La Candelaria

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DANIELA LAZO CEDRÉ



la candelaria

DANIELA LAZO CEDRÉ


Impreso en G.C. Torrent de l’Olla 193-197 Encuadernación en R. OLIVÉ Carrer Berga, 13 baixos BARCELONA, 2015




1/ 2/ ENGRACIA 3/ RAFAEL 4/ RAMÓN 5/ LA CANDELARIA 6/ AURELIA 7/ GREGORIO 8/ CARMELO



1/

Un derrame cayó sobre mi pueblo como las lluvias violentas del atardecer. Dos se ahogaron en la onda gris que revolcaba entre las olas. Sin faro y con la esperanza ocupada en otro lugar, toda la inocencia chocaba contra los precipicios de la costa.

El cemento de la cuesta era irregular y brillaba con pedazos de latas derretidas tanto como callaba con troncos de madera. Ninguna sensación se escapaba del valle de los sentidos reservados para la mayoría. La minoría eran sujetos a sueños enjaulados entre agua y semillas que jamás se reunirían.

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La llovizna seguía en nuestras venas mucho después de que había escampado. Como a la ilusión le gusta jugar. Empieza con sólo observar una escena, dándole todo lo que hay en los ojos. Lo que se crea es una realidad más simple. Unos arrastros de escoba marcan el camino que separa el barrio de la ciudad, donde con su liso y azul los adoquines imitan un día caribeño sin lluvia ni nubes. Años después no he llegado a entender cómo algunas palmas logran crecer de la brea. Si hay veneno bajo nuestros puentes, entre ríos y el marrón de la tierra, en las cutículas de seda, amanecen. Como turbulencia del inverso humor de ser la luz de la única ventana despierta en el hueco. Pero en el viento corren sustos inesperados, y una luz roja es visible derritida entre aguas. ¿Qué nos separa de lo querido ante la vieja pluma, acorralado a campos que por primera vez pueden ser? Sólo quiero pensar que no es. Los árboles ocupaban el único puesto en ese campo aislado, con lo restante de sus pacíficos residentes. Ahora vivían arriba.

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2/ Engracia

Fui una de las pocas sonrisas que se escapó de las mujeres que dieron sus cuerpos para la supervivencia de sus familias. Ellas probaron las aguas norteñas en uno de los momentos en que perdieron su lucidez. El azul caliente se ofuscaba al contacto con dedos que escondían sus pulsos de sangre. Probarlo fue ver como su tierra se hacía visible sólo a través de las reflexiones que ya no eran suyas.

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3/ Rafael

Cuando se iban del campo, de repente el veneno desde fuera era doble porque los mares se pusieron más oscuros. A nadie se le ocurrió que el azar se parece al deseo, ni que se pueden tener sueños equivocados. Pues la gente se iba moviendo hasta que el mundo diera las vueltas necesarias. Miedo no había hacia las cosas largas y duraderas, pero Rafael cambiaba de idea o proyecto cada cuantos años. Siempre se iban avisando las vueltas que le daría a la copa. Whisky con agua de coco, vodka con parcha y ron con toronja eran los tragos de la capital.


Era un portador, pero uno que sólo le llega a algunos en forma de sueños, donde estando solos pueden alcanzarlos. Sueños con él frecuentemente significan, entristados por las canciones. El día que se separó uno, fue pensada por primera vez una de ellas, aunque no fuera aún a estar ni hablar. Él la hizo viva con la palabra entonces y él decidió su nombre.

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4/ Ramón

El tío Ramón es el ángel que todos desconocemos. Su nombre ha sido una chispa en la lengua de Rafael que nunca ha logrado agarrar el viento que lo hubiera hecho figura de hueso para mi madre. Verguenza será, que este hombre que era carpintero como su padre, Gregorio. Era la soledad en carne, sin mujer ni hijos. No le miraba ni a una flor. Sentía que el sol constatemente lo huía. En esos días, vino un aire que causaba que la cera de las velas se derritiera más rápido. El hermano iba perdiendo el paso ligero de su aliento y el rojizo sutil que acompañaba al marrón de sus ojos. Lo veían acercar-

se al espejo antiguo de la sala con frecuencia. Era una aproximación de inquietud al adversario del oxígeno lívido de su cuerpo. Parecía verse como un hilo de fuego cuando se hunde del calor de varias horas, luchando sobre un charco que en cualquier momento tocaría. La chispa sólo le alcanzaba suficiente conciencia para que pudiera contar las horas del trabajo que hacía desde los seis años. De faltar, no faltaba nada, pero aún con eso nada y todo quería. Si era largo


su pensamiento, no podía pedir perdón. Nunca se buscaba el dolor, pero le gustaba tocarlo con delicadeza. Lo respetaba y estimaba al dolor, pues cuando se le aparecía de frente lentamente se atrevía a acercarse. Más y más, a la yerbabuena se le iba desvaneciendo su aroma. Cuando por fin llegó, las cosas ya no tenían nombres, y todas las calles cambiaron su sentido.

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5/ La Candelaria

Simplicio Matos esperaba al 2 de febrero para refrescar los aires del hogar con soplos de su lengua hacia el fuego. Con nueve años de luto, el negro se le aclaraba pesado en las sonrisas de sus hermanos. Se cansaba de ver como los gallos se apartaban al verlo por la mañana, con reflecciones oscuras en el río de noche. A Simplicio le importaba más la Candelaria que la Navidad, para liberar los espíritus que se escondían hasta debajo de los platos y la leña, en el humo de las velas y dentro de las ollas de hierro y las panderetas de aluminio. En esos días, se podía encontrar de todo en las calles, cosas que sus dueños creían condenadas con malicias cercanas. Peligrosa era a veces la Candelaria, que de día hacía que se juntaran los fuegos de dos vecinos en un monte, que quieriendo espantar a los espíritus malos terminaron siendo vencidos por dos fuerzas de escapar suerte. A veces sufrían los campos de tabaco, a causa de un espíritu que lu-


chaba al apaciguarse. Sino el cielo se llenaba con los humos de la purificación y según la casa que fuera se podían oler diferentes materiales desvaneciendo al cielo. Las cartas de los fantasmas a veces llegan este día, decía su mujer. Hasta muchos años después en la capital, Rafael continuaba el festivo anual de la Candelaria para saquear las malas vibras por la puerta de atrás. Cuando peleaba con su esposa, se quemaban ese año las sábanas matrimoniales. Las chispas de fuego guardaban y morían con cada pueblo al aire libre y sus calles de trozos de zinc. El segundo escándalo pasaba cuando los animales corrían por el espanto

y los hombres se cayeron en los ríos de la aldea. Las aguas se rellenaban de leña perdida y objetos achicharrados. Los guineos siempre terminaban cortados a la madrugada, cuando no cabía nada más de suerte buena y la gente no masticaba con los dientes sino con las manos. Después de la Candelaria, Simplicio se fue. Le faltaba hierro en la sangre.

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6/ Aurelia

La primera vez era un poco menos mujer, un ser denegado de su naturaleza. A la segunda, el desvanecimiento y la creaciĂłn eran simultĂĄneos, era un fluido y desplazo de luces y movimientos, sonidos en la distancia. Su pequeĂąa huella ya no vuelve hasta la espuma. E;l sendero se hizo silencioso, olvidado el peso de almas viajando a la orilla.

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Aurelia tiene el nombre más hablado, pero también el que no es. Ella ya no cuenta historias; sus historias le huyen. Perfectamente distingue lo negro y lo blanco, pero desaparecen los colores en el camino como un carro que chispa, pero no prende. El futuro tampoco existe, sólo hay una selección de caras perdidas, privilegiadas entre las muchas otras olvidadas. Para descubrir la ruta, las cosas dolorosas tampoco llegaban, como cuando le faltaba un corazón. En esos días, andaba mareada. Cayó profundo en las olas que la volteaban. Cada vez la corriente la llevaba más lejos de su cuerpo, de una costa de puntitos negros que querían hablarle, contarle un mundo que ellos mismos se han inventado. A las nuevas condiciones, me voy, me voy decía. Pero esto pasó años antes de que una mano calmara sus fantasías más tristes.

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Voces marchaban entre sus oídos durante años de queridos desparecidos y presentes embriagados. El rosario lo pasaba más que nunca, acariciando sus pétalos de rosas y prendiéndo velas para la Virgen de la Candelaria y la Santísima Teresa de Jesús. Los otros no se contentaban con su condición ni tampoco hacían el esfuerzo de empatizar con ella. En ese tiempo la cosa era fiera y de ahí ella nació en rigor. Hacía las cosas sin vacilar, y sin caña para acompañarlas. En sus penas estaba su fuerza, callarlas era respirar de alguna manera un fulgor. En ausencias, sus pequeños fantasmas corrían por la casa, diciéndole, mamá, mamá, ¿por qué no me abrazas? Se le veía pararse frente a rayos de luz, sin nada decir, pero sus ojos eran grandes, figuras circulando en su lugar. Solía sentarse en estos lugares, buscando alguna eternidad. Cuando se paraba, sólo se le veía las ganas vacías de comer, dormir o limpiar.

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7/ Gregorio

Ya viejo, el tío abuelo Goyito contaba que un rey de la Biblia construía templos con madera de cedro. Con esas láminas estaba recubierto el interior del Santísimo, y por eso, decía, con cedro construyó el altar de su casa. En el aire guindaban sus construcciones en macizo y roble, quedando como rasgo de una tradición oblicua por la grama de los montes. Pero a río revuelto dejó de beber el agua y era abusivo ignorar la huella de intentar construir atascos. Era suyo el sillón donde Aurelia se mecería, cosiéndo para monjas y niños en la humedad.

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De letras estaba hecho, pero un día Manos a la obra se lo llevó a construir casas. Y cuando ya no le servían los dedos, no volvió a tocar los muebles. En vez, se hicieron hijos de sus penas, que se olvidaban cuando caían sus últimas semillas a la tierra. Él las tuvo que buscar en las penumbras de las hojas, en las tardes de limonada con caña y de quenepas en verano. Habían frutos como azúcar vacío, cuando se acababan los estorbos de la medra.

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8/ Carmelo

Él quería que se escaparan de un lugar que los quería hacer soldados, conejillos de Indias o ratas de laboratorio: hombres y mujeres desechables a su favor después de robarles las voces a silencios. O si eran gritos, los enterraban en tierra humectante para que el sudor de sus mejillas y espaldas no toque el azúcar, café, ovarios, tierra que habrá de ser de otros: recursos agotados a la pestilencia de un rocío que cargaba aún las arenas del Sahara.

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Ya no los oĂ­a al mudo de las motoras.


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