el campo, resultaban de lo más peligroso. Su equipo, el Granada, daba miedo. Amancio no debe de haberse olvidado de aquel Granada. Una tarde de 1974, en Los Cármenes, Fernández le mandó al hospital de una patada. El parte médico indicó que la puntera había entrado tan hondo en el muslo que la herida parecía una cornada de toro. Quien se acuerde de aquellos dos uruguayos y de aquel paraguayo se acordará también de Goikoetxea, el centrocampista del Athletic que cumplió 23 partidos de sanción por romper a Maradona y aún tuvo tiempo de romper además a Schuster. Estos días, en Italia, se teoriza en abundancia sobre golpes, patadas y codazos. Desde que el peroné de Totti dijo basta, el domingo pasado, no hay quien carezca de ideas propias sobre la peligrosidad de la entrada por detrás o el manotazo en los ojos. El maestro Gianni Mura explicaba ayer en La Repubblica que la última moda es el rodillazo en los riñones cuando se salta de cabeza: limpio, doloroso y difícilmente visible para el árbitro. Una opinión valiosa y autorizada es la de Pietro Vierchowod, El Zar, un defensor espléndido que ganó un scudetto con el Roma (1983), otro scudetto y una Recopa con el Sampdoria (1991) y, a los 37 años, una Copa de Europa con el Juventus (1996). Jugó hasta los 40 y se dice que los tobillos machacados de Marco van Basten, prematuramente jubilado, llevaban la marca indeleble de los tacos de Vierchowod. Maradona le llamaba Hulk y procuraba evitarle. Vierchowod jugaba bien y pegaba fuerte. Él mismo lo reconoce: "En mi época se daban más patadas que ahora. Quien quería hacer daño hacía daño y, como máximo, se llevaba una amonestación". Sin embargo, El Zar -el apodo salió del origen ucraniano y de lo mucho que mandaba en el áreaconsidera que, pese al laxismo arbitral de años atrás, pese a las cornadas del trío suramericano del Granada y pese a todas las brutalidades que se veían en los campos, incluidas las suyas propias, antes el fútbol era menos peligroso. La teoría del golpe de Vierchowod propone incluso un culpable de todos los males contemporáneos: Arrigo Sacchi. ¿Por qué? Por la defensa zonal que Sacchi y el Milan pusieron de moda. Antes, explica Vierchowod, se marcaba al hombre. El marcador intentaba no despegarse de su víctima en todo el partido y, cuando hacía falta pegar, le tenía a mano. Podía apuntar bien y controlar la fuerza de la patada o, mucho más a menudo, poner una simple zancadilla. Ahora no funciona así. Los defensas cubren una zona determinada, con bastante frecuencia cercana al centro del campo, y cuando se les escapa alguien "arrancan desde lejos para interceptarlo", explica El Zar, por lo que, "cuando alcanzan al adversario, le caen encima a gran velocidad". "Si estás lejos, careces de alternativas y, cuando pegas, las consecuencias son ruinosas", dice.

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Podría ser que Vierchowod tuviera razón. Uno prefiere no pensar, en ese caso, qué habría ocurrido si Aguirre Suárez, Goiko o el propio Vierchowod hubieran tenido que ganarse la vida haciendo defensa zonal. Van Basten usaría muletas. Y Amancio habría acabado como Joselito.

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LA REVOLUCIÓN DE EPAMINONDAS (6-3-2006)

Los espartanos disponían de la mejor infantería de la antigua Grecia. Sus soldados eran valientes, austeros y disciplinados y dejaron en la memoria el sacrificio de las Termópilas. Tenían un defecto, sin embargo: cargaban con un tradicionalismo casi congénito que les impedía innovar sus tácticas. Lo hacían todo como siempre. Sus propios orígenes míticos establecían un orden eterno: decían haber sido un pueblo levantisco y caótico hasta que el rey Licurgo les dio unas leyes inmutables. Según Plutarco, Licurgo adivinó el punto débil de Esparta y "prohibió que se realizaran frecuentes campañas militares contra un mismo enemigo para evitar que éste aprendiera el arte del combate". Tebas fue enemiga de Esparta. En 371 ya había aprendido todo lo necesario de los espartanos y, bajo el mando de un genio llamado Epaminondas, realizó sus propias invenciones: creó una unidad de élite compuesta por 150 parejas homosexuales, la colocó a la izquierda de la formación de falanges -el flanco derecho era hasta entonces el más fuerte- y se habituó a atacar con columnas de 50 filas de profundidad. En la batalla de Leuctra, Tebas acabó con Esparta. El ejemplo de Esparta ha sido siempre tenido en cuenta por los estrategas. Fabio Capello, leído e informado, sabe que la mayor flaqueza de su Juventus, una máquina de guerra que juega de memoria y ataca sin respiro, es la previsibilidad. Tiene grandes dificultades cuando el contrario lo imita y añade un poco de imaginación. Cuando Capello abandonó el Roma para mudarse a Turín, hace casi dos años, dejó un equipo espartano. Estaba lleno de genios, pero se había habituado a moverse de manera determinada. Ni el efímero Prandelli, ni Voeller, ni Del Neri ni Conti hallaron el truco para reordenar una herencia envenenada: el Roma era una peña de tipos locos que podían cometer cualquier disparate, pero no imaginar un juego sin tres puntas y medio centro, el que, con Capello, les había dado su único scudetto contemporáneo. Hasta cierto punto, la suya fue una crisis espartana. Hasta que llegó Luciano Spalletti para ejercer de Epaminondas. La primera mitad del curso presentó las mismas dificultades, agravadas por la ruptura con Cassano, que añoraba la tradición capellista. Cuando se fue, sólo quedó un delantero decente en la plantilla, Montella. Pero Montella se rompió. La crisis era tan grave que cualquier experimento, por peligroso que fuera, estaba justificado. En su revolución, Spalletti no echó mano de parejas homosexuales, sino de centrocampistas. ¿Había dejado Capello la herencia de las tres puntas? Pues se acabaron: portero, cuatro defensas y seis medios. En la pizarra, la posición teórica de ariete le tocó al gran Totti. En la realidad, el Roma adoptó el mecanismo de un motor de seis cilindros, con los pistones subiendo y bajando continuamente y sin dar al contrario puntos de referencia. El fantasma de Capello quedó olvidado, el juego volvió a embelesar y el Roma encadenó once victorias ligueras consecutivas, batiendo las marcas del calcio. La última, la mejor: a domicilio, en el derby contra el Lazio, pese a la ausencia de Totti. La Gazzetta dello Sport decía ayer que el prodigioso magma centrocampístico de Spalletti disponía de un precedente en el mítico Honved, húngaro, de los 50. Nada más y nada menos.

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Este texto fue cerrado antes de que se disputara el Roma-Inter de anoche. Fuera cual fuese el resultado, Spalletti-Epaminondas se había convertido ya en el entrenador del año y en la única alternativa auténtica a Capello-Licurgo. Nota: el partido Roma-Inter concluyó con empate a un gol.

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LAS TRES HERMANAS (13-4-2006)

Aquí están otra vez las tres hermanas del calcio. Juventus, Milan y posiblemente Inter, si el martes supera su partido pendiente con el Ajax, pisan por enésima vez los cuartos de final de la Liga de Campeones. Las tres hermanas viven junto a los Alpes y llevan un vestido con franjas negras. Por lo demás, no hay en el mundo hermanas menos parecidas. La mayor, la Vecchia Signora, blanca y negra, se hace pasar a veces por la reina de Turín. No lo es. La Juve es más italiana que turinesa. Si trasladara su estadio a Palermo o a Roma, tendría quizá más espectadores que en el gélido de los Alpes. A diferencia de otras sociedades, crecidas en un ámbito geográfico determinado y ligadas a un cierto paisaje, el Juventus fue desde joven un equipo de empresa. La empresa, Fiat, era de Turín. Pero era también el estandarte industrial de toda Italia y recogía a personas de todas las procedencias, mayormente del Sur. Pese a todos sus esfuerzos, nunca alcanzó una hegemonía indiscutible en los sentimientos de sus convecinos, que hoy siguen amando aún el sueño romántico del Torino. Los sucesivos magnates Agnelli educaron al equipo de la empresa familiar en la disciplina, el esfuerzo y el orden, todo ello de tradición piamontesa, y lo uncieron al yugo de Fiat. Luego alzaron la bandera blanquinegra e invitaron a todos los italianos a cobijarse bajo ella. Si alguien tuviera interés en descubrir no cómo son los italianos, sino cómo querrían ser, haría bien en escudriñar el alma ambiciosa, tenaz, seca y prepotente del Juventus. La hermana mediana, roja y negra, nació en 1899, dos años después que la Signora, y salió medio extranjera. Como la fundó un inglés, Alfred Ormonde Edwards, fue bautizada con un nombre inglés, Milan, acento en la primera sílaba, y no con el nombre italiano de su ciudad, Milano. No está muy clara la razón, pero desde el principio -avasallador, con un primer scudetto en 1901 que rompió el dominio del Génova- prefirió la compañía de los obreros. En la ciudad más burguesa de Italia, el Milan, como sus colores, se convirtió en símbolo del proletariado. Hasta los años 50, cuando el dinero empezó a marcar diferencias entre un club y otro, no tuvo como presidente a un patrón, a un empresario o, por utilizar el término local, un potente. El carácter de la hermana mediana definió, por exclusión, el de la hermana menor. El Internazionale, más conocido como Inter, azul y negro, nació en 1908 de una costilla burguesa del Milan. Un grupo de patrones y profesionales, hartos de no mandar en el club de su ciudad, lo abandonaron y fundaron otro. Si el Milan era alegre, optimista, pobretón y un poco hortera, el Inter se convirtió de forma inexorable en casi lo contrario: lo suyo fue el dinero, malgastado; el pesimismo, la derrota elegante y una especie de permanente angustia existencial que reflejaba, acaso, las dudas de una clase dominante o las dudas de todo un país: si el Inter es también conocido como La Bienamada será por algo. El Milan, la hermana proletaria, ha pasado por la Segunda División, una tragedia que las otras dos nunca han vivido. También ha pasado por las manos de Silvio Berlusconi, lo que alguno podría considerar no menos trágico. Hay que reconocer, sin embargo, que el hombre más rico de Italia se ajusta como un guante a la tradición milanista y que su gestión como presidente del Milan -otra cosa es la presidencia del Gobierno- muestra pocos fallos. Berlusconi es optimista, chistoso y un pelín farsante, como la peña de currantes que constituyeron la primera masa social. Impuso desde el principio de su mandato una norma

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fundamental: si él ponía dinero, y lo ponía, el técnico y los jugadores debían poner de su parte un fútbol bello y agresivo. Esa ley interna ha funcionado durante más de un cuarto de siglo y ha dado, además de éxitos, continuidad a la tradición milanista. El Milan, que pasó meses muy malos tras la desgracia del año pasado en la final de Estambul, vuelve a intentarlo. Por su pasado, por su estilo y por su indestructible ánimo proletario, sería hermoso que dispusiera de una nueva oportunidad.

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88.

ZAPPING (20-3-2006)

Para muchos aficionados españoles, en general para quienes no tifan por el Barcelona o por el Villarreal, la Liga de Campeones se ha convertido en una cuestión estética, en un asunto más filosófico que pasional. Hay quien se traga el sapo y, en nombre de la patria, apoya al equipo español que sigue vivo. Hay también quien no se traga nada y desea que el rival eterno sufra una eliminación de lo más dolorosa. Patrias y rencillas al margen, la actitud contemplativa de quien está ya fuera puede inducir al zapping en las próximas eliminatorias. Nuestro afán de servicio nos impele a ofrecer una pequeña guía sobre las situaciones en las que resulta aconsejable detenerse en un partido disputado por el Juventus de Fabio Capello, el Milan de Carlo Ancelotti o el Inter de Roberto Mancini. El Juventus pierde por 1-0. La Juve tiene algo de Mae West: cuando es buena, es muy buena; cuando es mala, es mejor. Y saca toda su maldad cuando le toman ventaja. La Vieja Señora no está habituada a perder y con un gol en contra se eriza, araña, patalea y padece una agonía. Ningún equipo sufre de una forma tan carnal como el Juventus. Tiembla el mentón de Capello, Nedved cae muerto al borde del área por un soplido del defensa, Emerson y Vieira sudan y empujan como posesos... El Juventus suele acabar remontando -por pura chiripa si hace falta, como ante el Werder Bremen-, pero, mientras pierde, ofrece un espectáculo de los que cortan el aliento. Muy aconsejable para sadomasoquistas. El Milan gana por 2-0. El Milan dispone de un mecanismo interno muy sencillo: un compás, Pirlo; un muelle, Kaká, y dos percutores, a elegir entre Shevchenko, Gilardino e Inzaghi. Pero el equipo es grandote, culón, de timón lento. Le cuesta frenar si adquiere ventaja, por lo que suele arrollar por goleada a los adversarios -los cuatro goles al Bayern Múnich-, pero también le cuesta virar cuando las cosas se tuercen -la remontada del Liverpool en la final de Estambul-. Más que del entrenador, el problema procede de la defensa, muy veterana, muy acostumbrada a marcar el centro de gravedad y con tanto peso específico que atrae hacia sí al resto del equipo. El Milan tiene talento para regalar y una cierta carencia de agilidad, física y mental. Con un 2-0 a favor, puede marcar tres más o puede acabar perdiendo. Muy aconsejable para los amantes de los marcadores sensacionales. El Inter gana por 1-0.

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El Inter sabe jugar al fútbol. Mancini no ha inventado nada, pero cuenta con un buen ventilador, Verón, que da oxígeno a las alas, Figo y Stankovic, y al poderoso, ciclotímico e imprevisible Adriano. Lo que pasa es que el Inter es más auténtico cuando duda, cuando se fía porque va con ventaja, cuando descubre sus flancos. En esos momentos le vienen los suspiros y las melancolías y puede ocurrir de todo. Puede marcar otros dos goles con dos zarpazos lánguidos o puede complicarse muchísimo la vida. En ese momento del 1-0, de luz incierta, resalta además el juego como medio centro del argentino Cambiasso, una madraza generosa que lo hace todo sin decir nada, que cubre todos los huecos y perdona todos los errores. Para el Inter, Cambiasso es casi una señal del cielo: después de tanto tiempo vendiendo joyas y comprando churros o caballeros venidos a menos por la edad, el pivote de la selección albiceleste llegó casi regalado del Madrid y resultó una maravilla. El partido en el que el Inter va un paso por delante en el marcador resulta, en definitiva, muy aconsejable para los aficionados al suspense.

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89.

EL FANTASMA DE ADRIANO (27-3-2006)

Un espectro recorre los estadios italianos. Se llama Adriano Leite Ribeiro y no mete un gol ni a tiros. Convertido en el fantasma de sí mismo, acosado por una jauría rival, Adriano resopla, empuja, cae, se levanta, vuelve a intentarlo, y así pasa un partido, y luego otro, y otro. Lleva tres goles este año, tres goles facilones contra dos adversarios facilones, Cagliari y Sampdoria. El gol se le ha olvidado. Adriano no es un bluff. Quien le vió jugar cuando era Adriano, no su fantasma, sabe lo que vale. Sufre, sin embargo, de dos males graves: uno, la ansiedad por jugar; dos, la ciclotimia. Un delantero no tiene por qué entender el juego. Es probable que la mayoría de los medios aficionados sepan más que Hugo Sánchez, Muller o Romario. A un ariete le basta el instinto porque en su oficio no se piensa, se actúa: hay que adivinar por dónde llegará el balón y soltar el cuerpo e ir en busca del gol. Hacen falta un pie exquisito, una coordinación sobrehumana, una cabeza a prueba de porrazos y un punto de maldad; para pelotear están los otros. Cuando Adriano no encuentra la portería, se empeña en ir para atrás. Eso dice mucho de su pundonor, pero no sirve de nada. Dar un pase en corto en el círculo central sin tener un plan en la cabeza es como pintar un palote sin saber que es una i. Y mientras está detrás no está delante, vagueando a la espera de un rebote, como hacen los arietes en sus días tontos. Tampoco le salen ya aquellas cabalgadas de 40 metros, porque cuando llega al área dispara contra el línier. Cuanto más falla, más se desespera y más penoso resulta verle bufar, como una ballena que gime y busca una vía de fuga mientras la despedazan los cachalotes. Cuando le salen las cosas parece el jugador total, el concepto platónico del futbolista. Cuando le salen mal, hace lo necesario para que le salgan peor. Su ciclotimia no es nueva. El Inter lo compró al Flamengo en 2000, con 18 años, y se lo llevó a un Trofeo Bernabéu para exhibirle. Dado que hablamos del Inter, fue cedido al Fiorentina. Al año siguiente se interesó por él el Parma, que gastó en el sueldo de Adriano sus ahorros. Fue Sacchi, por entonces director deportivo del Parma, quien se empeñó. "Espero no equivocarme", dijo Sacchi, "porque es un fenómeno, pero hace cuatro meses que le sigo y hace cuatro meses que juega asquerosamente mal". Adriano se recuperó, salvó al Parma y volvió al Inter. Con algún pequeño bache, había funcionado gloriosamente bien hasta ahora. Hizo a la afición regalos de los que no se olvidan, como cuando fue a Brasil para enterrar a su padre, volvió, fue casi directamente del avión al campo y arrasó. Demasiado hermoso para ser eterno. Su entrenador, il bello Roberto Mancini, habla de "problema psicológico". Lo es. Si Adriano se sometiera a un psicoanálisis, el bloqueo quizá se resolviera en cuanto se nombrara a Zico. Zico fue el ídolo de Adriano y sigue siéndolo. Alguien debería decirle a Adriano que, aunque tire las faltas casi tan bien como Zico, no trabaja de capitán general, sino de infante de asalto, y que no debe obsesionarse con el fútbol. Debe convencerle de que basta esperar. De que lo suyo es tener paciencia, como los predadores o los vendedores de seguros.

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LUCIANO, CESARE Y LA TERCERA EDAD (3-4-2006)

El otro día, cuando terminó el entrenamiento, Luciano Spalletti le dijo a Okaka que se quedara en el campo. Mientras los demás jugadores del Roma cantaban bajo la ducha, Spalletti centraba balones y Okaka remataba de cabeza. Los dos solos, entre bromas, como un par de amigos. Okaka tiene 16 años y ayer jugó contra el Fiorentina. También jugaron Acquilani (22) y Rosi (18). De Rossi, que a los 22 se ha convertido en uno de los mejores medios centro del calcio, se quedó en el banquillo por lesión. A mediados del segundo tiempo, cuando el Roma marcó el gol que igualaba el de Toni (el 26 de la temporada), Cesare Prandelli hizo cambios. Introdujo a Montolivo y llamó a Bojinov para conversar un instante. La cosa fue más o menos así: "¿Te va bien seguir por la izquierda?". "Sí, míster; estoy cómodo". "Pues tú, por la derecha, Montolivo". "Vale". Y el Fiorentina tomó la iniciativa al final. La cosa, que concluyó en empate (1-1), permitió comprobar el buen trabajo de los dos técnicos más eficientes, dialogantes, imaginativos y honrados del campeonato italiano (Pillon, del Chievo, también estupendo, se queda por ahora un poco por debajo del dúo de moda). Uno, Prandelli, inventó a principios de curso un esquema eficaz basado en Toni, el prolífico hombre en punta. El otro construyó sobre la base de Totti, que para el Roma viene a ser como la suma de Ronaldo y Ronaldinho, y fue perdiendo piezas por el camino (Cassano se fue, Montella se rompió) hasta perder al propio Totti. ¿Qué hizo? Sacar a los chavales y enseñarles a jugar en movimiento continuo para que todos fueran a la vez creadores y ejecutores y la suma de su esfuerzo cubriera el hueco del gran Francé. Lo que salió, la llamada Banda de Hermanos, es uno de los equipos más humildes, esforzados y vistosos del torneo. Fiorentina y Roma, Prandelli y Spalletti, compiten por el cuarto puesto. Los tres primeros, como siempre, están reservados para las tres hermanas. El scudetto lo ganará Fabio Capello, que se enfadó el sábado con Ibrahimovic. Capello lleva días enfadado. Le molesta que se vea el cartón de su supuesta magia y en las eliminatorias europeas, cuando su robusto y veterano cuadrado mágico (Cannavaro, Thuram, Vieira y Emerson) ha empezado a ir mal de bofe y ha dejado de gozar de lo que los italianos, con deliciosa discreción, llaman "sumisión psicológica" de los árbitros a la Juve, el cartón ha asomado por todas partes. Roberto Mancini, el atildado técnico interista, tiene sólo 41 años y debería apostar por la juventud y la inventiva. Ocurre al contrario: parece fiarse sólo de jugadores cercanos a su generación. Sus hombres de confianza son Verón y Figo, treintañeros. Por no hablar de su mano derecha, Mihailovic, que a los 37 parece del otro lado de la frontera escatológica (en un sentido filosófico, no excrementicio). A Carlo Ancelotti le gusta que su Milan juegue al ataque. Pero, si repasamos las partidas de nacimiento de los que alineó el sábado ante el Lecce, desde los venerables Costacurta (40 años) y Maldini (38) hasta los Cafú (35) y Rui Costa (33), se entiende que el Milan perdiera ante uno de los colistas. En el momento culminante de la competición europea, los equipos italianos, mucho más vetustos que el Arsenal, el Barcelona o el Lyón, corren el riesgo de asfixiarse en la última cuesta. Ya pasó algo parecido la temporada pasada: lo del Milan frente al Liverpool no fue despiste, ni exceso de confianza ni mala suerte; fue, muy probablemente, un simple achaque.

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TSIMTSUM (10-4-2006)

Isaac Luria, un rabino del siglo XVI, acuñó uno de los conceptos más enigmáticos de la Cábala. Según Luria, Dios tuvo que contraerse para hacer un hueco externo en el que crear el universo. Luego, vinieron la rotura de los vasos, las chispas divinas y la purificación, acontecimientos esotéricos ajenos a lo que nos ocupa. Lo más interesante de la teoría cabalística luriana es una paradoja pesimista: cuanto más se expande el universo, más se contrae la divinidad, forzada a un exilio autoimpuesto en los límites exteriores de su propia creación. La conclusión lógica consiste en que Dios es cada día más pequeño y está cada día más lejos. A todo eso se le llama tsimtsum. Quizás el concepto del tsimtsum sea el único capaz de explicar el misterio del Inter, cada año más rico, cada año más caro, cada año más caótico y cada año más lejano del scudetto y de la copa orejuda de los campeones de Europa. Algún tipo de maldición mística pesa sobre la Bienamada de Milán, la sociedad más patética del Calcio. Hasta la semana pasada, ser interista constituía una desgracia leve y relativamente llevadera. Los lenguas bronceadas -a los interistas se les llama así porque cada verano están convencidos de que la próxima temporada es la suya y no dejan de hablar de los múltiples trofeos que ganarán de calle- se organizaban la vida bastante bien, de acuerdo con el ritmo de la naturaleza: felicidad con el calor, incertidumbre con las primeras lluvias de otoño, escepticismo con el frío y atroces disgustos en la primavera, sepultados de inmediato por la adrenalina de algún fichaje veraniego destinado a cambiar de forma definitiva el destino del Internazionale. Esos buenos tiempos concluyeron en El Madrigal. La gente del Inter quedó condenada a vagar en pena, felicitando por los siglos de los siglos al Villarreal y pidiendo perdón al mundo por haber hecho lo que hizo en esa noche aciaga. No por el codazo de Materazzi, que también, sino por la bochornosa renuncia a jugar al fútbol frente a un equipo que sí jugó. El Inter ganó el sábado en Ascoli (1-2), pero dio lo mismo. En Milán esperaban su vuelta unos cuantos desquiciados -hasta en eso la desgracia es azul y negra: los grupos violentos interistas son comparables con los del Lazio- para atacar a los jugadores. A las tres de la madrugada, en el aeropuerto de Malpensa, el pobre Cristiano Zanetti, que no ha jugado apenas y en junio se larga al Juventus, fue el que corrió más lento y se llevó un golpe en la cabeza. A eso del amanecer, parecía imposible que el Inter pudiera caer más bajo. Cualquier situación, sin embargo, es siempre susceptible de un empeoramiento. Lo peor llegó a las tres de la tarde, cuando los futbolistas del Milan acordaron saltar al campo con diez minutos de retraso como muestra de solidaridad con sus colegas del Inter. Sólo faltaba eso: la piedad del rival y las cuchufletas de la afición milanista.

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El Milan estuvo a punto de caer frente al Lyón, pero logró el milagro en los últimos diez minutos. El Inter hizo un milagro distinto: arruinar el verano a cientos de miles de lenguas bronceadas y alejar hasta lo inconcebible el sueño de un título, una copa, una alegría. Han pasado 17 años desde el último scudetto y cuatro decenios desde la última Copa de Europa. El tsimtsum se lleva cada vez más lejos la esperanza y abandona al Inter en la continua expansión de su miseria. Es imposible explicar la vergüenza que sienten los interistas. La vergüenza que sentimos.

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LA RESURRECCIÓN DEL NÁPOLES 17-4-2006)

En el caserón donde vivo ocurrió, el 16 de marzo de 1583, una resurrección de ida y vuelta. Estaba Felipe Neri celebrando misa cuando le avisaron de que Paolo, uno de los chicos de la familia Massimo, agonizaba. El futuro santo corrió hacia la cama del enfermo. Le encontró, sin embargo, ya muerto. En tales circunstancias, no podía hacer otra cosa que resucitar a Paolo: le puso la mano en la frente durante unos minutos, rezó, regó el cadáver con agua bendita y el chico volvió a la vida. Pero no volvió muy conforme, según parece, porque le dijo a san Felipe que muchas gracias, pero que prefería la muerte. Y murió otra vez. El extraño milagro del palacio Massimo tiene algo que ver, quizá, con la fiesta de Nápoles. El equipo de la ciudad abandonó el sábado la Serie C, equivalente a la Tercera española, después de dos años negros, y logró el ascenso a la B con una victoria sobre el Perugia ante su público y en su propio estadio, el San Paolo, justo en el fin de semana de la Pascua de Resurrección. Todo encajó al fin. Empezó a terminarse la pesadilla iniciada en 2004 con la quiebra, el descenso a la C y la refundación como Napoli Soccer. Como en los días de gloria, la grada del San Paolo invocó a su santo particular, el más reverenciado en el golfo y la costa amalfitana después de san Genaro, el de la sangre licuada: sonó el triple silbido del árbitro y la gente, desenfundando las bengalas, se desgañitó a gritos de "¡Maradona, Maradona, Maradona!". El actual propietario del Nápoles es Aurelio de Laurentiis, un productor cinematográfico con una filmografía larga y perfectamente prescindible. De Laurentiis acudió a la cabecera del Nápoles cuando la sociedad estaba muerta; no le puso la mano en la frente, sino 40 millones de euros en el bolsillo, y resucitó al cadáver en poco tiempo. Hasta ahí, todo un señor. Para realzar el ascenso a la B, De Laurentiis concedió una entrevista telefónica desde Hollywood a La Gazzetta Sportiva. Y envió un mensaje a Franco Carraro, el presidente de la Federcalcio: "Le pido que haga, como el caballero que es, un gran gesto y devuelva a los napolitanos aquello que merecen, la Serie A". La cosa no quedaba aquí: "Por parte de Carraro sería un gesto distensivo que cancelaría estos años de tensión. Porque algún error lo ha cometido: meter al Nápoles en la Serie C fue un gran error de márketing por todo lo que representa esta ciudad". ¿Márketing? ¿Los ascensos y descensos son cuestión de márketing? ¿Los equipos de las grandes ciudades no pueden quebrar ni bajar de categoría? Carraro es un personaje inefable al que ni los abogados de Silvio Berlusconi se atreverían a defender, pero pedirle un doble ascenso por motivos de caballerosidad -De Laurentiis hizo ya esa petición el año pasado- parece demasiado incluso en un mundillo tan pintoresco como el del calcio. De Laurentiis dijo también a la Gazzetta que el fútbol está "destinado a cambiar completamente" y que hace falta avanzar hacia el futuro con una "cultura mediática" como la de Hollywood. Leyendo esa entrevista, me vino a la memoria el milagro del palacio Massimo. Ojalá no ocurra, pero no parece imposible que algún día los napolitanos, y muchos otros, añoren aquellos partidos contra el Manfredonia, el Torres o el Juve Stabia, disputados en campos parroquiales de tierra, pedrusco y solazo

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de mediodía. Ojalá los napolitanos no tengan algún día que decirle al santo De Laurentiis que muchas gracias, pero que estaban mejor muertos.

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LA VIEJA SEÑORA Y EL VIEJO ARTISTA (24-4-2006)

Podríamos contar que el Juventus no ha ganado ninguno de sus últimos cinco partidos. La Vieja Señora se mantiene al frente de la tabla desde principios de la pasada temporada, pero sus 15 puntos de ventaja se han quedado en 3 a falta de tres encuentros para el final de la Liga. Un defensor competente como Cannavaro se ha visto reducido a la condición de agresor -la semana anterior dislocó una clavícula y el sábado rompió una tibia-, el loado Ibrahimovic arrastra dos pies cuadrados, Emerson sufre de pubalgia, Vieira padece una astenia, Zebina y Zambrotta juegan sonánbulos... Fabio Capello ha fundido por enésima vez un equipo y los diez millones de seguidores viven horas de aflicción. El Juventus más arrogante de la era contemporánea se arriesga a quedarse sin un scudetto que daba ya por liquidado. Si habláramos del Juventus, nos atendríamos a la segunda acepción que el diccionario da al término "deporte": "Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas". Preferimos, sin embargo, la primera definición, la que deja de lado entrenamientos, sujeciones y normas: "Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre". Y hablamos de un hombre que, inevitablemente, soporta mal a la Vieja Señora. "Los débiles carecen de representación en la tierra. Por eso he detestado siempre al Juventus. Para mí, ganar era un accidente", dice ese hombre; "para el Juventus es una condena". El hombre no exagera cuando habla de victorias accidentales. Sus palabras son avaladas por las hemerotecas. ¿Pruebas? Las hay en abundancia. Este señor, que amaba jugar al fútbol, pero se negaba a ejercer como futbolista, le hizo una vez un túnel a Gianni Rivera delante de todo San Siro e inmediatamente le pidió perdón. "No se podía humillar así a un artista", explicó. Otra vez, después de driblar al portero contrario, se negó a marcar a puerta vacía: también le parecía un gol "humillante". Su momento supremo, el que le definió para siempre, llegó en un Padua-Cremonese. Su equipo, el Padua, había apostado por una táctica defensiva que no le gustaba. Hizo lo que le pareció lógico: tomó el balón y corrió hacia su portería, regateando a sus propios compañeros, hasta plantarse ante el guardameta. Entonces se frenó. Demasiado tarde, por desgracia, para un tifoso del Padua que, convencido de que el artista iba a marcar un golazo en propia puerta, sufrió un infarto y murió. Antes de hacer un pase largo se encaramaba sobre el balón -no lo intenten en casa- y oteaba el horizonte con la mano de visera. En un Padua-Udinese se sonó la nariz con el banderín del córner y anunció al público, con gestos inequívocos, que iba a marcar directamente desde el ángulo. Y marcó. Este señor, del que dijeron que tenía los pies más exquisitos del calcio, no llegó a la selección porque le gustaban demasiado el alcohol, el tabaco y las mujeres. Se llama Ezio Vendrame, tiene 59 años, convive con la depresión y escribe libros desgarrados y fascinantes en los que a veces habla de fútbol. Su estilo es, salvando las distancias, el mismo que el crítico Harold Bloom atribuye a san Marcos y Edgar Allan Poe, "dos fantásticos malos escritores". Pasó la infancia en un orfanato y tuvo su primer abrigo gracias a su primera paga como juvenil en el Udinese. Minutos después de comprarse el abrigo, vio a un niño gitano y se lo regaló.

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MATRIX (1-5-2006)

Los asesinos vocacionales se dividen en dos categorías: los organizados y los desorganizados. Los organizados son fieles a un modus operandi y planean con cuidado sus crímenes: un ejemplo clásico es el de Henri Landru, guillotinado en 1922 por el asesinato de 10 mujeres (a las que robó todo el patrimonio) y un muchacho. Los desorganizados improvisan en cuanto se les ofrece una ocasión o cuando se les dispara el ansia de matar, generalmente asociada al deseo sexual: el paradigma es Jack el Destripador, que en 1888 asesinó y mutiló a cinco prostitutas en Londres. La clasificación organizado-desorganizado resulta igualmente útil en el ámbito de los futbolistas antideportivos. Los organizados son metódicos y suelen elegir con antelación a su víctima: insultan, provocan, pegan discretamente y con eficacia, cuentan con un plan de emergencia (en caso de apuro, alegan que los agredidos son ellos) e intentan coleguear con el árbitro igual que los asesinos procuran establecer vínculos con la policía. Pavel Nedved, interior del Juventus, es un gran organizado. Los desorganizados son los que no pueden resistir la tentación de cometer una burrada. Muchos de ellos son encantadores fuera del estadio, visitan a los niños en el hospital y ayudan a los compañeros en dificultades. Pero en cuanto pisan hierba se les cruzan los cables. Quizá resulten menos despreciables que los organizados; son, sin duda, más peligrosos. Hacen faltas terribles, y, en consecuencia, coleccionan sanciones. Que no sirven de gran cosa, porque las cumplen y vuelven a las andadas. El más notable desorganizado del calcio es Marco Materazzi, central del Inter, también llamado Matrix por su afición a la patada voladora. Materazzi encabeza la lista de los personajes detestados en el fútbol italiano. El codazo a Sorín en la eliminatoria europea frente al Villarreal fue tremendo, pero nada particular en el historial de Matrix, capaz de alcanzar niveles de violencia realmente extraordinarios. En un Milan-Inter de 2003 le pegó a Shevchenko una patada en las costillas. Un año después, en otro Inter-Milan, clavó la puntera en el pecho de Inzaghi. Luego se ganó dos meses de descalificación por pelearse a puñetazos con Cirillo, del Siena, en el túnel de vestuarios. En octubre pasado realizó una entrada estremecedora a Ibrahimovic. Un senador de la posfascista Alianza Nacional propuso que Materazzi fuera juzgado "como un delincuente común". El temible Matrix carece del cinismo de los defensas organizados, fieles a un viejo lema italo-argentino ("si sobresale de la hierba, pégale duro; si resulta que es el balón, paciencia") porque lo suyo es el gore irracional, la locura repentina, la violencia gratuita. Su padre, el técnico Giuseppe Materazzi, ha tenido que pronunciar más de una vez la frase "mi hijo no es un asesino", más propia de las crónicas de sucesos que de las páginas deportivas. El propio Matrix llamó una noche a un programa de televisión para gimotear que sus condiciones técnicas eran mediocres y que a veces no podía controlarse. Internet está lleno de insultos a Materazzi. Algunas páginas, como loscarsomaterazzi.splinder.com se dedican en exclusiva a eso, a insultar al "carnicero" Materazzi.

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La justicia deportiva hace poco. Hay, sin embargo, otra justicia: la del balón. Ayer funcionó. Empoli-Inter, minuto 92, 0-0. Materazzi controla un balón junto a la línea del centro del campo y, en un arrebato de inspiración, decide cederla hacia atrás. Suelta un globo que pasa por encima del portero y marca, en propia meta, el gol más hermoso de su vida. La cara que se le quedó a Matrix valió por varias sanciones.

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EL ALEPH (8-5-2006)

En El Aleph, uno de los relatos más célebres de Jorge Luis Borges, todo lo que ha existido, existe y existirá, multiplicado por todas las cosas que pudieron ser y no fueron, se concentra en una diminuta espiral vertiginosa llamada aleph, por el nombre de la cabalística primera letra hebraica. Nunca se ha descubierto un aleph en el mundo real, pero en el universo mágico del calcio sí hay uno. Se llama General Athletics, aunque es más conocido por las siglas Gea, y las fiscalías de Roma y de Nápoles escudriñan en su interior con el afán de desvelar un fenómeno que durante años ha intrigado a la ciencia: ¿por qué los errores arbitrales, los postes, los huecos en el césped y hasta la meteorología actúan siempre a favor del Juventus? La cabeza de Gea es Luciano Moggi, el ferroviario jubilado que dirige el Juventus (tras estancias en Roma, Lazio, Nápoles y Torino) y, se supone, la totalidad del calcio. Gea gestiona las carreras de más de 180 futbolistas y de 24 técnicos, por lo que sus tentáculos se extienden por todo el país y penetran en todos los clubes. Su vocación alephística se refleja en el elenco de sus directivos: Alessandro Moggi, hijo de Don Luciano; Francesca Tanzi (hija de Calisto Tanzi, ex presidente del Parma y protagonista del mayor fraude empresarial en la historia de Europa); Andrea Cragnotti (hijo de Sergio Cragnotti, ex presidente del Lazio y protagonista del segundo mayor fraude empresarial en la historia de Europa); Giuseppe de Mita (hijo del ex presidente del Gobierno Ciriaco de Mita); Chiara Geronzi (hija de Cesare Geronzi, presidente del megabanco Capitalia); y Davide Lippi (hijo de Marcello Lippi, seleccionador italiano). La expresión "tráfico de influencias" no alcanza, ni de lejos, a definir lo que, según los fiscales, se cuece en Gea. Luciano Moggi, que en 1993 se libró con una simple multa y un arresto simbólico de una investigación que demostró que, como director general del Torino, obsequiaba a los árbitros con "señoritas de compañía", parecía el último representante de la Italia más tópica y eterna. Pero Silvio Berlusconi cayó, por poco pero cayó. Inmediatamente después cayó Bernardo Provenzano, el jefe supremo de la mafia siciliana, tras más de 40 años en paradero desconocido. Ahora está a punto de caer Luciano, investigado por presunta asociación para delinquir (un delito establecido de forma específica para combatir las mafias) "con el objetivo de cometer fraude en la competición". Lo único seguro es el cambio en el Juventus. Antonio Giraudo (condenado y luego absuelto por dopar a los futbolistas de la Vieja Señora), Roberto Bettega y el propio Moggi, los tres dirigentes que eligieron un nombre tan siniestro como Tríada (la mafia japonesa) para definirse a sí mismos, protagonizarán la disolución más espectacular desde que en 1970 se pelearon Lennon y McCartney. La familia Agnelli, propietaria de Fiat y del Juventus, expresó ayer a través del heredero John Elkann su total "cercanía a los jugadores". De los directivos no dijo nada, para no tener que decir que ya estaban firmadas las cartas de despido.

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SE MULTIPLICAN LOS TRAMPOSOS (13-5-2006)

El fútbol italiano ha estado, al menos durante los últimos dos años, en manos de una organización criminal dirigida por Luciano Moggi, el hombre fuerte del Juventus. Moggi controlaba la federación y la asociación de árbitros, decidía los resultados de los encuentros y componía incluso las alineaciones de la selección nacional. Esa fue la acusación planteada ayer por la Fiscalía de Nápoles, que citó a Juventus, Milan, Fiorentina y Lazio como instituciones beneficiarias de la red deportivo-mafiosa. El escándalo podría hundir al Juventus, la sociedad futbolística más importante del país, en la Serie B o incluso en las divisiones regionales. Nunca se había visto algo así. Ni siquiera en 1980, cuando el caso de las apuestas clandestinas del totocalcio costó al Milan el descenso a la Serie B y comportó durísimas sanciones a un grupo de jugadores de primera fila, como Paolo Rossi. Aquello fue un caso de corrupción; lo de ahora, si las acusaciones de los fiscales resultan ciertas, supone la corrupción de todo el sistema. Hasta un general de la Guardia de Finanzas, el cuerpo policial que cuenta entre sus misiones la vigilancia sobre las competiciones deportivas, figura entre las 41 personas investigadas. Y la ciénaga se desborda en todas direcciones. En otro sumario, en manos de la Fiscalía de Parma, se acusa a los jugadores Buffon (Juventus), Maresca (Sevilla), Chimenti (Cagliari) y Iuliano (Sampdoria) de apostar sumas enormes, de hasta medio millón de euros, sobre partidos de resultado cuando menos sospechoso. Los fiscales trabajan sobre la hipótesis de que esos encuentros fueran amañados para proporcionar grandes beneficios a los apostadores. El asunto podría costarle a Buffon, portero titular de la selección, la participación en el Mundial de Alemania. Los fiscales napolitanos consideran que la cúpula de la mafia del calcio estaba compuesta, además de por Moggi, por Antonio Giraudo (recién dimitido consejero delegado del Juventus), Innocenzo Mazzini (vicepresidente de la federación), Paolo Bergamo y Pier Luigi Pairetto (encargado hasta el año pasado de asignar arbitrajes) y Massimo de Santis (árbitro internacional). Las sospechas se basan en miles de interceptaciones telefónicas. Una de las llamadas, entre el árbitro De Santis y el vicepresidente Mazzini, se refiere a un partido Livorno-Siena, el gran derbi toscano, disputado el 8 de mayo del pasado año. Antes del partido, el presidente del Livorno, Spinelli, había criticado los arbitrajes. El encuentro terminó en 3-6 a favor del Siena, tras la expulsión (injustificable) de un jugador livornés a los 20 minutos. "Pobre Spinelli", dice Mazzini, "has estado espléndido, como siempre". "¿Has visto?", responde De Santis. "En un periquete uno menos". De algunos fragmentos del sumario de Nápoles se descubre que Moggi, después de que el Juventus perdiera 2-1 con el Reggina, amenazó con violencia al árbitro culpable, Paparesta, y le encerró en el vestuario. Los fiscales consideran que la acción podría calificarse de secuestro. En otras conversaciones, Moggi planea "desacreditar" al propietario del Fiorentina, Diego della Valle, por oponerse a la reelección del milanista Galliani como presidente de la Liga Profesional, y comenta la necesidad de darle "una paliza" al entrenador Zdenek Zeman por criticar públicamente al Juventus. También telefonea al seleccionador nacional, Marcello Lippi, para decirle a quién debe convocar.

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En total, los fiscales sospechan que fueron falseados los resultados de 19 encuentros de la temporada 2004-2005, en la que el Juventus venció el scudetto. La Vieja Señora del fútbol italiano se arriesga a perder ese título y a perder, por primera vez en su historia, la máxima categoría. Los investigados son, por el momento, 41; entre ellos se cuentan los dirigentes de Juventus, Milan, Lazio y Fiorentina; el presidente, el vicepresidente y el secretario de la federación; el presidente de la asociación de árbitros, dos ex responsables de asignar los árbitros a cada encuentro, nueve árbitros, un periodista de la cadena pública RAI, un general y un capitán de la Guardia de Finanzas y dos policías asignados a la Fiscalía de Roma que, al parecer, mantenían informado a Moggi sobre las pesquisas de los fiscales. Romano Prodi, que la semana próxima debería asumir la presidencia del Gobierno, calificó de "tormenta gravísima" los acontecimientos y exigió que la corrupción fuera definitivamente extirpada del fútbol. Silvio Berlusconi, primer ministro saliente, dijo que la situación era "terrible".

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97.

EL JUVENTUS,

PRESUNTO

GANADOR

DEL

SUPUESTO

CAMPEONATO ITALIANO (15-5-2006) El Juventus de Turín se convirtió ayer en el presunto campeón de lo que en ciertos medios se considera la Liga italiana. El equipo blanquinegro obtuvo una supuesta victoria, 0-2, frente al Reggina, lo que le permitió mantener sus teóricos tres puntos de ventaja sobre el Milan y coronar, al parecer, 74 jornadas consecutivas al frente de lo que las autoridades federativas, antes de ser destituidas bajo acusaciones de corrupción rampante, solían definir como "clasificación". Los jugadores juventinos realizaron un simulacro de celebración sobre el césped y se largaron, cariacontecidos, a esperar el desenlace de lo que, a tenor de todos los indicios, podría ser calificado como el mayor fraude deportivo de la historia mundial. El fiscal napolitano Giuseppe Narducci dijo ayer mismo que la presunta banda criminal creada por el director general del Juventus, Luciano Moggi, para controlar la federación, los árbitros, los resultados de los partidos y hasta la moviola televisiva, era "peor que la mafia". Moggi, con una supuesta lágrima en los ojos, se declaró "inocente" y "destruido" y anunció que dejaba para siempre el fútbol. Posiblemente había leído en los periódicos las transcripciones de sus propias conversaciones telefónicas: después de leer esa retahíla de amenazas, conspiraciones, chanchullos, corruptelas, pactos secretos y obscenidades, era imposible pensar en el calcio y no sentir arcadas. Silvio Berlusconi, propietario (según el registro mercantil) del Milan y hombre célebre por su escrupuloso cumplimiento de la ley, exigió "la restitución inmediata" de los títulos ligueros de 2005 y 2006: daba ya por seguro que el Juventus, que hace un año y ayer mismo pareció ganarlos, sería privado de ellos y que pasarían automáticamente al segundo clasificado. Resultaba bastante probable que el Juventus los perdiera, pero no tan probable que se los llevara el Milan: eran muchos los partidarios de que ambos campeonatos quedaran desiertos como recordatorio eterno de un fraude que no debía (en teoría) repetirse. ¿El Juventus, a Segunda? Pues sí, para no dar la razón al grupo de atontados que ayer, haciéndose pasar por tifosi juventinos (mejor no pensar que lo fueran realmente), colgaron en el estadio una pancarta con el siguiente texto: "El fin justifica los medios". Hundir al Juventus en las divisiones inferiores sería, en términos de repercusión social, como colocar al Real Madrid en Tercera o peor. No hacerlo equivaldría a aceptar que los tramposos ganan siempre. Esta presunta columna opta por adherirse al fraude clamoroso del calcio y se copia a sí misma, en versión del 21 de febrero de 2005: "La verdad, en el calcio" es sólo una. La verdad se llama Luciano Moggi y es un señor calvo residente en Turín. Luciano Moggi es una de las pocas personas que saben por qué ocurre lo que ocurre". Él (supuestamente) lo sabía. El resto de Italia y del mundo se limitaba (supuestamente) a sospecharlo. Que los jueces hagan ahora lo suyo, si les dejan. Afortunadamente, según fuentes oficiales, el campeonato se ha acabado. ¡Qué asco!

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‘PORCO’ CALCIO (21-5-2006)

El fútbol italiano toca fondo. Su buque insignia, la Juventus, se dirige, casi con toda seguridad, a una condena al descenso de categoría y a la pérdida de los dos últimos títulos ligueros por la implicación directa, a través de su ex director general Luciano Moggi, en la designación de árbitros, arreglo de partidos, coacciones y apaños en la compraventa de jugadores. La degradación rebasa con creces escándalos anteriores, como el de las quinielas clandestinas que llevó al Milan a la Serie B en los ochenta, la falsificación de pasaportes de extranjeros de origen italiano o el dopaje en los noventa. Ya no se trata de fenómenos más o menos localizados de corrupción, sino de un amplio y complejo entramado mafioso dirigido por Luciano Moggi, Lucianone para los amigos, un napolitano ex ferroviario que rondó por diversos clubes antes de recalar como director general en la Juve, la Vecchia Signora, propiedad de la Fiat y de la familia Agnelli. La consecuencia de este escándalo es que el ambiente en el fútbol italiano ya no es de crisis sino de putrefacción. Las culpas, acusaciones y sospechas se extienden sin cesar, salpican a dirigentes de la Juve pero también al Milan, al Lazio y a la Fiorentina, a la cúpula de la Federación Italiana de Fútbol, a varios árbitros (uno de ellos designado para el próximo Mundial de Alemania), futbolistas, periodistas, policías y oficiales de la Guardia de Finanzas. La trama está aderezada hasta con dinero negro refugiado en cuentas secretas en la banca vaticana de una sociedad de Moggi para la compraventa de jugadores. Muchos intuían el lodazal del calcio pero nadie sus dimensiones. Comenzaron a perfilarse con las escuchas telefónicas que la policía inició hace más de un año. Independientemente de la presunta responsabilidad penal de los implicados, el caso refleja una cultura perfectamente pervertida del deporte y del fútbol en particular. Las ingentes sumas manejadas en la televisión y en la comercialización de marcas están en su origen. Pero sería hipócrita y equivocado concluir que la corrupción en el fútbol es un fenómeno exclusivamente italiano. Los recientes escándalos en Alemania, mucho menores, lo demuestran. En España no hay indicios de que el fútbol haya ya caído en manos mafiosas. Pero tampoco faltan las sospechas.

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99.

LA TRAMA DE “DON LUCIANO” (22-5-2006)

Ni el más paranoico de los aficionados al calcio pudo sospechar que todo estuviera amañado. Nada quedaba en manos del azar o del talento deportivo. Durante años, un grupo criminal encabezado por Luciano Moggi, director general del Juventus desde 1994, controló todos los estamentos del fútbol italiano y manipuló sistemáticamente los resultados. En esos doce años, la Vieja Señora de Turín ganó siete títulos de Liga. La red de Moggi era todopoderosa y abarcaba la Federación, la Asociación de Árbitros, la compraventa de jugadores y hasta la moviola televisiva. Las fiscalías de Nápoles, Roma y Turín investigaron a fondo y en el mayor de los secretos la temporada 2004-05, grabando las conversaciones telefónicas de Moggi y decenas de sus cómplices, y han elaborado un sumario, centenares de miles de páginas, en el que se demuestra que el fraude era absoluto. El calcio dejó de ser una competición para convertirse en un simple espectáculo, rentabilísimo para sus organizadores y para el Juventus. Las decisiones judiciales tardarán tiempo en conocerse. Serán necesarios años de juicios y apelaciones para que se resuelva el aspecto penal y quizá más para aclarar las demandas civiles: las asociaciones de consumidores preparan una demanda por fraude y exigen la devolución del dinero porque quienes pagaban el abono del estadio o compraban partidos de pago por televisión creían vivir emociones en directo cuando la función era tan previsible como La venganza de don Mendo. Las sanciones deportivas, en cambio, deberían llegar ya a principios de julio con el fin de anunciar a tiempo a la UEFA qué equipos disputarán las competiciones europeas el próximo curso. Puede darse por seguro que la Juve no estará en Europa, sino en la Serie B o más abajo. El Lazio, el Fiorentina y el Milan también corren riesgo por cooperar, en mayor o menor grado, con don Luciano, el antiguo ferroviario de Civitavecchia que logró adueñarse del calcio. Lo peor, sin embargo, no es que una institución tan gloriosa como el Juventus, la más importante, quede manchada y humillada por el descenso. Lo peor vendrá después. ¿Quién será capaz de creer en adelante en la honradez? ¿Quién podrá creer que los errores de los árbitros son involuntarios? La Federación ha sido intervenida por el Comité Olímpico y su nuevo gestor, Guido Rossi, antiguo vigilante de los mercados bursátiles, tiene la misión de limpiar a fondo. Lo tiene difícil porque no bastarán unas semanas para esclarecer responsabilidades. El diario de la Conferencia Episcopal, Avvenire, proponía una temporada sin fútbol como sacrificio catártico y plazo imprescindible para estudiar un sumario que abruma a los jueces. Moggi tenía una decena de teléfonos móviles y recibía una media de 416 llamadas diarias: más de 100.000 en un año. Sólo estudiar esas transcripciones es una tarea ingente. De esas llamadas, de las efectuadas por sus cómplices y de los interrogatorios efectuados hasta ahora se puede deducir, más o menos, cómo funcionaba el fraude. ÁRBITROS El delegado de Moggi en el colectivo arbitral era un hombre "con una aguda capacidad delictiva y una gran habilidad para borrar pistas y pruebas", según los informes preliminares de la fiscalía de Nápoles. El

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hombre en cuestión, Massimo de Santis, era, tras la jubilación de Pierluigi Collina, el árbitro más prestigioso de Italia y habría participado en la Copa del Mundo si los fiscales no le hubieran inscrito en la lista de investigados. De Santis, de acuerdo con sucesivos encargados de la designación de los árbitros para los encuentros de la Liga, decidía quién alcanzaba la internacionalidad y quién descendía a las categorías inferiores. Los interrogatorios han permitido descubrir que De Santis instruía a los colegiados desde que empezaban, y promocionaba a los más dóciles. Quienes se equivocaban, como Paparesta, que hizo perder un partido a la Juve, eran humillados -Moggi le encerró en el vestuario tras el partido- y obligados a pedir perdón a don Luciano. Quienes no se sometían al sistema impuesto por De Santis y el dúo encargado de asignar los colegiados, Bergamo y Pairetto, dejaban de arbitrar. De Santis, que conducía un Jaguar y dirigía los encuentros más delicados, se encargó personalmente de un Livorno-Siena que concluyó 3-6 -había que castigar al presidente livornés, Aldo Spinelli, por oponerse al sistema Moggi- y un Lecce-Juventus que concluyó 0-1 y en el que el Lecce fue masacrado: 55 faltas. Tras el lance, la Juve le regaló 23 camisetas oficiales. Además de De Santis, han sido suspendidos otros ocho árbitros de máximo nivel. Las grabaciones dejan claro que la conspiración no se limitaba a asegurar arbitrajes favorables al Juventus y otras sociedades amigas, como el Lazio o el Messina, o a asegurarse del descenso de las enemigas, como el Bolonia. También se mostraban abundantes tarjetas -establecidas al margen de lo que ocurriera en el campo- a los equipos que la semana siguiente debían enfrentarse a la Juve para que, al menos, uno de sus jugadores importantes estuviera sancionado. BANCA Luciano Moggi tenía aliados excelentes en el sector financiero. Entre los miembros de la sociedad General Athletics World (Gea), dirigida por su hijo, Alessandro, figuraba Chiara, hija de Cesare Geronzi, gran patrón de Capitalia, uno de los mayores bancos italianos. Según la Fiscalía de Nápoles, esa conexión fue utilizada en 2004 para desmantelar al Roma, competitivo -había ganado el scudetto en 2001- y que se negaba a plegarse a Moggi. En la primavera de 2004, el Roma, propiedad del magnate petrolero Franco Sensi, había acumulado con Capitalia una deuda de 154,3 millones de euros. El Juventus quería a su técnico, Fabio Capello, y al centrocampista brasileño Emerson. Moggi pretendía además que el Roma entrara en el redil de los dóciles. Para ello utilizó a Capitalia, que hizo saber a Sensi que toda resistencia a los deseos del Juventus provocaría un corte del flujo crediticio y complicaría las negociaciones con Sky sobre los derechos televisivos. Abrumado, Sensi cedió. Mientras Capitalia reestructuraba favorablemente la deuda del Roma e ingresaba en el capital de Italpetroli, la sociedad de Sensi, Capello y Emerson partían hacia Turín y Rosella Sensi, hija de Franco y más comprensiva con la Juve, tomaba las riendas del club. El 23 de octubre de 2004, Moggi habló por teléfono con Claudio Lotito, presidente del Lazio, el gran rival del Roma, "Has puesto el pie en el cuello de [Franco] Sensi, ¿eh?. ¡Qué ganas de reír! Has hecho bien", dice Lotito en la conversación grabada por la policía. "Ese pobrecillo ha quedado totalmente fuera de juego", responde Moggi.

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PRENSA Los aficionados tienden a creer que la moviola no miente. Sí, puede mentir. En una llamada al técnico del popular programa El proceso de Biscardi, en el que cada lunes se analizaban las jugadas dudosas, se escuchaba a Moggi dar instrucciones para que un clarísimo fuera de juego del Juventus, que no se pitó y fue gol, se convirtiera "en algo de unos 20 centímetros, dudoso, un error arbitral comprensible". El canal Sette ha cancelado el programa de Biscardi. Los designadores arbitrales, por su parte, tenían hasta 2005 una columna en La Gazzetta dello Sport en la que analizaban las jugadas conflictivas. Tras una pieza especialmente escandalosa, en la que omitían un clarísimo error que dio la victoria al Juventus, el director del diario cortó la colaboración, pero no explicó los motivos. Ha dado explicaciones esta semana, con más de un año de retraso. FUTBOLISTAS Eran simples peones. Hacían lo imposible para que les representara Gea por razones obvias: en esa sociedad, dirigida por Alessandro Moggi, trabajaban, además de Chiara Geronzi, hija del patrón de Capitalia, Davide, hijo del seleccionador nacional, Marcello Lippi. Gea tenía en su escudería a más de 200 futbolistas, muchos de ellos convencidos de que pagar una comisión a la firma de los Moggi les abriría la puerta de la internacionalidad. Gea, que en los últimos cinco años obtuvo unos beneficios cercanos a los seis millones de euros, ostentaba una situación casi monopolística en el mercado italiano y podía decidir quién compraba, quién vendía y a qué precios. Cuando un club insumiso se negaba a vender al Juventus, aconsejaban al futbolista en cuestión que jugara mal y alegara depresión: eso ocurrió con Emerson (Roma), Ibrahimovic (Ajax) y Cannavaro (Inter). En el caso de Ibrahimovic y Cannavaro, la fiscalía sospecha que parte de sus contratos se pagaba en dinero negro. POLICÍA Don Luciano conocía con antelación los pasos de la justicia porque contaba con la cooperación de un grupo de policías en las fiscalías de Nápoles, Turín y Roma. Esos agentes le procuraban escolta a él y a sus amigas -para tareas tan peligrosas como ir de compras o al dentista- y atendían hasta el más mínimo de sus deseos. Incluso un general de la Guardia de Finanzas, suspuestamente encargado de evitar la corrupción en el fútbol, estaba a sus órdenes. Moggi pagaba un precio muy barato por todo eso: los policías recibían entradas, tenían acceso a los futbolistas y se veían con pequeños regalos.

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EL “MODELO 82” (12-6-2006)

Puestos a elegir, lo de España es bastante cómodo. No gana nunca y, por tanto, no sabe lo que se pierde. Se sufre más cuando se ha experimentado alguna vez el éxtasis de la victoria. Es el caso de Italia, que lleva un cuarto de siglo, toda una generación, intentando disfrutar de nuevo aquel placer brutal de 1982. Una y otra vez, los tifosi y sucesivas selecciones han soñado con la repetición exacta del crescendo que condujo a la gloria en el Bernabéu. Pocos recuerdan los campeonatos de 1934 y 1938. Aquellos títulos mundiales no sirven como modelo porque para reproducirlos con un mínimo de fidelidad habría que poner a Mussolini en el palco y contar con árbitros entregados a la causa, de esos que hoy por hoy sólo tiene garantizados el Juventus. El Mundial de España es, pues, la referencia obsesiva. El modelo 82 comporta un problema: agudiza la angustia del aficionado hasta niveles difícilmente soportables, porque implica un arranque mísero, una insólita sucesión de casualidades, algún amaño y al final, sólo al final, una maravillosa floración de fútbol. Jugar bien de entrada no le sirve a Italia: lo probó en 1978, con la mejor selección azzurra que se recuerda, y no funcionó. Italia siempre ha necesitado tocar fondo para dar lo mejor de sí, y esa característica nacional forma parte de su ADN futbolístico. Para tener esperanzas, Italia necesita presentarse a la competición con los fiscales a cuestas. En 1982 fue por el escándalo de las apuestas clandestinas; esta vez, por los árbitros juvedependientes. Primera condición, cumplida. Necesita también que nadie apueste un duro por los azzurri. El maestro Gianni Mura predice en La Repubblica que Italia vencerá a Ghana, empatará con Estados Unidos y perderá con la República Checa, lo que la conducirá al segundo puesto, al emparejamiento con Brasil y al regreso a casa. Por ahí también vamos bien. Luego viene lo difícil. En 1982, la primera fase italiana osciló entre la sordidez y la abyección: empate a cero con Polonia, empate a uno con Perú y empate a uno (muy, muy, muy sospechoso) con Camerún. Italia siguió adelante por coeficientes y por chiripa, sin haber ganado un solo partido. En la segunda fase tocó Argentina. Gentile cosió a patadas a Maradona y los azzurri ganaron 2-1. Y por fin Brasil, la floración, el milagro, el 3-2 de Sarriá. A partir de ahí, final incluida, puro trámite. Para atenerse al programa, Italia tendrá que esmerarse hoy en jugar de pena (el reto está a su alcance) y en mostrar una patética incapacidad goleadora. Si sale bien, la maniobra se repetirá frente a Estados Unidos y frente a los checos, de forma que todo el mundo se pregunte cómo un equipo tan peñazo puede pasar a la siguiente fase. Entonces topará con Brasil y, según los planes, ocurrirá la floración milagrosa: Materazzi, quizá ayudándose con una porra eléctrica, se encargará de Ronaldinho como Gentile se encargó de Maradona; y Paolo Rossi se reencarnará en Luca Toni. Ya está. Mundial ganado. El fútbol, si se planifica bien, es más fácil de lo que parece.

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EL JEFE SILENCIOSO (16-6-2006)

Hay un anuncio, supongo que de una marca de prendas deportivas, en el que un niño de barriada juega en un solar con un puñado de estrellas del fútbol. En su equipo no falta ni Beckenbauer. ¿Se han fijado en la expresión del niño? Está serio. En otro anuncio, supongo que de una marca de la competencia, un Ronaldinho niño-adulto ríe mientras hace malabarismos con el balón. Algo no encaja en esa segunda fantasía publicitaria ni, ya puestos, en la sonrisa permanente de Ronaldinho. Nietzche dijo que el hombre alcanza la madurez cuando recupera la seriedad con que jugaba de niño; la primera parte de la frase es discutible, pero la segunda no. Cuando un chaval quiere divertirse de verdad, lo hace en serio. El juego auténtico es incompatible con la broma. Hablamos de Pirlo, el tipo menos sonriente del Mundial. El que menos habla. El que no bromea nunca. El técnico italiano, Marcello Lippi, le llama el jefe silencioso. Tiene los pies brasileños, la imaginación mediterránea y la expresividad facial de un notario escandinavo con ardor de estómago. No le ha sido fácil llegar hasta aquí. Debutó en Primera a los 16 años, como los genios, pero ya en aquel Reggina-Brescia de 1995 empezó a notarse que le costaría encajar en el fútbol contemporáneo. Y sus problemas se acentuaron con el tiempo. Jugaba como media punta, un puesto escaso en el calcio y reservado a los Baggio, los Zola, los Totti, futbolistas que además de buenos son carismáticos y satisfacen la demanda publicitaria. Pirlo era bueno, pero no tanto. Y nunca se lo disputarán los anunciantes porque tiene su rostro ofrece sólo dos opciones, amenaza o pésame. El otro problema era físico: poca estatura, poco peso, poca fuerza. Del Brescia pasó al Inter, que no supo qué hacer con él y lo cedió a la Reggina, luego al Brescia y por fin, en una nueva muestra del supremo talento interista para la autolesión, al Milan. El fichaje del pequeño incomprendido que no sonreía nunca fue un golpe de genio de Carlo Ancelotti, un tipo que aprovecha a sus futbolistas tan bien como Capello pero, a diferencia de Capello, no los quema. Ancelotti recomendó a Pirlo que se olvidara de la media punta y le envió todo un año al gimnasio para que adquiriera músculo. En los entrenamientos le metía entre los mastines, gente como Maldini, Costacurta y Gattuso, y le hacía defender. Pirlo, por su cuenta, pulía de forma obsesiva su toque. Del experimento salió un monstruo ligero como una ardilla y tenaz como un rotweiller, con la cabeza de un mariscal y el sentido práctico de un zapador. Pirlo es ahora la clave del Milan. Si mantiene el nivel del partido contra Ghana será también la clave de Italia. El juego no es juego, decíamos, si no se toma en serio. La ironía, la sonrisa, la broma y el colegueo mejoran el ambiente y el espectáculo, pero resultan ajenos al rito misterioso que concentra todas las leyes del universo en un reglamento, que reduce todo el espacio a un rectágulo de 90 por 65 y suprime cualquier futuro posterior al silbido final. Pirlo conoce el secreto del juego. Juega serio, como un niño.

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102.

TODAS LAS DESGRACIAS (30-6-2006)

No bastaba con el escándalo de los campeonatos amañados ni con el más que probable descenso del Juventus (principal responsable, pero no único) a la Serie B. No bastaba con que el hijo del seleccionador, Marcello Lippi, fuera uno de los manipuladores del calcio. No bastaba con que el único futbolista realmente bueno, Francesco Totti, se rompiera una pierna a tres meses del Mundial. No bastaba con que el jugador más especial, Antonio Cassano, se convirtiera en un señor gordito con residencia en Madrid. No bastaba con que el portero de la selección, Gigi Buffon, fuera acusado de realizar apuestas ilegales. Faltaba el auténtico mal trago. Faltaba lo de Pessotto. Gianluca Pessotto fue, hasta mayo, uno de esos gregarios de lujo imprescindibles en cualquier equipo italiano. Un tipo con un montón de scudetti y una Copa de Europa en el palmarés del que, sin embargo, no se recordará ningún golazo, ninguna jugada sensacional, ningún momento extraordinario. Pessotto no iba a pasar a los anales del fútbol porque no tenía la calidad en los pies, sino en el corazón: era un tipo que leía a Dostoievski en las concentraciones, que tenía una buena palabra para todos, que mejoraba el vestuario con su presencia. Pessotto llegó el martes, puntual como siempre, a la sede de la Juve, pero no llegó a entrar en su nuevo despacho de gerente de la plantilla. Subió hasta la buhardilla, salió a un alero del tejado y se arrojó a la calle con un rosario en la mano. Sigue entre la vida y la muerte. No se sabe por qué lo hizo. Esa mañana discutió con su mujer porque Pessottino, como se le conoce en el calcio, canceló un fin de semana familiar para dedicarse al trabajo. Su mujer dice que estaba deprimido, que no superaba el fin de su vida como jugador, que le abrumaban las nuevas responsabilidades. Tampoco debió ser fácil para él descubrir que había entregado sus mejores años a una sociedad deshonesta, y que todos los títulos ganados iban a quedar empañados para siempre. La selección italiana está como de costumbre: en los cuartos ce final y, salvo heroicidad de la selección de Ucrania, con serias perspectivas de colarse en las semifinales. Juega bien atrás y poco delante, como de costumbre. También escucha las cosas habituales: el Der Spiegel alemán llamaba el otro día "parásitos" a los futbolistas italianos y otras cosas igualmente lindas a los italianos en general. En estas mismas páginas, y con toda justicia, se decía tras el infame Italia-Australia que los azzurri habían recuperado su vieja tradición cavernícola. Todo va mal, como siempre. Y sigue la angustia por Pessotto. Pero hay signos portentosos. Por primera vez en la historia, Materazzi sufrió el otro día una expulsión inmerecida. Y Totti, con todos los elementos a su favor para fallar gloriosamente un penalti de último segundo, marcó. Esta gente tiene que acabar ganando.

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103.

LA PIEL DEL ENEMIGO (11-9-2006)

Dicen que es sabio meterse en la piel del enemigo. Que se comprenden muchas cosas tratando de pensar como él. Si eso es verdad, el karma colectivo del calcio puede ser un poco menos inmundo a partir de esta temporada. No por lo que ha pasado (los castigos nunca son bonitos de ver), sino por lo que va a pasar. Este año, al Inter le toca ejercer de favorito y de antipático, el papel que correspondía a su gran rival histórico, el Juventus; el Milan parte en desventaja frente al otro equipo milanés, justo lo que solía hacer el Inter; y el Juventus, en el pozo de Segunda, sufre lo que sufrió el Milan a principios de los 80. El Torino está en Primera. El Inter y el Roma, los segundones de la historia reciente, se toman revancha de pasadas injusticias. Y la Juve, la arrogante señorona de Turín, se dispone a afrontar las asperezas de los estadios de provincia. Muchos italianos imaginaban que un mundo feliz sería algo muy parecido a eso. Pero resulta que no. Hay algo de obsceno en la imagen del Juventus, tan prepotente, tan despectivo en el pasado, humillado con el descenso y con un tremendo lastre de 17 puntos (quizá le reduzcan la carga: en Italia siempre queda una posibilidad de pacto) que pesa más de lo que parece. Hay algo que obliga a cerrar los ojos, a apartar la vista. Como si Lady Godiva saltara desnuda al césped. Quién iba a decir que el Juventus acabaría suscitando simpatía en ese 75% de los aficionados (el otro 25% tiene el corazón blanquinegro) que sobrellevaban mal la antigua hegemonía de la señorona y sobrellevaron peor los años en que Luciano Moggi, el director general juventino, decidía quién se llevaba un penalti, quién una tarjeta, quién una expulsión. Se percibía ya en la prensa de pretemporada, que, tras la furiosa catarsis de julio, empezó en agosto a ser consciente de la magnitud de la tragedia. Quedó claro el sábado, en el modesto estadio del modesto Rímini: el público apenas pudo proferir los abucheos de rigor y acabó insultando al Cesena, el rival de su provincia, como desentendiéndose del Juventus, como disimulando ante lo que estaba viendo. Un equipo mal dirigido (el nuevo entrenador, Didier Deschamps, se equivocó en todo), con campeones del mundo como Buffon, Del Piero y Camoranesi convertidos en gelatina estupefacta, incapaz de ir más allá del empate frente a un equipo con un hombre menos y no especialmente combativo: eso fue el Juventus. Tendrán que ir a más, por fuerza. Con el puntito de Rimini, sólo faltan 16 para poner el marcador a cero. No les será nada fácil recuperar la máxima categoría. Pero en lugar del dictador Capello hay un técnico confuso, en lugar de los ojos de lagarto de Moggi hay dos muchachos jóvenes y sonrientes, Yaki y Lapo Elkann, los herederos de Agnelli, y en el pecho de los jugadores, donde debería alojarse el scudetto tricolor del año pasado, hay un vacío angustioso. La compasión resulta inevitable. Más cuando se escucha el bramido rabioso de la afición juventina, que aúlla a la luna y grita contra los directivos "traidores" por no apelar a la justicia ordinaria; contra los futbolistas "mercenarios" que se fueron a otros clubes; contra unos rivales, Inter, Milan, que no pueden escucharles porque están en otro mundo, kilómetros por encima del fango de Segunda. ¿Cómo no ponerse en la piel del enemigo?

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EL GRAN NEGOCIO (18-9-2006)

Los indios algonquines, pertenecientes a la gran federación de los senapes, tienen mala reputación en las escuelas de negocios. Los algonquines vivían en Manhattan, pero vendieron la isla a los holandeses por 24 dólares. Luego, fueron exterminados y quizá un soldado holandés, en plena matanza (febrero de 1643) recuperó el dinero. En la actualidad, hay reservas de algonquines en Canadá, cerca del lago Kienawisik (o Montigny), un acogedor paraje con inviernos de 40 grados bajo cero. Se podría defender el criterio mercantil de los algonquines recordando que desconocían los conceptos del dinero y la propiedad privada. Se podría argumentar también que, vista la matanza posterior, no habría valido la pena regatear un buen precio por la isla. Hoy, sin embargo, vamos a defender a los algonquines por otra vía: hablando del Inter de Milán. El Inter es esa sociedad futbolística que vendió a Roberto Carlos al Madrid ("es malo", dijeron) y le sustituyó, sucesivamente, por Centofanti, Pistone, Macellari, Gresko, Georgatos y, finalmente, Gilberto, procedente del Alcantarilla de Murcia (fútbol sala). Vendió a Pirlo al Milan y con lo que sacó contrató a Emre. Vendió a Ronaldo y compró a Morfeo. En 1996 no quiso a Zidane, que acabó en el Juventus, porque no hacía "ninguna falta". El Inter compró el año pasado a Pizarro, un centrocampista chileno que había convertido al Udinese, una potencia menor del calcio, en un equipo estupendo. Pizarro costó 12 millones de euros. El entrenador, Roberto Mancini, decidió que su sitio era el banquillo porque el equipo ya disponía de Verón para organizar el juego. Pizarro era mejor que Verón, pero Verón era más amigo de Mancini: ambos habían hecho migas en su club anterior, el Lazio. Verón se fue a final de temporada y el Inter, aprovechando la liquidación del Juventus, compró a Vieira e Ibrahimovic. También se quedó con Grosso, el lateral izquierdo de la selección que ganó el Mundial. Y con el lateral derecho Maicon, uno de los presuntos sucesores de Cafú en la selección brasileña. Y con Dacourt, un mastín implacable procedente del Roma. El Inter se gastó unos 60 millones de euros, una nimiedad teniendo en cuenta que con la Juve descendida y con el Milan penalizado, el scudetto era cosa segura y había que ganarlo a lo grande, como se hacen las cosas en esa casa. Pero había que equilibrar un poco el presupuesto porque no todo puede ser comprar. También hay que vender. Lógicamente, el vendible no podía ser otro que Pizarro. El chileno protestó, pataleó y lloró y, al final, de mala gana, dejó el Inter y acabó en el Roma para reencontrarse con Luciano Spalletti, el técnico que había hecho maravillas con él en el Udinese. El Inter se embolsó seis millones, nada menos. Hasta José Mourinho, el técnico del Chelsea, dice que el Inter tiene la mejor plantilla de Europa. Lástima que falte un organizador en un centro del campo sobrado de músculo (Vieira, Cambiasso, Dacourt) y falto de cerebro. El Inter dio pena en Lisboa, en el primer partido de la Liga de Campeones. El sábado dio lástima verle empatar en casa con el Sampdoria: parecía un titán lobotomizado. El Roma, con Pizarro, ganó por 4-0 en la Liga de Campeones y ha ganado los dos partidos de la Liga nacional. Va en cabeza.

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Como decĂ­amos, no es justo criticar a los algonquines. Si Manhattan hubiera sido del Inter, habrĂ­a acabado en manos de Silvio Berlusconi por 12 dĂłlares, con Pizarro incluido en el lote.

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105.

EL CASO DEL ENTRENADOR SIN SUERTE (25-9-2006)

No es amargo ni antipático, más bien todo lo contrario. Pero basta verle para comprender que este hombre carga con un peso, con algún tipo de fatalidad indefinible. Cuando su equipo pierde no brama contra los jugadores, ni patea el banquillo, ni da a entender con los ojos (los entrenadores saben que hay una cámara cerca, y actúan para ella) que a alguien se le caerá el pelo en el vestuario. No. Se afloja la corbata, absorbe la desgracia y la encaja entre las cejas, enarcadas como las de un payaso triste. Su padre, tifoso interista, tenía una pensión en Cesenatico, una localidad turística de la costa oriental italiana. La pensión, para que no cupieran dudas, se llamaba Ambrosiana, el nombre del Inter en tiempos fascistas, cuando el internacionalismo no se toleraba ni en el fútbol. A los 13 años ingresó en el equipo juvenil de su pueblo, como lateral derecho. Era 1967 y el terzino, el lateral italiano, era el último mono, la carne de cañón del catenaccio: no debía pensar, no debía subir de medio campo, no debía intentar cosas bonitas. Su misión consistía en pegarse al extremo rival, correr con él, sudar con él y pegarle cuanto fuera posible. El modelo no era Facchetti, el apolíneo lateral-goleador, sino Burgnich, el perfecto perro de presa. Ideal para un muchacho. Intentó varias veces cambiar de equipo, sin éxito. Su carrera se limitó al rincón derecho del Cesenatico juvenil. Fue una carrera breve, finiquitada a los 18 años por una enfermedad pulmonar. Tras unos años como camarero en la pensión familiar y como agente de seguros, volvió al calcio como técnico del Cesenatico infantil. En 1984 alcanzó el cargo de entrenador del Cesenatico (Segunda Regional), pero una extraordinaria cadena de desgracias administrativas casi le devolvió a la pensión: tardó cuatro años en ser admitido en la escuela de entrenadores. Ya con el carné, ascendió al Venecia, que el año siguiente le despidió, le recontrató para salvar la categoría y una vez salvado le despidió de nuevo. Tras un paso por el Bologna, estudió en Barcelona los métodos de Cruyff. En 1995 se hizo con el Udinese y lo llevó a Europa, lo máximo en la historia del club. Su 3-4-3 supuso una revolución en el calcio. Luego pasó al Milan (él, interista y de izquierdas) y logró el scudetto de 1999. En 2001 fue despedido. Pasó al Lazio y lo clasificó para la UEFA: fue despedido, porque la sociedad prefirió al glamuroso Mancini. La temporada siguiente sustituyó a Héctor Cúper en el Inter y consiguió clasificarlo para la Champions: fue despedido, porque también el Inter, el club de sus amores, prefirió a Mancini. Este año se cumple el centenario del Torino, devuelto a la Serie A por la carambola del caso Moggi. El Torino tiene derecho a considerarse el club más desgraciado de todos los tiempos: nadie, ni el Manchester United (en el accidente de Múnich sobrevivieron Busby y Bobby Charlton), ha sufrido una tragedia tan grave como la del 4 de marzo de 1949, cuando el avión que llevaba al "gran Torino", uno de los mejores equipos de todos los tiempos, se estrelló contra la colina de Superga. No quedó nadie. Alberto Zaccheroni se sienta en el banquillo del Torino. Sólo ha conseguido, por ahora, dos empates y dos puntos. La cosa empieza mal. No cuesta mucho imaginarle tras una mesa desordenada, con una botella de whisky medio vacía y un revólver chato en el cajón, a la espera de otro caso. Como los detectives malditos del género negro, Zaccheroni no gana nunca. Le persigue la fatalidad. Y pierde con elegancia, con las cejas arqueadas y la corbata floja.

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106.

¿QUIÉN MATÓ A KENNEDY? (2-10-2006)

Las teorías conspiratorias son edificantes porque, de alguna forma, enaltecen al ser humano. Contra la evidencia de que el hombre tiende sin remedio a la chapuza, la indiscreción y la soberbia, quienes creen en las verdades alternativas atribuyen a sus congéneres una capacidad suprema para planear, ejecutar y silenciar de manera perfecta formidables maniobras secretas que alteran el destino del mundo. Abundan quienes creen que la llegada a la Luna fue un montaje, que el 11-S fue organizado desde Jerusalén y el Pentágono, que los socialistas españoles mantienen una relación perversa con unos polvos bóricos y que Elvis Presley sigue vivo. En Italia, el país de la dietrología (la ciencia de lo que está detrás, oculto), esa tendencia a la fabulación posee una gracia especial por la distancia entre lo real (el país funciona de milagro) y lo fantástico (todo lo que ocurre forma parte de un plan maestro). La última gran teoría dietrológica italiana explica bajo una nueva luz lo que ha ocurrido en el calcio. Pensábamos que el director general del Juventus, Luciano Moggi, había creado una trama de relaciones con los poderes federativos y arbitrales que le permitía manipular los resultados. Parecía que las conversaciones telefónicas intervenidas a Moggi y a otros dirigentes de su cuerda resultaban esclarecedoras: pedían un árbitro así o asá, que amonestara a tal jugador o a tal otro, que pitara un penalti a favor de éste o aquél..., y el domingo siguiente salía todo clavado. El asunto se perfilaba bastante claro, dentro de la turbiedad. Miles de juventinos, entre ellos el actual técnico del equipo, Didier Deschamps, están convencidos de que las cosas no fueron así. En realidad, ocurrió lo contrario. Se ha descubierto (y esa es la parte cierta: todas las teorías conspiratorias necesitan un punto al que agarrarse) que el jefe de seguridad de Telecom Italia formaba parte de una banda que espiaba ilegalmente a miles de ciudadanos más o menos poderosos. A partir de ahí, las piezas encajan. ¿Quién era el presidente de Telecom? Marco Pronchetti Provera, vicepresidente del Inter. ¿Quién asumió las riendas del calcio tras descubrirse los manejos de Moggi? Guido Rossi, el nuevo presidente de Telecom y forofo interista. ¿Quién es el vicepresidente ejecutivo de Telecom? Carlo Buora, otro vicepresidente del Inter. ¿Qué hizo el propietario del Inter, Massimo Moratti, cuando antes de que estallara el escándalo recibió la confidencia de que el árbitro De Santis no era imparcial? Contrató a un detective para que averiguara si la acusación era cierta y el detective resultó ser socio del jefe de seguridad de Telecom. ¿Más pruebas? El patrocinador del calcio es Tim, sociedad filial de Telecom. Según la verdad juventina, el Inter y Telecom manejaron durante años los hilos de la corrupción y echaron las culpas al pobre Moggi, pillado en un par de desahogos telefónicos. Moratti, el patrón interista, un tipo que en quince años de gestión no dio pie con bola, nos tuvo bien engañados. Mientras se hacía el tonto, organizó un plan maquiavélico cuyos objetivos aparecen hoy claros: uno, jorobar a Moggi; dos, que el Juventus ganara siempre y el Inter nunca (a este segundo objetivo aún no se le ha encontrado explicación dietrológica). Moratti prestará hoy declaración voluntaria ante el fiscal especial del calcio. Habrá que preguntarle dónde estaba el día en que mataron a Kennedy: éstos del Inter son capaces de cualquier cosa.

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107.

LA MALDICIÓN DEL “GRUPO SALVAJE” (16-10-2006)

Giorgio Long John Chinaglia fue el corazón de aquel equipo de "locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas, jugadores de azar y bailarines de club nocturno; era un equipo dividido en clanes, con dos vestuarios; quien entraba en la habitación errónea corría el riesgo de encontrarse con la amenaza de una botella rota bajo el cuello". La frase es de Guy Chiappaventi, periodista, tifoso laziale y autor de Pistolas y balones, un libro sobre aquel grupo salvaje que dio al Lazio, en 1974, un inolvidable título de Liga. Chinaglia, un ariete de fuerza descomunal, era jefe de un clan. El jefe de la otra facción era el lateral izquierdo, Gigi Martini, hoy diputado posfascista. "En aquel equipo", recuerda Felice Pulici, el portero, "llevábamos pistola más o menos todos". En las concentraciones disparaban contra las farolas, las lámparas del hotel o los tifosi del Roma. El interior Luciano Re Cecconi murió durante un atraco fingido: un joyero vio el arma, no cayó en la broma y disparó. Long John Chinaglia usaba una Mágnum del calibre 44, capaz de atravesar paredes. Aquel grupo indeseable, pero triunfal, estableció la ecuación que identifica al Lazio con el fascismo. Decenas de miles de seguidores laziales de todas las coloraciones políticas querrían romper la ecuación a martillazos, pero es inútil porque existe en ella una verdad matemática: la ultraderecha domina la grada. Di Canio, el delantero con la efigie de Mussolini tatuada sobre la piel, abandonó el equipo tras la pasada temporada. Ya nadie en el césped saluda brazo en alto. La sombra fascista, sin embargo, emerge de nuevo. Esta semana han sido detenidos Fabrizio Piscitelli, alias Diabolik, Fabrizio Toffolo, Yuri Alviti y Paolo Arcivieri, fundadores y jefes de Los Irreductibles, definidos por el fiscal como "el grupo más fascista, racista, homófobo y antisemita" de entre todos los grupos fascistas que, del lado del Lazio y del lado del Roma, pueblan la grada del estadio Olímpico. Los cuatro son acusados de ejercer como mamporreros del mítico Long John Chinaglia, residente en Estados Unidos, sobre el que pesa una orden de arresto. Según el fiscal, Chinaglia quería adueñarse de la sociedad e inventó una oferta de compra de un supuesto grupo inversor húngaro. Mientras decía representar a los fantasmagóricos húngaros con papeles falsificados en Nápoles y agitaba la falsa oferta para especular en bolsa con las acciones del Lazio, Los Irreductibles amenazaban al actual presidente, Claudio Lotito, y al entrenador, Delio Rossi, con el fin de que uno vendiera a cualquier precio y el otro abandonara. Más concretamente, amenazaban a las esposas de ambos con llamadas telefónicas de contenido irreproducible. Los cuatro ultras, con un largo expediente judicial, ya se veían como directivos de la mano de Long John. Chinaglia fue una vez presidente del Lazio, en 1983. Sólo consiguió el descenso a Segunda. Luego se dedicó a comprar y vender otras sociedades futbolísticas italianas y a organizar eventos deportivos desde Nueva York. Pero entre Chinaglia y el Lazio existe una atracción fatal, un vínculo indestructible y ruinoso para ambas partes. Chinaglia quiso volver. La grada se pasó meses vitoreando su oferta de compra y vituperando al presidente Lotito. Ahora Chinaglia es un fugitivo.

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Buena parte de la grada, hija del mito del grupo salvaje de 1974, sigue estando, pese a todo, con Long John Chinaglia y con Los Irreductibles. Los cuatro ultras detenidos tienen entre 40 y 46 años de edad: eran niños cuando se ganó aquel scudetto de los balones y las pistolas. La maldita ecuación debió de quedárseles grabada en el alma.

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EL EMPERADOR TRISTE (23-10-2006)

Óscar Alberto Dertycia no siempre fue calvo. Lució una hermosa melena hasta 1990. Aquel año, en un invierno, perdió todo el cabello. Dertycia, joven delantero del Argentinos Juniors, había sido fichado por el Fiorentina para componer con Baggio una fenomenal pareja de ataque. Pero no hubo manera: por más balones que recibía, Dertycia no marcaba. Lo fallaba todo. Se lesionó gravemente, se deprimió y empezaron a caérsele mechones de pelo. Todos los médicos coincidieron en el diagnóstico: alopecia nerviosa. Dertycia se marchó de Florencia y de Italia a final de temporada, calvo y triste. Adriano, por el momento, es calvo porque se afeita el cráneo. Su cuero cabelludo resiste. Lo demás goza de poca salud: las piernas, los pies, la cabeza. Adriano no marca un gol para el Inter desde el 29 de marzo (fue un gol que no sirvió de nada porque el Villarreal superó la eliminatoria) y, lo que es más grave, no parece en condiciones de marcar. Hace sólo un año se le llamaba El Emperador y se le comparaba con los más grandes delanteros de la historia. Ahora es un alma en pena, un tarugo, un jugador que no juega. En el Inter atribuyen el desplome de Adriano a la fatiga psicofísica acumulada en las últimas dos temporadas. Lo cual resulta plausible, aunque pueda extrañar en un joven de 24 años: Dertycia también tenía 24 años cuando sufrió su año negro en Florencia. En Adriano, sin embargo, la impotencia goleadora reverdece ciertas sospechas que asomaron ya en los buenos tiempos. Algunos viejos catadores de fútbol, como el napolitano Giorgio Galeone, hoy técnico del Udinese, le negaron desde el principio la condición de fenómeno: fuerte, sí; espectacular, también; pero Adriano, decían los Galeone, carecía de esa inteligencia especial e indefinible que permite a los realmente grandes adivinar los movimientos de los demás jugadores sobre el campo. Esa limitación constituía, hasta cierto punto, el atractivo de Adriano. Tenía que correr más que el contrario porque no utilizaba la astucia; tenía que disparar más fuerte que nadie porque le costaba colocar el balón; sus exhibiciones físicas eran tan portentosas que deslumbraban. Cuando las fuerzas empezaron a fallarle y se sucedieron las pequeñas lesiones, Adriano se convirtió en un futbolista vulgar, de los que se marcan solos porque embisten contra el bulto. Acabó la temporada jugando mal, jugó poco y mal en el Mundial de Alemania y regresó mal tras las vacaciones. Roberto Mancini, el técnico interista, le ofreció la posibilidad de reincorporarse más tarde para que disfrutara de un descanso adicional. Pero Adriano no quiso: estaba ansioso por recuperarse a sí mismo y demostrar lo antes posible que el bache estaba superado. Se entrenó con voluntad y sin provecho perceptible. En los partidillos con los compañeros le salía a veces lo que antes le salía siempre. En los partidos de verdad, en cambio, continuaba negado. Se convirtió en un habitual del banquillo y no cejó: siguió entrenándose fuerte. Hasta el lunes pasado. Dejó caer los brazos y anunció que se sentía incapaz de hacer nada. El Inter le ha concedido unas vacaciones sin fecha de retorno. Adriano volará hoy o mañana hacia Río de Janeiro para estar en Brasil diez días, quizá más. Mancini ha renunciado a contar con Adriano para el derby con el Milan de esta semana porque en las actuales condiciones no hace ninguna falta. Algún día, se supone, volverá el Adriano de antes. O eso o el Adriano de hoy se irá para siempre.

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109.

ELOGIO DE LA LOCURA (30-10-2006)

Los manuales de Derecho Procesal deberían incorporar con urgencia los mecanismos de la justicia deportiva italiana. A estas alturas del siglo XXI parece desabrido, incluso un poco grosero, emitir una sentencia y darla por válida, dejando al pobre reo, que al fin y al cabo es quien más sabe del caso, con la palabra en la boca y el corazón encogido. ¿Es eso civilización? No, eso es autoritarismo retrógrado. Lo moderno es lo que ha ocurrido esta semana en el calcio: jueces y reos (Juventus, Milan, Lazio, Florentina y, en sumario aparte, Reggina) se han sentado a discutir las sentencias ya pronunciadas y han llegado a un acuerdo para rebajarlas. Es hermoso, ¿no? Los tribunales deberían funcionar así en todas partes. "¿Cómo? ¿Cadena perpetua por 20 atracos con violencia y tres homicidios? Seamos hombres de mundo, señor juez, no nos dejemos llevar por un arrebato". El juez acaba comprendiendo y dejando la cosa en seis meses de arresto domiciliario, porque el reo es en el fondo simpático y, además, bastante disgusto se ha llevado con todo el lío del proceso. Que le sirva de lección y que no vuelva a portarse mal. El sistema se llama "arbitraje" y ha permitido al Juventus recuperar de golpe ocho de los 17 puntos de penalización con que, de forma adicional al descenso, la sociedad había sido penalizada. El Lazio también ha sabido negociar con los "árbitros" judiciales: de menos 11 a menos tres. Al Fiorentina le ha salido peor: de menos 19 a menos 15. Y el Milan no ha ganado nada y se queda en menos 8. Pese a toda su elegancia social, el "arbitraje" puede confundir un poco al aficionado. Especialmente si no maneja con soltura los conceptos de "responsabilidad objetiva" y "responsabilidad subjetiva", que hoy, en el calcio, han sustituido al fuera de juego posicional como cumbre teórica de la discusión de bar. Para quienes se pierden con esas sutilezas, la única esperanza es el fútbol. Que a veces es capaz de redimir cualquier miseria. Al Milan y al Inter habrá que agradecerles durante mucho tiempo lo que hicieron el sábado en San Siro. Al Inter un poco menos, porque hizo lo que se esperaba de él: pegar y encajar, como un púgil demasiado joven y demasiado fuerte, ansioso por ganar y alzar el título. Lo del Milan tuvo especial mérito, porque con un 1-4 en contra y con la alineación cargada de años (Seedorf, Maldini, Cafú, todos cercanos a los 35) arremetió contra el Inter y estuvo a punto de comérselo. Un derby que concluye 3-4 permite olvidar un montón de asquerosidades, tanto objetivas como subjetivas. Los goles y el juego no lo fueron todo. Lo más importante, esta vez, fue la locura. Tras marcar su gol, Stankovic se lanzó sobre el entrenador, Mancini, y le zarandeó como a un muñeco gritando "¿Lo ves?, ¿lo ves?". El primoroso flequillo de Mancini quedó seriamente dañado. Más tarde, durante los últimos minutos, con el Milan enloquecido al ataque, Vieira se lastimó el tobillo, pero Maldini prefirió sustituir a Ibrahimovic. Vieira siguió sobre el césped, cojo y furioso, hasta el silbido final. Entonces se lanzó sobre Mihailovic, el "segundo" de Mancini, le dijo de todo y le pegó unos cuantos empujones, por no pegárselos directamente a Mancini. Lo máximo en materia de locura pasional no correspondió, sin embargo, a Stankovic o a Vieira, sino, como de costumbre, a Materazzi. El futbolista más detestado del mundo marcó un gol de cabeza, el 1-4, y se levantó la camiseta para mostrar la inscripción que llevaba debajo: "Felicidades, Davide". Su hijo

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Davide, forofo del Milan (es lo que pasa con padres así), cumplía años. A Materazzi le expulsaron por ese gesto y su ausencia dio alas al Milan. Los franceses dirán lo que quieran. Entre la responsabilidad objetiva, la responsabilidad subjetiva y Materazzi, uno se queda con Materazzi y con la locura, toda la vida.

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110.

EL ÁNGEL EN EL INFIERNO (6-11-2006)

Hay equipos que, por razones variopintas, se visten con una bandera remota: el Boca va de sueco, el Barcelona va de suizo y el Lazio va de griego. Otros llevan los colores de su ciudad, como el Roma. O los de un club más antiguo, como el Juventus, que recibió camisetas del Notts County. Casi todos los colores del fútbol nacieron de la casualidad. Pero no los del Milan. El Milan eligió las rayas negras y rojas porque buscaba una combinación cromática infernal, capaz de infundir temor en los rivales. Es decir, el Milan tenía un plan. Desde el principio. Al Milan se le llama, como es normal, El Diablo. Eso es lo que buscaba. Hablamos de una sociedad con un punto narcisista, reflejado incluso en el atuendo de los técnicos: Ancelotti y su ayudante, Tassotti, se sientan en el banquillo con traje oscuro y camisa y corbata burdeos. Se trata, se supone, de una elegancia diabólica que entona, se supone, con los ojos fríos de Maldini, los labios apretados de Pirlo y los rugidos de Gattuso. Pero el Diablo renquea con una defensa anciana, un centro del campo al que le pesa todavía el Mundial y una delantera huérfana de Shevchenko. Ayer perdió de mala manera con el Atalanta, que no sólo es vecino (Bérgamo está a dos pasos), sino que luce los colores del Inter. Ancelotti se defendió culpando al árbitro, la excusa mefistofélica por excelencia. La verdad, sin embargo, aparece cruda y el primero en verla es el propio Berlusconi, que, sin perder de vista a Ronaldinho, ha enviado una expedición a Brasil para buscar un futbolista barato, desconocido y maravilloso. ¿Por qué no? El truco de la expedición ya funcionó una vez. Un tipo del Milan se fue a São Paulo y se trajo a un tal Ricardo, llamado Cacá como muchos Ricardos brasileños, pero con el rasgo de coquetería de firmar Kaká. El chaval costó seis millones de dólares. Nadie sabe cuánto costaría ahora. Tiene el primer paso de Platini, ese paso falsamente exagerado que deja atrás al contrario; tiene la velocidad de un extremo, la parsimonia de un mediocentro, el pie de un ángel y el disparo de un demonio. Kaká es el tesoro del Diablo y su única esperanza en una temporada que comenzó mal, con una sanción de ocho puntos negativos, y prosigue mal. Sólo Kaká mantiene vivos los sueños milanistas. El scudetto queda muy lejos, pero en Europa, a veces, basta el talento de un genio para saltar una eliminatoria, y otra, y otra. Kaká forma parte de una estirpe bastante rara, la del genio sin tormentos interiores. Muchos grandes del balón, como Garrincha, Best o Maradona, sufrieron por sus demonios personales. Quienes no pagaron ese peaje tenían, al menos, algún defectillo que ayudaba a los demás a soportar su talento: Cruyff era vago, fumador y mandón, Di Stefano era seco de carácter, Beckenbauer era arrogante. Entre los de hoy, Ronaldo es glotón y Ronaldinho no es Adonis. Pelé carecía de defectos y encima tocaba la guitarra, pero era inculto. Kaká es guapo, alto, veloz, resistente a las lesiones. Es simpático y disciplinado. No fuma, no bebe, no trasnocha y reza con frecuencia. Por si todo eso fuera poco, lee ensayos. Y juega como los ángeles. Tanta perfección tiene algo de diabólico.

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FRANCÉ (13-11-2006)

El fútbol, como la vida, está lleno de tiempo-basura. Como la vida, el fútbol se descompone al final en un puñado de momentos brillantes. El resto es un vago malestar: fenómenos metabólicos, estadísticas, humo. Y, sin embargo, ni el fútbol ni la vida son mal negocio. Hay momentos que duran para siempre. El sábado, poco después de las diez de la noche, uno de esos momentos iluminó el calcio. El Milan y el Roma empataban a uno en un encuentro importante para ambos. El Milan, un viejo acorazado con la cubierta llena de cañones y un montón de vías de agua en la sentina, necesitaba demostrar que aún podía ganar una gran batalla. Ya había perdido en casa con el Inter y el Palermo, los dos jefes de la clasificación, y no podía permitirse otra derrota. El Roma, que no quería alejarse de los líderes, sentía menos urgencia porque pensaba en la historia: llevaba 20 años sin triunfar en casa del Diablo y le faltaba una victoria, que podía ser esa, para alcanzar las mil en la Serie A. El Milan se jugaba la vida. El Roma se jugaba la gloria. El Milan había salido con rabia tras el descanso y los romanistas se refugiaban atrás, contra las cuerdas, confiando en sacar un golpe que noqueara al rival. Pero todos los golpes los daba el Milan. Hacia el minuto 15 del segundo tiempo, cualquier apostador sabía dónde poner su dinero. El míster del Roma, Spalletti, comprobó que era suicida exponerse a la potencia de fuego del acorazado milanista y retiró a Perrotta, la pieza central del tridente, para introducir a un chaval de 20 años llamado Aquilani. Delante, como falso ariete, siguió Francesco Totti, Francé (léase Franché), 30 años, cerebro rápido y trote lento, un genio con el peroné lleno de clavos y arandelas. Francé ya había marcado el gol de su equipo. Con Aquilani, que salió dispuesto a hacer el partido de su vida, La Mágica se echó encima del Milan. Faltaban siete minutos para el final cuando ocurrió lo que ocurrió. Seedorf perdió la pelota no muy lejos de su área. El balón se aproximó a Aquilani, quien, rodeado de dos contrarios, probó una cosa absurda: un centro de rabona dirigido a su espalda, hacia el extremo izquierdo, donde debía estar Mancini. La rabona salió perfecta, Mancini apareció por la banda y tocó hacia el área. A Totti, ariete inverosímil, le bastó poner la cabeza. Apenas cinco segundos para fabricar un gol maravilloso. Y una victoria histórica. Un momento mágico es una puerta abierta al sueño. En cuanto terminó el partido, Totti y los suyos empezaron a pensar en el scudetto. ¿Por qué no? El portero, Domi, está en forma. Los dos centrales, Mexes y Chivu, son hoy los mejores del campeonato. La pareja de medios centro, De Rossi y Pizarro, no desmerece frente a cualquier cosa que puedan alinear el Inter, el Milan o el sorprendente Palermo. Los extremos brasileños, Taddei y Mancini, no pertenecen a la categoría del centrocampista reciclado: son de verdad. Y luego está Totti. Lo normal es que este scudetto acabe cosido en la camiseta del Inter porque, con el ogro Juventus encerrado, por poco tiempo, en la Serie B y con el Milan achacoso, La Bienamada más potente del último decenio carece de excusas.

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Pero la magia, ese material invisible que se pega a la memoria, está del lado de la banda de veinteañeros que dirige Totti. Como los adolescentes enamorados, hacen cosas imposibles. Lo cual, en romano, se dice en dos palabras: Ahó, Francé. El resto se expresa con los ojos y las manos.

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LIBERACIÓN (20-11-2006)

La peor violencia no es la que rompe huesos y derrama sangre. La peor es la que quiebra la voluntad de la víctima, que, envilecida, acaba dando las gracias al agresor. El llamado síndrome de Estocolmo, por el que el secuestrado se identifica con el secuestrador, forma parte de ese tipo de violencia, muy abundante tanto en la variedad individual como en la colectiva: se da en las familias, en las empresas, en la política. Y en el deporte. Fue, durante años, el caso del Siena. El Siena, en Primera desde 2003, vive sin la tiranía de Moggi el mejor año de su historia El actual Siena nació en 1904 con un nombre interesante, Sociedad de Estudio y Diversión, y una camiseta aún más interesante, a cuadros blancos y negros, como la bandera local. El Siena fue, por tanto, la formación blanquinegra original: el Juventus nació de color rosa. Lo de Estudio y Diversión duró poco y fue sustituido por una denominación aún más curiosa, la de Sociedad Deportiva Robur. Como Robur, en 1908, los sieneses empezaron a participar en competiciones futbolísticas más o menos serias. Siguió casi un siglo sin grandes gestas. En 2000, tras 55 años en las categorías regionales, el Siena (con ese nombre desde 1934) volvió a la Serie B. Y en 2003, el éxtasis: la Serie A, la máxima categoría. El Siena, sin embargo, disfrutó poco. En las tres temporadas siguientes se salvó por los pelos del descenso y fue incapaz de formar una plantilla competitiva. Las razones eran obvias: el Siena era un filial, una cantera, un campo de entrenamiento dirigido por fuerzas extrañas. Los más piadosos calificaban al Siena de filial del Juventus, pero no era cierto: era filial de una sola persona, llamada Luciano Moggi. A través de su sociedad de futbolistas, la GEA, Moggi controlaba el Siena y lo utilizaba para sus intereses: tomaba del Siena los jugadores que le interesaban, aparcaba allí a los pupilos que no podía colocar en otra parte... Un caso particular fue el de Stefano Argilli, un defensa que llegó al Siena en 1996 y se convirtió en el protagonista del ascenso desde la Serie C a la A. En 2005, Argilli, el jugador más amado por la afición, fue traspasado al Módena por razones que nadie supo explicarse. Las explicó el propio Argilli: "Porque en el Siena manda Moggi". Y a Lucianone le convenía, para cuadrar las cuentas de GEA, que Argilli fuera al Módena. El director general del Siena, Giorgio Perinetti, lo explicaba hace poco a la Gazzetta dello Sport: "Llevábamos grabada sobre la piel la etiqueta de moggidependientes, y no era agradable convivir con las risitas ajenas y con frasecitas referidas a que con nuestros contactos nunca volveríamos a bajar", dijo. Perinetti se declara aún amigo de Moggi y asegura que la dependencia favorecía a los sieneses, poniéndoles en condiciones de "pescar a manos llenas en el parque de futbolistas del Juventus". ¿Pescar? ¿A manos llenas? Lo único que pescó el Siena fueron disgustos, miseria y salvaciones de último minuto. La prueba de que Moggi era un yugo se dio en cuanto se derrumbó, este verano, el sistema de Lucianone. El Siena buscó jugadores por donde pudo y reunió a Frick, a Conco, a Gastaldello, a Bogdani, a Beretta. Inició la temporada con un punto de penalización, por no pagar impuestos, pero tiene ya 16. Sin la penalización, estaría a dos puntos de la Liga de Campeones. Aunque ayer perdió en Udine, el Siena, libre de la tiranía de Moggi, vive el mejor año de su historia.

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Emilio Giannelli, un dibujante que publica cada día una viñeta-editorial en la portada del Corriere della Sera, el principal diario del país, es tifoso del Siena y hace un resumen de la situación con un tremendismo muy toscano: "Vivir como súbditos es contrario a la historia de Siena y de los sieneses; fuimos los últimos en ceder ante Carlos V, y eso por culpa de la traición de los florentinos. Finalmente, hemos reconquistado nuestra libertad también en el fútbol y no somos ya prisioneros de Moggi".

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113.

TEORÍA DEL ERROR AJENO (27-11-2006)

El fútbol no se practica igual en todas partes. Ni siquiera en Europa. El tráfico de futbolistas y la globalización de las competiciones no han conseguido homogeneizar del todo el deporte más universal. Si uno mira con atención un partido inglés, ve a unos cuantos tipos jugando: sigue habiendo algo de lúdico en torno a ese balón que se mueve rápido de un lado a otro. Si el partido es español, se percibe un punto de coquetería, quizá porque el público paga más a gusto por el espectáculo que por el marcador. En un partido italiano resulta fácil intuir que la gente sobre el césped no juega, sino que trabaja por ganar. Fabio Capello, que sabe unas cuantas cosas sobre el calcio, cuenta que con los futbolistas italianos tiene la impresión de que no les apetece salir al campo. Parece como si prefirieran estar en cualquier otra parte. Sufren la pesadumbre del trabajador al inicio de la jornada, porque saben que no asumirán la iniciativa. Saben que no les conviene imaginar o crear, sino otra cosa. El calcio es un gusto adquirido, como el tabaco o la cerveza negra. No suele gustar la primera vez. A muchos paladares selectos no llega a gustarles nunca. Desde un cierto punto de vista, podría haber algo de repelente en un fútbol cuyo resultado ideal es el 1-0. Olvidémonos de que el Roma ha marcado 10 goles en dos partidos: en Italia está muy interiorizada la teoría de que no hay gol sin fallo defensivo y, por tanto, el teórico partido perfecto debe concluir con empate a cero. Lo suyo, pues, es un marcador corto y sufrido. Adentrémonos en un jardín altamente resbaladizo, casi colindante con el paraje onírico de las identidades nacionales: ¿por qué el calcio es como es? Las generalizaciones y los tópicos funcionan poco. Empezando por lo del catenaccio o cerrojo, inventado en 1932 por un austríaco, Karl Rappan, entrenador del Servette suizo. Rappan presentó al mundo su invento en el Mundial de Francia 1938, como técnico de una selección suiza que venció a Alemania. El catenaccio, por entonces aún llamado verrou, en francés, consistía en atrasar hacia la defensa los dos centrocampistas de la disposición clásica 3-2-5, haciendo de uno un marcador y del otro, aún más retrasado, un hombre libre. Se considera que su edad de oro fueron los 60, aunque la interpretación más depurada, ya en el ocaso del invento, la ofreció Alemania en 1974. El catenaccio tiene hoy nombre italiano por el entrenador Nereo Rocco, que en los 40 y 50 lo utilizó con éxito en varios equipos modestos hasta llegar al Milan. Se atribuye a Helenio Herrera y al gran Inter de los 60 la presunta simbiosis entre calcio y catenaccio, pero eso es inexacto. Herrera, en efecto, no sentía el menor escrúpulo por amontonar gente en defensa y colocar delante de ella a Luis Suárez, para que sirviera balones largos a un par de atacantes. Lo hacía, sin embargo, sólo a veces. Al principio de su reinado, para economizar las fuerzas de un equipo que jugando al ataque podía ganar a casi cualquiera. Al final, para maquillar los defectos de una formación envejecida. Se trataba de un recurso ocasional, basado en criterios puramente utilitarios. La clave del calcio no tiene que ver con el catenaccio. Aventuremos una teoría, tan descabellada como cualquier otra. Los italianos fueron dominados por potencias extranjeras durante unos 1.300 años, hasta la segunda mitad del XIX. Se acostumbraron a que el Estado fuera extranjero y aún no se creen que sea

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suyo, lo que podría explicar algunos fenómenos relacionados con la evasión fiscal. También aprendieron a hacer lo mejor que se podía hacer en tal caso: aprovechar en beneficio propio los fallos del sistema dominante. El italiano tiene un sentido innato para detectar la rendija o el punto frágil en cualquier sistema que se le ponga enfrente. Espera su ocasión y la aprovecha. La esencia del calcio es, probablemente, ese talento.

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UN CIERTO TIPO DE BELLEZA (4-12-2006)

Ninguna victoria es tan bella como un buen fracaso. Eso es un axioma, una verdad tan evidente que no requiere demostración. Basta recordar la puerta que se cierra y condena a Ethan Edwards a seguir vagando (Centauros del desierto), a Anna cuando pasa frente a Holly Martins y no le mira (El tercer hombre), a Richard Blane cuando despide a Ilsa Lund y se queda en el aeropuerto con Renault (Casablanca). O algo más terrible: la multitud de sombras andantes con que se cierra Espoir, la película de André Malraux sobre la guerra civil española. La derrota, en ciertas circunstancias, convierte la dignidad humana en un cristal purísimo. El Torino, ya lo hemos dicho otras veces, es el vencido más hermoso del calcio. Su historia resulta irreprochable. El momento fundacional del mito del Toro fue probablemente el partido Torino-Legnano de 1921, semifinal de una Liga que entonces se disputaba por un sistema mixto de eliminatorias y grupos. El Torino y el Legnano, empatados a puntos, disputaron un encuentro para decidir quién llegaba a la final, pero los 90 minutos acabaron en empate a uno. En la prórroga, de 60 minutos, no hubo goles. El árbitro ordenó entonces que se jugara otra media hora. A los ocho minutos de la segunda prórroga, agotados, ciegos, los jugadores de ambos equipos protagonizaron un célebre beau geste: dejaron el balón quieto en el césped, se dieron la mano y renunciaron a seguir en la competición. Todo lo demás es bien conocido. El Torino tuvo en los años 40 el mejor equipo de Europa y quizá del mundo. Ese equipo, que ganó cinco títulos consecutivos de Liga, desapareció el 4 de mayo de 1949 en el accidente aéreo de Superga. El Torino tuvo en los años 60 a uno de los futbolistas más exquisitos, excéntricos y sentimentales de todos los tiempos: Gigi Meroni, la mariposa grana. Meroni murió el 15 de octubre de 1967, en la cima de su carrera, accidentalmente atropellado a la salida del estadio por un joven tifoso que le adoraba; el muchacho que conducía el coche, Attilio Romero, llegó a ser, muchos años después, presidente del Torino. ¿Pasan estas cosas en otros clubes? En 1992, el Toro llegó a la final de la UEFA. El partido de ida, Ajax-Torino, terminó 2-2. En la vuelta, en Turín, el Torino perdió 0-1 después de lanzar el balón cinco veces al palo. Los colores originales de la camiseta del Torino fueron el negro y el naranja, pero el naranja desteñía en amarillo y componía los colores de los Habsburgo austríacos, enemigos de los Saboya piamonteses, por lo que pareció apropiado cambiarlos. En 1906, en la cervecería Voigt de Turín, se refundó la sociedad con el ingreso de un grupo de juventinos disconformes con la profesionalización de la Juve, y se optó por una camiseta grana, en homenaje al pañuelo de color sangre que distinguía la Brigada Saboya del ejército piamontés. Ayer, en el partido con que celebraba el centenario, el Torino venció 1-0 al Empoli. Al Empoli le anularon un gol legal. El gol del Toro, espectacular, llegó casi en el último minuto. Tratándose del Toro, fue extraño. Como si Richard Blaine, por una vez, embarcara con Ilsa en el avión de Lisboa y mandara a paseo Casablanca.

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FENÓMENOS LOMBARDOS (11-12-2006)

Echemos un vistazo a la tabla y busquemos los tres clubes lombardos. El Inter, que durante años se distinguió por gastar mucho y ganar poco (cada gol venía a costar lo que el yate de Briatore con el depósito lleno), se destaca en cabeza de forma alarmante. De seguir así, allá por mayo tendrá que empezar a disputar contra sí mismo la temporada 2007-08. Sigamos. En el quinto puesto, el Atalanta de Bérgamo, tan modesto que se define a sí mismo como el rey de los clubes de provincias y cuya vitrina de trofeos, luminosa y despejada, guarda como un tesoro la Copa de Italia de 1963, único metal obtenido hasta ahora. El Atalanta juega como una furia. Bajando, bajando, aparece el Milan, con 13 puntos, a un partido de los puestos de descenso. El Milan inició la competición con ocho puntos negativos, es cierto, pero también lo es que sin la penalización andaría por detrás del Catania y hombro con hombro con el Atalanta. Corren tiempos oscuros para el milanismo. Lo del Milan resulta hasta cierto punto explicable porque su enfermería, con diez lesionados, parece la del Valencia. Ayer, frente al Torino, Ancelotti sacó a jugar un montón de delanteros (Oliveira, Inzaghi, Borriello, Gilardino), pero no cambió nada: las puntas milanistas siguieron manteniendo con los postes una relación morbosa. El palo de Gilardino, de penalti, fue el número 15 de la temporada. Y aún hubo suerte porque el Torino se contagió de la querencia y, en una misma jugada, estrelló el balón contra el larguero y contra el poste. Dicen que la fijación con la madera es síntoma de fragilidad psicológica; puede ser, pero en este caso lo más frágil del asunto es Ancelotti. Silvio Berlusconi, el propietario de la sociedad, se declara dispuesto a "apretar los dientes". Por la cara con que lo dice, se deduce que quiere apretar los dientes sobre la yugular del entrenador. El Inter parece sufrir una crisis de identidad: cree ser el Juventus. Gana siempre, juegue bien o juegue mal. Ayer, con un 0-3 sobre el Émpoli, logró su octava victoria consecutiva en la Liga, igualando las marcas históricas de 1940, 1965 y 1989. La Bienamada confirma así su personalidad ciclotímica. Cada cierto número de años rompe las costuras y arrasa. Luego pasa una o dos décadas recordando los viejos buenos tiempos. El más llamativo de los fenómenos lombardos es, en cualquier caso, el de Bérgamo. El Atalanta es un equipo peculiar, empezando por el nombre. Atalanta era, en la mitología griega, la hija del rey de Arcadia. El padre la repudió y fue criada por osos. De joven, mató a dos centauros que intentaron violarla. Fue precursora del deporte profesional: Melanio la retó a una carrera y la venció dejando caer sobre la pista manzanas de oro que Atalanta se detenía a recoger. Atalanta y Melanio se casaron, pero hicieron algo que molestó a Afrodita y ésta los convirtió en leones con el fin de que no pudieran fornicar. Pues bien, hablamos de un club que decidió llamarse Atalanta. A partir de ahí, todo es posible. El Atalanta juega un poco como el Sevilla: rápido, duro y a la cabeza. Tiene un entrenador formidable, Stefano Colantuono, discípulo y amigo del Spalletti romanista. Los dos entrenadores de moda en el calcio son tan buenos colegas que se intercambian información y comentarios después de cada jornada. Es algo bonito, sobre todo si se tiene en cuenta que aquí, hasta el curso pasado, mandaban los gruñidos de Capello. La vida del Atalanta se ha hecho tan, tan dulce, que Bombardini, con nombre de goleador nato, marcó ayer, a los 32 años, su primer tanto en la Serie A. Nunca es tarde.

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UN AÑO NEGRO PARA EL JUVENTUS (18-12-2006)

Resultará que sí, que es la temporada del Inter. Las señales se multiplican: un Inter brasileño gana la Intercontinental, el Estudiantes (dirigido por dos ilustres veteranos interistas, Simeone en el banquillo y Verón en el campo) gana el campeonato argentino. Y en el Inter que nos ocupa, el italiano, Marco Matterazzi marca goles de chilena: el de ayer podía anularse por juego peligroso porque un tipo de casi dos metros con los pies en alto es una amenaza, y más si los pies son de Matrix, pero valió. Son ya nueve victorias consecutivas, un liderato desahogado y la palabra scudetto pintada en la frente. Como en el Apocalipsis bíblico, se abren uno a uno los siete sellos de las calamidades. Ya son seis. Debería bastar La temporada será del Inter, parece claro. Pero el año es del Juventus. Ningún aficionado podrá olvidar las desgracias que se han abatido en 2007 sobre la institución turinesa. Primer golpe, el descubrimiento de la manipulación arbitral. Segundo, el título retirado y concedido al Inter. Tercero, el descenso a la Serie B, con penalización incluida. Cuarto, la hemorragia de la plantilla: dicen adiós Vieira, Ibrahimovic, Cannavaro, Emerson, Thuram, Zambrotta. Hasta aquí, los golpes son deportivos. A partir del quinto, ya no: el quinto es la tragedia de Pessotto, recién transformado de jugador en delegado del equipo, que en plena depresión se lanzó desde la azotea de la sede social y durante días se debatió entre la vida y la muerte. El sexto llegó el viernes, donde menos podía esperarse: en la categoría juvenil. El Berretti, uno de los equipos de la cantera blanquinegra, terminó de entrenarse a las 17.30 en el centro deportivo de Vinovo. Dos de los jugadores, Alessio Ferramosca, centrocampista zurdo, y Riccardo Neri, portero, ambos de 17 años, no fueron con los demás al vestuario. Se quedaron fuera para recoger los balones y nadie notó su ausencia hasta una hora después. Ferramosca y Neri fueron hallados a las 20.30. Aparentemente, habían intentado repescar varios balones caídos en un pequeño estanque de las instalaciones, dedicado a la recogida de agua de lluvia. Ferramosca ya estaba ahogado. Neri había luchado durante horas y su corazón latía aún, pero sufría una hipotermia aguda (su cuerpo estaba a 22 grados, más allá del límite mortal) y los esfuerzos por reanimarle resultaron inútiles. La Fiscalía de Turín abrió ayer una investigación bajo la hipótesis de homicidio involuntario. El estanque, de cuatro metros de profundidad, estaba revestido de materia plástica y tenía las paredes casi verticales: era imposible salir de él. No había señalización de peligro. Y ningún responsable del equipo se quedó con los dos muchachos: suele decirse que el trabajo de un entrenador de juveniles no concluye hasta que todos sus chicos vuelven al vestuario. Maurizio Schincaglia, el desolado entrenador del Berretti, y los máximos dirigentes juventinos corren riesgo de procesamiento. La desgracia, en cualquier caso, ya había ocurrido. El equipo de los mayores suspendió su encuentro y la afición blanquinegra volvió a encogerse de dolor.

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La temporada de la Juve avanza entre desgracias. Como en el Apocalipsis bĂ­blico, se abren uno a uno los siete sellos de las calamidades. Ya son seis. DeberĂ­a bastar.

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LOS HEREDEROS DE MULCASTER (15-1-2007)

Todo era más fácil con la esferomaquia griega o el harpastum de las legiones romanas. Pasaron más de mil años y seguía siendo fácil, fuera con los partidos carnavalescos del medioevo inglés (cientos contra cientos durante toda una jornada), con el soule francés o con el aristocrático y violento calcio florentino (27 contra 27). El asunto consistía en organizar una batalla campal en torno a un balón. Las cosas suelen ser sencillas hasta que alguien teoriza. En el caso del fútbol, el nacimiento de la teoría data de 1581. El culpable fue un extraordinario pedagogo, Richard Mulcaster, que criticó la práctica habitual, consistente, según sus propias palabras, en "amontonar a una multitud de villanos entre espinillas magulladas y piernas rotas", y sugirió algunas modificaciones: "un número inferior de jugadores, organizados en base a zonas y posiciones", con "un maestro de entrenamiento" y alguien que pudiese "valorar el juego, un juez superpartes con autoridad". Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no Pasaron tres siglos antes de que la Football Association estableciera, tras unos cuantos tanteos a ciegas (como la prohibición inicial de pasar el balón hacia adelante), las primeras normas reconocibles. Luego llegaron Didí (el brasileño que enseñó al mundo a chutar), la profesionalización, el balón impermeable ligero y la globalización hipercapitalista. Pero Mulcaster había intuido lo esencial: aquel juego rudimentario podía estilizarse y evolucionar hasta convertirse en una actividad científica. La lectura de How to score (Cómo marcar), un libro del físico británico Ken Bray que combina ciencia, historia y fruición, ayuda a entender hasta qué punto el resultado de un partido de fútbol depende de factores oscuros, casi mágicos. Cuando empieza la temporada hay ya muchas cosas seguras. Los centrocampistas de todos los equipos van a correr más o menos lo mismo, unos 10 kilómetros por partido; los porteros van a ser los jugadores que más tiempo controlarán el balón; habrá un gol cada diez remates o nueve si los delanteros son habilísimos... Lo esencial está predeterminado. Luego, unos ganan y otros pierden y nunca se sabe realmente por qué. Quien sepa por qué va mal el Madrid, por qué renquea el Chelsea o por qué el Inter parece invencible que levante la mano. La clave, por supuesto, radica en el equipo: cuanto más colectivo el juego, mejor. Vale. El misterio, pues, se esconde en la construcción de un equipo. Los entrenadores son como los economistas: la ciencia que acumulan sirve básicamente para explicar por qué no se cumplen sus pronósticos. Cuando sí se cumplen, cuando los proyectos cuajan y se encuentran en las manos con una formidable máquina de fútbol, algunos reaccionan con arrogancia, como Fabio Capello o José Mourinho. No es extraño: les ha salido bien una fórmula mágica y se sienten los reyes del mambo. Otros, más lúcidos, adoptan una sonrisa melancólica. Es el caso de Roberto Mancini. Fue un futbolista rebelde y exquisito y es el tipo más elegante del calcio, posee un yate espléndido y, con sólo 42 años, dirige un Inter implacable. El equipo tradicionalmente más caótico y propenso a las neurosis se ha metamorfoseado, de un año a otro, en una fábrica de victorias de ritmo japonés. Sin embargo, Mancini

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habla menos que otras temporadas. Parece inmerso en un nirvana triste, como el Frank Rijkaard de los buenos tiempos. ¿Qué puede decir? Sabe lo que ha hecho y que las cosas van bien. También sabe que, habiendo hecho lo mismo, las cosas podrían ir mal. Los herederos de Mulcaster, llegado el siglo XXI, disponen de presupuestos gigantescos, bancos de datos, asesoramiento clínico y jugadores con extraordinarios recursos técnicos. Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no.

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EL MEJOR FUTBOLISTA DE ITALIA (22-1-2007)

Los futbolistas de élite, como los políticos, suelen mantener una relación ansiosa con el público y la historia. No lo saben al principio, cuando debutan como profesionales y aún no tienen lo que, a poco que vayan bien las cosas, les dará el tiempo: un montón de millones en el banco, un deportivo en el garaje y una modelo en casa. El futbolista joven supera poco a poco los miedos, juega y sueña momentos de gloria. El ansia llega más tarde, con la veteranía. Cuanto más celebrado es, mayor el ansia. Los aplausos se dan por descontados y nunca son suficientes. Hacen falta más focos, más vítores, más premios. El futbolista treintañero empieza a vislumbrar la retirada, una especie de muerte civil que le apartará de escena y le arrebatará parte de su identidad. En ese momento empiezan las tensiones con la historia, traducibles en una pregunta: "¿Qué se recordará de mí cuando haya muerto?". Algunos, pocos, saben que la retirada no traerá el olvido. Francesco Totti será el rey de Roma mientras viva. Paolo Maldini será un modelo para futuras generaciones. Un caso extremo es el de Alessandro del Piero, que ya es el monumento de sí mismo. Hace cuatro años, cuando renovó con el Juventus hasta 2008, hizo una promesa en una página de publicidad de La Gazzetta dello Sport: "Un caballero no abandona nunca a una señora". Su compromiso con la Vecchia Signora de Turín estuvo a punto de romperse con el descenso administrativo a la Serie B y la inevitable tentación de cambiar de equipo, pero, para su suerte, no hubo ninguna oferta golosa. Del Piero siguió en la Juve y en la temporada del castigo ha alcanzado dos hitos excepcionales: 500 partidos y 200 goles con la Signora. Se trata de un caso curioso. Cuando debutó, le quitó el puesto a Roberto Baggio, un futbolista de superior talento. La madurez le aportó una misteriosa musculatura -hay que decir misteriosa porque la justicia italiana no ha podido probar las sospechas de dopaje- y le privó de la magia juvenil. Hoy es un futbolista regular que cumple a la perfección con su trabajo. El sábado marcó un gol, fabricó otros dos y aupó al Juventus a la cabeza de la clasificación, con la Serie A al alcance de la mano. Más allá, Del Piero seguirá explotando las cualidades que le han ayudado a sobresalir por encima de compañeros más hábiles: la inteligencia, la simpatía, las dotes de actor. Alessandro del Piero se sabe destinado a dirigir la Juve, quizá a presidirla. A diferencia de Baggio, ocupado en su finca agrícola y en sus partidas de caza, tan desaparecido que la prensa especula sobre si ha engordado o no, Del Piero seguirá en escena. Existe una categoría aún más especial, la de quienes no se preocupan ni por el público ni por la historia. Son tipos que aman el balón, no la gloria, y no llegan a superar el miedo del primer día. Les cuesta funcionar bajo presión y difícilmente alcanzan a jugar en equipos de renombre. Cristiano Doni es uno de ellos. Maduró tarde, creció en el Atalanta de Bérgamo, pasó una temporada deprimente en el Sampdoria, se comportó discretamente en el Mallorca y el pasado verano, con 33 años, regresó al Atalanta. Nadie esperaba de él más que lo justo: un poco de experiencia y un poco de orden en el centro del campo. Doni ha sido elegido por La Gazzeta dello Sport, con toda justicia, como el mejor jugador del calcio en la primera vuelta liguera. Fue suplente en la Copa del Mundo de 2002, nunca ha disputado un encuentro de la Champions ni ha lucido un scudetto sobre el pecho. En teoría, debería estar condenado al olvido. "Cada

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partido era un examen. Sentía una opresión en el estómago. Jugaba estresado", dijo ayer a La Gazzetta hablando de su modesta carrera. Ya al borde de la muerte futbolística, liberado de presiones, Doni se ha convertido en una maravilla. Por fin, hace lo que le gusta: jugar con un balón.

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ZEITGEIST (29-1-2007)

Un señor llamado Giovanni Bernardone dei Moriconi, apodado Francisco (porque su madre era francesa) de Asís (porque nació allí), fundó a principios del siglo XIII una orden de frailes basada en la pobreza y la fraternidad. Francisco de Asís predicó el amor por la naturaleza y la vida y revolucionó la percepción del cristianismo entre los creyentes de a pie. Aunque nadie lo notara entonces, sus palabras generaron un zeitgeist, un espíritu del tiempo. Décadas después, Giotto, el pintor que decoró la basílica franciscana de Asís, tradujo en arte ese zeitgeist: se apartó del hieratismo bizantino e insufló alma y movimiento en sus figuras. Las claves del Renacimiento y de la Edad Moderna estaban todas ahí. El zeitgeist de Asís floreció durante siglos. El zeitgeist de una época es fácil de percibir, pero difícilmente se deja comprender. Flota en el aire. En algunas ocasiones, el zeitgeist imperante cambia de forma tan brusca que a nadie se le escapa el fenómeno. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando el espíritu turbulento de los 60 y los 70 se transformó en el espíritu mercantil y orondo de los 80. Una de las ciudades que con más presteza se adaptaron entonces al nuevo signo de los tiempos fue Milán. Era la Milano da bere del socialista Bettino Craxi, vestida de Armani, corrupta hasta la médula y forrada de liras en negro. En España no se usaba aún el término pelotazo ni se sospechaba que los ladrillos llegarían a ser de oro, pero en Milán ya galopaba el futuro, plasmado en la simbiosis entre el poder político de Craxi y el emergente poder económico de un constructor llamado Silvio Berlusconi. Con el dinero inmobiliario, Berlusconi fundó un imperio televisivo y compró una sociedad futbolística en la que aplicó todo su instinto. El Milan fue el primer equipo galáctico y probablemente el mejor. Hoteles de cinco estrellas, merchandising, tecnología aplicada (el Milan Lab), espectáculo permanente y presupuestos de vértigo. La fórmula, como se sabe, funcionó. No hay más que echar un vistazo al Milan de hoy para adivinar que el zeitgeist de los 80 se ha evaporado por las rendijas de la historia. Hay algo de vieja fotografía en las maniobras de Seedorf, el oportunismo de Inzaghi y el voluntarismo portentoso de Maldini. La imagen de Adriano Galliani, el factotum milanista, en la grada de San Siro con Ronaldo, el otro día, es decididamente sepia. Ronaldo tiene sólo 30 años, pero su corpachón, demasiado grande para sus rodillas y para sus reflejos, constituye casi una metáfora. El Milan sudó ayer para ganar, 1-0, gol de Inzaghi, al modestísimo Parma. El joven italoamericano Giuseppe Rossi, un delantero prometedor por el que ya se ofrecen fortunas, no hizo nada, pero aún así al Parma le bastó defender para desnudar las verguenzas de un Milan cada vez más parecido a un diplodocus: pesado, lento, con un culo muy grande y una cabeza muy pequeña. No sirve apelar a los puntos de sanción, ni a la fuga de Shevchenko, ni a la potencialidad de Kaká y quizá de Gourcouff. El glamour milanista se ha desvanecido. Es de otra época. Lo mejor que se vio ayer tarde en el calcio (a falta del vespertino Sampdoria-Inter) ocurrió cerca de Milán, en Bérgamo. El Atalanta ganaba al Catania, 1-0, a falta de cinco minutos. La cosa parecía tan cantada que el entrenador retiró a Doni, el alma del Atalanta bergamasco. El Catania probó un último recurso y sacó al campo a Takayuki Morimoto, un japonés de 18 años que nunca había jugado en la Serie A. Morimoto

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tardó tres minutos en marcar un gol que habría firmado el Ronaldo de antes. Es difícil definir el zeitgeist contemporáneo, impregnado de miedo y gnosticismo, pero seguramente tiene más que ver con Morimoto que con Ronaldo.

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SEÑALES EN EL CIELO (12-2-2007)

Hay que hacerse a la idea: el Inter va camino de ser campeón. Ayer se apuntó la 15ª victoria consecutiva en la Liga, algo que sólo habían conseguido antes, en 1961, el Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y los cinco títulos en fila y, en 2006 (a caballo entre dos campeonatos), el Bayern de Múnich. El Inter mantiene los 11 puntos de ventaja sobre el segundo, el Roma, y, más importante que eso, ha adquirido tal prestancia que los rivales (y los árbitros, que suelen sonreír al que gana) se le deshacen entre las manos. Faltaba Adriano y ha vuelto: cinco goles en seis partidos. Los mimos de Mancini y las vacaciones en Brasil han realizado el milagro. Y el equipo es una máquina. El Inter, tradicionalmente célebre por su capacidad de arrancar una derrota en las mismas fauces de la victoria, no se parece en nada a sí mismo. La ex Bienamada, a la que ya sólo aman los íntimos porque no hay quien aguante tal suficiencia, es calificada de "perfecta" por los comentaristas italianos. Traducción: se defiende bien y aprovecha con muy mala uva sus ocasiones de gol. El Inter no se parece a sí mismo, sino al Juventus del curso pasado, sólo que sin Luciano Moggi y sin (que se sepa) arreglos arbitrales. Todo esto puede parecer banal. Siempre hay uno que gana. La cosa, sin embargo, es seria porque se trata del Inter. El Internazionale de Milán obtuvo su último scudetto (no es elegante contar el título administrativo de 2006) en 1989, el año en que cayó el Muro y acabó una era. El anterior lo ganó en 1980, el año en que Silvio Berlusconi creó, de forma poco legal pero rentabilísima, la primera televisión privada italiana, dando inicio a lo que todos sabemos. Habrá que ver qué catástrofe ocurre en 2007 si, como parece, el scudetto se cose otra vez sobre el frontal de las camisetas negras y azules. Quedaba una esperanza, la de la cancelación del campeonato. Esa esperanza se ha revelado vana. En 2006 se descubrió que Moggi llevaba temporadas manipulando el torneo en favor de su equipo, el Juventus, y de unos cuantos amiguetes (Milan, Fiorentina y Lazio, según los jueces deportivos), pero no pasó nada. Hubo sanciones y el calcio siguió adelante. En 2007 ha sido asesinado a golpes de lavabo un policía y los ultras han lanzado su enésimo desafío al mundo, creando una situación tan grave que se ha planteado la posibilidad de cerrar la competición y tirar la llave al pozo, pero no pasa nada. Aunque en más de la mitad de los estadios se juega sin público, el calcio sigue adelante. Habrá, porque siempre los hay, descontentos y aguafiestas. Gente que, en vez de saludar el estreno de Ronaldo con el Milan (un equipo tan lento que, en comparación, el robusto Fenómeno parece una centella), se empeña en mirar donde no debe. A la curva del estadio Olímpico, por ejemplo, donde un sector de la fiel muchachada romanista se volvió de espaldas al césped mientras se guardaba un minuto de silencio en memoria del policía Filippo Raciti. Se volvieron de espaldas y silbaron. ¿Qué problema hay? Son chavales, gente joven con ganas de expresarse. El Olímpico, por otra parte, cumple las normas de seguridad. Como dice don Roberto S., papá del chavalín de 100 kilos al que se acusa del asesinato del inspector Raciti junto al estadio del Catania, "es la policía la que busca los problemas". Y, sí, los muchachos del Atalanta consiguieron lanzar ayer, en pleno partido a puerta cerrada, una bomba de humo sobre la curva. ¿Qué mal hacen a nadie si el estadio está vacío? Lo dicho: aquí no pasa nada.

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Lo cual nos conduce a una conclusi贸n optimista, que compensa el temor a que un scudetto del Inter traiga consigo desgracias tremebundas. En estos tiempos de calentamiento clim谩tico y amenazas nucleares, reconforta pensar que, aunque el mar se trague la humanidad, llegue el fin del mundo, estalle el planeta y nos convirtamos en polvo c贸smico, el calcio seguir谩 adelante. No pasa nada.

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UN OLOR SOSPECHOSO (19-2-2007)

Recapitulemos. En la última década, el calcio ha encajado dos quiebras fraudulentas (Lazio y Parma), dos quiebras menos fraudulentas (Fiorentina y Nápoles), un escándalo de arreglos arbitrales que ha enviado al purgatorio a la sociedad más prestigiosa (Juventus), una victoria en el Mundial de selecciones, innumerables incidentes violentos, una víctima mortal y un cierre de estadios. Hablamos, pues, de un fútbol curado de espantos y, a la vez, lleno de costurones. Aquí se nace viejo y enseñado, con el olfato afinado y el paladar curtido. Ahora mismo, el tifoso italiano olfatea algo extraño y aún no sabe qué es, pero lo identifica con el exterior, con Europa. El calcio es tradicionalmente competitivo. En las competiciones continentales, los italianos suelen ser vistos como rivales peligrosos. Ahora mismo, sin embargo, flota una gran incógnita sobre el valor real de la Serie A. La formidable ventaja del Inter sobre los demás equipos podría significar que el antiguo pupas se ha transformado en una máquina invencible. Podría significar también que el Inter es tan sólo un buen equipo que se enfrenta a piltrafas. El olor sospechoso tiene que ver con esa duda. Lo de Ronaldo podría ser un síntoma. Hay quien teoriza que no quería jugar en el Madrid y ahora, en Milán, vuelve a ser el de siempre. Esa teoría, de momento, no resiste el contacto con la realidad. Ronaldo marcó dos goles el sábado, contribuyó a fabricar un tercero y falló una ocasión muy clara, todo eso es cierto. También lo es que el Milan ganó por 3-4 a un equipo de la segunda mitad de la tabla, el Siena, y que sólo se llevó los tres puntos por un autogol de los toscanos en el tiempo de descuento. Ronaldo destacó sin hacer nada extraordinario. El Siena-Milan fue un partido entretenido y vulgar, un asunto menor. Otros síntomas son los de Tavano y Fiore, dos rebotados del Valencia. Tavano, que en España no dio pie con bola, se maneja con soltura en el Roma y no desentona para nada junto a Totti, Perrotta y demás compañía. Fiore, que ayer marcó su segundo gol con el Livorno, ha hecho más que encajar: es la esperanza del equipo. O los futbolistas italianos son inexportables o se está abriendo un desnivel entre la Serie A y las otras grandes Ligas. Las puertas del calcio se reabren esta semana con la reanudación de la Liga de Campeones. Entrará el aire y se descubrirá, por fin, de dónde procede el olor. Valencia, Celtic y Lyon medirán la auténtica envergadura de Inter, Milan y Roma. El miércoles, en la Copa de la UEFA, el Livorno ya dio su medida ante el Espanyol: el público ausente se ahorró una pena, un quejido agónico, una impotencia lenta que no podía atribuirse a las tribunas vacías. El Espanyol fue mucho mejor, mucho más profesional y práctico, mucho más italiano. El gran temor es que en esta semana de la verdad se descubra una realidad incómoda. Es posible que el olor misterioso no venga de fuera, sino de las mismas entretelas del calcio, y que sea el olor del miedo. De hecho, eso es más que posible. El fútbol italiano navega en la incertidumbre y desconfía. Dicho lo cual, conviene recordar que el calcio da lo mejor de sí cuando está perdido y desahuciado y cuando nadie apuesta por él. El Mundial de Alemania fue ejemplar en ese sentido. El grupo que

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emprendió la aventura alemana carecía de crédito, no se hablaba con la prensa, se sentía zarandeado por el escándalo de Luciano Moggi y la corrupción arbitral, tenía cojo al mejor jugador (Totti) y parecía fiarlo todo a las proezas del portero y a los mordiscos de Materazzi, Gatusso y Camoranesi. Basta releer cualquier diario deportivo italiano del pasado mes de junio: se temía el ridículo. E Italia no sólo ganó, sino que ofreció al gran Zidane la despedida más imprevisible, melancólica y fascinante de todos los tiempos.

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CÓMO NO FALLAR UN PENALTI (26-2-2007)

Hay quien piensa que para entender de fútbol conviene haberlo jugado. Otros basan su ciencia en las combinaciones numéricas, 4-2-4, 4-4-2, 4-2-3-1, o en un examen detallado del abdomen de Ronaldinho. Todo ayuda, por supuesto. Pero las páginas deportivas no lo cuentan todo. En realidad, para entender el fútbol (y la política, y la cultura, y la hipoteca que uno paga) conviene adentrarse en la estepa de la economía. A veces se descubren historias edificantes y enternecedoras, como la que cuenta el periodista y dramaturgo Gianfrancesco Turano en su libro Tutto il calcio miliardo per miliardo. La historia empieza en una noche romana de 2001, desbordante de euforia: la ciudad celebra el scudetto del Roma. El equipo giallorosso es formidable: Totti, Batistuta, Emerson, Cafú, Samuel... El propietario de la sociedad, Franco Sensi, magnate del petróleo y la hostelería, ha gastado todo lo que ha podido, y más, para componer una alineación memorable. En ese empeño, ha contado con la gentil colaboración crediticia del banquero Cesare Geronzi, presidente de Capitalia y vicepresidente de Mediobanca, uno de los dueños de Italia. El siguiente capítulo se desarrolla en 2004. El Roma no ha vuelto a ganar ningún scudetto y su deuda ya es agobiante. Entonces aparece Roman Abramovich, el inmensamente rico propietario del Chelsea, que ofrece 150 millones de euros por Totti y Emerson. Sensi, de acuerdo con el entrenador, Fabio Capello, y con el director deportivo, Franco Baldini, responde que Totti no está en venta, pero sí lo está la sociedad. Por unos millones más, el magnate ruso puede quedarse con todo. Abramovich tiene bastante con el Chelsea, pero habla del asunto con dos amigos suyos, Anatoli Kolotinin y Suleiman Kerimov, de la Nafta Moskva. Kerimov, un tipo tan oscuro como todo lo que rodea hoy el Kremlin, es a los 38 años diputado de la Duma y una de las 100 personas más ricas del mundo. Kolotinin y Kerimov contratan a Salvatore Trifiró, un abogado que trabaja para las mayores empresas italianas, como garantía de seriedad. Y ponen sobre la mesa una oferta de 400 millones de euros por el Roma y por varias de las instalaciones petroleras de Sensi. La venta está a punto de cerrarse. Pero, ay, la cosa no conviene al banquero Geronzi, que a esas alturas está a punto de quedarse con esas instalaciones petroleras y con otros bienes que la familia Sensi aportó como garantías a los créditos. Si llegan los rusos, Geronzi recupera los préstamos. Lo que Geronzi desea, sin embargo, es lo otro: los bienes. ¿Qué hace? Lo que haría cualquiera en su caso: llama a Silvio Berlusconi, presidente del Gobierno y del Milan, y le plantea la situación. Il Cavaliere comprende que al Milan tampoco le interesa un Roma rebosante de petro-rublos. ¿Solución? Berlusconi telefonea a su amigo Vladimir Putin y le pide que bloquee la oferta de Nafta Moskva. Simultáneamente, alguien envía a la Guardia de Finanzas a revisar a fondo todas las cuentas del Roma. Putin actúa con rapidez y la oferta rusa se esfuma pocos días después. El Roma no puede pagar a Geronzi y éste se queda con la mitad de Italpetroli, la empresa de Sensi: penalti y gol. Capello y Emerson se marchan al Juventus. El sueño romanista de competir en pie de igualdad con el Milan o el Inter se convierte en humo.

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Una historia edificante, ¿no? Tiene además un curioso epílogo. En noviembre pasado, Kerimov sufrió un gravísimo accidente automovilístico en Niza mientras conducía un Ferrari prestado. La policía francesa abrió una investigación. El Roma, a todo esto, ganó ayer por 3-0 al Reggina. Totti falló un penalti por sexta vez esta temporada. Geronzi y Berlusconi fallan mucho menos.

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123.

EL BESO DE LA DESGRACIA AJENA (5-3-2007)

Sería el colmo, pero cada domingo parece más posible: el Torino se arriesga a descender y cruzarse con el Juventus por el camino. Todo el esfuerzo realizado por el Toro para volver a la Serie A tenía un objetivo supremo, el de jugar de nuevo un derby turinés y ganarlo. Aunque sólo fuera una vez. Este año no puede ser porque la Vieja Señora purga sus corrupciones en la Serie B. En septiembre próximo, el Juventus estará, sin ninguna duda, de vuelta en la Serie A. Quien puede no estar es el Torino. Y el sueño del derby se habrá esfumado, al menos, por un año más. La desgracia, es bien sabido, viste una camiseta grana. Desde la catástrofe de Superga (1949), cuando el mejor Torino de todos los tiempos desapareció en un accidente aéreo, una sombra persigue a los vecinos del Juventus. El caso de Gigi Meroni, la mariposa grana, el jugador emblemático que murió atropellado por un joven seguidor del Toro (para rizar el rizo, el muchacho que conducía llegó a ser presidente del club), es sólo la más tremenda en una lista de fatalidades. Otro Gigi del Torino, jugador de banda como Meroni y como Meroni propenso a la vida loca, también recibió el beso de la desgracia grana. La trayectoria de Gigi Lentini es una parábola perfecta, en el sentido evangélico. Lentini tenía 20 años cuando deslumbró a los aficionados del Toro. Ofrecía la magia del fantasista y la emoción del extremo. Parecía destinado a tocar el cielo. A nadie le extrañó que el Milan y el Juventus se pelearan por contratarle en una subasta que elevó su precio hasta los 65.000 millones de liras, unos 33,5 millones de euros. Era 1992 y Lentini, con sólo 23 años, se convirtió en el futbolista más caro de todos los tiempos. Se lo llevó el Milan de Silvio Berlusconi, que pagó una parte en dinero negro. El pastel se descubrió, pero no pasó nada: el sumario fue sobreseído años después. Sí pasó algo entre la gente grana, que se enfureció por el traspaso de su estrella. La sede del club sufrió un asalto por parte de un grupo de salvajes. La mayoría de los aficionados no asaltó nada y se limitó a irse a su casa con el corazón roto. Lentini se instaló en pleno centro de Milán, en el barrio de la moda y las modelos, y se compró un Porsche Turbo. Al año siguiente, 1993, el Porsche de Gigi Lentini derrapó en una curva de una autopista piamontesa, dio varias vueltas de campana y se incendió. El futbolista fue rescatado en estado de coma y con el esqueleto quebrado por todas partes. Tardó meses en recuperarse, sufrió una pérdida parcial de memoria y Fabio Capello, entonces entrenador del Milan, prefirió no volver a contar con él. Capello se fue al Madrid, pero llegó Tabárez, quien tampoco contó con Lentini. El que fue el jugador más caro de todos los tiempos se marchó al Atalanta (1996-1997) y regresó luego al Torino, donde jugó cuatro temporadas. Se reencontró con un Toro hundido en la miseria. Las falsificaciones contables que habían permitido camuflar parte de los ingresos de la venta del propio Lentini, la venta del histórico estadio Filadelfia y todo tipo de trapacerías financieras concluyeron en quiebra y refundación. El Torino era un equipo ascensor que pasaba más tiempo en la planta baja que en el ático de la Serie A. En 2001, con 31 años, Lentini pasó al modesto Cosenza. En 2004 le llegó el momento de la retirada. Pero hizo algo insólito. Como si quisiera justificar por cantidad, ya que no había podido hacerlo por calidad, su gigantesco traspaso de 1992, Gigi Lentini fichó

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por el Canelli, un equipo de aficionados. Su ayuda y la de su amigo Fuser, otro semiretirado, llevó al Canelli a la Serie D, ya dentro de la categoría profesional. Lentini cobra 2.500 euros mensuales y mantiene una estrecha relación con la desgracia grana: recientemente, el ciclomotor que conducía se estrelló contra un coche sin otro daño para él que unos rasguños. Sigue jugando al fútbol.

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AMANTINO (12-3-2007)

Lo de Mestalla, con su empate y su tangana, entraba dentro de lo predecible. El Valencia y el Inter jugaron con los dientes apretados y la yugular hinchada, a la argentina, y en esos casos puede escaparse el mordisco. La bronca final habría sido penosa, pero venial, de no enloquecer aquel muchacho del banquillo. Llegarán los castigos y se robustecerá, probablemente, la mutua antipatía. En cualquier caso, cuenta lo que cuenta. Y el avance del Valencia a cuartos no constituye una gran sorpresa. Tampoco el avance del renqueante Milan, cuya necesidad de prórroga ante el Celtic, como su derrota de ayer ante el Inter, da una idea bastante exacta de la realidad rojinegra. Si un marciano hubiera bajado a la Tierra el martes, se hubiera abonado a todos los canales de pago y hubiera estudiado todos los encuentros europeos, habría llegado a la conclusión de que el Roma es el gran tapado de esta Liga de Campeones. La gracia del Roma radica en un alma impredecible. Y esa gracia excéntrica se ajusta como una camiseta al cuerpo de Alessandro Faiolhe Amantino, conocido como Amantino Mancini. ¿Alguien se acuerda de Luis Silvio Danuello? ¿No? No, claro. El tal Danuello era un jugador aficionado en Brasil, adquirido casi a ciegas en 1980 por el Pistoiese, recién ascendido a la máxima categoría. Cuando llegó a Italia, le preguntaron si era delantero: "Sei una punta?". Danuello dijo que sí, que era "ponta", lo que en portugués significa centrocampista. Le colocaron de ariete, duró seis partidos y el Pistoiese bajó de nuevo a la B. Pues bien, lo de Mancini es como lo de Danuello, pero al revés. Amantino Mancini llegó a Italia en 2002, adquirido por el Roma al Atlético Mineiro y cedido al Venezia. El Roma lo había fichado como recambio de Cafú porque en Brasil jugaba como lateral derecho, y el técnico veneciano, Gianfranco Bellotto, le mantuvo en esa posición. Fue un desastre. La temporada siguiente, 2003-2004, Fabio Capello lo rescató para el Roma. Aún no había debutado y ya estaba en todos los chistes: los pronosticadores profesionales le señalaban como el fiasco del año. Capello le hizo jugar un poco más adelantado, como centrocampista externo, y el público empezó a dudar de que Amantino fuera tan malo como había parecido en Venecia. Entonces llegó el derbi con el Lazio y el gol mágico de Aamanti: córner y remate de tacón, al ángulo, en un salto indescriptiblemente bello. Los romanos, que, por razones de vecindad vaticana, tienen a Dios muy a mano (uno de sus gritos contra la afición adversaria es "Che Dio vi furmini", "Que Dios os fulmine" con acento local), bautizaron la jugada como "il tacco di Dio". Mancini empezó a tocar la gloria. Luego hubo lesiones y complicaciones. Lo peor fue lo segundo: cuando se juega en el Roma, pelearse con Francesco Totti constituye una gran complicación. Mancini se peleó con el tótem. Por entonces, su traspaso al Juventus se daba por seguro. En éstas que llegó Luciano Spalletti al banquillo romano y prohibió la venta del hombre del tacón de oro. Spalletti forzó la reconciliación con Totti y adelantó un poco más la posición de Mancini. El brasileño que llegó a Italia como lateral derecho se transformó en extremo izquierdo.

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Quien vio el gol de Amantino Mancini frente al Lyón (control de un balonazo larguísimo, cinco bicicletas en el área, adiós para siempre al defensa y zurdazo a la escuadra) tiene motivos para besar la calva de Spalletti y para amar el fútbol. El Roma es capaz de jugar muy bien, como demostró el martes. Si juega siempre así, llega paseando a la final de Atenas. Pero el Roma, como Totti, como Mancini, sufre de vez en cuando ciclotimias agudas. Eso suele ser fatal en Liga de Campeones. La eliminatoria con el Manchester dará la medida romana. Si las cosas van mal, quedará al menos el gol de Mancini. Y se podrá hacer con él lo que recomendaba Trappatoni, con su involuntario surrealismo: "olvidarlo como un recuerdo bellísimo".

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LA ETERNIDAD INMUTABLE (19-3-2007)

Los antiguos egipcios distinguían dos tipos de tiempo infinito. Uno era el neheh, en el que los ciclos característicos del tiempo (días, mareas, equinoccios) se sucedían indefinidamente. Otro era el djet, un concepto paradójico porque definía el tiempo por su ausencia: el djet era la eternidad inmutable, sin ciclos, sin envejecimiento, sin regeneración. En el djet no era posible ningún cambio. Neheh y djet eran obviamente incompatibles. El faraón podía irse al djet una vez muerto en el neheh, pero no saltaba de uno a otro. En Italia, la incompatibilidad entre neheh y djet no resulta tan clara. Funcionan los relojes, pasan los días y la gente envejece, por supuesto. El senador vitalicio Giulio Andreotti, conocido en el Parlamento como Belcebú, puede ser, como sospechan algunos, inmortal; ello no le impide envejecer y experimentar cambios. Existe constancia, por ejemplo, de que a mediados de los 80 Andreotti se hizo unas gafas nuevas, con la montura más fina. Los ciclos italianos del neheh parecen, sin embargo, impregnados del espíritu de inmutabilidad proprio del djet. No hablamos de política, aunque la política forme parte del misterio. Ahora mismo, la ciudadanía del Bel paese se enfrenta a una perspectiva peculiar: si en un plazo más o menos breve hubiera que celebrar elecciones anticipadas, cosa posible, podrían verse obligados a elegir entre Romano Prodi y Silvio Berlusconi. Como siempre. Y a esperar un nuevo programa de Adriano Celentano. Como siempre. Hablamos de fútbol. Quizá el lector recuerde que en el estadio de Catania un policía fue asesinado en una noche de terribles disturbios (2 de febrero de 2007) y que las autoridades prometieron un cambio drástico. Se acabaron las contemplaciones, dijeron. Basta tolerancia. Todo iba a ser distinto y nuevo. El Gobierno aprobó un paquete de medidas para salvar el calcio de una violencia autodestructiva y lo envió al Parlamento. El paquete de medidas está ahora en la Cámara de Diputados, un espacio sospechoso de contener djet. Y las nuevas normas durísimas, reblandecidas en adobo de enmienda garantista, se parecen cada vez más a las viejas normas complacientes. Volverán los contratos entre clubes y peñas de ultras, volverán los trenes del salvajismo y, poco a poco, volverá todo lo demás. ¿Que no? La Liga de Fútbol ha caído en manos de Antonio Matarrese, un antiguo diputado democristiano que dirigió la Liga entre 1982 y 1987 y la Federación entre 1987 y 1996. Todo un clásico. Un tipo con experiencia suficiente como para afirmar que las matanzas en los estadios forman parte del sistema y no hay que hacer tantos aspavientos. La Federación, que tras el escándalo de la manipulación de resultados (hace una eternidad: ocurrió en 2006) fue confiada a un eminente jurista, Guido Rossi, y luego a un renovador como Luca Pancalli, celebrará elecciones el mes que viene. El candidato con más posibilidades se llama Giancarlo Abete y era vicepresidente de la Federación allá por 2006, cuando se coció el escándalo. Esta semana se ha publicado un dato curioso: los italianos van más al teatro que al estadio. Los tifosi constituyen la gran mayoría del país, y quien más, quien menos, tiene el corazón entregado a unos colores balompédicos. Pero la gente no es tonta. En 2006, los teatros acogieron 13,5 millones de espectadores de pago. Los estadios, 12,7 millones. Influye la violencia en las gradas, sin duda. Lo esencial, sin embargo, debe ser la variedad: los teatros cambian de función de vez en cuando.

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UN ASUNTO DE FAMILIA (2-4-2007)

Los países de tradición católica no suelen ser puritanos. El mecanismo de la confesión y la penitencia genera conciencias elásticas. Por eso el Vaticano vive pendiente de España e Italia: teme que el escepticismo religioso nos lleve a la amoralidad y la indecencia, sin estaciones intermedias. Y hace algo parecido a una oferta. Vale con que no vayan a misa, viene a decir, pero protejan la familia tradicional. En esta defensa, la Iglesia católica utiliza argumentos relacionados con la moral, la historia, la pedagogía, la psicología, la sociología y el derecho. Quizá resulten convincentes en el caso español. En Italia, sin embargo, podrían bastar tres palabras: economía, Agnelli, Juventus. En Italia, el país más mediterráneo del Mediterráneo, el Estado no inspira devoción. Ni siquiera temor. Viene a ser una cosa útil para colocarse o colocar a los parientes. La justicia es lenta y errática, la política es indescriptible, el pueblo de al lado cae muy lejos y cae antipático, los ideales sólo son buenos mientras duran y todo es negociable. La auténtica fe se deposita en la familia, la nuclear y la clánica. Italia es un país de empresas familiares y de asuntos familiares. La cosa, a su modo, funciona. Y emana una extraña naturalidad. ¿Por qué la gente simpatiza con los Corleone de El padrino? No por los crímenes, ni por su código de honor, sino porque son una familia de aroma italiano. ¿Qué habría sido de Italia si el primer Agnelli o el primer Barilla no se hubieran casado? Muchas dinastías industriales fracasan, pero las que sobreviven se hacen casi indestructibles gracias a la fuerza de la sangre y a los lazos del clan. Esto de la sangre suena a burrada, pero es la única explicación posible ante ciertos fenómenos. Ahí está el caso de John y Lapo Elkann, dos muchachos neoyorquinos, crecidos en Brasil y educados entre Francia e Inglaterra. Su madre es una Agnelli y su abuelo fue Gianni Agnelli, el imponente Avvocato; ellos sufren aún cierta dificultad para expresarse en italiano. John tenía 22 años cuando ingresó en el consejo de Fiat. Tenía 28 en 2004, cuando, a la muerte del tíoabuelo Umberto, fue nombrado vicepresidente y cabeza de familia. Apoyado en Luca Cordero di Montezemolo, el fiel consigliere que asumió temporalmente la presidencia para dar un poco de aire al muchacho, John se concentró en las empresas familiares. Fiat, que todos daban por muerta, resucitó. El diario La Stampa se renovó con éxito. Ferrari siguió siendo Ferrari. Quedaba la Juve, un asunto de familia desde que Edoardo Agnelli asumió, en 1923, su presidencia. Era un asunto sentimental de los viejos Agnelli, no daba dinero y causaba muchas preocupaciones. El año pasado dio el disgusto definitivo con la corrupción y el descenso de categoría. John y Lapo no simpatizaban con el régimen de Antonio Giraudo, consejero delegado, y Luciano Moggi, director general. Lapo, por dislexia, lapsus freudiano o simple mala leche, les llamaba Caín y Babel. Tras el escándalo, lo normal habría sido mantener el Juventus hasta su vuelta a la Serie A y venderlo a buen precio para reforzar otras actividades. Al fin y al cabo, John y Lapo, a diferencia de su abuelo o de Berlusconi, no son muy futboleros. Esta semana, con la Vieja Señora en camino del ascenso, los Elkann-Agnelli han efectuado una fortísima ampliación de capital en el Juventus: 105 millones de euros, 70 de los cuales son de la familia, que pondrá también una de sus marcas, New Holland, en las camisetas, lo que les costará otros 33 millones. Y se declaran dispuestos a seguir pagando hasta que el club vuelva a la élite mundial.

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¿Por qué? Porque el Juventus es un asunto de familia. Y con la familia no se juega. No hay otra explicación plausible.

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EL CÓDIGO DEL PRESTIDIGITADOR (9-4-2007)

El fútbol es un lenguaje. Y en el calcio nadie domina ese lenguaje mejor que el Roma. Es una cuestión de estilo: la precisión con que la nube de centrocampistas desarrolla el diálogo; la riqueza del monólogo interior que se lee en Totti, participe o no en el juego; la fluidez sintáctica en situaciones espesas. También es cuestión de inventiva: un equipo sin ariete es un equipo sin desarrollo lineal, obligado a renunciar a la sencillez argumental y a moverse en espirales. El técnico, Luciano Spalletti, no se asemeja en nada a Julio Cortázar. Su fútbol, sin embargo, luce las hechuras de Rayuela. Para Spalletti, el balón es como La Maga de Rayuela: un elemento imprescindible, porque lo inspira todo, pero no siempre visible. El movimiento de la nube de centrocampistas (Pizarro, De Rossi, Perrotta, Totti) se basa en el código del prestidigitador. Los dedos nunca son más rápidos que la vista, y los futbolistas no son más rápidos que el balón. Pero es hermoso creerlo. El truco consiste en desviar la atención: cuando la pelota está aún atrás, entre los pies de Pizarro, el espectador ya mira hacia delante, hacia esos tipos que se cruzan en diagonal, tratando de adivinar la carambola. La defensa rival, como el espectador, se distrae por un segundo. Por eso el balón parece llegar de ninguna parte al lugar menos previsto. A veces no pasa nada. Pero todo pasa muy rápido. Eso es el Roma. El Inter es una conciencia atormentada, una redención imposible. Tiene de su parte la razón y actúa con la mejor voluntad. Desarrolla un juego de factura clásica, amplio, de gran respiración. No pierde nunca. El scudetto ya es suyo. Como en Crimen y castigo, sin embargo, el principal protagonista del calcio es perseguido por una sombra. Como Raskolnikov, el Inter creyó hacer justicia acabando con un personaje mezquino y corruptor (la vieja usurera sería en este caso el Juventus de Luciano Moggi). Ahora se descubre obsesionado por la Juve, a la que en cierta forma ha suplantado. Aún no sabemos cómo, pero sabemos que la novela interista desemboca en un purgatorio siberiano. El Milan es un texto larguísimo, inacabado, crepuscular, en el que los vestigios de un pasado glorioso conviven con un proyecto indefinido. En su novela se desconoce el argumento, se reflexiona sobre la modernidad y se añora un tiempo mejor mientras se busca el futuro. Hasta los héroes jóvenes, como Kaká, padecen la erosión de la nostalgia. Las joyas de Milanello relucen con la tristeza dorada de un baile austrohúngaro. El técnico Carlo Ancelotti posee algo similar al mejor novelón infumable de todos los tiempos: El hombre sin atributos, de Robert Musil. El Lazio ya es tercero. Nadie se explica el portento de una narración espléndida trenzada con mimbres toscos. Comenzó con puntos de penalización, es un club técnicamente en la ruina, la grada pita al presidente y no hay forma de disipar la imagen de institución filofascista. A falta de otra explicación convincente, debe ser cosa de talento. Como Las hijas de Rebeca: Dylan Thomas, un genio borracho, escribió para el cine la historia de unos rebeldes galeses disfrazados de mujer; la historia no se filmó (hasta mucho más tarde, y mal) y el artefacto quedó en el aire, colgado de su propia magia. El Lazio y sus bucaneros son Las hijas de Rebeca: una extraña delicia.

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GRUÑIDO (16-4-2007)

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Había que ver las caras al día siguiente, cuando el estupor empezaba a disiparse y la magnitud del desastre se perfilaba con claridad. La avalancha de chistes (el patrocinio de Seven Up...) y el sarcasmo de los rivales dolían, pero lo que más oprimía el pecho era la conciencia del pecado indeleble. Pasarán los años y el 7-1 seguirá ahí, una mancha eterna en los anales. Luciano Spalletti quiso que la plantilla al completo diera la cara y cada uno farfulló el mantra que le correspondía: "Hay que preservar la unidad" (Totti), "Todo nos salió mal y a ellos todo bien" (Panucci), "con el 2-0 tuvimos demasiada prisa por marcar" (De Rossi), "nos faltan suplentes" (Spalletti). Qué se le va a hacer. La mecánica más fina del calcio reventó en Old Trafford: un muelle por aquí, una tuerca por allá. Un reloj destripado. Una lástima. Gattuso convive con Maldini, Pirlo, Seedorf, Kaká y Ronaldo. Cuando habla, todos escuchan Por alguna razón, el desastre del Roma en Manchester y el éxito del Milan en Múnich generaron una misma reflexión, quizá deprimente, en numerosos comentarios: el hombre que marca la diferencia, el futbolista italiano más relevante en el calcio de hoy, es uno de esos tipos tan listos que prefieren pasar por tontos, torpes y obcecados. Se trata, como es obvio, de Gennaro Gattuso. Él sigue empeñado en preservar su mala fama. Tras un partido de Italia en el pasado Mundial, un periodista le comentó que había sido el jugador más destacado de la selección. Cualquier otro habría respuesto con una ñoñez de manual. Gattuso, no. "No empecemos insultando al fútbol", masculló. Pero la evidencia empieza a ser demasiado meridiana como para ocultarla tras un par de gruñidos. El mismo Carlo Ancelotti lo reconoce: "En una escala del 1 al 10, la importancia de Gattuso en el Milan es de 10. Gattuso es el alma del equipo". Los amigos le llaman Rino. Los tifosi, Ringhio (gruñido). Los puristas del fútbol le retirarían, si pudieran, la licencia federativa. Muchos le consideran un descendiente no evolucionado de los Stiles, los Vogts, los Stielike: perros de presa, sicarios al servicio del técnico. El respeto que se le depara en el vestuario de Milanello indica, sin embargo, que Ringhio es algo más que eso. Gattuso convive con un tótem viviente como Maldini, un delineante mudo como Pirlo, un ególatra hiperactivo como Seedorf y un par de talentos como Kaká y Ronaldo y, cuando él habla, los demás escuchan. Cuando grita, los demás reaccionan. Cuando bromea, los demás ríen. Su presencia basta para relajar tensiones. Como Goliath para el Capitán Trueno, Biscúter para Carvalho, Sancho Panza para el Quijote o Haddock para Tintín, representa la comedia, la humanidad, el alma. Nació en Marina de Schiavonea, Calabria profunda, y cuando le fichó el Glasgow Rangers cenaba cada noche en un restaurante italiano; se casó, como corresponde, con la hija del dueño y, a su regreso a Italia, se construyó una mansión de indiano en Marina de Schiavonea. Un futbolista con barba es ridículo o especial. Sólo se recuerdan los especiales: el último Best, el gran Hulshoff del Ajax, el belga Gerets, el doctor Sócrates. Con su barba, su autoironía, sus pies cuadrados y sus ojos de Martínez Soria, Ringhio parecía condenado al chiste. Se ha convertido, en cambio, en una prueba viviente de que en el fútbol, como en cualquier otro oficio, es posible aprender y mejorar, incluso cuando el talento natural es limitado. Gennaro Gattuso, campeón del mundo, de Europa y de Italia, se retirará algún día con un palmarés asombroso. Un secreto: no tiene los pies cuadrados. Un dato estadístico: no es un jugador violento. Una evidencia: a él nunca le meterán siete.

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FIN DE SIGLO (23-4-2007)

Hay quien dice que, en términos históricos, el siglo XX concluyó el 9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín y el fin de la utopía comunista. También se puede pensar que el siglo XXI comenzó el 11 de septiembre de 2001 con el primer ataque terrorista a gran escala. En esos mismos términos, quizá el siglo XX del calcio concluyó ayer, 22 de abril de 2007, con el 15º scudetto del Inter. La historia contemporánea tenía una deuda pendiente con La Bienamada, la segunda institución futbolística más popular de Italia, por detrás del Juventus y por delante del Milan. No se podía cerrar el siglo de los horrores sin asistir a un irrepetible doble portento: el Inter campeón y la Juve, su gran rival, en Segunda. Nunca más veremos algo así. Es de suponer que el Inter se coserá, algún día, un nuevo scudetto sobre la camiseta. Pero (salvo nueva contratación de Luciano Moggi como director general) el Juventus no volverá a caer en el pozo. Ha sido una temporada redentora. Hacía falta que la sociedad turinesa pagara por años de abusos. El descubrimiento de los amaños de Moggi fue casual (el teléfono interceptado de un mafioso) y podría no haber ocurrido, lo que subraya su calidad casi milagrosa. La afición juventina ha soportado un castigo severo; a cambio, no tendrá que soportar reproches la temporada próxima. El Juventus ha pagado y está limpio. La Vieja Señora podrá retomar con tranquilidad su vocación victoriosa. También se ha redimido el Inter: hacía falta que ganara de una vez para terminar con cientos de chistes viejos sobre su impotencia. Dado que la vida nunca es perfecta, el Inter ha obtenido el scudetto igual que la última vez. Como en 1989, La Bienamada se ha salido de la tabla. Todo estaba ya cantado en febrero. El Inter no sabe dar drama a sus victorias. Esto último es una reflexión típicamente interista. El aficionado negriazul siempre encuentra objeciones. Esta vez hay muchas: faltaba el Juventus en el campeonato, pasó lo que pasó en Valencia, se perdió el partido con el Roma, el título llegó en campo ajeno... Se trata, tal vez, de falta de costumbre. A ganar se aprende ganando. Y a perder, perdiendo. En materia de derrotas, como se sabe, el interista es experto. En el pasado reciente cuenta con dos obras maestras del género. La del 26 de abril de 1998 se distingue por una crudeza estilizada: en el encuentro decisivo para el título, a falta de tres jornadas, se enfrentan el Juventus y el Inter, separados por un punto. En el momento decisivo, el defensa Iuliano derriba a Ronaldo dentro del área con una fogosidad casi sexual. El árbitro, Ceccarini, deja seguir el juego y en la misma jugada, segundos después, pita un penalti a favor del Juventus. Inolvidable. Desde el punto de vista del desarrollo argumental, lo del 5 de mayo de 2002 fue todavía mejor. Jornada final del campeonato. Inter, 69 puntos; Juventus, 68; Roma, 67. El Inter debe ganar al Lazio en el Olímpico para asegurarse el scudetto y la afición laziale desea con todas sus fuerzas la victoria del adversario: no quiere que una carambola de último minuto favorezca al Roma. El Olímpico se entrega al Inter desde el primer momento y los jugadores del Lazio cooperan. Marcan Vieri y Di Biagio para el Inter, pero Poborsky, que no entiende de las cosas romanas, marca dos goles para el Lazio. El Inter percibe la

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inminencia de la tragedia y, siguiendo su instinto, se arroja de cabeza hacia ella. Simeone, ex interista, casi sin querer y sin celebrarlo, firma el 3-2. La cosa acaba en 4-2 con las dos aficiones amargadas. La del Inter, m谩s, evidentemente. El scudetto de 2002 fue para el Juventus. El Roma qued贸 segundo. El mal sabor de boca dur贸 hasta ayer mismo.

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EL BAÑO (30-4-2007)

Tras el derby mediocre de ayer, 0-0 y a casa, el Roma y el Lazio cierran la temporada. Ya está todo vendido. El Roma terminará segundo y clasificado para la Liga de Campeones; el Lazio, tercero o cuarto, jugará los preliminares de ese torneo. Los romanistas quedan por delante de sus rivales y, en teoría, deberían estar más contentos. En realidad, no lo están. El alivio llegará con el tiempo, cuando los años difuminen ciertos recuerdos y resalten otros. Los resultados se guardan en la memoria y amarillean como el papel. Las leyendas metropolitanas gozan de vida propia y no se marchitan jamás. La gente giallorossa tiene aún clavada en el corazón la estaca de Manchester. Aquel 7-1 dejó por los suelos su discreto prestigio internacional y propició decenas de chistes. Menos abrumador, pero no menos doloroso, fue el rotundo 3-0 con que el Lazio ganó el derby de la primera vuelta. Aunque la clasificación final favorezca al Roma, los enfrentamientos directos y el 7-1 inglés pintan una sonrisa en los labios laziales. Pero hay que tener en cuenta el baño. Lo del baño ocurrió el 10 de diciembre, inmediatamente después del primer derby de la temporada. Delio Rossi, el entrenador del Lazio, prometió a sor Paola, monja de gran autoridad entre los tifosi del equipo, que, en caso de victoria, se daría un chapuzón en la fuente del Gianicolo. No le importaba el frío: Rossi, por entonces aún muy discutido por el despido de Paolo di Canio (el de los saludos fascistas), quería demostrar que estaba dispuesto a dar la salud por la bandera blanquiceleste. Delio Rossi cumplió su palabra. Esa misma noche, con el cuerpo caldeado por la victoria, el técnico subió al Gianicolo y, rodeado de cámaras, se zambulló en el agua. Concluida la experiencia y bien envuelto en un albornoz, comentó que el agua de la fuente no estaba tan fría como esperaba. A la mañana siguiente, el diario El Romanista (el nombre hace innecesaria una explicación sobre su tendencia) salió a la calle con un titular en romanesco: "A Delio Rossi, ce sei cascato!". ¿En qué trampa había caído el pobre Rossi? El diario lo explicaba con todo lujo de detalles. Según El Romanista, en cuanto el árbitro silbó el final, unos 40 romanistas corrieron hacia el Gianicolo y descargaron su frustración sobre la fuente. Por decirlo de otra forma, orinaron en ella hasta deshidratarse. Poco después llegó Rossi. Y encontró el agua calentita. No existen imágenes de la hazaña mingitoria y es posible que no ocurriera. Pero la broma, cierta o falsa, dio la vuelta al ruedo en todos los medios informativos. La leyenda del baño templado circulará mientras existan tifosi. Delio Rossi no prometió nada para el derby de ayer. Y difícilmente volverá a proclamar urbi et orbe su intención de bañarse en una fuente romana. El hombre se equivocó en eso. Durante todo el año ha confirmado, por otra parte, que es la gran revelación de los banquillos. Fue un jugador mediocre y se estrenó como técnico profesional en 1993, con la Salernitana: el público le pitó ya en el primer partido amistoso y, sin embargo, esa temporada consiguió el ascenso a la Serie B. Pasó sin

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pena ni gloria por el Foggia (1995) y el Pescara (1996) y en 1997 regresó a la Salernitana: logró un nuevo ascenso, a la Serie A. Se declara alumno de Zeman, profeta del fútbol ofensivo, y saca petróleo de cualquier plantilla. Lo demostró el año pasado, llevando al Lazio a la Copa de la UEFA, y lo ha demostrado éste, enganchando el equipo a la Champions. Carece de carisma y su sentido de la higiene resulta discutible. En cuanto a lo demás, sabe lo que se hace.

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EL FINAL DE LA PRIMAVERA (7-5-2007)

En Sicilia hay dos primaveras. Una, estacional, se repite cada año con un estallido de luz y aromas. La otra es anímica y de periodicidad irregular. Se habla de primavera siciliana cada vez que brota en la isla una llamarada de resistencia cívica contra la mafia, o cuando repunta fugazmente la economía, o cuando los equipos de fútbol locales obtienen algún éxito. Esa primavera del ánimo suele ser efímera. Dos años atrás, en 2005, el calcio siciliano empezó a disfrutar de una primavera deliciosa. Palermo y Messina se encontraron en la Serie A y un soplo de aire cálido llenó los estadios. Las gradas de Palermo y Messina vibraban de entusiasmo. El aparente renacimiento se completó en 2006 con el ascenso del Catania. Tres equipos en la máxima categoría: sólo la región más rica de Italia, Lombardía, tenía con el Inter, el Milan y el Atalanta un peso igual al de Sicilia. Una historia edificante simbolizó esa primavera. Fue la de Giuseppe Sculli, un prometedor muchacho siciliano que jugaba en el Verona y acababa de alcanzar la internacionalidad sub 21. Sculli era nieto de Giuseppe Morabito di Africa, uno de los principales jefes de la mafia calabresa, la N'drangheta. Tras 12 años en paradero desconocido, Morabito di Africa fue detenido en el estadio del Verona: la policía supuso, con acierto, que el mafioso no resistiría la tentación de ver jugar a su nieto y distribuyó agentes entre el público. El joven Sculli fue fichado por Luciano Moggi para el Juventus, pero la detención del abuelo le hundió anímicamente. Lucianone, que, como se supo después, tenía mucha mano en muchas cosas, decidió que a Sculli le convenía un periodo de rehabilitación en el Messina. Allí jugaba Gaetano d'Agostino, hijo de un arrepentido de la Cosa Nostra y, como tal, condenado a muerte por la mafia. D'Agostino tenía la misma edad que Sculli y se había visto obligado a abandonar el Roma, en el que se entrenaba con escolta, por causas más graves que las de Sculli. Los aficionados acogieron con calor a los dos muchachos. D'Agostino, centrocampista, y Sculli, atacante, recuperaron un buen nivel. Este espacio recogió la historia de los dos refugiados en septiembre de 2005. La buena temporada del hijo del arrepentido y del nieto del jefe mafioso llamó la atención de otros equipos. Un año después, sus destinos se separaron. D'Agostino se fue al Udinese. Ayer jugó y perdió frente al Cagliari. Sculli se fue al Génova, a punto de ascender a la Serie A, pero ayer no jugó. Lleva tiempo sin hacerlo. Poco después de llegar a Génova, Giuseppe Sculli fue acusado de asociación para delinquir (típico delito mafioso) por un juez de Reggio Calabria. Luego, fue acusado de participar en una campaña de amenazas contra los habitantes de Bruzzano Zefirio, un pueblecito calabrés, encaminada a conseguir la reelección de la alcaldesa Rosa Marrapodi, presunto peón de la N'drangheta. Sculli está pendiente de proceso. No juega porque también se descubrió que, cuando formaba parte del Crotone, había amañado un partido para que ganara el rival, precisamente el Messina. El pasado 28 de noviembre, la justicia deportiva le descalificó por ocho meses.

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La primavera de Sculli, aquel chico que parecía la víctima inocente de los delitos de su abuelo, duró muy poco. También resultó breve la primavera del Messina, que ayer, vencido 0-1 por un Inter desganado, perdió toda esperanza de salvación. El Messina, como el Ascoli, penará en la Serie B la temporada próxima. El Catania, castigado por los terribles disturbios de febrero, en los que murió un policía, está a sólo tres puntos del descenso. Y el Palermo, que allá por diciembre parecía aspirar al scudetto, lucha por conseguir una plaza en la Copa de la UEFA. Se acabó la primavera de Sicilia.

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132.

JOE RED (14-5-2007)

Cuando un equipo llega a enero ya en situación desesperada, suele cambiar de entrenador. También tiene la opción de conseguir por unos meses a un futbolista curtido, un campeón capaz de elevar la moral de sus compañeros, dirigirles sobre el campo y asumir la responsabilidad en los momentos decisivos. El Parma parecía desahuciado y tomó ambas medidas: contrató a un nuevo técnico y logró que el Manchester United le cediera una pieza contrastada de su plantilla. Claudio Ranieri, veterano trotamundos, se sentó en el banquillo del Parma el 12 de febrero. El calcio estaba conmocionado por los disturbios de Catania, en los que perdió la vida, en circunstancias aún confusas, un policía. En esos días de luto, Ranieri llegó, lució su habitual sonrisa y lanzó un escueto mensaje a la plantilla y al público: "Desde ahora, a muerte". Es difícil meter más la pata con menos palabras. En Parma se prepararon a hacer el viaje desde Guatemala a Guatepeor. Sólo quedaba confiar en el futbolista recién llegado desde Manchester. Había que tener fe en ese hombre, que había debutado el 21 de enero y había hecho justo lo que se esperaba de él: puso orden, marcó un gran gol e hizo que el Parma lograra su primera victoria en 10 partidos. Demostró que podía jugar como centrocampista, como punta y como extremo. Su experiencia se lo permitía. En las semanas siguientes, el nuevo líder del equipo se lo echó todo a la espalda. ¿Un penalti a favor en el último minuto? Ningún problema, ahí estaba Joe para marcar. ¿Un gol imposible en el minuto 91? Ningún problema, Joe cazaba un balón al vuelo fuera del área y hacía un destrozo en la red del Livorno. Joe corría, sonreía, distribuía balones sin fallar nunca, animaba a los demás y resolvía marcadores. Ayer consiguió su noveno gol. Y el Parma empezó a pensar que la salvación estaba hecha. Joe, el héroe tranquilo y cargado de experiencia, acaba de cumplir 20 años. Nació en Nueva Jersey, hijo de inmigrantes italianos. La familia regresó a Italia y colocó al chico en los alevines del Parma, donde creció como futbolista. Aquél era un Parma potente. Su propietario, el magnate Calisto Tanzi, dueño del holding alimentario Parmalat, reunió en el equipo a gente como Buffon, Cannavaro, Thuram y Crespo. Aquéllos fueron los ídolos del pequeño Joe. En 2004 se produjo el desastre: se descubrió que Parmalat era un colosal fraude financiero, el magnate Tanzi fue a la cárcel y la sociedad futbolística, comisariada por el Gobierno al igual que el resto del holding, liquidó todo lo vendible. Uno de los que se fueron al final de esa temporada negra fue el pequeño Joe. El Manchester United se lo llevó por sólo 200.000 libras esterlinas. El nombre de Joe es Giuseppe Rossi, el más común en Italia. En Estados Unidos le llamaban Joe, y en Manchester tradujeron también el apellido: Joe Red. Alex Ferguson le hizo debutar de inmediato en el primer equipo y no le tuvo nunca en el banquillo: si no era titular con los mayores, lo era con los juveniles. En la temporada 2005-06 marcó 26 goles en 26 partidos. Luego fue cedido al Newcastle, para que siguiera fogueándose en el campeonato más competitivo del mundo. Ferguson le definió de forma categórica: "En las cercanías del área es el jugador más eficaz de todo el club". Sabiendo lo que tienen los red devils, eso fue más que un elogio.

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Giuseppe Rossi, Joe Red, volverĂĄ a Inglaterra en junio. El Manchester United necesita a futbolistas curtidos como ĂŠl, capaces de manejarse igual de bien en los grandes espacios britĂĄnicos y en las estrechas callejuelas del calcio para alcanzar la cima europea.

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133.

LA EXPIACIÓN Y LA SOBERBIA (21-5-2007)

El fútbol no se parece a la vida. El fútbol, como la literatura o la música, flota por encima de las leyes de la física, la biología y la moral. Es una ficción soñada por un demente y ahí, probablemente, radica su gracia. No hablamos del trabajo de quienes lo juegan o lo estudian. Eso es otra cosa. Las libretas de Benítez no dieron el éxito al Liverpool en la final de Estambul contra el Milan ni bastó el esfuerzo de sus futbolistas para explicar aquella galopada hacia el empate y la victoria, pero sin libretas y sin esfuerzo (y una fe ciega) no habrían llegado a ninguna parte. El mérito del Juventus queda fuera de discusión. Atravesar de punta a punta el infierno de la Serie B en un solo año resulta muy difícil incluso para un equipo abundante en campeones. Y hacerlo con un lastre de nueve puntos negativos complica más las cosas. Ayudaron las rebajas disciplinarias (la penalización inicial era de 30 puntos) y alguna benevolencia arbitral (ningún árbitro quiso cargar con la responsabilidad de retardar el regreso de la Señora, la reina del calcio), pero eso no limita la condición heroica de quienes se quedaron en el equipo para luchar y enfangarse. Tipos como Del Piero, Nedved y Buffon se han ganado el reconocimiento eterno de la parroquia blanquinegra. Alessandro del Piero, de 32 años, futuro dirigente de la sociedad turinesa, exultó al concluir el partido contra el Arezzo. El 1-5 les colocaba de nuevo en la Serie A. Del Piero, con 20 goles esta temporada, fue el mejor símbolo del mejor Juventus: recordó que se había "expiado una pena" y se declaró "absolutamente feliz". Dijo lo que había que decir, con una sonrisa. Quizá no sea el mejor futbolista italiano de su generación, pero es de largo el más inteligente y el más simpático. Era necesario recordar que la Juve había tenido que expiar las culpas de su ex director general, Luciano Moggi. No bajó de categoría por arte de magia, sino como castigo por varias temporadas de manipulación arbitral, corrupción de dirigentes federativos y, en palabras de un fiscal, "comportamiento típicamente mafioso". Era necesario expiar para redimirse. Y las desgracias no fueron sólo deportivas: la muerte de Romeo, el viejo utillero; el intento de suicidio de Pessotto; la tragedia que acabó con la vida de dos muchachos del equipo juvenil, ahogados en un estanque junto al campo de entrenamiento... Los futbolistas y la renovada directiva ya han cumplido. Más allá, en el universo forjado por los sueños de un demente, hay quien no ha cambiado. El sábado, un centenar de tifosi se congregaron en el centro de Turín para negarlo todo. Moggi no hizo nada malo, el Juventus jamás gozó de favores arbitrales, todo fue una conspiración. Habrá quien lo crea toda su vida. No importa. La soberbia irracional suele costar muy cara en la realidad. En el mundo onírico del fútbol sale casi gratis. Sólo un puñado de personas celebraron la difícil proeza del ascenso, y lo hicieron de la peor forma. Lástima. El equipo de la redención merecía algo más. El nuevo utillero, Franco Monetta, fabricó unas camisetas para celebrar el retorno. Eran de color rosa, el color fundacional del Juventus, y llevaban la inscripción "B...astA". El entrenador, Didier Deschamps, no quiso ponerse la camiseta conmemorativa. "El rosa es feo; en Francia, es el color de los maricones", dijo. Inteligencia, tacto y humildad. Si hay que guiarse por Deschamps, la Juve, el club más glorioso del calcio, ha vuelto a la Serie A con toda su simpatía de siempre.

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ÚLTIMAS NOTICIAS (28-5-2007)

Fin de curso en el calcio. Estas son las últimas noticias. 1. El Inter, campeón, concluye la temporada con unas cifras de vértigo. Acumula 97 puntos, 22 más que el segundo clasificado; ha ganado 30 partidos, empatado siete y perdido sólo uno. Ha marcado 80 goles. Es un resultado asombroso, después de tantos años de miseria. La sociedad organiza una gran fiesta, pero los jugadores optan por celebrar el éxito a su manera. En el entrenamiento del sábado, Toldo y Materazzi se lían a puñetazos. Córdoba pega una patada a Ibrahimovic. Ibrahimovic, la estrella arrebatada al Juventus el año pasado, se fotografía con Luciano Moggi, el gran corruptor, y se ofrece públicamente al Milan. Adriano concluye su exhaustiva investigación sobre las discotecas milanesas justo a tiempo para la fiesta; acto seguido se marcha de vacaciones a Brasil para efectuar ulteriores investigaciones nocturnas. Perspectivas óptimas para el año próximo. 2. El Juventus, campeón de la Serie B, regresa a la máxima categoría. El entrenador, Didier Deschamps, lo celebra dimitiendo. Había pedido los fichajes de Gerrard (Liverpool), Toni (Fiorentina) y De Rossi (Roma), pero llega Iaquinta (Udinese). Buffon, el portero-mito, parece también dispuesto a marcharse. El portazo de Deschamps es acogido con fruición por la directiva: "No impediremos que se vaya". Los jugadores se declaran desolados. La directiva quiere que vuelva Marcello Lippi, pero el técnico campeón del mundo prefiere seguir en paro hasta que juzguen a su hijo Davide, acusado de pertenecer a la red mafiosa de Luciano Moggi. La fiesta juventina es aún más amarga que la interista. 3. El pequeño Chievo, representante de un barrio de Verona, acompaña a Ascoli y Messina a la Serie B. Es una de las sociedades más simpáticas, cuenta con los tifosi más pacíficos y hasta ahora desconocía el sabor del peor trago: siempre había subido, peldaño a peldaño, hasta alcanzar hace siete años la Serie A. Su propietario y presidente, el pastelero Luca Campedelli, de 38 años, encaja con dignidad un desastre que pareció improbable hasta el último minuto. Hace honor a su padre, el pastelero Luigi Campedelli, de quien heredó el club. El lema del patriarca Campedelli está enmarcado en las oficinas: "Es mejor callar y parecer tonto, que abrir la boca y despejar cualquier duda al respecto". 4. Totti anota dos goles en el último partido, frente al Messina, y alcanza los 26. Sólo Van Nistelrooy parece en condiciones de arrebatarle la bota de oro. Lo de Totti tiene su mérito: juega con una placa metálica y un montón de clavos en una pierna, es un centrocampista reconvertido en ariete y ha fallado siete penaltis (el último, ayer). 5. El Redemptoris Mater gana la Clericus Cup, la liga vaticana. Los futbolistas del Redemptoris forman parte del Camino Neocatecumenal del español Kiko Argüello (los llamados kikos) y se alzan con la final gracias a un gol de penalti injusto que provoca una tangana. El árbitro, tras varias tarjetas amarillas, disculpa las protestas de la derrotada Universidad Lateranense: son curas, pero esto es una final, explica. Matiocco, el jugador más popular del Red Mat (nombre con que se conoce al Redemptoris), no juega el partido decisivo, pero desde la grada le animan lo mismo: "Juegue bien, juegue mal, Matiocco cardenal". Este corresponsal concluye sus historias, da las gracias y se despide.

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OTRAS HISTORIAS PARTE I: El País


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LA CASA QUE HEREDA MESSI

Roberto Fontanarrosa, el mejor escritor de fútbol de todos los tiempos, desapareció el 19 de julio de este año. La gran comitiva fúnebre que acompañaba al féretro partió al día siguiente hacia el cementerio de Granadero Baigorria, con parada en el Estadio Gigante de Arroyito. El estadio de Rosario Central, los canallas, fue el auténtico hogar de Fontanarrosa. El acontecimiento más importante en la historia de los canallas no ocurrió en el Gigante, sino en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River Plate. Fue en el Monumental donde, el 19 de diciembre de 1971, Aldo Poy realizó su palomita. Central y Newells, los leprosos, disputaban una semifinal de copa, y el gol de Aldo Poy dio la victoria a los canallas. ¿Poca cosa? Cada 19 de diciembre, los canallas organizan una gran fiesta, invitan a Poy (que tiene ya 62 años) y le pasan un balón para que reproduzca, por enésima vez, aquella palomita. El gol vuelve a celebrarse, año tras año. Y su eco sigue resonando en el Gigante, aunque fuera marcado en el Monumental. El viejo Casale, protagonista de un célebre cuento de Fontanarrosa, murió, se supone que feliz, el 19 de diciembre de 1971, minutos después de ver el gol de Poy. Cuando el féretro de Fontanarrosa se detuvo ante el Gigante, cientos de canallas, con la camiseta azul y amarilla, le despidieron con una ovación. Un estadio es una cosa muy seria. Ningún estadio se parece a otro. Y la arquitectura, en materia de estadios, constituye un elemento secundario. Anfield, el estadio del Liverpool, es pequeño y contrahecho. Pero nadie puede evitar un escalofrío cuando, en el camino de los vestuarios al césped, toca la placa que colocó Bill Shankly, This is Anfield, "para recordar a nuestros muchachos qué camiseta defienden, y a nuestros adversarios contra quién juegan". Los estadios se hacen, en realidad, con emociones. Con historia y con personas. La casa que construyó Kubala, la casa que acogió a Cruyff, Maradona y Romario, la casa que hereda Messi, acumula ya 50 años de mística particular. El Camp Nou es célebre en todo el planeta, recibe a millares de turistas y causa impresión al primerizo: tan grande, tan lleno, tan luminoso. Sobre el Camp Nou flota, sin embargo, una nube fría. Quizá porque los catalanes hemos incorporado a nuestro ADN un histórico déficit institucional, tendemos a convertirlo todo en institución. En el estadioinstitución se goza y se sufre con escepticismo. Se exige, se tolera, se rechaza. Se soporta mal la contrariedad. Se mantiene la cabeza clara. El carácter institucional dificulta la embriaguez del alma y favorece un sonido peculiar, una mezcla de siseo y chasquido de lengua, un zumbido que puede ser alegre o triste, pero está más cerca del silencio que del estallido. Cada 16 de mayo habría que hacer una fiesta e invitar a Rexach y Carrasco (ambos están a mano) para que reprodujeran, como Aldo Poy, los dos goles de la prórroga de Basilea, aquella final tan hambrienta, desquiciada y trascendental. Si el Camp Nou sonara como sonó una vez, en 1979, un estadio de Basilea, sería el mejor estadio del mundo.

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LA NOCHE DEL NEGRO JEFE

No volverá a jugarse un partido como el maracanazo, ni existen ya hombres como el Negro Jefe. Se ha escrito mucho sobre aquel día, 16 de julio de 1950, la fecha del fin del mundo, y sobre la hazaña del Negro. Lo realmente épico, sin embargo, fue la noche. El Negro salió a beber, aquella noche. Entre una cosa y otra, la noche del Negro Jefe duró 46 años, y terminó con su muerte, el 2 de agosto de 1996. Recapitulemos, aunque todo sea ya muy conocido. Obdulio Jacinto Muiños Varela nació mulato, pobre y asmático en Curva de Industrias (Montevideo) el 20 de septiembre de 1917. Sus padres se separaron y él, como sus hermanos, tuvo que buscarse la vida. Fue limpiabotas y vendedor a domicilio. Empezó a jugar al fútbol, aunque no era muy bueno: ni muy rápido ni muy técnico. Pronto se vio que lo suyo era otra cosa. Lo suyo era el carácter. Los compañeros le obedecían y los rivales le respetaban. Cuando llegó al Wanderers de Montevideo, en 1937, ya era el Negro Jefe, el medio centro, o centrojás (por centre-half), más prestigioso del país. Nunca perdía los nervios y sabía lo que vale un gesto. Cuando ya estaba en Peñarol, durante un partido contra Nacional, su compañero Montaño recibió una patada salvaje y el árbitro pitó una simple falta. El Negro Jefe cogió el balón y se acercó al árbitro: "Señor juez", dijo, "si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse, porque en mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha". Peñarol fue uno de los primeros equipos en lucir publicidad en la camiseta. La llevaban todos, menos el Negro Jefe, que se negó. En 1945, tras una victoria de Peñarol sobre el River Plate argentino, los directivos decidieron premiar a todos los jugadores con 250 pesos, y con 500 al Negro Jefe. Que no estuvo de acuerdo: "Yo jugué como todos; si ustedes creen que merecí 500 pesos, son 500 para todos; si ellos merecieron 250, yo también". Y fueron 500 para todos. Los directivos le odiaban. El sentimiento era recíproco. Y llegó el maracanazo: la final del Mundial de 1950, Brasil-Uruguay, en el nuevo estadio de Maracaná, con 198.000 entradas vendidas. El torneo se disputó como liguilla, sin eliminatorias, y a Brasil, la mejor selección del momento, le bastaba un empate para alzar el trofeo. A Uruguay se le reservaba el papel de víctima noble, y los propios dirigentes uruguayos asumían ese destino. La arenga en el vestuario fue deprimente: "Con llegar a la final ya han cumplido, traten de no comerse seis goles y jueguen con guante blanco". Mientras recorrían el pasillo entre el vestuario y la cancha, con casi 200.000 voces brasileñas atronando el estadio, el Negro Jefe hizo un discurso distinto: "No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo, y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasa nada". Brasil marcó, en el minuto 2 de la segunda parte. Entonces el Negro Jefe tomó el balón bajo el brazo y se dirigió al árbitro inglés para reclamar, con todo respeto, un fuera de juego. El árbitro no le entendió y hubo que llamar a un intérprete. Pasaron varios minutos. El Negro Jefe sabía lo que hacía: ganar tiempo, calmar el ambiente, iniciar una guerra de nervios.

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En cuanto se reanudó el juego, el Negro Jefe sólo dijo una palabra a sus compañeros: "Seguidme". En el minuto 17, el uruguayo Schiaffino empató el partido. Y a falta de 10 minutos, el Negro Jefe dio el balón a Ghiggia y éste marcó el 2-1. Fue el fin del mundo. No hubo ni ceremonia final, ni música, ni entrega de trofeos. El Negro Jefe tuvo que arrebatarle la copa de las manos a un desorientado Jules Rimet, presidente de la FIFA. Brasil entero lloraba. La selección brasileña no jugó otro partido en dos años. Y no volvió a lucir el color blanco que vestía hasta el maracanazo. En esa noche amarga de Brasil, el Negro Jefe se negó a celebrar la victoria con sus compañeros. Se marchó a recorrer bares, triste por los vencidos. Acabó bebiendo y consolándose con varios aficionados brasileños. Al día siguiente no quiso fotos, ni compartir festejos con los federativos. No sentía ningún ardor patriótico. ¿La explicación? "Mi patria es la gente que sufre". Le dieron un dinero y compró un coche viejo, de 1931; se lo robaron a la semana siguiente. Se retiró en 1955 para vivir en la pobreza con su mujer, y siguió rumiando, como si la noche del maracanazo fuera infinita, su desprecio por los dirigentes y su compasión por los brasileños. "Ganamos porque ganamos, nada más", afirmó, muchos años más tarde. "Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa". Los más grandes escritores de fútbol, Fontanarrosa, Soriano, Galeano, publicaron obras sobre el Negro Jefe. Obdulio Varela, el Negro Jefe, murió en 1996, meses después de morir su mujer. Sus botas de Maracaná y su camiseta, con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya. Al final, hasta eso se quedaron los dirigentes.

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EL BALÓN Y LA BANDERA

La industrialización acelerada del siglo XIX legó al siglo XX dos fenómenos de masas curiosamente hermanados: el marxismo y el fútbol. Ambos nacieron de la inmigración urbana, de la crisis divina y, en definitiva, de la alienación del nuevo proletariado. El marxismo propuso como soluciones la socialización de los medios de producción y la hegemonía de la clase obrera. El fútbol propuso un balón, once jugadores y una bandera. A estas alturas, no cabe duda sobre cuál era la oferta más atractiva. Lo esencial en el éxito del fútbol no es el balón, ni el jugador, sino la bandera: un factor de identificación pública estrictamente irracional. Conviene aclarar este punto. Antes de que las masas quedaran huérfanas, el deporte se basaba en el héroe. El gran deportista, modelo de virtudes, encarnaba las aspiraciones colectivas. En la Europa continental, esto fue así hasta bien entrado el siglo XX. Resulta significativo que los dos diarios deportivos más antiguos de Europa, La Gazzetta dello Sport (1896) y El Mundo Deportivo (1906), nacieran para informar sobre ciclismo. La reina de los sueños pobres era la bicicleta. El héroe era un tipo flaco que pedaleaba, encorvado sobre el manillar, dejándose el culo y los pulmones en cuestas sin asfaltar. Pero al ciclismo, tan rico en metáfora literaria, le faltaba metáfora social. La época no era de individuos, sino de masas. Y el ciclismo no conseguía expresar ciertas claves totémicas: el clan, el templo, la guerra, la eternidad. Todo eso, en cambio, lo tenía el fútbol. El fútbol se basa en el clan (los hinchas del club), el templo (el estadio), la guerra (el enemigo es el club del otro barrio, o la otra ciudad, o el otro país) y la eternidad (una camiseta y una bandera cuya tradición, supuestamente gloriosa, heredan sucesivas generaciones). Con el fútbol, uno nunca está solo. Liverpool, la ciudad con más talento para la música popular contemporánea, demostró buen ojo al elegir como himno de uno de sus dos equipos una vieja canción, cursi e insustancial, que llevaba, sin embargo, ese título: You'll never walk alone. Nunca caminarás solo. El secreto del fútbol está ahí. La cultura, como siempre, aparece después. Primero son las cosas, y después su explicación. El fenómeno futbolístico careció durante muchas décadas de una proyección cultural propia. Recuérdese la Oda a Platko de Rafael Alberti, dedicada en 1928 a un portero húngaro del Barcelona: "Tú, llave, Platko, tú, llave rota, llave áurea caída ante el pórtico áureo". O Los jugadores (1923), de Pablo Neruda: "Juegan, juegan, agachados, arrugados, decrépitos". Puro homenaje al héroe. Cultura deportiva, pero aún no futbolística. Pese a algunas excepciones, como la de Albert Camus, tuvo que entrar en crisis el hermano-enemigo del fútbol, el marxismo, para que la izquierda se atreviera a abordar la espinosa cuestión del balón y la bandera. Ocurrió hacia los años sesenta y setenta del siglo pasado. Mientras la intelectualidad conservadora, de tradición elitista, seguía despreciando el fútbol ("el fútbol es popular porque la estupidez es popular", Jorge Luis Borges) como lo había hecho Rudyard Kipling ("los embarrados idiotas que lo juegan"), ciertos escritores progresistas osaron reconocer, de forma cada vez más abierta, su pertenencia a la inmensa secta futbolística. Algunos, aún cautelosos por las incompatibilidades teóricas entre la racionalidad marxista y la irracionalidad del nuevo "opio del pueblo" ("una religión en busca de un dios", Manuel Vázquez Montalbán); otros, sin el menor empacho escolástico.

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La auténtica literatura futbolística, como otros descaros, surgió de la prensa. En España, con las columnas del ya citado Vázquez Montalbán o de Julián Marías. En Italia, con las crónicas de Gianni Brera. En Uruguay y luego en diferentes exilios, con Eduardo Galeano. Quizá los más brillantes periodistas de fútbol, los que generaron una cultura literaria que hoy se da ya por supuesta, fueron tres argentinos: Alberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Juan Sasturain. Los cuentos de Fontanarrosa, como Lo que se dice un ídolo, Qué lástima, Cattamarancio, El monito o 19 de diciembre de 1971 (más conocido como El viejo Casale) constituyen la mejor plasmación artística de un fenómeno, el fútbol, que abarca mucho más que estadios, resultados y virtuosismos técnicos. La actual literatura futbolística ya no tiene que andarse con explicaciones y asume su esencia mística: véase Fiebre en las gradas, de Nick Hornby. Las páginas de fútbol de los periódicos disponen ahora de espléndidos cronistas, y los más reputados escritores acuden a ellas como invitados. El fútbol no sólo posee una cultura propia: es cultura. Por encima del gigantismo económico (la Primera División española gastó el año pasado 525 millones de euros en fichajes), de las audiencias multitudinarias, de la corrupción y el disparate; por encima incluso de ídolos supremos como Maradona, nuestra historia, individual y colectiva, no puede explicarse sin el fútbol.

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22 DE JUNIO DE 2008

Yo estaba en Viena ese día. Miles de tifosi, la tricolor por todas partes, un ambientazo. No se me olvida la fecha: 22 de junio de 2008. Un gran partido. Un Italia-España era como un pequeño derbi, una rivalidad entre vecinos. Usted no se acordará, porque es muy joven, pero en aquella época les teníamos la moral comida. Los españoles nos ganaban los amistosos, pero nosotros siempre los machacábamos cuando contaba, en los partidos de verdad. Unos años antes Tassotti, que fue un gran terzino del Milan, había pegado un codazo a uno de los suyos en una eliminatoria decisiva, y, como perdieron también esa vez, nos la guardaban. Siempre les eliminaban en cuartos, ¿sabe? Estaban obsesionados. Ocurrió lo de siempre: que ellos llegaron muy bien al partido, y nosotros muy mal. España había pasado tranquilamente la primera fase, tenía a un tipo, un tal Villa, que marcaba goles a mansalva, y no le faltaban titulares. En España decían lo de siempre: esta vez es la buena, esta vez ganamos. Nosotros, pobrecitos azzurri, hicimos una primera fase penosa, para variar. Sólo marcamos tres goles, uno de penalti, los otros dos a balón parado y con rebote. Se lesionó Cannavaro, Materazzi estaba mal, perdimos a Pirlo y Gattuso por sanción... Le sonarán, ¿no? Da igual. Estuve diciéndolo todo el día: a los españoles no podía ya irles mejor. Parecían en estado de gracia. Sobre todo el tal Villa. Y en esos casos no sólo quieres vencer, quieres también convencer. Te recreas en los remates, la tocas de tacón, te sientes elegante. A nosotros, en cambio, no podía irnos peor. Toni, un tío tan bueno, no daba una. Fallaba lo difícil, lo regular y lo fácil. Me entiende, ¿no? Quiero decir que, por puro cálculo de probabilidades, Villa no podía seguir metiendo goles en cada partido. Y Toni, por esa misma razón, tenía que acabar marcando alguna vez. Luego estaba lo del chaval, De Rossi. No se imagina lo que debió ser para él, un tío nacido para mandar, crecer en la Roma de Totti. Porque Totti era Dios para los romanos. Pobrecito De Rossi, qué juventud. Vivir a la sombra de Totti era crudo, pero en la selección lo tuvo aún peor. En la nazionale tenía que soportar la autoridad de los mandones del norte, como Buffon. Y como Pirlo. No sabe lo que era Pirlo, el jefe del mediocampo: había que hacerlo todo como él quería, y había que adivinar cómo lo quería, porque no decía una palabra. Flaco, seco y mudo: un carácter. Pues bien, resultó que ese día, 22 de junio de 2008, Totti ya no vestía de azul. Y Pirlo estaba sancionado. De Rossi se encontró de repente con toda la responsabilidad, y con dos de los suyos, dos chavales romanistas, como lugartenientes: Aquilani y Perrotta, se llamaban. Qué momento. Qué partidazo. Oiga, joven, ¿de verdad no sabe qué pasó?

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139.

EL VIEJO

Y yo, señor juez, ¿qué culpa tengo? El viejo era la víctima perfecta. No había más que verle deambulando por ahí con el chándal chillón, mal afeitado, con la piñata bailándole y esas gafas antiguas, que ni veía de lejos ni veía de cerca. Era la víctima perfecta. Si es que parecía pedirlo, señor juez, parecía pedir que le llovieran palos. Y no me negará usted que el tipo caía mal. Eso no lo digo yo, se acordará usted mismo: todo el mundo, o casi todo el mundo, se la tenía jurada. Se hablaba mal del viejo, es verdad, y se echaba mano de cualquier excusa. Como lo del racismo. Decían que el viejo insultaba a los negros, y hasta le pusieron una multa. Qué le voy a contar: el caso era liarla, y complicarle la vida. No, claro, el viejo no era racista. Tampoco era ludópata, aunque en una época se dejara sus perrillas en el juego. Depresivo quizá sí, quién sabe. Qué más da. A lo que íbamos: la víctima perfecta. Cada uno vive de lo que puede. Él vivía de llevarse palos, y yo, nosotros, de pegárselos. Y la gente encantada. Porque el viejo, encima, se defendía, se encaraba, intentaba explicarse, se negaba a irse. En este negocio nada funciona mejor que una víctima que se resiste. A la gente le encanta. La gente, señor juez, tiene muy mala leche. Y no lo digo para justificarme, que también: es que es la pura verdad. Honestamente, yo no esperaba que las cosas fueran a acabar así. Cuanto más lo pienso, más extraño me parece. El asunto pintaba clarísimo: sólo era cuestión de darle palos hasta que se cansara y se largara sin conseguir nada. Mírelo fríamente, señor juez: ¿quién podía prever que el viejo consiguiera algo? Estaba condenado de antemano, lo que se dice un pringao. Así han sido siempre las cosas, ¿no? Cómo nos equivocamos. Fue sólo eso, una equivocación sin maldad. Le pegábamos sin ensañamiento. Casi en defensa propia, mire lo que le digo. Porque alguien tenía que defender los intereses de todos, y el viejo parecía un peligro público. Que si Raúl, que si los bajitos, que si otra vez la maldición de cuartos, que si el espíritu perdedor, que si ya tiene sustituto, que si a ver cuándo se va... A ver, sea sincero: ¿pensaba usted que el viejo iba a resultar, a su edad y con su historial, la admiración de toda Europa? Y, sin embargo, aquí estamos. En la final, con un equipo de lujo y con el viejo hecho un sabio. Porque ha resultado que sí, que él era un sabio y nosotros, los periodistas, unos capullos. Yo, al menos, estoy confesando, señor juez, a ver si me vale como atenuante. Otros que le ponían a parir parece que hayan estado siempre con el viejo, apoyándole a muerte. ¿Sabe usted? Me alegro de todo esto. Tiene como una justicia poética. Me alegro sobre todo por el viejo, que ha aguantado lo que ha aguantado. Si pudiera, se lo diría a la cara: señor Luis Aragonés, se ha portado usted como un hombre.

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EL SENTIDO TRÁGICO DEL FÚTBOL

¿Quieren pruebas? Ahí tienen al Indio Abdón Porte con su fecha, el 5 de marzo de 1918. Se acuerdan del Indio Abdón, ¿no? Claro, todo el mundo se acuerda del Indio. Acabó el partido y el Indio, mediocentro de Nacional, gloria del fútbol uruguayo, festejó con los compañeros. Bebió y rió con ellos, y debió darles buenos consejos, porque el partido, para un buen mediocentro, no termina nunca. Luego, pasada la medianoche, se volvió al estadio del Parque Central. El club pensaba traspasarle por viejo: tenía ya 27 años, 27 años de los de 1918, y no le veían tan fuerte como antes. Pero el Indio iba a quedarse. Esa noche, la noche del 4 al 5 (los números del mediocentro), caminó hasta el centro exacto del campo (el territorio del mediocentro), sacó un papelito con el último poema (“Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante…”), empuñó un revólver y se reventó el corazón. Nada, una casualidad, un mediocentro depresivo, dirán algunos. ¿Casualidad? Pues hablemos de Ago. ¿Lo recuerdan, al pobre Ago? Espigado, elegante, nunca un paso en falso: el mejor mediocentro que tuvo la Roma. Y en esa Roma estaba Falcao, cuidado. Agostino di Bartolomei, Ago, fue el capitán de la Roma en la temporada 82-83, la temporada del scudetto glorioso, el primero en más de 40 años y el segundo en la historia romanista. La temporada siguiente, la Roma irrumpió en la Copa de Europa con un fútbol espléndido. Y con malas artes, para qué negarlo: el árbitro de la semifinal fue sobornado, pero eso no fue culpa de Ago. El caso es que la final se jugaba en Roma, en casa, contra el Liverpool. Era el 30 de mayo de 1984. “El partido de mi vida”, anunció Ago. Empate en los 90, empate en la prórroga y, en los penaltis, victoria inglesa. Fue la noche más negra de la Roma. La temporada siguiente llegó Eriksson al banquillo, y Ago fue traspasado al Milan. Riñó con sus antiguos compañeros y su juego se hizo más y más melancólico hasta que, en 1990, colgó las botas. Ago se lo tomó con más calma que el Indio y esperó 10 años. Exactamente 10. El 30 de mayo de 1994, décimo aniversario del desastre, Agostino di Bartolomei dejó un papel sobre el escritorio (“Me siento encerrado en un hoyo”), salió al balcón de su casa, empuñó un revólver y se reventó el corazón. ¿Les basta? Ni el portero, ni el ariete, ni el extremo: esos son neuróticos, maniáticos de lo suyo. Quien sufre de verdad, quien conoce el sentido trágico del fútbol, es el mediocentro. Y no hablo del que juega de mediocentro. Gente como Capello o Rijkaard, o tantos otros, sólo jugaban de eso. Estaban ahí, para entendernos. No, no, me refiero al que es mediocentro y no sirve para nada más, porque tiene un partido en la cabeza y necesita que encaje con la realidad; me refiero al que sufre el ansia del gran partido perfecto. Ese inventor de partidos, ya lo han visto, es muy especial, raro y delicado. Como Guardiola y Schuster, sin ir más lejos: en los dos banquillos augustos se sientan dos de la estirpe. Por supuesto, no esperen que asome un revólver. Esperen ansiedad, eso sí. Será una temporada agónica, bajo el signo del mediocentro. Confío en haberles convencido.

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141.

EL MITO DEL CAMPESINO CANIJO

¿Quieren saber la verdad? Muy pocos equipos italianos han practicado el catenaccio: Milan e Inter, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. El carácter defensivo y oportunista que solemos atribuir al calcio es sólo un mito. El problema de los mitos (nacionales, deportivos, o de cualquier fenómeno social que requiera un sentimiento de eternidad) es que cuesta mucho cambiarlos. El catenaccio mítico fue inventado por una sola persona. Se llamaba Gianni Brera, vivió entre 1919 y 1992 y fue el mejor periodista deportivo italiano del siglo XX. Era un tipo brillante, atrabiliario, amante de la polémica y decidido a hacerse escuchar. Examinemos ahora las circunstancias en que Brera inventó (alguien tenía que hacerlo) las leyendas fundacionales del calcio. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Italia se había convertido en una potencia futbolística, tras vencer en los años treinta (con alguna ayudita de Mussolini) dos Mundiales consecutivos. Poquísimas personas vieron jugar a aquella selección encabezada por Meazza, porque no existía la televisión, así que cada uno se hizo su propia idea. Terminada la contienda, Italia se había hundido en la miseria. El país, vencedor y vencido a la vez (comenzó en un bando y acabó en el otro), estaba físicamente destruido. Pero quedaba el calcio, e Italia tenía todavía el mejor equipo de Europa, el Gran Torino. Entonces, en 1949, ocurrió la tragedia de Superga: el avión que transportaba al Torino se estrelló contra una montaña cercana a Turín. Nadie ni nada sobrevivió. Tocaba comenzar desde cero. ¿Qué hizo Brera? Desarrollar en sus crónicas la teoría de que el calcio debía adaptarse, como antes de la guerra, a las características nacionales. Tales características no existían, pero Brera echó mano de sus prejuicios de campesino lombardo: los italianos eran, proclamó, un pueblo de canijos mal alimentados, incapaces de competir de igual a igual con los chicarrones del norte. Era necesario, por tanto, aprovechar sus virtudes (astucia, realismo, capacidad de adaptación) y crear un sistema de juego más o menos parecido al yudo: que ataquen ellos, y nosotros encontraremos su punto débil. La aparición del catenaccio, inventado en Suiza por un austríaco, coincidió con la campaña de Brera. La teoría racial del campesino canijo y astuto se ensambló enseguida con el sistema del cerrojo. Las tesis de Brera permitieron que Italia fuera tirando durante largos años de sequía. El periodista se convirtió en la referencia imprescindible del público, adquirió un prestigio descomunal y se dedicó a sentar cátedra desde sus crónicas en La Gazzetta dello Sport. La inmensa mayoría de los italianos se convencieron de que, en efecto, había que apostar por el posibilismo y el oportunismo, y acabaron convenciéndose de que los éxitos internacionales de antes de la guerra habían llegado por esas vías. Los mitos, sin embargo, son voraces. Y el mismo Brera acabó reducido a la condición de rehén de su peculiar corpus teórico. Cada semana tenía la obligación de ensañarse con los técnicos audaces y con los jugadores creativos. Su víctima preferida era Gianni Rivera, el futbolista más exquisito de los sesenta. Brera le llamaba de todo, porque no se ajustaba al arquetipo del campesino canijo, astuto y propenso a las mezquindades. Para redondear su propio personaje, Brera sólo se trataba con defensas y con técnicos cerrojistas.

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Tras la muerte de Brera, ocurrida en un accidente automovilístico, algunos de sus amigos decidieron revelar ciertos hechos ocultos. Y se supo que Brera admiraba profundamente a Gianni Rivera, y que no se perdía ninguno de sus partidos con el Milan. No había podido admitirlo en vida sin abdicar de toda su obra. Pep Guardiola nació en 1971. Era un bebé cuando Manuel Vázquez Montalbán, en el vacío teórico de la pretransición política, utilizó su inmenso talento para establecer los dos mitos fundacionales de la Cataluña contemporánea: que la izquierda era compatible con el nacionalismo, y que el FC Barcelona representaba, por razones éticas y estéticas, un atributo esencial para una nación sin Estado. Era la época de Cruyff, y Vázquez Montalbán idealizó las características del holandés eximio para reciclarlas como "tradición estética" barcelonista. Los mitos se interiorizan y se deforman. Hoy, hasta Eto'o parece convencido de que el Barça encarna un tipo inigualable de elegancia, y que los goles en el Camp Nou valen doble si se marcan de tacón y mirando al tendido. Guardiola, un hombre leído, es sin duda consciente de lo mucho que pesan los mitos.

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EL HOMBRE QUE PREFERÍA LA LLUVIA

Franz Beckenbauer sólo aparca su arrogancia cuando menciona a Fritz Walter. Esas son palabras mayores: Fritz Walter. Beckenbauer, por entonces capitán de la selección alemana, invocó al mito el 3 de julio de 1974, minutos antes de que comenzara la semifinal contra Polonia. Puede parecer curioso, pero los alemanes temían más a los rapidísimos polacos que a los holandeses de Cruyff. Diluviaba sobre Frankfurt y parecía obvio hablar de Walter: decir “hace tiempo de Fritz Walter”, en alemán, significa que llueve. Pero había mucho más. Se cumplían casi exactamente 20 años de la final de Berna, y Fritz Walter, el campeón más grande, iba a ver el partido. Beckenbauer reunió a sus compañeros y les habló de Fritz Walter. Fue un futbolista excepcional, una fiera en cualquier zona del campo. Un Di Stefano, según quienes le vieron. Fue el hombre que dio a Alemania la Copa del Mundo de 1954, con aquella increíble final de Berna contra la gran Hungría. Llovía en Berna, y eso, evidentemente, ayudó. Pero la grandeza de Fritz Walter superó una simple final, o una simple carrera deportiva. Fue la grandeza de una vida extraordinaria. Debutó con el Kaiserslautern, el equipo de su ciudad, a los 17 años. A los 19, en 1940, vistió la camiseta internacional en un encuentro amistoso contra Rumanía. Ya había estallado la guerra y la Alemania nazi organizaba partidos con sus aliados. Luego se acabó el fútbol. Fritz Walter fue reclutado, asignado a las fuerzas paracaidistas y lanzado sobre la frontera entre Hungría y Eslovaquia. Le hicieron prisionero y le internaron en un campo de concentración, donde contrajo la malaria. Esa es la razón, bien conocida, de que no pudiera soportar el calor del sol (le subía la fiebre) y prefiriera la lluvia. Durante el cautiverio, jugó algún partidillo de fútbol con los guardianes húngaros. Cuando llegaron los rusos, para llevarse a los alemanes a un gulag soviético, los guardianes afirmaron que Walter era austríaco. Y le salvaron la vida. Volvió a su país, volvió al fútbol, dio dos ligas (1951 y 1953) al Kaiserslautern y capitaneó la selección de 1954. Venció a los húngaros, pero no les olvidó. Dos años después, en 1956, los tanques soviéticos tomaron Hungría mientras la selección andaba de gira. Los jugadores se negaron a volver, e iniciaron un triste peregrinaje por Europa occidental: Puskas, Czibor, Kocsis, Hidegkuti y compañía se convirtieron en los Globetrotters del fútbol de posguerra. ¿Saben quién les organizaba amistosos y les prestaba dinero? Fritz Walter, que con casi 40 años seguía siendo el capitán del Kaiserslautern y de Alemania. Después de la retirada, sin apenas ahorros, declinó las ofertas para convertirse en técnico o directivo. Eligió trabajar en la rehabilitación de presos. Poco antes de morir, en 2002, afirmó que su vida había sido “absolutamente feliz”. Piensen, por favor, en Fritz Walter cuando llueva sobre el césped. O cuando un futbolista multimillonario se queje por cualquier cosa.

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UNA DIVERGENCIA FILOSÓFICA

Aristóteles no se dedicó, por fortuna, a la crónica futbolística: habría fracasado miserablemente. Aristóteles pensaba que la realidad es obvia, porque la tenemos ante nuestros ojos y podemos verificarla de forma empírica. Según Platón, por el contrario, lo que vemos es sólo apariencia, una deformación de las ideas abstractas que constituyen la auténtica realidad. No hay mucho que discutir: Platón tenía razón. Pongan frente a frente a un culé y un periquito y háganles hablar del partido del sábado. ¿Realidad? ¿Qué realidad? La continua colisión de pseudorealidades ha generado, desde siempre, interesantísimos debates intelectuales. En la ingente producción metafísica del fútbol español existe un episodio clásico, aunque poco conocido, que vale la pena rescatar. El 19 de enero de 1964, CE Tortosa y CE Sabadell, líder de la categoría, disputan un partido de la Tercera División. Ganan los tortosinos, locales, por 3-1. El 21 de enero, en el periódico Sabadell, el periodista José Cabeza ofrece su visión de los hechos. Tras referirse al público de Tortosa, "que conserva el criterio del aficionado del Paleolítico", califica al "colegiado de turno" de "gran vencedor", por su "impecable manera de darle la vuelta al marcador mediante el sencillo expediente de señalar dos absurdos penaltis contra el equipo arlequinado", después de que éste se adelantara en el marcador. Un nuevo repaso por la vía shakespeariana a "los públicos de la ribera del Ebro, un asunto que, como diría el príncipe de Dinamarca, huele a podrido", una nueva referencia al "fanatismo troglodita" en las gradas y al "coaccionado colegiado", y un suspiro: "Al menos esta temporada no hay que volver". El mismo 21 de enero, en La Voz del Bajo Ebro, una crónica firmada por Arxhivero habla del mismo partido, pero desde otra galaxia mental, próxima al mecanicismo y por tanto antiplatónica: "El triunfo del Tortosa sobre el líder se basó en un concepto exacto, fue un triunfo forjado en la técnica y la concepción estratégica". El Tortosa "acabó por arrollar al líder" y fue "el indiscutible merecedor de la victoria con dos penaltis claros a su favor". El árbitro, correcto, salvo por un lunar: el gol del Sabadell fue ilegal, por "haber levantado el linier la bandera, señalando fuera de juego del arlequinado". Las autoridades franquistas consideraron potencialmente peligrosas las divergencias filosóficas entre Cabeza y Arxhivero. El 24 de enero, el Ayuntamiento de Tortosa encarga a sus servicios jurídicos que estudien si el platonismo sabadellense constituye "materia delictiva". El director de Sabadell, José Palau, que no desea judicializar una simple polémica intelectual, intenta conciliar posiciones ante el Ministerio de Información y Turismo, pero aprovecha para resaltar ciertas hipótesis adicionales sobre el público tortosino, "el cual, no contento con agredir incluso a las señoras, se ensañaron [audaz desdoblamiento sintáctico] reventando neumáticos de los coches de los visitantes". El 28 de enero, La Voz del Bajo Ebro critica las tesis "confusionistas" de la escuela platónica sabadellense y, como cierre del debate, formula una interesante apelación al relativismo, que trasciende a Platón y nos

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lleva al menos hasta Spengler, si no al mismísimo Wittgenstein: "¿Que hubo pasión en el ambiente? De acuerdo. ¿Acaso no es ello natural?". Nota del autor: Este artículo se ha confeccionado con los materiales de la época, recopilados por el periodista Pere Font

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HISTORIA EJEMPLAR DEL CENTRAL JOSÉ MINGORANCE

Tranquilo, Coupet. Le habría ocurrido lo mismo a cualquier otro portero. Estaba usted en el lugar equivocado: la portería del Atleti en una noche negra del Atleti. Y aún le digo más: en circunstancias tan adversas como las suyas, lo mismo a Casillas le metían siete y a Buffon ocho. Aunque ellos no juegan en el Atleti y eso les ayuda seguramente. Puede que se sienta usted carne de banquillo o carne de traspaso. Para ser sinceros, ahora mismo no pinta muy bien su futuro. Ya sabe que en estos casos suele inmolarse a alguien por aquello del sacrificio y la catarsis. Pues sí, qué voy a decirle. Quizá le sirva, o quizá no, una historia edificante. No va de un portero, sino de un defensa. Para el caso es lo mismo. Es otra historia de seis goles y de una desgracia. Ocurrió hace muchos, muchos años. El 13 de junio de 1963, para ser exactos. El escenario, el estadio Santiago Bernabéu. Usted no había nacido y no puede imaginarse lo que era aquello. Para empezar, aún vivía Santiago Bernabéu. Y en el palco presidencial estaba Franco, un general al que Dios había contratado personalmente como dictador de España; no me lo invento, lo ponía en las monedas. Pues bien, dictadores en el palco, gradas abarrotadas y dos selecciones, la de España y la de Escocia, sobre el césped. Era un partido amistoso, pero importantísimo. El general Franco exigía que el equipo español hiciera un buen papel. Escocia tenía un equipazo porque tenía a Dennis Law. Mire, mire en las enciclopedias: el tipo era la bomba. España tenía un equipo apañado, aunque el seleccionador, Villalonga, no había decidido todavía la defensa titular. Esa noche, precisamente, debutaba un central finísimo que destacaba en el Córdoba y parecía destinado a dirigir la zaga española. Se llamaba José Mingorance y tenía 25 años.

No voy a aburrirle con la crónica del partido. Lo único importante es que Escocia pasó por encima de España y ganó por 2-6 delante de las narices de Franco y de Bernabéu. Alguien tenía que pagar y pagó Mingorance. Nunca volvió a la selección, el pobre Mingorance. Al año siguiente, España ganó la Eurocopa. Fue un éxito, pero, para mí, tuvo más mérito lo que hizo ese mismo año el Córdoba con su central Mingorance. El Córdoba consiguió algo que nunca más conseguirá un equipo profesional español: sólo recibió dos goles en casa. Piense en eso: sólo dos goles. Uno fue en propia puerta y el otro lo marcó Di Stéfano. Para que se haga una idea del nivel de Mingorance. Al año siguiente, Mingorance se fue al Espanyol. El Espanyol tenía entonces un gran equipo con aquella delantera a la que llamaban los delfines. Mingorance siguió jugando, se retiró y con el tiempo fue olvidándose de aquella noche negra de 1963 y de la condena que le cayó al central debutante. Mingorance no se olvidó. ¿Sabe usted lo que hacía cuando le hablaban de esa noche? Se reía.

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EL HOMBRE QUE CREÓ UN MONSTRUO

Quizá hayan oído hablar del italiano Vittorio Pozzo, el único seleccionador con dos copas del mundo (1934 y 1938) y un oro olímpico (1936). Se le recuerda como un fascista "noble y trabajador" (palabras de Giorgio Bocca, cronista oficioso de la Resistencia), como el hombre que asumió la penosa tarea de reconocer los cadáveres de los jugadores del Torino tras el accidente de Superga, como una gloria nacional. Pero cuando la Juve quiso que su nuevo estadio, el actual, fuera llamado Vittorio Pozzo, alguien sensato lo impidió. Pozzo fue trabajador, pero no fue noble. Pozzo convirtió a un futbolista duro y corpulento en un criminal de los estadios. En nombre del régimen fascista, Pozzo creó un monstruo. Vamos con la historia del monstruo. Luis Fernando Monti, llamado Luisito Monti y apodado Doble ancho, nació en Buenos Aires el 15 de mayo de 1901. Jugaba en el San Lorenzo cuando acudió al primer Mundial de la historia, el de Uruguay, en el que la selección anfitriona ganó la final contra Argentina. Los argentinos cuentan que ya por entonces lo amenazaron Mussolini y la mafia, con el fin de que se fuera a Italia a jugar como oriundo. El hecho es que en 1931, con 30 años, fondón y casi obeso, emprendió viaje hacia Italia, el país de sus padres. Y cayó en manos de Pozzo, la máxima autoridad del calcio. Pozzo le hizo adelgazar y le colocó en la Juve. Monti había sido un extraordinario mediocentro en Argentina. En Italia, sin embargo, el mediocentro jugaba incrustado entre los dos defensas, como un central contemporáneo. Monti era muy grande y muy fuerte, pero sabía pasar un balón a 30 metros. Pozzo le enseñó un nuevo tipo de juego, más relacionado con el crimen que con el deporte. Y Monti, disciplinado, aprendió. Su primera víctima fue Schiavio, el mejor delantero italiano en aquellos años. En 1932, Juventus y Bolonia se jugaban el scudetto a un partido. A los pocos minutos de silbarse el inicio, el boloñés Schiavio cayó al suelo. Monti corrió hacia él y saltó sobre su rodilla. El delantero tardó meses en recuperarse. Los planes de Pozzo para Monti se centraban en el Mundial de 1934, que había de disputarse en la Italia fascista. Mussolini exigía la victoria a cualquier precio, y para pagar ese precio altísimo estaba Monti. Le acompañaban otros dos oriundos argentinos, Orsi y Guaita, pero el trabajo penoso era el de Monti. Alcanzada la semifinal, tras dejar en la cuneta a España con ayuda del árbitro, Italia se enfrentaba a Austria, la mejor selección del momento. Austria tenía a un delantero sensacional, Sindelar, el Mozart del balón. E Italia tenía a Monti, que masacró al pobre Sindelar. Ese mismo año, Italia, ya campeona del mundo, fue a jugar un amistoso en Inglaterra: lo que hoy se conoce como la batalla de Highbury. Los futbolistas ingleses tenían órdenes de acabar con Monti antes de que Monti acabara con alguno de ellos, y le rompieron un pie a los pocos minutos. Al año siguiente, cuando Italia tuvo que jugar un amistoso en Austria, Pozzo prefirió dejar en casa a Monti para evitar que los austriacos se vengaran. Monti, ya retirado, trabajó como entrenador en Italia y acabó arruinado. Antes de volverse a Argentina, donde murió en 1983, se confesó con su amigo Antonio Gualco, amigo a su vez del periodista Gianni Brera. Por Brera conocemos la confesión. "Pozzo hizo de mí un verdugo", dijo Monti. Doble ancho aceptó

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la tarea criminal, la de romper al mejor jugador del equipo contrario, porque creyó que Italia reconocería su sacrificio patriótico. Qué error. Monti no perdonó a Pozzo, ni se perdonó a sí mismo.

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EL FERROCARRIL, EL CARNAVAL Y OTROS COLORES

Ah, los colores. La gente suele tomarse muy en serio los colores. Como si el dios del fútbol hubiera bajado con un montón de camisetas el día de la fundación, para entregarlas solemnemente a los jugadores. En realidad, casi todos los colores del fútbol salen de la necesidad o la casualidad. Muy pocos equipos visten los colores elegidos el primer día. Consideremos, por ejemplo, el rojo que caracteriza a dos de los clubes más gloriosos de Inglaterra, el Liverpool y el Manchester United. La realidad es que ni unos ni otros querían jugar de rojo. El Liverpool nació en 1892 de azul y blanco, como su rival ciudadano, el Everton. Dos años después, para distinguirse del Everton, cambió a la camiseta roja con pantalón blanco. En 1964, el entrenador Bill Shankly convenció a sus futbolistas de que vistieran completamente de rojo. "Parece que midáis dos metros", les dijo. Y le creyeron. El Manchester United empezó llamándose Newton Heath Lancashire & Yorkshire Railway, como la empresa ferroviaria para la que trabajaban sus jugadores, y, por lógica, asumió los colores de la compañía, el verde y el amarillo. Luego, durante un par de temporadas, usaron el azul. En 1893, la compañía de ferrocarril puso en venta el campo en el que jugaba el equipo y los futbolistas, cabreados, decidieron romper los vínculos ferroviarios y usar un color que no tuviera nada que ver. El rojo les pareció bonito. Lo del Juventus fue más pintoresco. En su acto fundacional eligieron vestir camiseta rosa, pajarita y pantalón negro. Como el rosa descoloraba enseguida y quedaba blanquecino, pidieron a un fabricante inglés unas camisetas rojas como las del Nottingham Forest. El fabricante, no se sabe por qué motivo, les envió las camisetas blanquinegras del Notts County. Cuando las recibieron, las aceptaron: como buenos turineses, pensaron que el tejido era bueno y que ya habían gastado bastante. La mayoría de los equipos empezaron de blanco, porque bastaba la ropa interior. Así empezó el Real Madrid, en calzoncillos. E hizo valer su condición de decano del fútbol madrileño para no tener que añadir colores adicionales al equipamiento. El River Plate no era decano, y, como muchos otros, tenía que fijar con imperdibles una banda de color en diagonal sobre la camiseta blanca. Un año aprovechó la tela roja sobrante de una comparsa de carnaval, llamada Los habitantes del infierno, y ya no cambió. Boca Juniors tuvo que cambiar a la fuerza: después de probar con los colores blanco, celeste y azul, se quedó con las franjas blanquiazules. Pero los de San Lorenzo vestían casi igual. Se jugaron los colores a un partido, y los de Boca perdieron. ¿Solución? Adoptar los colores de la bandera del barco que entrara en el puerto de Buenos Aires, a una determinada hora. El barco resultó sueco. Y los colores, por tanto, azul y amarillo.

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LA COSECHA PRODIGIOSA DEL 73

El fútbol, como el vino, tiene algunas añadas supremas. Una de ellas fue 1973. Ese año pasó a la historia por el estallido de la primera crisis del petróleo, pero merece ser recordado porque en Europa y en Suramérica surgieron dos equipos fabulosos y curiosamente parecidos. Ambos carecían de anales gloriosos. Ambos irrumpieron por sorpresa. Ambos se volcaban hacia el ataque. Y ambos dependían de la imaginación de un tipo rubio que se escoraba hacia la izquierda. Quizá nunca se vio en Argentina un fútbol como el que jugaba Huracán en 1973. Huracán, que acaba de cumplir 100 años, es una institución modesta. Tiene un apodo amable, El Globo, porque eligieron un globo como insignia: fue un homenaje a la hazaña del ingeniero Jorge Newbery, que en 1909 voló desde Buenos Aires hasta Bagé, en Brasil, a bordo del globo aeroestático Huracán. También tiene otro apodo menos airoso, dirigido a sus aficionados: Los Quemeros, porque junto a su estadio se incineraba la basura bonaerense. Huracán no fue gran cosa hasta que reunió a aquel equipazo de 1973, campeón de Argentina. El Globo reunió las tres características del genio: inteligencia, imaginación, locura. La inteligencia la ponía Brindisi, un medio centro sensato y seguro, tan bueno robando balones como repartiéndolos. La imaginación era cosa del rubio Babington, El Inglés, un interior exquisito, uno de esos tipos elegantes incluso al caer de culo. Y la locura era toda de Houseman, un extremo tan chiflado, brillante e imprevisible como Garrincha. Houseman no era cojo como Garrincha, pero bebía bastante más. En el banquillo se sentaba Menotti, El Flaco, que obtuvo gracias al Huracán del 73 un enorme prestigio como técnico. Entrenar a aquella gente no debió de ser demasiado difícil. Al mismo tiempo, en Alemania, una institución casi desconocida, recién llegada a la Bundesliga (pese a su larga historia, debutó en la máxima categoría en 1965) y afincada en una ciudad de tercer orden, arrollaba a los clubes clásicos. El Borussia Moenchengladbach duró más que Huracán, no fue un equipo de un año sino de casi una década, pero en 1973 alcanzó la excelencia. Tenía a Vogts detrás, a Bonhof y Wimmer en el centro, a un joven Stielike, a Heynckes y Simonsen delante. Y tenía al rubio Netzer, un creador sensacional que ya había deslumbrado en la Eurocopa de 1972. Beckenbauer hizo todo lo posible para que Netzer no siguiera triunfando en la selección alemana. Netzer era lo que habría sido Beckenbauer si no se hubiera escondido en la cueva del líbero; quizá eso incomodaba al Kaiser. Huracán no volvió a ganar el campeonato argentino. Fue subcampeón en el 75 y en el 76. Luego llegó el declive y el descenso. El Borussia perdió paulatinamente a varias de sus figuras (Netzer, Bonhof, Simonsen), pero mantuvo el tipo hasta bien entrados los 80, cuando ocurrió algo parecido a una quiebra psicológica: su jugador más prometedor, Lothar Matthäus, se pasó al enemigo, el Bayern de Múnich. El Borussia no volvió a levantar cabeza. Y el Bayern comprobó que le bastaba desguazar sistemáticamente a sus rivales para mantener una cómoda hegemonía. El Bayern nunca jugó como Huracán o Borussia. El buen fútbol puede comprarse con dinero. El fútbol maravilloso, como el que se vio en 1973, no.

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VIDAS PARALELAS

En el fútbol, cada uno es cada cual. Pero algunas instituciones se parecen bastante entre sí. Real Madrid y River Plate, por ejemplo. Ambos clubes tienen casi la misma edad (un año más viejos los argentinos), el mismo color blanco (con una franja roja los argentinos) y la misma convicción de pertenecer a una cierta aristocracia futbolística. Para entendernos: cuando Real o River pierden de forma miserable, siempre hay alguien que escribe que sus jugadores han deshonrado una camiseta de historial glorioso. Eso, la obsesión hidalga por la honra y la deshonra, lo tienen muy compartido. Ambos se consideran, currículum en mano, las sociedades deportivas más importantes de sus respectivos países. También les une Alfredo di Stéfano. El héroe supremo del madridismo surgió de la cantera millonaria. A los de River se les llama millonarios por las fortunas que, en los años 50, gastaban en el mercado futbolístico: sus alardes económicos no eran muy distintos de los del Madrid de la época. También se les llama gallinas desde que, en una visita a la cancha de Banfield, alguien arrojó al césped una gallina y Óscar Pinino Mas, estrella de River, le pegó una patada al pobre animal para devolverlo a la grada. ¿Ven? Otra coincidencia: en 1973, cuando la Liga española volvió a abrirse a los jugadores extranjeros, el Madrid fichó precisamente a Pinino Mas. Ahora tiene otros dos productos hechos en El Monumental de River, Saviola e Higuaín. Resulta curioso que Real y River, vigentes campeones en sus respectivos países, coincidan ahora en la crisis. La de los millonarios es muchísimo más grave: ocupan el último lugar de la tabla, han sido apeados de la competición continental y su entrenador, Simeone, dio el portazo la semana pasada. Ambas crisis, sin embargo, van más allá de los resultados. Tanto River como Real han ido perdiendo desde hace algunos años el sentido del juego y no recurren a otra cosa que a su ADN, en el que manda eso que llaman carácter. El River de Simeone ganó el Torneo Clausura del primer semestre con un fútbol muy ofensivo, pero ha vuelto a las dudas y la rabia anteriores a ese paréntesis. El Real, con Capello y con Schuster, ganó las dos últimas Ligas "apelando a la épica", como dice la prensa castiza. O sea, jugando mal. Y, por lo visto hasta ahora, no se perfila como favorito ni en la Liga ni en Europa. Hay algo, sin embargo, que distingue a Real y River. La diferencia está en los otros. Hace unos pocos años, la Federación Argentina decidió que no descenderían de categoría los últimos clasificados, sino los que registraran peor promedio en las anteriores tres temporadas. Eso se hizo para salvar a los millonarios, que estaban en el fondo del pozo, pero tal vez algún día sirva también para salvar a Boca Juniors. El caso es que hubo que montar un mecanismo para conseguir que el megaderby argentino, River-Boca, pudiera seguir disputándose en Primera por los siglos de los siglos. En España, eso no hace falta. Real Madrid y Barcelona están siempre arriba y se reparten los títulos: en dos décadas, desde 1988, sólo en cuatro ocasiones han dejado de mojar uno u otro. Eso, el distinto nivel de la competencia, muy fuerte en Argentina, en España limitada casi exclusivamente al rival de siempre, distingue a River y Real. Yo creo que, en un sentido amplio, es mejor lo de River. Mejor para todos.

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DOPAJE, CORRUPCIÓN Y OTRAS HISTORIAS DE PETRINI

Todo acaba sabiéndose: esta semana hemos aprendido un poco más sobre el dopaje en el fútbol. El ex futbolista italiano Carlo Petrini apareció en un programa de televisión contando cómo les ponían las inyecciones en el vestuario y la prensa internacional recogió puntualmente sus declaraciones. Petrini, que fue un ariete trotaequipos (Génova, Milan, Roma, Verona, Bolonia y otros), habló del dopaje en su época profesional, los años setenta. Quizá dentro de 30 años, si vive aún, vuelvan a invitarle a una televisión para que comente lo que ocurre ahora mismo. No hay que perder la esperanza. Carlo Petrini encarna a la perfección la figura del arrepentido. Sabe de qué habla porque lo vivió en primera persona. ¿El escándalo de las quinielas totocalcio? En 1980, Petrini recibió una de las condenas más duras por amañar partidos: tres años y seis meses de descalificación que pusieron fin a su carrera. ¿Las consecuencias del dopaje? Petrini está afiliado desde 2004 a la asociación de futbolistas presuntamente damnificados por los estimulantes y sufre glaucoma en un ojo. Es un hombre triste (la muerte de su hijo por cáncer, a los 19 años, fue un golpe durísimo) y un proscrito del calcio porque desde hace tiempo, además de revelar lo que sabe, se dedica a investigar los asuntos más cenagosos del fútbol italiano. Su autobiografía En el fango del dios balón (2001) ya dejaba bastante claro ese tema del dopaje que ha repetido esta semana. Cualquiera que lea el libro comprobará además que los arreglos arbitrales y la compraventa de resultados, que estallaron poco tiempo después con el procesamiento de Luciano Moggi y el descenso por sanción del Juventus, se realizaban sin disimulo. En otros libros, como Sin camiseta y sin bandera, Scudetti dopati (de traducción innecesaria), Los cuernos del Diablo y Calcio nei coglioni (literalmente, "patada en los cojones"), Petrini reitera y amplía sus denuncias. En Los cuernos del Diablo, dedicado al Milan de Berlusconi, aparecen algunas novedades sobre el dopaje contemporáneo en el fútbol. Eso que, como sabemos todos, no existe. En 2004, la Federación Italiana de Fútbol impuso a los futbolistas los controles cruzados de sangre y orina, lo mismo que se impone a los ciclistas. Cada jornada, por sorteo, unos cuantos jugadores debían someterse al frasquito y al pinchazo. En realidad, no debían, sino que podían: la letra pequeña del nuevo reglamento establecía que los análisis eran "voluntarios". Pronto se comprobó que muy pocos futbolistas aceptaban voluntariamente la prueba y Adriano Galliani, vicepresidente ejecutivo del Milan y presidente de la Liga de Fútbol, se puso entonces duro. "Los análisis se harán obligatorios y quien los rechace será castigado", proclamó. El 5 de marzo de 2005, el milanista Seedorf salió agraciado en el sorteo de los controles. Y se negó a pasarlos. El 20 de marzo salió en el bombo el nombre de otros dos milanistas, Gattuso y Pancaro, que también se negaron. El asunto saltó a la prensa y el Milan protestó por "la vulneración de la intimidad" de los futbolistas implicados. Poco después, la Fiscalía de Turín descubrió que, de todas formas, los análisis eran poco útiles porque la orina no se refrigeraba. Le tocó al mismísimo Silvio Berlusconi, presidente del Milan y de casi todo lo demás, dar por cerrado el asunto: "El dopaje es un invento de la izquierda". Ahí se acabó el tema.

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Esto, por supuesto, ocurre en Italia. Sólo en Italia. Aquí sería imposible porque se realizan análisis cruzados por sorpresa todas las semanas. Supongo.

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DERROTADOS Y ODIADOS

Cuando uno padece múltiples fracasos, suele esperar al menos un poco de simpatía por parte de sus semejantes. Pero no siempre es el caso. Ahí está el Leeds United para demostrarlo: ningún otro equipo inglés se ha quedado tantas veces a las puertas de la gloria y ningún otro equipo inglés es tan odiado. Sondeo tras sondeo, el Leeds aparece en la cúspide de las antipatías. Si hubiera que buscar culpables, el sospechoso número uno sería Don Revie. En marzo de 1961, con la sociedad casi en quiebra y el equipo al borde del descenso a Tercera, la directiva decidió que el delantero centro, Revie, se ocupara también de entrenar al equipo. La primera decisión del nuevo técnico fue curiosa: cambió la camiseta del Leeds del azul y amarillo tradicionales a un novedoso blanco con el único fin (declarado por el propio Revie) de parecerse en algo al Real Madrid. En el último partido de la temporada 1961-62, el Leeds evitó el descenso. En 1964 logró subir a Primera. Y en 1965 empezaron los éxitos oscuros: esa temporada, como debutante en la élite, el Leeds quedó segundo en la Liga y finalista en la Copa. Ambos títulos se le escaparon por un pelo. Revie ganó dos campeonatos de Liga, en 1969 y 1974. Perdió, sin embargo, muchos más: su Leeds quedó cinco veces segundo, fue derrotado en tres finales de Copa y dejó escapar una final de la Recopa en 1973. Esa final europea, contra el Milan, fue especialmente dura porque el árbitro, griego, se comportó como un milanista más. No puede decirse, porque no hay pruebas, que fuera sobornado por los italianos. Sí puede decirse que, por razones técnicas, después de ese partido fue inhabilitado a perpetuidad. Las desgracias del Leeds, como decíamos, no suscitaron ninguna benevolencia en el resto del fútbol inglés. Quizá porque el Leeds había adquirido fama de equipo brutal y barriobajero. Sus tres killers eran los dos centrales, el campeón del mundo (y ex minero) Jackie Charlton y el durísimo Norman Hunter, y el mediocentro, el espléndido y salvaje Billy Bremner. El entrenador Revie les exigía que mordieran: "Revie siempre nos decía que fuéramos durísimos en la primera entrada porque ningún árbitro te amonesta a la primera. Yo pegaba al contrario, le ayudaba a levantarse, pedía perdón al árbitro y muchas veces ya no volvía a ver al jugador en cuestión", explicó Hunter años después de retirarse. A Bremner, cuya piel es definida como "azul y negra" (por los moratones) en el himno del Leeds, le cayó en 1975 una inhabilitación de por vida por los disturbios ocasionados en un bar de Copenhague durante una borrachera. Murió en 1997, a los 55 años, de un ataque al corazón. En la entrada de Ellan Road, "uno de los estadios más intimidantes de Europa" según Alex Ferguson, una estatua honra para siempre la memoria de Bremner. Los hooligans del Leeds, que la policía británica sigue catalogando entre los más peligrosos, suelen darse cita ante la estatua de Billy Bremner. Aquel Leeds tremendo lanzó su canto del cisne en 1975 con una final de la Copa de Europa ante el Bayern de Múnich. El Leeds perdió, por supuesto. Hubo aún otro Leeds que pasó a la historia. Fue el de 1991-92, entrenado por Howard Wilkinson y con jugadores como Gordon Strachan, Tony Dorigo, Lee Chapman y Eric Cantona. Ganaron la última Liga convencional, la última antes de que en el verano de 1992 se creara la lujosa Premier League con el dinero de la televisión de pago y la diferencia entre los clubes ricos y los clubes pobres se hiciera prácticamente

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insalvable. El Leeds batalla ahora en la League One, el equivalente a la Tercera Divisi贸n espa帽ola.

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LOS CASOS EXTREMOS

Hubo en España una editorial que se planteó eliminar a uno de los tres hermanos Karamazov para que la novela de Dostoievski fuera más breve y, por tanto (ése era el razonamiento), más rentable. ¿Parece una burrada? Lo es. Cualquier tesis económica, llevada a su último extremo, degenera en burrada. Y, sin embargo, estas cosas abundan. Basta invocar la economía, es decir, el máximo aprovechamiento de los recursos disponibles, para que las ideas más absurdas tengan éxito. No estamos hablando de la política laboral de las empresas, aunque lo parezca. Hablamos del fútbol y de su envilecimiento. Es decir, sí hablamos, en realidad, de la política laboral de las empresas. Por razones misteriosas, los jefes de personal adoran a los empleados que ocupan espacio. No mueva el culo de la silla durante 12 horas y sus superiores le considerarán un héroe, un Stajanov redivivo. Da igual que no haga nada. Si ocupa su silla y cultiva sus ojeras, tiene un gran porvenir por delante. Le esperan miles y miles de reuniones, inútiles pero remuneradas. Esto mismo ocurre en el fútbol. Y ésa es la razón de que se extinga, poco a poco, la especie más hermosa, brillante y rara, el extremo, en vías de extinción desde hace años. Es normal, porque el extremo suele ser un tipo difícil (baje al césped y váyase al córner, le sorprenderá la extrañísima perspectiva), propenso a las lesiones, de escaso valor defensivo y, sobre todo, poco útil para ocupar terreno. Desde un punto de vista contable, el extremo siempre saldrá perdiendo ante el centrocampista trotón, ante el llamado carrilero o ante cualquiera que pueda ser clasificado como polivalente. Y hoy, con alguna excepción, parece que sean los contables y los jefes de personal quienes confeccionan las plantillas. No hace falta haber visto jugar a casos maravillosamente desesperados como Garrincha o Best. Ni siquiera a Gento. Recuerden al mejor Figo o fíjense en lo que pueden hacer, pegados a la banda, tipos como Cristiano Ronaldo o Robben. Eso, si hablamos de lujo y terrenos amplios. El extremo alcanza el máximo nivel cuando se mueve en una relativa modestia, cuando juega en un campo pequeño y debe bailar sobre una estrecha línea de cal saltando sobre la guadaña del defensa. Recuerdo, por ejemplo, a López Ufarte en Atocha o a Chechu Rojo en San Mamés. O, puestos a forzar, a un galeote flaco llamado García Soriano en La Condomina. Ciertos entrenadores se excusan alegando que apenas existen extremos en el mercado. Evidentemente, son difíciles de fabricar. Aquello de "se mueve lento, pero piensa rápido", tan manido en el centrocampismo, no vale para un extremo, que tiene que pensar y moverse con igual rapidez. Los extremos son especialmente difíciles de fabricar cuando los equipos infantiles renuncian a ellos en nombre de la productividad: si se puede llevar a la categoría profesional a dos trotones y un central cada año, ¿por qué empeñarse en sacar un extremo decente cada cinco? Cruyff siempre colocaba a un jugador en cada extremo, aunque no lo fuera. Guardiola también lo hace. Por desgracia, les vale casi cualquiera en esa posición. Y el tal cualquiera, por más genio que sea, por mucho que se llame Messi, Iniesta o Henry, acaba yéndose al centro, incapaz de soportar la dureza y la melancolía del puesto. El medio centro está lejos de todo, pero tiene alrededor a sus compañeros. El extremo está aún más lejos de todo, incluyendo a sus compañeros, y sólo tiene tratos con un defensa empeñado en sacarle del campo a tarascadas.

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LA LISTA DE LOS INDESEABLES

Entre los enemigos del fair play suelen destacar los violentos. Cualquier clasificación de futbolistas indeseables ha de incluir, por ejemplo, a los Montero, padre e hijo. El padre, Julio Montero Castillo, formó en el Granada, con Fernández y Aguirre Suárez, una de las defensas más brutales de todos los tiempos. El hijo, Paolo Montero Iglesias, pasó a la historia como el jugador con más expulsiones en la Serie A italiana pese a jugar en un equipo tan protegido como la Juventus. Habría que añadir a la lista gente como Vinnie Jones, Marco Materazzi, Andoni Goikoetxea, Nobby Stiles o Jorge Costa. Abundarían los candidatos: los killers del fútbol son fáciles de reconocer y recordar. Sin embargo, si la lista tuviera que hacerla yo, no estaría encabezada por un honesto rompepiernas. El matón de la cancha es víctima de la escasez de recursos técnicos y, con frecuencia, de las órdenes del entrenador. Actúa a la vista de todos y acumula sanciones. Sus propios rivales, con el tiempo, sonríen al evocarlo. No, nada de killers. En mi lista, los dos puestos de honor quedarían reservados para dos futbolistas excelentes. El primero, Pavel Nedved, balón de oro en 2003. El segundo, el ex sevillista Christian Poulsen. Curiosamente, ambos pertenecen ahora a la Juventus. No se trata de una simple manía personal, aunque también. En febrero de 2006, un par de aficionados interistas abrieron en Internet una página de nombre explícito, www.nonstimonedved.tk, para anotar las hazañas antideportivas del centrocampista checo. Semana a semana, la página fue agregando otras figuras reprobables. Debido al éxito, se ha convertido en un libro, de reciente publicación en Italia. Non stimo Nedved & tutti gli antisportivi constituye un útil sumario (con testimonios de otros futbolistas como Gattuso, Mexes, Pirlo, Zambrotta y Cannavaro) para acusar a Nedved y Poulsen, dos especialistas de la provocación, el juego sucio y el engaño al árbitro. Poulsen no es un hombre popular en Italia. Su empecinamiento en tocar, literalmente, los genitales de Totti durante un Italia-Dinamarca (2004), logrando que el romano le escupiera y fuera sancionado, y sus pataditas y pellizcos a Kaká durante un Milan-Schalke (2005), rematadas con una tarjeta amarilla para el brasileño cuando éste se le encaró, permanecen en la memoria. Tampoco es un hombre popular en su país. Tras su indecente actuación en un Dinamarca-Suecia, culminada con un puñetazo a un contrario, el ministro de Justicia danés, Lene Espersen, pidió que Poulsen fuera apartado de la selección. Ocurre, sin embargo, que estos jugadores hábiles y sucios resultan demasiado útiles para su equipo. Poulsen sólo sufrió una reprimenda oficial de la federación. Nedved pega menos, aunque pega lo suyo. Su máxima especialidad consiste en pegar y caer entre alaridos como si acabaran de amputarle en vivo una pierna. Quizá por su aspecto de niño bueno, quizá por su talento dramático, los árbitros pican siempre: en vez de pitarle la falta en contra, se la pitan a favor. Y, con un poco de suerte, amonestan a la víctima. Nedved consigue así decenas de tiros libres cerca del área que suele ejecutar él mismo. Consigue también exasperar al adversario. Y crear en torno a sí una total ausencia de deportividad. Citaré un ejemplo del 5 de octubre de 2003, durante un Juventus-Bolonia. Zambrotta tropezó y cayó en el área contraria y el árbitro, parcialmente tapado, pitó penalti. Zambrotta se levantó y fue hacia el árbitro para confesarle que no había existido falta. Nedved se lanzó sobre su compañero y, tras frenarle, le convenció de que callara. Puro fair play.

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EL FÚTBOL LÍQUIDO

Perdonen. Les prometo que este articulito habla de fútbol. De Matthew Le Tissier, por ejemplo: el genio perezoso que nunca quiso dejar su equipo, el Southampton. Pero antes habrá que mencionar al filósofo polaco Zygmund Bauman y referirse un momento a su exitosa teoría de la sociedad líquida. Bauman afirma que la vieja sociedad sólida, construida sobre bases estables como la familia, el empleo o las instituciones políticas, se ha desvanecido y que la posmodernidad ha roto todos los anclajes. Nos movemos en un entorno precario y cambiante, en el que antiguos valores como la fidelidad, la duración o la renuncia han perdido su significado. Eso es la sociedad líquida. Algunos hablan ya de sociedad gaseosa. Los individuos y las instituciones flotamos a la deriva. Llegamos a Le Tissier. Fue, y es, el hombre más reverenciado de Southampton, una localidad no especialmente agraciada del sureste inglés. Dedicó al Southampton, un equipo siempre al borde del desastre, su carrera deportiva completa (1985-2002) y una colección de goles increíbles. Le gustaba elevar el balón y golpearlo en el aire, como suele hacerse en la playa (nació en Guernsey, una isla del Canal de la Mancha), y no fallaba un penalti. Lanzó 50 y marcó 49. El día que falló corrió a felicitar al portero: era y es un tipo amable. Le Tissier, que a veces estaba muy gordo y no se distinguía por su rapidez, fue tentado por numerosos clubes. Milan, Chelsea y Tottenham le hicieron ofertas en firme. Ni siquiera contestaba. Sólo fue internacional en ocho ocasiones y tampoco eso pareció importarle mucho. Matthew Le Tissier fue un futbolista de club. Hasta hace un par de décadas, había al menos uno en cada equipo modesto y, quitando a los fenómenos, que siempre emigraron, alguno de ellos era realmente bueno. Representaban la continuidad y la memoria. ¿Hacemos ahora una lista de los grandes futbolistas de club? Raúl en el Madrid. Puyol en el Barcelona. Gerrard en el Liverpool. Maldini en el Milan. Totti en el Roma. Del Piero, con reparos (ha jugado en otros equipos) en la Juventus. Podríamos añadir algunos más. ¿Se les ocurre alguno en un equipo de aspiraciones limitadas? Queda Tamudo, pero sigue en el Espanyol por pura casualidad: porque el Rangers, que le fichó hace ocho años, le devolvió a Barcelona por razones médicas. En la sociedad líquida, los grandes jugadores de club y, por extensión, la estabilidad y la memoria constituyen un lujo, una rareza que sólo pueden permitirse las instituciones más solventes. Le Tissier era ya un veterano cuando el pay per view de Murdoch creó la Premier League, los sueldos se dispararon y el fútbol inglés alcanzó el estado líquido. Pudo vivir al margen del nuevo modelo de negocio. Su caso, hoy, es prácticamente irrepetible. Enjambres de intermediarios flotan sobre las canchas juveniles para llevarse al chico prometedor mucho antes de la mayoría de edad. Ocurre lo que todos sabemos: los clubes fuertes son cada vez más fuertes y los débiles son cada vez más débiles. Y ocurre además lo que decíamos antes: que la continuidad, la memoria, los relevos entre generaciones, son sólo de quien puede pagarlos.

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KAKÁ, LA GERONTOCRACIA Y LAS OFERTAS DIABÓLICAS

Digamos que Silvio Berlusconi es un personaje singular. Así nos entendemos todos y él no se enfada. Porque una de sus singularidades consiste en leer, o en hacer que le lean, lo que se escribe sobre él en las páginas deportivas. Puedo garantizarlo: cuando trabajaba en Italia, más de un lunes recibí una llamada de Paolo Bonaiuti, hombre de confianza de Berlusconi y portavoz del Gobierno. Bonaiuti llamaba para quejarse. No por una crónica de política o economía, sino por alguna opinión contenida en unas cosillas llamadas Historias del calcio que hacía yo entonces. Parece bastante evidente que Berlusconi tiene un alto concepto de sí mismo y cuenta con ocupar un lugar destacado en la historia italiana. Sospecho, sin embargo, que, por encima del dinero, del poder y de los galanteos, es decir por encima de todo, valora su trabajo en el Milan. ¿Recuerdan el Rosebud? Era el trineo que, en Ciudadano Kane, el magnate añoraba en el momento de la muerte. Pues bien, Berlusconi no ha perdido su Rosebud. Para Berlusconi, el Milan es a la vez un objeto de placer casi infantil y un símbolo de trascendencia. El Milan no pasa por su mejor momento. Ni en la competición italiana, hasta ahora dominada por el Inter y la Juventus, ni en Europa: vivir fuera de la Champions ha de resultar muy duro para una institución que se autoproclama "el club con más títulos del mundo". El Milan de 2009 es además un equipo tremendamente desequilibrado. Basta recitar la alineación que se enfrentó al Roma hace un par de semanas: Abbiati (31 años), Zambrotta (casi 32), Maldini (40), Favalli (37), Jankulovski (31), Beckham (33), Seedorf (32), Pirlo (28), Ambrosini (31), Ronaldinho (28), Kaká (26) y Pato (19). Observen que la parte delantera es de alto nivel y de edad razonable. Todo lo que hay detrás, por el contrario, es disfuncional y fondón, impropio de un gran equipo. En la defensa falta Nesta, cierto. Pero Nesta va por los 32 años y está muy castigado por las lesiones. Contaba ayer John Carlin que Kaká ha rechazado la megaoferta del Manchester City, que John llamaba "la oferta del diablo" (El diablo, curiosamente, es el apodo del Milan), y que ha hecho un favor al fútbol quedándose con Berlusconi. El City, por supuesto, no es el Milan. Hasta ahí, de acuerdo. Ahora bien, ¿se han fijado en todo lo que necesita el Milan para acabar con la tendencia gerontocrática? Los viejos jugadores milanistas cuentan con la experiencia necesaria para ganar cualquier final, pero no con las piernas para llegar a ella. A finales de esta temporada se impondrá una renovación profunda. Y arriesgada, como todas las renovaciones. Kaká es uno de los tres o cuatro mejores jugadores del mundo. Pato es un delantero excelente y jovencísimo. A Ronaldinho aún le quedan unos cuantos tiros libres. Lo demás, con la excepción de Pirlo, pronto será material de desguace. No tengo ni idea de los planes de Berlusconi. Puestos a vaticinar, sin embargo, creo que en el verano acabaremos hartos de Silvio Berlusconi y de Florentino Pérez y de su necesidad de comprarlo todo.

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EL SUFRIMIENTO Y LAS BELLAS ARTES

La ficción cambia con el tiempo. El humano, sin embargo, permanece apegado a ella. Dicen que en el siglo XVIII fue el teatro y que en el XIX fue la novela. Suena razonable. También dicen que el siglo XX fue dominado por la ficción cinematográfica y radiotelevisiva, pero ahí no estoy del todo de acuerdo. Conviene tener presente al fútbol, una ficción de extraordinario éxito. El fútbol, como cualquier otra ficción, exige lo que Coleridge llamó la suspensión de la incredulidad. Practicamos esa suspensión de forma automática y casi inconsciente: podemos llorar leyendo una pieza literaria, asistiendo a una representación teatral o viendo una película, aunque sabemos que la emoción viene provocada por una historia irreal que alguien ha confeccionado justamente para eso, para apelar a nuestros sentimientos. Eso mismo es el fútbol, con una característica adicional: permite además una interactividad casi ilimitada, muy superior a la de cualquier otra expresión ficticia. Por supuesto, el fútbol cuenta con una vertiente real. Hay balón, cancha, jugadores, resultados, estadísticas, negocio. También en la literatura hay idiomas, normas ortográficas, autores, lectores, negocio. Lo interesante, sin embargo, es lo otro, lo que no es real. Acuda a un estadio, cualquiera de ellos, y contemple la grada. Tal vez se vea usted a sí mismo, sentado cómodamente o empapado por la lluvia, sonriente o furioso, feliz o deprimido. Evidentemente, no es el juego por sí mismo el que hace que el aficionado grite o aplauda: conozco a muy pocos, poquísimos, estetas del fútbol. La emoción la aporta una compleja construcción cultural por la que una victoria de nuestro equipo puede hacernos rozar la gloria y una derrota puede llevarnos a la miseria. Ésa es la ficción que hace del fútbol un fenómeno social. Sabemos que, en realidad, no pasa nada: sólo pasa lo que nosotros queremos que pase. Sabemos que los futbolistas cobran por jugar y son intercambiables. Sabemos que entre los nuestros, los de nuestro bando, hay gente detestable y que entre los otros, la afición rival, tenemos amigos y familiares a los que queremos. Incluso sabemos que nuestra identidad colectiva, definida por unos colores determinados y una historia compartida, es un relato, no un hecho. Pero ejercemos muy a gusto nuestra suspensión de la incredulidad y nos incorporamos a la ficción como uno más entre muchísimos personajes secundarios. Ahora mismo, en cuanto envíe estas líneas, el arriba firmante se pondrá un abrigo e irá al estadio a pillar un resfriado bajo la lluvia y el viento mientras soporta un partido infame y sufre como si se acabara el mundo porque su equipo, el Espanyol, percibe ya en la nuca el aliento frío del descenso. Que me perdonen las bellas artes, pero no hay ficción en el mundo que procure sensaciones tan auténticas.

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LOS MAESTROS DEL RELATO

Hay grandes futbolistas que no saben jugar al fútbol. Y futbolistas mediocres, o poco más, que juegan como los ángeles. Son casos minoritarios, pero existen. Guardiola no valía la mitad que Xavi o Pirlo. Su talento era y es básicamente mental ¿En qué consiste saber jugar al fútbol? En conocer el juego, simplemente. En conocerlo desde dentro, en dominar (y anticipar) los movimientos colectivos propios y ajenos, en intuir espacios que aún no existen. En comprender el sentido del relato que se desarrolla durante 90 minutos. En resumen, en saber por qué pasa lo que pasa. Hay grandes futbolistas que ignoran todo eso. Recuerden a Rivaldo, por ejemplo. Tenía, y dentro de lo que cabe mantiene, un toque exquisito, una técnica individual refinada y una notable capacidad para inventar regates y disparos difíciles. No creo, sin embargo, que sea un buen jugador de fútbol. No creo que sepa por qué pasa lo que pasa durante un partido. El fútbol de Rivaldo comienza y acaba en sí mismo. Otro ejemplo: Beckham, un deportista encomiable en muchos sentidos. Vive en un ambiente que eleva lo pijo a niveles grotescos; cuando salta al campo, sin embargo, se esfuerza como un debutante. Ha sobrevivido a múltiples defunciones futbolísticas y, ya en la decadencia, resulta todavía útil. Ahora bien, es un tipo de una sola jugada y de un solo pie: dobla el tobillo derecho y saca un centro estupendo. Y otro. Y otro. Es una máquina de golpear el balón. Háganle hacer otra cosa, y Beckham naufraga. No alcanza a comprender el intríngulis del juego. Luego están los otros, los que carecen de características sobresalientes, los que no han nacido para acariciar el balón, pero entienden de qué va la cosa. Guardiola, sin ir más lejos. Guardiola fue un futbolista lento, frágil, sin especial talento para el pase larguísimo (comparado con especialistas como Schuster) y sin llegada a puerta. En términos estrictamente técnicos, Guardiola no valía la mitad que Xavi o Pirlo. El talento de Guardiola era, y debe seguir siendo, básicamente mental. Guardiola siempre daba la impresión de saber por qué pasaba lo que pasaba en un partido, y qué había que hacer para que las cosas siguieran igual, o cambiaran a favor de su equipo. Los ritmos, las distancias, los espacios, esos elementos que definen el futuro inmediato de un balón en movimiento, estaban en su cabeza. Y no es cuestión de centrocampismo. Piensen en Romario, una de las cumbres estéticas del fútbol. Era un tipo que jugaba de espaldas al partido: cuando se procuraba un balón, inventaba un gol. Él se lo guisaba, él se lo comía. De Hugo Sánchez podría decirse que fue futbolista de una sola jugada, el remate: toque y gol. En realidad, era lo opuesto a Romario: sabía desde dónde partiría el centro, dónde iría a parar y en qué posición y postura debía encontrarse él para tocar y marcar, sin más florituras. Leía el partido y participaba en él como el centrocampista más iluminado. No se perdía ni una línea de la narración, aunque sólo apareciera en la última página. No hubo futbolistas más distintos que Guardiola y Hugo Sánchez. Pero ambos compartían una misma cualidad: cada uno en su estilo, fueron maestros del relato.

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LA HISTORIA DEL GATO MUERTO

La estética del fracaso se hace a veces cansina, eso es cierto. El héroe derrotado y víctima de la injusticia constituye un instrumento narrativo muy útil cuando se trata de criticar la sociedad. Desde el Jean Valjean de Víctor Hugo al Philip Marlowe de Raymond Chandler, disponemos de una extensa galería de personajes inequívocos: en cuanto aparecen, sabemos que al final, si llegan a sobrevivir, se quedarán solos y pobres. Ocurre, sin embargo, que ese héroe, o antihéroe, ha degenerado con frecuencia en un pastiche. Eso, en el arte. En la vida, el culto al fracaso tiende a producir abulia, conformismo y una actitud parasitaria. Todo eso lo reconozco. Pero en materia de fútbol sigo sintiendo respeto, y casi reverencia, hacia los equipos malditos. Uno siempre puede elegir los colores de un equipo grande y más o menos triunfador; sospecho que los equipos pequeños y más o menos perdedores, en cambio, le eligen a uno. Puestos a elegir un club europeo al que el destino haya designado como víctima, yo propondría al Torino. Por la catástrofe aérea de Superga, que aniquiló el mejor equipo de su historia; por la desgracia de Meroni, la mariposa grana, atropellado tras un partido por un joven admirador, y por estar condenado a convivir con una sociedad tan potente y altiva como la Juventus. ¿Y en España? Mi elección, evidentemente subjetiva, recaería en el Levante. No pertenezco a ese segmento de la sociedad que se embelesa con los colores azul y grana, los que utiliza el Levante. Pero simpatizo con los decanos de Valencia, en parte por los infortunios que desde siempre han afligido a la institución granota (llamada así por las ranas que abundaban en una vieja sede) y en parte porque de pequeño oí hablar de la leyenda del gato negro. No sé si la conocen. Dicen que hacia 1959, después de que el Levante perdiera una promoción para ascender a Primera, unos seguidores del Valencia colgaron un cartel junto a la puerta del estadio levantinista de Vallejo. El cartel decía: "Cuando el gato suba a la palmera, el Levante estará en Primera". Había unas palmeras por allí. Al pie de una de ellas dejaron el cadáver de un gato negro. No sé si la historia es cierta o si, de serlo, ocurrió como la cuento. Se agradecerían noticias. Posee, en cualquier caso, una indudable fuerza expresiva. Hagamos un breve e incompleto recuento de las desgracias del Levante, un club endémicamente pobre. La desgracia que podríamos calificar de fundacional ocurrió en 1927, cuando se creó la Liga española: el Levante podría haber disputado las eliminatorias que garantizaban un puesto en Segunda, pero por falta de dinero prefirió instalarse en Tercera. Diez años después, en 1937, el Levante venció en la final de Copa a su máximo rival, el Valencia. Pero la competición fue disputada en la zona republicana y el título no fue reconocido por el franquismo; sólo en la democracia se ha legalizado ese trofeo. Dos décadas más tarde, en 1957, el estadio granota fue destrozado por unas inundaciones. En 1981, el Levante fichó por una cantidad desproporcionada (porcentaje de taquilla incluido) a un Johan Cruyff especializado en lanzar fueras de banda; la temporada acabó en descenso. Los últimos años son bien conocidos, incluyendo los impagos a los jugadores y el desastre económico del pasado. Es sólo un detalle, pero este fin de semana ha perdido contra el Hércules. Se aceptan otras propuestas, pero insisto: no conozco una afición que haya sufrido tanto como la granota.

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LA LECTURA DE LOS CLÁSICOS

Para aprender periodismo deportivo basta con estudiar a dos clásicos, italianos ambos: Gianni Brera y Candido Cannavó. En esos dos hombres está todo. Por supuesto, jamás anduvieron de acuerdo. Gianni Brera inventó el lenguaje del deporte italiano. Fue un escritor espléndido, elevó a niveles insuperables las crónicas de ciclismo y dio legitimidad al juego cínico y reservón con el que muchos identifican al calcio. Un tipo tremendo, Brera. Grueso, arrogante, racista, con una cultura enciclopédica y un carácter insufrible. Su secreto fue revelado tras su muerte: amaba el fútbol delicado y creativo de Gianni Rivera, pero no podía decirlo sin echar por tierra sus teorías sobre las bondades de la defensa, el patadón y el gol de picardía. El sur italiano y sus habitantes ocupaban un puesto muy alto en su lista de manías. Brera, hombre del norte, toleraba con dificultad la existencia de Roma; cualquier cosa al sur de la capital le parecía insufrible. ¿Creen que un hombre así no podía ser un gran periodista? Se equivocan: fue grandioso. No sólo observaba el deporte como nadie (la agonía de un ciclista rezagado en la escalada, el cambio táctico que decanta un partido); era un maestro de la provocación inteligente y la polémica de profundidad, elementos fundamentales para la prevención del atontamiento. Lo que hizo en 1983 fue perfectamente previsible: denunció que La Gazzetta dello Sport, el diario en el que había escrito sus mejores piezas, era víctima de "una conspiración sureña". La "conspiración" consistía en que La Gazzetta, el diario con mayor difusión en Italia, había quedado en manos de un director siciliano. El siciliano, llamado Candido Cannavó, prefirió no discutir con su ilustre colega y ponerse a trabajar. El lector avisado puede imaginar la dificultad que entraña dirigir la Biblia rosa del deporte italiano. En España resulta un poco más sencillo porque los diarios deportivos tienen una clientela concreta. Para entendernos, no habrá muchos socios del Barcelona que compren el As ni muchos del Madrid que compren el Sport. La Gazzetta, en cambio, se ve obligada a mantener las distancias, cosa no siempre posible. Cannavó, por ejemplo, opinó tras la tragedia de Heysel que el Juventus debía devolver la Copa y dejar vacante el título europeo: los aficionados juventinos empezaron a detestar al pobre director siciliano y bastantes se pasaron al Tuttosport, un diario inequívocamente blanquinegro. También hubo bronca cuando Cannavó se mostró partidario de que las maniobras de Luciano Moggi, el director deportivo del club de los Agnelli, fueran castigadas con el descenso del equipo. La peor bronca de todas fue interna: cuando afloró el dopaje en el ciclismo, Cannavó exigió la máxima dureza; cabe suponer cómo se lo tomaron los dueños de La Gazzetta, diario patrocinador del Giro. Cannavó no escribía tan bien como Brera o como Gianni Mura, el gran cronista de La Repubblica. Pero era un grandísimo periodista, honrado y, además, bondadoso, tanto como para proclamar tras la muerte de Brera, en 1992, que su correoso rival había sido el mejor. Dejó la dirección de La Gazzetta en 2002, después de 20 años, y se instaló en una oficina pintada de rosa, como las páginas del diario, para escribir

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columnas de portada y libros sobre la vida carcelaria o los discapacitados físicos. Eran, a su manera, libros sobre el deporte porque hablaban de la capacidad humana para superar las dificultades. Candido Cannavó, nacido en Catania en 1930, sufrió una hemorragia cerebral el pasado jueves mientras trabajaba en La Gazzetta. Falleció ayer por la mañana.

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LÁGRIMAS COMPARTIDAS

Yo ya sabía que la afición colchonera es de una pasta especial. El otro día lo confirmó un amigo madridista mientras se abrazaba, entre lágrimas y confusión, con una señora del Atleti. Conocí a la tribu rojiblanca el 27 de mayo de 2000, en Valencia. El Espanyol, el equipo de mis penas, y el Atlético de Madrid disputaban la final de la Copa del Rey en Mestalla. Las horas previas al encuentro pasaron como suelen pasar, con un tranquilo compadreo entre ambas aficiones. Eso es lo habitual. Son muy pocos quienes crean bronca en torno al estadio, pero son ellos quienes salen en la prensa porque, como se sabe, la noticia consiste en que un hombre muerda a un perro y los descerebrados del fútbol muerden hasta las farolas con tal de hacerse notar. El partido salió raro y no sólo porque lo ganara el Espanyol: el gol de Tamudo, birlando el balón de entre las manos a su ex compañero Toni, fue de los que mosquean a la parte damnificada. Concluida la ceremonia, había un bando esencialmente triste: el Atleti había bajado a Segunda sólo 20 días antes y, como postre, se llevaba el chasco. Y había un bando esencialmente desconcertado: el Espanyol llevaba 60 años sin ganar nada y, por tanto, la experiencia de llevarse una copa a casa era algo nuevo para casi todos nosotros. Una vez celebrados los goles y vitoreado el equipo, no sabíamos cómo comportarnos. Salimos del estadio, por tanto, como solemos salir de los estadios: más bien callados y circunspectos. A mi grupo se acercó entonces uno de colchoneros preguntando el porqué de tanta flema. Pudimos responder (sin mentir) que callábamos, en parte, por no ofender: sabemos demasiado bien lo que siente el que pierde. Respondimos cualquier otra cosa. El grupo rojiblanco se unió a nosotros y nos animó a animar. Son detalles que no se olvidan. Y luego, el día del Atlético-Barça, pasó lo de mi amigo. El personaje en cuestión, al que, como hacía Groucho Marx, llamaremos Delaney, acababa de sufrir un mal trago sentimental y arrastraba su alma en pena por las calles de Madrid. Delaney sintió la necesidad de compañía y en un arrebato, pese a su acendrado madridismo, se hizo con una entrada para el partido del Calderón. Podía haber satisfecho su afán de multitud en el metro, es cierto, pero no creo que a Delaney se le haya ocurrido jamás bajar las escaleras hasta ese universo subterráneo. En pleno fragor de la remontada atlética, mientras el Calderón hervía, mi amigo Delaney no pudo más con lo suyo. Sentado en su asiento, se le escapó una lagrimilla de desamor. La señora de la plaza contigua, incapaz de tolerar que un miembro de la tribu se emocionara de esa forma tan solitaria, se echó a sus brazos, le estrujó con fuerza y le transmitió a gritos una dosis de humanidad: "¡Llore, llore con ganas! ¡Desahóguese, que esto no se ve todos los días!". La señora redondeó el gesto con su propio llanto. Y así acabaron el partido mi amigo Delaney, el merengue, y la cordial señora colchonera: abrazados los dos, húmedos los ojos, absurdamente unidos.

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AUTOBUSES, PRIMAS Y SOBORNOS

El Mundial de 1974, en Alemania, fue el único en el que participó Cruyff. Eso debería bastar para hacerlo memorable. Se vieron además algunos momentos de gran fútbol, protagonizados por Holanda y Polonia, y se asistió al declive del Brasil post-Pelé. Lo más extraordinario, sin embargo, fue lo que ocurrió al margen del balón. La angustia de los jugadores zaireños, por ejemplo. Zaire (hoy Congo) fue, en 1974, la primera selección subsahariana que alcanzaba la fase final del máximo torneo futbolístico. Los leopardos emprendieron viaje hacia Alemania con una advertencia de su presidente, el delirante dictador Mobutu Sese Seko: "Si pierden, no vuelvan". Lo recordaron, sin duda, cuando Yugoslavia les dejó 9-0. Ya consumada su eliminación, intentaron poner en práctica un plan desesperado: subieron al autocar que les prestaba la organización e intentaron huir hacia cualquier sitio, menos su propio país. Según algunas versiones, el plan consistía en volver a Zaire por carretera y aplacar la ira de Mobutu regalándole el vehículo. La cosa no funcionó. La policía alemana les detuvo en la frontera y les obligó a devolver el autocar. Volvieron a Kinshasa y, como temían, sufrieron represalias y alguna paliza policial. Lo de Polonia, mucho menos trágico, también resultó curioso. Los polacos desarrollaron un fútbol rápido y vistoso y tal vez, si hubieran disputado la semifinal contra Alemania sobre un césped normal y no sobre el inundado estadio de Francfort, habrían hecho historia. Aquel día aún no se sabía que Gadocha, el extremo izquierdo, era un hombre rico. Un intermediario le había entregado un soborno que debía repartir entre los principales jugadores de la selección para que se dejaran ganar. Gadocha no dijo nada, se guardó el dinero y después del Mundial fichó por un equipo francés. Sus compañeros no le olvidan. Y ocurrió lo de Yugoslavia. Desde un punto de vista futbolístico fue lo más terrible porque las inquinas nacionalistas impidieron que un equipo formidable explotara al máximo su talento. Disponían de un centrocampista sensacional, el esloveno Brane Oblak, y de un genial extremo zurdo, el serbio Dragan Djazic. Las cosas se desarrollaron bien durante la primera fase porque los futbolistas se comprometieron a mantenerse unidos en la lucha por un objetivo común: la prima que les había prometido el mariscal Tito. El plan se torció tras la brillante clasificación para la segunda fase. Un grupo de jugadores, entre ellos Djazic, reclamó que se les anticipara una parte de la prima. Querían aprovechar su estancia en Alemania para ir de compras. El presidente de Yugoslavia hizo entonces una cosa bastante idiota: viajó a Alemania, se reunió con los futbolistas, les lanzó una arenga sobre la gloria y el triunfo y les pagó todo el dinero prometido. Ese mismo día comenzó el desastre. Ya nadie se preocupó de otra cosa que de gastar, preferiblemente en compañía de señoritas. También quedó olvidado el pacto de unidad. Serbios y croatas dejaron de hablarse. Oblak, esloveno, lo resumió años más tarde con una frase: "El dinero fue nuestra ruina".

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“MISTER” CLOUGH Y LA HAZAÑA DEL FOREST

La última gran batalla del viejo laborismo británico, socialista y cristiano, concluyó en marzo de 1985 con una derrota definitiva. Tras un año de huelga contra el Gobierno de Margaret Thatcher, los mineros se rindieron y en poco tiempo, una a una, las minas fueron cerrándose. Pero, antes de la huelga y del triunfo de Thatcher, aquella izquierda había disfrutado de una gloria irrepetible. Nunca en el fútbol europeo se había visto algo así. ¿Fútbol y política? Sí, por supuesto. A veces ocurre. El mundo de los símbolos es así de complejo. Tomemos una ciudad: Nottingham, en el corazón industrial de Inglaterra. A mediados de los 70, Nottingham estaba perdiendo con rapidez sus fábricas textiles. La población decrecía. La crisis económica y la crisis del laborismo se unían en una sensación generalizada de declive. Tomemos un equipo: el Nottingham Forest, tan histórico como deprimido. El Forest fue fundado en 1865 y adoptó el color rojo del revolucionario italiano Garibaldi; en 1976 poseía un pasado notabilísimo (patrocinó el nacimiento del Arsenal londinense, fue el primer equipo en experimentar las redes en las porterías y el arbitraje con silbato en vez de banderas) y un presente mediocre en la Segunda División. Tomemos un joven entrenador: Brian Clough, que destacaba por su efectividad (le había dado una Liga al modesto Derby County en 1972), por su tremendo carácter y por su filiación laborista. Cuando había una huelga minera en las Midlands, Clough estaba ahí, animando a los piquetes y donando parte de su sueldo. Mister Clough, como exigía ser llamado, no puede ser comparado con los Mourinho o los Ferguson de hoy porque éstos no resisten la comparación. Una de sus frases célebres: "Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero es que yo no me encargué de ese trabajo". Ya tenemos la ciudad, el equipo y el técnico: una mezcla explosiva. En 1977, Mister Clough logró que el Forest ascendiera a la máxima categoría. Entonces empezó la fiesta: en la temporada siguiente, 1977-78, el Forest fue campeón de Liga. En 1979, el año en que Thatcher llegó al Gobierno, fue campeón de Europa. Y en 1980 lo fue otra vez. Ningún otro equipo europeo posee más Copas de Europa que títulos ligueros. El Forest logró la hazaña jugando limpio y raso: fue el primer equipo británico que amó el balón. Otra frase de Clough: "Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo". Luego llegó la decadencia. Las estrellas como Peter Shilton y Trevor Francis se eclipsaron. Mister Clough se hundió en el alcoholismo. El 15 de abril de 1989, cuando Forest y Liverpool iniciaban una semifinal de Copa en el estadio de Hillsborough (Sheffield), una avalancha de espectadores causó 96 víctimas mortales. La tragedia de Hillsborough simbolizó el fin de una época. En 1993 llegaron el descenso y la despedida de Mister Clough. El mejor entrenador británico (este título podría discutírselo su amigo Bill Shankly, pero nunca Alex Ferguson) murió en 2004, tras un trasplante de hígado que le dio unos pocos meses de tiempo suplementario. El Nottingham Forest malvive en la Segunda División inglesa. Lo que hicieron Mister Clough y el Forest nunca será superado.

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FALTÓ LUTHER BLISSET

Tantos ojeadores, tantos fichajes, tanto dinero gastado, y al Inter se le escapó Luther Blisset. Fue una lástima. Massimo Moratti, el presidente del Inter, ha comprado a precio de oro los paquetes (bidoni, en italiano) más estrepitosos que han pasado por el calcio: Gresko, Vampeta, Brechet, Cayo, Choutos, West, Pancev, Dalmat, Kallon... No vamos a dar la lista completa porque no hace falta. Tampoco entraremos en el tema de la gerontofilia ni en los fichajes de ancianidad manifiesta, del tipo Figo o Vieira. Ni en los despidos improcedentes, como el de Roberto Carlos, vendido al Real Madrid por ser "inconcreto". El caso es que Luther Blisset, ínclito no-goleador milanista en los 80 (con una media de un gol cada 720 minutos), es ya un símbolo. Existe un Proyecto Luther Blisset; una novela, Q, firmada por el Colectivo Luther Blisset; varios grupos antisistema Luther Blisset. El lamentable delantero centro de origen jamaicano, primer jugador negro en marcar un hat trick con la selección inglesa (en un partido contra Luxemburgo), ha adquirido una dimensión casi planetaria. Y, ya retirado, no pierde el humor: asegura que en su discretísima carrera futbolística y en su esplendoroso fracaso en el Milan se limitó a seguir un guión, escrito, evidentemente, por el colectivo literario Luther Blisset. Es curioso que el Inter, especialista en bidoni, dejara perder la oportunidad de contar con Blisset. Aún más curioso, sin embargo, es que mantenga la capacidad de convertir en bidoni a futbolistas más que respetables. Mancini, por ejemplo. En el Roma fue un espléndido extremo y un goleador; en el Inter no ha sido nada. Adriano, que jugó de maravilla cuando concluyó su cesión al Parma, se ha convertido en un golfo. Ibrahimovic sigue siendo uno de los mejores delanteros del mundo, pero ahora que figura también entre los mejor pagados (casi 11 millones anuales) dice que el dinero no le importa, y que le gustaría irse a un club "ganador". Llegó a pensarse que la llegada de Mourinho acabaría con el desorden genético del Inter, o al menos lo moderaría. Pero la Bienamada, la única que se ha mantenido siempre en Primera, la que más seguidores tiene en Italia, sigue aferrada a sus tradiciones. Con Mourinho, cierto, ganará con casi total seguridad el scudetto. También lo ganó con Roberto Mancini. Lo del scudetto está bien como premio de consolación. Aunque un club tan grande y con un presidente tan rico (el petrolero Moratti ha gastado en una década casi 500 millones en fichajes) agradece los títulos ligueros, sólo sueña con la Liga de Campeones. Y ahí se suceden los bochornos. Esta temporada, al menos, el Inter ha caído con el campeón, el Manchester. Lo típico solía ser la eliminación frente al Valencia o el Villarreal, con agresión, tángana y vuelta al ruedo de Materazzi. Pese a esa leve mejoría, y a la satisfacción de los interistas ante las desgracias del Milan, el balance volverá a cerrarse con tristeza. Dicen que Mourinho pide otros seis fichajes, todos de la Premier, que vendrían a costar 60 millones. Es posible que Moratti pague, y muy posible que se vuelva a fracasar. ¿Estaría dispuesto Luther Blisset a fichar por el Inter, como presidente-entrenador?

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EL CHICO Y SU FAVELA

Hay muy buenos libros sobre boxeadores. Desde los cuentos de Jack London, como El combate y Por un filete, hasta la clásica novela Más dura será la caída (Budd Schulberg) o la relativamente moderna Fat City (Leonard Gardner), pasando por biografías como The Devil and Sonny Liston (Nick Tosches), se ha escrito muchísimo de boxeo: la dignidad del luchador, la miseria moral, la corrupción deportiva, la corrupción general, la desolación de la derrota, el dolor, la soledad. También hay buen material bibliográfico sobre fútbol. Pero, es curioso, no sobre las personas que destacan en su práctica. El futbolista parece un espectro sin vida, sin pasado ni futuro, oculto tras el tópico ("hay que pensar en el próximo partido") y la estructura empresarial de su club, envuelto en dinero y rodeado de supermodelos. El futbolista se erige en paradigma de la frivolidad, y eso da para poca literatura. Es curioso, repito, que las extraordinarias aventuras y los dramas personales de algunos, en especial brasileños y africanos, no se hayan traducido más que en biografías hagiográficas llenas de reverencia o en modestos artículos de prensa. En realidad, las vidas de Rivaldo, Ronaldo o Adriano valdrían como metáforas de una época confusa y disparatada, la nuestra. No hace falta insistir en la infancia pobrísima de Adriano, Ronaldo y Rivaldo (con secuelas óseas de malnutrición) ni de la ausencia de la figura paterna en un momento clave: Ronaldo era hijo de divorciada en las favelas; Rivaldo perdió a su padre por un accidente de tráfico justo antes de firmar su primer contrato profesional; el padre de Adriano, que tenía una bala incrustada en la cabeza a causa de un tiroteo, murió cuando el hijo empezaba a triunfar en el Inter. Esas circunstancias son sólo una parte del asunto. Tomemos el caso de Adriano, alcoholizado, según su novia, o ex novia, y "necesitado de nuestras oraciones", según su madre. El ariete del Inter gana cinco millones de euros al año, a los que ha renunciado mientras no juegue. Adriano ha protagonizado numerosas fugas a Brasil para refugiarse en su viejo barrio. El futbolista millonario toma un avión en Milán, primera clase, y desembarca en la favela de su infancia para compartir cervezas y prostitutas con sus amigos de toda la vida. Sus amigos, ahora, se dedican mayormente al narcotráfico y a la delincuencia organizada. Las fiestas duran días, semanas. Adriano ha ido hundiéndose en esa esquizofrenia: ídolo de oro en Europa, pandillero salvaje en América. El chico dejó la favela, pero la favela no dejó al chico. Por alguna razón, las tragedias personales de los futbolistas no inspiran como las tragedias de los boxeadores. Ni siquiera dan frases como las de los boxeadores. Aquélla de Larry Holmes, por ejemplo: "Es duro ser negro. ¿Ha sido usted negro alguna vez? Recuerdo que yo lo fui, cuando era pobre". Las frases del fútbol hablan del fútbol, no de la sociedad. "Fútbol es fútbol", y todo lo que al fútbol se refiere parece convertirse en espectáculo y divorciarse de la vida. Pura frivolidad, se diría. ¿Por qué dejamos escapar esta metáfora sobre nosotros mismos?

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TEORÍA SEXUAL DEL GOL

Se ha dicho muchas veces que el gol se parece al orgasmo. Existen, por ejemplo, afirmaciones teóricas como la de Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra: "El gol es el orgasmo del fútbol; como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna". Y existen constataciones empíricas. Según Iván Zamorano, "marcar un gol es como tener un orgasmo, algo tan fascinante que cuesta explicarlo". Hay quien considera que la comparación se queda corta: "Este gol ha sido mejor que un orgasmo", dijo Hernán Crespo, en su época milanista, tras marcarle uno al Manchester United. Yo no estoy tan convencido, aunque no me siento en condiciones de negar que exista una relación directa entre el gol y el placer sexual: nunca he marcado un gol en un gran estadio repleto y nunca he tenido, que yo sepa, un orgasmo ante 60.000 espectadores. Y para opinar sobre esas cosas hay que tener experiencia. Los indicios, en cualquier caso, se multiplican. Hace unos meses, los servicios médicos del Gremio de Porto Alegre, uno de los grandes clubes brasileños, realizaron un estudio sobre el efecto del sildenafil en el rendimiento de los futbolistas. Según el médico jefe del Gremio, Alarico Endres, el sildenafil, comercializado bajo la marca Viagra, "aumenta y mejora la circulación sanguínea y, por tanto, puede incrementar las prestaciones, sobre todo en altura". Endres se refiere a las prestaciones atléticas, no a las otras. En Italia, la comisión antidopaje ya se ha planteado la posibilidad de incluir el sildenafil en la lista de sustancias prohibidas a los futbolistas. Los experimentos, hasta ahora, no resultan concluyentes. Rodrigo Figueroa, ex preparador físico del Blooming de Santa Cruz, de la Primera División boliviana, ha revelado esta semana que a lo largo de 2008 suministró sildenafil a varios de sus jugadores cada vez que hubo que jugar en La Paz, a 3.600 metros de altura. El sildenafil era mezclado con zumos de frutas "para que los ocho o nueve que lo tomaban no supieran lo que ingerían", según las explicaciones de Figueroa. ¿Los resultados? "En altitud se gana, se empata y se pierde", declaró el ex preparador físico al diario La Prensa. "La verdad es que se consigue más con una buena charla táctica que con el sildenafil", admitió. Ni en el Gremio de Porto Alegre ni en el Blooming de Santa Cruz se registraron, al parecer, efectos secundarios especialmente indeseables. Ignoro si alguien ha tenido el valor de experimentar con el sildenafil en una de esas largas concentraciones de pretemporada, generalmente realizadas en altura para favorecer la capacidad de oxigenación. Sospecho que ahí se producirían situaciones de alto riesgo. Como decía, prefiero no pronunciarme hasta que existan datos más concretos. Evidentemente, nada sería lo mismo si se comprobara que, en efecto, un gol es como un orgasmo. Para empezar, la noción del hat trick adquiriría nuevas y extraordinarias connotaciones.

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EL DÍA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

El 4 de mayo de 1949, hace hoy 60 años, cambió la historia del fútbol. No hablamos sólo del calcio, que se hundió en su noche más negra, sino de cualquier fútbol imaginable: ese 4 de mayo, a las 17.03, terminó un relato y comenzó otro. Si el trimotor Fiat que transportaba al mejor equipo del planeta, el Gran Torino, no se hubiera estrellado contra los cimientos de la basílica de Superga, a apenas 20 kilómetros de casa, es muy probable que no hubieran existido ni el maracanazo del Mundial de 1950 ni la posterior hegemonía brasileña. Tal vez Italia habría sido la primera selección tricampeona, con tres títulos consecutivos. Tal vez el Juventus de Turín sería hoy una institución menor, peleando en las divisiones inferiores. Tal vez desconociéramos la palabra catenaccio y el calcio simbolizara el fútbol ofensivo. Tal vez. El Gran Torino nunca fue llamado Torino a secas. El principal club de Turín (la familia Agnelli no había adquirido aún el Juventus) proponía algo más que un fútbol maravillosamente ofensivo: encarnó, junto a los ciclistas Coppi y Bartali, el fin de la pesadilla del fascismo y la guerra. El presidente, Ferruccio Novo, ex jugador y ex entrenador, empezó a construir una formación legendaria en 1942, en plena guerra, con el fichaje de las dos estrellas del Venecia, Mazzola y Loik. Esa temporada, 1942-1943, ganó el scudetto. El campeonato, sin embargo, no se jugó la temporada siguiente. Italia se sumergió en una terrible mezcla de doble invasión (los aliados por el sur, los nazis por el norte), de guerra civil (fascistas contra partisanos) y de vacío de poder. No hubo competición hasta 1945. Para entonces, el Gran Torino ya era irresistible. El equipo grana jugaba con una absoluta furia ofensiva. Había sido diseñado por el director técnico Ernst Ebstein, un húngaro de origen judío que, a causa de las leyes raciales, había tenido que trabajar en la clandestinidad y, pese a todo, acabó en un campo de concentración, del que pudo huir de forma casi milagrosa. Ebstein no quería defensas. De hecho, el Gran Torino jugaba con dos centrales muy técnicos, Ballarin y Maroso, y los cinco centrocampistas típicos del sistema inglés, dirigidos por Valentino Mazzola. Su leyenda se hizo sólida en la temporada 1947-1948 con 125 goles en 40 partidos. Hubo uno especialmente asombroso, contra el Roma. El equipo visitante, el Gran Torino, llegó al descanso perdiendo por 1-0. En el vestuario, los granas decidieron dar una lección a los romanos: volvieron al césped y marcaron siete tantos en 20 minutos. Ése era el Gran Torino de las cinco Ligas consecutivas. Vittorio Pozzo, el seleccionador que ganó para Italia los Mundiales de 1934 y 1938 (con la inestimable ayuda de Mussolini y de los árbitros), había asesorado a Novo y Ebstein en su política de fichajes. Después de la guerra, montar una selección le resultó sencillo: ocho miembros del Gran Torino (Bacigalupo, Ballarin, Castigliano, Loik, Maroso, Mazzola, Menti y Rigamonti) eran titulares indiscutibles; en ocasiones, como en su victoria contra la mítica Hungría, la nazionale azzurra alineaba a diez jugadores granas. Italia se perfilaba como la gran favorita para el Mundial de 1950, en Brasil. El 3 de mayo de 1949, el Gran Torino viajó a Lisboa para disputar un partido amistoso contra el Benfica. Mazzola, el gran capitán grana, había exigido participar en la despedida de su amigo Francisco Ferreira, capitán del equipo lisboeta y de la selección portuguesa. Tras el encuentro, concluido con victoria del Benfica por 4-3, la expedición embarcó en un avión rumbo a Barcelona. En Italia se habían quedado el presidente Novo, acatarrado, y un chavalín húngaro inmensamente triste porque el Gran Torino, tras varios partidos de prueba, había rechazado su fichaje. El chaval se llamaba Laszlo Kubala. Desde

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Barcelona, el Gran Torino siguió su viaje hacia Turín. El avión estaba a menos de cinco kilómetros del aeropuerto cuando, entre una espesa niebla, se estrelló contra la basílica de Superga, donde la familia real italiana enterraba a sus difuntos. Los 31 ocupantes del trimotor murieron en el acto. Los funerales por el mejor equipo que ha visto Italia y uno de los mejores que ha visto el mundo congregaron a un millón de personas en Turín. En ese momento, a falta de cuatro jornadas, el Gran Torino llevaba cuatro puntos de ventaja al Inter. Los demás equipos decidieron alinear a los juveniles, como se vio obligado a hacer el Torino, el resto de la temporada. Ése fue el scudetto póstumo. Sabemos lo que ocurrió después. Gianni Agnelli, el fundador de la Fiat, había comprado el Juventus en 1947 y aprovechó el inmenso vacío abierto en Superga para crear un equipo campeón. La temporada siguiente, la que había de convertirse en Vecchia Signora ganó el scudetto y empezó a forjar su propia historia. Ya era otro fútbol. El seleccionador Pozzo tuvo que viajar al Mundial de Brasil (en barco) con una alineación de circunstancias y un sistema ultradefensivo, que caracterizó al calcio en las décadas siguientes. La historia de la tragedia tuvo un hermoso corolario en 1960. Sandrino Mazzola, el hijo de Valentino, que tenía seis años cuando murió el Gran Torino, acababa de fichar por el Inter. Era un chico de 18 años. Y le tocó enfrentarse al Real Madrid, campeón de Europa. Ganó el Madrid. Tras el partido, Puskas se acercó a Mazzola, le dio la mano y le dijo unas palabras: "Yo conocí a tu padre y jugué contra él. Creo que eres digno de ser su hijo". Mazzola, como es lógico, se echó a llorar.

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SI ES EL BALÓN, PACIENCIA

Podría haberlo dicho el técnico del Athletic, Joaquín Caparrós, antes del partido contra el Barça. Podría decirse mucho en el fútbol. Pero sólo lo decía Nereo Rocco y lo hacía siempre que alguien, en vísperas de un encuentro, soltaba la famosa frase: "Que gane el mejor". "¿Que gane el mejor? Esperemos que no", respondía El Parón, El patrón en lengua triestina, burlándose de su propia fama. A Rocco se le atribuía la implantación del catenaccio (candado) en Italia o, en palabras del gran periodista Gianni Brera, "la invención del fútbol a la italiana" y le precedía su fama de entrenador defensivo y obsesionado con los marcajes. A El Parón le daba igual. Le gustaba adoptar el papel del campesino que sale a ganar como sea, por la vía civil o por la vía criminal. Su frase más célebre define, de modo caricaturesco, su estilo de juego: "Dale a todo lo que se mueva sobre el césped, y si es el balón, paciencia". No está claro que Nereo Rocco pronunciara alguna vez esas palabras, pero han quedado eternamente pegadas a su biografía. Nereo Rocco (1915-1979) nació y murió en Trieste, territorio fronterizo del imperio austrohúngaro. Su padre se apellidaba Rock y era un vienés de buena familia, pero se mudó a Trieste por amor a una bailarina y acabó estableciendo una carnicería. El fascismo impuso la italianización de Rock y le convirtió en Rocco. Lo que no cambió fue el oficio de carnicero: el joven Nereo adquirió un físico hercúleo cargando canales y despiezando vacas y cerdos y siguió con los canales y los despieces en su época de futbolista. Le avergonzaba, sin embargo, que sus compañeros de equipo le vieran con el mandil ensangrentado. Como jugador, fue discreto: una vez internacional y centrocampista en varios equipos hasta que al final de su carrera empezó a ensayar en el puesto de defensa libre, una idea que en los años 40 floreció en Suiza y Austria y que constituía la base del catenaccio. Como entrenador, destacó en el Padova y en 1960 se hizo cargo del Milan, con el que en 1962 y 1963, pese a la competencia del Inter de Helenio Herrera, ganó un scudetto y una Copa de Europa. Repitió la hazaña europea en 1969, venciendo en la final a un Ajax que estaba a punto de imponer su hegemonía. Su palmarés exigía respeto. Rocco, sin embargo, prefería hacerse el palurdo: "Drogo a mis jugadores con pasta y judías y el jueves, a las diez de la mañana, con un filete de caballo y un vaso de vino". Aunque la joya de aquel Milan era Rivera y Rocco le adoraba, el técnico, que compartía ducha y bromas con sus futbolistas en el vestuario, se avenía mejor con Maldini y Trapattoni. En el campo, eso sí, Rivera podía hacer lo que le diera la gana. Era el único milanista exento de marcar a un contrario. "Cuando empieza el partido, veo con los ojos de Rivera", explicaba. El fútbol era entonces más duro y áspero que hoy. Zanon, capitán del Padova, podía mostrar a la prensa su mano derecha y proclamar: "Con esta mano le estrujé los huevos a Gabetto cuando el Torino lanzó su primer córner". Maldera, del Milan, podía justificar sus problemas en el marcaje al argentino Soriano, de Estudiantes, porque éste llevaba en la mano un alfiler y se lo clavaba a quien se acercaba. Cuando el Milan perdía el balón, Rocco se alzaba del banquillo y preguntaba: "¿Quién se ha dejado robar la pelota?". "Giovannin, Parón", era la respuesta ritual. Giovannin podía ser Rivera o Trapattoni, cosa que a Rocco le era indiferente. Iba hacia la banda y gritaba: "Giovannin, vete a tomar por el culo". Y volvía sentarse tranquilamente.

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Federico Fellini quiso que fuera actor en Amarcord, en el papel del padre de familia. "Buscaba a un hombre cachazudo, sentimental, romántico, antifascista, tosco pero simpático, y Rocco era el personaje justo", explicó. Nereo Rocco no pudo participar en la película porque estaba ocupado con el Milan. En los días finales de su vida, hospitalizado con cirrosis y bronconeumonía, Rocco creía volver a estar en un banquillo. Daba órdenes a sus jugadores y les exigía marcajes estrechos. Dicen que sus últimas palabras fueron: "¿Pero cuánto falta para que acabe el partido?".

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UNA VUELTA AL ESTADIO OLÍMPICO

Es una gran final y, como suele decirse cuando no se sabe qué decir, puede pasar cualquier cosa. A no ser, claro está, que el escenario influya. Si el estadio Olímpico, con su pasado y sus fantasmas, tiene voz en el asunto, hay que esperar pelea y sufrimiento. El Olímpico recuerda la final de la Copa de Europa de 1984, que el Roma jugaba en casa frente al Liverpool y perdió en los penaltis: el lugar es experto en decepciones. Recuerda también la final del Mundial de 1990, la más indigesta de todos los tiempos (Alemania, 1; Argentina, 0). Y, por supuesto, los clásicos tremebundos entre el Lazio y el Roma. Ha trasegado decenas de partidos de abordaje, cuchillo en boca y cuerpo a cuerpo. Tras un derby de 1971, el entonces director del Corriere dello Sport, Antonio Ghirelli, resumió en pocas y entusiásticas palabras el espíritu dominante: "Ha sido un gran derby: feo, raro, malparido, pero grande". Habrá quien, ante los mármoles y las estatuas, invoque a los gladiadores. Seguro: "La final de los gladiadores". No nos equivoquemos: el Foro Itálico, que incluye el estadio, nació como Foro Mussolini y sólo en los sueños fascistas tiene algo que ver con el antiguo imperio. Resultan lógicos, por tanto, la estética general, el monolito dedicado a Mussolini y los mosaicos con la inscripción Duce, Duce, Duce. La evocación fascista liga con el pasado de los dos inquilinos habituales. Especialmente, contra lo que habitualmente se supone, con el del Roma. Nadie es responsable de su nacimiento, pero el Roma fue el resultado de una orden de Mussolini. El dictador, que procedía del norte, se esforzó en equilibrar el país mejorando el nivel del sur: saneó los territorios pantanosos, impulsó la agricultura y mejoró los ferrocarriles. Fallaba el fútbol: Roma, capital del imperio que soñaba el Duce, no ganaba ni a tiros. La SS Lazio, una sociedad fundada en 1900 por un grupo de burgueses entusiasmados por los ideales olímpicos (de ahí, los colores blanco y azul celeste, los de la bandera griega), se veía incapaz de competir con los equipos de Turín, Milán o Bolonia. ¿Solución? Fusionar a todos los equipos que jugaban en Roma. El Lazio, respaldado por un jerarca del régimen, se negó. Y de la unión de todos los demás, empezando por la Ginnastica Roma, en 1927 surgió la AC Roma. De ahí surgió también la mala fama del Lazio, acusado de orgullo e insolidaridad por negarse a fundirse con el resto. Poco a poco, la propaganda romanista creó el estereotipo del laziale ajeno a la ciudad, procedente de los suburbios o de los pueblos de la provincia. Y empezó a apodar burini, catetos, a los aficionados blancocelestes. Como se ve, la mala sangre entre romanistas y laziales viene desde siempre. En pocas ciudades se viven los clásicos con el encono de Roma. Cuesta pensar que toda esa bilis no se haya filtrado, año tras año, en las piedras del estadio. La bilis y también las lágrimas porque no es raro salir llorando del Olímpico: basta con acudir a un derby, o a un Roma-Nápoles, o a un Lazio-Livorno, o a un Roma-Juventus. Lo más normal, tras esos partidos, es que un sector del público remate la jornada atacando a la policía y que la policía responda con gases lacrimógenos. De ahí, lo de salir con llanto. Ocurrirá otra vez el miércoles. No por los gases, esperemos, sino por el orden natural de las cosas: conviene recordar que las finales están hechas para llevar hasta el éxtasis a la mitad de los espectadores y para dejar hecha polvo a la otra mitad.

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TORINO, EL FRACASO Y MINIBERLUSCONI

Un triplete no se consigue por casualidad. Para ganar los tres mayores trofeos en juego, como ha hecho el Barça, es necesario generar un ciclo virtuoso: el estilo, la cantera, la motivación, el talento de Guardiola... Ya habrán leído mucho sobre eso. Quizá sea mejor dedicar las siguientes líneas a lo contrario. Es decir, a cómo fracasar de forma rotunda y sistemática. Como siempre que se habla de estas cosas, el ejemplo del Torino nos será de gran ayuda. Algún lector sabrá ya que el Torino es la institución futbolística más desgraciada del mundo. Recordemos que en los años cuarenta tuvo el mejor equipo, el Gran Torino encabezado por Mazzola, y que la catástrofe aérea de Superga, en 1949, aniquiló a toda la plantilla. Tampoco estará de más evocar a Gigi Meroni, La Mariposa Grana, el excéntrico y maravilloso futbolista, de juego similar al de George Best, que parecía destinado a liderar la resurrección del rival turinés del Juventus. Meroni murió en 1967, a los 24 años, atropellado por un jovencísimo aficionado que le adoraba. Empecemos por ahí. El aficionado que mató a Meroni se llamaba Attilio Romero, tenía 19 años y sufrió una larga depresión tras el accidente. Consiguió trabajo como relaciones públicas en la Fiat y, poco a poco, aprendió a convivir con aquella tragedia. Sus amigos sabían, sin embargo, cuánto le costaba ser el hombre que mató a Gigi Meroni. Quizá Francesco Cimminelli, un empresario local, compró el Torino sólo para consolar a Romero. El caso es que lo compró, en 1999 y le ofreció la presidencia al pobre Attilio. Pareció una buena idea porque al año siguiente el Torino, que vivía una situación angustiosa en la Serie B, ascendió a la máxima categoría. Attilio Romero se empeñó en devolver al Torino a sus tiempos de gloria e hizo lo que habría hecho cualquier aficionado en su puesto: gastó lo que no tenía, vivió un nuevo descenso, gastó nuevas fortunas y consiguió bajar otra vez en 2005, en esta ocasión con la quiebra incorporada. El Torino, al borde de la liquidación, tuvo que replantearse el futuro. Hacía falta un propietario. ¿Podía haber alguien menos adecuado que un tipo apodado Miniberlusconi? No, ¿verdad? Pues fue Urbano Cairo, Miniberlusconi, quien se quedó con la sociedad y la refundó. El apodo le venía de haber sido asistente personal de Berlusconi, de haberle ayudado a emitir facturas falsas, de trabajar en el sector de la publicidad y la comunicación y de admirar profundamente a Il Cavaliere. Urbano Cairo logró el enésimo ascenso al primer intento y, mal que bien, mantuvo al equipo en la Serie A. Lo hizo recurriendo al manual del Barça, pero leyéndolo al revés: ¿cantera?, ninguna; ¿estilo?, ninguno; ¿fichajes?, muchos y disparatados; ¿técnico?, cualquiera que soporte al presidente. O sea, que el Torino tonteó con el descenso en cada temporada. Hasta ahora. Este año se han cumplido 50 años de la tragedia de Superga y el Torino ha conmemorado el doloroso evento de la manera más apropiada: con un dolor añadido. En la penúltima jornada, cuando ya estaba claro que todo se decidiría en la última, la de ayer, el equipo enloqueció. Tras el partido contra el Genova, los jugadores montaron una fenomenal trifulca, por la que fueron sancionados siete titulares. Como tenía otros cuatro lesionados, acudió al encuentro decisivo, ante el Roma, con una formación inédita y con varios juveniles.

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Perdi贸, claro. El Torino volvi贸 a bajar. En materia de fracasos, esta gente es imbatible.

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MEMORIA

La tragedia de Dani Jarque nos hiere a todos. Tengamos presente, sin embargo, que a quien destroza es a su familia y a sus amigos personales. A los demás el dolor se nos convertirá pronto en una emotiva bandera. A ellos, no. A ellos les dolerá de por vida. ¿Qué hará la otra familia de Jarque, la que se une bajo la bandera blanquiazul? Recordaremos. Y, cuando muramos nosotros, otros seguirán recordando. No tenemos el don de la buena fortuna, pero sí el de la memoria. Esencialmente, somos eso, memoria. El Espanyol no se alimenta de triunfos y temporadas gloriosas. Más bien al contrario. En los últimos 50 años, los que he cumplido, hemos ganado dos copas, dos momentos dulces. Frente a eso, una montaña de angustias: dos finales de la UEFA perdidas en los penaltis, cuatro descensos, varias agonías de final de temporada, la demolición de Sarrià, el exilio en Montjuïc. Y otro agosto negro, el de 1995, cuando murió Fernando Lara, vicepresidente y alma empresarial del club. No nos olvidamos de las desgracias. Quizá por eso, pese a todo, el Espanyol sobrevive. La familia se ha forjado en la adversidad y el haber salido juntos de tantos apuros nos une más que cualquier título. De ahí que fuera difícil, el pasado día 2, contener las lágrimas al descubrir el nuevo estadio: era como llegar a la playa tras un naufragio y evocar a los que habían desaparecido, a los que ya no estaban para gozar del gran momento. Teníamos casa de nuevo y empezábamos una nueva vida, con más socios y más esperanzas que nunca. Teníamos un capitán recién estrenado en el que nos reconocíamos. No sé si el nuevo estadio llevará el nombre del capitán muerto. No sé si se le dedicará un monumento, una tribuna o una simple placa. Eso no es lo más importante. Nunca lo ha sido en esta familia de memoriosos. Desde Ángel Rodríguez, los hermanos De la Riva, Ricardo Zamora y Julián Arcas hasta hoy, nadie ha quedado en el olvido. Vista desde fuera, acaso la muerte de Jarque se convierta en un simple pasaje amargo o en otra de las desgracias espanyolistas. Desde dentro no se verá así. Pasará el dolor y quedará la imagen de un rostro joven y sonriente unido a un nuevo estadio y una nueva época. Quedará en el Espanyol como un mito fundacional. Y quedará su historia, que seguirá contándose como se cuentan la del Indio Abdón Porte, la del Gran Torino desaparecido en Superga, la del accidente del Manchester, la de Gigi Meroni. Jarque fue el capitán que inauguró el estadio de los sueños y murió días después, solo, en una habitación de hotel, mientras hablaba por teléfono con su mujer encinta. Somos el Espanyol, nunca olvidamos nada. Pero algo así... ¿Quién podría olvidar algo así?

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LA BIBLIA Levantinista

La desgracia es un gran estímulo literario: a veces estamos tan mal que sólo nos queda nuestra historia, y necesitamos contarla. La Biblia, por ejemplo, se escribió a golpes de cataclismo. La idea de redactar una biografía de Dios, del mundo y del pueblo judío surgió hace unos 28 siglos; como suele ocurrir con las buenas ideas, no fue una sola persona quien la puso en práctica: en el reino de Israel apareció un libro, y en el reino de Judá, otro. Contaban más o menos lo mismo, pero lo contaban de manera diferente. Unos siglos más tarde, tras la desaparición de Israel por conquista asiria, un editor en Judá decidió crear un relato único e hizo un gran trabajo recortando y pegando. Cualquier lector del Génesis nota que ahí hay dos historias entrelazadas, que no coinciden ni en el nombre de Dios: Yahvé en un caso, Elohim en otro. Luego, cuando Judá también se hundía por la presión babilonia y egipcia y los judíos atravesaban un momento pésimo, alguien decidió mantener viva la esperanza contando la historia por tercera vez: el Deuteronomio. E hizo que el texto, supuestamente antiquísimo (había que atribuir la obra, como las otras, a Moisés), apareciera milagrosamente en los sótanos de un palacio. Lo de la desgracia y las letras (y lo de las dos historias entrelazadas) se repite ahora en el Levante, que esta semana ha cumplido 100 años. Hay algo judaico en el fenómeno granota: son pocos, no tienen la historia más gloriosa del fútbol mundial (sólo han asomado la cabeza por Primera de vez en cuando), pasan por un presente más bien apretado (la sociedad está intervenida) y ante ellos se dibuja un futuro tan difícil como el pasado. Pero en materia de letras no hay quien les gane. El propio club patrocina, con ocasión del centenario, varios libros "oficiales" sobre el levantinismo. Y un grupo de escribas, coordinado por Felip Bens y José Luis García Nieves, acaba de publicar una pieza fabulosa, casi bíblica por alcance y por tamaño: ronda las 800 páginas y se trata sólo de un primer tomo, que abarca la historia del fútbol valenciano y del Levante desde fines del siglo XIX hasta 1922. Dudo que exista algo igual referido a cualquier otra institución futbolística, incluyendo las más gloriosas. Según la biblia levantinista, el Levante, como el Génesis, surge de dos tradiciones muy distintas. La del Levante FC, fundado por el catedrático socialista José Ballester Gozalvo, alto cargo de la República y luego exiliado en Francia, con un evidente tono laico y progresista y con camiseta blanquinegra; y la del Gimnàstic, fundado por los jesuitas del Patronato de la Juventud Obrera con los colores azulgrana y con el propósito de entretener a los chicos y evitar que se acercaran a la ideología de personas como Ballester Gozalvo. De la fusión de ambos clubes, el laicista y el católico, en 1940 (la biblia no ha llegado aún a ese punto), surgió el Levante de hoy. Cabe desear que la gente granota no se enfrente, como ocurrió con los judíos, a 2.000 años de exilio. Si así fuera, al menos podrían aprovechar el par de milenios para leer la historia de su primer siglo.

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LAS OPINIONES DE SACCHI

Empecemos confesando: estoy de acuerdo con Arrigo Sacchi, el entrenador más pelmazo de todos los tiempos. Estoy de acuerdo en lo que dice sobre Ibrahimovic. Creo, como él, que el delantero sueco es fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Tal vez haya cambiado. Tal vez el Ibrahimovic de ahora no sea ya el que jugó con el Juventus y el Inter, y consiguió poner de acuerdo a dos vestuarios rivales y a dos aficiones tradicionalmente enfrentadas. Ni en Turín ni en Milán se le guarda cariño, y no porque se fuera de mala manera: en realidad, la gente prefirió que se largara. Como digo, es posible que Ibra haya madurado y en el Barça funcione porque, por primera vez en su vida, ahí no pueda sentirse el más chulo de la clase. Veremos. Sospecho que Guardiola no vio en él un simple recurso humano. Sospecho que, junto a todas las justificaciones técnicas y tácticas, en su fichaje influyó una poderosa ensoñación estética. Ibra pasó por el Ajax, uno de los mitos de la escuela barcelonista; según se le mire, podría parecerse a un joven Cruyff atiborrado a hormonas de crecimiento y anabolizantes, con lo que entramos en un territorio aún más mítico; y, por su altura física y la elegancia prodigiosa de algunos de sus goles, evoca a Marco van Basten, prototipo del ariete con clase para cualquiera que, como Guardiola, haya crecido con el fútbol de los ochenta. Ibrahimovic, es cierto, puede hacer cosas imposibles. Puede marcar de tacón desde el córner o puede colocarla en la escuadra desde la otra área. Algunos de sus goles quedarán para siempre. El año pasado logró uno portentoso contra el Bolonia: es fácil encontrarlo en la red, igual que aquel tan célebre que marcó en 2004 al Breda. Vale la pena notar que eran el Bolonia y el Breda, dos equipos más bien modestos. Por otro lado, es casi un seguro de éxito en la Liga. Ha ganado las seis últimas competiciones ligueras italianas, con la Juve o con el Inter. Esos campeonatos, en Italia y en España, se ganan no fallando los partidos teóricamente fáciles, contra rivales teóricamente inferiores; en ese terreno, en el de los enfrentamientos contra teóricos fáciles e inferiores, Ibrahimovic es de una contundencia abrumadora. El otro Ibrahimovic, el problemático, aparece con las dificultades. Hasta ahora, ha ofrecido su peor cara, la que le recuerda Sacchi (y le recuerdo yo) en las eliminatorias europeas más complicadas. Ahí, el Ibrahimovic ganador se molesta si no gana, y se enfada: con el contrario, porque le atosiga; con el compañero, porque no le pasa el balón en el momento adecuado y en el punto justo; con el técnico, porque le dice algo; con el público, porque estorba; con el árbitro, porque se equivoca. Y acaba anulándose a sí mismo. Es posible, ya digo, que haya cambiado. Es posible que el Barcelona rentabilice la inversión, y que Ibrahimovic dé la talla en el momento crucial. Es posible que tenga que tragarme mis sospechas y mis opiniones, y eso tendría al menos una ventaja: ya no estaría de acuerdo en nada con Arrigo Sacchi.

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UNA TEORÍA SOBRE MOURINHO

Marinus Michels es, se supone, la unidad de medida. Hay muchos otros grandes técnicos, y algunos de ellos han ganado más trofeos que Michels. Pero el viejo tacaño holandés, el hombre a quien nunca vio jamás la billetera, fue elegido el mejor entrenador del siglo XX por la FIFA, y eso es algo. Hacia finales de los 60, al frente del Ajax, Michels estableció el canon del fútbol moderno, y eso es mucho. Michels no fue un futbolista excelso, sino un delantero obstinado y peleón. En la posguerra holandesa no existía el fútbol profesional, y el Ajax, su equipo, era una peña de aficionados. ¿Tiene importancia la experiencia como jugador? A juzgar por Maradona, no. Algunos grandes entrenadores han sido grandes futbolistas, y ahí están Cruyff o Guardiola. Otros, como Arrigo Sacchi, no tocaron un balón antes de sentarse en el banquillo. Suele sospecharse que quienes no jugaron o fueron futbolistas muy mediocres (el citado Sacchi o Benítez) tienden al pizarreo, al hipercontrol táctico y al resultadismo; Wenger, que fue un futbolista discretísimo, desmiente la sospecha. Michels era de carácter autoritario. También lo fueron o lo son Ferguson, Beckenbauer o Lattek, y, a su manera, Cruyff. Michels era pragmático y consideraba que en el fútbol hay que enfangarse cuando conviene: "El fútbol profesional se parece a una guerra: quien se comporta con demasiada limpieza está perdido". Michels prestaba una gran atención a la cantera y a la gestión de la plantilla. Pensaba que era importante equilibrar fuerza y técnica en el equipo, defensa y ataque, pero le daba la misma importancia a las cuestiones psicológicas. En ese aspecto, era casi tan eficaz como Helenio Herrera, que inventaba tormentas para que descargaran sobre él y no hubiera presión sobre los futbolistas, o, a su manera brutal, Fabio Capello. Durante mucho tiempo, pensé que José Mourinho reunía las características que definen a un gran técnico: carácter, pragmatismo, capacidad para la gestión técnica y humana. Mourinho empezó a estudiar fútbol desde niño: su padre fue un buen portero y luego, cuando empezó a entrenar, tuvo a su lado al pequeño José; su tío fue presidente del Vitoria de Setúbal, y José pudo aprender de él los aspectos políticos y económicos del fútbol. Luego trabajó como ayudante de Robson, que no era un mal maestro, en el Sporting de Lisboa, el Oporto y el Barcelona, donde tuvo también ocasión de familiarizarse con Van Gaal y su libreta. Cuando se estableció por su cuenta, obtuvo éxitos grandiosos con el Oporto y ganó dos veces la Liga inglesa con el Chelsea. Ahora es campeón de la Liga italiana con el Inter. Se trata de un historial más que respetable. Dicen que es resultadista, pero también lo dicen de Fabio Capello, un tipo que al menos una vez, en una final de la Liga de Campeones ganada 4-0 al dream team de Cruyff, demostró ser algo más que eso. Todos los grandes técnicos han creado fútbol brillante, del que no se olvida. Mourinho, no. Aunque dirigió un gran Oporto y un Chelsea solvente, su fútbol nunca ha dejado poso en la memoria. Es el único entre los supuestamente grandes técnicos de hoy (gana nueve millones anuales en el Inter) que no lo ha conseguido.

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Ahora creo que a Mourinho le falta algo esencial. Mi teorĂ­a es que lo sabe todo sobre el fĂştbol, pero no sabe que es un juego. Y, por tanto, no sabe disfrutarlo

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LOS OSCUROS

Luciano Ligabue, un polifacético artista italiano, dedicó un himno, Una vita da mediano, al futbolista que se quema los pulmones en la misión más oscura: cortar balones, darlos pronto, ser generoso, "siempre ahí, ahí en el medio, mientras te quede algo estás ahí". El calcio no está hecho para mediocentros imperiales, sino para medianos. El nombre lo dice todo. Entre los grandes profesionales de la oscuridad costaría encontrar a alguien más sacrificado que Beppe Baresi. Tuvo que sospechar algo el día que acudió con su hermano, ambos chavalines, a hacer una prueba en el Inter. No hay una institución futbolística con peor ojo clínico que el Inter. Y ese día eligió quedarse con Beppe. Al hermano pequeño, Franco, no se le vio virtud alguna. Franco Baresi lo intentó con el otro equipo de la ciudad, el Milan, y el resto es conocido. Los dos Baresi tuvieron carreras largas y, en cierto sentido, comparables. Beppe jugó 559 partidos de Liga; Franco, 532. Beppe marcó 13 goles; Franco, 16. Pero todo el mundo recuerda a Franco Baresi, el jefe de la defensa del mejor Milan de la historia, mientras sólo los interistas y unos cuantos eruditos pueden evocar la estampa de Beppe, un mediano tan esforzado y tan modesto que no idolatraba a Maradona o Platini, ni siquiera a su hermano Franco, sino a Oriali, su antecesor en la medianía interista. Por precisar, Oriali fue el tipo para quien Ligabue compuso Una vita da mediano. No hace falta jugar de mediano para llevar una vida de futbolista mediano. Georg Schwarzenbeck, central del Bayern y de la selección alemana, autor de aquel gol terrible que en 1974 privó al Atlético del máximo trofeo europeo, no era especialmente talentoso, pero hubo pocos defensas más eficaces en su tiempo. Beckenbauer le eligió como guardaespaldas sobre el césped y eso le obligó a pasar por un tipo feo, tosco, brutal y sin ideas. Lo aceptó tranquilamente. Había sido impresor en su juventud (ahora tiene una papelería) y utilizaba un símil del oficio: "Beckenbauer podía haber trabajado toda la jornada en una imprenta sin mancharse los dedos de tinta; a mí, en cambio, me bastaba mirar la rotativa para pringarme". Incluso los futbolistas más brillantes pueden acabar languideciendo en la oscuridad típica del mediano. ¿Recuerdan a Piet Keizer? Un genio de la banda izquierda, quizá sólo superado por George Best. Keizer fue la estrella del primer gran Ajax, el equipo que surgió de una Liga provinciana para asombrar al mundo. Junto a Cruyff compuso un dúo sensacional. Era vago e intermitente: le bastaban unos cuantos minutos para crear unas cuantas maravillas y unos cuantos goles. También era modesto. Acabó peleado con Cruyff y eso facilitó el sonado traspaso del holandés volador al Barcelona. Cuando le llegó el momento de brillar en solitario, Keizer se dio cuenta de que ya era viejo. Y se retiró sin añoranzas. Para la gran historia queda sólo Johan Cruyff. Debe de ser fatal sufrir la oscuridad de la medianía sin tener carácter de mediano y trabajando además en un lugar tan visible como la portería. Algo así le ocurre a Víctor Valdés. Hay pocos guardametas tan precisos en la salida y tan adecuados para el fútbol moderno. Para su mal, Valdés ha coincidido en el tiempo con Casillas, un tipo de agilidad sobrehumana y facilidad para los milagros. Es posible que Valdés nunca llegue a debutar con la selección española. Y, sin embargo, entre un portero que atrae sus defensas hacia el área, como Casillas, y uno que los empuja hacia delante, como Valdés, habría mucho que discutir.

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En fin, este cronista lleva unos cuantos años, seis o siete, escribiendo regularmente en las páginas de Deportes. Pese a ello, han seguido siendo, en general, las páginas mejor escritas del periódico. Ha sido un honor firmar junto a los mejores profesionales del género, pero no conviene abusar. El cronista se toma una pausa, más o menos larga. Gracias por la paciencia. Hasta luego.

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DIBUJE, MAESTRO Blog del maestro Enric Gonzรกlez durante el Mundial de Sudรกfrica 2010

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LO QUE HACIA BOCHINI

Comenzamos invocando a Bochini y creo que con esto queda todo bastante claro: lo que nos interesa y lo que no. ¿Lo que no? El negocio que se ve y el negocio que se mantiene oculto; el chovinismo; la publicidad, la propaganda, las patrañas, los miles de millones, las presuntas conspiraciones; esos patanes crédulos en que nos convertimos, desgañitándonos ante una pantalla, en el estadio o tragándonos una prensa que azuza nuestros peores instintos. Eso, francamente, no nos interesa nada. Más bien nos da un poco de vergüenza. Nos basta con el juego, que es sólo un juego. Por eso lo de Bochini. Ricardo Bochini, ya saben, nunca brilló en un Mundial. Fuera de Argentina se le conoce poco. Los europeos tendemos a recordarlo, si nos acordamos de él, como el ídolo de Maradona. Dicen que en 1986, en aquel Mundial del gol supremo a Inglaterra, Maradona quiso que Bochini compartiera un poco de su gloria. Impuso a Bilardo que le incluyera en la selección que viajó a México y en semifinales, cuando Bélgica ya estaba exangüe y el aire olía a final y a éxito, le reclamó en la cancha. Si no recuerdo mal, fue Burruchaga quien se fue al vestuario. Maradona esperó en la línea de banda al genio calvo y desgarbado, amagó una reverencia y pronunció la frase para la Historia: "Dibuje, Maestro". O tal vez no. Hay quien dice que lo que dijo fue otra cosa: "Adelante, Maestro, le estábamos esperando". Cualquiera de las dos frases nos vale. Ricardo Bochini, llamado "Bocha", nacido en Zárate en 1954 y emblema de Independiente, con el que hizo toda su carrera (caligrafió un poco de fútbol el 25 de febrero de 2007 con Barracas Bolívar, quinta división, a los 53 años, pero eso no cuenta, fue una exhibición de inmortalidad), era uno de esos tipos que redimen este montaje monstruoso y turbio que llamamos fútbol. Bochini poseía el cerebro de un geómetra y la ilusión de un niño. Jugaba con el balón y hacía que jugaran los demás. A lo que hacía se le pueden añadir metáforas, ditirambos, lo que les apetezca, pero no era más que juego. También se le atribuye una de las sentencias clásicas sobre Cruyff: "Corre mucho, pero juega bien". Si quieren la filosofía que subyacía en sus relaciones con el balón, ahí la tienen. Aquí hablaremos, durante el Mundial de Suráfrica (y, como se ve, con alguna antelación al mismo), de los futbolistas, el fútbol y los instantes que permitan evocar aquello que representó el viejo maestro Bochini. Es decir, del juego más hermoso. Solamente de eso.

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CABELLO Y AUTORIDAD

Ya se ha hablado otras veces de Gigi Meroni, “la mariposa grana”, y de su vida trágica. Niño pobre y huérfano, adolescente con gran talento artístico (el propio Guttuso, no confundir con Gattuso, elogió sus pinturas juveniles), sensacional futbolista precoz, fue a principios de los 60 la gran esperanza del “calcio” italiano. Y el ídolo del Torino, donde todavía queda algún viejo seguidor que llama “gigi” a las mariposas. También se ha contado la muerte de Meroni. El 15 de octubre de 1967, el Torino ganó en casa a la Sampdoria. A la salida del estadio, “la mariposa grana” fue atropellada y destrozada por el coche de un joven aficionado del Torino que acababa de sacarse el carné de conducir. El cadáver fue velado en la sede del club. El aficionado que mató a Meroni se llamaba Attilio Romero y muchos años después consiguió ser presidente del Torino y conducirlo, en 2005, a la quiebra. Gigi Meroni no alcanzó la fama internacional por ser pecador, extravagante y, en último extremo, melenudo. Podía haber sido una de las revelaciones del Mundial de 1966. Y, en cambio, fue el maldito entre los malditos. Fue quien más cara pagó la increíble derrota y eliminación de Italia frente a Corea del Norte. Sin jugar ni un minuto de partido. En la primavera de 1966, Meroni jugaba todavía en la “selección B”, una mezcla de jóvenes y segundones. Tras una exhibición fabulosa contra “Bélgica B”, el 13 de marzo, el seleccionador Edmondo Fabbri no tuvo más remedio que incluirle en las convocatorias de preparación para el Mundial de Inglaterra. Meroni hizo partidazos contra Bulgaria y Argentina, mientras en la Liga Italiana Juventus y Nápoles intentaban comprarlo por cifras nunca barajadas en el “calcio”: fue el primer jugador por el que se ofrecieron mil millones de liras. Pero “la mariposa grana” no gustaba a la gran mayoría católica y democristiana de la Italia de la época. Vivía en pecado con una mujer casada (no existía el divorcio), leía poesía contracultural, prescindía de la religión, desafiaba las convenciones (existe una famosa foto en la que pasea a una gallina por la calle como si fuera un perro), fumaba porros, vestía prendas multicolores y llevaba el cabello largo. Tampoco resultaba cómodo para los técnicos. Nadie se ponía de acuerdo en si era extremo derecho, hombre de área o mediapunta “fantasista”. Era un regateador endiablado (al gran Fachetti le hizo un “sombrero” histórico) y un centrador de alta precisión, pero también un creador de fútbol. Y carecía de instinto asesino. Se negaba a lanzar penaltis porque le parecía abusar del pobre portero. Fabbri, el seleccionador nacional, era un hombre de declaraciones avasalladoras con una íntima inseguridad. Insultaba a cualquiera que le sugiriera una alineación o una táctica, y luego, a solas, no conseguía decidirse. Fabbri anunció que se llevaría a Meroni al Mundial, con una única condición: que Meroni llevara el cabello corto, como los demás. Meroni no se cortó la melena. Fabbri, sin embargo, no se atrevió a excluirle de la convocatoria definitiva. El seleccionador cedió, pero no perdonó. En el primer partido, contra Chile, que Italia ganó de mala manera, Meroni se quedó en el banquillo. En el segundo, contra la URSS, un equipo rocoso cuyos jugadores lanzaban al pequeño Meroni por los aires con un simple soplido, sí le alineó, e Italia perdió 1-0.

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Ante el encuentro decisivo ante Corea del Norte, una selección de tipos pequeños que corrían como balas y mostraban el nivel propio de lo que eran, aficionados que trabajaban como soldados o impresores, los comentaristas y los propios jugadores estaban convencidos de que Meroni haría estragos. Fabbri, sin embargo, volvió a dejarle en el banquillo. Alineó, en cambio, a un centrocampista como Bulgarelli, que tenía la rodilla hecha polvo y se pasó el partido cojeando porque aún no eran posibles las sustituciones. Ese día, precisamente ese día, Fabbri decidió imponer el principio de autoridad y hacerle pagar a Meroni su desafío capilar. Cuando regresaron a Italia, eliminados, los jugadores fueron recibidos a tomatazos. Fabbri no, porque se quedó en el avión hasta que la multitud se dispersó. El técnico ya no levantó cabeza. Fue sustituido por el dúo Herrera-Valcareggi, cuya primera decisión consistió en olvidarse temporalmente de “la mariposa grana”. Meroni, por su extravagancia y su aparente rebeldía (todos sus compañeros le consideraban un tipo estupendo), fue convertido por la ultraconservadora opinión pública futbolística de la Italia de 1966 en símbolo del desastre. Ya no hubo tiempo para más. Meroni murió al año siguiente. El mundo sólo había tenido una ocasión de ver al único futbolista comparable a George Best, en Inglaterra-66, y la había perdido. Por una cuestión de cabello y de autoridad.

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EL DÍA DE BLOOM

Hoy, como cada 16 de junio, se celebra el Bloomsday: el día de Leopold Bloom. Ulises, la novela más celebrada de James Joyce, es una obra polémica. Para unos (me incluyo) es la cumbre de la literatura del siglo XX. Para otros es la cumbre de la pedantería, el narcisismo grafómano y el tedio. Los dos personajes principales, Leopold Bloom, un modesto comercial publicitario, y su alter ego hamletiano, el aspirante a escritor Stephen Dedalus, se dedican simplemente a hacer sus cosas: desayunan, piensan, defecan, beben, trabajan, desean. Todo ocurre en Dublín (Joyce se fue de su ciudad natal, pero su ciudad no se fue de él) durante un solo día, el 16 de junio de 1904. Vaya argumento, ¿no? Ulises toma como patrón La Odisea de Homero y las fantásticas aventuras de su protagonista, Odiseo, Ulises en latín, para crear una leyenda épica. Se trata, sin embargo, de una épica contemporánea. Todo es caótico, momentáneo, intrascendente, inexplicable. Y heroico a la vez. Leopold Bloom, el héroe del siglo XX, es un personaje confuso que ignora cuál será el veredicto de Dios o la historia sobre su existencia, aunque barrunta que no habrá veredicto y que no existe nada más allá de la vida. Como resulta evidente, los futbolistas de la selección española conmemoraron a su manera el día de Leopold Bloom. Desayunaron, pensaron, defecaron, bebieron, trabajaron, desearon y acabaron la jornada, como Bloom, sumidos en una enorme confusión. Como Bloom, no dedicaron la jornada a jugar al fútbol, sino a dudar y embarullarse. Como Bloom, fueron a la vez héroes (antes del partido) y miserables (después de la derrota). Como Bloom, quedaron a la espera de una incierta redención. Es ahora cuando empieza a interesarme la selección española. Para odiseas convencionales ya tengo a Argentina: talento inmenso, protagonistas dignos del teatro griego (Messi-Maradona), futuro grandioso sea bueno o malo. Lo de España, ahora, entra en la dimensión cotidiana, la que conocemos. Ya no se especula sobre cuántos goles le meterá España a no sé quien, sino sobre lo habitual. O sea, sobre quienes somos, quienes nos creíamos que éramos y quienes acabaremos siendo, así, en plural. La selección, ahora, puede interpretarse como la metáfora del país. Siento una inmensa curiosidad por los próximos partidos. Cuando ya no se trate de embelesarse con nuestro milagro balompédico y con el juego de medio campo, como los ciudadanos caímos en el embeleso de un presunto milagro económico, sino de sobrevivir. Tengo muchas ganas de saber si la cosa concluirá con la palabra “sí”, como “Ulises”, o con el mal rollo de siempre.

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PULSIÓN DE MUERTE

Supongamos que las selecciones de fútbol fueran psicoanalizables. En ese caso, habría que seguir suponiendo, funcionarían según el principio del placer y según el principio de realidad. Freud atribuía al principio del placer los impulsos más básicos: queremos conseguir el placer y evitar el dolor. Lo normal sería que un partido estimulara el principio del placer en sus participantes. Son futbolistas jugando a fútbol, una actividad que (no dejemos de suponer) les gusta muchísimo, ante una audiencia cuya inmensidad parece capaz de satisfacer cualquier tipo de exhibicionismo. Evidentemente, existe el rival. Y existe la responsabilidad de sacar un buen resultado. Eso activaría el principio de realidad, es decir, la acomodación a las circunstancias: se acepta demorar el placer y se tantea, se especula, se defiende, sin perder nunca de vista que el objetivo es la satisfacción final: la victoria, el pase a la siguiente fase, el orgasmo supremo de alzar la copa. La mayoría de las selecciones oscilan entre placer y realidad. Algunas, como Argentina, Uruguay o México, empezaron muy clavadas en la realidad y en el segundo partido se aproximaron al placer. Otras, como Alemania y muy especialmente España, ya han comprobado que la realidad, a veces, es poco placentera y conduce a la frustración. Habrá que ver cómo evolucionan. Hay, sin embargo, un par de casos especiales para los que también se puede apelar a Freud. El doctor vienés consideraba que en situaciones de altísima tensión, cuando la realidad se hace insufrible, las personas esgrimen una pulsión opuesta a la del placer. Se trata de la pulsión de muerte. La persona (la selección de fútbol, en el caso que nos ocupa) desea desaparecer, autodestruirse, convertirse en nada, para resolver una tensión que no es capaz de afrontar. Inglaterra es uno de esos casos. En sus dos partidos ha resultado evidente el sufrimiento de sus jugadores, su incapacidad para hacer frente a la realidad. Que tipos como Rooney, Gerrard y Lampard no consigan tocar un solo balón con criterio revela una angustia profunda. Un síntoma adicional fue la bronca de Rooney a los espectadores tras el empate con Argelia: la pulsión de muerte se vuelca al exterior en forma de agresividad. Hay algo que oprime a los ingleses. Tal vez las muchas décadas de frustración desde la victoria de 1966, tal vez la presión de un público que en cada Mundial espera mucho de ellos y a la vez sospecha que obtendrá poco; tal vez la misma presencia de Capello, un técnico que tiende a exprimir y carbonizar sus equipos. No lo sé. Luego está el caso de Francia. Quizá sería un exceso de benevolencia atribuir a los seleccionados franceses, entre los cuales hay futbolistas de una calidad teóricamente indiscutible, una simple fase negativa, un descenso hacia la pulsión de muerte. Lo suyo parece más bien nihilismo. Pero también esa valoración podría resultar demasiado positiva.

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Dejémoslo en el viejo “jemenfoutisme”: les da igual todo, les aburre el fútbol, les hastía el público, no quieren perder más tiempo del estrictamente necesario entre balones que brincan y ruido de vuvuzelas. Lo que desean es largarse de vacaciones. Lo que, bien mirado, y tratándose de futbolistas a los que, por lo que sea, no apetece jugar al fútbol (¿odio a Domenech?, ¿sentimiento de culpa por haberse clasificado con la mano?), enlazaría con el principio de realidad y el principio de placer: quieren darse el gustazo de irse a la playa.

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UNA BANDA CREPUSCULAR

La selección italiana tiene algo de Sam Peckinpah. Ya eran tipos crepusculares en 2006, cuando nadie daba un céntimo por ellos, y ganaron. Ahora quedan varios de aquellos veteranos, con cuatro años más en las piernas, junto a un puñado de novatos que no se parecen ni de lejos a los viejos ausentes: nadie vale un Del Piero, ni la mitad de un Totti. Tampoco los veteranos son lo que fueron. Buffon y su hernia al margen, los demás han perdido virtudes y han acentuado sus defectos: el atolondramiento de Camoranesi, la intrascendencia de Zambrotta, el talento de Cannavaro para crear el caos en torno a sí mismo. Italia acudió a Sudáfrica en circunstancias muy especiales. No presentía el desastre, como Francia, ni sentía la presión de hacer algo grande de una puñetera vez, como Inglaterra o España. Eran los campeones, y al campeón no se le exige ganar de nuevo. Se le exige, si acaso, que caiga con cierta grandeza. Esa es la vocación de esta selección crepuscular, tan condenada de antemano como el “Grupo salvaje” o la banda del Mayor Dundee: caer con grandeza. El problema consiste en los rivales del principio. La banda de Lippi puede hacer una última defensa heroica de su área frente a un rival de talla, puede lanzar una última carga encabezada por su único jugador importante, De Rossi, puede forzar una prórroga y saborear por enésima vez la agonía de la serie de penaltis. Pero no está hecha para ganar a un equipo modesto, apañadito y con ganas de pelea. No está hecha para ganar a Paraguay o Nueva Zelanda. Doy por supuesto que Italia pasará a octavos. Y confío en verles ganar todavía una batalla imposible. Con una sola me conformo. Un Mundial es menos Mundial sin un milagro italiano, y esta gente, salvo De Rossi, está tan mal, tan decrépitos los viejos y tan insustanciales los jóvenes, que no es capaz de vencer jugando al fútbol: o heroicidad milagrosa, o nada.

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EL IMBÉCIL CULTO Y REALIZADO

Juan Antonio Coderch de Sentmenat (1913-1984) fue uno de los grandes arquitectos europeos del siglo XX. Quizá por elitista, quizá por conservador, quizá porque era un caballero de los que aún hablaban del honor, ni él ni su obra son hoy tan famosos como merecen. Poseía una virtud no muy abundante en el ramo de la arquitectura, el sentido común, y decía verdades tan obvias como aplastantes. En el libro Conversaciones con J. A. Coderch de Sentmenat, de Enric Soria, se incluye esta frase: “No hay nada peor que un imbécil culto y realizado”. Es una frase que siempre tengo presente. Sabiendo que, como la mayoría, tiendo a la imbecilidad, procuro culturizarme lo mínimo y mantener mi vida cerca de la orilla del fracaso. Confío en que no parezca demasiado oportunista hablar en estos momentos de Raymond Domenech. No hay más remedio que hacerlo. Recuerden que el periodismo es básicamente oportunismo y unas cuantas cosas más que ahora no recuerdo. Y subrayo que no tengo intención de hacer leña del árbol caído. Hago notar que considero a Domenech un hombre culto y realizado; en pocas crónicas sobre él encontrarán hoy dos elogios tan rotundos. También le considero, por supuesto, un imbécil. La imbecilidad, insisto, es una cualidad muy frecuente entre los hombres. Y, en principio, del todo respetable. Domenech fue un jugador vulgarote y muy leñero. Hasta aquí, ningún problema. Pero se dejó crecer un mostacho espectacular y, con el fin de intimidar a los adversarios, decidió adoptar una personalidad futbolística inspirada en el actor Charles Bronson: ¿observan el inconveniente de mezclar la imbecilidad con la cultura, aunque sea cultura barata? Fue jugador-entrenador del modestísimo Moulhouse y en 1989 asumió la dirección técnica del Olympique Lyonnais, un club de Segunda. Domenech suele presumir de que en su primera temporada logró el ascenso y en la segunda clasificó al Lyon para la Copa de la UEFA. Desde entonces se considera un técnico consumado. Es decir, un hombre realizado personal y profesionalmente, poseedor de las claves del éxito. Conviene señalar, sin embargo, que en 1989 el Lyon había sido adquirido por el magnate JeanMichel Aulas, y que, con el presupuesto que tenía a su disposición, lo menos que podía conseguir Domenech era lo que consiguió. Sustituido a los dos años por Tigana, que lo hizo mejor, Domenech se hizo cargo de la selección francesa sub-21 entre 1993 y 2004. Alcanzó la final de la Eurocopa 2002, pero la perdió. Luego se hizo cargo de la selección absoluta. El popularísimo periodista radiofónico Eugène Saccomano lanzó en su momento una voz de alarma: “Va al cine, lee libros, hace teatro, hay un intelectual al frente de la selección”. Ser culto o incluso intelectual no es, reinsisto, un problema en sí mismo. Guardiola, por ejemplo, es un tipo culto, pero antes de que el Barça saltara al césped para disputar la final de Roma, enardeció a sus jugadores con unas imágenes de Gladiator. Domenech, en cambio, preparó a sus jugadores de la sub 21 (chavales llamados Zidane, Thuram y Makelele) para un partido trascendental llevándoles a ver la trepidante obra teatral Endgame, de Samuel Beckett. Les hago una brevísima sinopsis de Endgame: son

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cuatro personajes, uno inválido, otro que no puede sentarse y dos sin piernas que viven entre basuras; la frase esencial de la obra es “no hay nada más divertido que la infelicidad”. ¿Captan la diferencia entre el culto inteligente y el culto imbécil? Domenech debió recordar eso de que la infelicidad es divertida en 2008, cuando, tras la miserable eliminación de Francia en la Eurocopa, dedicó la conferencia de prensa final a pedir públicamente a su novia que se casara con él. Ya ven, un hombre emotivamente realizado. Prefiero no hacer comentarios sobre los criterios astrológicos por los que Domenech excluía de la selección a los de signo “escorpión” y evitaba alinear en defensa a los de signo “leo”. Cada uno cree en lo que le da la gana. Tampoco comentaré la conmovedora aparición de la señora madre de Domenech en la televisión francesa, sintiéndose aludida por las palabras de Anelka sobre su presunta laxitud moral. Cuando a un profesional que en su día imitó a Charles Bronson tiene que salir a defenderle la madre, no hay mucho que comentar. Resulta fascinante que Raymond Domenech haya durado tanto tiempo como seleccionador nacional francés. Incluso considerando el subcampeonato de 2006, logrado, dicen los propios futbolistas, gracias a la autogestión de la vieja guardia dirigida por Zidane y Henry. Domenech habrá durado tanto por aquello de que en el fútbol todo es posible. Afortunadamente.

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EXPECTATIVAS

El balón mundialista nunca defrauda las expectativas. En cada competición se espera de él lo mismo: que sea el más redondo de todos los tiempos, que bote como si fuera cuadrado, que martirice a los porteros y que cueste una pasta. Puede decirse ya que Jabulani, el balón con nombre de ayatolá, ha cumplido. Casi todo lo demás, hablando del juego, ha fallado. Hasta ahora, sólo tres de las selecciones supuestamente importantes han ofrecido el rendimiento que prometían. La primera, por supuesto, Francia. Nadie daba un céntimo por esa selección, que fue subcampeona cuatro años atrás, y Francia ha sabido estar a la altura de los pronósticos más pesimistas. La segunda, Brasil. Los brasileños no deslumbran, pero van tirando sin grandes esfuerzos. Se presentó en Suráfrica como una de las favoritas y sigue siéndolo. La tercera, Chile. Si se prescinde del talento individual es quizá el mejor equipo, el que se planta en el campo con más valentía y solidaridad. Los demás equipos (España, Alemania, Italia, Inglaterra, Holanda, Portugal incluso con la goleada) han fallado, poco o mucho. Con dos excepciones. Hay dos selecciones que llegaron rodeadas de dudas y han conseguido despejarlas. Una de ellas es Argentina. Messi juega como Messi, Maradona parece haber conseguido un buen ambiente interno y el resto, forzosamente oscurecido por el brillo de la conjunción astral MaradonaMessi, trabaja con eficacia. Además, da la impresión de tener todavía un amplio margen de desarrollo. La otra es Estados Unidos, que en la última década viene a ser un reflejo de su futbolista-tótem, Landon Donovan. El buen papel en 2002 y la eclosión de Donovan fueron considerados casi una casualidad tras el desastre de 2006. Donovan fracasó en el Bayer Leverkussen y regresó prestado al Galaxy de Los Angeles. Ahora, sin embargo, Estados Unidos ha vuelto. Ya lo notó España el año pasado. Y Donovan ha reingresado en la categoría de los grandes futbolistas, los que son imprescindibles para su equipo y consiguen que juegue y gane. Hasta ahora, quitando a Messi porque no sorprende a nadie, Donovan es la mejor sorpresa.

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EL PROCESO

Suponía que Italia iba a caer así, con un último abordaje agónico. Suponía que iba a forzar una prórroga, y hasta penaltis, porque esperaba que cayera más tarde, en octavos, cuartos o incluso en semifinales. Pero no. La vieja Italia ambigua, cínica y calculadora no ha muerto en una gran batalla, de las que se recuerdan, sino en un partido menor, de primera fase, que se grabará principalmente en la memoria de las dos aficiones, la eslovaca y la italiana. Quizá más en la memoria de los italianos, que siguen sin olvidar el precedente de Corea del Norte en 1966. Aunque este desastre italiano se parece más al de 1974. Como ahora, también entonces un entrenador del norte, Ferruccio Valcareggi, había decidido mantener la base del equipo del Mundial anterior. En México-1970, Italia había llegado a la final tras protagonizar en semifinales, frente a Alemania, uno de los más bellos partidos de todos los tiempos. Como el equipo campeón de 2006, aquella selección subcampeona de 1970 ya era veterana y empezaba a decaer. En 1974, había jugadores como Rivera que llevaban cuatro mundiales en las piernas. Como la de este año, la Italia de 1974 había agotado ya todas sus ambiciones. En 1974 se acusó a Valcareggi de confiar en unos futbolistas casi acabados y de no contar con el "grupo salvaje" de la Lazio, sorprendente campeón de Liga. Valcareggi sólo utilizó como titular a uno de los "salvajes" (lo eran realmente), el ariete Chinaglia, y lo que obtuvo de él fue un feroz corte de mangas al sustituirle. Ahora se acusará a Lippi de apostar por los veteranos de 2006 y por los (relativamente) jóvenes de la Juventus, que han hecho una temporada lamentable, olvidándose de varios romanistas y del impredecible Cassano; se le acusará de no haber utilizado antes a Quagliarella; se le acusará de no haber sacado al campo a Pirlo aunque fuera con muletas. Italia es un país muy futbolero y habituado a los procesos judiciales largos y prolijos. Eso propicia que tras los fracasos de gran calado se desarrollen exhaustivas acusaciones en la prensa y en los cafés. Recuerdo los debates posteriores al Mundial de 1974. Y recuerdo que hubo un consenso más o menos general en las conclusiones: ---Se asumió como aceptable la derrota 2-1 ante Polonia, que tenía un equipazo y acabó tercera. ---Se consideró que Italia había cumplido con el 3-1 sobre Haití en el debut. ---Se atribuyó, finalmente, al empate 1-1 contra Argentina la traumática eliminación. Italia podía haber ganado ese partido. Iba bien, hasta que entró en la cancha un joven excéntrico y velocísimo llamado René Houseman. En ese momento, el seleccionador Valcareggi cometió el error de su vida. Asignó el marcaje sobre Houseman (y entonces los marcajes eran un asunto de hombre a hombre, un asunto estrictamente personal) a su centrocampista más lento. En resumen, Italia no ganó a Argentina y no pasó de la fase de grupos por culpa de aquel marcador cuadrado, miope y estático con el que Houseman hizo lo que quiso.

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El encargado de marcar a Houseman, algunos lo recordarán, era Fabio Capello. Fue criticado ferozmente. Quién sabe, tal vez después del proceso que les espera en los próximos meses los Criscito, Chiellini, Zambrotta, Montolivo o De Rossi lleguen a ser entrenadores multimillonarios, como Capello, y logren superar el bochorno de hoy. De momento les queda mucho por pasar.

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PRONÓSTICO

La Copa del Mundo de fútbol viene repartiéndose equitativamente entre Europa y América desde la Segunda Guerra Mundial. Solo en 1958 y 1962 se repitió continente, debido a la hegemonía brasileña. A partir de entonces, y es casi medio siglo, la copa ha cruzado el Atlántico cada cuatro años, con la excepción del Mundial 2002 que se disputó en Corea y Japón. No veo por qué debería alterarse ese compás de victorias en Sudáfrica, aunque el torneo se dispute lejos de Europa y América (menos Brasil, nunca nadie ha ganado en continente ajeno). Dado que Italia ganó en 2006, ahora le corresponde la victoria a una selección americana. Al margen de pautas históricas, el fútbol americano resulta en estos momentos más estimulante en general que el europeo. Su “clase media” (Uruguay, México, Chile, Paraguay, Estados Unidos) ha suscitado buenas sensaciones. Y su aristocracia, Brasil y Argentina, no ha decepcionado. América, pues. Brasil o Argentina. Como aquí no nos jugamos dinero, no cuesta nada hacer un pronóstico. Para empezar, la fase clasificatoria carece de importancia. Argentina llegó a Sudáfrica jugando de pena y ganando por los pelos el último partido. Brasil también estuvo a punto de quedarse fuera de Japón-Corea 2002, y acabó llevándose la copa. Argentina tiene una defensa madura (salvo Otamendi, todos en torno a la treintena), tal vez algo lenta y pasada de hervores, con centrales eficientes de cabeza en el área propia y en la ajena. Algo así era la defensa italiana que ganó el Mundial de 2006. El puente de mando argentino lleva años suscitando polémicas. No existe un patrón indiscutible. La afición albiceleste sigue dividida entre Verón y Riquelme, como lo estaba la afición alemana entre Netzer y Overath en 1974. En aquel Mundial, Alemania tenía a Bonhof para cubrir con músculo las dudas intelectuales. Argentina tiene a Mascherano. Suele ocurrir que el mejor jugador del mundo, cuando es el mejor sin lugar a dudas, decante la victoria a favor de su selección. Pelé y Brasil en 1970, Maradona y Argentina en 1986, Zidane y Francia en 1998. No sucedió eso con Cruyff y Holanda en 1974, pero es que Alemania tenía entonces a Beckenbauer. El argentino Messi es hoy el mejor jugador del mundo sin discusión posible. Ayuda mucho contar con un ariete en estado de gracia. Como Muller en 1974, Kempes en 1978, Rossi en 1982. En ese apartado, Argentina tiene donde elegir: Higuaín, Milito, Agüero, e incluso Tévez y Palermo. Franz Beckenbauer es la única persona que ha ganado la Copa del Mundo tanto como capitán (1974) como seleccionador. Maradona ya la ganó como capitán en 1986. ¿Por qué no va a ponerse a la altura de Beckenbauer el mejor futbolista de los tiempos modernos? ¿Y por qué nos vamos a perder el delirio verbal de un Maradona vencedor? En fin, yo digo Argentina. Ya veremos.

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183.

CULPA DE THATCHER

La técnica nunca sobró. Salvo excepciones (Ramsey, Charlton, Moore y pocos más), el futbolista inglés era un tipo brioso y disciplinado, capaz de compensar sus carencias en los pies corriendo más que los rivales, cabeceando como si su vida dependiera de ello y sacrificándose por el equipo. Al final, por supuesto, la selección inglesa estaba destinada a perder. Aunque los ingleses inventaron el fútbol, enseguida hubo otros que lo jugaron mejor. Pero el fútbol inglés, de equipos o de selección, constituía un espectáculo eléctrico. No había pausas ni trucos. Aunque a veces degenerara en correcalles, no aburría. Ni abochornaba. Thatcher, decíamos. Margaret Thatcher se impuso como objetivo destruir la cultura obrera que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, aupada por la solidaridad necesaria en los años grises de racionamiento, reconstrucción y colapso del imperio, había empezado a sustituir la vieja cultura imperial. Los sindicatos eran fuertes y la moneda, débil; los subsidios y el proteccionismo habían creado una sociedad menos injusta y desigual, pero lastraban el capitalismo y la competitividad de los productos ingleses. Thatcher destruyó todo eso. También destruyó la cohesión social, basada en un sistema jerárquico aceptado por la gran mayoría y en una clase obrera orgullosa de serlo. El dinero asumió, aún más que en el resto de Occidente, la condición de tótem supremo y referencia única. La sociedad inglesa se convirtió en una de las más desestructuradas de Europa. Pongamos el caso del central John Terry. Y sólo es un caso. El 11 de septiembre de 2001 causó un escándalo internacional al burlarse, completamente borracho, de unas turistas estadounidenses que lloraban por los atentados. En 2002 fue procesado por una reyerta. En 2008 fue multado por aparcar su coche deportivo en una plaza de minusválidos. A principios de este año intentó conseguir que un juez prohibiera publicar que se había acostado con la mujer de su compañero Wayne Bridge. Debe ser algo familiar, porque el año pasado su madre y su suegra fueron multadas por robar en unos grandes almacenes, y su padre fue pillado intentando vender cocaína. No hablamos, conviene precisarlo, de una familia pobre: Terry acudió a una escuela normal y desde muy pequeño dispuso de todas las facilidades para jugar al fútbol. Yo creo que a los futbolistas ingleses, aún más que al resto de los futbolistas, les convendría un poco de la vieja disciplina obrera. La que encarnaba Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool. Un día, el central Tommy Smith acudió al entrenamiento con una rodilla vendada. "Quítate esa venda maricona de la rodilla", le ordenó Shankly. "Es que me duele la rodilla", dijo Smith, uno de los defensas más duros de Inglaterra. Shankly zanjó el asunto: "¿Tu rodilla? ¡Esa rodilla es del Liverpool!". Pues eso.

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JUSTICIA

Supongo que un día u otro se utilizará el video para comprobar ciertas jugadas dudosas. Bueno. Si desaparecen no-goles como el de Lampard o goles en fuera de juego como el de Tévez sólo perderemos algunos temas de conversación, lo cual no es demasiado grave. ¿Ganaremos algo? Sí, claro: otros temas de conversación. Siempre habrá jugadas confusas y polémicas, por más que el árbitro disponga de una moviola. Y serán menos claras, o sea, menos divertidas. Sin embargo, me parece ingenuo esperar que el uso de artefactos televisivos convierta el fútbol en un manantial de justicia. Creo que una de las gracias del fútbol, y tiene muchas, es precisamente la injusticia. Hay actividades, deportivas o no, destinadas a sublimar las potencias del cuerpo y el espíritu. Practicar el atletismo como aficionado o tocar el violín, por ejemplo. Al hablar sobre ellas se pueden invocar todos los conceptos abstractos que uno quiera: la libertad, la justicia, lo que sea. El fútbol no es un trasunto del ser humano, sino de la vida. Se practica bajo circunstancias climatológicas muy diversas, sobre un terreno que nunca es perfecto, con contactos físicos más o menos agresivos entre los jugadores, y en él desempeña una función esencial esa zona de penumbra en la que se mezclan el error, el azar, la trampa (llamada por algunos picardía), la intimidación y, sobre todo, la duda. Como en la vida. La zona de penumbra suscita charlas interminables, pero eso es lo de menos. La zona de penumbra puede elevar un partido, que es sólo un juego o un espectáculo, según ejerza uno de futbolista o de espectador, a la condición de tragedia o farsa. La zona de penumbra aporta incertidumbre e interés. La zona de penumbra permite que nos identifiquemos profundamente con algo que no es, en sí mismo, más que una gente que juega con un balón. Resulta innecesario recordar, por otra parte, que el fútbol es una fábrica de sueños que mueve miles de millones, una industria del espectáculo (en la que participa la prensa, cierto) cuyo fin fundamental consiste en que paguemos por un rato de pasión, o al menos de modesto entretenimiento. Aún más innecesario resulta recordar que donde hay dinero hay corrupción. ¿Cree usted que una moviola aportará justicia al fútbol? Pues créalo. En el fondo estamos de acuerdo. El fútbol vale la pena porque pese al dinero, los tejemanejes y la corrupción, sigue siendo pura fantasía: la que derrochamos nosotros.

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185.

PREFERENCIAS

La pasión patriótica nunca me ha tirado mucho. Yo creo que con un poco de civismo, con no defraudar a Hacienda y con no hacer demasiado la puñeta a los demás uno cumple razonablemente como ciudadano. Me supera la cosa del patriotismo, lo de inflamarse a la vista de una bandera (cualquiera de ellas) o lo de atribuir cualidades antropológicas o morales a un concepto tan abstracto como el de “nación”. Lo cual no significa que no me guste que gane España. Me gusta. Me alegra por mí y por la mayoría de mis conciudadanos. Y por mi mujer, muy forofa de este equipo. Reconozco, sin embargo, que las victorias de España me parecen ligeramente menos embriagantes que las de mi club. Y las derrotas (confiemos en que no lleguen), menos dolorosas. Será, tal vez, porque al club lo elige uno mismo, mientras que con la selección hay lo que hay. O será que siento afecto, en mayor o menor medida, por más de una selección. Simpatizo con Italia, porque llevo años siguiendo con fruición (ya sé que suena a contrasentido) el fútbol italiano. Simpatizo con Inglaterra, porque la anglofilia no se me va a curar ya nunca. Simpatizo con Argentina por muchísimas razones, algunas tan nimias como los anuncios mundialistas de la cerveza Quilmes o por el ronco “vamos, vamos”. Antes simpatizaba con Alemania, pero me libré de esa rareza en el Mundial de 1982. Reconozco, sin embargo, que la Alemania de este año es simpática y atractiva. De los partidos que quedan ahora, me gustaría que Holanda ganara a Brasil. Por simple deformación profesional: la gente de mi oficio vive de las sorpresas, porque son noticia. Y Brasil lleva tiempo ganando mucho y ofreciendo poco. Con Uruguay-Ghana voy a llevarme un disgusto, pierda quien pierda. Argentina debería eliminar a Alemania, porque de lo contrario existiría el riesgo de que Alemania, que aún puede crecer mucho, ganara dos Mundiales seguidos: este y el próximo. Lo siento por Paraguay; soy del Espanyol y uno de mis héroes de infancia fue el paraguayo Cayetano Re, pequeño ariete de los “Delfines”, pero España es mejor y sufriría más que Paraguay con la decepción de la derrota. Si las cosas salieran a mi gusto (cosa que jamás ha ocurrido), disfrutaría como un enano con la semifinal España-Argentina. Volvemos a lo del principio: es una suerte contemplar un partidazo sin miedo a sufrir uno de esos íntimos desgarros patrióticos que, según dicen, duelen muchísimo.

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186.

CRISPACIÓN

No me causa ninguna tristeza que Dunga se largue a casa. Para empezar, porque me parece perfectamente prescindible este tipo de seleccionador-macarra que le pega diez patadas al banquillo por una falta en contra, que aporrea la cubierta de plexiglás por un fuera de juego dudoso y que no deja de abroncar al cuarto árbitro. Las reglas de comportamiento que rigen para los futbolistas deberían regir también para el técnico. Y para seguir, porque Brasil empezó a dejar de gustarme, hace ya años, cuando el Dunga jugador asumió el mando del equipo y la “canarinha”, que, igual que el boxeador Cassius Clay-Muhammad Ali, era célebre por volar como una mariposa y picar como una avispa, adoptó el trote del rinoceronte. Sólo el formidable dúo Romario-Bebeto hizo soportable aquella selección brasileña de 1994. A Dunga le veo por encima de todo un defecto que comparte con otros técnicos, algunos de ellos mucho mejores que él, alguno de ellos, como Marcelo Bielsa, excelente. Hablo de la tensión. Bielsa tiene un comportamiento en el banquillo mucho más correcto que el de Dunga. Básicamente, se sienta y sufre. Pero le basta con la mirada para expresar la intensidad anímica que espera de sus futbolistas. Es, en ese sentido, como Dunga: exige que el equipo juegue al máximo de revoluciones, al límite del colapso. Otros técnicos, como Dunga, dan la nota en la banda. Maradona, sin ir más lejos. No me parece, sin embargo, que Maradona crispe a su equipo. Más bien al contrario. Maradona (y aquí sólo se habla del comportamiento en el estadio y de lo visto hasta hoy) ejerce de madre: te riñe y te besa al mismo tiempo. Consigue que el jugador se sienta más querido que exigido. A Brasil, hoy, le ha ocurrido algo no muy distinto a lo que le ocurrió a Chile en el partido contra España. Ha jugado sin placer, sin la sonrisa giocondesca que caracteriza al niño que juega en la calle y al futbolista que disfruta haciendo lo que hace. La máxima tensión, la máxima atención, la obsesión por no equivocarse, conducen al despiste y al error. Y después del despiste y el error, a la frustración y la crispación. Brasil, como Chile contra España, ha intentado utilizar dosis mesuradas de dureza. Bastos, por ejemplo. Cuando se ha frustrado y crispado, se ha dedicado a pensar más en el contrario que en el balón. Felipe Melo, por ejemplo. Evidentemente, no toda la culpa es de Dunga. Brasil ya no tiene a un Romario o un Ronaldo. Los mejores talentos de la actual generación, gente como Ronaldinho y Adriano, se han quemado en juergas nocturnas. Hay lo que hay. Y eso ya lo sabíamos desde que empezó el Mundial.

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CASALE RESUCITA

El viejo Casale habrá resucitado, supongo. Qué menos. Habrá vuelto a la vida por el susto y el disgusto y estará queriendo morirse, para olvidar. Porque esto de hoy se recordará mientras estemos vivos. (Ya sé que a la lepra le parece bien que sufra Casale, pero el canalla Casale, en este momento, vale por Argentina entera; quien no sepa de qué estamos hablando puede aprovechar la conexión a internet, teclear “Viejo Casale” o “19 de diciembre de 1971”, que es el nombre del relato, en el buscador, y leer, en memoria de Roberto Fontanarrosa, el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos). Ahora tocará ensañarse con Maradona, que al fin y al cabo era sólo Maradona, un tipo que fue el mejor futbolista y tras muchos tumbos, adicciones y sandeces fue colocado en el banquillo como última solución, como mamá-amuleto, porque los técnicos profesionales llevaban décadas sin sacar jugo de la selección; tocará añorar a Zanetti y Cambiasso, cuando lo que sobraba en la parte trasera eran años y experiencia; tocará preguntarse si Messi es tan bueno como dicen, aunque sepamos que sí lo es. Debería ser el momento de preguntarse por qué Argentina funciona a la argentina, es decir, por qué no funciona, pero eso es inútil: no se va a resolver precisamente ahora uno de los grandes misterios del siglo XX. El caso es que Argentina no es Alemania. La selección alemana es el producto de un trabajo a largo plazo realizado por dos técnicos de mediana cotización, Klinsmann y Low: obtuvieron un discreto tercer puesto en su propio Mundial, en 2006, pero no hubo revoluciones y la federación siguió apostando por un equipo joven. Fueron subcampeones de la Eurocopa en 2008 y campeones de la Eurocopa sub 21 en 2009. Sin tener ningún futbolista fascinante (por favor, no alucinemos), tienen un equipo espléndido. Y el fútbol es, entre otras cosas, eso: un juego colectivo. Argentina, en cambio, prefiere los milagros. Como, y que me perdone la lepra, la palomita de Poy o, puestos en lo máximo, la cabalgada de Maradona el 22 de junio de 1986. A mí también me gustan más los milagros. Pero con esta Alemania parece que no valen.

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UN PALADAR ESPECIAL

Pepe llegó a Alemania cuando aún brillaba el, para mí, último fogonazo de una era dorada de la “mannschaft” que abarcó desde mediados de los 60 hasta mediados de los 70. Es decir, la carrera de Franz Beckenbauer. Pero también de Günter Netzer, e incluso de Wolfgang Overath. El último fogonazo al que me refería fue la deslumbrante irrupción de Bernd Schuster en la Eurocopa de 1980. Lo que vino luego tuvo éxito, pero ya no fue lo mismo. El fútbol de los Rumenigge, Matthaus y compañía desembocaba indefectiblemente en un cañonazo desde medio campo o en la cabeza de un tipo grandullón como Hrubesch. Era práctico y eficaz. Sólo eso. Los futbolistas alemanes de los 80 y los 90 me parecieron sobrevalorados. Salvaría a Klinsmann, que era irregular pero transmitía algo parecido a la alegría cuando jugaba. En su segunda etapa alemana, a mediados de los 90, Pepe se encontró con una selección seriamente mediocre, eliminada por Bulgaria en 1994 y por Croacia en 1998 (y aún así, ganadora de la Eurocopa en 1996). Pepe Comas era capaz, sin embargo, de percibir y apreciar una cierta calidad estética en aquel fútbol industrioso y tenaz, del que conocía hasta los matices más íntimos. Alguna vez habíamos discutido sobre eso, y discutir con Pepe sobre una cuestión de las que dan sentido a la vida (para Pepe, el fútbol era una de esas cuestiones) constituía una actividad de alto riesgo: el hombre no sólo era inteligente y mordaz, tenía además un carácter explosivo. Cuando Pepe se instaló en Alemania por tercera vez, empezaba a asomar una nueva generación de futbolistas: los Schweinsteiger, los Mertesacher, los Podolski, los Lahm. Durante el Mundial de 2006 escribió sobre ellos y sobre “la revolución de Klinsmann”, que ahora continúa Löw: velocidad, espacio, un solo toque, un fútbol grácil que no se parece en nada a un panzer ni a una cadena de montaje. El mismo Pepe reconocía que aquello podía ser el principio de algo importante. Me gustaría conocer la opinión de Pepe Comas sobre este nuevo fútbol alemán, cuya floración empezó en 2006 y quizá esté ya cuajando. Él, que soportó estoicamente el juego trotón de Magath y cientos de salidas de Kahn con los pies por delante, disfrutaría mucho, supongo, viendo ahora a esta selección. También le encontraría alguna pega a la nueva mannschaft, porque la tiene, seguro. Al menos una: no es tan buena como será dentro de unos años. Lamento que Pepe, fallecido en 2008, no esté para contarlo.

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CUESTIÓN DE FE

Este Mundial le ha devuelto a uno la fe en unas cuantas cosas. Uno creía, por ejemplo, que quienes se atrevían a hacer predicciones eran necesariamente tontos o deshonestos. Entre los tontos me incluyo yo, convencido como estaba (lo dije hace unos días) de que Argentina iba a ganar a Alemania y a España. En algún otro lugar opiné también que Ghana iba a ser la revelación y que Milito o Villa iban a ser los máximos goleadores: subrayo mi acierto con Milito. Cabe el consuelo de que hay casos peores. Ahí está Moody´s, una empresa cuyas acciones suben con brío mientras escribo estas líneas. Moody´s se dedica a valorar activos financieros. Es decir, pronostica si unas acciones tenderán a subir o bajar, o si unos bonos valen mucho o poco, o si una deuda pública es segura o insegura. Uno de los propietarios de Moody´s es el inversor más famoso del mundo, Warren Buffet: debe ser muy útil, cuando te dedicas a comprar y vender por miles de millones, tener mano en una de las sociedades que deciden los precios. Moody´s, lo recordarán, dio la máxima calificación a los bancos forrados de derivados financieros hasta el mismo día del batacazo. Antes de eso, despidió a varios analistas que se atrevieron a intuir la hecatombe bancaria. Y ahora que los Estados han salvado a los bancos pagando cantidades gigantescas, Moody´s empieza a considerar que algunas deudas nacionales, como la española, no son del todo seguras. Moody´s demuestra que las predicciones no tienen por qué ser necesariamente tontas o deshonestas. Pueden ser ambas cosas a la vez. Y el pulpo Paul demuestra lo contrario: que se puede ser relativamente espabilado (los pulpos poseen de largo la inteligencia más poderosa entre los invertebrados y en diversos experimentos se ha demostrado que tienen memoria e incluso capacidad de aprender mediante la observación), relativamente honesto (las tarifas de Paul se limitan a algún mejillón que otro) y acertar casi siempre en las predicciones. No sólo Paul me ha devuelto un poco de fe. También Puyol. Soy de los que tienden a exasperarse y a mirar el reloj en cuanto la selección española se dedica a sobar la pelota y a moverla de una banda a otra sin ganar un metro. Ya, ya sé que soy un antiguo. Por eso me llevé una alegría cuando Puyol demostró que el equipo de España no siempre necesita 20 toques en el área pequeña, una filigrana de Iniesta y una curvatura del espacio-tiempo hacia Villa para fabricar un gol, y que aún es capaz de marcar un gol clásico, como los de antes. Gracias a Puyol, creo más en la selección. Gracias a Paul y a Puyol, me declaro moderadamente optimista ante la final del domingo.

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FIEBRES

Me perdí el “crescendo” emocional y mediático con el que se preparó el gran partido por la enfermedad de un familiar muy cercano. Llegado el día de la final, me entraron fiebres. Mi mujer, apasionada de la selección española (ella precisa que “de esta selección española”), tuvo que ver la final en compañía de un tipo recostado en el sofá, medio sonámbulo, incapaz de otras exclamaciones que un “vaya” o un “uf” apenas susurrados. El mayor éxito del deporte español me pilló en horas muy bajas. Estaba tan flojo que ya dormía cuando lo del beso de Casillas a Carbonero. Nunca podré hablar, por tanto, en primera persona de aquella gran noche del 11 de julio de 2010. Pero hay algunas cosas que no se perdieron en la bruma febril y que recordaré siempre. Una, la admiración que siento por este grupo. No creo haber superado la tibieza en materia de selecciones (sé que si hubieran perdido, sólo me entristecería la tristeza a mi alrededor), pero la discreción, la disciplina y la concentración en el vestuario nacional, la ausencia de malos gestos sobre el césped y el indiscutible talento futbolístico hacen que, por una vez, uno acabe creyendo que ha ganado quien lo merecía. Dos, el temple de Casillas. Muchos porteros se habrían resentido de las críticas tras el primer partido, en el que se atolondró de forma inusual. Muchos porteros habrían tenido dificultades para centrarse con la novia paseando por la banda. Y muchísimos se habrían desencajado por lo mucho que de esa presencia periodístico-mediático-sentimental se habló, se lamentó y se rió en los medios y en la calle. Casillas supo ser el mejor cuando hizo falta. Proporcionó, además, un hermoso capítulo a las leyendas futbolísticas. Algún día, quizá dentro de muchos años, alguien escribirá un buen texto sobre un portero que ganó un Mundial con la novia al lado. Tres, Xavi. Qué tío. Cuatro, Iniesta. Su gol fue una alegría, por todo lo que significaba y porque cuesta imaginar un futbolista que merezca más premios, pero me subió la fiebre, se me dibujó una sonrisa boba y me asomó una lagrimilla cuando exhibió la camiseta con el nombre de Dani Jarque. Nunca seré del Barça, pero de Iniesta sí soy. Que tengan ustedes unas felices vacaciones.

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OTRAS HISTORIAS Parte II:JotDown

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HÉROES TRÁGICOS

¿De qué hablamos cuando hablamos de fútbol? Podemos hablar del juego, evidentemente. De tal finta, o tal combinación, o tal posición irregular. Pero eso no da para mucho. Lo habitual es hablar de lo que envuelve el fútbol y le da significado. Es lo que ocurre con la literatura futbolística, que tiende a prescindir de lo obvio, es decir, del balón, y prefiere explorar la pasión de quienes lo manejan y de quienes extraen de él su felicidad o su miseria. Si el futbolista es el gran héroe contemporáneo, cosa que se puede lamentar pero resulta difícil discutir, para el trabajo literario hay pocos materiales más atractivos que los que ofrece el héroe trágico del fútbol. Cuando se escribe sobre fútbol se escribe sobre personas. Sobre los héroes de la cancha, mimados y zarandeados, adorados y vilipendiados, sometidos a presiones tan brutales como absurdas, y sobre la masa anónima de la grada, que vuelca en el deporte pulsiones complejísimas: desde la voluntad de pertenencia a la sublimación de la propia existencia a través de héroes en calzón corto. Se puede hacer buena literatura con una jugada o un gol, y la hacen semanalmente los mejores cronistas deportivos, pero se trata de argumentos con poco recorrido. Incluso los cronistas deportivos recurren a la personalización: la tentación es irresistible. La dificultad de conjugar juego y literatura tiene un perfecto ejemplo en el cuento 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa, una de las cumbres de la literatura futbolística. El cuento se refiere a una semifinal que en tal fecha disputaron en Buenos Aires Central y Newell’s, los dos equipos de Rosario (Argentina), y que por diversos motivos tuvo un enorme impacto. En el partido hubo solo un gol, de trascendencia histórica para miles de rosarinos. Pero el Negro Fontanarrosa prefirió olvidar ese lance y fabular de forma periférica sobre la peripecia de unos hinchas canallas, como se apoda a los de Central, y de la tragedia (o éxtasis definitivo) de un viejo apasionado canalla con problemas cardiacos. El gol, en cambio, tuvo su propio recorrido cultural por vías protoliterarias. Como en las representaciones litúrgicas del teatro medieval, cada 19 de diciembre los canallas escenifican en diversas ciudades del mundo “la palomita de Poy”, el gol que decidió el partido. A veces ha sido el propio Poy quien ha realizado el testarazo estelar en la función. Si no está Poy, vale cualquiera. Igual que la consagración en el Medievo, el gol adquiere la categoría de inefable: es lo que es y se puede evocar, pero no reconstruir con palabras, porque mengua. Abdón Porte, uruguayo de Libertad, fue mediocentro y capitán del Nacional de Montevideo hasta 1917. Al concluir la temporada de ese año, los directivos del club le comunicaron que habían fichado a Alfredo Zibechi para sustituirle y que preferían que se quedara en el banquillo como suplente, con la idea de que poco a poco pasara a desempeñar una función que apenas existía por entonces, la de entrenador. Porte recibió la noticia tras el partido de la última jornada, frente al Charley. No hizo comentarios. Fue con sus compañeros a celebrar la victoria, 3-1, y hacia medianoche regresó al Parque Central, el estadio de Nacional. No se sabe cuántos años tenía Abdón esa noche porque se ignora su fecha de nacimiento. Debía tener menos de 30. Abdón caminó sobre la hierba hasta el círculo central, empuñó una pistola y se disparó al corazón.Entre los muchos héroes trágicos que el fútbol ha prestado a la literatura, y en medida menos relevante a otras artes, el más destacado es sin dudaAbdón Porte. Sobre él escribió Horacio Quiroga el cuento Juan Polti. Eduardo Galeano relató su historia en Muerte en la cancha, uno de los

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capítulos de su clásico El fútbol a sol y sombra. La pieza más reciente, hasta donde sabe el cronista, es Abdón en polvo convertido, de Manuel Jabois. No será la última. Abdón no se mató por quedarse sin fútbol. Podía haber jugado en otro club. Abdón se mató porque no soportaba la idea de no vestir nunca más la camiseta de Nacional, su gran amor. Sobre su cadáver se halló una nota en verso dedicada a Nacional: “Aunque en polvo convertido, y en polvo siempre amante, no olvidaré un instante lo mucho que te he querido”. Los otros grandes personajes trágicos del fútbol han tenido un final más lento y encarnan al héroe que, privado del balón, del aliento de las gradas y de la condición semidivina que caracteriza al jugador en activo, muere de pena y de tedio. Ese fue el caso de Manuel Francisco dos Santos, Garrincha (1933-1983), un mestizo con los pies girados, una pierna más larga que otra y la columna vertebral torcida. Según el psicólogo de la selección brasileña, Garrincha era “un débil mental incapaz de comprender el fútbol”. Ciertamente, el mejor extremo derecho de todos los tiempos nunca llegó a captar los mecanismos de puntuación en la liga ni entendió que tras una final no se disputara encuentro de vuelta. Solo sabía jugar. Después de retirarse, Garrincha, fumador y alcohólico desde los 10 años, se dejó morir. Duró hasta los 50. Similares, aunque no tan desoladores, fueron los casos de George Best, el mágico extremo norirlandés del Manchester United en los sesenta, fallecido en 2005 poco después de un trasplante de hígado, o de Paul Gascoigne, el futbolista inglés más exquisito de los noventa, que sobrevive aún, a los 46 años, pese a úlceras, trastornos cardiacos y hepáticos, problemas psicológicos, peleas y algún intento de suicidio. La de Adriano Leite Ribeiro (Río de Janeiro, 1982) es una historia distinta. Adriano no esperó a retirarse para hundirse. Era la estrella del Inter de Milán, un gigante capaz de hacer diabluras con el balón, cuando a los 25 años murió su padre. Él debió morir también un poco, porque desde ese momento solo pensó en volver a Brasil. No para jugar, sino para encerrarse en su favela natal con sus amigos de infancia, convertidos en distribuidores de droga, y anestesiarse con cerveza y cocaína. Es lo que viene haciendo últimamente, con algunas pausas en las que ficha por un equipo y trata, sin éxito, de recuperar el fútbol. ¿Qué decir de René Houseman? El mejor extremo derecho del fútbol argentino llegó a jugar ebrio, con Huracán, un partido contra River Plate. Apareció tambaleándose por el vestuario poco antes de iniciarse el encuentro, pero aun así le alinearon. Él mismo contó, años más tarde, lo que ocurrió sobre el césped a cuatro minutos del final y con empate a cero: “Parece que fui a buscar una pelota, procedente de un pase de Russo. Avanzando de derecha a izquierda en diagonal eludí a uno, la tiré larga entre los dos defensores centrales y cuando desde el arco me salió Fillol en el mano a mano amagué, lo eludí y la crucé suavemente con la pierna derecha. Modestamente, un golazo. Dicen que me quedé tirado en el suelo, riéndome. Tras eso me hice el lesionado, pedí el cambio y me fui a dormir a mi casa. Comentan que la gente, ignorando mi estado, me despidió con el cántico tradicional: Y chupe, y chupe, y chupe, no deje de chupar, el Loco es lo más grande del fútbol nacional”. Houseman vagabundea ahora por su barrio, flaco, pobre y simpático, en lucha permanente contra el alcohol. Brian Clough nunca marcó un gol borracho porque sus demonios interiores y su alcoholismo despertaron cuando se retiró como futbolista y empezó a entrenar. El drama personal de Clough está contado en dos libros, Provided you don’t kiss me (Con tal de que no me beses), de Duncan Hamilton, y The Damned

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United, de David Peace, trasladado al cine en 2009. Socialista, donante de fondos a los mineros en huelga, presidente de la Liga Antinazi, entrañable o insufrible según los momentos, Brian Clough es considerado uno de los mejores técnicos de la historia del fútbol inglés. Tuvo éxito desde que dio los primeros pasos como entrenador, pero pese a ello no soportó la presión. Mantenía una lucha permanente contra el mundo. Durante la temporada 1992-1993, la última con el Nottingham Forest, al que había hecho ganar todos los títulos posibles, ofreció un espectáculo deprimente. Tenía el rostro hinchado, la nariz bulbosa, los ojos vidriosos. Hablaba con dificultad. Sufría una borrachera inacabable. El Forest bajó y Clough fue despedido. En 2003 se sometió a un trasplante de hígado. Murió al año siguiente, de un cáncer de estómago.

A veces no es la presión del propio fútbol la que provoca tragedias, sino presiones peores. Como las que sufrió Matthias Sindelar, el mejor jugador nacido en Austria. Sindelar, apodado Mozart por su talento y de origen judío, no aceptó la anexión de su país al Reich alemán en 1938 ni soportó el régimen nazi. El 3 de abril de ese año se disputó un amistoso entre las selecciones de Alemania y Austria antes de que ambas se fundieran en una sola, y Sindelar, que se negó a saludar brazo en alto, humilló a sus adversarios: primero, rematando intencionadamente fuera los balones que le llegaban; luego, driblando una y otra vez y llevando a su equipo a la victoria. No se lo perdonaron. Tuvo que abandonar el fútbol y fue sometido a continuas investigaciones policiales. Un año después, su cadáver y el de su novia fueron encontrados en la casa vienesa que compartían. Oficialmente, murió por un escape de gas. Pero siempre se ha especulado con un suicidio, o incluso con la hipótesis de un asesinato cometido por la Gestapo. Luego, caso aparte, está lo de Diego Armando Maradona, una comedia trágica, o una tragedia humorística, que constituye en sí misma un género literario. Jorge Valdano suele decir que Maradona es objeto en Argentina de la misma veneración que mitos como Evita Perón, Carlos Gardel o Ernesto Che Guevara, con la diferencia de que él sigue vivo. Maradona ha resistido años de adicción a la cocaína y ha llegado a estar al borde de la muerte, pero, como en la cancha, ha tenido algo que no han tenido otros. Y ha logrado escapar. Cuentos reunidos. Roberto Fontanarrosa. Alfaguara. Cuentos argentinos. Roberto Fontanarrosa. Siruela. El fútbol a sol y sombra. Eduardo Galeano. Siglo XXI. Cuentos completos. Horacio Quiroga. Colección Archivos / Cruz del Sur. Irse a Madrid y otras columnas.Manuel Jabois. Pepitas de Calabaza. Provided you don’t kiss me. 20 years with Brian Clough. Duncan Hamilton. Harper Perennial. The Damned United. David Peace. Faber and Faber.

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UNA HISTORIA TRISTE DEL CALCIO

El mejor futbolista de la historia es argentino. Eso parece indiscutible. Sí se puede discutir sobre el nombre: Alfredo di Stefano o Diego Maradona. Uno ocupa el primer lugar y otro el segundo. Luego, en cuarta posición, los otros: Pelé, Cruyff, Beckembauer, Zidane. A Messi le queda tiempo para ubicarse. La tercera plaza corresponde a un tipo que fue el mejor de su tiempo y al que persiguió la desgracia: Valentino Mazzola. El inicio ya fue difícil. Valentino nació en 1919, en la Lombardía que acababa de sufrir la Gran Guerra. Su padre, obrero, estaba en paro. A los 10 años, Valentino se arrojó al rio Adda para salvar a un crío de seis que se ahogaba; el crío, Andrea Bonomi, llegó a ser capitán del Milan. A los 11 años empezó a trabajar como mozo en un horno de pan. A los 20 fue reclutado por la Marina, que le dio estudios elementales y le permitió ingresar como mecánico en una fábrica de Alfa-Romeo. Pasó la Segunda Guerra Mundial bajo las bombas: Alfa-Romeo fabricaba los motores de aviación más ligeros y potentes de la época y sus factorías eran un objetivo estratégico de los aliados. Entre bombazo y bombazo, Valentino tuvo tiempo para casarse, engendrar dos hijos y jugar en el Venezia y desde 1942 en el Torino. El matrimonio de Valentino Mazzola y Emilia Ranaldi fue un infierno. Para anularlo, el futbolista recurrió en 1947 a un tribunal de Rumanía, alegando que su suegra le pegaba. Así comenzó una batalla legal que duró hasta más allá de la muerte. Valentino se enamoró de Giuseppina Cutrone, pero no pudo casarse con ella. En 1939, cuando el Venezia le convocó para una prueba, Valentino Mazzola se presentó descalzo: reservaba sus botas de fútbol para los partidos oficiales. Jugó descalzo y convenció a los técnicos. Al año siguiente llegó al Venezia un tipo de su edad que ya se había fogueado tres temporadas en el Milan y jugaba como interior, el mismo puesto de Valentino. Se detestaron en cuanto se vieron. Por fortuna, había lugar para dos interiores. Mazzola se quedó con el lado izquierdo y el número 10. El recién llegado, Ezio Loik, se quedó con el lado derecho y el número 8. Al cabo de unos meses eran amigos inseparables. Durante una década formaron la mejor pareja de centrocampistas del fútbol mundial, primero en el Venezia y después en el Gran Torino. ¿Qué tenía Mazzola? Menos suerte, todo. Gianni Brera, maestro del periodismo deportivo italiano, Enzo Bearzot, el seleccionador que llevó Italia al triunfo en el Mundial de 1982, y Gianpiero Boniperti, ariete eximio y después presidente de la Juventus, coincidieron en que solo Di Stefano había sido mejor futbolista que Mazzola. Vale la pena recordar un episodio de 1948, contado por Boniperti: “Yo era delantero centro y marcaba muchísimos goles. Marqué también esa vez; o, mejor dicho, estaba convencido de haber marcado, porque disparé a la red con todo a mi favor. Alcé los brazos al cielo, los bajé, me agarré los cabellos: sobre la misma línea de gol había aparecido, materializándose de la nada, Valentino Mazzola, y había detenido el balón. Volví hacia el centro del campo con la cabeza baja, decepcionado, casi desesperado. Había dado pocos pasos, recuerdo que apenas había superado el límite del área del Torino, cuando alcé los ojos, advertido por un rugido creciente que se alzaba en el estadio. Mazzola ya estaba allí, junto a nuestra portería, y marcaba un gol”.

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El Torino era el mejor equipo de Europa, y posiblemente del mundo, y Valentino Mazzola era su estrella. El Torino ganó cinco “scudetti” consecutivos. Pero en la posguerra no había Mundiales, la Copa de Europa no se había inventado todavía, no existía la televisión y muy poca gente vio al futbolista que enloquecía a la grada cuando se arremangaba: era la señal que dirigía a sus compañeros cuando le parecía que no se esforzaban lo bastante, y funcionaba siempre. Mientras enamoraba con su fútbol, Valentino acumulaba infortunios. La prensa le criticaba por exigir más dinero al Torino, aunque sus propios compañeros aceptaban que se le pagara el doble que a ellos. Emilia, su mujer, se había llevado al hijo pequeño, Ferruccio, y él vivía con el mayor, Sandrino. Las autoridades eclesiásticas le consideraban un mal ejemplo para la juventud. En mayo de 1949 se empeñó en llevar al Torino a Lisboa para jugar contra el Benfica el partido de despedida de su amigo Xico Ferreira. Valentino tenía gripe y fiebre alta, pero jugó. En el viaje de vuelta, ya casi en Turín, el avión se estrelló contra la basílica de Superga. En la catástrofe del 4 de mayo de 1949 murieron Valentino Mazzola, Ezio Loik y el resto del Gran Torino, además de los periodistas deportivos más destacados de Italia. Los tribunales tuvieron la cortesía de concederle una anulación matrimonial póstuma el 22 de julio, y le casaron ya muerto con Giuseppina Cutrone. Su cadáver, sin embargo, siguió sin descansar. Emilia quería enterrarlo en Cassano d’Adda, su pueblo natal. Giuseppina quería enterrarlo en Turín. La madre y los hermanos se pusieron del lado de Giuseppina y Valentino Mazzola recibió, al fin, una sepultura turinesa. Sus hijos, Sandro y Ferruccio, fueron también futbolistas. Sandro llegó a ser grande, y lloró el día en que Puskas, tras un partido entre la Juve y el Real Madrid, le dio un abrazo y le dijo: “Eres digno de tu padre”. Valentino se perdió en un relativo olvido y muy pocos saben hoy que nadie, salvo Di Stefano y Maradona, jugó como él.

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HISTORIAS DE LONDRES: UN ASUNTO GRAVE (1999)

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Una tarde, en la barra del Bunch of Grapes, escuché el diálogo que mantenían un hombre indignado y un hombre desolado. - Tú y yo somos judíos- dijo el hombre indignado. El hombre desolado asintió levemente, con la mirada clavada en el fondo de la pinta. - Tú eres judío- insistió el indignado-. Tú eres judío- repitió. El rostro de la desolación se mantuvo en silencio. -¿Tú sabes lo que significa ser judío? ¿Tú conoces la historia de los judíos? El desolado hizo un gesto de impotencia. El indignado crispó la boca y los puños. - Tú eres judío. Entonces –casi escupió- ¿Cómo puedes ser del Arsenal? El desolado siguió silencioso, masticando su espantosa traición.

El fútbol es un asunto de la máxima gravedad en Londres. Como dijo el clásico, el fútbol no es un asunto de vida o muerte: es algo más serio que todo eso. Hay gran afición por el críquet, y son inenarrables las transmisiones radiofónicas de ese deporte en el que pasan horas sin que ocurra nada, en el que todo se interrumpe a media tarde para que los jugadores tomen el té y en el que los encuentros pueden durar varios días. Admito que, pese a las denodadas explicaciones de Iñigo Gurruchaga y de David Sharrock, nunca pillé el intríngulis del asunto. También hay mucha afición por el rugby. Pero el fútbol es el fútbol. Aunque uno no sienta especial interés por las cuestiones balompédicas, suele acabar sabiendo cuál es su tribu y cuáles son sus colores. O al menos cuáles no son sus colores. Y si uno es judío, lo propio es ser blanco como un lirio, ser un lillywhite, ser un spur. Forzando las cosas se puede ser un don, incluso un hammer, pero jamás un gooner. El fútbol londinense tiene dos cunas, la escuela religiosa y el taller, y está ligado al moderno desarrollo de la ciudad. El balón cayó en la ciudad en el último cuarto del siglo XIX, procedente del norte industrial, y proporcionó banderas y signos de identidad a los barrios extremos, las zonas de aluvión agregadas a Londres durante el largo reinado victoriano. También forjó enemistades eternas. Como la del Arsenal, los rojos gooners, y el Tottenham, los blancos spurs, en la populosa ladera que desciende desde Hampstead hacia el Támesis. Como de costumbre, conviene remontarse a la Exposición Universal de 1851. Los 200 trabajadores que instalaron el palacio acristalado que albergó la exposición permanecían juntos de lunes a sábado, en jornadas de 12 horas, y optaron por prolongar su comunión hasta el domingo para practicar el deporte que muchos de ellos, gente descendida del norte, habían conocido en Manchester, Leeds, Newcastle o Nottingham. En 1854 hubo que desmontar el palacio de su emplazamiento en Kensington y transportarlo hacia Dulwich, al sureste de la ciudad, donde fue instalado de nuevo. (Dulwich es una zona bonita,

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tranquila y fatalmente aburrida. Margaret Thatcher poseía una mansión en el barrio y a ella se encaminó en otoño de 1990, tras entregar su dimisión a Isabel II. Al cabo de unos meses, desesperada del hastío, regresó al centro de Londres). En Dulwich, pues, aquellos 200 trabajadores reconstruyeron el edificio y siguieron jugando al fútbol, y en 1861 se constituyeron en club. En 1871, el Crystal Palace fue uno de los quince equipos que participaron en la primera edición de la copa de football association (el football a secas es una variante de lo que conocemos como rugby). El Palace no ganó. De hecho, el Palace nunca gana, pero eso tiene poca importancia. El club funcionó de forma intermitente hasta que en 1905 se formó por segunda vez, tan justo de dinero que pidió auxilio al Aston Villa de Birmingham y recibió una caja de camisetas con los colores azul y burdeos del club de las Midlands. Con esos colores se quedó. Conviene saber que el Palace guarda un respeto instintivo ante el Real Madrid. El equipo de Di Stéfano y Gento se avino a jugar en el partido inaugural del estadio del Palace, Selhurst Park, en los años cincuenta, ganó por 3 a 4, y marcó una profunda impresión entre los aficionados locales. La gente del Palace, que gusta llamarse a sí misma the eagles (las águilas), es gente habituada a la derrota y a medrar en las divisiones inferiores. En su larga historia sólo han disfrutado de unos años de gloria, en los ochenta, una década en la que llegaron a clasificarse para jugar una competición europea, la Copa de la UEFA. Pero en el último momento las autoridades del fútbol continental concedieron el perdón al Liverpool, sancionado por la violencia de sus hooligans en la espantosa noche de Heysel, y decidieron que el equipo de Anfield Road tomara el puesto que le correspondía al Palace. La gente del palacio de cristal carga con una dura tradición de penas.

Los enemigos de los eagles son otra gente modesta, la del Charlton Athletic, cuyo grito de guerra es: “¡En pie si odias al Palace”!. Los del Charlton lucen una espada en su escudo rojo y se llaman a sí mismo valiants o, más comúnmente, addicks. La rivalidad entre eagles y addicks se enconó cuando el estadio de los segundos, el Valley, fue cerrado por peligro de desplome, en 1895. El Charlton se vio obligado a jugar como realquilado durante siete años en el terreno del Palace. Fue una situación muy incómoda para ambos: tantos años de greña para acabar compartiendo vestuario. Los dos equipos se disputan desde siempre la hegemonía en el sureste. La tradición obrera del auténtico este de Londres, el East End, recae sin embargo en un club que se considera a sí mismo del norte y lleva la palabra oeste en su nombre: el West Ham. El West Ham fue fundado en 1895, como equipo de los astilleros Thames Ironworks y también con los colores del Villa de Birmingham: azul y burdeos. Nació en el corazón del East End, junto al río, pero en 1904 se desplazó unos kilómetros hacia el norte y se instaló en su actual estadio de Upton Park. Los hammers, cuyo origen industrial y obrero pervive en su escudo (dos martillos cruzados) y en su fidelísima afición, son gente estable (han tenido sólo ochenta entrenadores en más de un siglo) y orgullosa. Su año de gloria fue 1966. La selección inglesa ganó la final de la Copa del Mundo en Wembley gracias a los goles de dos hammers, Hurst y Peters, y al talento defensivo de otro hammer, el malogrado Bobby Moore. El West Ham suele caer simpático. Con el Arsenal sucede más bien lo contrario. El Arsenal es el club más potente y glorioso de Londres. Para muchos, es también el más mezquino y el más favorecido por la fortuna.

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El Arsenal nació, como el Palace y el West Ham, en unos talleres, los de Woolwich Arsenal, donde se fabricaban piezas de fundición para el ejército. La llegada de dos buenos futbolistas del Nottingham Forest, Beardsley y Bates, a la fábrica del norte de Londres, en 1886, fue el elemento decisivo para que 15 obreros del arsenal crearan un club. Decidieron llamarle el Dial Square, pero tras unos cuantos partidos el nombre les pareció poco viril y lo cambiaron por el de Royal Arsenal, una combinación del barrio (Royal Oak) y de la fábrica (Woolwich Arsenal). Las camisetas, como en el caso del Palace, fueron prestadas, en este caso por el Nottingham Forest, y por esa razón el Arsenal adoptó el color rojo. El campo de Hihgbury fue alquilado y después adquirido a un colegio religioso (que les prohibió por contrato tocar un balón en Viernes Santo o Navidad) y doce años más tarde, en 1925, nivelado ante las protestas de los rivales: el gol sur estaba cinco metros más alto que el gol norte.

Antes que el Arsenal había nacido en el norte de Londres, en 1882, otro club, el llamado Hotspur (espuela caliente), que captó enseguida el interés de la gran comunidad judía de Golders Green. Luego hablaremos más extensamente de los Spurs. La rivalidad entre ambos equipos de la zona norte se convirtió en enemistad eterna en 1919, por una cacicada de los llamados gunners o, en castizo, gooners, en referencia a las armas que fabricaba el arsenal. La dirección de la Liga inglesa decidió ampliar de 20 a 22 el número de equipos en Primera División, y la solución obvia era que ascendieran los dos mejores clasificados de Segunda, como de costumbre, sin que esa temporada descendiera nadie. Dos clubes de Londres, el Chelsea y el ya llamado Tottenham Hotspur, eran los últimos de Primera. Ese año, sin embargo, Liverpool y Manchester United habían amañado su partido para perjudicar al Chelsea, por lo que se decidió dejar de lado las clasificaciones. El dueño del Liverpool era a la vez presidente de la Liga y, cosas de la vida, íntimo amigo del entrenador del Arsenal, que había terminado quinto en Segunda División; el hombre del Liverpool amañó una votación entre los representantes de los clubes, tras la que el Arsenal se vio ascendido a Primera y los Spurs descendidos a Segunda. Vergüenza eterna.

Esa trampa (ver post anterior) fue el punto de partida de unos años prodigiosos para los gooners. En 1925 pusieron un anuncio en la prensa para buscar un entrenador y encontraron a un tal Herbert Chapman, que resultó ser el inventor del fútbol moderno. Hasta entonces, delanteros y defensas se amontonaban junto a las porterías, y el centro del campo era un desierto que se cruzaba a pelotazos. Chapman puso números en las camisetas e ideó la defensa en línea, con el resultado de que los delanteros se quedaron solos junto al portero y los árbitros tuvieron que aprenderse la regla del fuera de juego. Por aquellos días, el tren de vapor que transportaba a Londres a los equipos rivales del Arsenal emitía un pitido especial a su entrada en la estación de Charing Cross, para señalar que, incluso antes de apearse del ferrocarril, estaban ya en offside. El prestigio de los gooners se vio reforzado por otra victoria en los despachos: la estación de metro contigua a Highbury cambió su nombre de Gillespie Road por el de Arsenal. Una aportación adicional de Chapman, que resultó ser un dandy, se produjo en 1933, justo antes de un encuentro con el Liverpool. Ambos equipos vestían de rojo, y Chapman decidió que sus jugadores mantuvieran el rojo de sus camisetas, pero con mangas blancas. “Es más distinguido”, opinó. Pese a sus muchos seguidores, su prestigio y su distinción, el Arsenal (su gente le llama The Arsenal, con artículo) se ha caracterizado hasta muy recientemente por jugar el fútbol que se considera típicamente

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inglés, el patadón adelante, la carrera y la melée en el barrizal del área, con el añadido de ser cicatero con los goles. El grito de guerra en Highbury sigue siendo aún hoy One nil to The Arsenal (uno a cero para el Arsenal), al margen de lamentable frases racistas y antisemitas. Personalmente, no sufro cuando el Arsenal pierde.

Volvamos a los Spurs, los enemigos de los gooners. Nacieron en 1882 como Hotspur FC, como resultado de la fusión entre un club de críquet local y el equipo de fútbol de la escuela del barrio, cuyos alumnos eran mayoritariamente judíos. El color original era el azul marino, pero en 1899 se optó por la camiseta blanca, que dio origen al apodo de lillywhites, lírios blancos. Antes, en 1884, ya se había cambiado el nombre por el de Tottenham Hotspur. Y se había jugado, en 1887, el primer encuentro contra el Arsenal, abandonado “por falta de luz” a 15 minutos del final, cuando los Spurs dominaban por 2 a 1: la victoria de los blancos no pudo inscribirse en los anales. Los Spurs, el club al que supuestamente deben pertenecer los judíos londinenses, tienen un bonito estadio –con una grada poco gritona y con tendencia a aplaudir o abuchear como si asistiera a una representación teatral universitaria- con un bonito nombre (White Hart Lane, Callejuela del Ciervo Blanco) y un bonito historial. Pero, pese a las inversiones de su dueño, el áspero Alan Sugar, creador de los hace tiempo muy populares ordenadores Armstrad, llevan años quedándose a las puertas del éxito.

Otro club blanco (con franjas negras en la camiseta), antiguo y desafortunado, es el Fulham, nacido en 1879 por iniciativa del vicario de la parroquia de St. Andrews. Su estadio, Craven Cottage, está en una zona espléndida, al final de King’s Road, junto al Támesis, donde se unen Fulham y Chelsea. El Fulham es un club salido de la nada que escala con tesón las más altas cimas de la miseria, a fuerza de errores y mala suerte. Se equivocaron al elegir terreno de juego, como se verá más adelante, al hablar del Chelsea, y han protagonizado patinazos memorables, como el de 1968, cuando descendieron de la Primera a la Segunda División. La directiva anunció, cargada de soberbia, que las banderas que adornaban la tribuna del río seguirían siendo las de los clubes de Primera. “No vamos a comprar las banderas de los equipos de Segunda para usarlas sólo un año”, dijeron en la presentación de la temporada. En efecto, no hubiera valido la pena: al año siguiente estaban en Tercera. El Fulham se ha especializado en perder de forma dramática partidos de promoción para el ascenso. La adquisición del club por los Al Fayed, dueños de los almacenes Harrods y frustada familia política de la princesa Diana, ha reanimado las esperanzas de la institución más infeliz del oeste de Londres. Si el Fulham soporta calamidades en el suroeste, el pupas del noroeste es el Queens Park Rangers, más conocido como QPR. Fundado en 1886 como fusión de los equipos de dos escuelas religiosas, sufrió la primera desgracia en 1908, cuando pidió el ingreso en la liga nacional tras quedar primero en la liga del sur. Los Spurs hicieron con el QPR lo mismo que el Arsenal había hecho con ellos: maniobraron en los despachos y consiguieron para sí el ascenso a la competición de toda Inglaterra, a pesar de haber quedado quintos y a mucha distancia de los rangers en la liga del sur. Desde entonces, la curiosa camiseta a rayas horizontales azules y blancas no ha conseguido ningún éxito.

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En el oeste de Londres, quien manda es el Chelsea. Un club irremediablemente pijo, hasta cierto punto artificial, insólitamente irregular, capaz de lo mejor y de lo peor. El Chelsea fue el resultado de un mordisco de un perro. Pero vayamos al principio, a 1877, cuando se creó un estadio en Stamford Bridge. El estadio se utilizó para el críquet y el atletismo hasta 1904, año en que fue adquirido por los Mears, una familia de constructores. Los Mears querían crear el estadio polideportivo más importante de Inglaterra y una pieza esencial de su plan consistía en alquilarlo al equipo local de fútbol, el Fulham. Pero los directivos del Fulham prefirieron seguir en el ya viejo Cottage. Gus Mears, irritado, decidió vender el estadio a la Great Western Railway Company, para que lo utilizara como almacén de carbón y materiales ferroviarios. A un amigo de Mears, Frederick Parker, se le ocurrió una opción alternativa: si el Fulham rechazaba Stamford Bridge, se podría crear un equipo de cero. Mears, un tipo testarudo y de carácter feroz, no quiso ni debatir la propuesta. Parker citó a Mears poco después en el campo de orquídeas contiguo al estadio, propiedad también de la familia constructora, y el relato de ese encuentro, escrito por el mismo Parker, constituye la leyenda fundacional del Chelsea: Me dijo que aceptaría la oferta de los ferrocarriles por el terreno. Yo, triste por la desaparición del estadio, caminaba lentamente a su lado cuando su perro, viniendo en silencio desde atrás, me mordió hasta hacerme sangrar. Le dije a su dueño: Su maldito pero me ha mordido, mire, y le mostré la sangre, pero él, en lugar de expresar preocupación alguna, dijo tranquilamente: Terrier escocés, siempre muerde antes de hablar. Lo absurdo de la frase me pareció tan divertido que, aunque cojo y sangrando, me eché a reir y le respondí que era el pez más fresco que había conocido. Un minuto más tarde, [Mears] me sorprendió con una palmada en la espalda y me dijo: Se ha tomado ese mordisco malditamente bien. La mayoría de los hombres habrían montado un escándalo. Mire, estoy de acuerdo con usted. Stamford no se vendió al ferrocarril. Todo lo contrario: Mears contrató un arquitecto para que construyera una tribuna y puso en marcha la creación de un equipo, para el que se barajaron los nombres de Kensington FC y Stamford Bridge, hasta que finalmente se optó por el de Chelsea FC y por el color azul para la camiseta. La insistencia de Parker el dinero de Mears bastaron para convencer a los dirigentes de la Liga de que admitieran de inmediato al flamante Chelsea, incluso por delante del histórico Fulham. Desde entonces y hasta hoy, el Chelsea es el club del glamour, capaz de ganar por 7 a 0 y de perder por el mismo resultado, siempre imprevisible, siempre elegante, siempre incapaz de alcanzar los objetivos que le corresponden por lo abultado de su presupuesto y lo numerosos de su afición. Actualmente, presume de estadio confortable (dispone de hotel y varios restaurantes) y de éxito comercial (su tienda de recuerdos es mayor incluso que la del Manchester United), y aspira a convertirse al fin en uno de los grandes del continente. Uno de los políticos más repelentes de la era Thatcher, el conservador David Mellor, vio su carrera en peligro al descubrirse que tenía una amante. Pero habría resistido en su ministerio si la señorita en cuestión no hubiera revelado a la prensa sensacionalista que Mellor vestía la camiseta azul del Chelsea durante sus embates amorosos. La imagen era demasiado grotesca, especialmente para los supporters del Chelsea. David Mellor tuvo que dimitir. A pesar de eso y de otras cosas, yo también soy un blue. Qué le voy a hacer.

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Un caso aparte, distinto a todos, es el Wimbledon, un club inverosímil al que se quiere o se odia. Para empezar, lleva el nombre de uno de los barrios más selectos del oeste de Londres, célebre en todo el mundo por el torneo de tenis y por sus fastuosas mansiones, pero juega en un suburbio muy modesto del este. Es, además, un un club que se profesionalizó hace sólo dos décadas, que ha escalado todas las divisiones en un tiempo récord y que mima su cantera. Pero el toque especial, lo que distingue realmente al Wimbledon, es la rabia. Los dons tienen como colores el azul y el amarillo pero en cuanto tienen ocasión prefieren vestirse de negro, se llaman a sí mismo the crazy gang (la banda de locos), escuchan rap en el vestuario antes de saltar al césped, escupen sobre el campo contrario y nunca dan un balón por perdido ni una pierna por inalcanzable. El jugador más simbólico de los dons fue Vinnie Jones, retirado hace unos años con el mayor expediente de sanciones de toda la historia del fútbol inglés. Un vídeo con sus consejos para aprender a jugar al fútbol se vendía, para que no cupieran dudas, en las estanterías de deportes violentos como el boxeo y el kárate. Ahí van algunas perlas del catecismo del padre Jones: “Cuando derribo a un rival, siempre me ofrezco a levantarlo. Le pongo las manos debajo de las axilas y le estiro con fuerza de los pelos”. “Cuando algún contrario se me acerca demasiado, le agarro por los testículos y le digo con voz suave: ¿Te importaría retirarte un poco?”. “Si leo en el diario que la mujer de un rival se ha largado con otro, se lo recuerdo oportunamente durante el partido”. Y es que, amigo hooligan, “la pasión, la insistencia y el entusiasmo deben conducirte a terrenos en los que causarás algunos problemas. Es la misma historia de siempre. ¿Querrías tener a Gary Lineker a tu lado en las trincheras o preferirías tener a Vinnie Jones? Porque al fin y al cabo, sabes que Vinnie Jones saldría de la trinchera y correría hacia el enemigo, mientras que Gary Lineker se sentaría y diría: Usted primero”. Jones, que antes de ser futbolista trabajó de peón de albañil, se dedica ahora al cine, especializado en papeles de gángster y asesino. Tras su rostro plagado de cicatrices, prácticamente sin cejas a fuerza de golpes, se oculta, dicen, un hombre sensato y razonable. Desistí de acudir a Stamford Bridge por un ojo, un ojo ensangrentado y que me pareció, por lo que entreví, medio arrancado de su cuenca. Fue un sábado por la tarde, temprano, en un pub de Hammersmith, poco antes de comenzar un partido del Chelsea. Yo estaba leyendo el macizo Guardian sabatino y no escuché nada anormal hasta que se rompieron vasos y botellas y saltó sangre. Las peleas londinenses no son como las mediterráneas: no hay insultos previos, ni griterío, ni bravuconadas, ni “pasa de esta raya si te atreves”, ni “que me sujeten que lo mato”. A veces no hay palabras. La violencia es súbita y fría. Cualquiera que salga un sábado por la noche puede estar casi seguro de ver golpes, en un bar, en la calle o en cualquier parte. No se trata, pues, de un fenómeno directamente ligado al fútbol. El ambiente en los estadios ha recuperado la normalidad tras años de batallas en las gradas, el público es familiar y no existe peligro alguno: se puede disfrutar sin riesgo de Highbury o Stamford Bridge, del siseo escéptico de White Hart Lane o del silencio del cualquier cancha en que juegue el Wimbledon, un equipo sin público que incluso ha considerado trasladarse a Dublín. Pero en las cercanías de cada estadio, igual que en otros países, hay incidentes ocasionales. Y el que me tocó a mí, el del ojo, me desalentó bastante.

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ENTREVISTAS Diarios de Fútbol y JotDown

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ENTREVISTA EN DDF

Cuando los miembros de Diarios de Fútbol nos conocimos, y comenzamos nuestra aventura como bloggers escribiendo sobre fútbol, una cosa teníamos clara. Queríamos elaborar una información deportiva muy diferente a la que hoy dan los periódicos deportivos. Hablamos largo y tendido sobre cómo queríamos que fuera nuestra página, y en esas conversaciones, recurrentemente aparecía, entre otros, un nombre: Enric González. Para nosotros, el autor de “Historias del Calcio” –columna que publica todos los lunes en El País- era, y es, nuestro máximo referente. Hoy, nuestra página se viste de gala para recibirle. Nos ha concedido una entrevista en la que habla sobre fútbol, sobre su trabajo como corresponsal y sobre, como él para nosotros, quiénes son sus referentes a la hora de desarrollar su trabajo. Para quienes no lo conozcan –si es que entre nuestros lectores hay alguno que no sepa de él-, diremos que Enric González es corresponsal en Roma del diario El País. Anteriormente, desarrolló su trabajo como corresponsal en ciudades como Londres, Nueva York (ciudades sobre las que tiene escritos sendos libros), Washington y París. Asimismo, es autor de la columna “Historias del Calcio”, que todos los lunes publica el mismo periódico, la cual es una magnífica muestra de cómo se puede escribir sobre fútbol, desde una perspectiva amplia culturalmente, y con un marcado estilo literario. Un auténtico oasis en el actual modo de tratar al llamado deporte rey. Como corresponsal, ¿ha cambiado mucho tu trabajo en los 13 últimos años con la explosión de Internet y el acceso más sencillo a la información? En este sentido, la figura del corresponsal, de la persona que acude allí donde suceden los actos, ¿sigue estando vigente en este mundo globalizado? ¿Sigue teniendo autoridad el “haber estado allí”? Empecé el asunto de las corresponsalías en Londres, en 1991, sin móvil ni Internet. Y mi trabajo, desde entonces, ha cambiado en tres cosas: es más fácil transmitir, es más, mucho más fácil acceder a la documentación elemental (antes podías volverte mico para averiguar cosas como el nombre completo de alguien) y es mucho más difícil manejar la corresponsalía. Explico esto último: la profusión de informaciones por Internet tiende a hacer pensar a los jefes en Madrid que lo saben todo sobre todo. Antes, la gran mayoría de los temas los proponía el corresponsal. Ahora, la mayoría son encargos de la redacción. Craso error. “Estar ahí” es tan importante como antes, o más, porque Internet supone abundancia, pero también confusión. Y es además accesible a todos. Los diarios, por señalar un tipo concreto de medio, llevan años recogiendo cosas que todo el mundo ha visto ya por televisión o ha escuchado por radio. Ahora copian sus propios diarios digitales del día antes. Somos así.

En este sentido del “haber estado ahí”, vemos que tu trabajo no se limita a la corresponsalía. Además, has publicado dos libros sobre ciudades en las que desarrollaste tu trabajo (Londres y Nueva York). ¿Cuándo y por qué te planteas estos libros? ¿Surgen poco a poco o responden a proyectos bien definidos desde un principio?

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Nunca me planteé nada ni hubo proyecto de ningún tipo. Entre París y Nueva York pasé casi dos años en Barcelona y una editora, Anik Lapointe, me convenció para que escribiera algo sobre Londres. Decidí que nunca más, porque escribir es cansado. Pero cuando dejé Estados Unidos y me trasladé a Roma, Anik volvió a convencerme para que hiciera algo sobre Nueva York. No me apetecía especialmente, hasta que murió Ricardo Ortega en Haití. Ricardo era amigo mío y pensé que si contaba algo sobre él, estaría menos muerto. El librito de Nueva York es una excusa para hablar de Ricardo, de Julio Anguita y de Juan Carlos Gumucio, tres amigos desaparecidos.

¿Cuáles son tus columnistas favoritos de la actualidad? ¿Has tenido algún maestro en la profesión periodística o te consideras autodidacta en ese sentido? Maestros he tenido muchos. Yo creo que casi todos mis colegas me han enseñado algo. Otra cosa es que yo sepa manejar esas enseñanzas. Si tuviera que citar un modelo, desde siempre, diría que José Martí Gómez, al que conocí cuando aún iba al colegio. Me gustan las columnas veraniegas de Javier Sampedro, las de Javier Marías, muchas columnas deportivas británicas, bastantes de Carlos Boyero, las que hace Santi Segurola, cualquier cosa que escriba Sol Gallego Díaz… El mejor columnista en castellano, para mí, fue Julio Camba.

Conocemos la génesis casi casual de tus “Historias del Calcio”, ¿estás contento con cómo se ha desarrollado la serie en estos años? No sé si contento. Estoy sorprendido de que haya durado ya cuatro años.

¿Cómo preparas esos artículos? ¿Cuánto hay de documentación, cuánto de conversación con buenos aficionados italianos y cuánto de memoria? Lo único que decidí, después de que tras la primera pieza me pidieran una segunda al domingo siguiente, fue funcionar de forma absolutamente ‘amateur’. Nunca preparo nada. Todas las “historias” se hacen el domingo por la tarde, entre las 5 y las 7, esté donde esté. Bastantes están escritas a mano, sin ningún apoyo documental. Pongo lo que me apetece poner el domingo a las 5, cuando terminan la mayoría de los partidos italianos. Abundan las referencias a libros sobre fútbol (en Italia se publican más que en España) y pesan mucho las charlas con aficionados locales, pero al final triunfa lo subjetivo. Es decir, hablo de mis manías.

¿Qué sensaciones recibes de tus lectores en torno a las “Historias”? Vivo en Italia, lo cual me aisla bastante. Pero llegan reacciones muy buenas. Incluso desde Italia.

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En alguna ocasión las has definido como “crónicas oblicuas”, y has dicho que entiendes, pero no compartes, las reservas en la aplicación de este estilo de crónicas a otro tipo de información que no sea la deportiva. Sin embargo, las historias del Calcio recuerdan a las crónicas de Ryszard Kapuscinski, textos que viajan de lo anecdótico a lo trascendente, de lo diario a la historia, de la fábula a la reflexión, etcétera. Sería un método muy interesante aplicarlo a otras cuestiones, como la política o la cultura… ¿Te atreverías con un “historias” con otro tema? Absolutamente. Yo me atrevería. Es más, a veces utilizo las páginas de deportes para contar cosas de Italia que no caben en otras secciones. Pero dudo que los periódicos apostaran por esa línea. Basta ver lo bien escritas y entretenidas que son, en general, las páginas de deportes, y lo áridas que son otras páginas. El género de la crónica está muy vigilado desde hace tiempo. Me parece un error. Yo creo que Santi Segurola podría (es un mero ejemplo) hacer estupendas crónicas parlamentarias con el mismo estilo que las de fútbol. Maruja Torres demostró este verano que se podían escribir desde Beirut, en plena tragedia, crónicas interesantísimas y con su punto de humor.

Te declaras seguidor del Espanyol y el Inter. Seguro que tienes una explicación, y que no le falta romanticismo. Soy del Espanyol porque mi padre lo es, y porque empezó a llevarme a Sarriá desde muy pequeño. No hay más explicación. Lo del Inter es más raro. A los cinco años vi por televisión la final Inter-Real Madrid y me fascinaron tanto la camiseta del Inter, que en blanco y negro se veía muy oscura, como el nombre: Internazionale. Aquel Inter, además, jugaba muy bien. Y me quedó la cosa del Inter como un vicio estrictamente solitario. Sólo pude empezar a compartirlo cuando me establecí en Roma.

¿Cuáles son tus futbolistas favoritos de todos los tiempos? ¿Y los que más te hacen disfrutar en la actualidad? Dejo de lado los Pelé, Maradona, Cruyff, Beckenbauer y demás indiscutibles, de pequeño me encantaba Marcial. El Schuster de 1980 me pareció algo supremo. Van Basten es lo más elegante que he visto. Zidane, claro. Lato y Gadocha, el dúo de extremos polacos. Oblak, un centrocampista yugoslavo. Sócrates. Ahora, Ibrahimovic, Totti, Ronaldinho, Kaká, Henry. Y Tamudo, claro.

En tus “Historias” ya previste la posibilidad de una Italia campeona del Mundo. Uno de los argumentos era curioso, que el fútbol italiano atravesaba por una tormenta, como en el Mundial 82. ¿No es esto paradójico? No. Los grupos más sólidos suelen formarse frente a la presión externa. Ocurrió con Italia en 1982, y volvió a ocurrir en 2006. Un grupo de futbolistas competentes al que se ningunea suele tener mucho peligro. Y luego estaba Buffon.

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Aquí seguimos con gran interés tus artículos sobre el Moggi-gate. ¿Cuál crees que hubiera sido la sanción adecuada? ¿No crees que con las rebajas de sanciones ha quedado una sensación de cierta impunidad? Bastante impunidad. La Juve, al menos, podrá decir que ha pagado con una temporada en la Serie B. Los demás, al parecer, eran casi inocentes. Los males se reproducirán en poco tiempo, porque nada ha cambiado. Eso lo dice hasta Guido Rossi, el gestor que se hizo cargo de la Federación cuando estalló la crisis.

En una columna reciente escribiste que la afición al fútbol italiano se adquiere, como el gusto por el tabaco o la cerveza negra, ¿cuándo y cómo comenzaste a tener dicha afición? ¿Con qué otras ligas disfrutas? Ya he contado lo del Inter. Otro elemento histórico han sido las transmisiones por televisión: los comentaristas italianos son los mejores del mundo, sin ninguna duda. Empecé a aficionarme a las transmisiones italianas cuando estaba en París. Incluso el idioma ayuda. Entre un “pase” y un “suggerimento”, no hay color. Sigo también la Premier y la Liga española.

Dicen que Beckham ha estado cerca del Inter, pero finalmente se marcha a Los Ángeles, ¿es una noticia para la sección de deportes, para la de espectáculos o para la crónica social? Ahora es crónica social, aunque no soy de los que creen que Beckam ha sido un “bluff”. Sólo tiene el pie derecho, pero es un gran pie.

El Inter, haciendo honor a su nombre y a su historia, ha ido recopilando un sinfín de jugadores extranjeros en las dos últimas décadas, dando al club una cierta imagen de despilfarro y de sinsentido en cuestión de planificación de plantilla. Algunos han sido buenos, otros regulares, y otros, directamente, para el olvido. ¿De cuál de todos ellos guardas un mejor recuerdo? ¿Qué futbolista extranjero, de todos los que han vestido la nerazzurra estos últimos 20 años, crees que ha aportado más al equipo? Quien más ha aportado ha sido Javier Zanetti, lo único establemente serio en largas temporadas de disparate. Lo más vistoso, el Ronaldo de la primera temporada y el Ibrahimovic de esta. Pero todo es relativo en un equipo cuyo alma es Materazzi.

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Siguiendo con el Inter… Desde principio de temporada hay alguno de nosotros que sostiene que el Inter es uno de los grandes favoritos para llegar muy lejos en la Liga de Campeones. ¿Lo ves llegando a la final? ¿Qué impresiones te da la eliminatoria frente al Valencia? Creo que el Inter eliminará al Valencia. Y pienso que puede llegar a la final. Pero la Liga de Campeones, como las presidenciales francesas, las ganan los veteranos. Y el Inter aspira por primera vez en mucho tiempo. Me parece que el Inter debe alcanzar al menos semifinales, y tendrá la obligación de ganar el año próximo.

Una cuestión que nos atañe a nosotros: ¿Cómo ves el auge en los últimos años de la información en Internet y más concretamente el mundo de los blogs? ¿Lees blogs deportivos habitualmente? Y pequeña curiosidad personal, ¿conocías Diarios de Fútbol? Como no estoy en España, utilizo los blogs de fútbol como sustitutivo de la charla. Los frecuento. Y sí conocía Diarios de Fútbol.

Para terminar, ¿crees que los diarios de información deportiva en otros países poseen más calidad y/o imparcialidad que los españoles? ¿Ves factible desde el punto de vista empresarial un diario deportivo riguroso e imparcial, al estilo de la sección de Deportes de El País? En España no existe una “Gazzetta” o un “Equipe”, lo que hay son boletines de forofos. Estoy convencido de que un diario deportivo serio, bien escrito y sin furores pasionales sería viable.

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ENTREVISTA EN JOTDOWN

Enric González es el corresponsal de El País en Jerusalén. En su dilatada carrera como periodista ha ocupado también las corresponsalías de Londres, París, Nueva York, Washington y Roma, compartiendo con sus lectores una mirada al mundo singular, lúcida y sin maniqueísmos. Quedo con él en la Puerta de Damasco, y después de callejear por la Ciudad Vieja nos sentamos en la terraza de una azotea del Barrio Musulmán. Con la Cúpula de la Roca de fondo, mantenemos una larga y generosa conversación sobre Oriente Próximo, Europa, fútbol, periodismo, literatura y Jack el Destripador — entre otras muchas cosas.

Supongo que estarás al tanto de las manifestaciones que ha habido en Tel-Aviv. Sí, sí. Estuve el otro día.

¿Qué diferencias ves entre las manifestaciones de aquí y el 15-M? Sobre todo en el trasfondo. Sí, lo diferente es el trasfondo, porque en la superficie se parecen mucho y son una demostración más de que Israel es un país que funciona con mecanismos europeos. Es un país peculiar en una región peculiar. Creo que parte de las protestas corresponden a la búsqueda de un modelo de país, cosa que en Europa es difícil porque los modelos de país están cerrados. Aquí no, el modelo seguirá abierto durante mucho tiempo.

¿Cuánto tiempo? No tengo ni idea, pero la solución de los dos Estados afecta a Israel. La opción del Estado binacional también afecta a Israel. En este momento creo que se vive en una fase de indefinición que a los estrategas israelíes les parece bien, porque creen que el tiempo juega a su favor. Yo no estoy nada convencido, creo que no es así. Y el hecho de no haber apostado por los dos Estados —una opción que ya no existe— abre opciones mucho más complejas.

Cuando dices que la opción de los dos Estados no existe, ¿te refieres a que un Estado palestino es inviable o a que Israel va a acabar desapareciendo? Hombre, no. Espero que exista un Estado palestino y espero que Israel no vaya a desaparecer. Pero ni el Gobierno de Netanyahu ni los anteriores han optado con claridad por los dos Estados, porque eso implicaba algo más que la repatriación de los colonos. La repatriación es fácil y eso se vio en Gaza:

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mandas al Ejército, los traes y no pasa nada. Porque Gaza no tiene nada que ver con la historia, pero en Cisjordania… irse de Hebrón sería mucho más traumático y los gobiernos israelíes no han querido hacer frente a ese trauma. Ahora la situación es impredecible y creo que ya nadie se cree la frase “proceso de paz”. Han conseguido acabar con ese proceso las dos partes.

¿Dirías que Israel es cada vez menos ashkenazi y menos ilustrado? Bueno, todavía es muy ashkenazi en cuanto a las superestructuras, pero cada vez lo es menos. E ilustrado… yo diría que se está imponiendo una ilustración diferente. Creo que este es un país culto en un sentido moderno. Es decir, en el que la cultura equivale a conocimientos técnicos, básicamente, pero está perdiendo algo que era único. La envergadura moral de la gente que emigró aquí en las primeras aliyahs a finales del XIX y principios del XX fueron los fundadores del país, ellos y sus hijos. Esta gente hizo muchas barbaridades porque la Independencia, la guerra, generan barbaridades; pero era gente de una envergadura moral indiscutible por el lugar del que venían, por lo que les había pasado, por la perspectiva histórica que tenían y porque en general eran gente refractaria a lo mesiánico. Ahora aquí todo es mesiánico. Aquella era gente que quería cosas muy reducidas, muy concretas, y fue muy inteligente, muy disciplinada y creo que moralmente muy defendible. Eso, probablemente, no podía ser eterno y no lo es. El país ha cambiado, es más de Oriente Próximo, más parecido a otros, más normal. Lees Una Historia de Amor y Oscuridad de Amos Oz y piensas: “joder”.

¿Han cambiado mucho las cosas? Tenían que cambiar. Y en un sarcasmo de la Historia la gente puteada ahora putea.

¿Pero ves comparables las escalas de sufrimiento? No, yo creo que hablamos de fenómenos distintos en calidad y en cantidad. Aquí nadie ha decidido exterminar a los palestinos, creo que es completamente distinto y compararlo es un error. Francamente, descalificaría por unas semanas a cualquiera que hable de genocidio aquí. “Genocidio” es una palabra muy gorda que hay que utilizar muy selectivamente para definir algo muy concreto: está en los diccionarios, se puede mirar. Aquí lo que hay son injusticias enormes, aun contando que las dos partes tienen su razón, pero no es lo mismo una injusticia salvaje que un genocidio.

No es normal leer a un periodista español afirmar que lo que hay aquí no es un genocidio. Es verdad que hablando con compañeros… yo he estado en Ruanda, he visto montañas de cadáveres. Montañas. Hablamos de 100.000, 200.000, 300.000. “Plomo Fundido” fue una atrocidad, pero hay que mantener la escala y la proporción porque si no, ¿qué? Tienes que decir lo que es. La situación de los

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palestinos es intolerable, lo que está haciendo el gobierno israelí es intolerable, esa borrachera del año 1967 ha tenido efectos dramáticos.

La resaca llegó en el 73. Hablando con gente que vivió aquello, incluso laicos, todos a la segunda copa acaban hablándote del milagro. Y para que exista un milagro tiene que haber intervención divina. No hay milagro, pero es casi milagroso que los árabes fueran siempre tan idiotas. Pasó lo que pasó. En el año 1967 Israel se anticipó, tenía un ejército de verdad, no esos desarrapados. Luego en 1973. La borrachera del 67 dura y dura y dura, qué lástima. Pero también es verdad que al israelí, y hay gente que dice judío, y esto me mosquea muchísimo, estamos hablando del país, de los israelíes…

Permíteme un inciso. ¿Qué me dices de la gente que dice “israelitas”? (risas) Eso puede tener una explicación banal. España es un país bastante cateto por su historia reciente. Hay problemas para designar… la gente dice “keniatas”. ¿Keniatas? ¿Porque el primer presidente se llamaba Kenyatta ya son “keniatas” todos? Kenianos, en todo caso. Desde luego lo de “israelita” tiene una connotación extrapolítica y ocasionalmente puede ser maloliente. España es el país antisemita perfecto, odia a los árabes y a los judíos y a todo el mundo por igual, es un país xenófobo y culturalmente basado en la tradición de la limpieza de sangre. Nadie es capaz de defender eso abiertamente —bueno, siempre hay alguno— pero queda un poso, y esto en prensa se nota. Si un israelí mata a un palestino sale en el periódico seguro. Si un sirio mata a treinta sirios, depende del espacio que haya; podemos darlo otro día o no darlo.

¿Y ahora qué sucederá? ¿Ahora qué? No lo sé. Pero el entorno ya no será tan confortable para Israel como lo ha sido desde 1991, porque la Primavera Árabe está cambiando las cosas: durará mucho, diez, veinte, treinta años… pero el cambio creo que es inevitable. Los tiranos árabes vivían en un entramado y se apoyaban unos a otros: el hecho de que vayan cayendo deja a los demás en una situación de mayor fragilidad. Es imposible generalizar, pero creo que la gente árabe de los países árabes que rodean Israel se siente muy herida en su orgullo. No hablo de Irán porque no es árabe, ni tan antijudía como se cree a veces, ni siquiera tan antiisraelí. Israel, aparte de ganar todas las guerras ha tenido una actitud no diré arrogante, pero sí displicente con los países vecinos. Los ha considerado de segunda categoría porque, es verdad, tenían regímenes de segunda o tercera categoría. Pero no creo que eso haya sido muy inteligente. Se nota por ejemplo en Egipto: nadie quiere guerra, lo que se quiere es una relación de igualdad y no tener un presidente que hace exactamente lo que le mandan desde el Ministerio de Defensa de Tel-Aviv o desde Washington. Y eso habrá que corregirlo, me temo, si se quiere llegar alguna vez a alguna parte. Mucho tiempo. Y me temo que el proceso del 92 está muerto.

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Eres pesimista, entonces. Sí. Habrá que probar otra cosa. Y ha sido un fracaso también de Estados Unidos. Ha sido una iniciativa diplomática en la que han puesto muchísimo esfuerzo, dinero…

¿Crees que el lobby judío norteamericano AIPAC (Comité de Relaciones Estados UnidosIsrael) ha perdido poder en las últimas décadas? No, no ha perdido poder. ¿Ha perdido apoyo? Sí, de eso estoy totalmente convencido. Hay muchos judíos en Estados Unidos que aún no se desvinculan porque bueno, al fin y al cabo se trata de Israel. Pero los sucesivos gobiernos israelíes, casi desde Begin, han sido difíciles de apoyar. Desde luego, los lectores judíos del New York Times ya no están por esta labor. Los judíos norteamericanos del mainstream, los que no se corresponden con el típico chiste del judío, los que no son Seinfield… hay muchas cosas que no entienden del actual Israel. Aquí hay un problema de exclusión de una gran parte de los judíos, que hacen donaciones para que esto cambie, porque hay cosas que no pueden ser. Si uno va a Hebrón y ve cómo se está tratando a los palestinos dice “no, esto no puede ser”. Una gente que no es especialmente violenta — no estamos hablando de la costra más dura de Gaza—, que es seminómada y que en realidad no molesta a nadie pero como ocupa algunas tierras y tiene la costumbre de pasar por terrenos que pertenecen a colonias israelíes… se ven cosas muy desagradables.

Siguiendo con las relaciones internacionales de Israel, ¿crees que el gobierno de Netanyahu podría conseguir reparar los lazos con Turquía? Me extrañaría que el Gobierno turco fuese tan torpe como para romper los lazos con Israel. Creo que en un primer momento todo era teatro. Es decir: el gesto del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan en Davos plantando a Simon Peres era un gesto ante la opinión pública musulmana, pero sin contar con que se llegara a una ruptura. Lo que pasa es que la Historia se mueve al margen de lo que haga cada cual y la opinión pública turca experimenta ahora un subidón de orgullo. Porque en cualquier país árabe se habla del “modelo turco”, “el camino turco es el camino a seguir”, “los turcos son cojonudos”, y eso a Erdogan le ha puesto muy cachondo. Se ha entrado en una vía peligrosa. Espero que nadie sea tan burro como para cargarse la relación entre Turquía e Israel, que es fundamental. Para mí es más importante que la relación entre Israel y Egipto. Porque Turquía ha sido históricamente más autónoma que Egipto. Espero que esto no acabe siendo un drama, pero ahora mismo la verdad es que no estoy seguro. Hablando con diplomáticos israelíes te das cuenta de que están pensando “¿dónde quieren llegar los turcos?”. Me gustaría tener buenas fuentes en Turquía, fuentes internas. Hablo con analistas de allí y tampoco tienen las cosas muy claras.

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¿Qué tipos de fuentes tienes en Israel dentro del mundo de la política o del ejército? Hay gente dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores o en otros ministerios, en el Banco Central… que por razones idiomáticas —vienen de América Latina— te tomas una copa con ellos, empiezas a tratarlos… y son buenas fuentes, gente que está dentro. Hablan con total libertad, eso llama la atención. Esta es una sociedad en la que tanto israelíes como palestinos hablan con mucha franqueza. Obviamente hay que respetar el off the record y demás, pero se obtiene bastante información. Aunque no sobre defensa. He tenido acceso a mucha gente en Defensa: si trabajas para El País tienes algunas facilidades que otros quizá no tienen y puedes quedar para tomar un café con el militar que lleva la Ocupación, pero lo que recibes es un discurso, no información. Tengo acceso a lo que ellos quieren difundir, nada más. Aunque luego tienes acceso a los soldados: esos sí que te dan una idea muy clara.

Precisamente en una entrada de tu blog hablas del ex-sargento Yehuda Shaul, uno de los fundadores de “Breaking the Silence”, la asociación de antiguos soldados israelíes que habla públicamente sobre su experiencia en los territorios ocupados. Están los de Breaking the Silence, pero también soldados en activo. Si vas a Hebrón, los soldados están generalmente muy a disgusto porque es un mal destino. Hay muchos que son argentinos o uruguayos de origen judío y puedes acabar echando un cigarrito con alguno de ellos, hablando. Y ves lo que ves. Hay algunos que estarían encantados con que a los colonos judíos los arrasaran los palestinos porque el colono de Hebrón es algo especial, no es el tipo que te puedes encontrar en Ariel que dice “si me dan un dinero me voy a vivir a otra parte, no estoy aquí porque la Biblia me lo haya dicho sino porque me pareció que era un buen sitio para vivir, más económico”. Hay de todo, hay mucha diversidad y complejidad, y me deprime cuando se generaliza sobre “los colonos”. Hay gente que tiene vocación de colono y que quiere estar allí por los patriarcas bíblicos, pero hay otros que son sólo emigrantes socioeconómicos y que pasaron al otro lado porque el Gobierno lo favorecía: era más barato, más cómodo.

De todas maneras, estén dispuestos a irse o no, la cuestión es que son un obstáculo para la formación de un estado palestino Evidentemente. La gran dificultad es el militante, ese núcleo duro que dice estar allí porque tiene una misión, porque eso es tierra de Israel, la cuna de todo. Y luego está el otro colono que no quiere problemas, el que dice “yo me compré una casa aquí, pero si el Gobierno me compra una casa en Modi’in me voy encantado”… creo que todos estos querrían vivir en Tel-Aviv.

¿Qué te parece que hayan armado a ese núcleo duro? Me parece consecuente con la política de este gobierno. Del Gobierno de Netanyahu se dice con frecuencia que es un gobierno parcialmente secuestrado por los ultrarreligiosos. Pero yo creo que no, que el núcleo duro no es especialmente religioso. Están los rusos, como Ysrael Beiteinu, que no son

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especialmente religiosos pero sí muy intransigentes con la cuestión palestina. Está el likudismo extremo, que es mucho más duro y menos dialogante que los religiosos. Los religiosos tienen mala fama entre la sociedad laica israelí porque no trabajan, no pagan impuestos, exigen de todo… pero por mi experiencia creo que son más dúctiles que el ultranacionalista que quiere llevar un arma. Los religiosos no llevan armas, quieren que otros las lleven.

Cuando entrevistaste a Amos Oz le preguntaste si estaba convencido de que Israel iba a durar. Permite que te haga la misma pregunta. Yo preferiría que durara. En un mundo ideal —y el mundo nunca ha sido ideal— este podría ser un país binacional donde todo el mundo conviviera: eso no va a pasar mientras yo viva. En un futuro lejano tal vez, pero no creo que ahora sea posible. Israel sólo puede morir por suicidio… y a veces da síntomas de tendencias autodestructivas graves.

¿Ves sostenible Israel como patria del pueblo judío? Hay un fenómeno del que se habla poco: la inmigración negativa. Hay muchos israelíes que vienen aquí solo de vacaciones, porque empiezan yéndose a estudiar al extranjero, luego encuentran un trabajo… y les da pereza vivir aquí. No creo que Israel pueda vivir indefinidamente sin definir cuáles son sus fronteras. ¿Israel llega hasta el Jordán? Bueno, pues que todo sea Israel, vale. Pero si no llega hasta el Jordán habrá que ver qué se hace con ese territorio, con esa gente. Con todo, creo que los árabes israelíes están discriminados y a veces se autodiscriminan, pero desde luego saben dónde están: tienen un pasaporte, son de un país. ¿Pero los otros árabes qué son? No creo que se pueda vivir sin definir qué es Israel y qué es lo que está al otro lado de la Línea Verde. En tiempos modernos no se conoce una ocupación tan atípica y tan larga, y creo que ese es uno de los rasgos autodestructivos de Israel. “Vamos a dejar pasar las cosas, vamos a aguantar como está, statu quo, nos conviene”. Y yo creo que no conviene.

Una pregunta sobre Siria: la opinión pública en Europa no se ha movilizado mucho ante la represión en el país. Si un árabe es asesinado en un bosque y no hay ningún israelí cerca… ¿hace ruido? (risas) Esa es una muy buena pregunta que lleva implícita la respuesta. Es uno de los asuntos que a un corresponsal debería mortificarle. Parece que el árabe sólo existe cuando un israelí le está pegando. Si el que le pega es otro árabe… no existió ninguna presión para que la OTAN interviniera en Libia, nada. Antes de la invasión de Irak había unas manifestaciones de la hostia, pero ¿Libia? Libia convenía.

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Incentivos había, claro. No seamos inocentes. Se ha ido allí para asegurar el suministro de petróleo. Y no sólo eso. Se ha ido para intentar asegurar que aquello no se convierta en un caos porque está al lado de Lampedusa, al lado de Italia. Europa está a dos manzanas. Pero Siria es otra cosa, y me parece que existe una completa indiferencia a los sirios. “Ah, ¿los sirios? Pobrecillos”. A todo el mundo le da igual. Lo de Hama se conoció tarde, comparado con lo que pasaba en Líbano… son cosas de ellos, no pasa nada. No hay ninguna presión para intervenir en ninguna parte. Lo de Libia me da bastante vergüenza. Es cierto que la Liga Árabe pidió la intervención aunque luego dijeran que no, que eran los rebeldes quienes pedían la intervención. Los rebeldes eran gadafistas que habían cambiado de bando.

¿Qué va a pasar con los sirios, entonces? Esa es la gran cuestión. Sospecho que el régimen de al-Assad está condenado. La cuestión es qué pasara. Es muy difícil reformarlo, porque es un sistema totalitario: eso no se reforma, se rompe. ¿Guerra? También lo veo difícil, porque si no hay deserciones masivas el Ejército manda. Yo nunca he estado en Siria, técnicamente he puesto los pies desde Turquía, pero no conozco Siria. Todo lo que sé es por teléfono, de gente que conocí en Turquía en la región de Antalia, al menos sé quiénes son, pero también están en el exilio. Hay algunos de dentro con los que hablo, a veces he ido a Beirut y hay gente que viene desde Damasco y puedes hablar con ellos y te cuentan, pero no lo ves. Desde luego se ha mentido mucho: creo que la situación no es como la ha pintado la prensa internacional. Barcos cañoneando ciudades… enséñame una foto, una imagen, una casa derruida por cañonazos, algo. Eso no ha pasado. La represión indudablemente es brutal, pero no tiene esos tonos bélicos con los que se ha pintado desde fuera. Supongo que todo depende al final de Aleppo y en menor medida de Damasco, de momento, tranquilidad. Pero si la clase media —y Aleppo es la encarnación de la clase media siria, si eso existe— tiene algún medio al cambio, las minorías tienen miedo al cambio, y está justificado: después de alAssad… ¿Qué? La experiencia es que los años después de la descolonización fueron bastante caóticos. Y luego es verdad que al-Assad creó un régimen tolerable, muy parecido al franquismo: con tal de que no te metieras en política tú ibas tirando. Una mujer en Damasco puede llevar minifalda, pasar de las mezquitas, pasar de todo. Tiene acceso a libros que en otros países árabes ni soñarlo. La cuestión es no te metas en política, en cuanto te metes en política el riesgo es muy grande. Y se ha ido tirando, pero creo que eso ya no aguanta más.

Cambiando de tercio: En Historias de Londres afirmas que en Inglaterra “las noches cálidas de agosto generan violencia”. ¿Se te ocurre alguna otra causa para los disturbios de Londres? Bueno, era verano. Nunca ha habido disturbios fuera del verano en Inglaterra. Es una tradición: los disturbios raciales de Notting Hill, etc. Al inglés le gusta pelearse. Antes de la Guerra del Golfo, la de 1991, pasaron meses desde la llegada de las tropas hasta el inicio de la guerra y había gente en el ejército a la que se le acaba el contrato. La mayoría de los americanos se volvían a Estados Unidos porque tenían derecho a reanudar después con un nuevo contrato, así que se iban a casa una temporada y luego si había

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que volver se volvía. Pero los británicos hacían cola para quedarse, no querían perderse esa guerra ni de coña. El soldado inglés, que para mí es el mejor del mundo con diferencia, es algo especial. Y el inglés… esto lo sabe quien haya ido al fútbol. Ahora el fútbol ingles es segurísimo, pero cuando yo vivía allí la violencia formaba parte del espectáculo futbolístico. Alcohol y violencia. Creo que los saqueos de este verano han tenido bastante que ver con eso. No sé si es necesidad, pero es una vocación de la clase obrera inglesa, muy orgullosa de serlo, de reventar de vez en cuando y meterse en una buena pelea con la policía o con quien sea.

Lo achacamos al carácter inglés, entonces. Yo lo achacaría, sí. Porque no se parecían nada a las revueltas de las banlieues en París, por ejemplo. Lo de París eran los hijos de inmigrantes completamente franceses pero marginados, y los disturbios no se acababan de un día para otro. Se podían calmar las cosas, pero los sentimientos seguían. En Inglaterra se acaba la explosión y la gente se vuelva a trabajar si tiene trabajo y, si no, pues se va al pub y hasta otra. Creo que es un fenómeno típicamente inglés.

¿Te consideras anglófilo? (lo piensa) Sí, entre otros defectos tengo ese. Y a veces es difícil defender la historia imperial, pero el inglés tiene una tendencia al pragmatismo que creo le redime. Los fanatismos me repelen un poco y el inglés en general no es fanático. En el XIX lo era más, la época del boom bíblico era una época en la que todos estaban recitando salmos de la Biblia todo el rato. Pero los ingleses son prácticos, y eso ayuda.

Pasemos a Italia. ¿Qué opinas de Berlusconi? ¿Cómo explicas su éxito? Creo que se explica con gran facilidad. Parece como si Berlusconi hubiera salido de la nada, que Italia hubiera sido un país modélico con una clase política fantástica y que de repente hubiera llegado Berlusconi y se lo hubiera cargado todo. No, no. La clase política italiana sufrió un colapso con Craxi debido a la corrupción masiva, ineficiencia, etc., y desapareció. El primer ministro más importante desde la época de De Gasperi ha sido Andreotti… un tipo condenado por asesinato, aparte de por cooperación mafiosa y demás. Berlusconi es la continuación lógica de un fracaso político completo. Italia es un fracaso político, desde siempre, con los Saboya, con Mussolini y con todo lo que vino después. Un fracaso. Es un éxito económico, por otro lado: es un país rico, al menos la parte del Norte. Un país que si arrangia, como dicen ellos, pero siempre al margen de la política. La política italiana es algo en lo que tienes que poner dinero porque el potente te va a favorecer algún día. Es una relación no diré que mafiosa, pero sí de un clientelismo exacerbado, cada uno se busca la vida. Para entender Italia sólo tienes que ir por el centro de Roma, ir al Campo di Fiori: cuando está el mercado puesto está todo sucio, hay pintadas, la gente va meando por ahí, entras en un edificio y la escalera es cochambrosa, pero llegas al piso en cuestión, te abren la puerta y ves un Picasso original, unos muebles fantásticos… los privado y lo público son universos distintos. No hay sentido de lo público.

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Entonces, cuando Berlusconi o gente de su círculo se queja diciendo que los corresponsales son demasiado duros con él… (resopla) Hay que tener huevos. Pero bueno, forma parte del personaje. Que por otro lado es simpatiquísimo, personalmente, y nunca rompe con el enemigo. Él siempre habla del enemigo como un futuro amigo al que en algún momento comprará. No es de esa gente que intenta eliminar la oposición. Simplemente intenta captarlos y comprarlos, y lo va consiguiendo. Berlusconi es un negociante.

¿Crees que tiene alguna ideología de algún tipo? Es un hombre que, como muchos italianos, está influido por el fascismo. El fascismo no tuvo la historia horrible que tuvo el nazismo o incluso el franquismo. El régimen fascista cayó durante la guerra mundial, pero mucha gente recordaba la época fascista como una época de eficacia, de progreso. No era tan cruel como el nazismo, ni mucho menos, y Berlusconi tiene esa influencia. Esa ideología vaga de muchos italianos, mezcla de catolicismo no practicado pero sí asumido —la cosa de que si te confiesas no pasa nada, está todo perdonado, puedes hacer lo que quieras— y de hedonismo, “vamos a pasarlo bien”. Es un tipo muy listo y cuando cenas con él te ríes y es capaz de cautivarte. Tienes que recordarte continuamente que es Berlusconi, porque si no empieza a tocar el piano, a cantar, te cuenta un chiste, va a la cocina, te trae no se qué, es muy hospitalario… dos horas más y acabo votándole, cuidado.

Curioso. Y luego se explica por la izquierda italiana. La izquierda italiana es lo peor. No hablo de individuos, son gente maja, pero una izquierda que todavía tiene resabios estalinistas, que está completamente dividida… los dos años de Prodi fueron horribles. Ahí estamos, con Berlusconi hasta que caiga, y después de Berlusconi…

¿Fini? Tengo mis dudas. Me parece difícil que el sucesor sea alguien que se ha peleado con Berlusconi. Veo más posible esa opción que siempre se baraja del Gobierno semitécnico, las personalidades de prestigio, alguien no directamente relacionado con un partido… ese tipo de solución a la italiana porque si no, no veo cómo se podría articular una mayoría. Y Berlusconi seguirá siendo el amo de las televisiones.

Porque a la cárcel no va a ir, ¿verdad? Lo dudo mucho, muchísimo. Pero incluso desde la cárcel las teles serán suyas, así que…

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Hablemos de fútbol. Santiago Segurola, en su entrevista para Jot Down Magazine, habla del maltrato al hincha. ¿Compartes su punto de vista? Completamente. Estoy en una época de desencanto absoluto con el fútbol. Por supuesto que el fútbol es un espectáculo, es un juego que hace gracia a mucha gente, y un espectáculo lo puedes aprovechar económicamente. Se ha convertido en un negocio colosal. Pero el fútbol como pasión y como patria elegida nace en Europa y en Sudamérica como una expresión de la clase obrera recién llegada a las ciudades, completamente marginada. La alienación marxista en su estado más puro. Dado que eran capas populares muy amplias que podían ser nacionalistas pero no se veían representadas por el Estado, acogieron la bandera de un equipo y convitieron los estadios en lugares de culto. Hay algo de nacionalismo, incluso de militarismo… esos fenómenos de finales del siglo XIX y principios del XX. El club y la bandera del club no son nada si no hay gente detrás. Al fútbol le ha pasado un poco como a la política: antes no podía existir un líder si no tenía masas detrás, montaba un mitin e iba mucha gente. Ahora la política es algo que se vive por la tele y por Internet, se “twittea”, etc. El líder y su ideología son algo que queda muy lejos. Pueden prescindir de la gente. Y el fútbol también ha empezado a prescindir de la gente. El que importa es el público, el que paga por ir al estadio. Da igual que no sufra ni padezca, da igual que sean invitados corporativos. ¿Dan dinero? Perfecto. Entre eso y las desigualdades… está claro que se vive un momento de tránsito entre las ligas nacionales y la liga europea. Pero las ligas nacionales todavía son muy buen negocio, mejor todavía que la liga europea, y por tanto ni siquiera los clubes grandes quieren cargárselo. Ahora mismo el fútbol ha perdido el carácter que solía tener, que aún se vive en clubes pequeños.

Como el Espanyol. Como el Espanyol, sí. Porque no va una clientela de lujo ni turistas a ver el partido. La mitad del campo del Barça son turistas japoneses que están gritando todo el rato y aplaudiendo todo el rato. Y no saben. Me parece bien, pero es otra cosa. Creo que el fútbol se está traicionando a sí mismo. Y la repetición de partidos… en España parece que todo sea un Barça-Madrid indefinido, no se acaba nunca. Termina un partido y ya se está pensando en el otro que es dentro de dos semanas. A mí me fatiga.

Hace unos años dijiste que “en España sería viable un diario deportivo serio, bien escrito, y sin furores pasionales”. ¿Lo sigues pensando? Sí. Si hablas con el director de un diario deportivo te dirá —lo dicen todos— que todo el mundo sabe que El País es del PSOE y que ABC es del PP. En un diario deportivo sus lectores saben que es del Madrid o del Barça. Aquí llegamos a unos de los problemas fundamentales de la democracia: la democracia iguala por abajo y casa muy bien con el capitalismo, que también iguala por abajo. ¿Qué vende? El populismo, el excitar las pasiones más bajas de la gente. ¿Qué programas de TV se ven más? Los que azuzan lo peor que hay en nosotros. La gente dice “yo no veo nunca Salsa Rosa”. Joder, pues las audiencias son tremendas. Con la prensa deportiva pasa lo mismo. Que las historias que publican sean ciertas o no da igual, a nadie

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le importa. Lo que busca el director o el autor del periódico es masturbar a su lector, es un ejercicio masturbatorio. No ofrece información. Hay excepciones: siempre habrá que seguir leyendo a Segurola y a otros. Pero el tono general es de puro forofismo. En cambio creo que hay aficionados al fútbol, bastantes miles, que querrían leer algo parecido a lo que era el Marca hace treinta años: un diario deportivo que podía abrir un día con natación, al día siguiente con salto de pértiga porque había pasado algo extraordinario y al siguiente con algo del Atlético de Madrid… era un diario deportivo bastante bien hecho, y su anuario lo compraba casi todo el mundo porque era un anuario ecuménico. Pro-madridista pero tolerable, y bastante mejor que los otros; eso se ha perdido. Supongo que si han renunciado a eso será porque le sacan rentabilidad al forofismo, pero en Internet están apareciendo proyectos nuevos, medios que tienen su clientela y son un placer. Si el deporte no produce historias, apaga y vámonos. Está lleno de historias que contar, buenas historias, y algunas de ellas muy edificantes. El deporte es formativo. Creo que que funcionaría.

¿Te gustaría participar en un proyecto así? ¿A mí? Sí, ya lo creo. Si un día me dijeran Santi [Segurola] o Ramón Besa “me han hecho director de un deportivo, si quieres hacer algo…” ¡Ya! Pero es muy complicado.

Fútbol italiano: el dinero de los jeques y las superestrellas pasan de largo, los estadios están vacíos, sus equipos pierden atractivo y cuotas de mercado en los mercados emergentes, los ultras tienen en algunos equipos un poder inconcebible en otros países europeos. ¿El fútbol italiano es el último foco de resistencia romántica e identitaria frente al fútbol moderno y globalizado, o un fútbol en crisis? Una de las características de Italia es que siempre va por delante de los países vecinos, en todo.

Incluyendo el fútbol Incluyendo el fútbol. Fueron los primeros que empezaron a falsificar balances, a hincharlos haciendo compraventas falsas, lo que ahora en España es el pan de cada día. No, no queda romanticismo en ninguna parte. En el gran fútbol profesional siempre cito como ejemplo el libro de mi amigo Iñigo Gurruchaga, Scunthorpe hasta la muerte; la historia de un tipo español que va a jugar a un equipo de la cuarta división inglesa y cómo ese tipo llega a jugar una final en Wembley. Eso es fantástico, eso es fútbol. Lo otro es un gran negocio, magia, espectáculo, lo que quieras. En cualquier caso, ningún romanticismo, y la crisis tenía que llegar como ha llegado a las deudas públicas europeas y como ha llegado a todas partes.

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¿Cómo nace Historias del Calcio? Muy fácil. Yo llegué a Roma un jueves y dos días después me llama Santi [Segurola] y me dice: “¿Oye, por qué no te haces una columnilla?”. “Aún estoy en el hotel, no conozco nada”. “Ya, pero me gustaría tener algo, ha pasado no sé qué en Nápoles, podrías escribir”. Y vale, escribí una cosilla y la envié. El domingo siguiente me llama Pepe Samano —yo estaba en un autobús yendo a un pub para ver un partido de fútbol— y me dice: “Bueno, ¿y la columna?”. “¿Qué columna?”. “Pues habíamos quedado en que cada domingo ibas a enviar una columna”. “No, yo no he entendido eso”. “Coño, pues ya la tenemos aquí pintada”. Así que, venga, de vuelta con el autobús al hotel y a escribir una columna. Y domingo a domingo hubo que hacer una columnilla que al principio era más corta y luego se fue alargando porque había gente que la leía. La fui utilizando para hablar de fútbol y de muchas otras cosas. Ya que tienes un espacio y te dejan hacer lo que te dé la gana… esa es una de las ventajas de Santi y en general de la sección de deportes de El País. Cómo puedo decir esto sin que me despidan mañana mismo, a ver: El País fue un diario fundado por gente que venía del franquismo y escrito por gente que venía del partido comunista. Entonces, la redacción —hablamos de finales de 70— era muy de izquierdas, muy vinculada al partido comunista; la propiedad y la dirección venían directamente del franquismo. Cebrián era director de informativos de la tele franquista, más claro… Y lo que tienen en común esos dos grupos es una cierta propensión al centralismo, a la disciplina, al autoritarismo y a la homogeneidad ideológica como instrumento de organización laboral.

¿Esta corresponsalía es un exilio forzado? Bueno, técnicamente no es un exilio porque puedo volver cuando quiera, teóricamente. En la práctica no lo sé. Me dijeron que dejara de escribir la columna y que hiciera una corresponsalía. De ahí puedo deducir cosas, pero es estrictamente eso. “La columna deja de hacerla porque queremos algo más centrado en televisión. Elige una corresponsalía, la que quieras, no hay problema de dinero”. Y estoy encantado, de hecho; escribir la columnilla esa me aburría, así que no me quejo.

Pues todos contentos, entonces. Sí, es difícil quejarse cuando ves lo que cobra la gente. El trabajo de la gente joven, tan poco estimulante, jornadas larguísimas en las que no están haciendo más que sacar cosas de Internet y meterlas en otro receptáculo de Internet. Sería el colmo que yo me quejara, joder…. soy un tío al que pagan por estar aquí. Mira, la Cúpula de la Roca (la señala). No puedo sentirme ni exiliado, ni represaliado ni nada. Me pagan y tengo un jefe que decide lo que he de hacer. Hubo gente que me llamó o me escribió: “Tenías que haberte ido del periódico”, “Aguantar humillaciones”. Perdona, yo no he visto ninguna humillación. Sólo soy un empleado del periódico. La humillación sería que me dijeran “Ya no puedes hacer nada, te sientas en esta mesa, haces tu jornada laboral pero no puedes escribir, no puedes tocar nada”. Eso sí es intolerable. Pero que me cambien de destino… soy un puto periodista. Ni artista, ni escritor, ni mariconadas. Me dedico a lo que me dedico, y la verdad es que encantado de estar aquí. Obviamente, luego tengo mi opinión personal sobre la dirección y sobre cómo funciona el periódico.

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Tengo entendido que tu padre era uno de los grandes del periodismo español. ¿Ha influido en tu manera del ver el oficio y en tu trabajo? Sí, influyó en el sentido de que yo no quería ser periodista ni de broma. Mi padre era abogado y en el 66, a los cuarenta años, lo dejó —se ganaba muy bien la vida, un abogado de propiedad intelectual— porque quería ser periodista. Así que hizo la carrera en un año y —con tres hijos— empezó de becario en un diario que se llamaba El Correo Catalán, cobrando creo que cuatrocientas pesetas mensuales, terrible. A él siempre le ha gustado muchísimo el periodismo; yo de pequeño conocí a muchos periodistas y estaba acostumbrado a escuchar en casa cómo funcionaba el negocio… lo conozco. Mi tío abuelo también era periodista, represaliado por el franquismo. Pero nunca he podido tomármelo muy en serio, para mí es un oficio. A mí los teóricos del periodismo me parecen admirables porque nunca he visto nada sobre lo que teorizar. El periodismo es un puto oficio. En cuanto el periodista empieza a mirarse el ombligo y a pensar en su papel en la sociedad… por favor, cuanto menos piense, mejor. Hay esa famosa argumentación sofista de que un barrendero que lee a Kant barre mejor que uno que no lee a Kant: eso es falso. Yo no quiero a un taxista que este leyendo a Schopenhauer, quiero a un taxista que sea un taxista, que no empiece a teorizar sobre la función del taxista en la sociedad contemporánea. Es mucho más fácil que eso. Hay que ser honesto, humilde y hacer lo que puedas, sabiendo que hacerlo bien es imposible. Se trata de evitar hacerlo muy, muy mal, de mentir o de equivocarse estrepitosamente. ¿Cómo vas a contar todo lo que pasa? Cuentas lo que te parece que pasa en pequeñísimos fragmentos de ese mosaico universal que es la realidad. Es un oficio que hay que hacer con la máxima discreción.

Ya sé que te lo han preguntado muchas veces, pero ¿que consejo darías a un periodista que acaba de empezar? Aparte del “mitad monje, mitad gilipollas”. (risas) Eso no es un consejo, es una realidad impepinable. (piensa) Si ha de ser un solo consejo: que desconfíe de sus jefes, que desconfíe de sus jefes, que desconfíe de sus jefes. Porque siempre ha sido así, pero ahora es extremado. Los jefes no están del lado del lector, están del lado del empresario, del inversor, del accionista, y el periodista tiene que estar del lado del que lee, del lado de la audiencia.

¿Esto es off the record? Es que no queremos que te despidan. Esto es on, completamente, porque no he dicho nombres. Hay que saber que el jefe es el jefe y puede mandar, pero es un error considerar que tiene razón porque sus razones son distintas a las tuyas. Tú trabajas para otra gente, tienes que conseguir ser lo bastante hábil como para trabajar para los tuyos, para el lector, sin que te despidan. Sin enfrentarte de una manera frontal con lo que es la realidad comercial y empresarial, que es primero la necesidad de sacar dinero —no me parece mal aunque a veces es de mal gusto— y sobre todo la necesidad de contentar a los intereses empresariales. Resulta que el dueño del periódico es a la vez dueño de no sé qué, que las sinergias de no sé cuántos, hay que hablar bien de tal cosa y mal de la otra… la puta verdad es que el jefe es, en minúscula y con todos los matices, el enemigo.

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Mario Conde nos habla en un momento dado de la influencia que algunos políticos tienen en los contenidos de los periódicos. ¿A lo largo de tu carrera de periodista has intuido alguna injerencia de este tipo? La segunda entrevista que hice en mi vida fue a un político catalán ya retirado, se llama Miquel Roca i Junyent, padre de la Constitución. Hablamos del año 77. Cuando llegué a su despacho nos sentamos, me ofreció un café y cuando nos lo sirvieron me dijo: “tome nota”. Y tuve que tomar nota. Los suyos eran los dueños del periódico, y desde luego la influencia ha existido siempre. Es una influencia en los dos sentidos. Como ejemplo: un importante diario español no dio antes que el diario El Mundo noticias sobre la corrupción socialista porque el Presidente del gobierno de la época pidió al director de ese diario que retrasara la publicación; necesitaba tiempo para arreglar algunas cosas. Se retrasó y lo sacó la competencia. Eso existe, y más desde que las empresas periodísticas han apostado por la televisión. La televisión son concesiones, y en una sociedad ideal esas concesiones las daría una comisión técnica atendiendo a razones técnicas. En España no es así, en España las televisiones se atribuyen a dedo. Es evidente que existe esa influencia, ha existido siempre.

¿Y en el mundo de la cultura? Segurola nos dijo que el periodismo cultural está supeditado a la industria cultural. Tengo una opinión un poco excéntrica sobre eso. Creo que todo el periodismo es cultural, salvo el estrictamente inculto. Lo que llamamos “periodismo cultural” suele ser mera promoción de productos culturales: hay que hablar de lo que están haciendo la industria y las instituciones culturales. La Academia saca un nuevo diccionario de no sé qué, el libro nuevo de no sé quién, el disco de no sé cuántos. Todo eso es industria cultural. Me interesa muy poco. Obviamente, eso está mediatizado por los grupos económicos que controlan el periódico, que suelen ser también los fabricantes de esos productos culturales. En cambio creo que es periodismo cultural las críticas de teatro de Marcos Ordóñez — precisamente porque el teatro, al ser minoritario, ya queda un poco fuera—; no es un negocio y puedes permitirte tener un tipo realmente culto que sabe mucho de teatro, que va a ver dos o tres obras y hace un artículo en el que siempre aprendes algo. Lo otro, o eres un tipo medio suicida, medio loco, como Boyero, con unos gustos muy determinados —es muy amigo mío—, o te acomodas. El “periodismo cultural” no me interesa, generalmente me salto las páginas de cultura.

Dijiste una vez que Boyero es especialmente brillante cuando está cabreado. Y es verdad. Boyero es muy buena persona, es un tipo muy tierno que se emociona con facilidad, quiere mucho a sus amigos. También puede ser muy borde. Pero se expresa mucho mejor cuando está rabioso, y creo que sus mejores críticas son las salvajes. Lo de Almodóvar ya empieza a ser un cliché. Con cada película de Almodóvar es “a ver qué palo le pega Boyero”. Aunque no siempre lo hace.

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Todavía no he leído lo que ha dicho sobre la nueva de Almodóvar, La piel que habito. Un palo, la peor. La ha destrozado totalmente.

¿La has visto, por cierto? Yo no voy al cine, tengo claustrofobia. Lo veo todo en casa, con un cierto retraso. A mi mujer le gusta mucho Almodóvar. Hay películas que sí me han gustado, pero el tipo de lenguaje que utiliza me es un poco ajeno.

La verdad es que de un tiempo a esta parte decir eso podría ser considerado hasta antipatríotico, en algunos círculos. Sí, sí. He visto argumentos de este tipo: “Un producto que exportamos y nos lo vamos a cargar”. ¿De qué estamos hablando? No me gustan ni Almodóvar ni Amenábar, qué se le va a hacer. No soy un entusiasta del cine, me gusta pero no me pasaría la vida viendo películas como Carlos o como Oti Rodríguez Marchante. Tengo dificultades con la imagen, creo que soy mejor lector que espectador.

Hablemos series de televisión. Confieso avergonzado que todavía no he visto The Wire… (risas) Qué suerte tienes.

¿Qué me dirías para que empezara a verla mañana mismo? Si Shakespeare te ha interesado alguna vez, te interesará The Wire. Si te gustan cosas más sencillas, quizá no. Es una serie shakesperiana, está todo ahí, está llena de argot, de acentos complicados, no sé si está traducida y no quiero saberlo, pero es de lo más satisfactorio que yo he visto en televisión. Es como lo que ves en Shakespeare: humanidad, personas. Son buenas y malas según las circunstancias, hacen tonterías… gran, gran serie.

¿Y de la HBO recomendarías alguna otra cosa? ¿Eres “sopranista”? Sí, fui sopranista, aunque menos que gente como Carlos Boyero: para él es lo máximo. Yo estuve muy enganchado a las dos primeras temporadas. Las otras las vi más tarde; es muy buena pero no me interesó tanto como The Wire o como otros vicios que son no justificables y completamente subjetivos… He estado siempre muy enviciado a House porque el actor me cae muy bien, es un tipo admirable.

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¿Le conoces personalmente? Le hice una entrevista cuando estaba en Londres, cuando era cómico. Es un tío tan culto, tan… es lo que a mí me gustaría ser. Pero bueno, House es un vicio… es una serie menor.

¿Has visto A Game of Thrones? Todo el mundo habla de ella pero no la he visto. Desde que estoy en Israel no veo prácticamente televisión. Con el hebreo tengo dificultades, puedo saber de qué va, pero… Lo que veo ocasionalmente es alguna película. Aquí me he quitado de la televisión, quizá porque mientras estaba en España —aunque solo fuera por salvar las apariencias— tenía que ver televisión. Luego hablaba de otra cosa, pero tenía que ver televisión. Y al dejar España me quité un poco.

Supongo entonces que no habrás visto dos de las últimas de la BBC, Sherlock y Luther. No, y me las han recomendado muchísimo. La de Sherlock Holmes tengo muchas ganas de verla.

Tienes mucha afición por el personaje, ¿verdad? A mí el crimen victoriano me parece imbatible, y aunque este ya no es victoriano, sigue siendo victoriano. Esa cosa tan maniquea e hipócrita de la época victoriana: “el mal es el mal y el bien es el bien” y “es un choque de inteligencias”… ni las cosas están tan claras ni nunca chocan las inteligencias, lo que choca es la idiotez. Sí, soy aficionado y tengo ganas de verla. Pero ya digo, aquí me dedico a otras cosas, en general leo por la noche, no veo la tele. Ya me reengancharé.

¿Has leído algo interesante últimamente, o algo que quieras recomendar a nuestros lectores? Algo que no es nada recomendable: Leo Strauss. Porque probablemente ecribiré un librito con otro periodista aquí; él haría la parte de Sayyid Qutb, del integrismo islámico como negación de la modernidad, y yo la parte de Leo Strauss como la negación de la modernidad desde el lado occidental. En Estados Unidos, Leo Strauss —y no sólo por toda esa cosa de que era el padre espiritual de los “neocons”— dice cosas muy inquietantes, como que desde Hobbes y Spinoza todo ha ido mal porque la filosofía tiene que tener una pata en Atenas y otra en Jerusalén: si quitas la pata de Jerusalén y dejas los dos pies en Atenas niegas una parte de la humanidad. Dice que sin sentimiento religioso, no ya Dios — él era un judío ortodoxo—sino el fenómeno religioso, lo oscuro, lo inexplicable… si niegas eso, estás conduciendo a la sociedad al nihilismo. El que se lo puede permitir puede pasar por hedonista: vive bien, disfruta, pero al final lo que hay es nihilismo, nada. A mí eso me parece muy tétrico, pero interesante. Entronca con la doctrina actual de la Iglesia católica y de una parte de la filosofía alemana: se hace muy

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raro vivir sin Dios. Aunque no creas en Dios da igual, no hace ninguna falta creer en Dios. Freud decía que el hombre tiene un vacío en forma de Dios dentro desde que mató a Dios. Y creo que no es del todo falso. Así que, bueno, es lo que estoy leyendo: es un tipo oscurísimo, pesado, farragoso… encima lo hace voluntariamente más oscuro. Me lo estoy pasando bien, pero no lo recomendaría.

¿Y alguna lectura más ligera? Hay un escritor polaco de novelas policíacas fantásticas, Marek Krajewski. Es un tipo que escribe sobre un detective de Wroclaw —que entonces era Alemania pero ahora es Polonia— a principios del siglo XX y está muy bien, es muy recomendable. Y luego están los clásicos: Philip Kerr, con el personaje Bernie Gunther. Y Dennis Lehane. De vez en cuando necesito darme chutes de cuatro o cinco novelas policíacas en dos días, y cuando me tranquilizo me dedico a leer sobre todo libros sobre current affairs, sobre esta región. Y algo de filosofía barata, aunque soy un negado para la filosofía. Precisamente por eso intento ponerme un poco al día.

Cuando has hablado del crimen victoriano he recordado que leíste la novela gráfica From Hell, sobre Jack el Destripador, y te gustó. Sí, sí, me gustó, ya lo creo. Es de las mejores aproximaciones que se han hecho a ese ambiente. Luego en la realidad todo era mucho más cutre, pero sí, me gustó, y la película tiene una ambientación estupenda.

Si no me equivoco, tu teoría sobre los asesinatos es que Jack el Destripador era un tipo del barrio, ¿verdad? Es la teoría comúnmente aceptada. Ahora circula por ahí una de un marino alemán, pero no, porque esto te puede salir bien una vez, pero el perfil que hizo el FBI en los noventa hablaba de un tío de hasta treinta años, local, con problemas de relación con la gente pero de aspecto posiblemente inofensivo. Y sí, ciertamente del barrio, porque había que conocer aquello. Daba igual que fueras cubierto de sangre porque aquello era un matadero, mucha gente iba cubierta de sangre. La cuestión era que te movieras con facilidad y supieras salir de los sitios. Aquello era un laberinto. Calles había muy pocas: Comercial Road, Whitechapel… todo lo demás eran pasadizos y túneles. Tuvo que ser alguien normal, del barrio. Son crímenes que no tienen nada de especial salvo por sus consecuencias. Con esos crímenes nace la prensa popular contemporánea, nace la prensa espectáculo. Como no se descubre quién es, queda el mito. Por muchas razones son crímenes famosos, incluso el nombre que se inventa el periodista aquel es espléndido: “Jack the Ripper”.

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Bernard Shaw vino a decir que, gracias a Jack el Destripador, la clase alta londinense se dio cuenta de lo que había a su alrededor, ¿no? Llegamos otra vez a la prensa espectáculo. Todo el mundo sabía lo que pasaba en el East End, todo el mundo. Hubo una revuelta tremenda el año antes en Trafalgar Square; muchos tipos se iban de putas al East End, pero era como otro mundo. No es lo mismo tenerlo ahí sin que salga jamás en los periódicos salvo en notitas de disturbios, reyertas, cosas de judíos —porque casi todos eran judíos huidos de los pogromos—, que encontrártelo en los periódicos envuelto en una historia fascinante, de crímenes, persecuciones, pánico social. De repente la gente descubre que aquella gente son extranjeros: había muy pocas personas nacidas allí. En 1888 más de la mitad de la población era judía recién llegada del extranjero. Es un momento en el que, en Europa, el clima revolucionario es acojonante y la sociedad victoriana tuvo miedo: había un monstruo. Hay un poco eso que dijo Bernard Shaw sobre que Jack el Destripador era un artista, un tótem del socialismo, porque había puesto en la mesa de las clases pudientes el problema del proletariado en la ciudad. Fue algo especial, no necesariamente por los crímenes… que son muy graciosos.

A los ingleses les fascinan. Fíjate que en la época, toda la literatura criminal se basaba en envenenamientos o algún disparo. Eran todos crímenes limpios. Conan Doyle —que era de esa misma época— nunca metería allí un cadáver destripado porque resultaba pornográfico, y ese es un elemento —la pornografía— que a una sociedad muy cristiana como la inglesa de la época le fascinó. Las fotos mortuorias circulaban bajo mano y se pagaban caras: era un cadáver, pero el cadáver de una mujer desnuda.

Antes de que empezáramos con la entrevista me has dicho que no vas a escribir Historias de Jerusalén. ¿A qué se debe? Yo no soy un escritor, no escribo vocacionalmente, no me gusta escribir; me cansa, me parece aburrido. Hay gente que tienen necesidad de expresarse: yo no. El de Londres salió por probar, porque conocí a una editora que dijo “ah, por qué no haces un libro, tal”. Hice un libro sobre Londres y se lo llevé. “Ya, pero ¿no podías poner cosas de ti?” Intercalé algunas cosillas, salió, hubo quien lo compró. Luego lo de Nueva York no quería hacerlo, pero me pagaron un anticipo razonable, murió Ricardo Ortega y entonces sí me puse a hacerlo porque quería hablar de él. El de Roma un poco lo mismo. Primero es una fórmula, un cliché, todos se parecen: es como primera parte, segunda parte y tercera parte. Y empecé a notar cosas inquietantes. Cuando llegué aquí y buscaba piso me quedé con uno cuyo propietario es el fabricante de la corsetería de la Reina de Inglaterra. Pensé, hostia, igual el piso no te gusta especialmente, lo que te gusta es la historia porque con eso puedes hacer un par de páginas graciosas en un libro. Y luego empiezas a notar —y eso es una tontería enorme— a gente que hace posturas, gente de tu alrededor que posa para salir en el libro. Es muy raro, pero pasa. Y pensé: bueno, qué, ¿voy a tener que hacer historias de estas toda la vida? Así que ya le dije a la editora que cortábamos. Por eso ahora salen las tres con un epílogo en el que explico todo esto, y a otra cosa.

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Ahora te nombraré a una serie de personajes, y para cada uno de ellos me das un titular. ¿Te apetece? Bueno, vamos a probar. ¿Un titular de prensa?

Sí. vamos a empezar con algo relativamente fácil: Rubalcaba. ”Una causa perdida”.

Rajoy. ”Una causa casi perdida”. (risas)

Rick Perry. ¿El republicano?

Sí. ”La invasión de los zombies”.

¿Hillary Clinton? ”La mejor líder de la derecha americana”.

Tzipi Livni. ”Interrogante. Quién. Cerrar interrogante”.

Mourinho. ”El fútbol contemporáneo”.

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Ignacio Polanco. Vamos al tópico: “Lo que pudo ser y no fue”.

Villar. (Se lo piensa un buen rato) “Lo contrario de Cruyff”.

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