Palabras incomprendidas : traición // Kundera

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TRAICIÓN :: Palabras incomprendidas // Kundera Palabras incomprendidas. TRAICIÓN: desde pequeñitos el padre y el maestro nos decían que es lo peor que puede imaginarse. ¿Pero qué es la traición? Traición significa abandonar las propias filas. Traición significa abandonar las propias filas e ir hacia lo desconocido. Sabina no conoce nada más bello que ir hacia lo desconocido. Estudiaba en la academia de pintura, pero no le estaba permitido pintar como Picasso. Era una época en la que se cultivaba obligatoriamente el llamado realismo socialista y en la escuela se fabricaban retratos de los gobernantes comunistas. Su deseo de traicionar al padre quedó insatisfecho, porque el comunismo (en Praga) no era más que otro padre, igual de severo y de estrecho, que prohibía el amor (era una época puritana) y a Picasso. Se casó con un mal actor de un teatro de Praga sólo porque tenía fama de gamberro y les resultaba inadmisible a los dos padres. Después murió la madre. Al día siguiente de su regreso a Praga, tras el entierro, recibió un telegrama: el padre no había podido soportar el dolor y se había suicidado. Le remordía la conciencia: ¿Era algo tan ruin que papá pintase floreros con rosas y no le gustase Picasso? ¿Era tan digno de reproche que tuviese miedo de que su hija volviese a casa, a sus catorce años, embarazada? ¿Era tan ridículo que no fuese capaz de seguir viviendo sin su mujer? El deseo de traicionar la invadió de nuevo: de traicionar su propia traición. Le comunicó al marido (ya no veía en él a un gamberro, sino tan sólo a un borracho importuno) que lo abandonaba. Pero, si traicionamos a B, por cuya causa habíamos traicionado a A, de eso no se desprende que nos reconciliemos con A. La vida de la pintora divorciada no se parecía a la vida de sus padres traicionados. La primera traición es irreparable. Produce una reacción en cadena de nuevas traiciones, cada una de las cuales nos distancia más y más del lugar de la traición original. (...) Ya al traicionar a su padre, la vida apareció ante ella como un largo camino de traiciones, y cualquier traición nueva la atraía como un vicio y como una victoria, ¡No quiere permanecer en sus filas! ¡No quiere permanecer en esas filas siempre con la misma gente y las mismas conversaciones! Por eso la excita tanto lo injusta que es. La excitación no le resulta desagradable, al contrario, Sabina tiene la sensación de haber vencido y de ser aplaudida por alguien invisible. Pero inmediatamente después de aquella embriaguez llegó la angustia: ¡Este camino tiene que terminar en algún sitio! ¡Alguna vez tiene que dejar de traicionar! ¡Algún día tiene que detenerse! Era de noche e iba de prisa por el andén. El tren para Ámsterdam ya está en la estación. Buscaba su vagón. Abrió la puerta del compartimiento hasta el cual la había conducido un amable revisor y vio a Franz sentado en la cama, que ya estaba hecha. Se levantó para darle la bienvenida y ella lo abrazó y lo cubrió de besos. Tenía unas ganas terribles de decirle, como la más trivial de las mujeres: ¡No me abandones, no dejes que me vaya, dómame, esclavízame, sé fuerte! Pero eran palabras que no podía y no sabía


pronunciar. Después de abrazarlo lo único que dijo fue: «Estoy tan contenta de estar contigo». Era lo más que podía decir una persona de un carácter tan reservado como el de ella. (...) Estaba confusa y no sabía si debía alegrarse o no. Se acordaba de su encuentro en el compartimiento del tren en Ámsterdam. Aquella vez tuvo ganas de caer de rodillas ante él y pedirle que la retuviera aunque fuera por la fuerza y que nunca la dejase ir. Aquella vez deseó que terminara de una vez ese peligroso camino de traiciones. Deseó detenerse. Ahora trataba de evocar con la mayor intensidad posible el deseo de entonces, de invocarlo, de apoyarse en él. Era en vano. La sensación de disgusto era más fuerte.Regresaban al hotel andando, ya de noche. Los italianos que pasaban junto a ellos hacían ruido, gritaban, gesticulaban, de modo que ellos podían andar juntos sin decir palabra y no oír su propio silencio.Después Sabina se lavó largamente en el cuarto de baño mientras Franz la esperaba en la cama tapado con la colcha. La lamparita estaba encendida como siempre.Al regresar del cuarto de baño la apagó. Fue la primera vez que lo hizo. Franz debía haber registrado mejor aquel gesto. No le prestó atención porque no tenía significado alguno para él. Como sabemos, prefería cerrar los ojos cuando hacía el amor.Y debido precisamente a aquellos, ojos cerrados, Sabina apagó la lamparita. Ya no quería ver aquellos párpados cerrados ni un segundo más. Los ojos, como dice el proverbio, son la ventana del alma. El cuerpo de Franz, que se movía siempre encima de ella con los ojos cerrados, era para ella un cuerpo sin alma. Parecía un cachorro que aún está ciego y emite sonidos de impotencia porque tiene sed. Franz jodiendo, con sus hermosos músculos, era como un enorme cachorro que mamase de sus pechos. ¡Además era cierto que tenía en la boca un pezón suyo como si estuviera chupeteando leche! Esa idea de que por abajo era un hombre maduro y por arriba un lactante que mamaba, de que por lo tanto estaba jodiendo con un bebé, la ponía al borde de la náusea. ¡No, ya no quiere ver nunca más cómo se mueve desesperadamente encima de ella, ya nunca más le ofrecerá su pecho como una perra a su cachorro, hoy es la última vez, irrevocablemente la última vez!Sabía, por supuesto, que su decisión era el colmo de la injusticia, que Franz es el mejor de los hombres que jamás ha tenido, que es inteligente, que comprende sus cuadros, que es guapo, que es bueno, pero cuanto más lo sabía, más ganas tenía de violar aquella inteligencia, aquella bondad, de violar aquella fuerza impotente.Aquella noche lo amó con mayor intensidad que nunca porque la excitaba saber que era por última vez. Hacía el amor con él y estaba ya muy lejos de allí. Volvía a oí r a lo lejos la trompeta dorada de la traición y sabía que era una voz a la que no podría resistir. Le parecía que había aún ante ella un enorme espacio para la libertad, y la lejanía de aquel espacio la excitaba. Hacía el amor con Franz locamente, salvajemente, como nunca lo había hecho con él.Franz gemía sobre su cuerpo y estaba seguro de entenderlo todo: Pese a que Sabina había estado callada durante la cena y no le había dicho lo que pensaba de su decisión, ahora le respondía. Ponía de manifiesto su alegría, su pasión, su aprobación, su deseo de vivir para siempre con él.Se sentía como un jinete que va montado a caballo hacia un vacío maravilloso, hacia un vacío sin esposa, sin hija, sin hogar, hacia un maravilloso vacío barrido por la escoba de Hércules, hacia un maravilloso vacío que llenaría con su amor.Ambos iban encima del otro como quien va a caballo. Ambos iban hacia la lejanía


que anhelaban. Ambos estaban unidos por la traición que los liberaba. Franz iba en Sabina y traicionaba a su mujer, Sabina iba en Franz y traicionaba a Franz. (...) Después de cuatro años pasados en Ginebra, Sabina se fue a vivir a París y no era capaz de recuperarse de la melancolía. Si alguien le hubiera preguntado qué le había pasado, no habría encontrado palabras para explicarlo.Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde. ¿Pero qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre porque quería abandonarlo. ¿La persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser.Hasta ahora, los momentos de traición la llenaban de excitación y de alegría, porque ante ella se abría un camino nuevo y, al final de éste, la nueva aventura de una traición. ¿Pero qué sucederá si ese camino se acaba un buen día? Uno puede traicionar a los padres, al marido, al amor, a la patria, pero cuando ya no hay ni padres, ni marido, ni amor, ni patria, ¿qué queda por traicionar?Sabina sentía a su alrededor el vacío. Pero ¿qué sucedería si ese vacío fuese precisamente el objetivo de todas sus traiciones?Por supuesto, hasta ahora no había sido consciente de ello: el objetivo hacia el cual se precipita el hombre queda siempre velado. La muchacha que desea casarse, desea algo totalmente desconocido para ella. El joven que persigue la gloria no sabe qué es la gloria. Aquello que otorga sentido a nuestra actuación es siempre algo totalmente desconocido para nosotros. Sabina tampoco sabía qué objetivo se ocultaba tras su deseo de traicionar. ¿Es su objetivo la insoportable levedad del ser? Al abandonar Ginebra se le acercó considerablemente.Llevaba ya tres años en París cuando recibió una carta de Praga. La escribía el hijo de Tomás. De algún modo se había enterado de su existencia, había conseguido su dirección y se dirigía a ella como a «la amiga más próxima» de su padre. Le comunicaba la muerte de Tomás y Teresa. Al parecer habían pasado los últimos años en un pueblo donde Tomás trabajaba como conductor de un camión. Solían ir de cuando en cuando a la ciudad más próxima y pasaban la noche allí en un hotel barato. El camino serpenteaba por los montes y el camión en el que iban se precipitó por una escarpada ladera. Sus cuerpos quedaron totalmente destrozados. La policía comprobó posteriormente que los frenos estaban en un estado catastrófico.Era incapaz de sobreponerse a aquella noticia. El último vínculo que aún la ataba al pasado quedaba truncado.Siguiendo su antigua costumbre pensó en calmarse paseando por un cementerio. El que estaba más próximo era el cementerio de Montparnasse. Se componía de una serie de casitas estrechas, de capillitas en miniatura construidas encima de cada tumba. Sabina no entendía por qué los muertos querían tener encima estas imitaciones de palacios. Aquel cementerio era la soberbia convertida en piedra. En lugar de haberse vuelto más razonables después de muertos, los habitantes del cementerio eran aún más necios que cuando vivos. Exhibían su importancia en esos monumentos. Los que descansaban ahí no eran padres, hermanos, hijos o abuelitas, sino dignatarios y hombres públicos, portadores de títulos, distinciones y honores; hasta los empleados de correos exponían aquí a la admiración pública su posición, su importancia


social -su dignidad.Paseando a lo largo de la alameda del cementerio vio que estaban enterrando a alguien en aquel preciso momento. El jefe de ceremonias llevaba un gran ramo de flores y entregaba a cada uno de los deudos una flor. También le dio una a Sabina. Ella se sumó a los demás. Dieron un rodeo alrededor de muchos mausoleos hasta llegar a una tumba a la que le habían quitado la lápida. Se inclinó sobre el foso. Era profundísimo. Dejó caer la flor. Fue describiendo pequeños círculos hasta llegar al ataúd. En Bohemia las tumbas no son tan profundas. En París las tumbas son tan profundas como altas las casas. Su mirada cayó sobre la lápida que yacía a un costado de la tumba. Aquella lápida le dio pánico, de modo que se dio prisa por volver a casa.Se pasó el día pensando en aquella lápida. ¿Por qué la había asustado tanto?Se respondió: Si una tumba está cubierta por una lápida, el muerto ya nunca podrá salir.Pero si el muerto nunca sale, ¿no da lo mismo que esté cubierto de tierra o de piedra?No da lo mismo: Cuando cubrimos la tumba con una piedra, significa que no queremos que el muerto regrese. La pesada lápida le dice al muerto: «¡Quédate donde estás!».Sabina se acuerda de la tumba de su padre. Encima del ataúd hay tierra, de la tierra crecen flores y el arce estira sus raíces hacia el ataúd, de modo que podemos imaginarnos que, a través de esas raíces y esas flores, sale de la tumba. Si su padre hubiese estado cubierto por una lápida, nunca hubiera podido ir a hablar con él después de su muerte, nunca hubiera podido oír en la corona del árbol su voz que la perdonaba.¿Qué aspecto tendrá el cementerio donde yacen Teresa y Tomás?Volvió a pensar en ellos. Solían ir a la ciudad más próxima a pasar la noche en el hotel que allí había. Aquel párrafo de la carta llamó su atención. Indicaba que eran felices. Volvió a ver a Tomás como si fuera uno de sus cuadros: delante, Don Juan como un decorado falso pintado por un pintor ingenuo; a través de una grieta en el decorado, podía verse a Tristán. Había muerto como Tristán, no como Don Juan. Los padres de Sabina murieron en una misma semana. Tomás y Teresa en un mismo instante. Sintió nostalgia de Franz.En cierta ocasión, le había hablado de sus paseos por los cementerios, se estremeció de asco y dijo que los cementerios eran depósitos de huesos y piedras. En ese momento se abrió entre ellos un abismo de incomprensiones. Hasta hoy, en Montparnasse, no había entendido qué quería decir. Le da pena haber sido impaciente. Es posible que, si hubieran permanecido más tiempo juntos, hubieran empezado lentamente a comprender las palabras que decían. Sus vocabularios se habrían ido aproximando tímida y lentamente como unos amantes muy vergonzosos, y la música de cada uno de ellos hubiera empezado a fundirse con la música del otro. Pero ya es tarde.Sí, es tarde y Sabina sabe que no se quedará en París, que seguirá avanzando, aún más allá, porque, si muriera aquí, le pondrían una lápida encima y, para una mujer que nunca tiene sosiego, la idea de que su huida vaya a detenerse para siempre es insoportable. Milán Kundera


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