EL CLÍMAX O EL RITUAL COLECTIVO DE LA ADICCIÓN La poesía tiene también sus discreciones. Hay veces que camina anónima y distraída por el tejido de las calles. Se despliega con serenidad o ésta es quizás el indicio del placer, luego de una vida desmantelando los espacios. Ha destensado lo suficiente sus rasgos como para pretender evidenciar el pulso de otro tiempo -tambor de intensidades haciendo de cada paisaje un incendio que horadaba lo real. Porque hay poetas que aún sin siquiera saber que en algún momento escribirían, ya se han pateado una ciudad entera, la han dado vuelta, abriendo la trama de sus posibilidades. O ha sido quizás el aprendizaje de la ciudad el que los ha convertido en poetas, lo que éstos han hecho de ella, provocándola, incorporándole nuevas velocidades, abriendo dimensiones inauditas para lo que se espera de los cuerpos y sus desplazamientos, desplegando el trazado de nuevas vitalidades. Lo que me acercó a Daniel Busquets fue comprender que su discreción hablaba demasiado de una poesía que pasa primero por la lectura que se ha realizado del mundo, por la forma en que se habita o inhabita en él, como si la escritura aparentemente fuera el efecto de una vida: decidir publicar alrededor de los cincuenta años, desinteresado por cualquier círculo editorial o poético. Quemar parte de la existencia, si es que ella en algún momento invita a escribir. Quizás, en este sentido, una obra sin ser sintomática puede recoger los síntomas de los seres que la producen o están en la órbita de sus lenguajes. Porque a su lengua se le filtran experiencias, porque sus palabras aumentan en espesores en virtud de que se nutre de diferentes códigos, de sentidos bifurcados que la tensionan y entrelazan. Desde este punto de vista, alguien podría preguntarse: ¿cómo leer El clímax sin la curiosidad por aquellos comportamientos codificados que sus personajes escenifican; sin inquietarse por la nomenclatura con que sus voces designan las substancias que consumen o los estados a los que son enviadas por cada dosis? ¿Cómo no extrañarse también por lo que a veces se inyecta o marca el imaginario material de la piel y el texto? Puede que la poesía de Daniel Busquets amplíe los registros -inasiblesde la vida nocturna y clandestina de la Barcelona de mediados de los años setenta y comienzos de los ochenta. La escena de una Barcelona Canalla, heterodoxa y marginal que adoptaba sistemas de vidas alternativos y arriesgados. Es probable que parte de este imaginario quede suspendido aquí, entre las alusiones de una poesía que abre, no sin cierta curiosidad o irónico morbo, una interrogante o situación a evocar. Voces voyeur/sugerencia testimonial, son parte de lo que El clímax puede otorgar en su amplia galería de adicciones. El Clímax 76 Sin embargo, la experiencia puede operar también por sobrecarga y sus lenguajes evidenciar un acontecimiento demasiado abrumador como para traducirse a este otro lenguaje de la escritura. Daniel Busquets en su tardía aparición como escritor parece decirnos que era necesario darse un tiempo, esperar por un lenguaje donde se escanciara la experiencia, o quizás de manera contraria, proyectar la experiencia hacia un lenguaje siempre en devenir, pero que permitiera zanjar alguna vez, en una escritura fragmentaria y alusiva, el instante de sus múltiples transgresiones. De este modo, El clímax prácticamente en toda su extensión sitúa sus
voces en el momento en que acontecen las experiencias de sus adicciones, su recaída en circunstancias o estados descritos metafóricamente por una voz que aparenta estar dialogando con sus colegas de transgresión. Se trata de escenas que parecen estar siendo ambivalentemente grabadas, tanto por las víctimas y sobrevivientes de una nueva transacción y los efectos de sus dosis, o bien por el control vigilante y restrictivo que nunca es identificado en su totalidad. Así también, el texto en ocasiones asume el imaginario cinematográfico de las películas de espionaje y de una era post-industrial, donde sus personajes recogen el “botín” cerca de los “viaductos” y se desplazan como “sombras chinescas” por “fábricas en desuso” o hacia “garajes desinfectados”. Allí graban o se aprecian juntos mirando hacia el “objetivo” de una cámara, mientras que simultáneamente son perseguidos y observados por “satélites traidores”. Es hacia estos espacios semiocultos, intersticiales o marginales a la ciudad, donde algunos seres desarrollan cotidianamente su “marcha nocturna” hacia lo “sórdido”. Se convierten allí en “máquinas de placer” y “máquinas de sufrir”. Entre la frialdad de los escombros industriales aparecen “alacranes” y “electrodos”, “abyecciones y accesorios” que atenazan el cuerpo, excediéndolo en estados y sensaciones. “Casi tú. Quizás yo”, la experimentación del cuerpo aquí siempre es orgiástica y/o colectiva. No obstante, si en El clímax se deslizan pasajes que aluden a la transgresión del cuerpo que ya se tematizaba en La trama perfecta (libro simultáneo o gemelo en tiempos, lenguajes y experiencias), es ahora la preponderancia de las drogas, es el “parásito lisérgico” el que se despliega y apodera del cuerpo/textual reproduciéndose en imágenes/alucinaciones. En este sentido, quizás una de las mayores riquezas de este libro es la forma en que es tratado el culto a las drogas y los estados que ellas provocan. La invitación es al “picnic y el diluvio”, al “camping en ruinas”, a la “barbacoa” y los “cócteles” de drogas, al que se presentarán “buitres y mil pétalos” esperando “el cielo estupefaciente”. 77 Daniel Busquets A medida que los poemas avanzan, comienzan también a ser más abundantes en insinuaciones o imágenes psicodélicas. Pronto sus personajes pueden encontrarse en un “crucero fantasma” producto de la “mezcalina en alta mar”, o bien al interior de un “invernadero”, cuando la naturaleza exuberante del clímax comienza a desatarse. Aparecen entonces la “lluvia de meteoritos”, el “deleite y la tempestad”, “los mordiscos y la llovizna” que los sumergen a todos bajo la superficie de la clandestinidad. Porque aquí, el juego de los placeres radica también en saber cómo “sumergir bajo un lago/los tambores y el exceso”. Es por ello, que el “éxtasis subsónico” acontece no sólo en la dimensión de los cerebros y los cuerpos, sino también a escala de las “plazas del peligro”. Pronto el “doble caos”, que profanaba a los seres que asistieron a él, experimentará la “ley espiral” de su descenso. Las sensaciones y figuras imaginarias del placer comenzarán a ser desplazadas por poemas que conceptualmente sintetizan la “Adicción” (la dulzura, la quiebra, el remolino, la fuga, la destrucción). Una de las voces concluirá el libro diciendo: “se está abriendo todo/ y todo se adormecerá”. Sin embargo, nos dice Busquets, aún quedan francotiradores que se “inyectarían la lluvia” o suplicarían al sicario por un “último homenaje” al dios de sus adicciones. La tribu de aquel tiempo parece haber decantado y entre “víctimas y
supervivientes”, Daniel parece haber sido parte de ambos. Quizás como los efectos de una dosis incierta, tampoco él sabe cuándo ha comenzado su poesía o si ésta ha derivado en aquel otro Vicio impune, del que en nuestra tradición nos hablaba Alone (Hernán Díaz Arrieta), extasiado y febril por la lectura o por el vicio de la escritura de la lectura. Sin duda, los riesgos y amenazas que hoy puede tener la escritura poética comprometen de otra manera la vida de quienes se han hecho sus asiduos. Conservando su discreción, Daniel Busquets me ha dicho entre risas que quiere ser un poeta incógnito. Sin embargo, “quién podría dominar/ el resplandor que huye/ de una caja de ritmos”. Rafael Farías Becerra Santiago