Algo que será un libro

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Algo que serรก un libro

Sophie Tucker


Una primera página que invite a dejar este libro, a leer otros libros.

Una página que sea comentario a cierta opinión ansiosa, desenfadada o leve. Debe tener tanto de las palabras ajenas como de una aseveración personal esgrimida por quien haya escrito este libro. En ese sentido conservaría la subjetividad, inestabilidad, desparpajo de la argucia original. Si no, carecerá de consistencia como comentario y como página. Que se arriesgue incluso a ser tendenciosa, prejuiciosa, menos polémica que urdida gracias al capricho.

Una página que sea comentario de un comentario. Así, produce muchos otros casi hasta el hartazgo y la zozobra. No viene de más recordar que tales dardos posteriores son, también, la página. Deben serlo, pues una página se halla incompleta si no va acompañada de sus sobrantes, de la baba agregada por quienes la leen. O la oyen.

Escribir tres o cuatro palabras sin orden ni concierto sobre una hoja de papel que será página. Luego permitir a la hoja ser mojada por la lluvia o por esas salpicaduras, mezcla de agua y líquido limpiador de baldosas, que suelen caer desde pisos altos. Dejando que el papel se seque - o sin permitirlo - observar con esmero, leer el nuevo texto resultante de esta corrección literaria.


Una página ciega. O que no consiga distinguir a quienes elige observar.

Una página que cierre la boca en frente del dentista, lector o no. Sin importar si está prestándole atención o no.

Una página de madera o vidrio a la que limpian tras haber sido lavada y dejada como nueva hace tan solo diez minutos. Aseada después de estar limpia.

Una página que sirva como escoba para barrer encima de las camas.

Una página donde se puedan leer las obras completas escritas por Sócrates.

Una página donde se clasifique la comida por orden de edad.

Una página donde se encuentre la investigación científica acerca del Limbo y de sus consecuencias para el mundo.

Una página que sea carta. Y que se vaya convirtiendo, a partir de su lectura, en un sobre de carta.

Una página calcetín que sirva como pareja de un guante.


Una página donde se note toda la basura que anida o se incuba dentro de nuestros bolsillos. Donde se cuente cómo esa basura fue puesta en venta.

Una página que conteste cualquier llamado de nuestros padres.

Una página que cobije con denuedo los atentados al propio idioma como si fueran constitutivos del idioma mismo. Constitutivos fundamentales. Que esas afrentas sean un idioma fresco, recién desgajado de su árbol. Tibio entre los dedos.

Una página que filme el momento en que nos despertamos tras dormir un breve tiempo.

Una página que saque de la casa los muebles que necesitamos. Y que deje solo aquellos no necesarios.

Una página que deje de dormir de pie y duerma sentada.

Una página que finja no ser espía.

Una página que trote, sentada sobre una poltrona, mil doscientos metros.

Una página vestida con papel estampado, vivos colores, dibujos de mariposas y pajaritos. Metálica su contextura para resguardar en ella nuestro dinero.


Una página puerta que será usada como pared. Nunca la pared como puerta.

Una página para comprender a sus vecinas y a nuestros vecinos por medio de las mascotas que los acompañan.

Una página que se imagine ser - con probidad - el jurado de cierto premio no concedido. Ni a ella ni a otras.

Una página pide algo inusual – o ya, con franqueza, ilusorio – en la tienda que más frecuenta. Cabe advertir lo siguiente: la tienda se encuentra por fuera de la página.

Una página donde se lea el tierno mensaje de gratitud sincera dirigido a un enterrador, o aun maquillador de cadáveres.

Sobre esta página la respuesta al mensaje de cualquier índole hallado dentro de un libro, con preferencia si pertenece a cierta biblioteca pública. No importa si es el turno impreso de una entidad bancaria o el boleto de una rifa que caducó hace treinta años.

Una página que practica gimnasia durante las primeras horas de su propio dormir.

Una página mira fijamente a sus propios ojos. Sin cerrarlos. Ni parpadear.


Una página memoriza reglas ortográficas de lenguas muertas, o de un idioma abstruso, que resultan por completo inútiles para su propia lengua.

Página parecida a la de un diccionario. Se lee como si fuera una pieza dramatúrgica.

Una página menesterosa. Pide limosna solo a los limosneros.

Una página escrita de rodillas. O de espaldas.

Caracol marino, una página es acercada a la oreja. Y es oída.

Una página simula dormir mientras observa un film que, en apariencia, le gusta.

Una página que suponga estar retirada – hace poco – del oficio de astronauta.

Una página semejante a los dedos de los pies. Su evidente pero no fácil vínculo con otros dedos. Cercanía con las garras tanto de animal mitológico como de figura salvaje. Su parte de escamas. Su parte de alas. Poseedora de la obligatoria sinceridad inevitable en cada dedo, y del conjunto, cuando caminan los dedos o se exhiben. Su relación con la más inobjetable, irreversible desnudez. Desnudez en todo sentido. No solo la del despojo ni la de la vulnerable orfandad.


Una página que sea celos y celo. Muestra cómo existe un tipo muy sutil de mística (perseverancia, tozudez) en el celo de los celos. Y en cómo se separan los celos del celo. Para estos efectos la página enseña esta división típica entre sus dos capas de tela que parecían una sola. La manera en que se apartan. El confite, hecho con arroz oriental, se desliga de su envoltura. Tal envoltura puede también digerirse. (Llegados a este punto no se sabrá si semejante material y su textura son el celo o los celos). Así, las capas de tela de esta página. Degradación de los celos en celo, con la misma fortaleza que el celo se va perfeccionado en celos: idéntica rapidez y exactitud del desvirtuarse. Puede resultar útil aquí la comparación con una vela (esa vieja, gastada imagen de alta incandescencia solo cuando ya la parafina se está extinguiendo). Y otras, como la plenitud de oscuridad cuando faltan pocos minutos para que amanezca. Dedicación exigida por los celos. Su celo. Exclusividad agresiva que gimotea en el celo. Sus celos.

Una página escupitajo. Pero primero el contenido del escupitajo, que debe ser un líquido o un sólido no esperado: pequeñas rocas que se irán disolviendo, un jarabe ya vencido, la dulcísima infusión dispuesta por el ser querido con el fin de que pudiéramos quedarnos un poco más de tiempo brindándole compañía. Después, la calidad del escupir. Hasta dónde llega, si se pensó con antelación o se decidió mientras se ejecutaba.


Qué sitios recorrió. Cómo logró volar. O si, simplemente, descendió leve. Si la página tuvo que esperar a que nadie la viera para manifestarse. Si más bien brotó de su propia alma viscosa, como ciertos quejidos casi preparados. Si ha sido teatral o más bien espontánea. O si queriendo ser honesta, radical, como un argumento que se le hubiese ocurrido de repente a alguien, hubiera terminado por parecerse a un gesto escénico, a cierta réplica en medio del combate verbal más amenazante. Una tercera parte del escupitajo, de la página, dedicada al sitio donde se escupió. Debe ser extremo, o por lo menos drástico: un lugar que concentre la suma privacidad o el supremo exhibicionismo. Esta porción incluye el tragarse lo que se podría escupir o lo que al final no se escupe debido menos al pudor que a la pereza. Y aquellos momentos en que la página pensó responder como un buen esputo pero no llegó sino a unas cuantas palabras de desprecio.

Una página que sea la anhelada revolución. Y después de obtenida, cuando inicia su avance con débiles tentáculos de insecto, observar cómo

se impide a sí

misma, cómo se tulle por voluntad propia.

Una página que sea un secreto nunca revelado. Pero con la condición de no referir en qué consiste. Solo susurra que nunca fue dicho. Que se llame Greta Garbo. Todos saben de su encierro, exilio, misantropía. Alguien se anima a describir sus gestos, ademanes, malas caras, pero nunca – en ningún caso, ni siquiera por confianza con la misma Garbo – se sabe el porqué de esos comportamientos. Ni por qué se muestran de esa manera.


Una página que se vuelve loca aunque nadie lo note.

Una página que comete crímenes por cortesía. Y que roba de modo involuntario, también por generosidad.

Una página que fue infiel sin darse cuenta.

Una página que reparte correo y no tiene conflictos con Dios.

Una página que sea algún modo torcido de filosofía. Siente celos de sí misma. Se equivoca con frecuencia en la idea (no en la opinión) aunque acierta en su interpretación. Halla, al mismo tiempo, algo que estaba perdido y el acto de volver a perderlo. Es un levantar libre. Tal como existe la caída libre. Y el modo como se expone, siempre tan ajeno, tan alejado de lo que en un principio quería decir. Gresca entre unas aparentes buenas ideas y su coja, exhausta, inválida expresión. Porque eso, aunque no sea tal vez la poesía ni la literatura, es sin duda la filosofía.

Una página que detiene o reprime lo que debería expandir o dilatar. Bolsa transparente repleta de óleo naranja.


La clave no reside tanto en el color ni en el escándalo que provocará el óleo al ser vertido, o quizás estallado – tras las excesivas prohibiciones y regresiones – como en el acto mismo de estallar , de arrojarse por sí misma contra un muro o una puerta, sin pudor ni contemplación, logrando la posterior explosión. Un impacto táctil por encima del visual. Emoción breve, aunque inflada, sobre un sentimiento expandido pero famélico.

Una página como el viaje realizado por las palabras que un día, sin razón, termina siendo escritas. Cómo la distancia recorrida no debe ser en modo alguno similar a la del mensaje dentro de la botella arrojada al mar (prueba irrefutable de que la isla nunca estuvo desierta). Hoja de alto gramaje. Superficie adecuada para el recorrido. Y un esfuerzo de tal calibre que esas palabras fijas recorran un trayecto desproporcionado, inaudito. Que atraviesen tres continentes y lleguen a una pequeña habitación. Misma pulsión o mismo ímpetu debe aplicarse a la fuerza con al cual la página (es decir la autora de su propio escrito), otra vez, y sin razón aparente, pasa de la puerta hogareña a la de su vecino, un metro y medio de recorrido, toca a la puerta con franca convicción para entregarse como papel a la primera persona que atienda al llamado. Cómo compararemos este acto. Quizás sea conveniente usar, de nuevo, el símil de la botella. Pero bajo el siguiente procedimiento: una vez la página se ha escrito a sí misma y se ha introducido por sus propios medios dentro del recipiente, es enterrada en la playa. Y nunca, con el peso de ninguna excusa, debe ser tirada al mar.


Lo fundamental aquí es conservar la contundencia que, justamente, ha sido sepultada.

Una página que era reloj y se ha convertido en zapato. Cómo la calzan. Cómo empieza a tallar, a provocar una leve herida – no obstante dolorosa – en los dedos y al caminar. El pie se siente tal vez muy cómodo al principio, pero no olvidemos que esta página es un zapato singular. Lleva del bienestar al ardor, como sucede con cualquier relación entre seres humanos y relojes. Puede incluirse el hecho cierto, comprobable en piel, de que por ser reloj – pues nunca abandonará su personalidad primera – produce más dolor cuando no hay movimiento. Las roturas de ese zapato son, como sucede con todo reloj, internas. Cundo menos sus quiebres más notorios.

Una página que puede no estar en blanco, ofrecida en venta, trueque, comodato o parte de pago debido a alguna otra transacción comercial que ningún nexo guarda con lo escrito o dejado sobre su superficie. El precio deberá ser fijado por quien vaya a recibirla, no por quien la esté ofreciendo, para lograr una adecuada cercanía con el concepto de justicia. Lo más seguro es que las personas involucradas en este negocio se hallen, al final, por completo insatisfechas. Por lo tanto, y siguiendo con el cacareo de la justicia, una vez realizada la entrega, o cuando resulte frustrante, el hecho se debe consignar sobre algún flanco de la página. En calidad de certificación. Nótese que quedará

un

gran espacio, generoso, para registrar estas

consecuencias. Ese espacio espera algún desenlace. Sea cual sea.


Una página que hable de callar. Sube una gran montaña y, en vez del desahogo, de la acostumbrada y feroz gritería, se amordaza la boca con las manos, los brazos, un paño o cierta cinta adhesiva. Deja de decir lo que, desde la ambición inicial por trepar esa montaña, quería decirse a sí misma. Deseos de esta página por quedarse a vivir sobre la cima. Si ha callado con solidez, ¿ya para qué el descanso, para qué volver?

Una página oculta de modo tan milimétrico y obsesivo que logra ser puesta a la vista de cualquiera, sin temor a ser desenmascarada o revelada. Desposeída de toda señal, estará disponible para quien quiera observarla, aunque de seguro no producirá ni siquiera una leve curiosidad, ni de cerca ni de lejos. Tal su sinceridad, tal su sutileza. Puede alguien incluso tomarla, llevarla consigo y a la vuelta de unos cuantos minutos darse cuenta de que le estorba. Llevará agregado el hecho – la culpa – al fin y al cabo banal, de que los secretos enormes, los que valen por su peso, en realidad no parecen secretos ni a la tercera ni a la décima mirada. También señalará lo siguiente: existe un lazo, que en la mayoría de casos no pasa de una sola persona, establecido entre los seres humanos y ese secreto. Si lo es de verdad, estará oculto para quien lo administre y lo sepa. Saber que esta página es secreta es saberse a sí mismo algo sigiloso, privado. Ocúltese, del modo antes indicado, una idea.


Una página que se congele. Aunque haya sido líquida. O gaseosa. En el segundo caso el placer que hubiese despertado debe haber sido mayor, un goce simple pero con la precisión de quien guiña un ojo a voluntad y con destreza. Página que fue pompa de jabón. O página de humo. O que haya sido primero humo, azul, sinuoso y caprichoso, y después pompa. Que haya adquirido un pregusto de solidez tan efímero como el de la burbuja y luego hubiese realizado la ficción de desaparecer ante los ojos de su atento observador. Pues siempre hay observadores atentos para las pomas de jabón. En cuanto corresponde al primer caso – y aquí el verbo ‘corresponder’ juega un papel protagónico porque este tipo de experiencias ni se sueñan ni se planean – la página habrá sido agua, y si no cuando menos algo con la impostura y la generosidad espesa de un líquido que por necesidad recuerde al agua. De manera que estremezca a las yemas de los dedos de quien la va a leer. Y las arrugue. Y las deje yertas. Tiesas. Para que dé vergüenza beber. O tan siquiera humedecer. Un agua, una página de agua para dejar quieta. Sea en la segunda condición o en la primera, tendrá que verse cómo la página va endureciéndose desde adentro hacia afuera, cómo va creando unos filamentos inmóviles que surgirán por el detener los fragmentos que antes danzaron y se sacudieron a su aire. Las ideas de verticalidad y de horizontalidad por ningún motivo podrán faltar sobre esta página. Esa consistencia y esa quietud que irán expandiéndose desde el corazón y las entrañas del agua o del humo, terminarán por conformar primero, y por asegurar después, unas paredes que imiten la idea de un octaedro o de un cubo. Sin duda, será mucho menos atractivo ver a la página volverse un bloque, pero hay que tener en cuenta la condición inherente a todo manuscrito líquido o


vaporoso que, de pronto, por acción del viento o de la inercia, se torna sólido: es el único modo en que podrá ser leído. No en frío sino con detenimiento.

Una página puede volar. El problema no es que sea incapaz. Es que no quiere. O alguien no permite que ella quiera.

Una página cuyo contenido es una página que no se leerá. Las razones del lector o lectores para no leerla. Lo que le ocurre a la página en paralelo con lo que les sucede a sus lectores imposibles. Cómo evitar la lectura de esta página fue otra manera, tal vez oblicua, de leer.

Una página sentada espera a alguien. Tiene una caterva de asuntos por contarle a quien está esperando. Sabe: el tiempo del encuentro, si al fin se lleva a cabo, será breve. No va a decir todo lo que quiere. El aguardar de la página, pesado saco de lona sobre la espalda.

Una página compuesta por la agrupación de manchas que han dejado el tiempo, la molicie y el descuido sobre otra página que alguna vez fue blanca. Expuesta al rayo del sol o durante décadas sometida a la presión de las tapas de este libro o de las demás páginas, los distintos cambios de tonalidades sobre la superficie son ya, sin prisa, unas páginas nuevas.


Una página que existe solo por temporadas muy específicas, según ciertos – pocos- golpes de fe o de notoriedad. Tras estos sucesos, propiciados por divulgadores de todos los pelambres, esta página se apaga, agoniza, muere de nuevo. Casi no está viva. Casi necesitaría de personas o de otras páginas que crean en su existencia para que siga respirando.

Una página visitante ocasional de zoológicos. Contempla a sus pares, los animales más deprimidos.

No se tiene ni nostalgia de algo que hubiese sido esta página. Nunca auscultada sino rumorada. Construida a partir de anecdotarios. O de chismes.

Una página con heterogeneidad de bengala. Se aparta, brilla un poco, se apaga e intenta sostenerse durante décadas de aquél pasajero esplendor.

El hecho de que nadie la esté atacando es prueba reina de que esta página está amenazada. Quizá de muerte.

Una página que pueda flotar. No será leve porque terminará desplomándose, elegante, con una fina danza, hasta chocar tramo a tramo contra el fondo.


Hay que arrugar a la página, tras aplastarla, de modo que adquiera una complexión maciza, compacta. Imperioso: una vez convertida en esfera, por ningún motivo debe permitirse que la página flote moviéndose –hay que asegurar su quietud de cualquier manera posible, sea usando conjuros, advertencias, o reduciendo el líquido donde ocurrirá la flotación -. De lo contrario todo el trabajo se habrá perdido. Y la página con él.

Una página que sea un modesto golpe brindado sobre maderas, metales, fibras. A veces resulta ser la imitación de un puñetazo descabalgante que se aplica sin ton ni son. A veces es un remedo (con los nudillos o el dorso de la mano) de caricias. Hay golpecillos que intentan simular (nunca imitar) un ritmo, una especie de música elemental. No son propiamente ellos a quienes nos referimos. Es a otros impactos, más irresponsables, mucho más bajos, que carecen de timbre y frecuencia. Que ni siquiera tiene horarios fijos de aparición. Y sobre la página una pequeña mención, de idéntico tamaño al de los golpecillos, a la manera casi siempre amable en que son recibidos por todos.

Una página que sea la promesa de una página. Y que lleve en su interior los anuncios comerciales de entidades, almacenes y gentes de buena voluntad que hicieron posible no solo su publicación sino su forja.

Insecto muerto esta página. No aplastado. Ni víctima de una lluvia furiosa.


Sobre cierto tablón si arreglo serpeó y anduvo más días de los que tenía permitida su propia condición. La de efímero bicho olvidable. Cuando alguien la descubra pensará en que no hubo un accidente para ese fallecimiento, que la página solo se posó sobre la madera y estiró sus ínfimas patas para dar la impresión de adormilada. Quien primero la observe tendrá por segura su incapacidad a la hora de resguardar o de disecar el cadáver. Sería inútil. Superar tres largos días de vida es costosa proeza. Queda la constancia de que, durante algún momento, la página pudo elevarse.

Una página que contenga un texto compuesto por una sola letra. Puede estar repetida sin descanso del principio al fin. El último renglón debería ser blanco para no fatigara quien lea estas series e insistencias. De cuando en vez las reincidentes ringleras del vocablo coincidirán con grupos de números pares sólo para despistar a los fanáticos del orden. Del gran orden. En cuanto a los deptos. Al orden menor la letra va procelosa, partiéndose en porciones de números impares y pares, al mismo tiempo. Nunca deberá concluir en un número redondo. Es la letra elegida, sea vocal, consonante o una mezcla enrevesada de las dos que nunca falta - , quien debe manifestar y ostentar redondez. Porque una letra delgada siempre es de mala suerte. Además no puede repetirse.

Una página de polvo. Soplamos sobre ella. Sus partículas no solo no huyen sino que se hacen más consistentes.


Una página con pelos como cerdas, filamentos, clavos. Una página poseída por histéricos ataques de tos.

Esta página se va ensanchando mientras continúa desvaneciéndose.

Una página durmiéndose durante prolongados periodos de ruido. Un sueño de doce a quince días continuos. Presa de insomnio casi eterno cuando todo a su alrededor es silencio.

Una página en clave. Tal clave, inextricable justo por ser solo una mancha con cierta proporción cuyo autor – si así pudiera llamársele – desparramó por descuido, sin pretensión interpretativa.

Página escrita en braille para personas que no son ciegas. Solo se comprende con el roce de los dedos – y de los ojos – sobre ella.

Una página fue vuelta pedazos en el momento de abandonar su largo monólogo exterior.

Una página que cuenta los minutos pero le queda difícil, casi imposible, calcular las horas. Piensa que los segundos, incluso las milésimas de segundo, no existen.


Cierta página no puede duplicarse cuando se enfrenta cara a cara con un espejo. Un espejo cualquiera no termina nunca de duplicarse, en una enferma profusión, cuando su cara tropieza contra cierta página.

Una página favorita de su autor se vuelve la elegida exclusiva de sus lectores. La aíslan, destierran y condenan al publicarla exiliada del libro al cual pertenece.

Una página cuyos subrayados (con precisa tinta roja) se ubican en los espacios blancos entre renglón impreso y renglón impreso.

Cientos, tal vez miles, de páginas unidas con premura para que cupiera sólo un milimétrico vocablo.

Una página extraviada cuyo contenido al único que no le interesa en verdad es a su propio dueño.

Una página escrita con saliva, borrada con grafito o tinta.

Una página contratada desde el extranjero para trabajar dentro de un libro. Su labor fundamental consistía en decir siempre la palabra no.

Nunca fue leída aquella página. Porque no concluía.


La página de salida era la misma para entrar. Nada ocurría desde el momento en que se entraba hasta el momento de salir.

Una página que ofrece un producto inexistente. Imprudente detalle: no menciona quién lo fabrica, ni cuánto vale.

Una página confunde su uniforme del diario con el de deporte. Y piensa que es su uniforme de gala.

Una página hecha con la materia de los sueños cuando no se cumplen.

Una página sellada con tres candados y varias cadenas. Protegieron tanto la fachada que su base, como raíces, terminó pudriéndose hasta abrirse paso por completo y caminar.

Una página que entra a cierta academia para formarse como policía.

Una página se enfada cuando la leen pues dejan de observarla.

Página de alambre con óxido que imagina ser un gran cercado. Y su ufanía de ello delante de las otras.

Una página que toma fotografías solo de sí misma, no por estar convencida de su belleza sino porque ignora que pueda tomar instantáneas a otros.


Una frágil página poblada de ilustraciones teme ser asaltada por las que solo tienen palabras.

Una página adicta a los índices y listas. Calma su vicio repitiéndose a sí misma, entre vociferaciones, una y otra vez.

Página de antes, sin párrafos separados ni signos ortográficos, es invitada a una fiesta de páginas sofisticadas, ampulosas y ligeras. Evita, personales estrategias que desconocemos, pasar a la pista de baile.

Una página de baba visita con frecuencia talleres de soldadura autógena.

Una página muerta, y sepultada, que alguien traduce de repente en medio de cierta borrachera.

Una página que es hoja de respeto, y por tanto debe permanecer sin tocar ni mirar, estaba infestada de anotaciones pasajeras y dibujos fugaces. Además de mantenerse sucia por continuos manoseos. Hablaba poco. Siempre estaba de mal humor.

Una página de pelusa. Sus sueños de independencia.


La página del Código de Procedimiento Civil que siempre ha envidiado a los vidrios empañados de automóviles donde los niños dibujan con los dedos.

Una página sin puntos ni líneas deambula entre los vientos, sobre una cordillera.

Una página que no respeta sus márgenes pues se los trazaron tenuemente con un lápiz sin afilar. No alcanzó a verlos nunca.

El aroma de una página se presentía desde lejos (olor a un jabón barato con el que se refregaban pisos, idéntico al de unas flores de monte traídas sin permiso a una ciudad) pero nadie conseguía observarla.

La solución para una página cortada en cinco largas tiras fue conseguir unas tijeras muy filosas y dividirla en diez y veinte tiras más.

Una página del catecismo que se cree billete de alta denominación.

Hasta que parió a un hijo la página no había notado que estaba hecha de papel. El hijo aquél exigía un cuidado riguroso y continuo, lo cual terminó por extenuar a su madre, a quien se veía con los bordes ajados.

Una página laberíntica quiere aliviar el sufrimiento de uno de sus lectores. Acude hasta él y toma la decisión de volvérsele otro sufrimiento para consolarlo.


Una página usada como explosivo de reserva, con capacidad para destruir filas enteras de edificios altos.

Una página escrita cuyo autor pensaba simplemente imaginada.

Una página fruta, con áspera cáscara, pulpa agridulce y pepas. Comerla no es leerla sino escribirla.

Una página que se desgaja en lágrimas solo para lograr reír a borbotones.

Una página que destila venenos mortales aunque leída como bálsamo purificador. Incluso trozos de ella sirven para frotar sobre heridas y llagas.

Matrimonio de una página doblada en su esquina con un marcador de página hecho de bambú muy delgado.

Una página que llegó tarde a consultar el Oráculo de Delfos, pese a alegar que le estaban puliendo el mármol Reclamó atención a grandes voces. Como siempre, el Oráculo calló.

Una página de pixeles a la que tuvieron que inventarle migas de medialuna y de pan electrónicos para ser arrojados sobre ella.


Una página fabricada en un telar. Sus hilachas y salientes es lo único de ella que puede leerse.

Una página adivinada hace dos siglos aun no encuentra quién la escriba.

Una página enferma de frío y timidez que necesita cubrirse con gruesas páginas de piedra y con mantos de niebla espesa.

Una página para colgar las llaves. Las llaves también son páginas. No hay puerta para ellas.

Todos la admiran como lienzo pintado con acuarelas, pero no alcanzaron a notar su auténtica constitución: una ancha hoja de papel barato que resguardaba en su interior enormes parrafadas repletas de errores ortográficos y sintácticos.

Una página maquillada con tareas urgentes que nunca se llevaron a término. Aun destila un tenue brillo parecido al de una linterna diminuta.

Una página de periódico nunca leído casa a la perfección con la de un periódico que se está redactando ahora mismo pero que no podrá salir a la calle debido a la falta de presupuesto de sus redactores.

Una página aguja, hecha de tela.


Una página derrocada por sus notas al pie en asocio con sus paréntesis.

Una página que no saludaba a nadie. Cuando la iban a pasar extendía los brazos, manoteaba y aullaba tanto como podía.

La hija de la última página de Moby Dick siempre llega tarde a las citas, pillada por las lluvias. Sus inoportunas excusas nos hacen reír a todos.

Una página que es la suma de respuestas a una sola pregunta, todavía desconocida incluso para ellas mismas.

Una página de prueba cuyo único destino fue ser doblada para dar paso a oteas mucho más endebles.

La página arrojada desde la ventana de una casa con un solo piso no ha terminado de caer.

Una página domesticada sin ayuda de domadores. No obstante, de vez en cuando necesita que le amarren un lazo al cuello para evitar fugas inesperadas.


Una página que se vuelve vieja cuando la leen y rejuvenece cuando la ignoran.

Una página que asistió colorida a su propio sepelio, donde todos los demás estaban vestidos de riguroso luto negro. La página era negra de nacimiento.

Era imperioso asear a una página día por día. Someterla a prolongadas duchas frías, secarla dos, cuatro veces. Por más que el agua le pasaba o le caía, sus letras aun no brotaban.

Una página se aficiona a comer hojas de papel.

Una página envejecida, vestida de joven, no para de imitar a los jóvenes sino a la mayoría de páginas viejas que se cubrían con ropas de gente menor.

Una página asistía puntual a su oficina de páginas hasta que fue advertida de ser la más importante, la más subrayada y citada. Así fue como nunca volvió a llegar temprano; su temperamento se tornó confuso, además de imponente. Un día, confiada, no volvió a aparecer cuando alguien abría el libro al cual pertenecía.

Una página con señales de caducidad; la más notoria era una cruz dibujada de costado sobre su frente.

Una página cadena cuyos eslabones se encontraban rotos, separados.


Página mural. Pero no sobre una pared, pues la que le correspondía fue demolida a tiempo.

Una página con hambre que de repente, por un accidente necio, notó que durmiéndose podía burlar su necesidad de comida. Pronto empezó a indigestarse de sueño hasta que un día ya no despertó.

Una página adhesiva que no pudo despegarse de quien la hojeó por casualidad. Terminó por convertir a su lector en página.

Una página que saludaba eufórica a su lector, pero este pensaba que ella lo estaba despidiendo.

De tanto ser citada por los profesores aquella página termina por deteriorarse.

Una página de papel casi transparente. Provoca fuego útil.

Una página rasgada por sus propios dedos. Sus fragmentos luchan por juntarse.

Ni siquiera la grapa que unió a la fuerza a un par de páginas logró hacerlas conversar.


Una página que tragaba, feroz, las líneas que le trazaban con gran inocencia.

Una página que no se conforma con los poliedros que lleva estampados. Quiere poseer el lujo de las circunferencias borroneadas a las malas, los manchones de tinta que suelen dejar las plumas.

Una página digerida sin morder. Se volvió himno, y la desperdigaban como si estuviera fabricada con agua.

Una página embudo del revés. Lo ancho para quien la tomaba. Lo angosto para quienes recibían los rezagos de aquella práctica. Tenía una extraña forma de trompetilla.

Una página arrancada con rabia es añadida, entre las peores improvisaciones, a un libro famélico y repleto de polvo.

Una página en blanco, como el mapa de Carroll, a la cual era simplísimo traducir.

Una página que fue avión de papel, servilleta, papel de cigarrillo fumado, pequeño volante callejero (susceptible de hundirse entre alcantarillas), envoltorio de aguacates, efímero cartel pegado a un poste, y que seguía en pie, lastimada, pese a todo.


Una página a la que le rezan aunque hasta la fecha no haya efectuado un solo milagro.

Una página vencedora que siempre se le escapa de las manos a quien intenta asirla.

Una página oculta tras el seudónimo de Libro.

Cuando crezca, este libro quiere ser página.

Una página forjada por el cuchillo de Lichtenberg. Sin contenido, nadie se atrevió a fabricarla.

Una página como lugar del crimen.

Una página usada como envoltura de una página que era envoltura de cierta página que envolvía a una página cuyo único servicio era envolver a una página que trabajaba envolviendo a una página para envolver solo a una página.

Página palabra que interfería, grosera e inescrupulosa, en las tranquilas conversaciones de otras.

La página de un clásico que no lograba suicidarse debido a su inmortalidad.


Una página corregida que pronto se fue de su casa paterna a buscar libertad e independencia.

Una página manca que no oía y era ciega de nacimiento.

Una página a la que buscaban infructuosamente. Por el camino, mientras la búsqueda se llevaba a cabo, los investigadores iban hallando páginas mucho mejores que ella.

Una página perteneciente a cierto libro de poemas. Si no rebotaba se volvía boomerang.

Una página acaudalada de modo ilícito.

Una página que le sirve como mecanismo para borrar a un lápiz. Puede escribirse con ella.

Me afirmarás tres veces antes de que cante la página.

Una última página. Donde, en realidad, todo iniciaba.



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