Historia de aragon numero 0

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DE ARAGÓN ESPECIAL NÚMERO ONLINE REVISTA DE DIVULGACIÓN HISTÓRICA NÚMERO 0 AÑO 2016

LA ORDEN DEL TEMPLE EN ARAGÓN HISTORIA DEL CINE EN ARAGÓN

¿El primer chocolate fabricado en Europa? Made In Aragón Entrevista: Jaime Calderón El Mito de Pyrene y la creación de los Pirineos


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Editorial

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ESTO Y MUCHO MÁS Os damos la bienvenida con este número cero a nuestra revista online, que pretende convertirse en uno más de los diferentes canales con los que queremos acercar a la gente la apasionante historia aragonesa. En este número presentamos dos temas principales. El primero repasa la trayectoria de la Orden del Temple y su presencia en la Corona de Aragón y sobre todo en el reino aragonés, con todo lo que ello implicó, sobre todo en cuanto a la repoblación de zonas de frontera, como la actual provincia turolense, o la construcción de impresionantes fortalezas como la de Monzón. El segundo tema recopila varios artículos recogidos en nuestro blog en los que se relata la historia del cine en Aragón y la gran relación que desde prácticamente sus inicios ha tenido el séptimo arte con nuestra tierra. Paisajes de película, artísticas, grandes cineastas,… También incluimos una entrevista en exclusiva del dibujante Jaime Calderón, una de las mayores figuras del cómic nacional e internacional, y que está destacando en los últimos años con algunas obras de carácter histórico. A lo largo del número podréis disfrutar de algunos de sus magníficos trabajos, además de la portada, obra de Rubén Esteban Escusol. Esto y mucho más en Historia de Aragón.■

DE ARAGÓN


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Créditos

Edita Historia de Aragón

Dirección Santiago Navascués Alcay Sergio Martínez Gil historiadearagon@outlook.es

Diseño y Maquetación Danma Design

Ilustraciones Jaime Calderón Rubén Esteban Escusol

Colabora Daniel Torres Aznar Ana Sánchez Michavila María Ramos Nö Rubén Esteban Escusol Alan López Garrido Juan Royo Abenia Ángel Lana Bes

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente ni registrada o tramitada en ninguna forma ni por ningún medio sin persmiso previo por escrito de la editorial. Historia de Aragón no se hace responsable de los juicios, críticas y opiniones expresadas en los artículos publicados. La publicidad incluída en la revista no requiere de aprobación explícita por parte de la editorial.



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Sumario

11 El Mito de Pyrene

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El Primer Chocolate

La Orden del Temple en Aragรณn


Sumario

27 Historia del cine En Aragรณn

24 Entrevista Jaime Calderรณn

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Sumario

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c/Cuatro de Agosto Nยบ20 - 3ยบB - Zaragoza

fijo. 976 963 620 - mรณvil.656 312 089


El primer chocolate

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¿EL PRIMER CHOCOLATE FABRICADO EN EUROPA? MADE IN ARAGÓN Por Sergio Martínez Gil Lcdo en Historia por la Universidad de Zaragoza

Cocina del Monasterio de Piedra

Sabido es que el chocolate, originado del cacao, fue traído

a Europa desde América por los conquistadores españoles en el siglo XVI. Pero es menos conocido el hecho de que el primer chocolate que se fabricó en Europa se hizo en tierras aragonesas, más concretamente, en el Monasterio de Piedra, cerca de Calatayud –Zaragoza-. Pero, ¿cómo llegó a las manos de los monjes de este monasterio? La primera referencia existente de un occidental hablando del chocolate pertenece al conquistador del Imperio Azteca, Hernán Cortés, en una carta fechada un 30 de octubre de 1520. En ella habla así del cacao: “es una fruta como almendras, que ellos venden molida, y tienen en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas necesarias en los mercados y otras partes”. Vemos pues que los aztecas usaban el cacao de dos formas; como moneda y también para fabricar chocolate, una bebida que era considerada como propia de los dioses. Común era que el emperador Moctezuma lo bebiera en copas de fino oro. Pero no será hasta 1534 cuando el chocolate llegue a España. Un monje de la orden del Císter, Fray Jerónimo Aguilar, que había acompañado a Hernán Cortés en su expedición a México, decidió mandar a su amigo, el abad del Monasterio de Piedra, Antonio de Álvaro –perteneciente a la Orden del Císter-, una carta con la receta y con una remesa de granos de cacao. Los monjes del monasterio cocinaron esa receta, en la que por primera vez se le añadía al cacao, azúcar, canela y vainilla, para así endulzarlo y evitar el característico sabor amargo del chocolate puro. Fue así como se comenzó a fabricar el chocolate en los territorios de la Monarquía Hispánica, que por entonces, como buena potencia mundial que era, era imitada en costumbres por el resto de países del continente, siendo así exportada esta nueva bebida a las diferentes cortes europeas. Con el tiempo, el tazón de chocolate caliente adquirió la fama de bebida característica de los españoles, y por ende del mundo católico, mientras que el té y el café, que eran más propios de las colonias anglosajonas, serían las bebidas propias de las naciones protestantes. Así pues, si alguna vez visitáis el Monasterio de Piedra, no dudéis en dar un paseo por sus estancias, y recordad que en sus cocinas se hizo Historia. Gastronómica, sí, pero Historia al fin y al cabo. ■



Por Sergio Martínez Gil Lcdo en Historia por la Universidad de Zaragoza

El Mito de Pyrene

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El MITO DE PYRENE Y LA CREACIÓN DE LOS PIRINEOS

Valle de Ordesa

En la llamada “Edad de los Héroes”, lo que ahora es la

cordillera pirenaica era por entonces una región llana y profusamente boscosa que formaba parte de los dominios del legendario rey Tubal. Este tenía una hija, Pyrene, y tal era su belleza que enloquecía a todo hombre que la conocía, aunque ella los rechazaba a todos. Uno de los mayores héroes de toda la Hélade, Heracles -más conocido con el nombre latino de Hércules-, llegó a las tierras de Tubal en su camino para completar los famosos doce trabajos que le había impuesto su mezquino primo Euristeo. Durante su viaje, Heracles vagaba por los bosques hasta que un día conoció a Pyrene y ambos quedaron inmediatamente prendados. Lo que viene siendo amor a primera vista. Durante meses, Pyrene y Heracles se veían todos los días a escondidas en los profundos bosques de Iberia, hasta que finalmente Tubal los descubrió. El rey prohibió a su hija volver a ver a Heracles y a este le obligó a salir de sus dominios, aunque el griego siempre permaneció pendiente de su amada en la distancia. Tiempo después, Pyrene se encuentra con Gerión, un monstruo gigante de tres cuerpos con sus respectivas cabezas y que de inmediato se queda prendado de ella.

Pero Pyrene no le desea y además su amor sigue perteneciendo, aun en la distancia, a Heracles. Sin embargo, el poderoso Gerión no acepta la negativa y comienza a perseguir a Pyrene que se esconde en las profundidades del bosque. Gerión no se da por vencido y para hacer salir de su escondrijo a la bella princesa prende fuego al bosque. Pyrene no claudica ante el monstruo y se interna aun más en la espesura quedando atrapada por el fuego. Viendo su inminente destino, comienza a llorar y sus lágrimas acaban formando los ibones, esos lagos helados de las cumbres pirenaicas. Un águila que sobrevolaba la zona ve lo sucedido y vuela directa hasta donde se encontraba Heracles para avisarle. Este acude presto, pero sólo llega a presenciar el último aliento de Pyrene. Heracles entierra a su amada en lo más profundo del bosque y comienza a apilar rocas sobre su tumba, poniéndole tal pasión que acaba formando un enorme mausoleo a la tumba, que no es otro que la misma cordillera de los Pirineos que hoy conocemos y que lleva su nombre en honor a la bella princesa. Viendo la foto que os dejamos del oscense Valle de Ordesa, realmente sí que le puso pasión, el bueno de Heracles.■


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La Orden del Temple en Aragรณn

Ilustraciรณn por Jaime Calderรณn


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LA ORDEN DEL TEMPLE EN ARAGÓN Por Sergio Martínez Gil Lcdo en Historia por la Universidad de Zaragoza

Non nobis Domine, non nobis, sed Nomini Tuo da gloriam. “No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da gloria”. Este era el famoso lema en latín que los caballeros de la Orden del Temple solían gritar antes de entrar en batalla. Una orden militar de monjes cuya leyenda, a pesar de haber desaparecido abruptamente hace ya más de 700 años, sigue alimentando la imaginación de muchos hoy en día para escribir novelas, películas y series, muchas de ellas de dudosa calidad, y que han ayudado a alimentar el mito. Los templarios –al igual que otras órdenes religiosas-, tuvieron una gran importancia en los acontecimientos políticos, sociales y económicos en Europa y en Oriente Próximo entre los siglos XII y XIV, teniendo en el Reino de Aragón una importancia excepcional. No solo en su papel como brazo militar frente al islam durante la reconquista, sino también en el social y económico en aquellas tierras donde tuvieron encomiendas. Incluso llegaron a tener el encargo de formar a todo un rey de la Corona de Aragón, como lo fue Jaime I “el Conquistador”, quien pasó buena parte de su minoría de edad en el famoso castillo de Monzón –Huesca-. Con el presente artículo vamos a intentar repasar la historia del Temple, así como el importante papel que tuvo en la Corona de Aragón y, más especialmente, en el reino aragonés. ▶


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La Orden del Temple en Aragón

LA PRIMERA CRUZADA Y EL NACIMIENTO DE LAS ÓRDENES MILITARES

A finales de la Alta Edad Media, hacia los siglos IX y X,

Europa y el mundo cristiano comenzaban a despertar de un largo letargo que venía desde antes de la caída del Imperio Romano de Occidente –siglo V-, y que la había afectado sobremanera por el colapso de ese mundo común e incluso –podríamos decir- globalizado que había sido el de Roma. Se hundieron el sistema comercial del Mediterráneo occidental, la estructura social anterior, desarrollándose al completo el sistema feudal, y se instalaron en occidente diferentes pueblos de origen germano que dividieron políticamente una región que había permanecido junta y en constante intercambio durante varios siglos. Con estos pueblos se fueron formando a lo largo del tiempo nuevas estructuras estatales, en su mayoría sumamente débiles en cuanto al control sobre el territorio se refiere, e incapaces de sustituir a las estructuras de Estado existentes durante el dominio romano. En resumen, la Europa occidental se sumió en una sociedad encerrada sobre sí misma, en ocasiones muy localista. Durante ese período de “aletargamiento”, Europa se había visto además amenazada por un nuevo ciclón venido desde la península arábiga. Se trata del islam, la nueva religión difundida por el profeta Mahoma y sus seguidores. Desde el año de la hégira en el 622, el islam logró en unas pocas décadas una expansión territorial y un aumento de seguidores tales que le llevó a dominar primero Arabia y luego a expandirse por Mesopotamia, Irán, todo el norte de África, Anatolia, la península ibérica e incluso llegaron a penetrar en Francia. Existía la idea entre estos conquistadores islámicos de unir sus caminos, unos avanzando por el este a través de la actual Turquía y los Balcanes, y los otros desde la antigua Hispania, Francia, etc. hasta reunirse en Centroeuropa y dominar la Europa cristiana. Valga decir que este gran proyecto fue inabordable, pero el islam logró asentarse en la mayor parte de la península ibérica, mientras que logró arrebatarle la mitad de su territorio al Imperio Bizantino –Imperio Romano de oriente-, cayendo en manos islámicas los santos lugares de la cristiandad, como Jerusalén. Hacia los siglos IX y X el mundo cristiano volvió a despertar tras salvar este período de inestabilidad e inició una etapa expansiva en diferentes sectores, saliendo de su aislamiento anterior. Renacen el comercio, el desarrollo urbano y el mundo agrario con el aumento de producción

al roturar más tierras, lo que supone un aumento de población importante. En esta coyuntura más favorable, empieza el auge de las peregrinaciones de los cristianos hacia los santos lugares, aunque en un principio la mayoría iban a Roma para adorar el sepulcro de San Pedro. Pero en el siglo XI Roma se ve eclipsada como destino de peregrinación por Santiago de Compostela y Jerusalén. Por entonces, los santos lugares orientales estaban dominados por los fatimíes de Egipto, que dominaban Siria y Palestina, y habían mostrado bastante tolerancia hacia los peregrinos cristianos que llegaban hasta sus dominios. El número de peregrinos fue aumentando y se fueron creando hospitales y albergues a lo largo de toda la ruta, que por mar solía salir desde el sur de Italia y por tierra atravesaba los Balcanes, pasaba por la mítica Constantinopla –actual Estambul- y Anatolia, hasta llegar a Palestina. Pero a mediados del siglo XI irrumpen en la región los turcos selyúcidas provenientes de Asia central, que alteraron el equilibrio político de la región. Esto provocó una mayor peligrosidad en los caminos para los peregrinos, aunque no se produjo una disminución de la llegada de estos, que iban buscando expiación religiosa a sus pecados y también aventura e incluso las fabulosas riquezas que las historias contaban que había en Oriente. El aumento del peligro provocó que comenzaran a organizarse escoltas armadas para atravesar Anatolia y Siria. A esto se añade que la propia Iglesia Católica llevaba ya tiempo defendiendo el uso de las armas contra el islam, animando algunos papas a los príncipes cristianos a participar en la lucha contra los musulmanes en la península ibérica. De hecho, la conquista de Barbastro por parte del Reino de Aragón en 1063 tuvo un carácter internacional y estuvo sancionada por el papado, considerándose como el primer ensayo de las Cruzadas en Tierra Santa. El camino hacia la guerra santa estaba ya preparado. En el año 1090 el Imperio Bizantino, viéndose amenazado de muerte por los turcos que casi les habían expulsado de Anatolia, pide ayuda a Roma para que haga una llamada a toda la cristiandad para luchar frente a esta amenaza. Se iniciaron una serie de contactos que terminaron en el Concilio de Clermont en 1095, donde el papa Urbano II aprovechó los mensajes de auxilio del emperador bizantino, así como las historias que circulaban sobre el constante ataque a los peregrinos para predicar a todos los monarcas


La Orden del Temple en Aragón

la realización de una gran Cruzada que recuperara Jerusalén para la cristiandad. Las palabras de Urbano tuvieron un éxito mayor del que él mismo probablemente pensó, y al año siguiente se puso en marcha la Primera Cruzada, que desembocó en la conquista de la ciudad santa en el año 1099 y la fundación del Reino Latino de Jerusalén. Pero este nuevo Estado, cuya religión oficial era el cristianismo mientras la mayoría de su población era musulmana, se encontraba rodeado de enemigos y en tierra hostil. Necesitaba defenderse, para lo que contaba con un ejército formado por caballeros cruzados y mercenarios. Los primeros eran europeos que muchas veces apenas pasaban unos meses o algo más de un año en Tierra Santa. Una vez habían cumplido con su voto para expiar sus pecados, saciada su sed de aventura o visto que las riquezas que les

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habían prometido no eran tales, regresaban a sus casas. Sobre la fidelidad de los mercenarios tampoco hace falta decir mucho. Esto provoca una importante indefensión del nuevo reino y de los peregrinos que a él siguen acudiendo desde todas las regiones de Europa. Es en ese momento cuando surgieron las órdenes militares que acabaron integrándose en la defensa del llamado “reino de los cielos”. Su aparición viene también facilitada por ese deseo del papado por erigirse como cabeza del poder temporal – además del espiritual-, estando por encima de los príncipes cristianos, y eso podían lograrlo tratando de controlar las nuevas tierras que se estaban ganando para la religión. Se habla de la necesidad de luchar contra el infiel en una auténtica guerra santa, a la que la propia Iglesia considera como la única “guerra justa”.▶


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La Orden del Temple en Aragón

La orden pionera fue la del Hospital de San Juan de Jerusalén –también llamados hospitalarios-, que tiene su origen en la fundación en Jerusalén de un monasterio y una hospedería para peregrinos a mediados del siglo XI, décadas antes incluso de la Primera Cruzada. Tras esta, la orden fue creciendo en miembros y en sedes, extendiéndose primero por Palestina y Siria a lo largo de la ruta de los peregrinos, y poco más tarde llegando a Europa. Es ya en las primeras décadas del siglo XII cuando la Orden del Hospital añade a los votos de pobreza, castidad y obediencia el voto de armas y se dota de un brazo militar, haciéndose con numerosas fortalezas como el Krak de los Caballeros y teniendo un brillante historial militar a lo largo de varios siglos. La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocida como la Orden del Temple, es algo más tardía. La historia nos cuenta que fue fundada entre los años 1118 y 1119 por nueve caballeros de origen francés liderados por Hugo de Payens, que, conscientes de los peligros a los que se enfrentaban los peregrinos y a la por lo general corta estancia de los caballeros cruzados en Tierra Santa, decidieron fundar una militia Christi para dedicarse a su protección de forma permanente. El rey de Jerusalén, Balduino II, les concedió como sede parte de su residencia, que estaba identificada con el antiguo templo de Salomón, y de ahí su nombre. Pero su reconocimiento oficial por parte de la Iglesia aún tardaría en llegar. En el año 1127, su fundador y Gran Maestre Hugo fue a Roma para entrevistarse con el papa Honorio II y conseguir de este el reconocimiento oficial de la orden. Finalmente lo consiguieron en el Concilio de Troyes –Francia- en 1129, quedando el Temple bajo las órdenes del pontífice. Desde entonces, los templarios crecieron rápidamente en tamaño y poder. Se fueron uniendo numerosos caballeros, muchos hijos segundones de familias nobles, atraídos por el mensaje guerrero, religioso y de protección al desvalido en los caminos que llevaban a los Santos Lugares. El hecho de que solo tuvieran que rendir cuentas al papa y no a los obispados les dio una enorme independencia, pues además podían recaudar sus propios impuestos y construir fortalezas e iglesias a su libre albedrío. Hacia el año 1170, apenas medio siglo después de su fundación, la Orden del Temple ya estaba presente también en Europa: Francia, Inglaterra, el Sacro Imperio y en los reinos cristianos de la península ibérica.


La Orden del Temple en Aragón

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LA ORDEN DEL TEMPLE EN EL REINO DE ARAGÓN

Las órdenes militares se expandieron rápidamente por

Europa gracias a las donaciones de tierras que fueron recibiendo, teniendo en principio una gran acogida. Dos eran los objetivos que tenían las órdenes en el continente europeo. El primero, lograr recursos, tanto económicos como humanos, para sostener las actividades llevadas a cabo en Tierra Santa. A través de los impuestos que podían cobrar, las donaciones, etc., lograban abastecer primero a sus diferentes sedes y luego a los caballeros que estaban actuando en Oriente. Pero sobre todo se encargaron de la explotación agropecuaria de las tierras que se les daba y que detentaban como una especie de señoríos feudales, que además solían ser su principal fuente de ingresos. El segundo objetivo era de índole político-militar, teniendo dos focos principales: el este de Europa y la península ibérica. Ambas regiones eran zonas fronterizas, y entre los siglos XI y XII principalmente se vieron como las zonas naturales de expansión del cristianismo católico. En el este de Europa se trataba de ganar adeptos frente al cristianismo ortodoxo e incluso ante otras creencias precristianas. Mientras tanto, la península ibérica era tierra de lucha contra el infiel y el mismo papado instigó a los príncipes cristianos a colaborar en la lucha con los estados cristianos de la zona. Por lo tanto, allí las órdenes militares surgidas en Jerusalén cobraban aún mayor sentido, pues perseguían exactamente el mismo objetivo militar y de lucha frente al islam, y no solo en una versión económica y de abastecimiento como en la mayor parte de Europa. Sin embargo, hay que hacer algún matiz que luego veremos. La división administrativa fue bastante concienzuda y estaba reglada, aunque fue cambiando a lo largo del tiempo. Se dividían en provincias por los diferentes estados europeos, considerándose por lo general que la Orden del Temple contaba con unas 21 provincias, y cada una de ellas tenía a su vez diferentes encomiendas. Una de esas provincias la formaba el Reino de Aragón, que a la llegada de los templarios se encontraba en plena expansión territorial durante

el reinado de Alfonso I “el Batallador” (1104-1134). Los monarcas hispánicos vieron una oportunidad de añadir a sus fuerzas las de estas órdenes para luchar contra los musulmanes y, más en concreto, contra los almorávides, que desde el año 1086 habían invadido la península desde el norte de África y habían supuesto una grave amenaza para la cristiandad. Para ello, tratan de atraerlas a sus territorios a través de donaciones. La más antigua documentada es del año 1128 en Portugal, pero desde entonces las donaciones se incrementan en todos los Estados cristianos. El propio conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, dona en 1131 el castillo de Granyena y él mismo profesa en la milicia del temple. Aunque los datos no están muy claros sí que se sabe que entre 1128 y 1134 los templarios –al igual que otras órdenes- penetran también en territorio aragonés. No en vano, la monarquía aragonesa se había impuesto desde prácticamente sus comienzos con Ramiro I, pero sobre todo desde la coronación de Sancho Ramírez en Roma por el propio papa en 1068, un verdadero carácter mesiánico. Alrededor de los monarcas de la casa de Aragón se fue construyendo toda una imaginería que señalaba a sus miembros como elegidos por Dios para luchar contra el islam, erigirse como líderes de la cristiandad y recuperar Jerusalén para la fe. En la segunda mitad del siglo XIII, el mismo Jaime I llegó a embarcarse en una Cruzada para recuperar Tierra Santa, y solo una tormenta que desbarató su flota dio al traste con sus planes. Jaime estaba convencido de que, tras conquistar Mallorca y Valencia, debía cumplir su destino de hacer ondear las barras de la casa de Aragón en los Santos Lugares. Pero esto ya le venía de lejos, pues existe un documento más de un siglo y medio anterior, datado en el año 1101, en el que Pedro I de Aragón –el conquistador de Huesca- muestra sus deseos de enrolarse en una Cruzada. Quizás los repetidos llamamientos del papado a los príncipes hispanos para que llevaran a cabo la lucha contra el islam en tierras ibéricas hicieron que Pedro I se lo pensara dos veces. Incluso su hermano, Alfonso I, gozó de la bula de cruzada con que la Iglesia dotó a la empresa de la conquista de Zaragoza en 1118. Con todos estos precedentes, es normal que los reyes de Aragón se sintieran muy atraídos por el espíritu de cruzada que encarnaban las órdenes militares. ▶


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“Incluso dejaba a los templarios su propio caballo de batalla y sus armas, una costumbre que arraigó entre los monarcas hispanos”.

Con todo, el punto de inflexión para la llegada de los monjes-soldado y, en concreto, de los templarios a Aragón, fue el famoso e inefable testamento de Alfonso I. En el verano del 1134, el hasta entonces invicto e imparable conquistador rey aragonés fue derrotado y herido por los musulmanes al intentar tomar Fraga –Huesca-. Alfonso no había logrado tener herederos y, al ver cercana su muerte, confirmó el testamento que ya hacía un tiempo había escrito. En él dejaba el Reino de Aragón en manos de las tres grandes órdenes militares de Tierra Santa: la del Sepulcro, la del Hospital y la del Temple, a dividir sus tierras en tres partes. Incluso dejaba a los templarios su propio caballo de batalla y sus armas, una costumbre que arraigó entre los monarcas hispanos. En realidad, este irrealizable testamento nunca podría haberse llevado a cabo, pues era totalmente ilegal. Según el derecho aragonés, las tierras patrimoniales de la Casa de Aragón tenían que ir a un sucesor de esta, y el monarca no podía hacer uso de ellas a su libre albedrío, ni dividirlas. En todo caso, sí que podía disponer a su antojo de las tierras que hubiera conquistado, que en el caso del batallador era todo el valle medio del Ebro, incluyendo plazas tan importantes como Zaragoza, Tarazona, Calatayud o Daroca. Es decir, que tan “solo” las zonas conquistadas por el monarca podrían haber ido a parar a alguna de las órdenes. También es curioso que en su testamento no nombrara a las cofradías de Belchite y de Monreal de Campo, dos intentos de fundar una especie de órdenes militares de origen hispano y con carácter seglar, pero con muchas similitudes con las que llegaban de Oriente. En el momento de su creación las dota de importantes bienes, pero luego las olvida y con el tiempo acabaron siendo absorbidas por la Orden del Temple. En cualquier caso, conocido es que las órdenes nunca lograron que se llevara a efecto dicho testamento, pues la nobleza aragonesa nunca lo aceptó y eligió como sucesor al hermano de Alfonso, Ramiro, a quien casi literalmente sacaron de su vida monástica y le proclamaron rey como Ramiro II en Jaca –año 1034-. Este se encontró con un buen embrollo. Un trono que no quería, una nobleza que pretendía usarle como a un hombre de paja, y unos reinos vecinos, como el de Castilla, que pretendían despedazar al pujante reino aragonés. A pesar de todo, Ramiro II logró reconducir la situación e incluso engendrar a una heredera para la Casa de Aragón, la princesa Petronila, a quien prometió con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Tras esto, el monarca aragonés regresó a su vida clerical y le dio al conde barcelonés la gobernanza del reino, aunque siempre mantuvo su título real hasta su muerte


La Orden del Temple en Aragón

y siguió muy de cerca los pasos de su yerno, con quien siempre tuvo muy buena relación. En Ramón Berenguer recayó la ardua tarea de negociar con las órdenes militares el incumplimiento del testamento de Alfonso I, y fueron unas negociaciones duras, pues estas y el mismo papado insistían en que debía cumplirse. La solución vino con la entrega de tierras y fortalezas a todas las órdenes a cambio de su renuncia al testamento. Primero llegó a una entente con los maestres del Hospital y el Santo Sepulcro en el año 1140. Pero más complicado fue llegar a un acuerdo con los templarios, el cual fue alcanzado y firmado en Girona en 1143. En base a él, el Temple fue la orden que mayores beneficios sacó, logrando castillos como el de Monzón, además de recibir el diezmo que hasta entonces iba a las arcas del conde y una quinta parte tanto de lo que conquistara Aragón como de lo que conquistara la propia orden. Fue de esta manera como la Orden del Temple entró definitivamente y con mucha fuerza en el reino aragonés. Mientras en otros reinos, como en Castilla, se acabó primando a las órdenes militares de origen hispano como la de Santiago o Calatrava, más proclives a ser controladas por la corona, en Aragón tuvieron gran fuerza las órdenes provenientes de Oriente debido a las concesiones que se les tuvo que hacer tras la muerte del Batallador. La Orden del Temple contó por tanto casi desde el principio con un importante patrimonio en territorio aragonés, que con el tiempo fue todavía en aumento. Una vez definitivamente asentada en Aragón –también tuvo mucha fuerza en el condado de Barcelona y en el resto de condados satélites-, la monarquía aragonesa pretendió usar el poder militar del Temple y el resto de órdenes en la reconquista. Sin embargo, en un principio, estas no tenían esa misma inclinación, y veían más sus propiedades en esta zona como meras explotaciones agropecuarias y como fuente de tributos para financiar sus actividades en Tierra Santa. Pero con el tiempo acabaron integrándose plenamente en la lucha frente al islam andalusí. La primera participación documentada de los templarios en la reconquista, dirigida por la ya existente Corona de Aragón, fue en la toma de Tortosa en el año 1148. Ramón Berenguer trató de inmiscuirles en la acción conquistadora ofreciéndoles castillos que todavía estaban en manos musulmanas, de manera que trataba de generarles el apetito para participar en las campañas bélicas. También participaron en la toma de Lérida en 1149 y en el sitio de Miravet. Esto muestra que hacia mitad del siglo XII, la Orden del Temple, a pesar de tener unos inicios dubitativos, ya se hallaba plenamente incorporada al avance bélico contra el islam. La continua llegada de nuevos miembros▶

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Non nobis Domine, non nobis, sed Nomini Tuo da gloriam. “No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da gloria”.

Fotograma “El Reino de los Cielos” de Ridley Scott


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La Orden del Temple en Aragón

y donaciones particulares –sobre todo las realizadas por Ramón Berenguer en calidad de príncipe de Aragón-, convirtieron a los templarios en una fuerza política y militar de gran importancia. Esto fue la tónica habitual en las décadas siguientes, pues la monarquía aragonesa siguió apoyándoles. Se puede poner como ejemplo las donaciones que realizó al Temple Alfonso II (1164-1196), el hijo de Petronila y Ramón Berenguer y primer monarca de la Corona de Aragón. El rey aragonés continuó con la misión conquistadora de sus predecesores y se centró en la expansión hacia el sur, que se corresponde con la práctica totalidad de la actual provincia de Teruel. Las donaciones monetarias y concesiones de castillos como los de Alfambra, Castellote, y tierras como las de Cantavieja, que Alfonso II hizo, denotan dos cosas: que se seguían cumpliendo las cláusulas estipuladas por su padre en el acuerdo con los templarios para extinguir el testamento del batallador, y que los monjes-soldado participaron de forma activa en la reconquista turolense. También estuvieron muy presentes, junto a los hospitalarios, en la zona de la desembocadura del Ebro, que en esta época estaba integrada en el Reino de Aragón, pues en Tortosa, Amposta, etc. se usaba la moneda jaquesa propia de dicho reino, además de que algunas de sus poblaciones se rigieron por el Fuero de Zaragoza. Ya entre finales del siglo XII y comienzos del XIII, la nobleza aragonesa puso ojos melosos al territorio musulmán en el levante peninsular, es decir, en toda la zona de Valencia. Se consideraba desde tiempos de Alfonso I como su zona natural de expansión por sus ricas tierras y, sobre todo, por dar una salida definitiva al mar al reino aragonés. Pero en esta etapa, el rey de Aragón, Pedro II, estaba más pendiente del sur de Francia y en la creación de un gran imperio a ambos lados de los Pirineos. La idea era controlar las dos vertientes de la cordillera pirenaica, controlándola por un lado incluyendo la cuenca del Ebro, y por el lado francés hasta el valle del Ródano. Una empresa sin precedentes, pero que detuvo, salvo en alguna pequeña excepción, el avance hacia Valencia. Hay que añadir además una nueva invasión desde el norte de África, la de los almohades, que tras su victoria en la Batalla de Alarcos -1195- provocó que los reinos cristianos peninsulares se unieran para combatir este nuevo peligro. El resultado fue la mítica Batalla de

Ilustración por Jaime Calderón


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las Navas de Tolosa en 1212. Lo curioso es que no existen evidencias de que el Temple participara de forma activa en una de las más grandes empresas contra el islam en la Edad Media, a la que acudieron todos los monarcas hispanos salvo el de León. Sin embargo, la historiadora Mª Luisa Ledesma apunta que quizás esto se deba a que el rey de Aragón encargó a las órdenes militares que mientras él y su ejército se encontraban guerreando en Al-Andalus, debían proteger las fronteras del reino. Esta circunstancia es más que probable, y mostraría la enorme importancia política que los templarios habían alcanzado en la corona aragonesa, sobre todo en el sur de Aragón y en las tierras del delta. Esta importancia se ve todavía más cuando tras la muerte de Pedro II en la Batalla de Muret -1213- y la minoría de edad de su hijo Jaime I “el Conquistador”, este quedó durante varios años bajo la tutela del maestre del temple en Monzón, Guillem de Montredon. A mediados del siglo XIII los templarios también participaron activamente en las conquistas de Mallorca y Valencia a los musulmanes, teniendo en esta segunda gran importancia las bases que tenían en el Maestrazgo turolense, que hasta entonces había sido zona de frontera de mucho movimiento. De su participación en dichas empresas vienen las donaciones que recibieron por parte de la corona en ambos territorios, que con Jaime I se acabaron constituyendo en dos nuevos estados adscritos a la Corona de Aragón. Tras el avance conquistador hacia el sur y el fin de la reconquista para la Corona de Aragón, las encomiendas templarias de territorio aragonés quedaron en retaguardia, aunque las órdenes militares siguieron teniendo una importante colaboración con el trono en diferentes tareas defensivas, tanto ante amenazas exteriores por parte del islam, como por parte cristiana. Por ejemplo: durante los convulsos reinados de Pedro III, Alfonso III y Jaime II, en los que la Casa de Aragón se enfrentó al papado y a Francia por el dominio de Sicilia y el sur de Italia, los monjes-soldado, aun a pesar de su división por la lealtad que mantenían a la Santa Sede y a su vez a los monarcas aragoneses, conservaron siempre su colaboración con estos últimos, incluso cuando el rey de Francia, Felipe III, invadió Cataluña. Un papel que se perpetuó hasta la disolución de la orden templaria a comienzos del siglo XIV. ▶


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La Orden del Temple en Aragón

LAS ENCOMIENDAS DEL TEMPLE EN ARAGÓN Y SU PAPEL

Aragón contaba con un buen puñado de encomiendas

y fortalezas templarias repartidas por todo el territorio, aunque destacan por su mayor número la de las actuales provincias de Zaragoza y Teruel. En total contaron con 19 encomiendas: 3 en Huesca, 11 en Zaragoza y 5 en Teruel; y con 13 fortalezas principales: 2 en Huesca, 5 en Zaragoza y 6 en Teruel. En la provincia turolense, la Orden del Temple contó con varios señoríos, de los cuales los más importantes fueron los de Alfambra, Villel, Libros, Fuentes Calientes, Castellote y Cantavieja, destacando esta última, que muy pronto

se convirtió en una encomienda totalmente independiente y que lideraba las acciones templarias tanto en el Maestrazgo turolense como en el de Castellón. De Cantavieja dependieron localidades como Villarluengo, La Iglesuela o Mirambel. También destacó la encomienda de Castellote, que contaba con una fortaleza de entidad de la que hoy todavía se pueden ver parte de la torre del homenaje y el refectorio, y que tuvo permiso por parte de Jaime I desde 1268 para contar con un mercado propio, privilegio que en el medievo era difícil de conseguir.


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Castillo de Monzón

En la provincia de Huesca destaca el famosísimo y anteriormente mencionado castillo de Monzón, que fue entregado junto a la villa al Temple en el año 1143, a cambio de que los templarios olvidaran el testamento de Alfonso I “el Batallador”. Monzón fue la encomienda más rica no solo del reino aragonés, sino de toda la Corona de Aragón. Tenían derechos sobre los diezmos de una región importante, incluida Lérida. Se emplearon en el desarrollo de un sistema de acequias alrededor del río Cinca, con el que aumentaron la productividad agraria, además de tener derechos de paso sobre puentes y barcas. La capital oscense también contó con su propia encomienda templaria con un importante patrimonio, la mayoría en la misma ciudad, y que constaba de numerosas fincas. De hecho se podría decir que los templarios fueron verdaderos promotores inmobiliarios en la ciudad, urbanizando varias zonas. Esto provocó numerosos litigios con el obispado de Huesca, llegando así a la intervención del papa Inocencio III. A finales del siglo XII, esta encomienda contaba con numerosas posesiones en diferentes localidades como Liesa, Luna, Jaca, Ricla o Almudévar. Ya en la provincia zaragozana destacaron las encomiendas de Novillas, Ambel, Boquiñeni, Pina, Ricla/Calatayud y la de la propia capital del Ebro. La más antigua fue la de Novillas, a la que también perteneció en un principio la de Zaragoza, aunque con el tiempo fue perdiendo fuerza.

Hoy en día no nos ha llegado ningún resto de las edificaciones templarias que se sabe existieron en Novillas. Fueron importantes las posesiones de tierras que la orden tuvo a lo largo del valle medio del Ebro. En la propia Zaragoza también acumularon, al igual que en Huesca capital, un importante número de propiedades. Se conoce que su convento y sede estuvo en el casco antiguo de la ciudad, junto a la actual calle del Temple a la que le ha dado nombre, pero esta edificación también se perdió. Aunque tras las primeras donaciones a los templarios en la década de los treinta del siglo XII estos todavía tardaron en llegar y asentarse con firmeza, finalmente se insertaron en la vida de ciudades y pueblos aragoneses. Alcanzaron un gran poder financiero, apoyando en ocasiones a la corona aragonesa cuando esta reclamaba dinero para sus costosas campañas militares. De ahí una de las razones del estrecho lazo de unión que esta orden tuvo con la monarquía. Desarrollaron también la agricultura en sus encomiendas, y desempeñaron un papel importantísimo en la repoblación de Aragón conforme se fueron ganando tierras a los musulmanes, sobre todo en zonas como el Maestrazgo, donde recibieron numerosas cartas de población por parte de los monarcas. Sin duda la Orden del Temple dejó una enorme huella en nuestro territorio en multitud de aspectos que, en muchas ocasiones, son olvidados. ▶


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La Orden del Temple en Aragón

LA DISOLUCIÓN DEL TEMPLE EN EL REINO DE ARAGÓN

Ejecución Jacques de Molay

En el año 1291 cayó San Juan de Acre, último reducto

cristiano en Tierra Santa, lo que significó el fin definitivo del Reino Latino de Jerusalén. Los cruzados se retiraron a la cercana Chipre, incluidos los templarios, que en 1301 participaron en un intento de volver a poner el pie en Siria y Palestina, que fracasó ante la fuerza de los sultanes mamelucos y el cada vez mayor desinterés de los monarcas europeos en el por entonces ya trasnochado espíritu de cruzada. Desde décadas anteriores se habían intentado revitalizar los moribundos estados cruzados con un proyecto de unión entre las órdenes del Hospital y el Temple, en el que participó activamente el mallorquín Ramón Llul, pero finalmente fracasó. El desastre en Oriente hizo que se resintiera mucho la reputación de ambas órdenes militares en Europa, lo que fue utilizado como arma para la disolución de los templarios. En ello tuvo mucho que ver Felipe IV de Francia, cuyas apuradas arcas reales, debido a los constantes frentes de guerra, necesitaban de nuevos e importantes ingresos. El monarca francés, convencido del mito de los enormes tesoros que guardaban los templarios en sus encomien-

das en Francia, una de sus principales sedes europeas, comenzó una efectiva campaña de desprestigio. Favoreció la divulgación de mitos y leyendas sobre estos, que fueron creando un poso para que se hiciera deseable su disolución. Finalmente, el 13 de octubre de 1307 sus hombres comenzaron una redada a gran escala por todo el país en la que se detuvo a los caballeros templarios, a su gran maestre Jacques de Molay y se desmanteló la orden en el país galo. Se les acusaba de renegar de Cristo, adorar a ídolos, de homosexualidad, etc. Felipe IV no dudó en usar la tortura para obligar a confesar la veracidad de esas acusaciones a los templarios. El papa Clemente V, también francés, y temeroso ante las presiones del monarca galo, ordenó al resto de príncipes de la cristiandad que detuvieran en sus respectivos territorios a todos los templarios. Los reyes de Inglaterra, Portugal y Aragón no estaban en absoluto de acuerdo, pero finalmente acataron las órdenes de Roma, entre otras cosas porque vieron una oportunidad de enriquecerse con la incautación de sus bienes, aunque no llegaron a ejecutar las penas de muerte que sí que se llevaron a cabo en Francia.


La Orden del Temple en Aragón

En el Reino de Aragón, Jaime II actuó en las primeras semanas con cautela tras recibir varias cartas de Felipe IV de Francia. No quiso en un principio llevar a cabo ninguna acción en contra del Temple, pero tampoco llegó a tranquilizar a los emisarios de la orden que se presentaban ante él. Pero llegado el mes de diciembre de 1307, la actitud del monarca aragonés cambió. Él mismo lo explica en un documento, y se basa en la llegada a su poder de las confesiones que se les había arrancado bajo tortura a Jacques de Molay y a otros caballeros. Tras leerlas, Jaime mandó detener al maestre templario en Aragón, así como a todos los caballeros que se hallasen en la Corona. Muchos fueron detenidos, pero otros, que habían sido previsores ante la situación de incertidumbre, pertrecharon sus castillos y se aprestaron a resistir en Monzón, Chalamera, Cantavieja, Villel, Libros y Castellote. Los templarios pusieron en marcha un repliegue defensivo muy bien organizado. Mientras, tanto la nobleza como el monarca se aprestaron a ocupar aquellas tierras y castillos que el Temple no había podido defender por falta de tiempo o de medios. No fue hasta febrero de 1308 cuando las tropas de Jaime II comenzaron a asediar y a asaltar las fortalezas templarias que resistían. Tras varios meses se rindió Cantavieja, luego Libros, Villel y resto de plazas del sur de Aragón. Tan solo resistían ya Monzón y Chalamera en Aragón, para cuya rendición el rey mandó utilizar las técnicas de asedio más modernas del momento. Finalmente, ambas se rindieron el 24 de mayo de 1309 tras un año y tres meses de asedio, siendo los templarios que más tiempo resistieron en la Corona de Aragón. La resistencia del Temple aquí fue mucho más dura que en otros lugares de Europa, aunque también es cierto que tuvieron más tiempo para prepararse. Los supervivientes fueron interrogados, pero finalmente fueron declarados inocentes en el Concilio de Tarragona de 1313. A nivel formal, la Orden del Temple desapareció en 1312 por orden del papa en el Concilio de Viena. También se decidió que sus antiguas posesiones, o al menos las que quedaban, debían ir a parar a manos de la Orden del Hospital. Pero esto no fue muy bien visto en los reinos hispánicos, puesto que se temía que los hospitalarios lograran un poder desmedido y se convirtieran en un problema. Finalmente, y tras arduas negociaciones, la mayor parte de las antiguas posesiones del Temple en la Corona de Aragón fueron a parar a los hospitalarios, aunque otras se perdieron por el camino, llegando a manos de la corona y a algunos miembros de la alta nobleza.

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Así acabó la historia del Temple en el Reino de Aragón. De forma abrupta y disgregándose sus posesiones. Cuando se habla de ellos en nuestra tierra la mayoría de las veces nos quedamos con su estancia en Monzón, una de las más llamativas, sin duda, pero ni mucho menos la única. La Orden del Temple, más allá de la mitología que se creó a su alrededor, tuvo un papel muy importante, tanto en la expansión territorial del reino y de la Corona de Aragón, así como en su papel repoblador, sobre todo en Teruel, donde varias poblaciones existen debido a su origen templario. ■

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA BASTÚS, Joaquín; Historia de los templarios; Edit. Delsan, 2011, Zaragoza. CORRAL, José Luis; La Corona de Aragón: mito, manipulación e Historia; Edit. Doce Robles, 2015, Zaragoza. FUGUET, Joan y PLAZA, Carme; Los templarios en la península ibérica; Edit. El Cobre; 2005, Barcelona. GORDILLO, José Luis; Castillos templarios arruinados en el sur de la Corona de Aragón; Edit. Prometeo, 1974, Valencia. LEDESMA RUBIO, Mª Luisa; Templarios y hospitalarios en el Reino de Aragón; Ibercaja Ediciones, 1982, Zaragoza. NICHOLSON, Helen; Los templarios.Una nueva historia; Edit. Crítica, 2001, Barcelona.


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Entrevista: Jaime Calderón

Entrevista

Jaime Calderón En este número contamos con el placer de entrevistar

a Jaime Calderón, uno de los dibujantes de cómic con mayor trayectoria tanto en España como en el extranjero, y que cuenta con la publicación de varias obras de temática histórica. Hoy destacamos el segundo volumen de la colección Los caminos del señor, en la que participa como dibujante, y que aborda desde un punto de vista diferente las peripecias de Cristóbal Colón a la hora de lograr que su proyecto de hallar una ruta hacia el oeste lograra un patrocinador.

Biografía Jaime Calderón

Nacido en Barcelona en 1973, Jaime Calderón, formado en el Estudio de Enric Paixà, comienza su andadura como ilustrador realizando varios trabajos de carácter publicitario para Agencias y Marcas. Este trabajo, que desempeña hasta el año 2004, lo compagina durante los últimos cuatro años con la Escuela de Cómic Fem Art, que funda como director junto a Ester G. Punzano y en la que imparte clases como profesor de cómic y anatomía artística.

También desde ese año comienza a participar en diferentes publicaciones como en la serie Extrahumans, y ya en 2005 da el salto al mercado americano con su trabajo en la colección Spirit de Alpha-Omega Cómics. Participa en varias novelas gráficas, y ya desde 2009 comienza a trabajar en Francia con su gran obra Los caminos del Señor, ofreciendo una brillante incursión en el cómic de temática histórica, logrando con ella varios premios, y continuando en la temática con la saga Isabel. La loba de Francia. ■


Entrevista: Jaime Calderón

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Entrevista Jaime Calderón

Tu trayectoria en los últimos años se ha encaminado al cómic histórico, principalmente de temática medieval. ¿Qué te ha encaminado a ello? Inicialmente no fue algo premeditado, todo empezó a partir del proyecto que me ofreció la editorial Soleil. Este me pareció lo suficientemente estimulante e interesante como para aceptarlo y llevarlo a término. Además, era una manera de introducirme en la industria de la BD Europea. Por otro lado, tengo que decir, que mi interés por la historia me llevo a estudiar en la facultad de historia de Barcelona y aunque mi verdadera vocación siempre fue el dibujo, el poder combinar estas dos pasiones hizo que no me pensara demasiado el aceptar este trabajo. A partir de ahí, y gracias a la aceptación que tuvo mi publicación en Francia, continuar trabajando en proyectos “de corte histórico” ha sido más fácil. -A veces parece que hay cierto desapego por la Historia entre el público. ¿Consideras que el cómic puede ser una vía perfecta para despertar el interés por la Historia, sobre todo entre los más jóvenes? En mi opinión, el género histórico, en general, goza de buena salud y prueba de ello es que en otras disciplinas como el cine o la literatura estos productos funcionan muy bien a nivel de ventas. En el caso del cómic histórico, siempre ha sido altamente consumido, sobre todo en Francia y Bélgica; y aquí, en España, empieza a serlo. Es posible que entre los jóvenes haya un cierto desapego y creo que el cómic es una disciplina ideal por su carácter didáctico pero lúdico a la vez. El hecho de ser un medio donde lo visual es tan predominante, hace que sea más atractivo para estas generaciones y por lo tanto, una herramienta muy buena para despertar interés por la Historia. Desde este punto de vista, sería muy bueno que los educadores y profesores utilizaran más el cómic, porque estoy convencido de que les ayudaría muchísimo. -El capítulo 4 del volumen 2 de “Los caminos del Señor” lo dedicas a las peripecias de Cristóbal Colón, sobre todo en las dificultades que este encontró hasta lograr la financiación necesaria para su viaje al Nuevo Mundo. ¿Cómo definirías a este personaje histórico? La verdad es que se ha escrito tanto del personaje que supongo que cada uno de nosotros tiene una idea muy personalizada de lo que fue el descubridor. En mi opinión, la figura de Colón supone el enlace perfecto entre el final de la época Medieval y el inicio del Renacimiento. Es un personaje que aún mantiene aquellas características que lo anclan en las viejas costumbres, pero a la vez tiene un espíritu aventurero y rebelde que abre las puertas a lo que más adelante sería el

protagonismo de “el hombre” en la época renacentista: Mi idea era transmitir la desesperación del personaje ante la continua negación e imposibilidad de cumplir su proyecto; y como, finalmente, la perseverancia le ayuda a conseguir su objetivo. Lógicamente, no es un álbum puramente histórico, ya que hay elementos de ficción y eso me permitió reinterpretar con más libertad al personaje -También aparece Luis de Santángel, valenciano pero de familia con origen aragonés, quien fue un gran apoyo para Colón para que su proyecto saliera adelante, gracias también a su cercanía al rey Fernando II “el Católico”. Dentro de tu propia visión de este personaje en tu obra, ¿qué interés piensas que pudo tener en que se llevara a cabo el viaje de Colón, jugándose sus propios bienes mientras otros lo rechazaban? En el cómic aparece como el personaje que finalmente posibilita la existencia de la expedición, debido en gran medida a la influencia que tiene sobre la reina Isabel. En nuestra obra se le atribuye un origen judío. Las relaciones entre este colectivo y la Iglesia ofrecen argumentos necesarios a su interés por cambiar las viejas estructuras e influencias, en beneficio de la creación de un nuevo orden de carácter más progresista. -¿Te has sentido atraído alguna vez por algún personaje o episodio de la historia de la Corona de Aragón como para llevarlo alguna vez a la viñeta? Nuestra historia es apasionante y hay montones de pasajes que bien merecerían colecciones de cómics. Por lo tanto, se me hace difícil concretar más allá del periodo de la reconquista que vengo de dibujar. Pero por citar a uno que se ubica en un periodo histórico que me gusta especialmente y por lo que significó en su momento, en cuanto a la expansión de la Corona de Aragón; estaría bien dibujar a Jaime I. -Buena parte de tu carrera profesional se ha desarrollado en Francia, con diferentes obras de carácter histórico. ¿Piensas que allí se potencian más este tipo de publicaciones y que hay un mayor interés por parte del público? No pienso que en Francia se tenga más interés por el género histórico que aquí, pero lo que sí es cierto es que, en general, allí la BD es un elemento cultural de primer orden. En ese sentido nos llevan mucho adelanto y han sabido generar un mercado en torno al cómic que les permite producir obras de todo tipo y hacerlo de manera rentable. Es ahí donde se da la diferencia con respecto a España. Pero por otro lado, soy optimista, pues tengo la sensación de que el cómic se está ganando el interés y respeto del público español. ■


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HISTORIA DEL CINE EN ARAGÓN PAISAJES Por Alan López Garrido Lcdo en Historia por la Universidad de Zaragoza

Las grandes superproducciones de Hollywood nos pre-

sentan, en la mayoría de los casos, una cantidad ingente de paisajes y fotografías que suelen generalmente dejarnos con la boca abierta. Todos recordamos aquellas montañas infinitas de la Tierra Media en El señor de los Anillos, de Peter Jackson, o esas dunas que parecían no tener fin en los desiertos de Lawrence de Arabia, de David Lean. Paisajes que daban un sentido casi poético a las películas en las que se encuadraban, pero que además de ello cumplían con otro fin: el de dar a conocer lugares que, de no haber aparecido aquí, probablemente nunca habríamos dado con ellos. Castillo de Loarre -Huesca-, escenario de varios rodajes Pero, ¿tenemos algún ejemplo similar en España y, más concretamente, en Aragón? Lo cierto es que más de un lector va a quedarse sorprendido por la cantidad de paisajes aragoneses que, casi sin darnos cuenta, han acabado de fondo en muchísimas obras del séptimo arte. Aragón es tierra de cine desde su cuna. ▶


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Casi al poco de nacer el cine, el genial Eduardo Jimeno Correas nos presentó en 1899 el primero de los muchos paisajes aragoneses que iban a empezar a aparecer en el cine patrio y extranjero. Evidentemente, hablamos de la famosísima Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza. La obra, que suele ser considerada erróneamente como la primera del cine español, es en realidad la segunda, ya que la primera fue Desfile del Regimiento de Castillejos, que se impresionó el 11 de marzo de 1897, pero acabó siendo desechada por falta de luz. En cualquier caso, la obra, que no supera el minuto de duración y que está encuadrada dentro del género “escenas naturales” que tanto sorprendían en la época, nos muestra un paisaje no solo bello sino también lleno de simbolismo histórico. El autor pudo elegir cualquier otro emplazamiento de la geografía aragonesa, o incluso cualquier escaparate de pinturas costumbristas de la época, pero sin embargo eligió algo tan simbólico como la plaza del Pilar. Quizá con el recuerdo aún fresco en el colectivo popular de los Sitios de Zaragoza, la basílica del Pilar se erigía como el lugar adecuado para grabar tan importante hito en la historia. O tal vez no, y todo fuese fruto de la casualidad. Se había abierto la veda, y pronto quedó claro que el cine no iba a ser una moda pasajera, como bien estaba dejando claro en Francia el grandioso Georges Méliès. Aragón, desde ese momento, se mostró muy acogedora con la multitud de cineastas que decidieron rodar sus películas en sus bellos, diversos, evocadores y salvajes pueblos, escenarios y paisajes. Apenas comenzado el siglo, Zaragoza aparece nuevamente como trasfondo para uno de los temas más candentes y prolíficos de la época. Y es que el grandioso Florián Rey nos teletransportó a la Zaragoza de los Sitios, con su filme de 1929 Agustina de Aragón, donde veríamos la consagración total y absoluta de Marina Torres. No obstante, también es cierto que la película no fue rodada solo en Zaragoza, compartiendo rodaje con Madrid, Barcelona y Sigüenza. Pero su tal vez más famosa obra fue rodada, esta vez sí, íntegramente en Aragón. Hablamos de la genial Nobleza Baturra. La película, de 1935, está rodada en los espectaculares pueblos zaragozanos de Borja y Bisimbre y, además, la obra fue uno de los mayores éxitos comerciales de la II República, no solo por la aparición de una brillante Imperio Argentina, sino por su mezcla de comedia y drama aderezado con folclore y jotas aragonesas. Después siguió Orosia (1943), rodada en los maravillosos parajes de Hecho, Ansó y la selva de Oza.

Este momento marca el inicio de una fructífera fase documental en el territorio aragonés. Con el estallido de la Guerra Civil española (1936-1939) Aragón será de manera natural -por su situación de frente continuo de guerra, casi hasta el final de la contienda- un escenario de rodaje de numerosos documentales sobre la guerra, durante la misma. Así encontramos al francés André Malraux rodando en la localidad de Teruel y su sierra. Pero no fue el único, ni mucho menos. Desde el inicio, ambos bandos supieron hacer uso del cine como uno más entre los medios propagandísticos a los que tenían acceso. José María Claver en su libro El cine en Aragón durante la Guerra Civil es capaz de catalogar al menos 100 filmes, los cuales fueron rodados en el mismo lugar donde se producían los hechos. Aunque cabe destacar que la grabación fue muy prolífica no solo en territorio aragonés. Como testigo eterno de lo que fue y nunca más debería ser, quedaron las ruinas del zaragozano pueblo de Belchite, que no mucho tiempo después se convirtió sin ninguna duda en el escenario más demandado de todo el territorio aragonés. Su condición de recuerdo perpetuo de los desastres de la guerra, con los edificios casi totalmente destruidos, transportan a otra época a todo aquel que posa su mirada por allí.


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Escena de “Doctor Zhivago” con el Moncayo al fondo

Su magia aún a día de hoy se mantiene intacta y sigue siendo elegida por todo tipo de empresas para ser la fotografía perfecta en sus rodajes. Para el recuerdo quedará el paso de Arnold Schwarzenegger, por el set de rodaje del anuncio de su último videojuego (mayo del 2016); algunas escenas de El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro; ¡Buen viaje, excelencia! (2003), de Albert Boadella; o la divertidísima Las aventuras del barón de Munchausen película de Terry Gilliam Las aventuras del barón Munchausen (1988). Sin embargo, la Guerra Civil española no ha tenido como único punto de interés las ruinas de Belchite. Por la geografía aragonesa se han ido repartiendo diferentes sets de rodaje, y no siempre necesariamente de financiación exclusivamente española. Así pues, nos encontramos con que Alcañiz, Calaceite, La Fresneda, o Albalate del Arzobispo fueron lugares donde se rodaron escenas de la película de Vicente Aranda Libertarias (1996); o también que Sos del Rey Católico se convertiría en el lugar de rodaje de la obra de Luis Garcia Berlanga La Vaquilla (1985); o incluso que llegaríamos a ver al británico Ken Loach por los montes del Maestrazgo turolense, rodando en Mirambel su obra Tierra y Libertad (1995). Y es que si algo tiene Aragón de atractivo para la industria cinematográfica es su riqueza y diversidad natural y patrimonial. Del ocre color de las sierras turolenses podemos pasar al verde del Pirineo o a los áridos y desolados Monegros; de las espectaculares vistas del castillo de Loarre podemos bajar a las interminables filas de los viñedos de Cariñena; del despoblado paisaje comarcal podemos pasar a la poblada urbe capital. De hecho, tanto es así que incluso sus carreteras fueron protagonistas paisajísticas en Carreteras secundarias (1997), de Emilio Martínez-Lázaro. Otro gran protagonista silencioso ha sido el parque natural del

Moncayo. En la famosísima Doctor Zhivago (1965), del ya citado David Lean, aparece como telón de fondo tras unos andenes haciéndose pasar por los montes Urales -eso sí, una parte también fue rodada en Soria-. O incluso el popularísimo Paco Martínez Soria protagonizó en sus alrededores una de sus comedias: Vaya par de gemelos (1977). Como se puede apreciar, no es que nuestra tierra haya ido precisamente escasa de zonas de rodaje. Y todavía hay más. A partir de los años 80, los rodajes se multiplicaron espectacularmente por las tres provincias aragonesas, hasta el punto de que el Gobierno de Aragón editó en 1993 un libro escrito por Félix Zapatero, Aragón, un espacio de cine, que promocionaba a nuestra región como plató cinematográfico. La adaptación de la obra de Ramón J. Sender, Crónica del alba, fue rodada en Albarracín y Loarre, dirigida por Antonio José Betancor y denominada Crónica del alba Valentina (1982), con Jorge Sanz y Anthony Quinn a la cabeza del reparto. Pero no fue la única obra de Sender, que sería rodada en Aragón, y es que Réquiem por un campesino español fue rodada en 1985 por Francisco Betriú en tres pueblos cercanos a Calatayud, Chodes, Arándiga y Embid de la Ribera. ▶ Las aventuras del barón de Munchausen


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Charlton Heston en Loarre rodando “Opera stones”.

Pero volviendo a Loarre y su castillo, encontramos otra prolífica localización donde se han rodado títulos muy variados: desde la Infantil El niño Invisible (1995), dirigida por Rafael Monleón y protagonizada por los entonces famosísimos “BomBom Chip”, a la popular obra de Ridley Scott, El Reino de los cielos (2004), que contó con la participación de actorescomo Liam Neeson y Orlando Bloom, y que transformó las inmediaciones del castillo de Loarre en una villa medieval. Ese mismo escenario sirvió para el rodaje de 2006 de la película Miguel y William, de Inés París. También el mismísimo Charlton Heston viajó a tierras aragonesas en el año 1988 para rodar en diversos escenarios entre los que se encontraban Loarre, el monasterio de Veruela -en el Moncayo-, y la Aljafería de Zaragoza, para grabar varios capítulos de una serie televisiva dedicada a la historia de la ópera, llamada Opera Stones. Y, por cierto, también en el monasterio de Veruela se rodó La marrana (1992), de José Luis Cuerda, y Los fantasmas de Goya (2006), de Milos Forman, con Javier Bardem. Mención especial se ha de hacer a los Monegros. Como paisaje desolado e inhóspito ha sido sede de numerosos rodajes a lo largo del tiempo. Ya en los años 50 y 60, Los Monegros se convirtieron en plató de cine. Concretamente en 1956 se rodó Pasión bajo el sol, de Antonio Isasi Isasmendi; Salomón y la reina de Saba (1959), de King Vidor; o El ataque los kurdos (1965), de Gottieb. También ese mismo año se rodó el western Cinco pistolas de Texas, entre otros muchos títulos. Así hasta llegar a una de las películas más emblemáticas: Jamón, Jamón (1992), de Bigas Luna, donde

la jovencísima y oscarizada Penélope Cruz rodaba con su actual marido, bajo la sombra del toro de Osborne, una de las escenas más tórridas de la película. Pero es que no hablamos solo de cine: cortometrajes, spots de destacadas marcas, y videoclips de artistas tan conocidos como Héroes del Silencio, Jarabe de Palo, Macaco, o , más recientemente, de Pablo Alborán, se han rodado en la estepa monegrina. ¿Qué tiene este espacio que lo hace tan especial? Pocos lugares evocan tanto con tan poco. Me dejo en el tintero muchos enclaves del territorio aragonés, como los viñedos de Cariñena, la estación de Canfranc, el paseo de Independencia de Zaragoza, el espectacular castillo de Albarracín, o la Semana Santa de Calanda. Pero realmente es imposible señalarlos todos. Con esta pequeña reseña he querido dejar claro el encanto que Aragón posee, no solo como región histórica y lugar de paisajes extraordinarios, sino también como escenario de cine en categorías y géneros muy variados. Hemos visto cómo, de norte a sur, a lo largo y ancho de la geografía aragonesa, todos los colores, formas, peculiaridades y su variedad paisajística ha hecho de Aragón el plató de numerosas películas de muy diferente índole, y que, como veremos en los siguientes artículos, no se ha resumido meramente a los paisajes. Porque el valor del cine en Aragón no se queda solo en su fotografía, sino que nace desde ella y se desarrolla como un árbol fuertemente arraigado en su tierra que dará origen a genios del séptimo arte que aún a día de hoy perduran.


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GRANDES FIGURAS

Premios Goya

Empecemos con un barrio de Zaragoza llamado “Actur Rey Fernando”, que tiene una serie de calles con nombres de personas que, a priori, nos pueden parecer desconocidos: Antón García Abril, José Luis Borau, Carlos Saura, Adolfo Aznar, José Antonio Duce, José María Beltrán (Ausejo), o Segundo de Chomón. ¿Quiénes son estos personajes? ¿Por qué un barrio utiliza calles con sus nombres? La respuesta es simple. Estos son solo algunos de los muchos nombres que la industria cinematográfica aragonesa ha dado al mundo, y que la ciudad de Zaragoza homenajea otorgándoles calles con sus nombres. Y digo claramente “algunos”, porque en el callejero no están todos, y en el artículo que nos concierne desgraciadamente tampoco podrán estarlo. La lista de personajes influyentes y que han trascendido es enorme y abarca un grandísimo número de personas: actores y actrices, directores, guionistas, iluminadores, directores de fotografía, actores de doblaje, críticos, etc. Personajes que van desde el archiconocido Luis Buñuel al joven Miguel Ángel Lamata, y a los que trataremos de retratar, aunque sea brevemente con un par de pinceladas. Y es que el mundo del arte en nuestra comunidad parece haber estado siempre ahí, desde el inicio y en todas sus vertientes. ¿A nadie le suena un tal Francisco de Goya y Lucientes? De acuerdo, no era un cineasta, aunque muchas veces sus obras trasmitían tanto o más que el cine, y quizá sea por eso que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, entregue sus premios anuales más importantes con el nombre de “Los Goya”. O quizá no, y sea otra casualidad más.

Pero empecemos por el principio. En el anterior apartado, Eduardo Jimeno Correas es el autor de la grabación Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza (1899), que lo convertiría en el padre del cine español y que daría el pistoletazo de salida a todo lo que vendría a continuación. Y vaya si llegaron cosas. Muy pronto empezarían a proliferar las carpas y las salas donde se proyectarían los primeros minutos de grabación. Las carpas ambulantes de espectáculos y variedades tan de moda en la época, comienzan a incorporar a sus sesiones, proyecciones consideradas casi como mágicas, de ese aparato venido de Francia que permitía ver imágenes en movimiento. En este punto destacó Farrusini, que cansado de ir y venir con su espectáculo ambulante, decidió instalarse en la capital del Ebro definitivamente en Abril de 1908. El Teatro-Cine Farrusini se instalaría en la calle San Miguel, en el solar donde años más tarde se instaló el cine Goya. Precisamente aquí sería donde un jovencísimo Buñuel descubriría el cine. Por sus proyecciones de cine mudo pasaron las obras del turolense Segundo de Chomón, el creador de lo conocido como “zarzuela cinematográfica”, pero en su concepto anterior al cine sonoro. La idea era muy sencilla: la incapacidad para rodar con el sonido de las máquinas de la época hizo buscar una alternativa sonora y se encontró en las “vedettes” y sus canciones una buena opción para acompañar, casi a modo de teatralización, las proyecciones. Chomón era un técnico muy perfeccionista, y al que se le atribuyen un sinfín de inventos y trucos que iban desde el coloreado de películas, hasta todo tipo de efectos de la época, cuyo repertorio incluye la utilización de maquetas, efectos schüfftan, doble exposición, sobreimpresiones y pirotecnia. De hecho entró en competencia directa con George Méliès en Francia y comenzó con el género de la ciencia ficción y la fantasía en nuestro país. Entre sus obras podríamos destacar Pulgarcito y Gulliver en el país de los Gigantes (ambas de 1903), Eclipse de Sol (1905), Viaje al planeta Júpiter (1907), La leyenda del fantasma (1907), Viaje a Marte (1908), e incluso rodó la boda de Alfonso XIII en 1906. ▶


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Poco después apareció en el panorama aragonés Florián Rey. El Almuniense, cuyo verdadero nombre era Antonio Martínez del Castillo, fue un actor y posteriormente director de cine español, casi siempre injustamente relegado a un segundo plano. Florián es el máximo exponente del cine mudo español y del cine de la Segunda República española, y fue sin duda el director que más y mejor cultivó el folclore y costumbrismo de la época. De hecho, su película La aldea maldita (1930) es considerada como la obra maestra del cine mudo patrio, y sus otras obras populares como Nobleza baturra (1935) o la posterior Morena clara (1936), ambas protagonizadas por Imperio Argentina, cosecharon un éxito terrible llegando a competir incluso con el cine llegado desde América. Pero con la llegada de la guerra y el inicio del franquismo todo cambió. Casado ya con Imperio, viajó a Alemania, donde su fama hizo que fuera recibido por el propio Hitler (periplo en el que se inspiraría Fernando Trueba para rodar La niña de tus ojos en 1998). Allí rodó Carmen la de Triana y La canción de Aixa (1938). A su vuelta a España, y tras el fracaso de su matrimonio, rodó con Concha Piquer La Dolores (1940) y Cuentos de la Alhambra (1950), la última de sus obras valiosas, rodada poco antes de su retiro voluntario, pues nunca llegó a adaptarse a las exigencias de un régimen del que no era ferviente seguidor. También debemos enorgullecernos de Adolfo Aznar, aunque tristemente casi toda su filmografía se ha perdido. Nos dejó para la posteridad su obra de 1933 Miguelón o el último contrabandista, cuya figura principal fue interpretada por Miguel Fleta, el gran tenor aragonés. ¿Y qué me dicen del hijo predilecto de Bronchales, Clemente Pamplona Blasco? Si bien su carrera en el cine comenzó como guionista al ganar el concurso de guiones de Cifesa con Agustina de Aragón, pronto debutaría en la dirección con Pasos (1957), y alcanzaría su culmen en Don José, Pepe y Pepito (1960), protagonizada por Manolo Morán y Pepe Isbert. Otro que merece una mención especial es José María Beltrán Ausejo. El zaragozano comenzó su andadura en el cine como director de fotografía e iluminador, pero su genio no pasó desapercibido y el mismo Florián Rey lo reclutó para el rodaje de la versión muda de La hermana San Sulpicio (1927). Los azares del destino quisieron que fuera esta película también la que descubriera el talento de Imperio Argentina. Sería él mismo el primero en llevar en sus manos una cámara que permitirá rodar al cine español en sonoro, y aunque participó de una u otra manera en más de una veintena de filmes, su obra Besos en la nieve (1932) -en la que participa como director de rodaje y fotografíafue la más aclamada por la crítica por su gran ensayo de luz y contrastes.

Rodaje de ¡Ay Carmela! de Carlos Saura


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José Luis Borau recogiendo un Goya

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Estos y otros nombres marcarían una época en el panorama cinematográfico español e influirían en gran manera a muchos de los artistas que incluso han llegado hasta nuestros días. Uno de ellos es José Luis Borau, que fue un apasionado desde su juventud del séptimo arte, pasando tardes enteras viendo cine en las salas del paseo de la Independencia de Zaragoza. A pesar de que orientó muy tempranamente sus estudios hacia el Derecho, llegó a ser nombrado académico de la Real Academia Española, en el sillón B. Un enamorado del cine que nos dejó obras tan emblemáticas como Furtivos, que sería galardonada con la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de San Sebastián de 1975; o Tata mía (1986), con Carmen Maura y la incombustible Imperio Argentina, película con la que fue nominado al Goya al mejor guion. Aunque el galardón finalmente lo lograría en el año 2000 con su película Leo en la categoría de mejor director. También, la popular serie de televisión Celia emitida por Televisión Española en 1993, fue otro de sus éxitos y poco después en 1994 fue elegido presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas. Queda claro, pues, que estamos ante uno de los grandes del cine español, que desgraciadamente nos dejó en 2012. Otro de estos grandes nombres es el oscense Carlos Saura. Hermano del pintor Antonio Saura, en los últimos años se ha convertido en el más importante director aragonés vivo, además del realizador español más reconocido internacionalmente y uno de los cineastas de primera fila en la escena mundial. Ha recibido, entre otras, la Medalla de Oro de la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España, la Orden de Artes y Letras de Francia, la Orden al Mérito de la República Italiana e incluso fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza. Tiene en sus vitrinas varias medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos, el Premio San Jorge, más de una veintena de premios Goya, el BAFTA, el Premio del Jurado del Festival de Cannes, el Oso de Oro y Plata del Festival Internacional de Cine de Berlín, nominaciones a los Globos de Oro, Oscar de Hollywood y César francés. Como vemos, palabras mayores. Es dificilísimo destacar algo por encima de todo lo demás en su amplísima filmografía, aunque quizá Peppermintfrappé (1967), El jardín de las delicias (1970), Mamá cumple cien años (1979), Deprisa, deprisa (1981), Carmen (1983), El amor brujo (1986), o ¡Ay, Carmela! (1990) sean sus obras más importantes. Que no piense el avezado lector que cometo el sacrilegio de olvidarme de Luis Buñuel, sino que por su genialidad, he decidido darle un tratamiento aparte. ▶


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LUIS BUÑUEL

Fachada del pabellón cinematográfico “Farrusini” (Zaragoza)

El talento de un artista único en el mundo y considerado

por muchos como el mejor director de cine español de todos los tiempos, se merecía como mínimo que le dedicáramos un punto especial para él en exclusiva, y creo que todos los lectores estarán de acuerdo con nosotros en ello. Y es que no solo por su obra podemos señalar a Luis Buñuel como alguien único: su vida, la gente con la que tuvo el privilegio de estudiar, vivir y trabajar, y todo el mundo que lo rodeó, fueron sin duda factores que acabarían marcando fuertemente su obra. Luis nacería en 1900 en el humilde pueblo turolense de Calanda, lugar que él mismo definió como: «se puede decir que en el pueblo en el que yo nací, la edad media se prolongó hasta la I Guerra Mundial. Era una sociedad aislada e inmóvil, en la que las diferencias de clase estaban bien marcadas». Pese al hecho de que Luis nació en el seno de una de las familias más ricas de la burguesía aragonesa, y que le permitía vivir a caballo entre Calanda y Zaragoza,

esta cuna marcaría precisamente toda su obra. Este nivel adquisitivo le proporcionó la oportunidad de disfrutar, como vimos en artículos anteriores, de las proyecciones en las primeras salas de Zaragoza, como la de Farrusini, que describió como «una hermosa fachada con dos puertas, una de entrada y otra de salida, y cinco autómatas de un organillo, provistos de instrumentos musicales, atraían bulliciosamente a los curiosos». En este mágico emplazamiento sería donde Buñuel tendría sus primeros contactos con el cine, a la edad de 8 años, y aunque en su biografía no queda claro, la primera película de la que disfrutó parece que fue Fantasmagorie, del cineasta Émile Cohl. Sin duda alguna, esto influirá en su cine como lo hará su paso por los Jesuitas en Zaragoza. Allí demostró tener un gran talento para los números y las letras, y aunque sus notas eran excelentes, no lo era su conducta dejando claro desde la infancia que buscaba la libertad hasta el extremo de que acabó siendo expulsado del colegio. Irónicamente, este estricto orden de misa diaria y oración impuesta al


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joven Buñuel, se transformaría en una disciplina férrea en su edad adulta. No obstante, como él mismo señala, perdería la fe en Dios a los 16 años, desplazándola hacia otros caminos como el misterio, el azar o el surrealismo, llegando a definirse como «Ateo por la gracia de Dios». Todas sus experiencias con la Iglesia se ven reflejadas en la mayoría de sus filmes, donde vemos religiosos movidos por diferentes intenciones y un sinfín de objetivos. Pero sin ninguna duda, el factor que más marcará su carrera será su paso por la Residencia de Estudiantes donde compartió experiencias con los miembros de la Generación del 27, de la que se le considerará parte. Allí conoció a Federico García Lorca, Salvador Dalí, José Bello, Rafael Alberti, Jorge Guillén y Juan Ramón Jiménez, entre otros. Esta institución no solo marcó el devenir de Buñuel, sino el de toda la cultura española, y por ella pasaron ilustres como Severo Ochoa, Miguel de Unamuno, Manuel de Falla, José Ortega y Gasset, Pedro Salinas, e incluso Albert Einstein y Marie Curie, que dieron varias conferencias en esta institución. Pero fue la conferencia de Luois Aragon en 1925 la que motivó a Buñuel a abandonar Madrid rumbo a París. Allí fue acercándose cada vez más al surrealismo y se intensificó su pasión por el cine, llegando a ofrecerse a trabajar en cualquier labor a cambio de poder aprender más sobre este arte, lo que le llevó a desempeñar el cargo de ayudante de dirección en el rodaje de películas como Mauprat (1926) y La caída de la casa Usher (1928). Para esta época comenzó a hacer sus primeros cameos como actor, con pequeños papeles en Carmen (Jacques Feyder, 1926) y en La sirene des tropiques (1927). Todo esto le llevó a familiarizarse con el mundo del cine y desembocará en su primera película Un perro andaluz (1929), grabación en plena efervescencia del surrealismo, con imágenes que han quedado para la historia del cine (la cuchilla rebanando un ojo, por ejemplo). En colaboración directa con Dalí crea un guion que dará a luz a esta aclamada película, que fue un éxito entre la intelectualidad desde su primera exhibición. De hecho, le valió la entrada al grupo surrealista que se reunía habitualmente en el café Cyrano y, viendo el éxito cosechado, decidió volver a colaborar con su amigo Dalí para escribir el guion de la que será La edad de oro (1930). Por desgracia, esta última no fue tan fructífera, pues acarrearía el fin de la amistad entre Buñuel y Dalí. Esto es debido a que mientras Dalí disfrutaba de unas vacaciones, descubrió que Buñuel había acabado la película (una de las primeras películas sonoras del cine francés) gracias al mecenazgo de los vizcondes de Noailles, lo que hizo que Dalí se sintiera apartado del proyecto y, por supuesto, traicionado por su amigo. ▶

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Salvador Dalí, Moreno Villa, Luis Buñuel, Federico García Lorca y José Antonio Rubio


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En ese mismo año inicia su periplo por tierras americanas. Es contratado como observador para familiarizarse con el sistema de producción de cine estadounidense. A su llegada a Hollywood pudo conocer, entre otros, a Charles Chaplin. Apenas un año después volvió a Francia, donde se afiliaría al Partido Comunista francés (llegando a firmar un manifiesto contra Hitler), como varios de los componentes del grupo surrealista de la época. Buñuel queda muy marcado por su etapa francesa donde se impregnará del surrealismo en su corriente más pura, llegando a decir que «el objetivo verdadero del surrealismo era el de hacer estallar la sociedad, cambiar la vida». Y así lo intentó, haciendo suyo el escándalo, el cultivo de los sueños, la liberación del inconsciente, el amor libre, la escritura automática, el absurdo, el azar, e incluso el terrorismo cósmico. Eso sí, irónicamente no podrá dejar de ser tragado por el propio sistema al que intentaba desestabilizar, pues lo que conseguirá será lo que menos le preocupaba, el reconocimiento artístico y sociocultural. Con la proclamación de la Segunda República en España llega su película Las Hurdes, que también fue conocida como Tierra sin pan, un documento sociopolítico y antropológico sin parangón hasta el punto de que, poco después de la premier, el gobierno la prohíbe. Con la llegada de la Guerra Civil, se postula por la causa republicana y trabaja en la embajada de París, llegando a hacer sus pinitos en el mundo del espionaje, lo que le llevará a tener que regresar a América tras finalizar la guerra. Es esta, indudablemente, su etapa más prolífica de producción cinematográfica. Entre 1946 y 1964 Buñuel realiza 18 películas de un total de 32 que conforman su filmografía. Fue en México, y lo hace tras más de 15 años sin rodar. Sería precisamente ahora cuando logre un nombre, convirtiéndose en uno de los directores más seguros y económicos del mundo, rodando sus filmes con menos de 24 días de rodaje y apenas 3 o 4 de montaje, pues en realidad va montando la película mientras rueda o filma. De esta etapa podemos destacar Los olvidados, Susana, La hija del engaño, Subida al cielo, El río y la muerte, Archibaldo de la Cruz, Nazarín, El Ángel exterminador, y la célebre Simón del desierto, algunas de ellas consideradas aún a día de hoy como obras maestras del cine mundial. Esta es su época más grande, su etapa dorada como realizador, y en la que produjo sus mejores obras, aunque Tristana (1970) o Ese Oscuro Objeto de deseo (1977) fueron obras posteriores que están a la misma altura que las de su etapa mexicana

Retrato de Luis Buñuel

Aunque tuvo muchas obras de renombre como Los olvidados (1950), Nazarín (1958), o Viridiana (1961), sería El discreto encanto de la Burguesía (1972) la que le concedería el mayor galardón del cine. Fue el primer director español en conseguirlo. Aquel Oscar a la mejor película de habla no inglesa fue otorgado quizá como reconocimiento a toda su carrera o a todos aquellos que mereció y no ganó. La película debió ser rodada en España, pero la censura franquista no lo permitió y se acabaría rodando en Francia. Es sin ninguna duda una de las obras maestras del cine mundial y forma junto con La Vía Láctea (1968) y El fantasma de la libertad (1974), una especie de trilogía que ataca los cimientos del cine de narrativa convencional y el concepto causa-consecuencia, abogando por la exposición del azar como motor de la conducta y del mundo.


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Pero a finales de los setenta van muriendo sus mejores amigos, Man Ray, Calder, Max Ernst, Prevert, etc. Buñuel, poco a poco, se va quedando solo y deja de viajar temeroso de morir lejos del que se había convertido en su hogar mexicano. Esto queda acentuado a partir de 1977, cuando acaba su última película Ese oscuro objeto de deseo. La muerte le llegaría el 29 de julio de 1983 a causa de una insuficiencia cardíaca, hepática y renal, provocada por un cáncer. La última escena de su vida la pasó rodeado de su familia y los amigos más íntimos en la ciudad de México. Ese mismo año había sido nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza. Su muerte se llevó al genio más grande de la historia del cine español. Fue un incomprendido en la España de su época, y mucho más valorado fuera de nuestras fronteras. Tanto es así que uno de los más grandes directores de la historia del cine, Hitchcock, en cierta ocasión fue preguntado en un programa de televisión por los directores que más admiraba, cosa a la que respondió: «Aparte de mí, Buñuel». Sin embargo, por desgracia, Buñuel señalaba en su biografía que aquel “amor” no era correspondido, pues a él no le gustaba nada Hitchcock. Dicho esto y para concluir, habría que señalar su legado, ya que creó una escuela dentro del surrealismo, con temáticas que expresaron lo grotesco de las altas esferas hacia los más desfavorecidos. Todo ello lleno de actos hipócritas por parte de la religión, mostrándonos en pantalla el enigma del comportamiento femenino, y también supo llevar los sentimientos a flor de piel al caracterizar lo irreal en un filme, además de la agudeza para tratar lo subversivo, y manejar casi todos los géneros del cine con grandísima destreza. Nunca fue un hombre movido por el dinero, pues no lo necesitaba. Tampoco por la fama. Simplemente creó un cine que solo puede ser definido como “el de Buñuel”. Observará el lector audaz que me he vuelto a dejar en el tintero a nombres tan ilustres, como José Antonio Duce, Luis Alegre, Antonio Artero, Raquel Meller, Paco Martínez Soria, Marisa Porcel, Mª Teresa de las Heras, o José María Forqué. Pero, sintiéndolo en el corazón, es imposible hablar de todos y cada uno de ellos. He intentado, eso sí, poner en valor, aunque fuera tímidamente, la calidad y la cantidad de cine que nuestra comunidad ha generado, del que muy probablemente no tengamos constancia. Y es que, como dije anteriormente, Aragón es tierra de cine desde la cuna. ■

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DE ARAGÓN


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