Cuento

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Tic, toc, tic, toc, tecla, tecla, tecla atras.


Se encontraba sentada frente a la computadora. No sabía qué hacer, qué diseñar, qué escribir, qué pensar. Sólo se encontraba ahí; sentada frente a su monitor a las tres de la mañana. Se asomaba a la ventana y sólo encontraba el tono negro abrumador de aquel cielo obscuro que a causa de la contaminación, carecía de destellos luminosos que decoraban su astronómico paisaje. El cielo se veía aburrido, aburrido y solitario como ella, sin un toque de creatividad ni de ingenio, su lienzo tan negro y el de ella tan blanco pero ridículamente similares. Sin nada. Pensaba y pensaba. Buscaba algo, una idea que pudiera desarrollar y entregar dentro de algunas horas. Se sentía tan tonta al dar vueltas y vueltas por su habitación en busca de un destello de luz que iluminara sus conocimientos y pudiera al fin comenzar a teclear palabras que terminaran por concretar un cuento. Se colocó de nuevo frente al monitor, habían transcurrido algunos minutos y ahora el brillo del mismo le lastimaba más que hace un momento. Se sentía como una débil visual. Bajó el brillo. Abrió finalmente el archivo de edición de texto y comenzó a teclear… Tic, toc, tic, toc, tecla, tecla, tecla atrás. Tic, toc, tic, toc, tecla, tecla, tecla atrás. Tic, toc, tic, toc, tecla, tecla, tecla atrás.


Pasaron siglos y el síndrome de la página en blanco sentía que le había dado. Sus ojos se le cerraban, quería seguir ahí pero pensaba: sentarse es a silla como acostarse a cama. En el escritorio por un momento se recargó. Levantó la mirada, observó el monitor y comenzó a teclear palabras sin sentido alguno. Llegó una idea a su mente al fin, así como un sonido silencioso que le susurraba al oído la propuesta de relatar su historia, la historia de una mujer con síndrome de la página en blanco. Como por arte de magia se encontró con un texto que de su agrado era y lo consideraba mejor que los miles de textos que había relatado anteriormente durante sus cinco horas de desvelo. Por fin iría a la cama, sentía el cuerpo tan pesado como una pluma que va cayendo desde un rasca cielos. Al fin tenía todo listo, miró por la ventana y ahora el cielo no le parecía tan obscuro como ella creía. Las manecillas del reloj se acercaban al momento de la entrega, miró de reojo al espejo y se encontró con una figura cansada. Tomo la cobija y se dejó caer en la cama. Al fin pudo descansar. Se torturó mentalmente tanto que no podía ver que la posible respuesta estaba frente a su dilema.

FIN


Universidad del Valle de México Dania Karina Hernández Díaz Ciencias de la Comunicación Quinto Semestre


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