LUIGI & EL HONGO ROJO Escrito e ilustrado por: Victor Daniel Rivas.
LUIGI & EL HONGO ROJO Escrito e ilustrado por: VĂctor Daniel Rivas.
Era una de esas mañanas cálidas, en las que hasta las nubes sonríen. No tenía mucho que hacer, me encontraba ordenando, de manera desganada, algunas de las herramientas que teníamos en el taller mi hermano y yo. Él solía ser siempre un poco desordenado, pero yo pensaba: “no puedo culparlo, supongo que así es la vida del héroe”. Desde que llegamos al pueblo mi hermano se hizo famoso cuando todos supieron las hazañas que había realizado hace cuatro años, la primera vez que rescató a una damisela en peligro y fue conocido como “el hombre de los saltos” tras derrotar a aquel gorila maniático. Desde entonces nuestra vida dejó de ser la de unos simples plomeros bigotones, o al menos la de mi hermano Mario. Yo me negaba a abandonar el oficio, y él también en parte, pero siempre había tenido ese espíritu tan aventurero, que aún me preguntaba por qué seguía conmigo en ese sucio y viejo taller. Miré la hora, era extraño que aún no hubiera llegado. Supuse que la princesa y su gente lo habrían invitado a almorzar. Pensé en ir a buscarlo, el ambiente del castillo de vez en cuando era divertido, la princesa solía contar viejas historias acerca de cómo era el pueblo antes de que llegáramos y Mario contaba chistes que hacían reír a toda la corte, aunque yo siempre solía quedarme en silencio o hablando con los muchachos un poco apartado. Pensándolo bien, quizás no era el entorno para mí, de modo que decidí quedarme. Me dirigí a buscar mi sopa enlatada para una vez más almorzar solo. Era nuestra preferida, antes de que todo cambiara solíamos sentarnos y charlar mientras cada uno tomaba su lata roja y su cuchara. Pero quizás él no prestaba tanta atención a eso como yo. Estaba en esos tristes pensamientos cuando un golpe fuerte abrió la puerta y consiguió sacarme de mi concentración. —¡Se la llevaron! ¡Se la llevaron!— Entró gritando desesperado el “hombre de los saltos”. —¿A quién? ¿Qué pasó hermano? ¿Está bien?— Le dije con el corazón todavía latiendo a toda velocidad por el susto. Pero mi voz tímida y silenciosa resultó no propagarse lo suficiente para que él me escuchara. Mario estaba exaltado, sudoroso y nervioso mirando de un lado a otro, como buscando algo. Al fin su mirada paró en un punto fijo. El estante con la caja de herramientas que yo acababa de organizar. Con la respiración fuerte y la voz entrecortada por el cansancio pronunció: —¡A la princesa hombre! ¡Secuestraron a la princesa!— Y fue al estante con afán. Botó al piso la caja de herramientas que al caer desplegó por todos lados toda clase tornillos, tuercas, llaves y destornilladores. Mario se agachó apresuradamente hasta el reguero y comenzó a escarbar y tomar las herramientas más pesadas. En su rostro se veía la angustia, y yo apenas miraba la escena. Reaccioné. —Pero, tranquilo hermano ¡Cálmese! No tiene que botar las cosas!—Le dije un poco subiendo mi tono pero al tiempo asustado de haberlo hecho. Él se incorporó en un segundo y me tomó con sus manos pesadas de los hombros.
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—Luigi, tengo que ir ya a salvar a esa mujer. ¡Hermano! ¡Se la llevaron y no pude hacer nada!—Decía mientras me zarandeaba. Miró a la puerta, que seguía abierta después del empujón que le había propinado. Me corrió a un lado. –¡Tengo que ir!— Miré al horizonte, a lo lejos se veía el castillo de la princesa y sonaba bullicio, hasta salía humo. Cuando me di cuenta mi hermano ya estaba tomando carrera, pero se detuvo un momento antes de salir a correr por completo. Con cara de tristeza, mezclada con una expresión de angustia y afán me gritó ya desde afuera: “¡Cuídese hermano! ¡Cuídese mucho y sea fuerte, porque yo no sé si vuelva! ¡Sea fuerte!” Y salió corriendo por el caminito que se había formado en el pasto de tanto que uno pasa por ahí. Era obvio que no estaba pensando claramente. Él era así, impulsivo. Y yo siempre tenía que ser el calmado, el tímido, el que se quedaba en la casa esperándolo para almorzar. “Sea fuerte” quedó resonando en mi mente. Podía haberme quedado otra vez recogiendo el desorden del piso, pero no. Ésta vez miré hacia atrás y supe que no iba a permitir que mi hermano se arriesgara solo. “¡Mario, espéreme!” Le grité desde la puerta mientras también arrancaba a correr. Pero él ya estaba demasiado lejos. Sin embargo lo seguí. …
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El pueblo estaba hecho un caos. Todos corriendo, bulla por todos lados, vidrios rotos y cosas en llamas por la calle. Yo me había cansado de correr y había perdido de vista a mi hermano. —Venga hombre, ¿ha visto a Mario?— Le pregunté a un hombre que andaba por ahí. Yo sabía que a cualquier persona preguntarle de mi hermano no iba a ser problema, todos lo conocían. Me señaló el castillo de la princesa sin pronunciar palabra. Corrí con las fuerzas que me quedaban hasta el lugar y pude ver la escena del crimen. La puerta rota y quemada, muchos de los guardianes de la princesa al lado y otros en camilla, conmoción por doquier. —Usted no puede pasar —me dijo uno de los hombrecillos. En ese pueblo la gente no era muy fuerte, los guardianes medían apenas la mitad de mi estatura y eso explicaba por qué no habían podido evitar el rapto de la princesa. —Soy hermano de Mario, ¿usted sabe qué pasó? —Don Mario se acaba de ir —dijo mirando hacia un lado del castillo. Ahí quedaba la salida del pueblo, que daba a un camino estrecho lleno de bosque y ruinas de casas, tuberías y bichos indeseables. Por ahí hace mucho que era prohibido el paso, porque según nos había contado la princesa, una gran parte del pueblo fue destruida por un derrumbe años atrás. Muchos pueblerinos se habían perdido después de eso tratando de encontrar “El Hongo Rojo” “El hongo de la vida” o los “Dinosaurios Yoshi”, leyendas urbanas.
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—¿Y ustedes lo dejaron ir solo por allá? —Él no nos escuchó, simplemente entró al cuarto de la princesa y luego se fue.— Decidí aventurarme a entrar al tal pasaje prohibido. Era un trecho árido: Al lado izquierdo la montaña se empinaba y se comenzaba a esbozar un paisaje tenebroso, no era posible subir por ahí, al lado derecho se acababa la anchura del pasaje dejando ver una caída dolorosa, hacia lo bajo de la loma. Era claro que sólo había un camino que tomar y que por ahí tenía que haberse ido mi hermano. De vez en cuando uno se encontraba pedazos de paredes en ladrillo llenas de hongos, hasta partes de escaleras y tapas de alcantarillas. Me asustaba encontrarme algún animalejo, los crujidos que me parecía escuchar me alertaban. Más avanzado me encontré con una especie de caparazones rotos y vestigios de que ahí había ocurrido una lucha. Estaba claro que Mario había pasado por allí. Caí en cuenta de que oscurecía y no tenía cómo defenderme en caso de un ataque. Me estaba comenzando a arrepentir. De pronto me fijé en que había una luz más adelante, tenía que ser mi hermano. La emoción se apoderó de mí y como ya había recuperado fuerzas arranqué a correr saltando y esquivando todos los obstáculos. “Mario! Mario!” Comencé a gritar, y el eco retumbó por aquel tenebroso paisaje. De tanto correr me tropecé, cayendo de cara a la árida tierra. Me llevé una desagradable sorpresa al encontrarme de frente un bicho de más o menos un metro de ancho y de alto, con una textura lisa, babosa y con lo que parecían ser un par de ojos y colmillos gigantes. Pegué un grito y me fui hacia atrás quedando de espaldas contra un gran tubo oxidado que salía del suelo. El desagradable bicho se acercaba. De algún lugar tomé valor y de una patada logré enviarlo hacia el barranco, pero al parecer mi ruido había atraído varios. Comenzaban a bajar de la montaña. Aún veía la luz a lo lejos y pude distinguir que venía de una casa abandonada. Comencé a correr tan rápido como pude, tropezando varias veces y mirando hacia atrás, viendo cómo me perseguían a paso lento esos desagradables y gigantes bichos cafés. Subí por unos pedazos de escombros y lo vi claramente, estaba cerca de las ruinas de una casa y de ahí venía la luz. Salté como pude y me aproximé a la construcción pero un ataque me detuvo antes de llegar. No me di cuenta cómo fue, cuando reaccioné un destornillador estaba a milímetros de mi ojo. —¿Luigi?, ¿Pero qué carajos hace aquí? ¡Casi lo mato! ¡Pensé que era un animalejo de esos!— Dijo la voz de Mario que me tranquilizó escuchar, pero no alcancé a responder cuando se vio sobre el tumulto de escombros la horda de seres cafés dispuestos a atacar. –¡Mire lo que hizo, los atrajo a todos!— Sin preocupación Mario se puso en pie y comenzó a deshacerse uno por uno de ellos. A unos les caía encima de un salto y a otros los lanzaba a patadas por el barranco. En un intento por ayudar tomé la hoguera que estaba en la casa y comencé a tratar de ahuyentarlos con el fuego. Al fin me sentía luchando al lado de mi hermano, pero en un momento de cobardía caí de nuevo al ser atacado y se extinguió la llama.
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—¿Luigi, que carajos está haciendo? —Qué pena hermano, yo…— Mario me tomó del brazo y dijo que no podíamos seguir ahí. Tomando una de las llaves abrió una tapa de alcantarilla que se encontraba cerca de la casa y nos escondimos ahí. —Que pena Mario, es que yo estaba asustado y…—me tapó la boca. —¡Shh hombre! Por aquí también debe haber bichos y ya no tenemos la hoguera—susurró, y me condujo por la tubería por la que apenas cabíamos. Llegamos a lo que parecía ser un espacio subterráneo. —¿Cómo se le ocurre venir hasta acá?—Seguía susurrando pero con intenciones de gritar—¿Quiere morirse? Venga más bien.— Me condujo a través de la cueva oscura. Durante el camino nos encontramos algunos bichos que mató con facilidad, incluso esos de caparazón. Pocas veces me dirigió la palabra. Tratamos de encontrar más plantas secas para poder hacer fuego pero fue inútil. Tan inútil como me sentía yo. Por fin me volvió a hablar. —Nos toca quedarnos aquí abajo mientras amanece. Duerma un rato. Por alguno de estos tres tubos podemos acortarnos camino, voy a mirar y a ver si encuentro cómo hacer candela. Me quedé sentado en uno de los tubos mientras pensaba que mi hermano estaría mejor sin mí, que yo no era más que un estorbo, supe que no estaba hecho para ser héroe. Más tarde vi una luz que se acercaba, era él con fuego de nuevo. “¿Luigi, ya está dormido?” Escuché. Me aceleré a acostarme en el suelo frío y fingir que dormía.
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“¡Mire lo que encontré!” Susurraba. “¿Se acuerda lo que nos contó la princesa?” Decía mientras me trataba de despertar. —¿Qué es eso?—Le dije finalmente. Tenía un hongo rojo con puntos blancos en las manos—Eso se ve venenoso. —¡Ningún venenoso hombre! ¿Se acuerda de lo que nos contó la princesa? ¿Lo que venía a buscar la gente del pueblo? ¡Éste es el hongo rojo!— En una de las tardes de reunión que yo había estado, la princesa nos había contado que varios del pueblo se habían perdido por esa montaña buscando leyendas como un hongo verde que alargaba la vida, un dinosaurio que podía ser domesticado proveniente de islas lejanas, o aquel supuesto hongo rojo que daba a quien lo comiera increíble fuerza y agilidad. Por supuesto yo no creía en eso. —Bote eso Mario, ¿qué tal sea venenoso? —Ay hombre, no sea miedoso. ¡Dele una mordida! —Claro, que me muera yo…ya sé que le estorbo aquí pero no es para tanto.—Le dije un poco molesto por sus decisiones impulsivas. —Eso es lo que le falta a usted Luigi, confiar. Creer en algo, así sea al menos en usted —Respondió más molesto. Se fue a dormir después de arrojar el hongo al piso, que cayó justo en frente a mi rostro. Yo me quedé mirándolo, iluminado levemente por la llama de la hoguera, pensando en las palabras de Mario.
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Nos levantamos un poco antes que el sol y desayunamos sopa de tortuga mordelona asesina sin pronunciar palabra. Nos abrimos paso por la tercera tubería hasta llegar a una zona mucho más baja de la montaña, el calor se sentía, y con el clima los animalejos mutantes y el terreno variaban también, cada vez se hacía más complicado pasar. Logré asustarme en la salida de la tubería, cuando comenzaron a caer de los árboles de la montaña unos bichos similares a los primeros pero llenos de espinas en el dorso. Mario sin embargo parecía no intimidarse, y seguimos adelante venciéndolos con fuego, saltando los barrancos que cada vez aparecían más a menudo. Al final del día estaríamos llegando a otra parte subterránea donde muy probablemente encontraríamos un atajo hasta la parte más baja de la montaña, según las escasas palabras de mi hermano ese día. Se puede decir que estábamos justo en la mitad. Debíamos saltar uno de los barrancos más profundos y amplios en una de las partes subterráneas. Mi hermano tomó impulso y logró cruzar con dificultad, pero yo estaba tan exhausto que no estaba seguro de lograrlo. Tomé impulso de igual forma pero por miedo perdí velocidad justo antes de saltar. En el aire supe que no alcanzaría a llegar al otro lado, y en un segundo recordé las palabras de mi hermano. Quizás era lo que me había hecho falta toda la vida, un poco más de decisión. Finalmente quedé colgando del barranco del otro lado. Mario me dio la mano y me ayudó a subir.
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—Buen salto—dijo —pensé que no iba a alcanzar. —Si hubiera estado solo habría muerto. —Pero no estamos solos, —dijo dándome un golpecito amable en el hombro— por suerte. Perdón Luigi, por lo del hongo…—Sonreímos por primera vez ese día. —No se preocupe, quizás a veces tengo que dejar de ser tan miedoso. —Hablando de eso…—dijo señalando al frente lo que parecía ser otra de esas tortugas. —No hay problema hermano, yo me encargo, dije con valentía, acercándome al animal para darle fin con la llama como ya estábamos acostumbrados a hacer. —No!— Alcancé a escuchar el grito. El fuego no le hacía daño. No pude hacer más que retroceder. El animal se lanzó a atacar, pero Mario se interpuso a la mordida. Reaccioné a tomarlo por aquel caparazón liso, lo halé con fuerza descubriendo así la grave herida que le había hecho a mi hermano. El animal era bastante pesado y mi musculatura no daría para arrojarlo al barranco. Lo dejé caer de espaldas en el piso y me alejé para auxiliar a Mario mientras el insecto luchaba por voltearse. —Déjeme!—Dijo conteniendo su herida—sáltese encima! Mi peso detuvo al animal aplastándolo contra el suelo, y pude deshacerme de él de un golpe por fin. Acudí a ayudar a Mario pero ya había quedado inconsciente. Traté de hacerlo reaccionar, no podíamos quedarnos mucho tiempo en ese trecho subterráneo, y solo él sabía hacia dónde podía quedar el atajo. Estaba solo. Alcancé a ver un poco de luz natural que llegaba desde arriba más adelante en la cueva, no podía arriesgarme a dejar a Mario, de modo que tuve que cargarlo. Al llegar al tragaluz natural descubrí que era una salida muy útil, pero había un inconveniente, estaba demasiado alto. Para sumarse a mis problemas, la herida en el brazo de mi hermano empeoraba. Logré matar dos pájaros de un solo tiro al encontrar una planta sumamente fuerte que corté con fuego y las herramientas que le quedaban a Mario. La aproveché para vendar su brazo, amarrarlo a mi espalda cual mochila y para crear una cuerda que con dificultad anclé hasta nuestra salida. Era bastante difícil escalar con el peso de mi hermano a cuestas, tanto que a la mitad del recorrido sobre la improvisada liana no pude resistir y caímos al suelo. Por supuesto el estruendo atrajo más bichos anti-fuego. Comencé a escalar con afán de nuevo mientras los insectos acorazados de negro salían de sus escondites y se acercaban. Pude observar que por el ajetreo la planta que escalábamos comenzó a romperse, y fijé mi mirada en el claro de luz que entraba a la cueva. Tenía que lograrlo, si caíamos estábamos muertos, los insectos nos esperaban en el fondo, pero por suerte no eran capaces de escalar. Sin embargo comencé a escuchar crujidos y la liana comenzó a agitarse con fuerza. Pude ver por un momento hacia abajo: Una planta carnívora había salido de las viejas tuberías atraída por la cantidad de bichos acorazados, y se estaba dando un festín con ellos. Nuestra liana se había enredado en sus colmillos filudos. Cuando la planta comenzó a halar de la cuerda creó un ángulo, haciéndome ya no escalarla sino estar colgado de ella mientras se agitaba con fuerza. Un segundo antes de que la liana colgante cediera logré quedar en el borde de piedra que daba a la luz del día, pero no sabía si lograría subir con el peso de mi hermano en la espalda. Di un fuerte grito, nunca había hecho tanta fuerza en mi vida, y aunque tenía las manos quemadas por el rose con la liana, lo logré. Habíamos sobrevivido. ... 11
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Desperté como de una pesadilla aún al lado de la fosa de donde había logrado escapar. Mi esfuerzo sobrehumano me había dejado inconsciente unos minutos. Pude detallar el paisaje. Era un clima tropical y húmedo, no había más que hongos alrededor: Hongos gigantes amarillos y con puntos rojos. Escuché el corazón de mi hermano, quien aún no volvía en sí. Realicé un corte en uno de los hongos para conseguir agua, y traté de darle un poco a Mario. Comenzó a abrir los ojos y con una voz muy débil, que yo jamás había escuchado en él, dijo: “Luigi, no son venenosos, ¿ lo ve?” Mientras sonreía con desaliento. —Ya no…me queda mucho tiempo, el veneno de ese animal es mortal. —¡Mario!¡ No diga eso hombre! ¡Debe haber una forma!— Le dije tratando de contradecirlo. Él señaló hacia uno de los hongos gigantes con la poca fuerza que tenía. Inmediatamente volteé. En el gran tallo yacía un pequeño hongo idéntico al rojo que me había mostrado Mario, pero era verde. “El hongo de la vida”. Quizás era hora de creer en una leyenda. Lo arranqué con velocidad y lo traje hacia mi hermano, quien lo tomó en su mano y le dio una mordida, dos, luego tres y cuatro hasta que lo hubo consumido todo, pero nada cambió, volvió a caer inconsciente. Pasé esa noche en vela cuidándolo, hasta que me quedé dormido en la madrugada. Me despertó la luz del día, ya era de mañana y me asusté al notar que Mario no estaba donde lo había dejado. Busqué con la mirada entre el paisaje de los hongos hasta que un grito desde uno de los más altos llamó mi atención.
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—¡Luigi!— La voz imponente de mi hermano— ¡Encontré el atajo!— Tenía tanta energía que parecía que nada hubiera sucedido, aunque seguía con el brazo vendado. Era imposible. —¡Mario!, ¿Está bien? —Como si hubiera vuelto a nacer, —dijo sonriendo— vamos.— Subí hasta la cima del hongo más alto tratando de alcanzarlo. Desde ahí se podían observar otras tres tuberías dispuestas en el mismo orden que las del primer atajo. —Yo…¡pensé que el veneno de ese bicho era mortal!—Le dije a mi hermano a gritos, pues él ya estaba abajo. —Lo era— retumbó el eco en el gran tubo donde tenía metida la cabeza— ¡Es por aquí!— Se asomó para decirme – Pero está profundo para que yo baje con un solo brazo.— Trató de quitarse la venda hecha de liana pero el dolor no se lo permitió. La técnica para bajar por las tuberías era sencilla, pero uno necesitaba los dos brazos para sostenerse de las paredes y así evitar caer, pues no se sabía qué tan profundos eran, o qué habría al llegar al fondo. Era imposible cargarlo de nuevo en mis espaldas, pues la anchura del tubo sólo permitía que entrara uno a la vez. —Tenemos que esperar a que pueda mover el brazo. —No hay tiempo Luigi, ya hemos tardado dos días, y no sé cuándo voy a poder moverlo de nuevo.— Se tiró al suelo para sentarse con decepción — Le fallé. Le fallé a la princesa. Sacó un papel arrugado de su bolsillo y me lo dio. —Lo encontré en la alcoba de la princesa el día que se la llevaron. “Tienen tres días para rescatar a su princesita. Bowser.” —¿Quién es Bowser? —No sé, nadie sabe. Una vez que usted no estaba la princesa contó que éste montón de montañas cubría algo más grande, algo así como un gran volcán, y que en lo profundo hay otro reino, el reino de un ser despiadado y solitario. Y ya que las leyendas han resultado ser ciertas, yo creo que fue él quien se llevó a la princesa. —¡Exacto!— Exclamé— Las leyendas han resultado ser ciertas. ¡Si ese hongo verde funcionó quizás el rojo también! —¿Qué importa? Lo dejamos en esa cueva ese día— decía con un negativismo que lo hacía casi irreconocible. Pero yo sonreía de emoción. En la mirada que Mario dirigía al suelo algo inesperado se atravesó. Era el hongo rojo, la curiosidad me había ganado aquella noche y decidí guardarlo. Me miró impresionado. 15
—Menos mal estuve ahí para recogerlo— le dije ofreciéndole el espécimen que nos salvaría. Él lo tomó con la única mano que podía mover y se puso de pie. Lo miró por un segundo. —Mi brazo todavía va a tardar en curarse —dijo serio— no sé si por más energía que me de éste hongo funcione bien.— Y dicho esto, lo arrojó hacia atrás, haciendo una cesta perfecta en el tubo del atajo. —¡¿Qué hizo Mario?!— Le dije asustado. No podía creer lo que había hecho.—¡Se supone que tenía que comérselo! —No Luigi. Esto queda en sus manos. Yo sabía que no me iba a recibir el hongo. Pero como usted es el único de los dos que puede bajar por ese tubo, ahora no hay otra opción. Aquí tengo que quedarme mientras pueda quitarme esta venda, pero confío en usted para llegar a ése castillo y rescatar a la princesa. Confío en que usted puede ser el héroe ésta vez. —¡Mario! ¡Es una locura! ¡¿Usted está loco?! —Un poco. Vaya pues antes de un bicho se coma ese hongo.— Me lancé por el tubo mirándolo con decepción y sorpresa. Ése no era el Mario que yo conocía. A lo lejos escuché la voz del hombre. “¡Sea fuerte, hermano! ¡No hay forma de que no lo logre!” …
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Al fin llegué a un fondo. La tubería seguía hacia el frente y tenía una salida , se podía ver la luz. Entrecerrando los ojos busqué entre el charcal al hongo, y lo hallé. “Qué asco” pensaba mientras lo recogía. Una opción era tratar de escalar de nuevo por el tubo y encargarme de que mi hermano fuera quien lo consumiera, pero no había tiempo. Según la nota del loco aquel, no quedaba más que un día para rescatar a la princesa y me tardaría horas volver a subir. Supuse que ya debía ser más de medio día, así que no tenía más opción que avanzar. La salida no quedaba demasiado arriba, unos cinco minutos de escalada por las paredes del tubo, calculé. Más o menos cuando iba por la mitad escuché sonidos abajo, supuse que se trataba de algún monstruo de aquellos, y aún no tenía fuego. Lo más seguro era continuar escalando, pero estaba resbaloso y se hacía difícil. A pesar de todo logré llegar a la salida. Al asomarme con cuidado lo primero que vi fue uno de aquellos insectos con caparazón negro. Salté frente al animal, que sin dudarlo se lanzó a atacarme, pero esta vez no cometí el mismo error: lo tomé por el caparazón y acabé con él como había terminado con el primero en la cueva. Seguí adelante hasta que me encontré con un barranco del tamaño de aquel en el que casi muero, con la diferencia de que ésta vez no estaba mi hermano para ayudarme si algo salía mal. Supe que era hora de utilizar el hongo. Lo limpié con mi raído overol verde y me lo comí en un par de mordidas. Sabía realmente asqueroso, pero extrañamente familiar. Ahora debía saltar el precipicio, sin ayuda de nadie. Me asomé, se podían ver las rocas filudas que me esperaban de no pasar, tomé tanto aire como impulso y mis pasos se aceleraron tanto como mis latidos. Sentí que volaba, el desagradable bocado me había dado una fuerza que no había imaginado nunca en mí. Al caer perfectamente al otro lado del barranco sonreí y comencé a correr así como lo hacía la adrenalina por mis venas. Podría decir que corrí por horas seguidas, saltando barrancos y piedras filosas acabando con aquellas tortugas y bichos cafés o acorazados sin problema.
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Todo iba perfecto, duré todo el día sin sentir un poco de cansancio, pero a pesar de que el sol estaba cerca de ocultarse de nuevo, seguía haciendo mucho calor, el suelo ardía. Escuché lo que parecía ser una explosión a lo lejos, y lo vi al pararme en el punto más alto que encontré. Un castillo se veía a eso de un kilómetro de distancia, y en todo el perímetro, explosiones, muros destruidos. Estaba en medio de varias montañas y en un terreno árido y sumamente caluroso, como lo había descrito Mario. No me acobardé, seguí adelante, a pesar de los cañones estratégicamente ubicados alrededor del castillo de apariencia aterradora. La parte más complicada fue cruzar la zona de explosiones, apenas podía resguardarme tras los pedazos de muros que quedaban en pie, tuve que correr y saltar, pero la energía no se agotaba aún. Finalmente llegué a un asta en la que se alzaba una bandera negra y ondeante. Con orgullo la bajé e icé un trozo de mi overol rasgado. El aire me pesaba y se veía borroso por el calor, se podía casi sentir la lava que corría bajo aquella tierra en la que nada crecía. La compuerta del castillo estaba abierta, invitando a seguir a cualquier visitante dispuesto a morir. Al inicio era un túnel oscuro, afuera la noche estaba cayendo ya. Una vez avancé cerca de treinta metros, un rechinar se escuchó, y la puerta se cerró dejando en total oscuridad el recinto. —¡¡NO LE TENGO MIEDO, BOWSER!! Grité en medio de la oscuridad, y juro que escuché pasos ágiles. No podía ver nada, el miedo me invadía aunque trataba de negarlo, me hice contra una pared. Se sentía el calor en la piedra. De repente comenzó a sonar una arcaica compuerta abriéndose, y un resplandor rojo se veía al final del pasadizo por el que yo había entrado. Una onda de calor aún mayor envolvió el recinto. Me acerqué a la puerta recién abierta para verificar el juego del maniático que tenía secuestrada a la princesa: Grandes abismos con lava en el fondo, trampas de fuego girando a toda velocidad en los techos, más tuberías grises y oxidadas. El criminal reveló su juego. 18
“Tres días esperándote, Mario, el famoso hombre de los saltos” Retumbó una voz aterradora por el lugar. Y continuó: “¿Qué tal te va con los laberintos? Trata de no perderte en el tiempo que te queda, plomero, y quizás logres rescatar a tu princesa”. Salté la primera trampa de lava sin dificultad, antorchas imposibles de alcanzar iluminaban levemente el pasadizo. Me encontré de frente con tres de aquellos monstruos cafés pero estaban blancuzcos y más feroces. Los derroté. Salté dos o tres trampas más, para llevarme una desagradable sorpresa: llegué al inicio. Era en realidad un laberinto. Asumí que la única manera era entonces bajar por alguna de las tuberías. Lancé rocas por todas las que encontré y cada una tenía un fondo, excepto por una en la que sonó agua. Tenía que ser la salida. Me lancé a la oscuridad, traté de deslizarme por las paredes del tubo como me había enseñado mi hermano pero estaban resbalosas. Caí golpeándome varias veces y aguanté la respiración hasta que el chapuzón en el agua me detuvo. Era un recinto oscuro lleno de agua extremadamente caliente. Una música macabra de feria comenzó a sonar y una vez más aquella voz: “Muy bien, plomero. Sólo tienes que continuar. Cuidado con las mascotas”. Un tentáculo agarró mi pie y me llevó hasta el fondo, trataba de luchar bajo agua casi hirviente con aquel monstruo en medio de la oscuridad, pensé que había llegado mi fin, pero de un momento a otro el animal me liberó. Tan pronto como pude regresé a la superficie y tomé una bocanada de aire, pero alcancé a ver un aspa de fuego que se acercaba a mi cabeza y lo que pensé que sería otro de esos abominables bichos me hundió de nuevo, salvándome de terminar decapitado, quizás. La luz proveniente de aquella aspa me permitió ver algo en la pared del fondo, una salida de aquel infierno de agua. Nadé tan rápido como pude, suponiendo que el animal no tardaría en volver a atacarme. Estaba a punto de asfixiarme, pero logré llegar a la salida y volver a la superficie justo a tiempo.
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Me recargué en el borde de aquel tubo para tomar aire por fin, no podía continuar. Caí al piso desfallecido. Había un último pasillo al frente, lo iluminaba la lava. Levanté la mirada y pude escuchar la voz de la princesa. “¡Ayuda! ¡Mario, por favor!” Gritaba entre lágrimas. Sonreí. Esperaba a mi hermano. Y ahora era yo, el valiente que había llegado a rescatar a la damisela. No lo entendía, mi hermano jamás se habría rendido. —¡¡¡Yo, soy, LUIGI!!!! – Grité, y arranqué a correr. En cuanto entré al pasadizo activé una trampa, y una llama gigante se disparó hacia mí, pero mis reflejos fueron más veloces. Seguí adelante, corriendo a toda velocidad mientras la voz y los sollozos de la princesa me guiaban desde lejos. Lo último era un pequeño puente colgante sobre la lava ardiente. No me intimidó, lo estaba cruzando pero la voz terrorífica de Bowser, ésta vez en vivo y en directo, me detuvo. Él estaba al otro lado del puente, sonriendo, con un hacha en la mano. —Conque Mario no sobrevivió al camino y envió a su hermanito, qué tal.— Era un ser que no podría describir como humano, de un gran tamaño, cabello rojo y una figura extravagante llena de espinas. Una terrible mezcla entre los bichos que nos habíamos encontrado en el camino y un hombre malvado. Sin dudarlo usó su primitiva arma para cortar uno de los soportes del viejo puente colgante hecho de nada más que cuerdas y retablos. Casi pierdo el equilibrio con eso, el puente quedó sostenido únicamente por una de las sogas. Y varios retablos cayeron a la lava para terminar incinerados. Yo me mantenía de pie sobre una de las tablas de madera y me sostenía con fuerza de la cuerda que quedaba, sabiendo que al ser cortada llegaría mi fin.
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—¡¿DÓNDE ESTÁ MARIO?!— Gritó con furia aquel engendro. Pasé saliva. Mi sudor ya se evaporaba antes de caer debido al extremo calor. —Él no…¡no vino! —Respondí. Y el monstruo se dispuso a terminar con mi vida cortando la soga que quedaba. —¡SE ACABÓ EL TIEMPO! —¿O sí?— Dije mirando hacia arriba. ¡¡¡¡Mario!!! —¿Cómo caería en ese truco tan estúpido?— Dijo riendo Bowser, lanzando el hacha para dar el corte final con ira, pero un ataque inesperado cayó desde el cielo. Yo no bromeaba, Mario estaba ahí. El ruido en la tubería, los pasos en el pasadizo, él había detenido a la medusa que me atacaba en la oscuridad y me había salvado de ser decapitado. En el ataque el hacha cayó al suelo y el forcejeo entre Mario y Bowser me dio tiempo para terminar de cruzar el puente. Lo hice tan pronto como pude y tomé el arma cortante para atacar al criminal, pero la lucha los llevó a casi caer a la lava. Terminaron sosteniéndose en el trozo de puente colgante que quedaba. —¡Luigi! ¡Corte la cuerda!— Me gritó mi hermano. De hacerlo, él y el monstruo quedarían rostizados en la lava. Pero no podía hacerlo.—¡Hermano!— Me dijo— me voy a soltar. Y cuando yo caiga corte esa cuerda! —¿Por qué hace eso, hombre? ¿Como con el hongo? ¡Lo hubiera podido tomar usted! ¿Por qué me obliga a hacer esto? —¡Hombre! ¡El hongo no hizo nada! ¡Yo desde el principio podía bajar! Esa mordida no era venenosa, y esos hongos son sólo eso! ¡Hongos comestibles! Yo fingí que estaba moribundo para que usted creyera que esos cuentos eran ciertos, para que cuando se comiera el hongo rojo por fin creyera en que usted también podía ser el héroe! ¿Y lo hizo, no? ¡Usted me salvó en esa cueva, llegó hasta aquí, va a rescatar a la princesa! ¡Y va a acabar con éste loco! Pero para eso tengo que soltarme, adiós hermano. —¿¡Ya!?— Grité. —¡Ya!—Respondió Mario, quien seguía sostenido de la soga. Bowser nos miraba sin entender qué sucedía. Lancé el hacha para cortar. El emotivo discurso de Mario había servido de distracción mientras disimuladamente se acercaba a la pared del otro lado lo suficiente para que al cortar la cuerda él no cayera en la ardiente sustancia, mientras que Bowser aún en el centro del puente no tenía salvación. Lo que no se nos había pasado por la mente fue que el monstruo sentía la lava como nosotros un baño de burbujas, y una vez se hubo sumergido comenzó a escalar la cuerda persiguiendo a mi hermano. Yo no podía hacer mucho desde el otro lado del abismo. Aunque la historia que Mario acababa de contar era cierta, era un hecho que su brazo sí estaba herido, no tanto como exageró conmigo, pero si lo suficiente para que el dolor no le permitiera escalar con velocidad. 21
Tomé impulso con el hacha en las manos. Las palabras de mi hermano estaban en mi cabeza aún: “¡Hombre! ¡El hongo no hizo nada!” ¿No hizo nada? ¿Yo había logrado esos saltos maravillosos? Lo averiguaría. Corrí más rápido que nunca volviendo a sentir la sensación de “fuerza y valentía extremas” provocadas por el hongo rojo, ahora con la certeza de que esos sentimientos eran propiamente míos. El cálculo fue perfecto, justo bajo los pies de Mario y sobre la cabeza de Bowser quien estaba a punto de alcanzarlo, corté el trozo de soga que quedaba con el hacha y logré sostenerme del pedazo de arriba, mientras que el de abajo caía a la lava junto con el enemigo y sus carcajadas macabras. Desde la lava a la que era inmune se despidió:
—¡Esto no ha terminado, plomeros! ¡El juego sigue!— Mientras se sumergía. Mario y yo logramos escalar el segmento de cuerda que quedaba con éxito, pero había un problema. La princesa seguía enjaulada al otro lado de donde hace poco estaba el puente. —¿Y ahora qué hacemos?— Me dijo. —La parte de arriba, desde donde usted atacó a Bowser. Desde ahí podemos llegar hasta ese lado saltando. —Rápido!— Dijo la princesa— Bowser tiene una forma de hacer que el castillo…— La interrumpió un temblor. El castillo comenzó a desmoronarse y la lava a subir. Nos apresuramos a escalar y logramos sin dificultad, aunque con una fuerte caída, llegar al otro lado de nuevo. Como pudimos, abrimos la jaula de la princesa con la única herramienta que nos quedaba y escapamos del castillo antes de que quedara hecho escombros. Puedo decir que fue gratificante cargar a la damisela a salvo en mis brazos. Claro, Mario estaba herido y no podía. Volvimos al pueblo pocos días después, y desde entonces somos llamados “los súper hermanos”. Sabíamos que Bowser quizás volvería a atacar pero ahora éramos dos héroes dispuestos a jugar su juego y ganarle en él. … 22
—Gracias por el “hongo rojo” —le dije tiempo después a Mario mientras cenábamos nuestra humilde pero sabrosa sopa enlatada. —Gracias por usarlo salvarnos la vida —respondió sonriendo. —Pero aún así me arriesgó. ¿Cómo supo que ese hongo no era venenoso desde el principio?—Le dije por molestar, pero un poco intrigado a la vez. Tomó la lata de su sopa para mostrarme la parte de atrás. Estaba hecha de aquellos hongos rojos, y yo jamás me había fijado. Reímos bastante aquella noche.
FIN.
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