paul krugman desarrollo geografia y teoria economica

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DESARROLLO,· GEOGRAFÍA Y , , TEORIA ECONOMICA KRUGMAN


CONTENIDO

Prefacio

Publicado por Antoni Bosch, editor Manuel Girona, 61 - 08034 Bilrcelona Te! (93) 205 26 06 - Fax (93) 280 48 02 e-mail: antonibosch .editor@bcn.servicom.es http://www.seker.es/insite/antonibosch Título original de la obra:

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La caída y el resurgimiento de la economía del desarrollo

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Geografía perdida y encontrada

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Modelos y metáforas

Oevelop111e11t, Geogrnphy, n11rl Eco110111ic Theory

© 1995, Massachusetts lnstitute of Technology © edición en castellano: Antoni Bosch, editor, S.A.

Apéndice

ISBN: 84-85855-82-5 Depósito legal: B-4.190-1997

Notas

Dise!io de la cubierta: Compa!iía de Disei'\o llustración de la cubierta: SuperStock

Bibliografía

Fotocomposición: Alemany, S.C.C.L. Impresión: LiberDuplex Encuadernación: INRESA

Índice analítico

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito del editor.

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LA CAÍDA Y EL RESURGIMIENTO DE LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO

Un amigo mío, que combina su interés profesional por África con la afición a coleccionar mapas antiguos, ha escrito un ensayo fascinan­ te sobre lo que él llama "la evolución de la ignorancia" sobre África. Este ensayo describe la evolución de los mapas europeos del conti­ nente africano desde el siglo xv al x1x.1 Cabría suponer esta evolución corno un proceso más o menos li­ neal: a medida que el conocimiento europeo del continente avanza, los mapas son más precisos y detallados. Sin embargo, no fue así. En el siglo xv los mapas de África eran, corno es de esperar, inexactos en las distancias, en el perfil del litoral y demás. Sin embargo, contenían bas­ tante información sobre el interior del continente, basada esencial­ mente en relatos de viajeros, de segunda o tercera mano. De este modo, los mapas mostraban Tornbuctú, el río Níger... Hay que admi­ tir que también contenían mucha información falsa como, por ejem­ plo, leyendas sobre regiones habitadas por hombres que tenían la boca en el estómago. A pesar de todo, a principios del siglo xv, África apa­ recía en los mapas europeos corno un espacio lleno. Con el tiempo, el arte de la cartografía y la calidad de la informa­ ción utilizada para elaborar los mapas mejoró mucho. El litoral de África fue explorado y luego dibujado cada vez con mayor precisión y, en el siglo XVIII, ya se mostraba con una forma esencialmente indis­ tinguible de la de los mapas actuales. Las ciudades y pueblos a lo largo de la costa también aparecían representados con gran fidelidad. Por otro lado, el interior se vació. Las criaturas míticas y sobre­ naturales desaparecieron, pero también lo hicieron las ciudades ver-


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daderas y los ríos. En cierto sentido, los europeos se volvieron más ignorantes sobre África de lo que lo habían sido anteriormente. Lo que sucedió resulta patente: los avances en el arte de la carto­ grafía elevaron el nivel de exigencia para lo que se consideraba infor­ mación válida. Los relatos de segunda mano del estilo de "seis días al sur del final del desierto se encuentra un gran río que fluye del este al oeste", ya no se consideraban soportes válidos para dibujar un n1apa. Sólo se tenían en cuenta las características del paisaje que habían sido descritas por informantes considerados dignos de con­ fianza, equipados con sextantes y compases. El interior del continen­ te africano, que en los mapas antiguos aparecía lleno, aunque impre­ ciso, se convirtió en el "África oscura", un espacio vacío. Naturahnente, a finales del siglo XIX el "África oscura" ya había sido explorada y trazada con precisión en los mapas. Por último, el rigor de la cartografía moderna proporcionó 111.apas mucho mejores. Sin embargo, durante un extenso periodo la mejora de la técnica car­ tográfica condujo a una cierta pérdida de conocimiento. Pero no se preocupen ustedes. Aunque haya puesto la palabra "geografía" en el título de estas lecciones, éstas no van a tratar sobre car­ tografía, o, por lo menos, no sobre la clase de mapas que se pueden col­ gar en una pared. De lo que voy a hablar es de la evolución de las ideas en economía, concretamente, de la historia de dos disciplinas relaciona­ das entre sí: la economía del desarrollo y la geografía económica. Claro que hacer economía o realizar cualquier otra form.a de indagación intelectual se puede ver corno una especie de cartografía. El teórico de la economía está en posesión de cierta información, de la cual una parte son datos sólidos, equivalentes a los aportados por los hombres con sextantes, mientras que otra parte es anecdótica, equivalente a los relatos de los viajeros. De esta mezcla de informa­ ción más o menos exacta, junto con las creencias a priori que se utili­ zan corno complemento cuando falta información o, en algunos casos, para desautorizar la inforn1ación de dudosa validez, el teórico intenta formarse una imagen de cómo funciona la economía.

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Pero ¿cómo completar esta imagen? En estas lecciones voy a pre­ sentar una interpretación de la evolución de las ideas en los campos de la economía del desarrollo y de la geografía económica. Voy a argumentar que en cada uno de estos campos, entre los años cuaren­ ta y los setenta, hubo un ciclo de alguna forma parecido al que el per­ feccionamiento de las técnicas cartográficas provocó en el conoci­ miento europeo de África. Una mejora en los niveles de rigor y de lógica llevó a un nivel superior de comprensión de algunas cosas, pero por algún tiempo condujo a ignorar áreas a las que el nuevo rigor técnico aún no había llegado. Áreas de investigación que habían sido abordadas en el pasado (aunque fuera de forma imperfecta) se convirtieron en espacios en blanco. Sólo gradualmente, después de una larga espera, esas regiones oscuras fueron exploradas de nuevo. ¿Por qué he escogido estas dos disciplinas? Primero, porque poseen una base intelectual común. Tanto la economía del desarrollo corno la geografía económica experimentaron un florecimiento des­ pués de la Segunda Guerra Mundial, apoyándose en la misma intui­ ción: la división del trabajo se ve limitada por el alcance del merca­ do, pero el alcance del mercado, a su vez, también se ve afectado por la división del trabajo. La circularidad de esta relación significa que los países pueden experimentar una industrialización autoreforzada (o dejar de industrializarse), y que las regiones pueden experimentar una concentración en el espacio autorreforzada. Sin embargo, lo que �incu�a la teoría del desarrollo a la geografía no es sólo el conjunto común de ideas que ayudaron a motivar ambas disciplinas en un momento de su historia, sino el problema _co�1creto que, como voy a defender, hizo que ese conjunto de ideas fracasara en su intento de formar parte del núcleo central del pensa­ miento económico. ¿Por qué los economistas rechazan algunas ideas? Para muchos, la reticencia de los economistas académicos a tornarse en serio ideas que parecen perfectamente razonables, corno por ejemplo la teoría de John Kenneth Galbraith sobre el nuevo estado industrial, o las ideas


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de George Gilder sobre riqueza y pobreza, resulta insufrible. No pue­ den entender en qué se basa. ¿Por qué un argumento escrito de forma convincente, respaldado por observaciones tanto actuales como his­ tóricas, no es suficientemente bueno? No es nada infrecuente que algunas personas que tienen opiniones firmes sobre economía se sientan frustradas y atribuyan la falta de voluntad de los académicos ortodoxos para escucharlos, a ellos y a otros corno ellos, o bien a su negativa a considerar ideas que no vengan de otros académicos y no estén expresadas en la jerga adecuada, o bien a razones ideológicas. Pero la verdad es menos simple. Los economistas, como todo el mundo, tienen sus sesgos políticos, pero éstos no suelen tener una influencia tan grande sobre lo que están dispuestos a escuchar como podría pensarse. Se podría suponer que economistas claramente pro­ gresistas como, por ejemplo, James Tobin, serían por lo menos bene­ volentes con las opiniones de economistas radicales inspirados en Marx, o de pensadores corno Galbraith. Después de todo, en disci­ plinas corno la historia y la sociología, los pensadores marxistas o posrnarxistas hace mucho que r_eciben una atención respetuosa. Y, sin embargo, vemos que no es así: los economistas _ n:�gresist�� son casi tan tajan!es_ c�1:10 sus colegas conservadores en condenar por.absur­ das las i1eas het�rodoxas de izquierdas -precisamente fue Robert Solow, no Milton Friedman, quien defendió la ortodoxia en la a­ marga "controversia del capital" frente a los radicales británicos-. De modo similar, habría podido pensarse que los economistas conservadores estarían dispuestos a apoyar a sus aliados políticos defensores de la llamada economía del lado de la oferta o, tal vez, a contratar a algunos de ellos para sus departamentos de economía. Pero en realidad no lo hacen, ni siquiera en departamentos tan fiera­ mente conservadores como los de Minnesota o Carnegie-Mellon. Entonces, ¿se trata sólo de una mentalidad sectaria? ¿Es necesario tener un doctorado para poder ser escuchado? Bueno, tener un docto­ rado -incluso cuando se ha conseguido el reconocimiento profesional­ no es garantía de que tus ideas sobre economía vayan a ser tratadas con

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respeto. Vean sino a John Kenneth Galbraith o a Lester Thurow, ambos economistas muy reconocidos por el público en general, ambos posee­ dores de todos los títulos formales y ambos totalmente ignorados por la gran mayoría de los economistas académicos. O piénsese en Robert Mundell, quien aún es respetado por sus contribuciones a la teoría monetaria internacional, si bien su posterior encarnación como padre de la economía del lado de la oferta ha sido similarmente ignorada. Por otro lado, vemos como un no académico, en determinadas circunstan­ cias, puede ser escuchado con respeto -en los últimos años, Jane Jacobs, ,� " la inconformista especialista en temas urbanos, se ha convertido en una especie de santa patrona de la nueva teoría del crecinüento. Entonces, ¿q__l!-.,_é_�?. )o .ql!e hace que algunas ideas sean aceptables para la mayoría de economistas y otras no? La respuesta -que es obvia para cualquier investigador, si bien misteriosa para los profa­ nos- es que para que una idea pueda tomarse en serio !ie1� c¡l!e_ s�r �nodeliz.qbj�. Una idea modelizada adecuadamente es, en economía moderna, el equivalente moral a lo que era una región adecuada­ mente agrimensurada para los cartógrafos del siglo XVIII. Por ahora, permítanme dejar a un lado la pregunta de qué es lo que constituye un "verdadero" modelo económico -y de cómo nues­ tra interpretación de ello ha cambiado con el tiempo-. (Volveré sobre este ten1.a más adelante, en esta conferencia, y aún lo elaboraré un poco más en la tercera). Lo que me parece claro es que la razón por la que la teoría del desarrollo, que emergió en los años cuarenta, y la geografía económica, que surgió más o menos en paralelo, no consi­ guieron abrirse camino en la economía ortodoxa, fue la falta de habi­ lidad de sus creadores para expresar sus ideas de forma adaptable a las técnicas de modelización disponibles en ese momento. En ambos casos, desarrollo y geografía, el problema crucial fue, más concreta­ mente, la falta de habilidad de los prilneros investigadores en estos campos para hacer explícita la estructura del mercado -es decir, el que- caracterizaba a las economías hipotéticas. q� de comp�tencia ---�-estaban describiendo-. Se trata de un problema sutil; de hecho, es

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virtualmente imposible explicar por qué es un problema a cualquie­ ra que no haya intentado hacer modelos económicos en serio. y sin embargo, el problema de la estructura del mercado fue la puntilla que impidió que la geografía y el desarrollo económicos se incorpo­ raran a la corriente principal de la teoría económica. Todo esto puede parecer muy abstracto. De manera que déjenme volver a mi primer ejemplo: la historia de la aparición, la caída y la resurrección de la economía del desarrollo. Érase una vez una disciplina llamada t.S:..<?�1..<?1}1fa _ de! desain::i!Jo -una rama de la economía preocupada por explicar por qué algunos países son.!!:l�cho más p_ob_�e�_ q1=1e ot�s, y por recetar medidas para éoñv;;tir 1o�_ _países-pobres en_ rico.s-. En 1 0 s �11os cincuenta, 10s afios gloriosos de esta disciplina, las ideas de la economía del desa­ rrollo eran tenidas por revolucionarias e importantes, y conseguían un gran prestigio intelectual y una notable influencia en el mundo real. Por todo ello, la economía del desarrollo atrajo mentes muy creativas y estuvo marcada por un gran entusiasmo intelectual. Esa disciplina ya no existe. Hay, claro está, gente de primera fila que trabaja en la economía de los países en vías de desarrollo. Algu­ nos de los problemas que se plantean son esencialmente comunes a todos los países, pero también hay problemas que son característicos de los países más pobres y, por ello, existe toda un área de investiga­ ción propia de la economía del subdesarrollo. Pero es un campo difu­ so: aquellos que trabajan en la economía, por ejemplo, de la agricul­ tura del Tercer Mundo coinciden poco con los que trabajan en el comercio de productos manufacturados de los países en vías de desa­ rrollo, y éstos, a su vez, apenas hablan con los que se especializan en ternas rnacroeconórnicos y hablan de la deuda y la hiperinflación. Muy pocos economistas de hoy se aventurarían a ofrecer grandes hipótesis sobre por qué los países pobres son pobres, o qué es lo que pueden hacer para remediarlo. En efecto, una contrarrevolución borró del mapa la economía del desarrollo.

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De todas formas, es creciente el sentimiento de que esta contra­ rrevolución llegó demasiado lejos. Últimamente ha quedado patente que, durante los afí.os cuarenta y cincuenta, s_urgió un núcleo d� ideas sobre ext_ ernalidades, complernentariedad estratégica y desarrollo e-conómico, que continúan siendo intelectualmente válidas y que puede� �0 �1tinuar teniendo aplicaciones prácticas. Este conjunto de ideas -a las que me voy a referir corno "teoría del alto desarrollo" 2...: anticiparon en ciertos aspectos las líneas maestras de la teoría moder­ na del comercio y el crecimiento. Pero estas ideas han tenido que ser redescubiertas. Entre 1960 y 1980 la teoría del alto desarrollo fue virtualmente enterrada, esen­ cialmente porque los fundadores de la economía del desarrollo no consiguieron expresar sus ideas con suficiente claridad analítica como para comunicar su esencia a los demás economistas, y tal vez incluso para difundirla entre ellos mismos. Sólo recientemente, los cambios en la ciencia económica han permitido volver a considerar lo que los teóricos del desarrollo dijeron, y han permitido la recupe­ ración de ideas valiosas que se habían perdido.

El Gran Empujón Un buen punto de partida para empezar nuestra discusión es el ensa­ yo con el que realmente empezó la edad de oro de la economía del desarrollo: "Problems of Industrialization of Eastern and South-Eas­ tern Europe", de Paul Rosenstein-Rodan. Es un ensayo muy claro, pero que, sorprendentemente, ha inspirado muchas interpretaciones distintas. Algunos economistas lo ven corno esencialmente keynesia­ no, basado en las interacciones entre el multiplicador y el acelerador. El mismo Rosenstein-Rodan parece haber tenido en la cabeza una idea más o menos keynesiana sobre la demanda efectiva, con bastante razón (tal como veremos). Otros economistas vieron en este ensayo la afirmación de que el crecimiento tiene que ser de alguna forma "equi-

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librado" para poder ser fructífero -de hecho, Albert Hirschman pro­ ye�tó su célebre The Strategy of Economic Development para rebatir a Rosenstein-Rodan y a otros de la escuela del crecimiento equilibrado; tal como yo lo veo, la de Hirschman fue una crítica a la vez errónea y autodestructiva-. Otros economistas intentaron explicar las llamadas trampas de equilibrio de nivel bajo, basándose en la interacción entre la renta, el ahorro y el crecimiento demográfico (por ejemplo, Lei­ benstein 1957, Nelson 1956); estos mecanismos también pueden justi­ ficar un Gran Empujón, pero están muy lejos de la historia original. A finales de los años ochenta, sin embargo, Murphy, Shleifer y Vishny (1989) ofrecieron una formalización del Gran Empujón muy cercana a la original, y que resulta ser bastante reveladora de los aspectos esenciales de la teoría del alto desarrollo. Déjenme ofrecer­ les una presentación algo aerodinámica de su modelo, y luego pre­ guntaremos qué nos sugiere. Imagínense, pues, una economía autárquica, cerrada al comercio internacional. (Esto suena a arcaico y alejado de nuestra época de milagros económicos impulsados por las exportaciones, y tal vez así es -luego explicaré cómo podemos modificar este relato para darle más actualidad-. Pero, en cualquier caso, por ahora vamos a jugar según las reglas originales). Nuestra economía hipotética se puede describir mediante supuestos sobre la oferta de factores de produc­ ción, la tecnología, la demanda y la estructura del mercado. Oferta de factores de producción La economía está dotada de un único factor de producción -trabajo­ en una cantidad total fija, L. El trabajo se puede emplear en dos sec­ tores: en el sector "tradicional", caracterizado por rendimientos cons­ tantes, o en el sector "moderno", caracterizado por rendimientos cre­ cientes. Aunque el mismo factor de producción se utilice en el sector tradicional y en el moderno, no se le paga el mismo salario. El traba­ jo tiene que recibir una compensación para cambiar su empleo en el sector tradicional por un empleo en el sector moderno. Definimos

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w > l como la proporción del salario que se debe pagar en el sector moderno en relación con el que se debe pagar en el sector tradicional. Tecnología Se supone que la economía produce N bienes, donde N es un núme­ ro muy grande. Escogemos unidades de forma que la productividad del trabajo en el sector tradicional sea igual a la unidad para cada uno de los bienes. En el sector moderno, las unidades de trabajo necesarias disminuyen con la escala de producción. Para mayor sen­ cillez, supongamos que los costes decrecientes tienen forma lineal. Definimos Q; como la producción del bien i en el sector moderno. Entonces, si el sector moderno produce el bien i, el trabajo necesario se supone que tendrá la forma (1) donde c < 1 es el requerimiento marginal de trabajo. Fíjense que en este ejemplo se supone que la relación entre input y output es la misma para los N bienes. Demanda La demanda de los N bienes es Cobb-Douglas y simétrica. Es decir, cada bien recibe una proporción constante del gasto, 1/N. El mode­ lo será estático, sin ahorro ni desahorro; de forma que el gasto es igual al ingreso. Estructura del mercado Se supone que en el sector tradicional existe competencia perfecta. Así pues, para cada bien hay una oferta perfectamente elástica por parte del sector tradicional al coste marginal de producción; dada la elección de unidades, este precio de oferta es la unidad en términos de trabajo del sector tradicional. En contraste, se supone que sólo un agente tiene la habilidad de producir cada bien en el sector moderno.


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¿Cómo va a fijar los precios un en1presario con estas caraterísti­ cas? Dados los supuestos de demanda Cobb-Douglas y la existencia de un número muy grande de productos, el empresario se va a encon­ trar con una demanda de elasticidad unitaria. Si fuera un monopolis­ ta sin límites a su actuación, podría elevar los precios cuanto quisie­ ra. Pero la competencia potencial del sector tradicional pone un límite al precio: no puede ser mayor a 1 (en términos de trabajo tradicional) sin que el productor tradicional venda más barato que él. En conse­ cuencia, cada productor en el sector moderno va a fijar el mismo precio unitario, tal como lo habría hecho en el sector tradicional. Ahora podemos preguntar: ¿dónde va a tener lugar la produc­ ción, en el sector tradicional o en el moderno? Para responder, dibu­ jamos un gráfico simple (figura 1.1). En el eje horizontal representa­ rnos el factor de producción trabajo, L;, utilizado para producir un bien. En el eje vertical representarnos la producción del sector, Q;. Las dos líneas continuas representan las tecnologías de producción en los dos sectores: una línea de 45 grados para el sector tradicional, y una línea con una pendiente de 1/ e para el sector n10derno. Q¡

Moderno

w Tradicional

o

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L/N

Figura 1.1

L;

En este gráfico podernos ver inmediatamente qué volumen pro­ duciría la economía si el factor trabajo fuera asignado al sector moderno o al sector tradicional. En ambos casos L/N serían emplea­ dos en la producción de cada bien. Si todos los bienes fueran produ­ cidos de forma tradicional, cada bien tendría un output Q 1 • Si todos fueran producidos usando las técnicas modernas, el output sería Q2 • En nuestro gráfico, Q2 > Q 1 • Esto ocurre si (L/N) - F

> L/N,

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es decir, si la ventaja marginal en costes de la producción en el sector moderno es suficientemente grande y/ o los costes fijos no son dema­ siado grandes. Corno éste es el caso interesante, nos concentraremos en él. Pero incluso si la economía pudiera producir más utilizando los métodos modernos, esto no significa que fuera a hacerlo. Producir tiene que ser beneficioso para cada empresario del sector moderno, teniendo en cuenta la necesidad de pagar el salario de compensa­ ción, w, así corno las decisiones de todas las demás empresas. Supongamos que una sola en1presa empieza la producción moderna mientras que todos los otros bienes se producen utilizando las técnicas tradicionales. La empresa va a poner el mismo precio que el de los otros bienes y va a vender la misma cantidad de ellos; corno hay varios bienes, vamos a ignorar cualquier efecto renta y a supo­ ner que cada bien continúa vendiéndose en una cantidad Q 1 • Enton­ ces, esta empresa tendría la producción y el empleo ilustrados por el punto A. ¿Es esta una decisión rentable? La en1presa utiliza menos trabajo del que se requiere para la producción tradicional, pero debe pagar más a sus empleados. Dibujarnos una línea desde el origen con pen­ diente igual al salario relativo rn.oderno, w; OW en el gráfico es un ejemplo. La producción moderna es rentable dada la producción tra­ dicional en las otras empresas si y sólo si OW pasa por debajo de A.


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Tal corno lo hemos dibujado, esta condición no se cumple: a ningún empresario individual le resulta rentable empezar a producir de forma moderna. Por otro lado, supongamos que todas las empresas modernas empiezan a producir simultáneamente. Entonces, cada empresa va a producir Q2 , situándose en la producción y el empleo del punto B. Otra vez, esto será rentable si la línea de salarios OW pasa por deba­ jo de B. Tal y corno vemos en el gráfico, esta condición se satisface. Obviamente, hay otras tres posibles soluciones. 3 Si el salario de compensación w - 1 es bajo, la economía siempre se "industrializa­ rá"; si es alto, nunca se industrializará; y si torna un valor interme­ dio, tenemos dos equilibrios, uno a nivel bajo y otro a nivel alto. Difícilmente se puede concluir de este modelo que la existencia de equilibrios múltiples sea altamente probable, incluso dados los supuestos de que estos equilibrios múltiples se darán sólo para determinados valores de los parámetros. Y es fácil criticar la plausi­ bilidad de los supuestos. Aun así el modelo puede servir como un buen punto de partida para pensar sobre modelos de desarrollo. Algunas consecuencias analíticas

El rnC?c:i.�la. 9el._,G�ai� Ern_p_:1jón se puede ver como una demostració�_ . _ _!11inimalist? del papel potencial que las externalidades pecuniaria.§. _ ll� . �J:!.J,_Q,pr_ e_�l_ qesarroVo, dtl�_<:;Q!_1di_s:_is>nes necesarias para que se den �.f'.;,:cternalidades y de lo que un m¿del� �xte�naÍidad;s �,.... .. � cleb(;.,.inclu-ir.

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Externalidades

Está claro que cuando hay dos equilibrios en este modelo, el paso de uno al otro exige unas externalidades significativas. Esto es verdad incluso si tornarnos el salario de compensación del sector moderno como representativo de la desutilidad de la vida moderna, es decir, interpretamos la ganancia en salarios cuando los trabajadores pasan

de un trabajo tradicional a uno moderno como si no significara nin­ guna mejora de bienestar. Incluso en este caso, el equilibrio con industrialización deja a los trabajadores indiferentes mientras están generando beneficios que de otra fonm1 no existirían. Pero mucho más poderosos son los argumentos en términos de salario de eficien­ cia o de excedente de trabajo, que conceden al aumento de salarios al menos un valor parcial. Pero en este modelo no hay externalidades tecnológicas. ¿Por qué las externalidades pecuniarias tienen importancia? Condiciones necesarias

Hay dos condiciones necesarias para que se generen externalidades en este modelo. La primera, es que tiene que haber economías de escala en la producción. Esto es obvio: si no hubiera costes fijos en el sector moderno, la rentabilidad de las empresas modernas no depen­ dería del número de otras empresas que estuvieran utilizando las técnicas modernas. La segunda condición es que el sector moderno tiene que poder atraer trabajadores de un sector tradicional que paga salarios más bajos. Me gustaría extenderme un poco más sobre este particular y considerar que lo básico de esta condición es el hecho de que haya una oferta elástica de trabajo en el sector moderno, trabajo que no se estaría empleando en ocupaciones alternativas igualmente producti­ vas (esto es lo que da al modelo su apariencia vagamente keynesia­ na). De manera que es la int_eracción entre las ec�nO(llÍ!7S de �sea/a inter­ nas y una oferta elástica _d�Il�lb� de ·producción lo que da pie, _de heci1-o, a}a;·��te,i:_111}_/id�ffes: Modelización

Un último elemento que es crucial. Para escribir un modelo cohe­ rente del Gran Empujón, es necesario tratar de alguna forma el pro­ blema de la estructura del mercado. Mientras haya economías de escala no aprovechadas en el sector moderno -que son de crucial


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importancia para todo el argumento- habrá que aceptar la necesi­ dad de modelizar el sector moderno como imperfectamente compe­ titivo. En la formulación de Murphy et al., se resuelve el problema suponiendo un conjunto de monopolistas con capacidad limitada para fijar precios. En este caso particular el supuesto funciona aun­ que, como vere1nos, no siempre es un buen truco. Lo importante es darse cuenta de que hay que afrontar el problema de alguna mane­ ra. Si la teoría del alto desarrollo tiene algo, ese algo está íntima­ mente ligado a la competencia imperfecta. Si, como han hecho muchos economistas, se intenta evitar esta cuestión se acaba enfan­ gado hasta las rodillas. Desgraciadamente, no hay rn.odelos generales, ni siquiera plausi­ blern.ente manejables, de competencia imperfecta. Los _::1_o�elos_ trata­ bles siempre requieren un conjunto_ de supu�stos_ �rb_gra�ios_sobr� gustos, tecnología, comportami�11to, o sobre los tres a la vez. Esto significa que para hacer teoría del desarrollo uno debe tener la valen­ tía de sentirse un poco tonto, escribiendo modelos que son inverosí­ miles en sus detalles, para llegar a obtener intuiciones convincentes. Esta no es una lección nueva. Los teóricos del con1ercio la apren­ dieron hace más de doce afi.os, cuando se dieron cuenta de que reconstruir la teoría del comercio para poder incorporar rendimien­ tos crecientes requería necesariamente abandonar toda pretensión de generalidad; los economistas del crecimiento aprendieron la misma lección unos aflos más tarde. La teoría del alto desarrollo fracasó por­ que no dio el nlis1no salto.

Los elementos de la teoría del alto desarrollo En la última sección presenté una versión moderna del modelo del Gran Empujón con la intención de clarificar el problema y motivar al lector. Ahora voy a volver a la teoría del desarrollo más antigua, para extraer un conjunto más amplio de elementos clave.

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Economías de escala y externalidades

Una lectura rápida de la literatura sobre desarrollo económico pare­ ce indicar que hacia 1960 surge una línea divisoria. Antes de 1960 los economistas que escribían sobre desarrollo daban por descontado que las economías de escala eran un factor limitador de la posibili­ dad de establecer industrias rentables en los países menos desarro­ llados, y que, en presencia de dichas economías de escala, las exter­ nalidades pecuniarias llegarían a tener un impacto real en términos de bienestar. Sin embargo, no parecen haberse dado cuenta de hasta qué punto las economías de escala presentan problen,as a la hora de modelizar la competencia de forma explícita, y de hasta qué punto la ciencia económica estaba exigiendo, cada vez más, modelos formales explícitos. Después de 1960, en cambio, los expertos en desarrollo habían sido educados en el formalismo del equilibrio general con rendi­ mientos constantes, y no es que rechazaran la posibilidad de que las economías de escala pudieran ser importantes, sino que ni siquiera se les pasó por la cabeza. En el modelo del Gran Empujón presentado más arriba, las �o- ·, nomías d� escala a nivel de empresa, por un lado, y la oferta__gf Jac­ tor�s de producción elástica, por otro, dan lugar a externalidades -pecuniari�s c9n una �epercusión real en ténninos de bienestar. En una visión retrospectiva, llama la atención cómo descripciones clara­ mente similares aparecieron con bastante frecuencia en la era de la teoría del alto desarrollo, y también qué poco conscientes fueron muchos de sus autores de hasta qué punto sus conclusiones depen­ dían de forma crucial del supuesto no-neoclásico de la existencias de importantes economías de escala no explotadas. Podemos comenzar con Rosenstein-Rodan (1943). En su ensayo original ilustró su argumento a favor de la inversión coordinada, imaginando un país en el que 20.000 (!) "trabajadores en paro... son transferidos de la agricultura a una moderna e inmensa fábrica de


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zapatos. Reciben salarios sustancialmente superiores a sus ingresos anteriores in natura". Rosenstein-Rodan continúa argumentando que esta inversión tiene pocas posibilidades de ser rentable si es una inversión aislada, pero si en cambio viene acompañada de inversio­ nes similares en otros sectores, es mucho más probable que lo sea. Los dos supuestos clave están claramente presentes: el supuesto de existencia de economías de escala, comprendido en la afirmación de que la producción ha de tener una escala grande, y el supuesto de que los trabajadores se puedan obtener elásticamente del desempleo o del mal pagado trabajo agrícola. Algunos de los economistas del desarrollo posteriores, aunque no todos, invocaron también las €C9!}9rnías de escala corno la dav_e_ sfe,.. Ja� externalidades. En los mejores ensayos aparece muy clara­ mente. ��ing .O 9�4) presentó un análisis de la naturaleza de las externalidades en el marco del desarrollo que se centra muy clara­ mente en la interacción entre la oferta de factores y las economías de escala y, a diferencia de Rosenstein-Rodan, también pone de mani­ fiesto claramente que el argumento en favor de la coordinación no se sostiene sin los dos supuestos anteriores. Normalmente no se piensa en Hirschman (1958) como en alguien preocupado por las no-convexidades. Aun así su explicación del con­ cepto del vínculo hacia atrás invoca explícitamente la importancia de conseguir unas mínimas economías de escala, mientras que su dis­ cusión de los vínculos hacia adelante también alude de forma más vaga al papel de la escala. Así pues, yo argumentaría que la _!gQ[ía_s[el alto g.esa¡:rollo, hacia _1�58,__ tení� como uno de sus conceptos _centrales la idea de que las economías de escala a nivel de la empresa individual se traducían en rendimientos crecientes a nivel agregado por la vía de las externali­ dades pecuniarias. Hay que admitir que parte de la literatura de ese momento no parece estar de acuerdo con mi argumento de que las economías de escala eran un elemento clave de la teoría. Nurkse (1952), mientras

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acepta que las indivisibilidades juegan un papel en los círculos vir­ tuosos del desarrollo, niega que sean esenciales. Scitovsky (1954), al dejar clara la distinción entre externalidades pecuniarias y tecnológi­ cas, aporta la ahora clásica idea de que en el equilibrio competitivo es eficiente ignorar los efectos pecuniarios externos. Cuando, des­ pués, busca razones para matizar su conclusión, aporta sólo un párrafo sobre los efectos de la escala, y pasa a una extensa discusión sobre falsas expectativas. El texto sobre crecimiento económico de Lewis (1955) parece muy alejado de toda idea de externalidad; de hecho, este término ni siquiera aparece en el índice. La exposición de Myrdal (1957) sobre el papel de la "causalidad circular y acumu­ lativa" parece que debiera dar un lugar clave a las economías de escala; pero no he podido encontrar en su trabajo ni una sola refe­ rencia a ellas -ni siquiera una mención indirecta. De hecho, cuando ofrece un ejemplo del proceso de causalidad circular, las externalida­ des ocurren a través de los tipos impositivos, y no como difundidas desde los mercados privados. En consecuencia, sería dar demasiado crédito a nuestros precur­ sores intelectuales pensar que la teoría del desarrollo de los años cin­ cuenta entraña una apreciación general de la forma en que las eco­ n01nías de escala a nivel de la empresa individual pueden agregarse para dar lugar a algún tipo de complementariedad estratégica a nivel de toda la economía. Pero por lo menos algunos teóricos parecen haberlo entendido con bastante claridad.

Oferta de factores de producción Probablemente el ensayo más famoso de todos, en economía del desarrollo, es "Economic Development with Unlimited Supplies of Labor" de Arthur Lewis (1954). En retrospectiva, es difícil saber exac­ tamente por qué. Una interpretación del argumento de Lewis es que el precio sombra del trabajo extraído del sector agrícola en los países en desarrollo es cero o, por lo menos, muy bajo, de forma que el ren-


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dimiento social de la inversión es superior a su rendimiento privado. Incluso en aquel momento, era bastante obvio que ésta era una base muy frágil para justificar una política industrial. ¿Por qué tuvo tanta influencia Lewis? Yo creo que la razón clave fue que su argumento sobre el excedente de trabajo, a diferencia de muchas otros argumentos descriptivos que fueron apareciendo en aquella época, podía ser modelizado de forma relativamente fácil; o sea, que permitió que los economistas se adaptaran al énfasis cre­ ciente por el rigor y el formalismo mientras continuaban haciendo desarrollo. Pero también es verdad que, aunque Lewis ni siquiera hiciera referencia a la literatura que destacaba la importancia de las externalidades en el desarrollo, su defensa de la idea del excedente de mano de obra ayudó a aflorar una de las ideas clave de esa litera­ tura. Ya he apuntado que el supuesto de que la m.ano de obra nece­ saria al sector industrial podía obtenerse del subempleo agrícola constituía una idea central para Rosenstein-Rodan (1943). Unos años más tarde Fleming (1954) se dio cuenta de que, en ausencia de un supuesto de ese tipo, la inversión industrial sería sustitutiva en lugar de ser complementaria. Rosenstein-Rodan y Lewis pusieron énfasis en la elasticidad de la oferta de trabajo como un factor clave del desarrollo. Otros econo­ mistas, como Nurkse (1952), insistieron en la elasticidad de la oferta de capital. En particular, Hirschman (1958) destacó extensamente hasta qué punto las oportunidades de inversión podían resultar en ahorros adicionales. Quizá quiera yo ver más de lo que hay, pero me parece que muchos teóricos del desarrollo en los años cincuenta parecían ser conscientes de que la elasticidad de la oferta de los fac­ tores de producción era crucial para poder explicar el desarrollo a partir del aprovechamiento de las externalidades. Déjenme adelantarme un poco a la conferencia siguiente apun­ tando que, en �_smornía regional y en g�9.grªj_ía eC..Q.D.9111!.Ca. , es abso­ lutamente natural suponer una elevada elasticidad de _la oJerta de lo$ �actores de producción h;�ia t�na región p�rti�-�tlar, ya que los facto-

Ln cnídn y el resurgi111iento de In economín del desnrrollo (c.1) / 21

res de producción se 12���E_:__1: atraer de otras regiones. Esta es una de las razones por las cuales la teoría del alto desarrollo se mantuvo viva durante mucho más tiempo entre geógrafos que entre econo­ mistas; explicaciones a la manera de la teoría del desarrollo como las de Pred (1966) continuaron pareciendo naturales y plausibles. Vínculos hacia adelante y hacia atrás

La idea de estos vínculos (linkages) es una de las mayores fuentes de confusión en la teoría del desarrollo y en la propia práctica del desa­ rrollo. !::lirsc�rnan (1958) introdujo el término y lo presentó con-10 si fuera algo nuevo. Más tarde, algunos comentaristas se lo ton,aron al pie de la letra. Little (1982), por ejemplo, insiste en que, puesto que otros autores ya habían explorado detalladamente (si bien de forma algo confusa) el posible papel de las externalidades pecuniarias, el concepto de vínculo de Hirschman debía de tener que ver con algún elemento no pecuniario. Sin embargo, en la definición de vínculos hacia atrás de Hirschman, corno ya hemos mencionado, �l papel de las externali?ades pecuniarias, ligado a las economías de escala, es bastante explís:ito: una empresa crea un vínculo hacia atrás cuando su demanda permite que una industria que la provee se establezca a, por lo menos, la escala económica mínima. La fuerza de los vínculos hacia atrás de una industria se puede medir por la probabilidad de que vaya a empujar a otras industrias por encima del umbral de la rentabilidad. La definición de Hirschman de los �ínculos hacia adelante impli­ ca una i�ci§� entre escala y t�_rnaño del mercado; en este caso la definición es más vaga, pero parece involucrar la habilidad de una industria para reducir los costes de utilización de su producto por parte de sus clientes potenciales y así, de nuevo, empujarlos por enci­ ma del umbral de rentabilidad. Vistos así, los conceptos de vínculos hacia adelante y hacia atrás parecen bastante sencillos -y también menos característicos de


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Hirschman de lo que normalmente se considera. Fleming (1954), en particular, argumentó que las externalidades "horizontales" de Rosenstein-Rodan eran menos importantes que las externalidades "verticales" que resultan cuando los bienes intermedios se producen bajo economías de escala, lo cual se parece mucho a la teoría de los vínculos. También es posible ofrecer modelos formales simples que ilus­ tran los conceptos de vínculos hacia adelante y hacia atrás. De hecho, el modelo del Gran Empujón de Murphy et al. se puede interpretar como el resultado de la existencia de vínculos hacia atrás entre bie­ nes, de manera que cada bien producido en el sector moderno aumenta el mercado de todos los demás productos. Los vínculos hacia adelante son un poco más difíciles de mode­ lizar. Normalmente surgen en el contexto de industrias que produ­ cen bienes intermedios (aunque no siempre, tal como se describe a continuación); esto requiere una estructura más compleja que la de la versión del modelo del Gran Empujón de Murphy, Shleifer y Vishny. Igualmente, el supuesto de límite a los precios, que permite la com­ petencia imperfecta en el modelo del Gran Empujón, descarta inme­ diatamente cualquier vínculo hacia adelante, ya que el ahorro en los costes nunca pasa a los clientes. En cambio, hay modelos un poco más complicados en los que aparecen ambos vínculos hacia delante y hacia atrás. En particular, aparecen de forma natural en los modelos de geografía económica de los que hablaré en la lección siguiente. Como en el caso de Lewis, llama la atención que el trabajo de Hirschman tuviera un impacto tan grande. No parece que como aná­ lisis general haya aportado mucho más que algunas sugerencias sobre la planificación del desarrollo. En primer lugar, al concentrar­ se en los vínculos que implican bienes intermedios y no tanto en la demanda final, vino a sugerir que los esfuerzos para desarrollarse debían concentrarse en unas pocas industrias estratégicas, en lugar de buscar un Gran Empujón a nivel de toda la economía -de aquí

Ln cnídn y el res11rgi111ie11/o de In eco110111ín del desnrrollo

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que Hirschman se viera a sí mismo enfrentándose a Rosenstein­ Rodan y Nurkse, cuando de hecho estaban mucho más cerca los unos de los otros de lo que cualquiera de ellos estaba de la nueva orto­ doxia económica. En segundo lugar, la lectura de Hirschman parecía sugerir que examinando las tablas input-output podríamos identificar las industrias clave del desarrollo (una sugerencia muy atractiva para todo planificador dado a la cuantificación). En realidad, el concepto de los vínculos, incluso en la versión de Hirschman, no implica nada de eso. Pensemos, por ejemplo, en los vínculos hacia atrás. Lo que da lugar a un vínculo hacia atrás signifi­ cativo, en el sentido de Hirschman, no es sólo el hecho de que el sec­ tor A compre el output del sector B; es la afirmación de que la inver­ sión en A, aumentando el volumen del mercado de B, induce a un cambio de escala en la producción de B que resulta más eficiente (o a la sustitución de importaciones por producción nacional). Pero para ello no basta con observar una cifra grande en la celda AB de la tabla de input-output -puede que B ya esté en una escala eficiente, o puede incluso que esta expansión no lo acerque a esa escala. Ni siquiera podemos sostener el argumento probabilístico de que las empresas con una forma particular de comprar input tengan una probabilidad superior de generar estos efectos. ¿Qué es mejor, una industria que compre sólo a unos pocos sectores y que, por esto, aumente mucho la probabilidad de que alguno de ellos reciba un fuerte empujón y lle­ gue a tener un volumen considerable, o una industria que compre poco de muchos sectores diferentes y que, por lo tanto, tenga más posibilidades de empujar a alguno de ellos por encima del umbral? De hecho, si uno trata de utilizar la retórica de los vínculos sin entender que es un argumento que depende decisivamente de las economías de escala, puede acabar diciendo disparates. Una vez escuché a un partidario de la política industrial activa defender que habría que promover aquellas industrias que vendieran o compraran a muchos sectores distintos. Me pregunto qué industrias pensó que podía excluir de esa definición: ¿la cerámica artesana?


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En general, sería mejor ver los "vínculos" como una frase parti­ c ularmente evocadora referida a las complementariedades estratégi­ cas que �urgen c uando bienes individuales son producidos sujetos a economias de escala. Con eso queremos decir que la contribución distintiva de Hirschman f ue más de estilo que de contenido, algo sobre lo que voy a volver más adelante. Resumen

En esta parte de la conferencia, he sostenido que un buen número de trabajos sobre economía del desarrollo escr itos durante los afios ci n­ cuenta contenían, de una forma más o menos expl ícita y más 0 menos consciente, una teoría según l a cual l a complementar iedad estra tégi ca jugaba un papel clave en el desarrollo: las extern alides surgían de una relación circular en la que la decisión de inverti r en producción a gran escala dependía del vol umen del mercado, y el volumen del mercado dependía de la decisión de i nvertir. Fuera cual fuere la relevancia prácti ca de esta teoría, era perfectamente lógica. Pero esta teoría del desarrollo fue poster iormente abandonada hasta el punto de que los ensayos clásicos en este campo empezaroi� a parecer, tal como el físi co Wolfgang Pauli acostumbraba a deci r, "ni tan si quiera equivocados"; simplemente incomprensibles. A conti­ nuación discutimos las razones que llevaron a esta decadencia y abandono.

El fracaso de la teoría del alto desarrollo ¿Por qué la economía del desarrollo se fue desvaneciendo? Uno p uede, co�1 alguna justificación, ofrecer la explicación cínica de que , desaparec10 al acabarse su financiaci ón. Después de todo, los exper­ tos en desarrollo eran consultados, o conseguían p uestos importan­ tes, sobre todo en relaci ón con la ayuda exterior. Como la ayuda exte-

Ln cn(dn y el resurgimiento de In econom(n del desnrrol/o (c.1) / 25

rior se fue volviendo cada vez más impopular entre el electorado de las naciones ricas, y el valor real de dichas ayudas no sólo no consi­ guió crecer al mismo ritmo que el producto mundial bruto, sino que di smi nuyó, la especialidad del desarrollo se convi rtió en una carrera m ucho menos atractiva. También cabe pensar que la economía del desarrollo quedó desacreditada por falta de resultados prácticos. Después de todo, en comparación con las esperanzas suscitadas en los a11os ci nc uenta, e i ncluso en los sesenta, la evolución de la mayo­ ría de los países en desarrollo fue desastrosa. (De hecho, la propia expresión cortés de "país en vías de desarrollo" no deja de ser incó­ moda cuando se utiliza en frases como "La renta per cápita en los paí­ ses en desarrollo del África Sub-Sahar iana ha disminui do de forma continuada desde la mitad de los afios setenta"). Es i nj usto culpar a los expertos occidentales del desarrollo de algo más que de una pequefia fracción de este fracaso, pero es verdad que las ideas de la economía del desarrollo se utilizaron con demasiada frecuencia para justificar políticas que, en retrospectiva, se ha vi sto que impidieron más que favorecieron el crecimiento. De hecho, donde se produjo un crecimiento económico importante, ocurrió de forma que no había sido prevista por los teór icos del desarrollo. Con todo, ni la menguante demanda de economistas del desa­ rrollo ni sus fracasos prácticos explican del todo la desaparición de la especialidad. Cuestiones puramente intelectuales tuvieron una gran i mportancia. En particular, d urante los afios en que florec i ó la teor ía del alto crecimiento, los princip ales economi stas del desarrollo no consiguieron traduci r sus intuiciones en modelos precisos que pudieran servi r como base de una di scipli na perdurable. Desde el punto de vista de un economista moderno, la caraterís­ tica más destacada de los trabajos en la teoría del alto crecimiento es su adhesión a un estilo discursivo, no matemático. La economía, obviamente, se ha matemati zado con el tiempo. No obstante, la eco­ nomía del desarrollo tenía un estilo arcaico incluso para su tiempo. De los cuatro ensayos más famosos del alto desarrollo, el de Rosens-


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tein-Rodan fue casi contemporáneo de la formulación de Samuelson del modelo de Heckscher-Ohlin, mientras que Lewis, Myrdal y Hirschman fueron todos aproximadamente contemporáneos del pri­ mer trabajo de Solow sobre teoría del crecimiento. Esta falta de formalización no se debe a que los economistas del desarrollo fueran peculiarmente incompetentes en matemáticas. Hirschman hizo una contribución significativa a la teoría formal de la devaluación en los afios cuarenta, mientras que Fleming ayudó a crear el influyente modelo de Mundell-Fleming sobre tipos de cam­ bio flotantes. Más aún, el mismo campo del desarrollo fue generan­ do simultáneamente modelos de planificación matemáticos -prime­ ro, los modelos de crecimiento del tipo Harrod-Domar y luego los modelos de programación lineal- que de hecho eran bastante avan­ zados para su tiempo desde el punto de vista técnico. Entonces, ¿por qué la teoría del alto desarrollo no se expresó en modelos formales? Fue casi con certeza por una razón básica: por la dificultad en reconciliar las economías de escala con una estructura de mercado competitiva. El ejemplo del modelo del Gran Empujón que hemos discutido anteriormente en esta lección muestra que este tipo de modelos no necesitan ser demasiado complicados. Deben, sin embargo, tratar de alguna forma el problema de la estructura del mercado. Esto impli­ ca, esencialmente, establecer algunos supuestos peculiares para poder utilizar los instrumentos desarrollados por los teóricos de la organización industrial en los afios setenta para pensar sobre estos temas. Pero en los cincuenta, aunque el nivel técnico de los econo­ mistas del desarrollo era suficientemente bueno como para permitir­ les hacer esto, esos instrumentos aún no estaban a su disposición. Así pues, los economistas del desarrollo se encontraron en una situación difícil, con ideas básicamente razonables que no pudieron expresar en modelos acabados. Y la tendencia de la profesión económica empeoró la situación. En los afios cuarenta y cincuenta, los econo­ mistas aún podían publicar trabajos que pretendían persuadir ver-

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balmente, sin tener que atar todos los cabos sueltos. Después de 1960, en cambio, un ensayo como el de Rosenstein-Rodan habría sido sometido inmediatamente a un interrogatorio del tipo: "¿Por qué no construir una fábrica más pequeña (para la que el mercado es adecuado)? ¡Oh! ¿Se están suponiendo economías de escala? Pero esto significa competencia imperfecta, y nadie sabe cómo modelizarlo, de nlanera que este trabajo no tiene ningún sentido". Casi con seguridad, podemos decir que un trabajo como ese hubie­ ra sido impublicable en cualquier momento después de 1970, si no antes. Algunos teóricos del desarrollo respondieron intentando llegar tan cerca de un modelo formal como pudieron. Esto es verdad hasta cierto punto de Rosenstein-Rodan, y muy cierto en el caso de Fle­ ming (1954), que se queda dolorosamente cerca de elaborar un 1nodelo completo. Pero otros defendieron como una virtud el hecho de tener un enfoque menos formal y disciplinado. Así es como debe­ mos ver a Hirschman y Myrdal. Estos autores aún son citados actual­ mente (por mí mismo, entre otros) como los precursores del reciente énfasis otorgado en diferentes especialidades a la complementarie­ dad estratégica. Sin embargo, sus libros marcaron el final, no el prin­ cipio, de la teoría del alto desarrollo. La tesis central de Myrdal era la idea de "causalidad circular". Pero la idea de causalidad circular, ya se encontraba, esencialmente, en la obra de Allyn Young (1928), por no mencionar a Rosenstein-Rodan; y en Nurkse que, en 1952, se refi­ rió repetidamente a la idea de la naturaleza circular del problema de hacer despegar el crecimiento en los países pobres. Así pues, Myrdal no aportó otra cosa que la cristalización de un conjunto de ideas conocidas. De forma parecida, la idea de Hirschman de los vínculos es más destacable por la efectividad del término y las recomendacio­ nes políticas que se derivaron (con poco rigor) de éste, que por su carácter innovador; de hecho Rosenstein-Rodan ya hablaba de los vínculos, y Fleming había incluido explícitamente los vínculos hacia adelante y hacia atrás en su discusión.


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L o que hizo que Myrdal y Hirschman llamaran la atenció n no fue tanto la novedad de sus ideas como su postura estilística y metod o­ lógica. Hasta la aparición de sus lib ros, los economistas de l a t eoría del alto desarrollo estuvieron intentando ser buenos economistas convencionales. No pudieron desarrollar mod elos f ormales compl e­ tos, pero se acercaron a ellos tanto como pudieron, i ntentand o man­ tenerse próximos a la corriente principal en economía que cada vez estaba más orientada hacia los mod el os. Myrdal y Hir schman, en cambio, abandonaron este esfuerzo y, de hecho, acabaron posici o­ nándose en contra de cualquier intento d e f ormalizar sus ideas. Hay que suponer que esta postura debió proporcionarles a ellos y a sus seguidores una gran sensación de liberación, si bi en al final no sirvió para nada. La teoría económica es esencialmente una colección de modelos. Las intuiciones genéricas que no se expresan en forma de modelos pueden atraer la atención durante un ti empo, e i ncluso ganar adeptos, pero no perduran a menos que se codifiquen de una f orma reproducible -y susceptible de ser enseñada. A uno puede no gustarle esta tendencia; ciert os economistas ti enden a ser demasiad o rápidos al rechazar todo lo que no ha sid o f ormalizad o (a un que yo creo que el énfasis en los model os es básicamente correcto). Nos guste o no, la influencia de las ideas que no han sido embalsamadas en f orma de m odelos pronto desaparece. Y ésta fue la suerte de la t eo­ ría del alto desarroll o. La eficaz presentació n p or parte de Myrdal de la idea de causalidad circular y acumulativa, o la evocación d e los vínculos por parte de Hirschman fueron estimulantes e inmensa­ mente influyentes en los años cincuenta y principios de los sesenta. Hacia los setenta (cuando yo era un estudiante de economía), estas ideas parecían, más que incorrectas, insensatas. ¿D e qué estaba hablando esa gente? ¿Dónde estaban los modelos? Y así, la teoría del alto crecimiento, más que rechazada, fue simplemente ignorada. La excepción confirma la regla. El concepto d el e xcedente d e tra­ bajo de L ewis f ue el modelo que provocó un millar de ensayos; aun­ que los supuestos del excedente de trabajo ya eran habituales entre

Ln cnídn y el res11rgi111ie11to de In eco110111ín del dcsnrrol/o (c.l) / 29

los teóricos

del desarrollo, su base empírica era débil, y la id ea de las e xternalidades/ comp le mentar iedad estratégica era sin duda más interesante. Precisan1en te, como Lewis no mezcló economías de esca­ la en s u sistema, ofreció a los teóricos alg o que podía n modelizar uti­ lizando las herramientas disponibles. P ero el excedente de trabajo no era una idea suficientement e ro busta en q ue p oder basar toda una especialidad. Es cierto que durante un tiempo los modelos de economía dual -con rendimientos constantes y comp etencia p erfecta- fueron el ingrediente esencial de los cursos so bre desarrollo. P ero al p erder el dualismo su pap el prin­ cipal en la justificación del Gran Empujón, estos modelos de econo­ n1ía dual empezaron a carecer de sentido. Hacia 1980 aproximada­ mente , casi todos los ve stigios de la teoría del alto desarrollo habían desaparecido de la economía del desarrollo. En este sentido, toda la aventura de la teoría del alto desarrollo fue un fracaso. La ironía está en que la teoría del alto desarrol lo era correcta. C on esto no quiero decir que la teoría del Gran Empujón fuera realmente la descr ipción correcta de có1n o tiene lugar el desa rrollo, y ni siquie­ ra que los temas q ue destaca la teoría del alto desa rrollo sean las cuestiones clave para convertir los países pobres en ricos. L o que quiero decir es que los temas poco convencionales presentados por los teóricos del a lto desarrollo -el énfasis pu esto sobre la comple­ mentariedad estratégica en las decisiones de inversión y sobre los fallos de coordinación- realmente identificaron posibilidades impor­ tantes que son ignoradas en los modelos de equilibrio competitivo . Pero los te óricos del alt o desarrollo no consiguieron convencer a sus colegas de la imp ortancia de esas posibilidades. Peor aún, incluso fracasaron en comunicar claran, ente de q ué estaban hablando. Y así, ideas buenas e impo rtantes fueron ignoradas por la generación pos­ terior a la que las articuló por primera vez. ¿Fue un fracas o de los teóricos del alto desarrollo, o de la profe­ sión económica, o de ambos? ¿ O no fue culpa de nadie, sino sólo un camino predeterminado q ue no podía ser evitado ? Aún no estoy pre-


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parado para responder a estas preguntas. Primero quiero echar una mirada a lo que pasó en un caso enormemente parecido que nos ayuda a ver las cosas desde una perspectiva algo diferente: el fraca­ so de la economía en el aspecto de tener en cuenta el espacio.

2.

GEOGRAFÍA PERDIDA Y ENCONTRADA

Cualquiera que tenga un atlas se habrá dado cuenta en algún momento de que la protuberancia brasileña de Sudamérica coincide casi con la mella de enfrente en la costa de África. Hay alguna gente que hace mucho que es consciente de que, si recortamos los perfiles de los continentes e intentamos juntarlos corno en una especie de rompecabezas, las piezas encajan bastante bien dentro de una única masa de tierra gigante -y el encaje mejora considerablemente si incluimos las plataformas continentales además de la tierra emergi­ da. Pero hasta mitad de los años sesenta esta observación fue casi ignorada por los geólogos. Un hereje, corno Alfred Wegener, podía reivindicar que el encaje era demasiado bueno corno para ser sólo una coincidencia, lo cual demostraba que los continentes eran trozos a la deriva de un supercontinente primitivo. Pero la corriente princi­ pal de la geología no podía concebir ningún mecanismo que explica­ ra un movimiento así, de forma que estas ideas fueron ignoradas. Entonces, ¿cómo explicaban los geólogos las formas de los conti­ nentes? Es más, ¿cómo respondían a la existencia de los continentes y, de hecho, de todas las características de la superficie de la tierra que hoy en día creernos que son resultado de la tectónica de placas -corno por ejemplo las fallas, los anillos de volcanes, e incluso las cordilleras? La respuesta, a grandes rasgos, es que los geólogos sim­ plemente dejaron estas cuestiones a un lado. Estaba claro que las cor­ dilleras habían sido levantadas por algo; este algo se etiquetó como "fuerzas de la Tierra", que presumiblemente tenían su origen en el


1¡1

32 / DESARROLLO, GEOGRAFÍA Y TEORÍA ECONÓMICA

calor inte rno

de la Tierra pero que carecían de explicación . Así pues, los geólogos se concentraron en lo que enten dían que eran, prin ci­ palmente, las fuerzas que derribaban montañas -la erosión, la acción de los glaciares, etc.- más que en las fuerzas que las construían. Claro que todo cambió en los años sesenta, cuando se descubrió la expans ión del fon do marino. D e re pente, se había dado con un rnecanisn10 que permitía explicar la deriva de los continentes y, tan pronto como ese mecanismo con virtió el concepto de la deriva de los contin entes en intelectualmen te respetable , todo un nuevo con ­ junto de hechos adquirió rele vancia . ¿Brasil parece que encaja con mucha precisi ón con el Golfo de Guinea? ¿Los Alpes tienen el aspec­ to de ser tierr a que fue plegada por una península italiana que chocó contra el continente europeo, o el H i1T1alaya de ser el resultado del encontronazo de la I ndia con Asia? Todas estas obs ervaciones que hasta entonces habían sido in útiles, de re pente adquirieron s enti do y se convirtieron en una confirmación obvia del nuevo punto de vista. Existen paralelismos claros entre la historia de cómo los geólogos ignoraron las formas de los continentes y la localización de las cor­ dilleras de montañas, y la historia de cómo los cartógrafos europeos ignoraron todo el co nocimiento informal sobre el interior de África. En cierto sentido, sin embargo, el caso de la geología es más para­ digmático. Para empezar, la importancia de la necesidad de modeli­ zar aparece de forma mucho más clara: la deriva continental fue una hipótesis inaceptable -de hecho, casi incomprensible- porque los geólogos no concebían la manera de modelizar un proceso de este tipo . Y la respuesta de la profesión fue notable, a un que típica : prác­ ticamente ignorar, incluso negm� la existencia de las cuestiones a las que no era capaz de dar respuesta. En la conferencia anterior he descrito la evolución del pensa­ miento en economía del desarrol lo trazando un parelelo con la his­ toria de la cartografía europea de África : las descripciones detalla­ das, aun que poco fidedignas, de los primeros exp loradores, al igual

Geogrnfín perdirln y e11ca11trnrln

(c.2) / 33

que las aportaciones de los teóricos del desarrollo de los años cua­ renta y los cincuenta, fueron finalmente descartadas porque no po­ dían ser modelizadas de forma clara. Sin embargo, nadie olvidó q ue el continente tenía un inte rior; la economía del desarrollo como dis­ c iplina continuó siendo una área de reconocida importancia, incluso si gran parte de su contenido distintivo se había perdido. La histor ia de la geografía económica -el estudio de la localiza­ ción de la act ividad econ ónü ca- se p arece más a l a historia del pen­ samiento geológico sobre l as formas y la localización de l os conti­ nentes y las cordilleras. La localización de la produ cci ón es una característica distintiva del mundo económico . D e hecho, empecé a interesarme por la economía en mi infancia, mirando esos mapas de pa íses, ahora p asados de n10da, en q ue se utilizaban símbolos pinto­ rescos para representar la actividad económica: haces de trigo que representaban la agricultura, vagonetas nü neras para representar la e xtracció n de rec urso s, pe que ñas fábricas que repres e ntaban la industria, etc. Y, sin embargo, la economía h abitual ap enas se detiene a analizar el espacio. H ace casi cuarenta años que Walter Isard atacó el análisis económico por tener lugar en un "país de las maravillas sin dimensiones espaciales", si bien su alegato en defensa de la econon1ía espacial q uedó prácticamente sin respuesta. Consideren, per ejemplo, el ú ltimo de los libros de texto de intro­ ducción a la economía: Economics, de Joseph Stiglitz. Es un libro que ha teni do mucho éx ito y que, si se le puede reprochar algo, es su carácter exhaustivo, del que dan razón sus más de 1.100 páginas. Sin embargo, su índice no contiene ninguna referencia a las palabras "local ización" o "economía espac ial", y tiene solamente una referen­ cia a "ciuda des" -que aparece en una discusión de l as migraciones rurales-urbanas en los países menos desarrollados. ¿A qué se debe esta negligencia? Mark Blaug, en su magistral panoránüca del pensamiento económico, describe la ausencia de �os temas espaciales corno un "verdadero misterio" que, al final, explica por azares históricos: Von Thünen era alemán, la tradición del análi-


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sis espacial no consiguió llegar a establecerse en la, finalmente domi­ nante, escuela anglosajona. Pero ésta es una explicación demasiado fácil. Por un lado, ignora la sociología de la investigación económica de finales del siglo xx: en el mundo donde vivo, habitado por cien­ tos, si no miles, de investigadores técnicamente hábiles, desespera­ dos por encontrar ternas interesantes que estudiar, cualquier territo­ rio intelectual obviamente disponible va a ser siempre explorado. 1 Aunque seguramente haya un sesgo excesivo hacia el cultivo del margen interno -en busca de pequeños 111atices en ternas ya familia­ res o utilizando la artillería pesada econornétrica para sonsacar algún detalle nuevo de datos ya muy explotados- resulta inverosímil que un campo tan extenso corno la economía de la localización no reciba ninguna atención, simplemente porque no consiguió entrar en el índice de la economía hace un siglo. Además, aunque Ricardo y Mill puedan haber ignorado la eco­ nomía del espacio, no han faltado influyentes esfuerzos posteriores para situar la localización en el mapa intelectual de los economistas. En particular, Walter Isard hizo un gran esfuerzo para conseguir que sus colegas tornaran el espacio en serio, un esfuerzo que, entre otras cosas, implicaba digerir la tradición alemana en localización y tradu­ cirla, tanto en lenguaje corno en estilo, para hacerla inteligible al mundo de los economistas de lengua inglesa. Y, ciertamente, a fina­ les de los años sesenta y principios de los setenta hubo un pequeño boom en la "nueva economía urbana", cuyos modelos derivaban directamente del Estado aislado de Van Thünen. Entonces, ¿por qué los ternas espaciales continuaron ignorados por la profesión económica? No fue un accidente histórico: había algo en la economía espacial que la convertía en un terreno inheren­ temente hostil para la clase de modelización que saben hacer la mayoría de economistas. Este algo fue, corno pueden adivinar, el problema de la estructu­ ra del mercado ante la existencia de rendimientos crecientes, un pro­ blema que incluso es más agudo en la geografía económica que en la

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economía del desarrollo. En ésta, el papel que la teoría del alto de­ sarrollo asignó a los rendimientos crecientes era crucial para la teo­ ría, pero no necesariamente crucial para poder entender el desarrollo en general. Uno puede teorizar con sentido sobre los países en desa­ rrollo, aunque no sea dentro de aquella tradición, sin tener que sacri­ ficar los supuestos convenientes de rendimientos constantes y com­ petencia perfecta. En economía del espacio, en cambio, no se puede ni siquiera empezar sin encontrar la forma de tratar las economías de escala de las empresas oligopolísticas. La razón ha sido bien entendida por casi todos, si no todos, los economistas urbanos y del espacio, y algunas veces se la ha caracte­ rizado corno el problema del "capitalismo de la casita con jardín" (backyard capitalism). La parábola va así: imagínense (tal corno lo hacen a menudo los teóricos espaciales) que el mundo consiste en una llanura homogénea, sin rasgos distintivos; imagínense además que existen costes de transporte; y finalmente supongan por un momento que no hay economías de escala. ¿Podría un mundo así dar lugar a la distribución de la actividad económica enormemente desi­ gual que observarnos en la realidad, en la que la mayoría de la gente vive en una pequeña fracción urbanizada del suelo, y en la que las propias áreas urbanas están altamente especializadas? (Este párrafo fue escrito después de echar un descorazonador vistazo a los precios inmobiliarios en Palo Alto -esto es, el atestado corazón del Silicon Valley). La respuesta, claro, es que no. Lo eficiente (y además fruto de la actuación del mercado, ya que éste sería un mundo sin distor­ siones y eficiente en el sentido de Pareto) sería que la producción de cada bien se repartiera de forma uniforme sobre la llanura, de forma que el transporte no fuera necesario. En el caso de ausencia literal de economías de escala, ni siquiera veríamos un mundo de pueblos pequeños, sino que veríamos un mundo de cortijos autosuficientes. Sabernos que el mundo no es una llanura homogénea. Aquellos haces de trigo y las vagonetas mineras de los mapas de mi infancia lo demuestran. Sin embargo, poca duda cabe de que los recursos


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natura les explican solamente una parte muy pequeña de la falta de espa cial d e la actividad económica, pues si no, ¿cuál es el recurso que explica por qué 11 millones de personas viven en el Gran Los Ángeles, o 17 millones en Sao Paulo? Y, de hecho, incluso la distribución de la producción agrícola está tan dictada por el acce­ so a los n,ercados urbanos como por la calidad subyacente del suelo -una constatación que Von Thünen d ejó clara desde el principio de su teoría de la localización-. En definitiva, para hablar de una forma mínimamente razonable sobre geografía económica, es necesario reconocer de alguna manera el pa pel de los rendimientos creci entes. Y esto significa que, sólo pa ra abrir el tem a , ha y que adentrase en los problemas que, tal corno argu­ menté en la lección anterior, hicieron inaceptable la teoría del alto desarrollo para la ma yoría de economistas. Y bien, ¿qué hicieron estos economistas con respeto a los temas espaciales? Los ignoraron. Da lo mismo que todos los días nos demos de narices con la importancia de la localización , o que los sistemas urbanos exhiban re gul arid ades empíricas tan fuertes como cualquier otro aspecto de la economía. Al igual que los geólogos, que no mira­ ron realmente dónde estaban localizadas las cordilleras porque sabían que no tenían ningún modelo sobre la formación de las montañas, los economistas evitaron mirar el aspecto espacial de l as economías por­ qu e sabían que no tenían ninguna forma de modelizarlo. Esta es una afirmación que pued e parecer muy fuerte para hacer­ la fuera de cont exto. D e manera que voy a hacer primero un breve seguimiento de lo que, con la ventaja de la perspectiva, me parece que han sido las tradiciones más importantes en economía espacial antes de , diga mos, 1980. Espero que al final de esta discusión l es haya convencido de que mi diagnóstico es básicamente correcto. uniformida d

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Cinco tradiciones en geografía económica Estas conferencias son una meditación sobre la teoría económica, no una historia erudita del pensamiento. En consecuencia , me voy a tomar la libertad de ser a la vez impreciso y arbitrario en las atribu­ ciones que hago. No me voy a preocupar demasia do por ser muy exacto sobre quién tuvo la prioridad en alguna idea ; mientras que Mark Blaug, en su Economic Theory in Retrospect, nos dice que Laun­ hardt no sólo fue el verdadero autor de la mayoría de lo que atribui­ rnos a Von Thünen, sino que además se anticipó en muchas cosas a lo que diría Weber, me voy a referir solamente a Weber y Von Thü­ nen, ya que esos son los "nombres de marca " bajo los que ciertas ideas se han conocido. Tampoco voy a detenerme en lo que constitu­ ye una extensa literatura, en parte porque estoy lejos de haber leído tanto como quisiera y, en parte, porque quiero expresar una opinión concreta más que hac er el estudio exhaustivo de este campo. En otras palabras, quiero repetir con la economía espacial lo que hice con la economía del desarrollo: utilizar un conjunto sesgado de referencias para argumentar que hubo un conjunto de ideas centra­ les llenas de sentido a la luz del análisis económico reciente, pero que fue ron inaceptables para la mayoría de econonistas porque en ese momento no pudieron ser modelizadas. Esta vez la tarea va a ser un poco más difícil, ya que la tradición en economía espacial es a la vez más extensa y más difusa que la del desarrollo. D e hecho, mi sistema de clasificación personal identifica no sólo una, sino cinco tra diciones en este campo. D e estas cinco, voy a argumentar que cua tro de ellas son maneras diferentes de mirar lo mismo -aunque sus defensores no lo interpretaran así y, de hecho, se vieran como alternativas rivales-. La quinta, la tradición del análisis del uso/renta de la tierra que llega hasta el mismo Von Thünen, es huérfana, conceptualmente muy divorciada de los restantes enfo­ ques. No por casualidad, también es la tradición que ha sido mejor aceptada por la mayoría de los economistas.


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Vam os a empeza r, a co ntinu ación, con l a primer a y, en mi opi­ nión, la menos a tractiva de esas tr adici ones. Geometría germánica

Cuando uno h abla de "teo ría de la loca lización" la mayoría de eco ­ no mista s piensa n (si es que piensa n en algo ) en la tr adición que flo­ reció en Alemania en la primera mitad de este siglo, una tr adición preocupa da p or un problema car acterístico : la geometría de la loca ­ lización en un paisaje bidimensional. Es corriente dividir esta tradición en dos subco njunto s. Primero Alfred Weber y sus seguidores, que a naliza ro n la decisión de loca li­ za r una empresa que sirve a un o o más mercad os, que tiene uno o más proveedores, c o n un número to tal de puntos relevantes de este tipo no inferio r a tres. (Si n o, la empresa siempre escogería c oloca rse junto al proveed o r o en el propio mercado ). Luego vino la tr adición de la teoría del empl azamiento central, que an alizó la loca lización y el pa pel de l os centro s de fabricación/marketing/etc. sirviendo a una hipotética po bla ción agrícola distribuida de f orma ho mo génea . En esta tr adición, Losch tuvo l a primera gr an intuición geo métrica -que las área s de mercado tendría n que ser hexa gona les-, mientr as que Christa ller co ncibió l a idea , empírica mente fructífera, de que debería darse una jerarquía de emplaza mientos centr ales, co n áreas de mercado anidadas una s dentro de otr as. Amba s, la teo ría de la l ocalización de Weber y l a teoría del empla ­ za miento centr al, fuero n sometidas a much as críticas a lo largo de lo s a fi os; mucha s de ellas se concentraro n, po r ejempl o , en la falta de rea ­ lism o de l os supuestos sobre la distribución de la dema nda, la rela ­ ción entre lo s c o stes de transp orte y la dista ncia , etc. N o creo que la s críticas de f a lta de rea lismo vengan muy a cuento : cu ando uno inves­ tiga un pro blema nuevo, es perfectamente lícito hacer simplificacio ­ nes escanda lo sa s en busca de una mejor intuición, con la espera nza de que el m odel o pueda acerca rse p osteri ormente a la rea lidad. (Esta

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es un a observación interesada , y ta mbién un a nticipo de la tercera co nferencia.) En cua lquier caso , no fuero n estas crítica s la s que impi­ diero n que la tr adición germánica se integrara al pensa miento eco ­ nómico ma y orita rio -después de todo, el Value and Capital de J. R. Hicks, que fue casi c ontempo ráneo a l desa rro llo de la teo ría del empla za miento central, tampoco puede c onsiderarse co mo muy rea ­ lista. Más bien, el problema c on la tr adición germánica p a rece radic ar en que parecía h abla r de geometría , más que de econ o mía tal co mo la entendía la , cada vez más do minante, c o rriente principal a nglo sa­ jona. Es decir, ni una insinua ción de cómo los a gentes racio na les to m aban sus decisio nes, ni aso mo de cómo la s decisiones de estos agentes podía n inter actuar pa ra dar lugar a un resultado determin a­ do . La tradición era , de hech o, terriblemente imprecisa sobre quién estaba to ma ndo qué decisión, y c asi completa mente muda sobre la cuestión de cómo la s decisio nes de lo s individu o s pueden influirse mutuamente. C o nsideremos, po r ejemplo , el famo so problema de l ocalizar una fábrica de fo rma que minimice lo s costes de tra nsp orte desde dife­ rentes pr oveedo res y hacia va rios mercado s. ¿Quién está minimiza n­ do ? ¿Pertenece l a fábrica a una empresa privada ? Si es a sí, ¿cómo fija lo s precio s? ¿Tiene c o mpetidores? Y, si es a sí, ¿qué se supo ne acerca de sus reacciones? Y, en cua lquier ca so, ¿p o r qué debe haber sólo un cento de producción? -¿ha y una s eco no mías de esca la ta n gr a ndes que hacen que sea óptim o producir en un so lo luga r?-, y, ¿qué n os dice esto acerca de la estructur a del mercado ? N o ha y más remedio que sup o ner que el pro blema de minimización de c ostes de tra ns­ p orte fo rma parte de un c ontexto más a mplio -que ha y una historia implícita sobre fijación de precios (que, entre otr as co sas, va a deter­ min ar la dema nda ), co mpetencia , y estructur a del mercado , una pa rte de la cual es el problema de minimiza r lo s c o stes de tra nspo r­ te' dada la decisión de envia r determinada s cantidades a determina do s mercado s. Este pr oblema es interesa nte, pero queda a mitad de


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camino de lo q u e normalmente qu erernos hacer en los modelos eco­ nómicos, y no es ni u n análisis completo de la rnaxirnización, ni siquiera u n análisis de equ ilibrio parcial, lo cual resulta muy poco satisfactorio. La teoría del emplazamiento central es, en mu chos aspectos, u na constr u cción intelectual mu cho más satisfactoria. Explica cómo in­ teraccionan los agentes individuales, a saber, q u e el j u ego entre eco­ nomías de escala y costes de transporte lleva a los productores a con­ centrarse en u na jerarq uía de ciudades, sirviendo áreas de mercado anidadas y hexagonales. Pero c uando la examinarnos con cuidado, no está tan claro qué es lo q u e se su pone q u e está pasando. ¿Qu ién torna las decisiones de localización? Losch parece haber propu esto su s hexágonos corno óptimo, más qu e corno resultado del fu nciona­ miento del mercado. Christaller hablaba claramente de resultado del fu ncionamiento del mercado, pero sin u na descripción clara de la estructu ra de ese mercado. La teoría del emplazamiento central pro­ porcionó u na especie de esqu ema, u na forma de organizar las ideas y los datos sobre sistemas u rbanos, más que u n modelo económico en el qu e la estr u ctu ra observada pudiera ser expresada en términos de cau sas más profu ndas. ¿Pero, por q ué ningún economista inteligente de la tradición anglosajona tomó la teoría del emplazamiento central y construyó u n modelo formal? Por algún tiempo, digamos qu e hasta mediados de los afi.os cincu enta, la simple ignorancia podía ser la explicación: la tradición alemana de la localización simplemente no era accesible a los teóricos de habla no germánica. Despu és del trabajo proselitista de Isard y otros, sin embargo, las ideas esenciales de la teoría del emplazamiento central estaban a pu nto para la elaboración teórica. Y, de hecho, algu nos teóricos de mu cho talento intentaron modeli­ zarlas. Sin embargo, no lo consiguieron, por lo menos si nos atene­ mos al juicio del mercado intelectual. ¿Por q ué? Ya conocen la respu esta: para q u e la teoría del empla­ zamiento central tuviera sentido, había que resolver el problema de

la estru ctu ra del mercado. La idea es bastante sim.ple: cada empresa se enc u entra con q u e tiene q u e escoger entre aprovechar las econo­ mías de escala, qu e emp u jan hacia u n número limitado de emplaza­ mientos de produ cción, o minimizar los costes de transporte, que se pu eden redu cir nmltiplicando el número de u bicaciones. Pero esta descripción implica inmediatamente q u e nos encontrant0s en un mu ndo en el q u e hay economías de escala no agotadas y, por lo tanto, en u n mu ndo de competencia imperfecta. No podemos explicar com­ pletamente la formación del emplazamiento central a menos q u e estemos preparados para ofrecer u na descripción, por mu y estiliza­ da q u e sea, de esa estructu ra del mercado imperfectamente competi­ tiva. Y esto, hasta hace relativamente poco, era algo qu e los econo­ mistas se sentían incapaces de hacer. Déjenme aclarar q u e todo esto no es de ning u na forma una con­ dena de los q u e desarrollaron y elaboraron la teoría del emplaza­ miento central. Por el contrario, deberían ser adnlirados por su ins­ piradas ideas a pesar de su incapacidad para formalizarlas de forma efectiva. Pero la teoría del emplazamiento central no va a tener enti­ dad propia hasta q u e se cr u ce la barrera de la formalización.

Física social

La metáfora de la geometría germánica sería la de la mecánica del siglo xv111: el problema de la localización fu e representado directa­ mente como el de u n equ ilibrio entre diversas fu erzas de atracción discretas. El problema de la localización de Weber se puede resolver construyendo u n sistema de pesos y poleas. En el siglo XIX, sin embargo, fu e cada vez m.ás común que los físicos representaran su s problemas no de u na forma directa, corno la interacción de diferen­ tes elementos mecánicos, sino de forma indirecta, como la sol u ción de u n problema de máximo o mínimo. Resultó q u e muchos proble­ mas de física podían pensarse como la minimización de u na canti­ dad llamada "acción", u na formu lación q u e simplificó enormemen-


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te el análisis. También resultó conveniente representar los problemas dinámicos como el movimiento de un punto que caracterizaba el sis­ tema de localizaciones de potencial mínimo sobre una superficie imaginaria. Era inevitable que estas metáforas acabaran reflejándose en la forma de pensar sobre geografía económica. Y esto fue lo que pasó; la escuela que se desarrolló siguiendo esas líneas emergió en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. La idea de hacer geografía por analogía con la física no era nin­ guna tontería. Aquellos de nosotros que estamos profundamente adoctrinados en la tradición del análisis económico tradicional pode­ mos sentir la tentación de mofarnos de ello: ¿por qué no hacer geo­ grafía a partir de sus fundamentos económicos? Pero la teoría neo­ clásica fue, corno hemos visto, claramente incapaz de ayudar al desarrollo del análisis espacial, de forma que difícilmente puede cul­ parse a nadie por intentar algo diferente. Además, los geógrafos americanos que empezaron a estudiar los datos sobre ciudades se dieron cuenta rápidamente de que en ellos había regularidades empíricas muy llamativas, de la clase que los científicos físicos estaban acostumbrados a ver, pero que eran rara­ mente observadas en economía. No puedo resistir la tentación de mostrarles un ejemplo: la ley de Zipf, también conocida como la regla del tamaño-rango. La "ley" se refiere a la distribución del tama­ ño de las ciudades, y tiene la forma: k N· -1 - Rb, J

donde N es la población de la ciudad j, R su rango (así, para Estados Unidos, Nueva York es 1, Los Ángeles 2, Chicago 3, etc.), y bes un exponente cercano a l. En ciencias de la naturaleza uno suele encon­ trar relaciones de este tipo, que luego sirven de reto para los teóricos. En ciencias sociales este tipo de relaciones son muy poco frecuentes. Pero mírenla (véase la figura 2.1).

10 C1)

9,5

'ü

·�

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o

8,5 8

---------------------------

7,5 "O

-� C1)

o

7

----------- -----------

6,5 6

5,5

o

0,5

1

1,5

2

2,5

3

3,5

4

4,5

5

Logaritmo del rango de la ciudad

Figura 2.1 Por cierto, si piensan que voy a terminar esta conferencia mos­ trando cómo la teoría moderna puede explicar la ley de Zipf, van a tener una decepción. Creo que empiezo a tener una vaguísima idea de cómo explicarla, pero en este momento tengo que admitir que la regla del tamaño-rango le resulta terriblemente incómoda a la teoría económica: es una de las relaciones estadísticas más fuertes que conocemos y, sin embargo, no tiene ninguna base clara en la teoría. Otra ley como las de la física es la "ley de la gravedad" que rela­ ciona las interacciones entre ciudades -viajes, transporte de mercan­ cías, etc.- con sus poblaciones y la distancia entre ellas. Esta "ley" toma la forma siguiente:

donde Tes el volumen de las transacciones entre las ciudades, D es la distancia entre ellas, y b es otra vez un exponente -posiblemente


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cercano a uno, aunque ahora la cosa no está tan clara. La ley de la gravedad no se cumple con tanta precisión como la regla del tama­ ño-rango, pero aun así es una buena aproximación; y, como la regla del tamaño-rango, ha resultado ser extremadamente útil como forma de ver los datos, tanto en economía espacial como en comercio inter­ nacional. Pero ¿cómo fue que la observación de que la economía espacial exhibe relaciones parecidas a la física, y el deseo de los geógrafos de parecerse a los científicos de verdad, diese lugar a una teoría n1ás causal que descriptiva? Bueno, en los años cincuenta los geógrafos americanos tuvieron la idea de que las empresas tienden, ceteris pari­ bus, a escoger localizaciones de máximo "potencial de mercado", donde el potencial de mercado de una localización se definía como un índice de su acceso a los mercados, que involucraba tanto la capa­ cidad adquisitiva de todos los mercados en los que podían vender corno su distancia a ellos. Un índice típico del potencial de mercado para la localización i es: P; =

y. L k--f, .

.7

D.;.1·

donde Y es el ingreso o poder adquisitivo de un mercado determi­ nado. La relación con la ley de la gravedad es obvia. Pero aparte de esta especie de justificación formal, no es difícil pensar que un índi­ ce de este tipo tuviera que ser mínimamente útil para entender la ubicación las empresas: después de todo, seguramente es cierto que las empresas intentan ubicarse donde tienen un buen acceso a los n1ercados, definido de una forma u otra. Resulta, además, que el potencial de mercado realmente "funcio­ na", en el sentido de que los índices de potencial de mercado parecen explicar la localización de la industria en Estados Unidos (o en Euro­ pa occidental) y la localización de actividades determinadas dentro de las áreas urbanas. (En los años cincuenta, Harris [1954] y otros dibuja-

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ron unos mapas impresionantes de potencial de mercado de Estados Unidos, que mostraban una clara correlación entre un alto potencial de mercado y la concentración de la industria en las regiones industriales. Más recientemente, estudios de potencial de mercado para la Comi­ sión Europea han dado lugar a unos mapas similares que muestran una relación clara entre "centralidad" y renta per cápita). Y, a diferen­ cia de la estructura rígida de la teoría de la localización de Weber, el enfoque del potencial de mercado tiene una fácil aplicación. De manera que nos encontramos ante un dilema: la aplicación de la "física social" a la economía espacial ofrece explicaciones plausi­ bles, algunas regularidades enlpíricas impresionantes, y una base útil para el trabajo empírico. Incluso se puede utilizar corno base de algunos modelos de equilibrio ad hoc, tal corno explicaré después. Siendo esto así, ¿por qué no forma parte de la caja de herramientas habitual de los economistas? Ya saben la respuesta. Pero déjenme subrayar el problema con­ creto: en ningún momento se deja claro qué es lo que se maximiza cuando una empresa escoge un punto de rnáxin10 potencial de mer­ cado. De hecho, si uno medita sobre esto, es fácil darse cuenta de que toda la idea de calcular el mercado potencial tal y corno lo he descri­ to exige implícitamente tener unas determinadas ideas sobre la estructura del mercado. Las empresas no pueden tener rendimientos de escala constantes -si no, bastaría con establecer una para cada mercado, y sabernos que no tendría sentido calcular el potencial de mercado para todo Estados Unidos o la Unión Europea. Tampoco pueden producirse bienes que sean sustitutos perfectos; en este caso habría áreas de mercado perfectamente definidas del estilo de las de Li:isch, y no superficies de potencial sin bordes. Así pues, el enfoque del potencial de mercado parece esconder una descripción en térmi­ nos de competencia rnonopolística -pero esta descripción es total­ mente implícita, y tenía que serlo, ya que nadie sabía cómo modeli­ zar la competencia rnonopolística durante el apogeo del enfoque del potencial de mercado.


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Causalidad acumulativa Una consecuencia obvia del análisis del potencial de mercado es la posibilidad de circularidad. Las empresas quieren situarse donde el potencial de mercado sea alto, es decir, cerca de los grandes merca­ dos. Pero los n,ercados tienden a ser grandes donde hay muchas empresas. De manera que, de forma natural, se llega a considerar la posibilidad de que haya crecimiento (o decrecimiento) regional auto­ reforzado. No tengo muy claro hasta qué punto los geógrafos lo entendie­ ron así. El ensayo pionero de Harris (1954) ciertamente indicó que las regiones con alto potencial de mercado, como por ejemplo los Esta­ dos industriales de Estados Unidos, verían su ventaja reforzada a medida que un mayor número de empresas decidieran trasladarse allí. Que la posibilidad de equilibrios múltiples fuese considerada desde el principio es menos claro. Un buen ejemplo de esto fue el esfuerzo de modelización de Lowry (1964). Lowry construyó un modelo extraordinariamente avanzado para su tiempo: calibró un modelo numérico del uso de la tierra dentro de una ciudad (Pittsburgh), en el que muchas decisio­ nes de localización eran endógenas y en el que los rendimientos cre­ cientes implicaban múltiples equilibrios. El modelo de Lowry no estaba basado en un comportamiento maximizador -no podía haber sido así, dado el estado del arte de la modelización en ese tiempo. En su lugar impuso un conjunto de reglas ad hoc plausibles. Las decisio­ nes de localización por parte de las empresas, en particular, estaban determinadas en gran parte por el potencial de mercado. El suyo fue, voy a repetirlo, un esfuerzo pionero extraordinario, si bien hay indicios de que el propio Lowry no entendió completa­ mente lo que estaba haciendo. Esto parece desprenderse involunta­ riamente de su afirmación según la cual es crucial resolver las ecua­ ciones en el orden correcto. ¡Si fueran resueltas en otro orden darían respuestas absolutamente diferentes! En otras palabras, interpretaba

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los equilibrios múltiples de su modelo como una molestia, no como una profundización en el conocimiento del proceso de desarrollo espacial. Pero si los geógrafos que trabajaban con el potencial de mercado no tenían las ideas claras sobre la posibilidad de circularidad, hubo otros geógrafos que fueron muy conscientes de ello, por una razón muy sencilla: porque estaban muy cerca de los creadores de la teoría del alto desarrollo. Consideremos la historia de los equilibrios múltiples que acabo de contar, en que cada empresa se ubica donde los mercados son gran­ des, pero los mercados son grandes donde se ubican las empresas. ¿No es esencialmente lo mismo que la teoría de del Gran Empujón, en que las empresas adoptaban las técnicas modernas si el mercado era suficientemente grande, pero el mercado era suficientemente grande si suficientes empresas adoptaban las técnicas modernas? Claro que lo es; y por eso fue natural llevar conceptos de la teoría del alto desa­ rrollo a la geografía económica. De hecho, me atrevería a decir que las ideas de la teoría del alto desarrollo son más plausibles en el contexto de la localización que en su hábitat original. El modelo del Gran Empujón en su versión origi­ nal dependía decisivamente de la disponibilidad de una oferta de trabajo elástica procedente del sector rural con salarios bajos. Sin embargo la diferencia salarial del excedente de trabajo nunca fue realmente explicada, simplemente fue afirmada. Era posible superar esta dificultad invocando vínculos muy fuertes en los sectores de producción de bienes intermedios, pero incluso observadores muy benevolentes tenían que acabar preguntándose si, dada la inelastici­ dad probable en los países en desarrollo de la oferta de factores de producción, los equilibrios múltiples de los modelos del tipo del Gran Empujón eran realmente plausibles. En geografía económica, sin embargo, la oferta de factores de producción hacia cualquier región o localización va a ser típicamente muy elástica, porque pueden venir de cualquier lugar. Y, en conse-


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cuencia, mientras que el Gran Empujón aplicado al total de la eco­ nomía puede ser poco realista, una Gran Bola de Nieve aplicada a una región particular puede tener mucho sentido. Algunos autores clásicos del alto desarrollo parecen haberse dado cuenta de esto. Myrdal, por ejemplo, empezó ilustrando su concepto de "causalidad circular y acumulativa" con ejemplos regio­ nales, y a Hirschman también le gustaba hablar de desarrollo regio­ nal desigual dentro de un país. La aplicación explícita de los concep­ tos del alto desarrollo al crecimiento regional, sin embargo, está normalmente asociada con Alan Pred (1966). La historia que cuenta es esencialmente una variante del Gran Empujón. Supongamos que una economía regional crece hasta el punto crítico en que empieza a ser rentable sustituir las importacio­ nes de un producto sujeto a economías de escala por producción pro­ pia. Esta sustitución de las importaciones hará crecer el empleo regional, atrayendo trabajadores de otras regiones; y así ampliará aún más el mercado local. Esta expansión del 1nercado puede, a su vez, proporcionar el tamaüo de mercado necesario para inducir una nueva ronda de sustitución de importaciones, y así da lugar a un cre­ cimiento en cascada reflejo de la relación circular entre el tamaüo del mercado y la capacidad industrial de una región. La historia, claro está, puede complicarse más. En particula1� si aüadimos los vínculos hacia atrás y hacia delante, el crecimiento no tiene que ser debido solamente a la sustitución de importaciones; puede incluir también un crecimiento de las exportaciones. Pero la idea básica sin duda está muy clara. Lo que no está claro, sin embargo, es... bueno, ya lo saben uste­ des. El análisis de Pred omite hablar acerca de la estructura del mer­ cado. Y, en consecuencia, lo que él y sus seguidores llaman un "modelo" está claramente alejado de lo que los economistas moder­ nos consideran como tal: es poco más que un conjunto de recuadros y flechas que sugieren relaciones, sin que su funcionamiento esté nada claro.

Externalidades locales Volvamos a una tradición que es mucho más cercana a la de la eco­ nomía; de hecho, se trata de una tradición que esenciahnente forma parte del análisis económico convencional, aunque no sea una de sus partes más importantes: el análisis de las externalidades locales. La idea de que la concentración de productores en una localiza­ ción particular proporciona ventajas y de que esas ventajas, precisa­ mente, explican dicha concentración es vieja. No sé quién la seüaló por primera vez, pero el economista que la utilizó más fue el propio Alfred Marshall. Sin duda, aquellos que piensan que los rendimien­ tos crecientes son un descubrimiento reciente, acaban sorprendidos por la atención que se presta a las externalidades locales en los Prin­ cipies de Marshall, no tanto por su importancia intrínseca como por­ que sirven de ejemplo del concepto de externalidades en general. Lo que Marshall entendía por externalidades no es exactamente lo mismo que entendieron posteriormente otros autores. En los aüos cuarenta y los cincuenta, los economistas distinguieron claramente entre externalidades tecnológicas -puros spillovers- y externalidades pecuniarias, que ocurrían con la n-,ediación del mercado. Marshall, sin embargo, no hizo esa distinción. Juntó la capacidad de un mer­ cado local grande para sostener empresas productoras de bienes intermedios a una escala eficiente, las ventajas de un mercado de trabajo amplio, y los intercambios de información que tienen lugar cuando empresas del mismo sector se unen (dos externalidades pecuniarias y una tecnológica). A la luz de la teoría actual tenía razón en juntarlas. Ahora entendemos que la distinción entre exter­ nalidades tecnológicas y pecuniarias sólo tiene sentido en un mundo de rendimientos constantes; en general, las externalidades relaciona­ das con el tamaüo del mercado son tan reales como los spillovers tec­ nológicos. Aunque Marshall no restringiera su discusión a las externalida­ des "puras", era ciertamente posible hacer un análisis marshalliano


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con esas externalidades puras -y al hacerlo, utilizar el aparato de maximización individual y equilibrio competitivo que los economis­ tas iban entendiendo cada vez mejor. Por ello las externalidades loca­ les nunca desaparecieron como concepto de la economía. De hecho, si se hubiera preguntado a un economista convencional entre, pon­ gamos, 1930 y los últimos afios, por qué existen las ciudades, o por qué algunas industrias están tan concentradas en el espacio, hubiera respondido con seguridad en términos de externalidades locales. Uno puede ir más lejos, y así se hizo en economía. Pensemos en las externalidades locales positivas, que tienden a favorecer la con­ centración de la producción, enfrentándolas a otros efectos -com.o la congestión o el precio del suelo- que tienden a favorecer la disper­ sión. De esta manera nos estarnos acercando a una teoría del tamafio óptimo de las ciudades y, si estamos preparados para hacer algunos supuestos sobre el proceso de formación de las ciudades, una teoría sobre el tarnafio real y el número de ciudades. Un modelo elegante, siguiendo este camino, fue presentado por Vernon Henderson en 1974. Su modelo de sistemas urbanos se ha convertido en el punto de partida de una amplia literatura, que incluye un buen número de tra­ bajos empíricos útiles. Sin embargo, mientras que la idea de las externalidades ha sido siempre respetable -de hecho, reconocida como esencial por cual­ quier economista sensato que pensara en ello- ha estado sorpren­ dentemente ausente de nuestra tradición económica. Si uno conside­ ra la importancia intrínseca de las externalidades urbanas en el mundo real, y luego observa la atención que les prestan los econo­ mistas, es obvio que hay un serio problema de proporciones. ¿Por qué? Mi conjetura es que si bien los economistas neoclásicos han podi­ do poner a salvo las razones de ser de las aglomeraciones a base de suponer que eran puras externalidades tecnológicas, esta evasión estratégica ha tenido un precio en términos tanto de credibilidad como de posibilidades de investigación. Decir que la urbanización es

el resultado de externalidades localizadas evoca al médico de Molie­ re, que explicaba que el opio induce al suefio gracias a sus propieda­ des dormitivas. O, corno un físico sarcástico replicó a un economista en una reunión interdisciplinaria: "Entonces, ¿lo que está diciendo es que las empresas se aglomeran porque hay efectos aglomeradores?". Más aún, el supuesto de externalidades puras pone esos efectos en una especie de caja negra, de la que no se puede decir nada más. Sí, claro, se pueden intentar medir empíricamente, y se ha trabajado en esta dirección. Pero no hay una estructura más profunda que exami­ nar, no hay una forma de relacionar la aglomeración con otras carac­ terísticas más "micro" de la economía.

Renta del suelo y uso del suelo Finalmente llegamos a la última de mis cinco tradiciones: el análisis de la renta del suelo y su uso, que deriva directamente de Von Thü­ nen y su obra pionera, Estado aislado. La idea de Von Thünen es, hoy en día, muy familiar para casi to­ dos los economistas (aún cuando este análisis es olvidado en casi todos los libros de introducción a la economía). Von Thünen imagi­ nó una llanura agrícola que abastecía con variedad de productos a una ciudad central aislada; y se dio cuenta de que se podía pensar en la determinación simultánea de un gradiente de la renta del suelo que disminuía desde el centro hacia el límite con la zona agrícola, y de una serie de anillos en los que se obtenían los diferentes cultivos y/ o se empleaban diferentes métodos agrícolas. De esa forma, el suelo caro cerca del centro estaría reservado para cultivos con costes altos de transporte y/ o cultivos que dieran un valor alto por hectá­ rea; el anillo más exterior sería dedicado a cultivos intensivos en tie­ rra o a cosechas de transporte barato. Si uno juzga la importancia de una idea por el volumen de inves­ tigaciones que ha inspirado, entonces la contribución de Von Thünen supera en mucho cualquier otra tradición de economía del espacio.


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Mark Blaug dedica casi la mitad de su discusión de la economía del espacio a Von Thünen y sus sucesores (y eso sin tener en cuenta la influencia de Von Thünen sobre los modelos de análisis de la estruc­ tura interna de las áreas urbanas, a los que me voy a referir más abajo). Von Thünen ha conseguido una atención favorable por parte de muchos economistas modernos, desde Herbert Giersch hasta Paul Samuelson. Todo esto está ampliamente justificado. El modelo de Von Thü­ nen (incluso si, en realidad, fue obra de Launhardt) es muy bonito. Ilustra en un contexto sorprendente nmchos de los conceptos claves de la economía neoclásica: la idea de equilibrio; la idea de que el "valor" no es una cualidad inherente a una esencia escondida, sino una consecuencia emergente de un proceso de mercado (¡Si Marx hubiera leído a Von Thünen!); la determinación simultánea de los precios de los bienes y de los factores de producción; la habilidad de los mercados para conseguir resultados eficientes; y el papel de los precios, incluso para factores no producidos previamente, corno la tierra, en proveer los incentivos que promueven la eficiencia. Una cosa de la que el modelo de Von Thünen nos habla poco, desgraciadamente, es del tem.a central de la economía espacial. Más precisamente: si se considera esencial comprender por qué y cómo la economía evita el "capitalismo de la casita con jardín", el modelo de Von Thünen no es de ninguna ayuda. Simplemente, supone lo que se está intentando entender: la existencia de un mercado central urba­ no. De hecho, la fuerza del modelo reside en entender las fuerzas que dispersan la actividad económica hacin fuera a partir de ese centro, las fuerzas "centrífugas" por así decirlo. En cambio, no dice ni puede decir nada acerca de las fuerzas "centrípetas", las que crenn los cen­ tros, juntando la actividad económica en un mismo lugar. ¿Por qué un n10delo con tamaña limitación tuvo tanta influencia en la teoría de la localización? En particular, ¿por qué un modelo que, en el mejor de los casos, trata sólo de la mitad del problema ha recibido tanta más atención que otros intentos que no daban una

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explicación nada mala de la otra mitad? La razón, claro está, es que mientras que los enfoques que he descrito hasta ahora pueden haber sido acertados, no ofrecían ninguna oportunidad para que los eco­ nomistas pudieran utilizar las herramientas que tenían. Por contra, el modelo de Von Thünen parece haber sido diseñado para mostrar la fuerza del paradigma competitivo de los rendimientos constantes. Hay dos paralelismos obvios. Primero, que Von Thünen fue para la geografía económica lo que el modelo del excedente de trabajo de Lewis fue para la economía del desarrollo. Es decü� fue la pieza única de un marco heterodoxo que se pudo manipular con los métodos ortodoxos y, por ello, atrajo un volumen de investigación despropor­ cionado en relación con sus méritos. (Este paralelismo presupone que los otros enfoques que he descrito forman un marco común, co­ sa que puede no ser nada obvia; más adelante voy a justificarlo). Segundo, la concentración en el enfoque de Von Thünen recuer­ da la actitud de los geólogos en la era anterior al descubrimiento de la expansión del fondo marino. Los geólogos entendían la erosión que destruye las montañas, pero carecían de un modelo que explica­ ra la construcción de las montañas -y así el núcleo de la teoría geo­ lógica era el tierno análisis de la erosión por el agua, el viento y el hielo. Los economistas entendían por qué la actividad económica se expande hacia fuera, pero no por qué se concentra, y por ello el modelo central de la econon1ía espacial trataba sólo de cómo la com­ petencia por el suelo dispersaba las actividades económicas lejos del mercado central. Pero no se puede hablar indefinidamente de anillos concéntricos de utilización del suelo. Por n1ucho que el modelo de Von Thünen obtuviera la aprobación de la mayoría de economistas, esto no fue suficiente para alimentar un área de investigación tan vital. Y así la economía del espacio fue languideciendo en la periferia de la econo­ mía propiamente dicha. Lo que la geografía económica necesitaba -y aún necesita- para ser revitalizada es una síntesis que nos devuelva la otra mitad de la


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historia. Necesita algo que legitime y dé sentido a las intuiciones de los análisis 111arginados. Creo que actualmente disponemos de los instrumentos intelec­ tuales para crear esta síntesis. Pero no soy el primero en pensarlo. Permítanme una digresión sobre dos esfuerzos valerosos pero falli­ dos de intentar incorporar el espacio a la teoría económica.

Economía del espacio: dos esfuerzos fracasados Supongo que resulta obvio, tanto por lo que he dicho hasta ahora en estas lecciones como por otras cosas que he escrito, que creo que ha llegado el momento de la eclosión de la geografía económica. Es decir, que ya estamos preparados para plantear los temas espaciales dentro del ámbito del análisis económico contemporáneo. Pero la historia se burla de mi optimismo. Por lo menos en dos ocasiones, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, pareció que la eco­ nomía del espacio iba a ponerse de moda. Y, sin embargo, en ambas ocasiones todo quedó en nada. El primer gran esfuerzo para situar el espacio dentro del análisis económico ocurrió en los años cincuenta, bajo el liderazgo del temi­ ble Walter Isard. Isard fue y es un hombre de una gran energía y amplios conocimientos; realizó un servicio impagable al hacer acce­ sible la tradición germánica, que hasta el momento no lo era, a los economistas monolingües como yo; y creó una iniciativa interdisci­ plinaria, la ciencia regional, que ha tenido una importancia práctica considerable en el mundo real. Pero el objetivo de su obra magna, Location and Space-Economy, consistente en llevar la preocupación por el espacio hasta el mismo corazón de la teoría económica, nunca alcanzó el éxito. ¿Por qué? Uno duda antes de criticar a una eminencia como lsard -al igual que se duda antes de enmendar la plana a todo un Albert Hirschman. Sin embargo a mí me parece que, Isard, con toda su sabi-

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duría y perspicacia, no llegó a entender qué es lo que había impedi­ do la incorporación del espacio al pensamiento económico. Location and Space-Economy fue en gran parte un trabajo de sínte­ sis, uniendo Von Thünen y Weber, Christaller y Losch en un paquete manejable. La principal contribución original de Isard fue la de refor­ mular el problema de la localización como un problema típico de sustitución: según él las empresas tenían que escoger entre más o menos costes de transporte y menos o más costes de producción, tal como hacían con cualquier otra decisión de minimización de costes o de maximización del beneficio -una observación perfectamente correcta. Pero la conclusión que obtuvo Isard de esa observación fue que se podía entender la cuestión de la localización como la de una variable de elección más de un modelo de equilibrio general compe­ titivo, del tipo que estaba empezando a dominar el análisis econó­ mico. Y esto era simplemente incorrecto: para que los diferentes aná­ lisis de la localización que planteó tuvieran sentido, había que tener en cuenta los rendimientos crecientes y, con ellos, la competencia imperfecta. Isard nunca presentó un ejemplo de un equilibrio gene­ ral de localización; y esto no fue por accidente, sino porque ni él ni nadie sabían como hacerlo. En efecto, Isard estaba diciendo a los economistas: "¡Mirad! Podéis tratar el espacio utilizando las herramientas que ya tenéis". Pero en realidad aún no podían, por lo que su proyecto estaba con­ denado al fracaso. Afortunadamente para Isard y para el mundo, este no fue el final de la historia. Los modelos espaciales semirresueltos que apor­ tó casi no hicieron mella en la teoría económica, pero fueron inne­ gablemente útiles para una serie de finalidades prácticas: un plani­ ficador regional intentando decidir dónde construir carreteras o puertos puede confiar en una serie de esquemas intelectualmente sugerentes que, aunque disten mucho de tener una estructura cohe­ rente o intelectualmente satisfactoria, le ayuden a definir mejor sus problemas. En lugar de un gran cuerpo de análisis teórico, lo que


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Isard acabó creando fue un campo aplicado ecléctico: la ciencia regional. La ciencia regional no es una disciplina unificada. La mejor forma de describirla es como una colección de herramientas, algu­ nas más toscas, otras más sofisticadas, que pueden ayudar a quien necesite responder a problemas prácticos relacionados con temas espaciales que no puedan esperar hasta que tenganws una buena teoría. Quisiera recon1endar que los economistas concedieran más aten­ ción y respeto a esta forma de teorizar del tipo haz-lo-que-puedas. Pero al mismo tiem.po, hay que dejar claro que la forma de eclecti­ cismo que caracteriza la ciencia regional no puede sustituir una teo­ ría verdaderamente integrada; y el enorme esfuerzo de Isard no llegó a conseguir esa integración. 2 El segundo gran esfuerzo para intentar integrar el espacio a la economía fue más modesto en sus objetivos y, precisamente por ello, mucho más afortunado en la forma en que fue recibido inicialmente, si bien, al final, también fracasó. Me refiero a la "nueva economía urbana", que floreció a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Esta literatura se interesó por la estructura espacial interna de las ciudades. El modelo canónico era el de una ciudad monocén­ trica, en la que por lo n1enos una parte de la población se veía obli­ gada a viajar cada día a un distrito comercial central determinado de forma exógena. El problema consistía en determinar simultánea­ mente la forma de utilización del suelo y la estructura de las rentas del suelo alrededor del distrito comercial central, un problema que generalmente se veía reducido a la determinación de una curva de equilibrio en función de la distancia del centro. ¿Les resulta familiar? Claro que sí: es lo mismo que dijo Von Thünen, pero con viajeros diarios en lugar de agricultores. Y los nue­ vos modelos compartían muchas de las virtudes del modelo original de Von Thünen: ofrecían una idea muy satisfactoria de cómo las fuer­ zas del mercado armonizan facilidad de acceso con valor del suelo, de cómo el espacio queda estructurado en zonas caracterizadas por

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diferentes actividades, de la simultaneidad, propia del equilibrio general, que caracteriza la economía cuando hay competencia por los recursos escasos. Desgraciadamente, los nuevos modelos compartían el vicio bási­ co del de Von Thünen: el hecho central (literalmente), la existencia de un centro comercial alrededor del cual se organizaba la ciudad, que­ daba incómodamente por explicar. Claro que uno podía recurrir a unas economías de aglomeración vagamente explicadas para com­ pletar el modelo, pero esto no dejaba de ser poco satisfactorio. Peor aún, de hecho resultó cada vez más inadecuado porque el mundo real decidió jugar una mala pasada a los modeladores, al ir abolien­ do la ciudad monocéntrica como aproximación cada vez menos razo­ nable. Cualquiera que haya conducido en Estados Unidos alrededor de un área metropolitana sabe de qué estoy hablando. La ciudad ameri­ cana por antonomasia en 1950 era Chicago, una ciudad construida alrededor de las líneas de ferrocarril y que ejemplificaba el tipo de centralización favorecido por el transporte ferroviario. En 1950, Chi­ cago estaba claramente centrada en el Loop, el famoso y denso dis­ trito de oficinas que fue la cuna de los rascacielos. Incluso ahora es, tal como me dicen los geógrafos urbanos, la ciudad más monocéntri­ ca de Estados Unidos. Pero Chicago ya no es la segunda ciudad de Estados Unidos. Su lugar lo ocupa ahora Los Ángeles, la ciudad que Gertrude Stein describió como teniendo "no there there" . 3 Los Ánge­ les no es, pensara lo que pensara la señora Stein, una masa indife­ renciada: los distintos barrios son radicalmente diferentes en cuanto a su carácter y al uso del suelo. Pero no hay un solo centro: hay una docena o más de centros comerciales que compiten entre sí. Los que somos de ciudades "reales" del Este y el Medio Oeste, so­ líamos despreciar Los Ángeles. Sin embargo, hoy en día, la mayoría vivimos y trabajamos en entornos como el de Los Ángeles. La mayoría de mis amigos del área de Boston trabajan para las compañías de alta tecnología situadas a lo largo de la Carretera 128; viajan cada día hacia


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afuera,

desde sus casas en la periferia de Boston hacia el cinturón de ciudades que ha crecido alrededor de Bastan, igual que a lrededor de cualquier vieja metrópoli de Estados Unidos. La cuestión es, cla ro está, que el esquema de los anillos de Van Thünen proyecta una luz muy débil sobre la estructura espacia l de las ciudades policéntricas. Lo que necesitamos entender, primero y sobre todo, es dónde están localizados los centros que compiten entre sí -precisamente lo que los modelos del tipo Van Thünen evi­ tan responder. Y la r azón por la que no dan respuesta es, a su vez, porque se trata de una cuestión íntimamente liga da a los rendimien­ tos crecientes. 4

En la corriente principal H asta este momento he estado contando historias que terminan en frustración; teorías sensatas que no fueron formalizadas de forma efectiva, o ideas formalizables que parecen no haber dado en el clavo. Ahora voy a explicar por qué creo que todo esto va a tener un final feliz. La razón esencial de mi optimismo es que los economistas de hoy en día tienen nuevas herramientas a su disposición. Hasta ahora , cada intento de tratar con cualquiera de las cuestiones que involu­ craban economías de escala a nivel de la empresa individua l se encontraba con que, o bien había de restringirse al caso del monopo­ lio puro, o bien a una serie de modelos de duopolio muy poco mane­ jables. Básicamente, no había ninguna forma de hablar de equilibrio general. Esta situación no ha cambiado del todo: a ún no hay mode­ los generales de economías con rendimientos crecientes y competen­ cia imperfecta. En realidad, ni siquiera existe ningún modelo que sea plausible en sus pormenores. Si usted es de ese tipo de personas que se resisten a los supuestos absurdos hechos por pura conveniencia analítica, el cuadro que estoy a pu nto de pintar no va a parecerle

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nada alentador. Pero lo que sí tenemos ahora son un conjunto de tru­ cos que por lo menos nos permiten presentar ejemplos ilustrativos de economías sujetas a rendimientos crecientes. Ya han visto un ejemplo de esos trucos en la primera conferencia, donde mostré cómo Murphy et al. utilizaron un modelo simple de monopolistas simétricos con límites en los precios, para abrirse cami­ no entre la confusión de la historia del Gran Empujón. No todo el mundo está satisfecho con esa clase de prestidigitación analítica : he oído que por lo menos un premio Nobel reaccionó con desprecio ante su artículo, diciendo "no puede ser tan simple". En mi opinión, sin embargo, Murphy et al. proporcionaron exactamente lo que se nece­ sitaba : una ilustración clara y simple que de pronto permite entender lo que estaba diciendo Rosenstein-Rodan. Para los problemas de la economía del espacio, este truco en par­ ticular no sirve, por razones que no considero necesario describir­ diga mos, solamente, que he puesto mucho esfuerzo en intentarlo, ; que estoy basta nte seguro de que no hay ninguna forma de hacerlo. Pero hay otros trucos. El que me parece más útil es la formalización de la competencia monopolística sugerida en 1977 por Dixit y Stiglitz -un modelo nada realista, pero que yo (como tantos otros teóricos en comercio internacional, crecimiento y otros campos) he encontrado fabulosamente útil para construir ejemplos clarificadores. En los últimos a fias he estado construyendo gra dualmente un modelo de una economía espacial que se basa en el planteamiento de Dixit-Stiglitz de la competencia monopolística con el fin de "esterili­ zar" el problema de la competencia imperfecta. No sostengo que esta sea la única forma de hacer economía del espacio, ni siquiera que sea un modelo completamente satisfactorio. Lo que sí sostengo es que el modelo demuestra que es posible contar la clase de historias que son necesarias para hacer una geografía económica que tenga sentido, de una forma qu e la mayoría de los economista s puede toler ar. El modelo formal está en el apéndice. De lo que nos interesa hablar ahora es de algunos aspectos generales de este planteamien-


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to. Imaginemos una economía con una serie de ubicaciones separa­ das. (También se puede tratar con un continuo de posibles localiza­ ciones; de hecho, hay bastantes formas muy interesantes de plantear­ se el tema de las aglomeraciones en una economía espacial continua, pero ahora no voy a entrar en ello). Supongamos dos sectores: el agrí­ cola, que es geográficamente inmóvil, y el industrial, que se puede desplazar con el tiempo. La reubicación geográfica de la industria, sin embargo, no es instantánea, por lo que resulta importante intro­ ducir por lo menos algún tipo de dinámica rudimentaria. El sector industrial consiste en muchas empresas que producen bienes diferenciados; los rendimientos crecientes garantizan que no todos los bienes potenciales son efectivamente producidos, y que cada fábrica produce un solo bien (justificando el supuesto de Weber de que cada bien se produce en una sola ubicación). El supuesto de competencia monopolística permite librarse de problemas como el del comportamiento estratégico de una forma simple, si bien poco verosímil. Todo lo que necesita hacer una empresa es escoger una localización óptima, teniendo en cuenta la distribución espacial de la demanda y los costes de transporte. Tal como lo he descrito, este modelo no parece nada extraordina­ rio. De hecho, fue muy difícil conseguir obtener una estructura for­ mal que incluyera simultáneamente los rendimientos crecientes y la competencia imperfecta que resultaba de ellos, los costes de trans­ porte y la movilidad de los factores -y con la que aún fuera posible trabajar. Pero bueno, una vez tenemos esta estructura, ¿qué nos dice? Lo más importante que he aprendido es que mis cuatro primeras tradiciones de análisis espacial -la geometría germánica (espe­ cialmente la teoría del emplazamiento central), la física social (con­ cretamente el enfoque del potencial de mercado), la causalidad acu­ mulativa, y las externalidades localizadas- son perfectamente sostenibles en términos de un modelo económico riguroso. No fun­ cionan exactamente tal como sus creadores las presentaron, pero las ideas básicas se sostienen bastante bien.

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Es más, resulta que las cuatro tradiciones son aspectos diferentes de la misma historia, formas diferentes de mirar lo mismo. Esta con­ clusión puede no parecer sorprendente si nos referimos a la segunda, tercera y cuarta tradiciones. Consideren primero una fotografía de la economía de mi modelo en un instante del tiempo, es decir, con una determinada distribución de la industria en el espacio. Naturalmen­ te, vamos a ver que algunas localizaciones son más atractivas para la industria que otras. Y no nos sorprenderá descubrir que el atractivo de las distintas ubicaciones se puede medir con un índice del poten­ cial de mercado que, aunque es bastante más complicado que los que utilizaban los físicos sociales, guarda un cierto parecido con ellos. A continuación, veamos cómo evoluciona la economía. La indus­ tria va a trasladarse hacia las ubicaciones más atractivas y lejos de las peores, pero al hacerlo va a cambiar el mapa del potencial de merca­ do, de forma que, típicamente, se va a reforzar la ventaja de las ubi­ caciones que anteriormente ya eran las más favorecidas. De esta forma el potencial de mercado se convierte en parte de una historia de causalidad circular y acumulativa. Finalmente, la agrupación de la producción que resulta de este proceso dinámico se puede ver como la consecuencia de una especie de externalidad pecuniaria, nada inconsistente con la descripción de Marshall. Lo que puede parecer más obscuro es cómo la teoría del empla­ zamiento central encaja en el mismo esquema. De hecho, no encaja tan bien, en parte porque la teoría del emplazamiento central a menudo se expresa como si los emplazamientos centrales satisficie­ ran sólo las demandas de una población agrícola distribuida unifor­ memente. Pero pensándolo bien, los emplazamientos centrales tam­ bién sirven a los mercados que proveen para sí mismos y para todos los demás, lo que ya empieza a sonar un poco como lo que he des­ crito hasta ahora. Pero, ¿hay algo que se parezca a la distribución regular de los centros imaginada por Christaller y Losch, que salga de los modelos acumulativos de Pred?


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La respuesta, inicialrn.ente sorprendente, es que sí. He hecho una serie de experimentos de simulación en una economía muy estiliza­ da en la que las ubicaciones están alineadas simétricamente alrede­ dor de un círculo. Para cada simulación empecé con una asignación aleatoria de la industria en las distintas ubicaciones, y dejé que la economía evolucionara. Para algunos valores de los parámetros toda la industria acaba localizándose en el mismo sitio. Sin embargo, cuando los parámetros son tales que surgen diferentes centros indus­ triales, estos centros normalmente se reparten de forma muy simé­ trica sobre el círculo. Es decir, esta economía lineal se organiza espontáneamente en una serie de emplazamientos centrales con mer­ cados de más o menos el mismo tamafi.o. Tengo bastante claro por qué esto es así, pero aún no lo he desa­ rrollado del todo. Digamos solamente que las ubicaciones con más "éxito", esas que acaban teniendo mucha industria, tienden a exten­ der una "sombra de aglomeración" a su alrededor, de tal manera que los centros rivales pueden desarrollarse si están suficientemente lejos; el resultado es pues una serie de centros situados a una distan­ cia más o menos característica. Por lo que estoy viendo, me da la impresión de que la distancia entre los centros es tanto más regular cuanto más uniforme sea la distribución inicial de la industria, y que una distribución espacial inicial casi uniforme da lugar a una distri­ bución simétrica en la que la distancia entre los centros viene deter­ minada por los parámetros del modelo. Todo esto se refiere a una economía unidimensional, pero, como Michael Milken diría, estoy convencido de que el mismo modelo ampliado a dos direcciones dará lugar a una retícula de emplaza­ mientos centrales con áreas de mercado hexagonales: o sea que hemos reivindicado a Losch. Tengo la esperanza, aunque no estoy tan seguro, de que un modelo con dos sectores industriales o más, caracterizados por economías de escala o costes de transporte, dará lugar a unas jerarquías del tipo de Christaller. Incluso me atrevo a sofí.ar que en un modelo con varios sectores surja alguna justificación

profunda de la regla del tamafi.o-rango, aunque puede que esto sea pedir demasiado.

La moraleja de la historia Como sin lugar a dudas es fácil de adivinar, todo esto me apasiona. Pero mientras que para mí era importante explicai� por lo menos bre­ vemente, la clase de formalización que creo que confiere sentido a todas estas tradiciones de la econorn.ía del espacio, el objetivo de estas conferencias no es el destacar los modelos concretos que constituyen mi investigación actual. El objetivo consiste en destacar que, en geo­ grafía económica así como en economía del desarrollo, la incapacidad de la mayoría de economistas de pensar sobre las cosas que no pueden formalizar los llevó a ignorar ideas que, en retrospectiva, resultan ser muy buenas. La teoría del emplazamiento central es un principio organizativo muy poderoso para estudiar y pensar sobre los sistemas urbanos -y sólo con unas pocas modificaciones se convierte en un modelo económico riguroso-. El potencial de mercado es un concepto empírico de gran utilidad para medir el acceso a los mercados -y tam­ bién él, con unas ligeras modificaciones, resulta tener sentido en tér­ minos de un modelo riguroso-. La causalidad circular y acumulativa es una imagen muy sugerente que nos ayuda a pensar sobre la evolu­ ción de las economías regionales -y es perfectamente razonable en tér­ minos de los modelos económicos modernos. Sin embargo, todas estas ideas fueron esencialmente desterradas de la teoría económica, si es que alguna vez se les había permitido entrar en ella. El único trabajo de economía del espacio que se ganó la aceptación de la mayoría de economistas fue el modelo de Von Thünen de la utilización del suelo, que es realmente bonito; pero seguramente su atractivo se basaba más en su manejabilidad que en su capacidad para explicar el mundo. Entonces, ¿qué hay que aprender de todo esto? Hemos visto que la excesiva preocupación por cumplir los niveles de rigor exigidos


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por la economía neoclásica ha llevado al abandono de ideas clara­ mente valiosas. ¿Significa esto que todo el énfasis que se pone en los modelos sea una equivocación? ¿Habría que promover una mayor abertura de la ciencia económica, relajando los criterios de lo que constituye un argumento aceptable? No, la moraleja de mi cuento no resulta ni de lejos tan sencilla. Los economistas a menudo pueden ser singularmente obtusos, sin conseguir ver cosas que están ante sus narices. Pero a veces ser obtu­ so no está mal del todo.

3. MODELOS Y METÁFORAS

En las dos conferencias anteriores he presentado mi opinión personal sobre la historia del pensamiento en dos campos que vieron fracasa­ dos sus esfuerzos para hacerse un lugar en la corriente de pensa­ miento principal de la economía. La economía del desarrollo o, más concretamente, el conjunto de ideas que llamo la "teoría del alto desarrollo", tuvo al principio una tremenda influencia. Pero luego se fue apagando, llegando a desaparecer casi por completo del discur­ so económico. La geografía económica ni siquiera consiguió traspa­ sar el umbral; incluso hoy en día, el silencio de la economía en todo lo que respecta a la localización, el tamafi.o o incluso la existencia de las ciudades, es asombroso. En ambos casos he defendido que el problema básico no era ni de ignorancia ni de ideología. Los economistas no abandonaron las con­ clusiones de la economía del desarrollo porque se olvidaran del tema; no ignoraron las ideas de los geógrafos porque el reconoci­ miento del espacio estuviera de alguna forma en conflicto con los prejuicios a favor del libre mercado. Estos campos fueron dejados sin cultivar porque el terreno no era adecuado para las herramientas dis­ ponibles. Los economistas se dieron cuenta de que no podían mode­ lizar ni la teoría del desarrollo del tipo Gran Empujón, ni casi nada interesante en el campo de la geografía económica, manteniendo al mismo tiempo los niveles de rigor que se esperaba de ellos. Así que dejaron estos temas a un lado. Todo esto seguramente suene a acusación contra la profesión eco­ nómica. Después de todo, había unas ideas interesantes, básicamen­ te razonables, que tenían sentido para todo el mundo que no tenía


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una formación profesional en economía. Y sólo porque no se podían modelizar a los niveles cada vez más exigentes de las publicaciones especializadas, fueron ignoradas. ¿Habremos convertido el formalis­ mo en una especie de fetiche? ¿Habrá, la profesión entera, tomado un camino equivocado? No: mientras que muchos economistas son, en efecto, demasiado estrechos de miras, el hecho en sí de insistir en los modelos es correc­ to, incluso si a veces nos lleva a pasar por alto, injustamente, algunas buenas ideas. Para entender por qué, hemos de deternos un momento y preguntarnos para qué necesitamos modelos económicos formales.

Los beneficios y costes de los modelos Acabo de reconocer que la tendencia de los economistas a fijarse sobre todo en aquello que saben modelizar formalmente puede crear lagunas importantes; sin embargo también he defendido que la insis­ tencia en modelizar es básicamente correcta. Lo que quiero hacer ahora es pedir tiempo muerto y discutir más ampliamente el papel de los modelos en la indagación intelectual. Se dice que aquellos que sirven para hacer algo, lo hacen, mien­ tras que los que no sirven se dedican a la metodología. O sea que el propio hecho de que plantee un tema metodológico en estas leccio­ nes ya nos dice algo sobre el estado de la ciencia económica. Aunque, de alguna forma, los problemas de la economía y de las ciencias sociales en general son parte de un problema metodológico mucho más amplio, que afecta a bastantes campos: a saber, cómo tratar con sistemas complejos. De alguna manera es una mala suerte que, para muchos de noso­ tros, la disciplina científica por antonomasia sea la física fundamental. El objetivo de la física más fundamental consiste en una descripción completa de todo lo que ocurre. En principio, y aparentemente en la práctica, la mecánica cuántica da una explicación completa de cuan-

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to ocurre en, por ejemplo, un átomo de hidrógeno. Pero la mayoría de las cosas que queremos analizar, incluso en la física, no se pue­ den tratar a este nivel de completitud. El único modelo exacto de un sistema meteorológico global es ese sistema mismo. Cualquier modelo de menor escala de ese sistema va a incurrir, en cierta medida, en alguna falsedad, porque deja fuera aspectos de la rea­ lidad. En estas circunstancias, ¿cómo hacen los meteorólogos para deci­ dir qué van a incluir en su modelo? ¿Y cómo deciden si el modelo es bueno? La respuesta a la primera pregunta es que la elección del modelo exige una mezcla de sentido común y de compromisos. El modelo tiene que ser de tal manera que se pueda construir. Es decir, se está restringido por las técnicas de modelización así con,o por los recursos disponibles (el tiempo, el dinero y la paciencia no son ilimitados). Dadas estas restricciones, puede existir una amplia variedad de posibles modelos; cuál o cuáles se escoja depende de la propia intuición. ¿Y cómo sabemos que el modelo es bueno? Nunca será correcto de la misma forma que la electrodinámica cuántica lo es. Puede llegar un momento en que sea suficientemente bueno como para que sus pre­ dicciones lleguen a tener un uso práctico, como sucede con los mode­ los gigantes de predicción del tiempo instalados en los super­ ordenadores actuales; en este caso, el éxito en la predicción se puede medir en términos de dólares y centavos, y la mejora de los modelos se puede llegar a cuantificar. En los inicios de una ciencia compleja, sin embargo, el criterio sobre lo que es un buen modelo es mucho más subjetivo: un buen modelo lo es si consigue explicar o racionalizar parte de lo que se ve en el mundo de una forma que nadie esperaba. Fíjense que no he descrito exactamente lo que entiendo por un modelo. Quizás crean que me estoy refiriendo sólo a un modelo matemático, o tal vez a una simulación por ordenador. Y de hecho es con esto, básicamente, con lo que tenemos que trabajar en economía. Pero un modelo también puede ser físico, y me gustaría describir


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brevemente un ejemplo de predicción meteorológica anterior al ordenado: la cazoleta de Fultz. 1 Dave Fultz era un investigador de la Universidad de Chicago, de principios de la posguerra, que buscaba una respuesta a algo que puede parecer una pregunta muy difícil: ¿qué factores son esenciales para generar la complejidad y variabilidad del tiempo atmosférico en el mundo? ¿Se trata de un proceso que depende de toda la compleji­ dad del mundo (la interacción de las corrientes oceánicas con la atmósfera, la situación de las cordilleras, la alternancia de las estacio­ nes, etc.) o, por el contrario, tiene unas raíces simples, a pesar de su complejidad? Pero Fultz consiguió demostrar la simplicidad esencial de las causas del tiei;npo con un "modelo" que consistía en una cazoleta llena de agua colocada sobre un giradiscos que rotaba lentamente, con un calentador eléctrico a su alrededor. Puso limaduras de alumi­ nio y un colorante en el agua, de forma que una cámara fotográfica colgada encima de la cazoleta y que giraba con ella podía tomar fotos de los flujos que se iban creando. Este montaje fue diseñado para reproducir dos características del sistema meteorológico global: el diferencial de temperaturas entre los polos y el ecuador, y la fuerza de Coriolis que resulta de la rotación de la Tierra. La gran variedad de detalles restantes del Planeta fueron suprimidos. Y, sin embargo, el invento dio lugar a unos flujos ininte­ rrumpidos cerca del borde que se correspondían claramente con los vientos alisios tropicales: unos grandes remolinos del mismo tamaño (en relación al plato) y forma que las tempestades ciclónicas de las regiones templadas, e incluso una corriente serpenteante de agua que fluía muy rápidamente y que, inequívocamente, se correspondía con la recientemente descubierta jet stream. La cazoleta de Fultz, sin lugar a dudas, mostraba los elementos esenciales del tiempo meteorológico. ¿Qué se podía aprender, de la cazoleta? Está claro que no estaba contando una historia completamente cierta: la Tierra no es plana, el aire no es agua, el mundo real tiene océanos, cordilleras y dos hemis-

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ferias. La falta de realismo de ese modelo del mundo estaba dictada por lo que los teóricos de la atmósfera querían o podían construir (de hecho, por las limitaciones de sus técnicas de modelización). Sin embargo, el modelo aportó una explicación muy valiosa sobre por qué el tiempo se comporta de la forma en que lo hace. Lo que conviene resaltar es que cualquier tipo de modelo de un sistema complejo (un modelo físico, una simulación informática, o una representación matemática con lápiz y papel) viene a ser más o menos lo mismo. Se considera un conjunto de supuestos claramen­ te alejados de la realidad para conseguir reducir el sistema a algo manejable; esas simplificaciones están dictadas en parte por intuicio­ nes sobre lo que es importante, en parte por las técnicas de modeli­ zación disponibles. Y, si el modelo es bueno, al final permite una mejor comprensión de por qué el sistema real, que es muchísimo más complicado, se comporta como lo hace. Pero también hay costes: las omisiones estratégicas que se cometen al construir un modelo casi siempre significan desaprove­ char información real. Los océanos y las cordilleras no van a dejar de afectar el tiempo en la Tierra porque sean difíciles de simular en un plato. Y una vez que se tiene el modelo, es virtualmente impo­ sible dejar de mirar el mundo a través de ese modelo, lo que impli­ ca concentrarse en las fuerzas y efectos que nuestro modelo puede representar y, en cambio, ignorar o prestar poca atención al resto. El resultado es que el propio acto de modelizar destruye conocimien­ to a la vez que lo crea. Un buen modelo mejora nuestra compren­ sión, pero a la vez puede crear lagunas importantes, por lo menos al principio. El ciclo de la pérdida de conocimiento hasta que se pueda volver a recuperar parece ser una parte inevitable del proceso formal de construcción de modelos. Vamos a ver otro ejemplo que nos ha pro­ porcionado la meteorología: la sabiduría popular siempre ha soste­ nido que se puede predecir el tiempo a partir del aspecto del cielo, y que ciertos tipos de nubes presagian tormentas. Pero a medida que


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la meteorología se iba desarrollando en el siglo XIX y principios del xx (a medida que hacía descubrimientos muy importantes, completa­ mente alejados de la sabiduría popular, como el que los vientos en una tempestad soplen de forma circular), prácticamente dejó de prestar atención al aspecto del cielo. Los estudiosos del tiempo se fijaban en la dirección del viento y la presión atmosférica, pero no en las formas curiosas producidas por la condensación del vapor. No fue hasta 1919 que un grupo de científicos noruegos se dio cuenta de lo que la sabiduría popular siempre había sabido: que uno podía pre­ decir la aparición y el desarrollo de un ciclón de forma muy precisa con tan solo mirar la forma y la altura de la capa de nubes. Lo que quiero destacar no es que un siglo de investigación me­ teorológica sirviera sólo para reafirmar lo que todo el mundo sabía desde el principio. La meteorología de 1919 había aprendido muchas cosas que el folklore ignoraba y desmentido muchos mitos. Tampo­ co quiero decir que los meteorólogos pecaran de alguna forma por no mirar las nubes en todo ese tiempo. Lo que ocurrió era simple­ mente inevitable: durante el proceso de construcción de un modelo hay un estrechamiento de la visión impuesto por las limitaciones del propio marco de investigación y de las herramientas disponibles, un estrechamiento que sólo puede terminar definitivamente cuando se consigue obtener herramientas suficientemente buenas como para superar esas limitaciones. Supongo que todo esto se presta a pocas controversias cuando se habla de entender sistemas naturales como el del tiempo. Pero, ¿qué pasa cuando nos fijamos los sistemas sociales como la economía? De repente mucha gente parece adoptar una actitud muy diferente.

Modelizar en economía Cuando hablamos de física, casi todo el mundo acepta la idea de que para estudiar sistemas complejos es necesario construir modelos sim-

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plificados. Sin embargo, cuando nos referimos a las ciencias sociales, el tema de la modelización parece suscitar pasiones. De pronto, la idea de representar un sistema social mediante un conjunto de simplificaciones que en parte vienen dictadas por las técnicas disponibles despierta no pocas objeciones. Todo el mundo acepta como razonable que los mete­ orólogos representaran la Tierra, por lo menos en una primera aproxi­ mación, mediante una cazoleta, por ser ésta la forma más práctica de hacerlo. ¿Pero qué pensar de la decisión de la mayoría de economistas del periodo comprendido entre 1820 y 1970, que sólo sabían construir modelos de competencia perfecta, de representar la economía como un conjunto de mercados perfectamente competitivos? Siendo básicamen­ te lo mismo provoca exclamaciones de indignación. ¿Por qué tenemos una actitud tan diferente cuando hablamos de ciencias sociales? Hay algunos motivos poco honorables: al igual que los victorianos se sintieron ultrajados por la idea de que el hombre descendiera del mono, algunos humanistas consideran que su digni­ dad se ve amenazada cuando la sociedad humana es representada mediante el equivalente moral de la cazoleta sobre el tocadiscos. Además, los críticos más feroces de los modelos económicos a menu­ do tienen intereses políticos. Tienen ideas muy claras sobre lo que quieren creer; sus convicciones están más motivadas por los juicios de valor que por el análisis, pero en el m.omento en que un análisis amenaza sus valores, prefieren atacar los supuestos del análisis antes que examinar las bases de sus propias creencias. Sin embargo, hay motivos honorables para no disfrutar con los modelos económicos, o por lo menos, con el tipo de modelos que normalmente manejan los economistas. Para mucha gente inteligen­ te el tono que se utiliza en economía resulta extraño y pretencioso. Por un lado, parece que haya una falta casi total de profundidad psi­ cológica o social (a los economistas les interesa bien poco lo que la gente realmente piensa o siente). Por otro lado, hay lo que mucha gente interpreta como una complicación matemática irritante, que viene acompañada por una extrai\.a jerga. Incluso alguien que acepte


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que una cazoleta nos pueda ayudar a entender los fenómenos me­ teorológicos puede no estar nada convencido de que un conjunto de ecuaciones nos enseñe algo útil sobre los fenómenos económicos. Existe un sector significativo de intelectuales que ven en la tradición de la economía una especie de aberración que algún día será final­ mente rechazada; que nos ven a todos nosotros, tal como dijo John Kenneth Galbraith, como una "profesión fracasada". Como pueden suponer, yo no comparto esa opinión. Es más, yo diría que los aspectos de la tradición económica que más repugnan a los profanos son, precisamente, sus principales virtudes. La forma en que la economía considera a los individuos y sus motiva­ ciones es terriblemente primitiva y, sin embargo, sostiene una estructura enorme sobre estos fundamentos tan simples. ¿Es esto fruto de la ingenuidad? No, de hecho se trata de una actitud tre­ mendamente sofisticada. En su base, la teoría económica descansa en dos observaciones: las oportunidades de beneficio obvias raramente se dejan sin explo­ tar, y las cosas cuadran. (O, tal como lo digo a veces, un billete de veinte dólares no permanece en el suelo de una calle transitada durante mucho tiempo, y cada venta es también una compra). Cuan­ do uno se propone construir un modelo matemático formal, estos principios tan toscos se convierten en las ideas mucho más exactas de maximización (de algo) y de equilibrio (de alguna forma). Sin embar­ go es aconsejable no olvidar su versión más imprecisa, por dos razo­ nes opuestas: para acordarnos de no tomar ninguna formalización matemática particular demasiado en serio, y para acordarnos de que los principios básicos de la economía no son del todo estúpidos o poco razonables. Lo que hacemos cuando construimos un modelo económico es intentar utilizar esos dos principios para abrirnos paso entre las com­ plejidades de una situación. Y lo más destacable de todo es la fre­ cuencia con que ese esfuerzo da fruto. Pensar atentamente sobre cómo individuos egoístas actuarían en una situación concreta, y

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cómo sus actos se influirían mutuamente produce, a menudo, resul­ tados profundos y sorprendentes. No hay mejor ejemplo que el del modelo de Von Thünen. Para cualquiera que no conozca ese modelo, la cuestión de cómo debería distribuirse la tierra entre una variedad de cultivos con costes de transporte y rendimientos distintos puede parecer un problema muy complicado, cuya solución exigiría un conocimiento exhausti­ vo de todos los detalles. La cuestión de cómo el mercado repartiría la tierra puede parecer un problema completamente distinto, que requiriría conocimientos históricos e institucionales sobre la socie­ dad particular en la que se estuviera pensando. Y, por lo que res­ pecta a la cuestión de cuánto recibirían los propietarios de la tierra, parece que la respuesta debería plantearse en términos de luchas de clases o de reparto del poder, ¿no? Sin embargo, los principios bási­ cos de la economía nos indican que existe un orden inesperado en los resultados, que es independiente de los detalles concretos. Las oportunidades obvias no quedarán sin explotar: un agricultor paga­ rá más por cierta tierra si lo que tiene que pagar de más es menos de lo que ahorra en costes de transporte, o al revés, va a pagar menos si sucede lo contrario. Las cosas cuadran: los agricultores compiten por una determinada superficie de tierra en cada anillo concéntrico. El resultado es que la agricultura se ordena en una estructura pre­ decible de anillos, el precio de la tierra disminuye desde el centro, a lo largo de una curva de precios por la tierra también predecible y, ¡gran sorpresa!, el resultado del mercado es una asignación efi­ ciente. Un concepto que está muy de moda entre algunos científicos es el de "emergencia", un término bastante impreciso que se refiere a la idea de que normas de comportamiento individual simples pueden producir resultados agregados complejos que no eran inherentes, ni siquiera de forma implícita, a esas normas; y, por añadidura, estos resultados complejos pueden, a su vez, exhibir un orden subyacente sorprendente. Pues bien, resulta que el modelo de Von Thünen es un


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ejemplo espectacular de emergencia. ¿Dónde está la idea de los ani­ llos de actividad en el supuesto de comportamiento maximizador de los agricultores? Y, sin embargo, es una consecuencia de ello. ¿Quién hubiera podido pensar que el resultado de la libre competencia por la tierra se podría representar como la solución de un problema agre­ gado de minimización? Y, sin embargo ahí está, y descubrimos un principio organizador inesperado. Si la emergencia realmente es una idea tan importante como algunos piensan, entonces Von Thünen tuvo esa idea un siglo y medio antes de que se pusiera de moda. Y de hecho, toda la economía neoclásica puede interpretarse como una de las ciencias pioneras de la emergencia. Claro que el modelo de Von Thünen, así como la mayor parte de los modelos económicos del periodo comprendido entre 1820 y 1970, se concentró en el caso de la competencia perfecta y los rendimientos constantes. En este caso el resultado del mercado es también la solu­ ción eficiente. Sabemos que esto no siempre será así. Pero no hay nada en el método económico que nos restrinja a examinar los mer­ cados perfectos y los resultados eficientes. Es cierto que los modelos de mercados perfectos son más fáciles de construir, pero los mismos métodos aplicados a los mercados imperfectos pueden dar lugar a revelaciones sorprendentes e inesperadas. Pero uno podría preguntarse ¿por qué restringirse a estos ele­ mentos concretos? ¿Por qué el razonamiento económico se tiene que basar en el supuesto de que la gente se comporta de forma egoísta y racional? ¿Por qué no podemos construir modelos basados en unas premisas psicológicas más realistas, o en una comprensión de las ins­ tituciones con un mayor fundamento histórico? o, ¿por qué no pode­ mos tener en cuenta el hecho de que los gustos y los motivos de la gente están determinados socialmente, y construir la disciplina de la "socioeconomía"? No tengo una respuesta fundamental a estas preguntas. Podemos suponer que, a largo plazo, la economía formará parte de una cien­ cia social integrada, de la misma manera que la genética se ha con-

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vertido en una rama de la bioquímica, que a su vez se considera -en principio, y a menudo en la práctica- basada en la mecánica cuánti­ ca. De hecho, a muy largo plazo, todo va a estar fundamentado en la mecánica cuántica. Sin embargo, como proposición empírica, vemos como los intentos de encontrar alternativas a la fórmula del interés egoísta más interacción (o, utilizando el título de un maravilloso libro de Thomas Schelling, Micromotives and Macrobehavior) han fra­ casado notablemente. Considérense, por ejemplo, los repetidos esfuerzos de pensado­ res económicos heterodoxos para encontrar alternativas a la empre­ sa racional, maximizadora de beneficios, como por ejemplo la idea de John Kenneth Galbraith de que las empresas modernas no están en manos de sus accionistas, sino de una "tecnoestructura" impulsa­ da por imperativos burocráticos. ¿Llegaron a algo, estos intentos? La respuesta es que no: una vez asimilados los neologismos altisonan­ tes, teorías como las de Galbraith hacen muy pocas predicciones úti­ les; y lo que él proclamaba como grandes revelaciones, como por ejemplo el aislamiento de los directivos y los accionistas, resultaron ser observaciones frágiles que dejaron de ser ciertas tan pronto como las hizo. Claro que es verdad que los directivos de las empresas no siempre actúan de acuerdo con los intereses de los accionistas; pero si algún progreso se ha hecho en relación con este hecho, ha sido a base de pensar a conciencia sobre el problema del principal y su agente, que es simplemente una ramificación del énfasis economicis­ ta sobre el comportamiento egoísta. Dicho de otra forma, si bien el Hamo economicus es una caricatura implausible, si es, en cambio, muy productiva, y aún no se le ha encontrado ninguna alternativa. Se da el caso de que muchos de los que critican la economía con­ vencional por su estrechez de miras no entienden ni lo que es esta disciplina ni lo que puede hacer. En su nivel más primitivo, simple­ mente no tienen ni idea de qué va la economía: Jay Forrester, el fun­ dador de la dinámica de sistemas, contestó una vez a un economista


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que había criticado su trabajo, afirmando que "Nordhaus, como todos los economistas, sólo piensa en términos de causalidad uni­ direccional; no entiende que las variables pueden influirse las unas a las otras simultáneamente". En un nivel más alto, la idea de emer­ gencia escapa a la mayoría de la gente que no ha estudiado econo­ mía; la idea de que los mercados a veces pueden ser una forma des­ centralizada de conseguir resultados eficientes se interpreta como una especie de prejuicio ciego, no como la profunda revelación sobre propiedades emergentes que en realidad es. A su nivel más sofistica­ do, los críticos piensan que la competencia perfecta y los mercados perfectos son todo lo que economistas pueden analizar. Ya he intentado describir cómo se puede utilizar el método eco­ nómico básico de egoísmo-más-interacción en economía para enten­ der ideas aparentemente heterodoxas en materia de desarrollo y geo­ grafía; en breve hablaré un poco más sobre las consecuencias de estas ideas. Pero primero déjenme preguntar por qué, a pesar de lo que he dicho, algunos pensadores acaban dando la espalda del todo a la modelización -o por lo menos eso creen-.

Modelos y metáforas Muchos de los que rechazan la idea de los modelos económicos están mal informados o incluso (tal vez inconscientemente) son intelec­ tualmente deshonestos. Sin embargo, hay pensadores muy inteligen­ tes y objetivos a quienes no les gustan los modelos simplistas por una razón mucho mejor: porque son conscientes de que el acto de construir un modelo implica una pérdida además de una ganancia. África no está vacía, pero el acto de construir mapas precisos puede hacernos caer en el hábito de imaginar que sí lo está. La construcción de modelos, especialmente en sus estadios iniciales, afecta tanto a la evolución de la ignorancia como a la del conocimiento; y alguien con una intuición poderosa, con un sentido profundo de las complica-

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ciones de la realidad, puede sentir que desde su punto de vista se pierde más de lo que se gana. El problema es que no hay alternativa a los modelos. Todos pen­ samos siempre en forma de modelos simplificados. Lo verdadera­ mente profundo no es pretender acabar con ello, sino ser consciente de que nuestros modelos son mapas y no la realidad. Hay muchos escritores inteligentes en economía que consiguen convencerse a sí mismos, y a veces también a un gran número de per­ sonas, de que han encontrado una forma de trascender el efecto res­ trictivo de la construcción de modelos. Invariablemente se están engafi.ando. Si léen lo que escribe cualquiera que pretenda ser capaz de escribir sobre temas sociales sin rendirse a la modelización res­ trictiva, se darán cuenta de que sus ideas se basan esencialmente en el uso de metáforas. Y la metáfora es, al fin y al cabo, una forma improvisada de la técnica de modelización. De hecho, todos somos constructores y proveedores de simplifi­ caciones irreales. Algunos de nosotros somos muy conscientes de ello: utilizamos nuestros modelos como metáforas. Otros, incluyen­ do personas que son indiscutiblemente brillantes y aparentemente sofisticadas, son como sonámbulos: utilizan de forma inconsciente las metáforas como modelos. Claro que hay gente que son mejores sonámbulos que otros. Las metáforas de algunos antimodeladores resisten muy bien el paso del tiempo; por ejemplo, la Strategy of Economic Development de Hirsch­ man aún hoy es muy leíble y muy sugerente. Sin embargo, la mayor parte de los pensadores económicos que se imaginan que han ampliado su visión abandonando el esfuerzo de hacer modelos sim­ ples, en realidad, no han hecho nada parecido. Lo más que han hecho, en el fondo, ha sido utilizar una retórica altisonante para disimular, incluso ante ellos mismos, su falta de comprensión clara. Un buen indicador de los peligros de imaginar que uno puede hacerlo mejor a base de evitar un modelo específico es la frecuencia con la que los no-modeladores caen en errores simplones. Véase, si


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no, cualquiera de los autores que hablan sobre "competitividad", cuya retórica convincente enmascara la falta de comprensión de que la balanza comercial es, por definición, igual a la diferencia entre aho­ rro e inversión; o que defienden proteger las industrias de "alto-valor­ añadido" sin pararse a pensar por qué los mercados no han descon­ tado estos valores altos, y, además, no se han dado cuenta de que, en la práctica, las industrias con alto valor añadido por trabajador están en sectores intensivos en capital, como por ejemplo el refinado del petróleo, y no en sectores de alta tecnología como la informática. Así pues, la modelización, aunque pueda parecer simplista, es en la práctica una disciplina que evita que uno sea aún más simplista. Pero aún hay más: un modelo formal, que puede parecer una carica­ tura ridículamente estilizada de la realidad, a menudo sugiere cosas que, de otra forma, uno nunca podría haber pensado. Consideren, por ejemplo, el caso de la teoría del desarrollo.

La caída y el resurgimiento de la teoría del desarrollo, de nuevo Déjenme volver, una vez más, a la historia de la teoría del alto desarrollo que introduje en la primera conferencia. Hacia finales de los años cincuenta, tal como he explicado, la teoría del alto desarro­ llo estaba en una situación difícil. La corriente principal de la eco­ nomía estaba desplazándose hacia una modelización cada vez más formal y cuidadosa. Aunque esta tendencia fue claramente exagera­ da en muchos casos, representaba un giro imparable y, en última ins­ tancia, apropiado. Pero a causa del problema de la estructura del mercado, era muy difícil modelizar la teoría del alto desarrollo de una manera más formal. La respuesta de algunos de los más brillantes teóricos del alto desarrollo -por encima de todos, Albert Hirschman- fue simplemen­ te salirse de la corriente principal. Iban a construir una nueva escue-

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la del desarrollo a base de metáforas sugerentes, realismo institucio­ nal, razonamientos interdisciplinarios y una actitud relajada respec­ to a la falta de coherencia interna. El resultado fueron algunos textos maravillosos, algunas intuiciones inspiradas y, en mi opinión, desde el punto de vista intelectual, un callejón sin salida. La teoría del alto desarrollo se fue simplemente desvaneciendo. Una visión de la reali­ dad basada en rendimientos constantes y competencia perfecta inva­ dió la literatura del desarrollo y, con el tiempo y a través del Banco Mundial y de otras instituciones, también tomó el relevo en la políti­ ca de desarrollo del mundo real. Y, sin embargo, al final resultó que la corriente principal de la economía acabó encontrando un lugar para la teoría del alto desa­ rrollo. Al igual que los noruegos que descubrieron que las formas de las nubes sí significaban algo, los economistas más ortodoxos descu­ brieron que, a medida que sus técnicas de modelización se volvían más sofisticadas, algunas ideas que habían sido olvidadas podían volver a ser incorporadas. Y no fue solamente una cuestión de redes­ cubrirlas: la nueva presentación de la teoría del alto desarrollo, en modelos como la versión del Gran Empujón de Murphy et al., no sólo es más clara, sino que, en algunos aspectos es más profunda que la propia exposición original. En primer lugar, los nuevos modelos muestran que es posible contar historias, como las del alto desarrollo, en forma de modelos rigurosos. Los métodos de la corriente principal de la economía podían haber creado una cierta predisposición a favor de los mode­ los con rendimientos constantes y competencia perfecta, pero nada obligaba a restringirse a ese tipo de modelos. En segundo lugar, esos modelos, como la cazoleta de Fultz, muestran que la lógica de la teoría del desarrollo emerge incluso en un contexto muy simplificado. Aquellos que no hayan intentado construir un modelo, es muy común que afirmen que las trampas al subdesarrollo tienen que ser consecuencia de un conjunto complica­ do de factores como, por ejemplo, la irracionalidad o la miopía de los


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inversores, las barreras culturales al cambio, unos mercados de capi­ tal inadecuados, problemas de información y de aprendizaje, etc. Tal vez esos factores jueguen un papel, tal vez no: lo que ahora sabemos es que las trampas al desarrollo pueden darse incluso con la existen­ cia de inversores racionales, sin ni siquiera un asomo de influencias culturales, en un modelo sin capital, y con todo el mundo perfecta­ mente informado. En tercer lugar, los modelos, a diferencia de una exposición pura­ mente verbal, revelan la sensibilidad de las conclusiones respecto a los supuestos. En particular, las exposiciones verbales de la historia del Gran Empujón hacen que parezca como si tuviera que ser verdad. En los modelos vemos que es algo que podría ser verdad. Un modelo invita a salir a la calle y empezar a medir, para ver si en la práctica parece probable, mientras que una presentación meramente retórica da un falso sentimiento de seguridad. Finalmente, los modelos nos enseñan la actitud que se necesita para tratar con temas complejos. Pequeños modelos como el del Gran Empujón de Murphy et al. pueden parecer pueriles, pero he constatado que, hasta la publicación de su formalización de Rosens­ tein-Rodan, las conclusiones del Gran Empujón no eran obvias para mucha gente, incluyendo aquellos que se habían especializado en desarrollo. Los economistas tendían a ver la historia del Gran Empu­ jón como algo esencialmente carente de sentido: si la tecnología moderna es mejor, entonces las empresas racionales simplemente la adoptarán (olvidando toda interacción entre las economías de escala y el tamaño del mercado). Los no economistas tienden a pensar que historias como el Gran Empujón exigen necesariamente un vivo caldo interdisciplinario, sin darse cuenta de su íntima simplicidad. En otras palabras, mientras que los economistas estaban anclados en sus modelos tradicionales, los no economistas andaban perdidos en la niebla que genera la falta de un modelo explícito. ¿Cómo lo hicieron Murphy et al. para abrirse paso entre toda esa confusión? No fue tratando de capturar la realidad en toda su rique-

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za, ni con un modelo muy complejo, ni con el tipo de metáforas encantadoras que parecen evitar la necesidad de un modelo. Lo que hicieron fue atreverse a decir tonterías: representar el mundo en una cazoleta, para llegar a su esencia. Al final, la formalización del Gran Empujón fue tan fácil que uno acaba preguntándose si la larga decadencia de la teoría del desarro­ llo fue realmente necesaria. El modelo parece demasiado simple: tres páginas, dos ecuaciones y un gráfico. Aparentemente se podría haber escrito con la misma facilidad en 1955 que en 1989. ¿Qué le habría pasado a la economía del desarrollo, o incluso a la teoría económica en general, si alguien hubiera legitimizado el papel de los rendi­ mientos crecientes y la causalidad circular con un modelo elegante hace treinta y cinco años? Pero no ocurrió, tal vez porque no podía pasar. Los economistas atraídos por la idea de emplear profundas simplificaciones aún esta­ ban enfrascados en las posibilidades de la competencia perfecta y los rendimientos constantes; aquellos que sentían atracción por una visión más rica, como Hirschman, se fueron impacientando con la estrechez y aparente estupidez del proyecto de la ciencia económica. El hecho de que todo estuviera predeterminado no quita que haya sido una pena. Hubo buenas ideas que fueron arrinconadas en el desván polvoriento de la economía durante más de una genera­ ción, y grandes mentes se retiraron a la periferia intelectual. Es difí­ cil saber si la política económica en el mundo real hubiera sido mucho mejor en el caso de que la teoría del alto desarrollo no hubie­ ra decaído tanto, ya que la relación entre un buen análisis económi­ co y una política adecuada es mucho menos clara de lo que nos gusta creer. En cualquier caso, a uno le hubiera gustado que las cosas hubieran ido de otra forma.


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El exilio de la geografía económica La historia de la geografía económica es un poco diferente de la de la teoría del desarrollo. Por un lado, la modelización es considerable­ mente más difícil. La historia del Gran Empujón de Murphy et al. tiene el aspecto de algo que se podría haber hecho cuarenta años antes, si alguien hubiera acertado en la forma de pensar sobre el pro­ blema. El modelo espacial presentado en el apéndice no tiene ese aspecto. Exige una serie de trucos técnicos que fueron desarrollán­ dose uno a uno a lo largo de los últimos veinte años y, al final, me baso en unos ejercicios de simulación del tipo que sólo ha sido posi­ ble hacer con facilidad en los últimos años. Y tengo que admitir que no todo el mundo opina que haya resuelto el problema de cómo hacer economía espacial, o ni siquiera que haya hecho una contribu­ ción valiosa con este tipo particular de modelo. Además, los geógrafos económicos no rechazaron la modeliza­ ción de la forma en que lo hicieron los teóricos del alto desarrollo. Cuando se encontraron con que no podían producir modelos en los que el macrocomportamiento se pudiera explicar a partir de la in­ teracción de micromotivos, básicamente se contentaron con lo que podían hacer: descripciones sistemáticas de los datos o de los prin­ cipios organizativos que intuitivamente tenían sentido y/ o parecían encajar bastante bien con los hechos, sin necesitar la lógica profun­ damente satisfactoria de, digamos, el modelo de Von Thünen. La teoría del emplazamiento central, las reglas del tamaño-rango, las ecuaciones de la gravedad, los análisis del potencial de mercado: eran sin duda esfuerzos de modelización, incluso si no recorrieron todo el camino hacia la maximización y el equilibrio. Es cierto que durante los años setenta hubo una especie de reacción en contra de los modelos y la cuantificación en geografía económica, basándose un poco en Marx y, más de lo que uno pudiera pensar, en Derrida (lo que los descubre resulta ser la frase "pos-Fordismo": si la ves, significa que estás tratando con un miembro de la escuela de la

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regulación influida por Derrida, ¡la geografía desconstructivista!). Pero las tradiciones que he descrito en la segunda conferencia difí­ cilmente podían ser de personas que no tuvieran ganas de pensar en términos de modelos. Así pues, en el caso de la geografía económica uno se pregunta si se puede acusar a los economistas de tener una visión innecesaria­ mente estrecha de lo que constituye una teoría útil. Supongamos que existe un tema de gran importancia intrínseca (las ciudades y la loca­ lización de la producción lo son, ciertamente), y supongamos que hay un cuerpo de pensamiento sobre ese tema que parece tener bas­ tante sentido, que permite entender mejor algunas observaciones, pero que no parece que seamos capaces de construir limpiamente, en forma de modelos con micromotivos y 1nacrocomportamiento per­ fectamente especificados. ¿Deberíamos ignorar completamente ese cuerpo de pensamiento? Yo creo que no, y no dice mucho en favor de nuestra profesión que seamos tan estrechos de miras. No puedo resistir la tentación de establecer un paralelismo con otra área de la economía, el estudio de los ciclos económicos. La eco­ nomía keynesiana, de alguna forma, no es muy distinta de la ciencia regional. Es una colección de modelos verosímiles sin buenos funda­ mentos microeconómicos, como el IS-LM, mezclados con relaciones empíricas que funcionan muy bien aunque no sepamos muy bien por qué, como la ley de Okun, y sazonados por unos pocos análisis, como el del comportamiento del consumidor, en que los modelos con un comportamiento completamente maximizador son la norma. La ciencia regional, fuera la que fuese su acogida académica, siempre encontró un mercado muy dispuesto en el mundo real. De forma parecida, el motor de las políticas monetarias y fiscales, de las pre­ dicciones y de la evaluación de políticas en el mundo real continúa siendo la macroeconomía keynesiana, independientemente de cual sea su prestigio en el mundo académico. Así pues, ¿qué es lo que los economistas académicos deberían hacer con respecto a esta situación tan poco satisfactoria: admitir que


Modelos y metríforas (c.3) / 85

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se trata de un análisis intelectualmente confuso, pero continuar ense­ ñándolo a la espera de una teoría coherente, o exiliarlo con la excusa de que no es teoría económica seria y restringir las clases de macroe­ conomía a ternas corno la hiperinflación y el crecimiento a largo plazo? Ya saben lo que pienso: a largo plazo todos nuestros modelos serán tan elegantes corno el de Von Thünen, pero va a ser a largo plazo... Y sin embargo, qué diferencia, cuando se encuentra un modelo claro. Considérese la forma corno he presentado las diferentes tradi­ ciones en economía del espacio: con la teoría del emplazamiento cen­ tral, el potencial de mercado, la causalidad acumulativa y las exter­ nalidades, corno formas diferentes de ver el mismo proceso, en el que las empresas son atraídas por los mercados y por los suministros que proveen unas a otras. ¿Los que propusieron esas ideas, creían que estaban ofreciendo variaciones sobre un mismo tema? No lo creo. Si uno mira un libro de texto típico sobre localización, como Location in Space de Dicken y Lloyd, o una visión de conjunto como Regions in Recession and Resurgence de Michael Chisholrn -los dos libros son excelentes y me han resultado muy útiles- va a ver cada una de esas formas de tratar el tema de la aglomeración bajo un título diferente, como si fueran un conjunto de ideas inconexas. La teoría del empla­ zamiento central se presenta como una construcción neoclásica está­ tica, cuando es inconsistente con el supuesto neoclásico de compe­ tencia perfecta y es difícil imaginar que pueda suceder excepto a través de un proceso dinámico. El potencial de mercado aparece en una sección o capítulo sobre demanda; la causalidad acumulativa en una sección o capítulo sobre dinámica, a menudo tratada como algo relacionado con la economía keynesiana y los multiplicadores de la exportación. Y las externalidades están colocadas en otro sitio distinto, más a menudo en la discusión de Weber y junto al proble­ ma de los tres puntos. O sea que la impresión que puedo haber trans­ mitido de una tradición unitaria y razonable en geografía económica es en parte artificial, tal vez incluso hasta más que mi visión retros­ pectiva "rosa" de la teoría del alto desarrollo: ahora que tenemos un

modelo, imponemos coherencia a unas ideas que debían de haber sido mucho menos coherentes en su momento. De manera que el triste exilio de la geografía económica tampo­ co tiene culpables. No se puede culpar a los geógrafos por no desa­ rrollar modelos completos de maximización y equilibrio -aunque uno tal vez pueda quejarse de que no se dieran cuenta de lo lejos que se quedaban de ese ideal. Y se puede entender la falta de volun­ tad de los economistas ortodoxos de enturbiar la claridad de sus ideas con los nebulosos esfuerzos de modelización de los geógrafos -aun­ que la falta de voluntad de dedicar siquiera una página de entre mil a los esfuerzos razonables para dar sentido a un tema importante me parece excesiva. Y, como con la teoría del desarrollo, creo que habrá un final feliz: al final vamos a integrar los ternas espaciales dentro de la economía a través de modelos inteligentes (preferiblemente, pero no por fuerza, míos) que den sentido a las aportaciones de los geó­ grafos de una forma que cumpla con los niveles de exigencia de los economistas.

A modo de conclusión Uno quisiera sacar alguna moraleja de esta historia de ideas perdidas y encontradas. Es fácil dar consejos a la ligera. Para aquellos a quien la modelización les impacienta y prefieren andar por su cuenta hacia los tesoros que el uso libre de las metáforas parece albergar, el con­ sejo sería que se pararan a pensar. ¿Están seguros de que realmente sus ideas son tan profundas corno para permitirse dar la espalda al discurso acumulativo de tanta gente inteligente que constituye la economía moderna? ¡Pues claro que lo están! Y para esos, como yo, que básicamente intentan entender el mundo a través de las metáforas que proporcionan los modelos, el consejo sería no dejar escapar ideas importantes tan solo porque no han sido formuladas a nuestra manera. Busquen la sabiduría


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popular sobre las nubes: ideas que vienen de gente que no escribe modelos formales pero que sabe de lo que está hablando. Puede haber cosas interesantes por ahí fuera. Sin embargo, aunque parezca extraño, no alcanzo a pensar en ninguna. La verdad es, me temo, que poco puede hacerse para evitar el aparente despilfarro intelectual que tuvo lugar durante la caída y el resurgimiento de la economía del desarrollo, o durante el largo exilio intelectual de la geografía económica. El surgimiento provisio­ nal de la ignorancia, una etapa durante la cual nuestra insistencia en mirar hacia unas direcciones determinadas no nos deja ver lo que tenemos justo delante de nuestras narices, tal vez sea el precio del progreso, resultado inevitable de lo que ocurre cuando intentamos dar algún sentido a la complejidad del mundo.


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