La Secta del Alquimista- Capitulo 3

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Trampas en la información

I

nmediatamente después de que Hörmis colgara

el teléfono, el señor Reich preguntó impaciente: —¿Qué te ha dicho? Hörmis suspiró. —Me ha costado mucho, pero lo he conseguido. Mañana estará aquí en el laboratorio —dijo aliviado. —Perfecto. Pues hay que prepararlo todo —Flamingo bajó las escaleras hacia el almacén del sótano y de allí sacó una figura de goma semiarticulada de un dragón azul con cara de fiero, a la par que de simpático. Tenía el tamaño de una impresora, púas de color blanco ligeramente manchadas de rojo sangre y una cola enroscada en forma curva, también con púas. Colocó aquel dragón en su mesa justo a la derecha del escritorio. Y guardó bajo llave las evidencias de la clonación hasta que llegara el momento de ejecutar el experimento. Mientras don Flamingo preparaba su estrategia, Hörmis, Demise y Grakò seguían investigando.


—Según este informe de la arqueóloga y draconóloga Luthia, el periodo de incubación varía entre doce y veinticuatro meses, dependiendo de la especie —dijo Demise mientras lo anotaba. —¿Tendremos que esperar todo ese tiempo para poder ver el fruto de nuestro trabajo? —preguntó Grakò consternado— Tiene que haber alguna manera de acelerar el proceso… —El caso es que si no tenemos suficiente material genético, no creo que hagamos nada. Vamos, digo yo —dijo Hörmis mientras se rascaba la barba de tres días que le salía del mentón—. Bueno, a decir verdad yo no sé mucho de genética. Me han contratado solo para fórmulas químicas —aclaró. Aquel día lo dedicaron sobre todo a preparar la reunión con Yonath, cuya aparición en los laboratorios esperaba Flamingo contando las horas. Fue una jornada agotadora, así que aquella noche Hörmis llegó reventado a casa y decidió irse directamente a la cama. Sabía que mientras no consiguieran la creación de un dragón, el trabajo sería más duro progresivamente. Esa noche no tuvo tantas pesadillas como el día anterior, aunque no conseguía quitarse de encima el presentimiento de que algo peligroso iba a suceder. Por la mañana desayunó y se fue al trabajo. Sabía que ese día sería importante para la investigación, pues hablaría con una de las pocas personas vivas que había visto de cerca a los dragones, y podría tener de una forma inconsciente las claves para restaurar la especie. A las doce más o menos llegó Yonath conduciendo un coche negro de alta gama. Entró en el pabellón y se encontró con el conserje, que en esta ocasión estaba leyendo el periódico. Yonath se acercó a él. —¡Hola! ¡Buenos días, señor! —le dijo mientras se frotaba las sienes con las manos— Tengo una cita con los laboratorios Witch’N’Go. Creo que es aquí. —Usted es el informático ese tan famoso, ¿no? —dijo el conserje sin apenas moverse del sitio.


—Bueno, sí, soy informático —contestó Yonath. —Entonces, en ese caso, el señor Reich le está esperando. Espere, que vendrá a recibirle. El conserje dejó el periódico en la mesa, cogió el teléfono con desgana y marcó la extensión de Flamingo. —Señor Reich, ya ha llegado su invitado —dijo. —Excelente —le contestó Flamingo con alegría— ahora paso a buscarle. Flamingo salió de su despacho y en cinco minutos estaba en la puerta donde recibió a su invitado. —Bienvenido, Yonath, estaba esperándolo —dijo Flamingo acercándole la mano para estrechársela, mientras su cara guardaba una sonrisa—. Pase por aquí, que voy a enseñarle las instalaciones para que vea nuestro funcionamiento. Mi nombre es Flamingo, a todo esto. —Encantado, Flamingo —respondió Yonath. »En este —y señaló una puerta cercana— investigamos enfermedades raras que actualmente no tienen cura. En los demás creamos medicamentos a partir de hierbas naturales típicas de Haëndel y, bueno, en el laboratorio ocho tenemos un proyecto secreto. Pero ahora me gustaría hablar con usted, junto con el equipo ocho —dijo después. Yonath se le quedó mirando. «Si me ha dicho que es secreto, ¿por qué me quiere presentar al equipo que trabaja en ello?». —Están muy interesados en conocerle —abrió la puerta del laboratorio y presentó a los tres científicos —. Este es Hörmis, se incorporó hace una semana. —Encantado —dijo Hörmis estrechándole la mano a Yonath —Este es Grakò, se encarga de pruebas genéticas —explicó el señor Reich dando un pequeño paso a la derecha, para presentarlo. —También yo estoy encantado de conocerle —dijo Grakò mientras acercaba su mano a Yonath. —Bueno, y por último Demise. Se encarga de los informes


y análisis —dijo dando esta vez el paso a la derecha para ponerse enfrente. —Encantado, señor Yonath —dijo Demise. —Bien, este proyecto consiste en el desarrollo de células madre para la cura de algunas enfermedades —comenzó a explicar Flamingo—. Es el proyecto más ambicioso de los que tenemos. Precisamente para él queremos la aplicación. Necesitamos que sea segura, fácil de usar y potente. Bueno, y si puede ser económica, pues mejor —y terminó de hablar con una sonrisa. —Lo intentaremos —respondió Yonath —. Dese cuenta de que la creación de aplicaciones es complicada y requiere mucho esfuerzo —dijo con una ligera prepotencia. —Entonces no se hable más. Pasemos a mi despacho para hablar de las condiciones —dijo Flamingo. —Me parece bien. Abandonaron el laboratorio y cruzaron el pasillo hasta el fondo donde se encontraba el despacho de Flamingo Reich. La habitación estaba decorada especialmente para la ocasión. Había algunos pósters y figuritas de dragones distribuidos estratégicamente. Flamingo se sentó en su silla y Yonath justo enfrente de él. Les separaba una mesa, donde estaba la figura de un dragón justo a la derecha de Flamingo y a la izquierda de Yonath, quien no pudo contener la tentación de mirar con tristeza aquella figura, ya que le recordaba a su dragón, Tarmarg. Flamingo, que se dio cuenta de esto, dijo al informático mientras le miraba a él y a la figura de la mesa al mismo tiempo: —Veo que le gustan los dragones, Yonath. —Bueno, forma parte de mi infancia. Me contaban muchas historias sobre ellos y siempre me han fascinado. —Entiendo —dijo Flamingo mostrando interés por la conversación—. Yo siento pasión por estas criaturitas desde los avistamientos de 2066 — y comenzó a acariciar al dragón de goma.


—Entonces usted se acuerda de los atentados de aquella fecha —dijo Yonath con tono apenado—. Mi bisabuelo murió allí junto con un amigo suyo. —Yo estuve también en aquel pabellón universitario, que justamente estaba aquí donde nos encontramos ahora. Tengo de recuerdo una cicatriz provocada por las llamas de uno de los dragones —Flamingo se levantó el pantalón y se la enseñó a Yonath. —Impresionante. —Como ese año me graduaba, estaba en primera fila —dijo volviéndose a cubrir la pierna izquierda—. Muchos de mis compañeros murieron. Entre ellos mi mejor amigo de aquella época. Yonath cambió de tema bruscamente: —Bueno, a lo que vamos. El software de gestión de laboratorios a medida, por lo que he visto, podría salirle por unos 200.000 $H, más el mantenimiento, que sería opcional, pero muy recomendable —Yonath había estado haciendo los cálculos con su teléfono móvil. —No hay prisa —dijo Flamingo levantándose de la silla—. Me has caído muy bien. Me gustaría seguir hablando contigo sobre dragones —y volvió a ocupar su asiento. —A mí también me gustaría, pero no tengo tiempo para hacerlo. Tengo más reuniones importantes en mi despacho —se excusó Yonath algo nervioso. —Bueno, desconectar por unos minutos nos vendría bien. Créeme, te entiendo. El trabajo absorbe, y más si eres el jefe —dijo Flamingo mientras apretaba un botón rojo debajo de la mesa. —¿Ves? En eso tienes razón. Todavía me siguen apasionando los dragones, pero no le dedico tiempo a ese mundo —dijo Yonath. —Te entiendo, y sé por qué. —¿Por qué? —preguntó Yonath nervioso, pues se sentía acorralado.


—Lo sé todo. He investigado. Te voy a decir un par de nombres a ver si te suenan de algo: Irarthorn y Tarmarg —la cara de Yonath se quedó pálida como una roca en invierno al oír esas palabras de Flamingo y su corazón empezó a palpitar muy rápido— ¿Qué? ¿Te suenan? Te has quedado un poco helado. Son dragones Urmônil, para ser exactos, inteligentes, musculosos y nobles —dijo Flamingo mientras le mostraba una ilustración de un dragón azul. —Yo no conozco a ninguno de esos dragones —respondió Yonath, a quien le temblaban las piernas. —Vaya que no. ¿Quieres que te refresque la memoria? Tarmarg era tu dragón, y tú eras su jinete. ¿Quieres que te diga más? Naciste con un antojo en tu espalda similar a un Tebori Súrion. Bueno, de hecho era uno —dijo Flamingo poniéndose al lado de Yonath—. Quiero que me digas qué sabes de los dragones, porque por lo que tengo entendido sabes mucho —dijo Flamingo impaciente. —No sé nada. —Mientes ¿Los estás defendiendo? —preguntó enfadado Flamingo— Porque si es así estás tomando la opción equivocada. —¿Por qué quieres saber todo sobre los dragones? —preguntó Yonath. —Muy fácil. El laboratorio entero es una tapadera para realizar experimentos alquímicos para devolver a la vida estas criaturas tan nobles. —¡Estás loco! —dijo Yonath con ira. —¿Loco? ¡Por demostrar a nuestra generación que existieron y existen! —dijo Flamingo todavía más excitado. —Tú no sabes nada —replicó Yonath—. Los dragones se sacrificaron por la Humanidad. Resucitarlos traería una gran desgracia comparable a la del año 66 o incluso peor. —Al fin reconoces que sabes algo. Quiero que me digas cómo entrar en las tierras Draconas, las tierras de Alandir. —Alandir ya no existe y aunque existiera no te lo diría.


Pretendes hacer daño a la Humanidad y hacer sufrir a las criaturas —dijo Yonath—. Me voy. —Yo creo que no —dijo Flamingo con una sonrisa demencial—. La puerta está cerrada. ¿Sabes una cosa Yonath, jinete de Tarmarg? No quería llegar a estos extremos, pero, sinceramente, no me dejas otra opción —dijo mientras sacaba un casco del armario—. Los dragones merecen volver a la vida —y también sacó con la mano que le quedaba libre una jeringuilla ya cargada con un sedante—. Disfruta de tus sueños, pues con este casco analizador de mente voy a verlos yo también —dijo mientras ponía la inyección a un enrabietado Yonath. Cuando el informático se quedó inconsciente, le puso el casco y lo sentó en la silla de nuevo. —Bien, ahora vamos a saberlo todo —dijo para sí con una sonrisa malvada. Conectó dos cables al casco, uno al enchufe de la pared y el otro a un ordenador que ya estaba preparado para recibir las señales cerebrales—. Veamos, empezaremos por la localización de Alandir. ¡Genial, un GPS! Así que estaba más allá del este…. ¿Y cómo entraste? Con que por las montañas Zeört… me parece muy interesante, hay otro lugar de entrada, la cripta de los mundos, en Kiream. Bueno, más. ¿Cómo es Alandir? Interesante. Es como una llanura poblada por dragones y por elfos. Un segundo. Así que la tal Luthia esa no era arqueóloga. Era una elfa. Interesante. Ya decía yo que tenía las orejas muy raras. Ahora dime, ¿qué significa la marca de la espalda? Así que es eso, un lazo de sangre con tu dragón, lo que imaginaba. Bueno, vamos a copiar estos datos que nos servirán para el proyecto —apenas había terminado cuando descolgó el teléfono y marcó a una extensión interna. —Dígame —respondió Demise al otro lado. —Demise, necesito ayuda. Venid. Tenemos que sacar de aquí al invitado —dijo el señor Reich nervioso—. Antes de que se despierte —y desconectó el lector mental.


—¿Qué ha hecho, don Flamingo? —preguntó Demise preocupado. —Conseguir la información que necesitamos. Para eso he tenido que dormir al invitado. —dijo mientras comenzaba a arrastrar a Yonath—. ¡Vamos! Tenemos que dejarle lejos de este laboratorio —Ahora vamos, señor Colgaron el teléfono y Demise se dirigió a sus compañeros para comentarles la situación. —El señor Flamingo necesita nuestra ayuda. Debemos acudir a su despacho; no tenemos mucho tiempo —dijo Demise muy sofocado, cosa rara en él. A los dos minutos allí estaban los tres científicos. Hörmis tenía estaba espantado al ver a Yonath tumbado e inconsciente en el suelo. —Pero… ¿Qué ha hecho, don Flamingo? —exclamó. —Todo sea por el bien de nuestro proyecto —le contestó el señor Reich. —No tenemos tiempo. Calculo que el suero le durará una hora. Para entonces tiene que estar lejos de este laboratorio —dijo Flamingo mientras sujetaba una de las piernas. —Tenemos que llevarlo a su coche —dijo Grakò. Entre los cuatro transportaron el cuerpo hasta el vestíbulo, donde el conserje, para variar, estaba comiéndose una grasienta hamburguesa doble. —¿Quieres dejar de cebarte y ayudarnos a transportar a este señor a su coche? —preguntó Flamingo, nervioso y enfadado. —Ahora mismo —dijo el conserje mientras tomaba un bocado de la hamburguesa y posteriormente se levantaba con poca gana—. Pero ¿qué ha pasado? —preguntó con la boca todavía llena. —Dejémoslo en que se ha desmayado —le contestó el señor Reich. Tras aquellas palabras, el conserje aprovechó la excusa de abrir la puerta para soltar el torso de Yonath.


Ya fuera le sentaron en el asiento del copiloto. Mientras Hörmis le ataba el cinturón de seguridad, Flamingo dijo: —Bien, Grakò, conduce hasta un lugar que esté lejos de aquí y cerca de su empresa. Yo te seguiré en mi coche, para recogerte —dijo Flamingo. —Supongo que a las afueras, hacia el norte de Helgurb, servirá —dijo Grakò al sentarse en asiento del piloto y abrocharse el cinturón. Mientras hacía esto, Demise buscaba las llaves en uno de los bolsillos de Yonath. Cuando las encontró se las pasó a Grakò. —Ve por el ramal U-A, suele estar despejado, y en unos quince minutos podemos llegar al norte de la ciudad, pero recuerda que voy detrás de ti. No corras mucho, que yo te vea en todo momento. Don Flamingo sacó un coche gris grafito de gran tamaño de su aparcamiento. Era de gama alta, aunque de una inferior a la del de Yonath. Acto seguido se montaron en él Hörmis y Demise, y el conserje. —Creo que tú tienes trabajo que hacer. —dijo Flamingo—. Ve a comerte la hamburguesa, que mira, le has manchado la camisa de Ketchup a nuestro invitado. El conserje se bajó decepcionado y volvió a su sedentario trabajo. Flamingo se puso a la misma altura que el coche de Yonath, mientras le daba instrucciones a Grakò. —Déjale en la salida U-A9. Cerca hay una estación de servicio y allí podrá reorientarse. Yo voy detrás de ti. Si ves que me pierdes de vista por el retrovisor, disminuye la velocidad, e incluso detente. Si tienes problemas llámame al móvil que tengo puesto el manos libres. —Sí, señor Reich —dijo Grakò mientras ponía el contacto del coche y la palanca de cambios automáticos en directa. Acto seguido, salió del aparcamiento al aire libre seguido del gran coche familiar de Flamingo Reich. Tomó el ramal 2 de la autopista X11, hacia Helgurb y posteriormente se in-


corporó a la U-A. Mientras tanto, Grakò iba hablando con Yonath, que todavía seguía inconsciente. —Perdone a mi Jefe. No lo hace con mala intención. Lleva treinta años intentando conocer a un dragón más de cerca, y por eso ha llegado hasta este punto —dijo sincerándose en vano, ya que Yonath no podía oírle. Durante varios kilómetros continuó recto seguido por el coche de Flamingo Reich de cerca. Generalmente a esas horas no suele haber nadie en esa carretera de circunvalación entre la universidad y el norte de Helgurb. Al cabo de unos quince minutos aproximadamente, llegaron al destino que previamente les había indicado el señor Reich, por lo que pararon en el arcén del ramal 9 de aquella carretera, donde, en efecto, no había nadie. Grakò se bajó del coche y rodeó el mismo para llegar a la puerta del copiloto, donde estaba sentado Yonath. Le desabrochó el cinturón y con la ayuda de Hörmis y Demise, que se habían bajado del coche de don Flamingo, lo transportaron de nuevo al asiento del conductor, con las llaves en el contacto y con las puertas cerradas. Después se metieron en el espacioso coche de Flamingo y volvieron a los laboratorios donde prosiguieron con su trabajo.


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