El regreso El hombre regresaba a su casa, desde el aeropuerto, donde le anunciaron que su viaje a Madrid no corría. Desencantado por un lado, pero alegre por otro, al fin y al cabo, volvía a su casa, a sorprender a su esposa y cenar juntos y contentos. Al bajar del taxi, le sorprendió la luz prendida del dormitorio, que daba a la calle. –“Se desveló”- pensó el marido y entró sin anunciarse…. La madrugada estaba fría y se oían los perros ladrar a lo lejos. El pensó preparar unos mates y llevárselos a la cama sorprendiéndola. En silencio entró a la casa y se dirigió a la cocina. Los rumores de la noche eran testigos de sus movimientos. Llenó la caldera y encendió el fuego, puso yerba en el mate y un poco de agua. Volvió a su lugar las cosas antes de encarar hacia el dormitorio. En el momento en que se acercaba a la puerta del dormitorio, el sonido de su interior lo calló el chillar del agua hirviendo. Desde el momento en que vio la luz encendida, lo supo, supo que tendría que enfrentar la realidad que lo esperaba detrás de la puerta de la habitación. Lo demás ya no importaba. Estaba dispuesto a afrontar las consecuencias. De eso se trataba la promesa que había hecho tiempo atrás. Y había llegado el momento de asumirlo.
La pregunta era, ¿cómo?, ¿cómo lo haría? Necesitaba un plan… Y debía ser un plan que no fallara. Y sabía dónde se encontraba la respuesta… Algo (o alguien) le sugirió que no fuera tan convencional ni estructurado. Una forma de lograrlo podía ser no tomar como real cualquier cosa que se le presente. Era demasiado evidente no saberlo pero, a esa altura, que importaba en ese momento. Sorbió el mate, ido, y de pronto, una extraña alegría lo inundó. Mi casa, se dijo murmurando: ¿he regresado! Apagó la luz del dormitorio, recorrió la casa. Cada paso por ella le devolvió un trozo de su alma. Aunque algo más allá de la luz, más oscuro que sus pasos, despidió un perfume que lo inquietó. Estoy, se dijo con autoridad y se regodeó en esa idea como si su casa fuese un tapado de piel que lo abrigase prematuramente, luego de tan extenso y agotador viaje como para estar ahora tramando intrigas. Se cebó otro mate y se dejó llevar por los paisajes que el vapor del agua caliente dibujaba sobre el mate. Pensó que había entrado a esa habitación tantas veces transitada. Son esos juegos mentales que muchas veces la conciencia permite y dejamos al azar… La pregunta es ¿vale la pena?... “Todo vale la pena si te hace reir…” Me enamoré de su sonrisa y ya nunca más lo pude hacer de nuevo. Otras mujeres me harán feliz, eso yo lo sé, pero ella será por siempre “la mujer de mi vida…” Eso pensaba de adolescente pero dicen por ahí que el tiempo lo cura todo, y entonces encontré en mí esa sonrisa, fue ella quien me la dejó, me hizo descubrirme, me transformó. Y no sería lo mismo si la volviese a ver, si la
volviese a tocar, es mucho más satisfactorio su recuerdo, la reproducen como yo quisiera que fuera. Por vez primera ya no me dolería tanto su ausencia, el tiempo borraría sus últimos vestigios, ella estaba plasmada en papel y sólo me aquejaba el recelo a compartir su recuerdo. Su presencia es real. Su sonrisa se multiplica en mi recuerdo en el papel, en el aire, como un fractal de felicidad infinita. Me llena, me inunda y me veo sonriendo, tarareando cualquier música con sincero y esperanzado optimismo. Desde esa sonrisa, algo, todo…puede cambiar. Música es su ser presente en mi memoria, sus ojos están vívidos de tantas vivencias compartidas. Es inherte, complaciente, pero su sonrisa roba atenciones, se dispara como luces de imágenes que proyectan otro futuro, mi futuro, el de muchos y con su espiritualidad se alimenta un niño, un joven, un adulto y todo peregrino que recorre el camino. Es luz, es música que representa un todo armonioso, es figura y es genio… No obstante, todo transcurrió muy rápido. La reflexión llevó segundos. Pensándolo mejor, la reflexión faltó, fue puro impulso. Las proyecciones de futuro no existieron, todo se disipó en ese instante, acaso fallido… Sopesando la idea de haber fallado, decidió darle un giro a su vida. A partir de ese momento no volvería a ser el mismo, y todo a su alrededor cambiaría junto a él. Sin embargo, en ese momento comenzó a dudar, quiso volver hacia atrás pero no podía y lo sabía. Debida afrontar lo ocurrido, aunque la duda lo carcomiera. Y afrontó esa realidad, miró para adelante y siguió su camino. Pensando que se hace camino al andar.
No es nada pensó el hombre “chancho flaco sueña con grandes maizales”. Confrontó su rostro en el espejo y vio al conejo de Lewis Carroll. Tel visión no pudo más que turbarlo, pero había llegado la hora y eso era tan evidente como la tormenta que en ese mismo momento se estaba desatando afuera, en el exterior de su pequeño refugio. Cerró las ventanas, se preparó un café, agarró ese libro que tan hojeado tenía y se dispuso a esperar. ¿Esperar qué? ¿Qué la tormenta termine? ¿Qué ella volviera? ¿Qué la vida pasara? ¿Cuánto duró? No se dio cuenta todo el tiempo que había pasado. El café se había enfriado y él seguía allí aun. Afuera el viento arreciaba aún más. A lo lejos una luz le llamó la atención y lo volvió a sus pensamientos. Pensamientos que lo envolvía como un torbellino. Como un autómata abrió la ventana. Por la ventana entraron historias, tantas historias que no supo como guardarlas sin que se mezclaran. Fue ahí que se dio cuenta que era necesario primero abrir un libro y apenas lo hizo, cada relato se ordenó en la página correcta. Y así fue que nació el primer libro, con el viento. Las páginas pasaron y las historias se multiplicaron hasta que llegó un día donde en el libro no quedaba espacio. Ahí, en ese momento se pensó en varias soluciones a ese gran problema donde dejar las historias plasmadas, ese día un niño tiró una idea alocada y si las guardamos en una computadora, entonces… Las ideas se fueron acumulando en la computadora, y casi sin querer una historia se fue formando. Y así su obra creció y se fue formando un libro con todas sus experiencias.
Con todo lo que sentía y con todo lo que veía. Lo que fue aprendiendo todo quedó registrado allí, pero como todos sabemos nunca dejamos de aprender… Pero la experiencia desbordó a la computadora. Esta no la pudo apresar y hubo que registrarla de otra manera, en un nivelo de memoria y emoción conjugados, pero que tampoco era posible escribir… Porque cada vez que lo intentaba surgía inexorablemente el deseo del olvido, de sumirse en sueño, en sueños donde ni los huesos se sintieran y el paso de las horas ya no tuviera importancia para ninguno de los dos. El silencio, el frio, esa lamparita incandescente titilante le rememora otros tiempos. Insiste en mezclar todo otra vez. Esperará tranquilo, sabe que vendrá a su encuentro, lo sabe porque siempre fue así. Pero las horas pasan… No así las hordas del tiempo que, en orgías sexualgesimal, pueblan de instantes no tan distantes. El cerebelo que, ante tanto determinismo convencional, se rebeló velando por aquel velero llamado libertad que tanto asqueó al aqueo JoseluisPeracles, hijo de (Tierra del Sol), cuyo nombre significa “Gloria para la pera”, que tontamente creyó que en los niños estaba la verdad, cuando se sabe que no es así, pues Jesuquiste (en) Supedestal supo decir: “yo soy el canino, la verdat y ladren los persas”.
Entre tanta reflexión, café, mates, tiempos, sueños y divagues recordó que no era escritor ni coleccionista de historias, no tenía problemáticas en vidas pasadas y que si bien no había estado enamorado tampoco le gustaba mucho la sonrisa de esa mujer.
Simplemente se había quedado con ella por el exquisito arroz con leche que preparaba. Ese pensamiento le dio hambre, se dirigió a la heladera en busca de algún refrigerio. Y ya bien entrada la tarde, cayó en la cuenta que había perdido todo el día sin resolver ese asunto tan importante para él. No perdería más tiempo, dejaría todas esas distracciones a un lado y pondría manos a la obra ya mismo sin perder un solo instante. Abrió la heladera lleno de decisión y entusiasmo. Cuando inesperadamente escuchó el ring ton alocado de su teléfono celular. Sabía. Se trataba de su mayor invento. Y estaba siendo activado desde otro tiempo. Los nervios lo invadieron ¿Habré cambiado mucho? ¿Estaré volviendo para enmendar algún error que cometeré? Entonces corrió hasta el sótano, movió un cuadro, digitó en la pared algo que podría ser un código de acceso, y, desde el suelo, una plataforma comenzó a elevarse. En el medio, algo que parecería un ropero. ¡El ropero del viaje en el tiempo! Ya había pasado el minuto que dura el proceso. Y se abre la puerta, en eso que la habitación se llena de vapor, se ve una figura ¿quién es? ¡Obdulio! ¡Capitán! Las preguntas surgen en mi cabeza ¿por qué él? ¿qué significa? Obdulio me habló en inglés. No entiendo por qué. De pronto me canta un blues, guitarra en mano. Le pregunto qué hace, que dónde está la pelota, la copa, pero pronto me doy cuenta que algo ocurrió, que estamos en 1950 pero no es Uruguay. Obdulio es Obdulio pero no es el que creo conocer. Termina su canción, algo triste y agarra un botella de whisky, toma del pico y me cuenta una historia.
Obdulio comenzó a contar una historia que parecía irreal pero muy interesante, algo le entendía su inglés. Me habló de un viaje a Portofino, un pueblito italiano, un pueblito soñado. Donde los tiempos no se perciben, no hay prisa, mas las novedades se suman y nos aniquilan de un plumazo. Estamos enraizados pero de paso. Y anocheció nuevamente… Con los pies en la tierra y la mirada en el cielo avanzar, seguros de ser y estar en el momento exacto. Pero el silencio se siente abrumador. Ella con su corazón desecho por el llanto y la tristeza. Un simple viento que acaricia su tersa cara. Se echa al vacío pidiendo auxilio por esa alma en pena. Que sólo el amanecer la hará crecer. El hombre bajo la sábana de su casa se dio cuenta que no era el que estaba ahí, que se había olvidado en el aeropuerto, que era como los aviones que llegaban y partían, iban y venían. Siempre de paso, generalmente en el aire, ocasionalmente en la tierra, sin ser de aquí ni de allá. Luego se durmió, pero nunca soñó. Le pareció escuchar risitas…. ¿Se había dado cuenta que no viajé?. -No. Eran dos risas distintas, Abrió la puerta del dormitorio… Un rayo no hubiera sido tan efectivo: Sobre la cama, una pareja, se separó, consternada… El testigo deseó la muerte...