DESAPARICIONES FORZADAS

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David Francisco Camargo Hernández. Nacionalidad Colombiano. Escritor, humanista y economista con especialización, maestría y doctorado. Artista plástico. Inventor. Guionista. Becario de universidades europeas. Director Fundación Sueños de Escritor y ediciones Dafra. Premios literarios y académicos en los años 20012005-2008-2010-2016-2017 en eventos internacionales. Profesor de posgrado. Investigador CVLAC Colciencias. Conferencista internacional basando los temas en sus propios libros. Propende por una economía «más humana, más igualitaria, capaz de contribuir a mejorar la calidad de vida de la comunidad». En 2010 algunas de sus publicaciones fueron traducidas a varios idiomas. Una de las más destacadas se titula: “cómo regionalizar el país”. Y por «su sobresaliente trayectoria literaria y pensamiento comprometido con los problemas de la cotidianidad».

La desaparición forzada era una práctica utilizada como estrategia para generar terror en los habitantes de la selva. La sensación de inseguridad por dicha práctica afectaba a muchos animales de la selva. Se ejercía presión a los defensores de los derechos animales, los parientes de las víctimas, los testigos y sobre quienes se ocupaban los casos de desaparición forzada. Cientos de miles de especies desaparecieron en los conflictos entre herbívoros y carnívoros. Las víctimas, muchas veces torturadas y temerosas de perder la vida ellos y, sus familias, al no saber la suerte que habían corrido sus seres queridos, se encontraban entre la preocupación y la desesperanza, a la espera de noticias que nunca llegarían. Las víctimas sabían que sus familias desconocían su paradero y, eran mínimas las posibilidades de que alguien fuera a auxiliarlas encontrándose privadas de todos los derechos quedando a voluntad de sus secuestradores. Cuando la muerte no era el desenlace final y terminaba la pesadilla, quedando libres, las víctimas padecían las cicatrices físicas y psicológicas de su cautiverio. La familia y los amigos de los animales desaparecidos sufrían angustia, al ignorar si la víctima vivía y, de ser así, ignoraban dónde se encontraba cautiva, y su estado de salud. Eran conscientes de que ellos también estaban amenazados por el hecho de indagar la verdad exponiéndose a un riesgo aún mayor. La zozobra de la familia era cada vez mayor, por las consecuencias materiales que tenía la desaparición, ya que quien era objeto del plagio, por lo general era el encargado de alimentar a las crías. La conmoción emocional se agudizaba por no saber si el secuestrado iba a regresar, lo que dificultaba la adaptación de la manada a la nueva situación. En algunos casos, la legislación imperante en la selva hacía imposible recibir ayudas si no había una prueba de la muerte del secuestrado, generando marginación. Las privaciones alimentarias que acompañaban a una desaparición afectaban con más frecuencia a los cachorros, ya que las madres estaban al frente de la familia para abastecerlos de comida. En ocasiones las crías también eran víctimas de las desapariciones. Así comienza este cuento que no es cuento y por eso lo cuento.


David Francisco Camargo Hernández. Nacionalidad Colombiano. Escritor, humanista y economista con especialización, maestría y doctorado. Artista plástico. Inventor. Guionista. Becario de universidades europeas. Director Fundación Sueños de Escritor y ediciones Dafra. Premios literarios y académicos en los años 20012005-2008-2010-2016-2017 en eventos internacionales. Profesor de posgrado. Investigador CVLAC Colciencias. Conferencista internacional basando los temas en sus propios libros. Propende por una economía «más humana, más igualitaria, capaz de contribuir a mejorar la calidad de vida de la comunidad». En 2010 algunas de sus publicaciones fueron traducidas a varios idiomas. Una de las más destacadas se titula: “cómo regionalizar el país”. Y por «su sobresaliente trayectoria literaria y pensamiento comprometido con los problemas de la cotidianidad».

La desaparición forzada era una práctica utilizada como estrategia para generar terror en los habitantes de la selva. La sensación de inseguridad por dicha práctica afectaba a muchos animales de la selva. Se ejercía presión a los defensores de los derechos animales, los parientes de las víctimas, los testigos y sobre quienes se ocupaban los casos de desaparición forzada. Cientos de miles de especies desaparecieron en los conflictos entre herbívoros y carnívoros. Las víctimas, muchas veces torturadas y temerosas de perder la vida ellos y, sus familias, al no saber la suerte que habían corrido sus seres queridos, se encontraban entre la preocupación y la desesperanza, a la espera de noticias que nunca llegarían. Las víctimas sabían que sus familias desconocían su paradero y, eran mínimas las posibilidades de que alguien fuera a auxiliarlas encontrándose privadas de todos los derechos quedando a voluntad de sus secuestradores. Cuando la muerte no era el desenlace final y terminaba la pesadilla, quedando libres, las víctimas padecían las cicatrices físicas y psicológicas de su cautiverio. La familia y los amigos de los animales desaparecidos sufrían angustia, al ignorar si la víctima vivía y, de ser así, ignoraban dónde se encontraba cautiva, y su estado de salud. Eran conscientes de que ellos también estaban amenazados por el hecho de indagar la verdad exponiéndose a un riesgo aún mayor. La zozobra de la familia era cada vez mayor, por las consecuencias materiales que tenía la desaparición, ya que quien era objeto del plagio, por lo general era el encargado de alimentar a las crías. La conmoción emocional se agudizaba por no saber si el secuestrado iba a regresar, lo que dificultaba la adaptación de la manada a la nueva situación. En algunos casos, la legislación imperante en la selva hacía imposible recibir ayudas si no había una prueba de la muerte del secuestrado, generando marginación. Las privaciones alimentarias que acompañaban a una desaparición afectaban con más frecuencia a los cachorros, ya que las madres estaban al frente de la familia para abastecerlos de comida. En ocasiones las crías también eran víctimas de las desapariciones. Así comienza este cuento que no es cuento y por eso lo cuento.


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