Ecologismo / Medio Ambiente / Consejos / ArtĂculos
Revista Impacto / Segunda Edición
6 Articulo Takashi Yabe / El Magnesio sustituirá al petróleo antes del 2025
10 Articulo Laura Fernández / La diferencia entre vivir mejor y consumir más.
13 Artículo Jaume Terradas / Los Limites Planetarios.
23 Artículo Javier Flores/ ¿Cómo podemos ahorrar agua?
26 Articulo Michael T. Klare / La fiebre del petróleo que amenaza al Golfo de México y al planeta
35 Opinión / Cómo cuidar el medioambiente desde casa ?
36 Artículo Michael Crichton / "El ecologismo es una de las religiones más poderosas en el mundo"
38 Artículo Neofronteras /
Vulcanismo,
extinción y medio ambiente
44
Artículo Alejandro Nadal / British Petroleum: la sombra de Chernobyl
48 Artículo Acción Ecológica / Ecuador: el bosque del Pambilar, una larga lucha por su defensa
51 Artículo Eduardo Galeano / Mensaje a la Cumbre de la Madre Tierra
53 Artículo Miguel Ángel Sánchez López / Hacia un mundo sin peces
Revista Impacto / Segunda Edición
“Salvaguardar el medio ambiente. . . Es un principio rector de todo nuestro trabajo en el apoyo del desarrollo sostenible; es un componente esencial en la erradicación de la pobreza y uno de los cimientos de la paz.” Kofi Annan
En la ultima década hemos visto como nuestro planeta ha sufrido cambios ambientales, cada uno de nosotros es testigo de cómo la contaminación causada por el hombre y su mundo industrializado esta afectando el mundo como lo conocemos, es imperativo tomar acciones para lograr un cambio ambiental y frenar la contaminación , no solo para nuestro bien si no también para las futuras generaciones. Es inverosímil ver como grandes corporaciones son tan negligentes al momento de ver el impacto que estas causan al planeta, en esta edición esa ha sido la temática principal, al demostrar artículos enfocados a los últimos atentados contra el medio ambiente, empresas petroleras que saben que su fin esta llegando, gracias a la implementación de tecnologías mas limpias y eficientes, pero los desastres que causan son realmente necesarios…. Esta en nuestras manos concientizar a la población a nuestros amigos, vecinos, conocidos, alumnos, maestros sobre los causales del impacto ambiental que hoy por hoy vivimos, no solo de esta manera estaremos contribuyendo a nuestro mundo si no que estaremos ayudando a preservarlo de un mal que nos asecha todos los días y que lamentablemente ya no es invisible, lo cual es catastrófico ya que a pesar de verlo a diario no le damos la importancia necesaria….. David Muñoz Jensen Director Revista Impacto
Takashi Yabe
Takashi Yabe (Japón, 1950) está trabajando con la obsesión de ayudar a la humanidad a eliminar su dependencia de los carburantes fósiles. Tras varias décadas usando muchas energías renovables, como la solar o la eólica, la liberación completa de la energía nuclear y los carburantes fósiles todavía queda lejos en la conciencia global. Pero el profesor Yabe combate esta sensación con su mejor aliado: el magnesio. Este elemento es la clave para llevar al mundo hacia la energía limpia. ¿Cómo puede el magnesio mejorar la forma de conseguir nueva energía? Es una larga historia. Como se sabe, necesitamos una enorme cantidad de materiales de almacenamiento para tener reservas de energía solar, eólica y otras energías renovables. Por otro lado, actualmente la humanidad estamos consumiendo la friolera de 10 millones de toneladas de petróleo y carbón. El hidrógeno es el recurso que ofrece algunas soluciones, pero también necesita un gran espacio de almacenamiento. Los otros materiales que se han estudiado como fuentes alternativas de energía son demasiado pequeños en recursos. Pero ahí es donde entra el magnesio, pues será la clave para los recursos energéticos en los próximos años. Este elemento se encuentra en los océanos, actualmente se cifra en 1.800 trillones de toneladas su cantidad total, lo que equivale al consumo mundial de energía para los próximos 100 años. Si extraemos componente de magnesio, que existe de forma ilimitada en el agua de mar y lo fundimos en metal de magnesio con un láser especial que hemos creado, entonces podemos utilizar el metal de magnesio como combustible para fábricas, viviendas y transporte. ¿Puede detallar el proceso que se sigue para obtener energía del magnesio? El primer paso consiste en obtener el magnesio del mar. Para ello hemos diseñado un
dispositivo que extrae cloruro de magnesio del agua marina, usando una técnica especial de evaporación. Después debemos convertir el cloruro de magnesio en óxido de magnesio. Para este proceso hemos desarrollado una tecnología que hemos bautizado como "láser de inyección de energía solar", que convierte la luz del sol en energía láser mediante lentes Fresnel. Éstas dirigen la luz solar hacia unas fibras microscópicas que ayudan a concentrar la luz y el calor sobre las partículas de óxido de magnesio dentro de un depósito vacío. Como resultado se obtiene magnesio refinado. El proceso lo cierra el motor MAGIC (Magnesium Injection Cycle, en inglés "Ciclo de Inyección de Magnesio"), que mezcla el magnesio refinado con agua para crear energía calórica e hidrógeno. El óxido de magnesio se genera cuando el magnesio es quemado y se vuelve magnesio metálico fundiéndolo con el láser, lo que lo vuelve a hacerlo otra vez útil como combustible. En otras palabras, es posible establecer un ciclo convirtiendo energía del sol en magnesio, que es un material de gran portabilidad, usar su energía y después utilizar la luz solar para generar más energía. Este proceso permitirá crear lo que llamamos "Sociedad del Magnesio", que creemos que estará funcionando antes de 2025. De esta forma el MAGIC, haciendo honor a su nombre, permitirá eliminar nuestra dependencia de los carburantes fósiles construyendo una sociedad basada en el magnesio, donde la energía limpia está impulsada por el sol.
Ha comentado que el magnesio servirá para proporcionar energía para fábricas, viviendas y transporte. ¿Se aplicará de igual forma en cada caso o hay particularidades? Quizá es en el transporte donde hay más singularidades. Estamos trabajando para cambiar todas las baterías de litio por las de magnesio refinado, que tienen hasta 7 veces más potencia. Estas baterías no solo servirían para el transporte, sino para todo aparato que necesite llevar baterías como telefonía móvil o informática. La aplicación que puede parecer más descabellada es cómo pretendemos mover barcos por el océano. La respuesta es convirtiendo la luz del sol en láser con un dispositivo en tierra firme que desde allí lo envíe hacia un satélite con un gran espejo. Así rebota el láser hasta el barco que está navegando. Aunque parezca extraño no es tan complicado. Con un láser de 1 GW de potencia solo se tardaría unas horas en fundir suficiente cantidad de magnesio para mover un barco de carga, de varios centenares de toneladas, durante una semana. A pesar de que 1 GW es una gran producción de energía se puede conseguir instalando un generador de láser en un área de tan solo 2,5 m2. El láser generado se dirige hacia el satélite, allí se refleja en el espejo y se recibe en la lente del barco. Nada es imposible. ¿Y en el caso de una central termoeléctrica cómo funcionaría? En ese caso utilizaremos una reacción química distinta que nos permite generar hidrógeno. Esto se produce con la reacción
del metal magnesio con el agua. La velocidad de reacción es mucho más rápida si hacemos el grano de magnesio más pequeño. El hidrógeno empieza a quemar cuando la velocidad de reacción es superior. Entonces se produce la reacción entre el agua y el magnesio, del que se genera hidrógeno que reacciona con el oxígeno del cual obtenemos vapor de agua. Será la revolución industrial 2.0. - Parece que tienen muy claro los procesos y sus aplicaciones. Entonces ¿qué dificultades hay a día de hoy para iniciar la Sociedad del Magnesio? Sin el desarrollo del láser sería muy difícil reciclar el magnesio. Éste es un camino que nunca antes había sido investigado, de hecho en la actualidad soy el único científico que trabaja en el desarrollo de este ciclo. El problema principal es que necesitamos soporte financiero para crear un gran planta de demostración. Es por este motivo que estamos buscando socios para propagar nuestra tecnología en otras áreas. En España estamos negociando con un centro de investigación de Barcelona, el CIMNE (Centro Internacional de Métodos Numéricos en Ingeniería) con el que vamos a colaborar estrechamente en el desarrollo de tecnología. También estamos trabajando con otros socios en otras áreas.
Laura Fernández La cuestión de si la economía puede crecer indefinidamente es un debate abierto durante siglos entre economistas. En las bases económicas actuales, el bienestar y el progreso van ligados al crecimiento constante, aunque crisis como la actual muestran la fragilidad de este sistema, además de sus graves consecuencias ecológicas. La teoría Steady State Economics, y movimientos ligados a ella como el Decrecimiento, suponen una alternativa. Proponen una economía estática. Incluso pensadores que han construido las bases del sistema económico actual como Adam Smith y John Keynes preveían un momento futuro en el cual el crecimiento económico dejaría paso a la estabilidad, una vez el sistema hubiera llegado a los límites de su efectividad. Keynes lo describía como un punto en el cual la sociedad podría focalizarse en el desarrollo de valores sociales de bienestar, no ligados con el crecimiento económico. Sin embargo, la economía actual sigue firmemente basada en el crecimiento constante. Las consecuencias ecológicas son evidentes, puesto que esta necesidad de crecimiento va ligada inevitablemente a un ritmo de consumo de los recursos superior a su capacidad para regenerarse, y en los momentos de crisis se demuestra la fragilidad de un sistema basado en la economía financiera, donde además los principales perjudicados son los derechos sociales y los sectores más débiles de la cadena. Se trata de un sistema difícil de cambiar, aunque existen teorías alternativas, que pueden resultar utópicas, pero que toman más significado en la situación económica de hoy en día. Steady State Economics, un término acuñado por el economista
Herman Daly a principios de los 90, propone una economía estática, que puede fluctuar, pero en torno a unos límites estables, y que está pensada para un entorno nacional, aunque puede trasladarse a otras escalas. Uno de sus principios es limitar el crecimiento a lo que el ecosistema puede soportar, o lo que es lo mismo, una economía sostenible con los recursos naturales. Otra de las bases principales consiste en valorar el bienestar de una sociedad no sólo en su capacidad de consumo sino también en otras cuestiones igualmente importantes, como el tiempo. El Center for the Steady State Economy es un organismo que investiga cómo pueden ponerse en práctica este tipo de alternativas, y trata de difundir un modelo económico basado en el equilibrio. En el caso de los bancos, por ejemplo, propone una vuelta a su función principal como intermediarios. En cuanto a la agricultura, defiende un sistema más diversificado, transformable y a pequeña escala frente al modelo industrializado actual. Un sistema que ha hecho bajar los precios de los alimentos, aunque a cambio de trasladar los costes al medio ambiente y a las condiciones laborales del sector. A un nivel local, estas ideas de economía sostenible van ligadas al Slow Movement, y en el caso de la agricultura, en Estados Unidos está en marcha el movimiento Slow Money, que tiene como objetivo fomentar el desarrollo de productos y servicios a pequeña escala, creando una red para que las inversiones se queden en proyectos locales.
Esta teoría de la ralentización de la economía, o su decrecimiento (un movimiento que se ha ido extendiendo en los últimos años, con encuentros como el que se celebró en Barcelona a finales de marzo), tiene también argumentos contrarios. Uno de ellos es que la economía puede ser desmaterializada, con recursos no tangibles como la información, el conocimiento y el talento, de forma que puede crecer sin utilizar más recursos naturales. Otro de los argumentos es que el progreso tecnológico puede ofrecer soluciones medioambientales y mejorar la eficiencia en el uso de recursos. Aún así, tal y como recoge la paradoja de Jevons, cuanto más se aumenta la eficiencia con que utilizamos un recurso, más crece también su uso. Algo que Jevons ilustró con la aparición de la máquina de vapor en 1865 (optimizaba el uso del carbón, pero a la vez hizo crecer su consumo), y que puede trasladarse también al uso del petróleo, por ejemplo.
Jaume Terradas Desde hace algunos años, las advertencias acerca de los riesgos del cambio global, y en especial del cambio climático, se suceden. El Informe Stern, por proceder de un economista poco sospechoso de ser un ambientalista más o menos ácrata, y por haber sido encargado por el Gobierno británico, fue un aldabonazo fuerte que resonó en medios generalmente sordos, e incluso muy refractarios a esta clase de preocupación. Luego llegó el cuarto informe del IPCC que, aunque moderado y prudentísimo en sus cálculos, dejaba claro que el cambio climático era real y sus consecuencias temibles, y venía respaldado por dos mil quinientos científicos de todo el mundo. La película de Al Gore Una verdad incómoda tuvo también mucha resonancia, aunque entre los más reticentes la personalidad política de Gore más bien causó reacciones opuestas. Algunos han seguido negando la realidad del cambio climático, empezando por el Gobierno Bush en EEUU y por personas tan conocidas como el excelente novelista de ciencia ficción Michael Crichton. También hay científicos solventes que creen que se han exagerado mucho las tintas y que los datos reales de que disponemos no avalan un aumento de la temperatura sensible en los últimos quince años, si se considera el hecho de que estamos en un período caluroso dentro de los ciclos habituales. Pero los trabajos científicos que reconocen como reales el cambio y su autoría humana han seguido llegando a un ritmo creciente, y no sólo abonan las tesis del IPCC sino que en muchos casos indican que éstas pueden haberse quedado cortas. La razón de esto último es fácil de comprender. El informe del IPCC es ciencia consensuada. Cada afirmación ha de ser aceptada por todos. Por tanto, establece lo que es la verdad científica conocida sobre el tema, una especie de mínimo común denominador para miles de investigadores de muy diversas disciplinas cuyos resultados a menudo son heterogéneos y difíciles de comparar (Terradas, J., Peñuelas, J, 2008. Ambio 3, 4: 321). El Global Carbon Project, un importante programa internacional, ha señalado que las estimaciones del IPCC estaban siendo desbordadas: entre el 2000 y el 2008, el aumento del CO2 en la atmósfera siguió una tendencia más rápida que la peor hipótesis de todas las utilizadas por el IPCC (Michael R. Raupach, Gregg Marland, Philippe Ciais, Corinne Le Quéré, Josep G. Canadell, Gernot Klepper, Christopher B. Field. 2007. Global and regional drivers of accelerating CO2 emissions. Proc Natl Acad Sci U S A. 12; 104(24): 10288–10293). Es posible que la crisis económica haya reducido esta tasa de aumento, pero aún así muchos especialistas dudan que podamos confiar en mantener la concentración de CO2 entre 350 y 450 ppm, que es lo que dejaría el aumento medio de temperatura durante este siglo alrededor de unos 2ºC. Crecen los temores, además, de que se desencadenen mecanismos autoacelerados incontrolables. Dos ejemplos claros: la reducción del hielo ártico en verano reduce el albedo terrestre y aumenta la captación de la radiación solar, aumentando la temperatura; y la fusión del permafrost en las altas latitudes puede liberar enormes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero más de veinte veces más potente que el CO2.
Umbrales que no se deberían traspasar ¿Cuáles son los límites que no deberíamos traspasar para evitar males mayores y este proceso autoacelerado que algunos, como James Lovelock (2007. La venganza de la Tierra, ed. Planeta, 249 pp.), creen que ya ha empezado, y que es muy capaz de convertir en inhabitable la mayor parte del planeta? Esta pregunta se la ha formulado recientemente un grupo de veintinueve prestigiosos científicos, encabezado por Johan Rockström de la Universidad de Estocolmo. Sus propuestas, publicadas en Nature en versión reducida y en Ecology and Society de modo más extenso. (Rockström, et al, Nature 461, 472–475; 2009; id, en prensa. Ellos han abierto un debate importante. La idea que les mueve es que la acción antropógena ha alcanzado tales proporciones que no puede excluirse un cambio global abrupto. Para evitarlo, sugieren disponer de unos indicadores que señalen los límites biofísicos que no debemos pasar para que no se produzcan procesos no lineales de consecuencias potencialmente catastróficas. Detectan nueve límites y para siete de ellos ponen cifras a los umbrales que deberían respetarse. Estos siete se relacionan con la concentración de CO2 en la atmósfera, la acidificación oceánica, la concentración de ozono estratosférico, la fijación de nitrógeno y el vertido anual de fósforo al mar, el consumo de agua dulce, la proporción de tierras cultivadas, y la perdida de diversidad biológica. Los dos restantes, más difíciles de cuantificar con un solo indicador, son la carga de aerosoles y la contaminación química. Los autores creen que ya hemos transgredido tres de estos umbrales (CO2, pérdida de biodiversidad, nitrógeno) y que todos estos límites son interdependientes, por lo que rebasar uno de ellos puede arrastrarnos a pasar también otros. Así pues, proponen trabajar sobre este nuevo concepto de límites planetarios para definir el marco de seguridad para las sociedades humanas. Reconocen las dificultades para establecer estos límites, porque nuestros conocimientos del sistema pueden ser insuficientes, porque es muy difícil comprender el funcionamiento de los sistemas complejos con sus interacciones no lineales, y porque los efectos de la transgresión de un límite dependen también de la resiliencia de nuestras sociedades. La propuesta ha producido ya bastantes reacciones. Entre los científicos, algunos discuten los umbrales que proponen y, incluso, si estamos en condiciones de establecerlos con rigor, y algunos dudan incluso de la conveniencia de fijar límites porque, en aquellos no transgredidos, no se verá razón suficiente para cambiar nuestros malos hábitos de conducta en relación con el planeta. El intento de cuantificar los límites es atrevido y responde, por otra parte, a una demanda continuada de los políticos: ¿cuando hay que considerar que se ha encendido la luz roja de peligro? "Dadnos indicadores" es el mensaje que los científicos recibimos constantemente de políticos y gestores. Pero cuando se les dan es inevitable que se produzcan muchos desacuerdos en la propia comunidad científica, que sin duda han de ser aprovechados por quienes prefieren postergar la toma de decisiones que supongan cambios importantes en el actual modelo económico. En mi modesta opinión, los indicadores pueden ser útiles, pero siempre tienen el grave inconveniente de que tendemos a sacralizar los números. Y eso, cuando se trata con sistemas complejos y mal comprendidos, tiene riesgos importantes. Los economistas lo saben.
Dificultades con los indicadores En efecto, lo que se nos pide a los ecólogos es que demos indicadores como el PIB. Son índices que agregan muchas cosas y cuya interpretación está lejos de ser sencilla, pero que en economía se aplican muchas veces con demasiado dogmatismo. Disponer de este tipo de indicadores macroeconómicos no ha evitado las crisis. Algunos economistas prudentes claman por volver a prestar más atención a la microeconomía. Quizás esto pueda servirnos de aviso. Si lo que se pretende es evitar una crisis, seguramente que no lo lograremos con una batería de indicadores. Esto no significa que sean completamente inútiles. Me parece que pueden tener cierta función pedagógica. Pero también pueden ser engañosos. No es tanto que se puedan usar mejor o peor como el hecho en sí de que, cuando tenemos cifras, tendemos a creer demasiado en ellas. Un ejemplo conocido por cualquier investigador es el de los índices de impacto o el valor h en la evaluación de la investigación. Que algo significan es evidente. Y que han ayudado a estimular la deseada tendencia a publicar en revistas internacionales, también. Pero son demasiado fáciles de usar, demasiado cómodos, y prácticos, a la hora de dirimir los casos sin tomarse la molestia de profundizar lo que hay tras el valor numérico (empezando por la calidad real de las aportaciones y acabando por las condiciones en que se han producido y qué parte de lo realizado por cada investigador no se refleja en la cifra). Los indicadores son útiles en algunos aspectos, en otros pueden desviarnos de lo esencial. Cuando tratamos de problemas mucho más relevantes, de magnitud global y relativos al bienestar de toda la Humanidad, hay que extremar la prudencia. El sistema planetario es de una complejidad enorme. También lo es el cuerpo humano, y tomarle la temperatura sigue siendo un indicador útil: un estado febril puede derivar de muy distintos procesos, pero nos advierte de que algo no funciona lo bastante bien. Sin embargo, tener 38º no es necesariamente estar menos enfermo que tener 39º, dada la multiplicidad de causas. Puede que los 38º sean debidos a una tuberculosis y los 39º a unas vulgares anginas. Que España tenga un PBI más alto que Italia en un cierto momento no significa que su economía sea más fuerte: el tejido industrial español es muy inferior al italiano y nuestro PBI tenía mucho que ver con el negocio inmobiliario, que ha pinchado escandalosamente. Sin embargo, antes del batacazo nuestros políticos estaban eufóricos acerca del "sorpasso" frente a Italia, pese a la endeblez intrínseca del indicador. ¿Son tan débiles los límites que se nos proponen para el sistema planetario? Puede que no. Para empezar, tienen una ventaja muy importante: no son valores agregados. Cada uno se refiere a una variable específica. Por ejemplo, la situación del ciclo del carbono y el cambio climático se pondera en relación a un valor límite de 350 ppm de CO2 en la atmósfera (por cierto, ya ampliamente superado). Una sola variable, cierto, para una serie de procesos muy complicados, y eso también es un inconveniente. Para empezar, hay otros gases de efecto invernadero además del CO2. Luego, las relaciones entre cada variable y los procesos planetarios son poco menos que indescifrables. Hay indicios para pensar que un aumento de CO2 ha ido asociado a mayores temperaturas: el análisis de las burbujas de aire apresadas en la sonda obtenida en los hielos de Vostok ha permitido reconstruir la evolución, fluctuando en paralelo, de la concentración del gas y la temperatura hasta hace 400 000 años. Sin embargo, este paralelismo es menos evidente cuando se considera el aumento del CO2 en las últimas décadas y la evolución de la temperatura, que no parece seguir el mismo ritmo. Además, en las muestras polares el aumento de temperatura precede al del CO2, mientras que ahora el proceso debería ir al revés, el cambio atmosférico provoca el aumento térmico. Sobre las razones de la actual respuesta térmica hay mucha discusión, en particular sobre el posible papel de los aerosoles, y no entraremos en ellas.
Otras variables presentan problemas. En realidad, es casi imposible determinar la tasa de extinción con un mínimo de garantías. Sólo se infieren estimaciones a partir de la pérdida de hábitats, pero cuando los cálculos de la biodiversidad existente varían entre cinco y treinta o incluso cien millones de especies, la incertidumbre es excesiva para hacer afirmaciones en este sentido, y el equipo de Rockstram se muestra muy atrevido al decir que hemos sobrepasado los límites tolerables para este indicador. Tanto más cuánto nadie sabe cuál es el mínimo de diversidad necesaria para mantener el funcionamiento de los sistemas soporte de vida. En cuánto al nitrógeno, aunque es cierto que se está produciendo una fertilización excesiva en muchos ecosistemas tampoco parece que sea fácil decidir cuál es el umbral de peligro y si lo hemos pasado o no. De momento, la fertilización tiene su cara positiva, al contribuir a la alimentación de las poblaciones humanas. Aunque es evidente que, tanto en el caso del nitrógeno como en el del fósforo, estamos generando un problema, resulta muy arriesgado dar un valor para un umbral que no debiera traspasarse y los propios autores advierten del alto grado de incertidumbre en que se mueven, a pesar de lo cuál escogen un valor de fijación del nitrógeno atmosférico que ha sido pasado con creces. No hace falta seguir examinando las variables propuestas una a una. La fortaleza de la propuesta es señalar que hay umbrales en el sistema planetario, pasados los cuáles pueden producirse cambios abruptos, afirmación que es difícil no suscribir. Las debilidades se hallan en la dificultad de establecer cuáles son estos umbrales y qué variables deberíamos considerar dado que no se trata de variables independientes, sino que hay interacciones que aún no comprendemos en los diversos subsistemas (clima, océanos, respuestas ecosistémicas, etc.). Una nueva palabra para el reto del futuro: la descarbonización Desde hace años, se vienen empleando algunos términos clave para referirse a la situación ambiental. Uno de ellos, que ha conocido mucho éxito desde su formulación en el Informe Brundtland, es desarrollo sostenible. Cierto que su definición se suele hacer más por crítica del crecimiento insostenible que por una explicación convincente de cómo ha de ser un desarrollo sostenible que sea a la vez desarrollo, entendido como mejora de las condiciones económicas y de calidad de vida, y sostenible en el sentido de ser compatible con el mantenimiento de los procesos de soporte de la vida. Pero la sostenibilidad se ha convertido en un cuarto eje de la utopía, junto a los clásicos de libertad (o gobierno democrático respetuoso con los derechos del individuo), igualdad (o justicia equitativa en el acceso a los recursos básicos y trato igual ante la ley) y fraternidad (o solidaridad entre las gentes y los pueblos). Y, como estos tres ejes anteriores, la sostenibilidad puede parecer algo deseable pero también inalcanzable, ya que no está claro que los buenos deseos lleguen a imponerse a las realidades de la naturaleza humana y los conflictos perennes. Sin embargo, mientras que no existen condicionantes externos que puedan obligarnos a ser más libres, más iguales y más solidarios, sí pueden haberlos que nos fuercen a avanzar hacia una mayor sostenibilidad: si no lo hacemos podemos sufrir consecuencias graves y cuando éstas se vayan manifestando serán una fuerza que empujará hacia la toma de medidas. En este sentido, el utopismo aparentemente idealista del desarrollo sostenible puede devenir una imperiosa necesidad, aún a costa de grandes sacrificios, e incluso a costa del desarrollo económico. Sería mucho mejor, desde el punto de vista de los intereses humanos, evitar que esto ocurra por la fuerza mayor de una creciente disfunción en los sistemas planetarios.
El problema más preocupante con el que nos enfrentamos es, seguramente, el posible cambio climático derivado de las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, los esfuerzos deberían concentrarse en realizar cambios profundos en qué clase de energía empleamos y cómo lo hacemos. La palabra clave para la estrategia del futuro podría muy bien ser descarbonización. Aunque las reservas actuales de petróleo y gas natural pueden resultar insuficientes para soportar una demanda que crece muy deprisa, y que esto se agrave por el hecho de que gran parte de estas reservas estén bajo control de países que puedan resultar políticamente problemáticos para los occidentales, quedan en el planeta muchos recursos energéticos con carbono. Está aumentando mucho el uso de carbón, de los que la China y la India poseen una cuarta parte de las reservas mundiales. Hay enormes reservas de arenas y arcillas bituminosas, especialmente en Canadá, que aún ofrecen dificultades tecnológicas para su explotación, pero las mayores inversiones en nuevas energías tienen lugar precisamente en la producción de combustibles a partir de estos materiales. Y se han puesto muchas esperanzas en el uso de hidratos de metano, abundantísimos en las regiones frías del planeta con suelos helados (permafrost) y en algunos fondos marinos. También en este caso hay dificultades, ya que la tecnología actual no permite la explotación sistemática de estas reservas por la dureza de las condiciones ambientales y las dificultades de acceso, pero las cantidades existentes supondrían la posibilidad de disponer de una fuente inmensa de gas natural. ¿Cómo avanzar hacia la descarbonización? La apuesta por estas fuentes de combustible por parte de las grandes compañías existe, y la ven como la manera más sencilla de continuar con el modelo actual. Sin embargo, es este modelo el que genera problemas. Todas estas fuentes suponen continuar con la sociedad que ha prosperado a lomos del petróleo, pero que también ha generado el problema de las emisiones de gases invernadero. La propuesta alternativa es un reto bastante más complejo: descarbonizar significa ampliar mucho el espectro de las energías empleadas y, por otra parte, impedir que el CO2emitido por procesos industriales llegue a la atmósfera. En efecto, una idea consiste en retener el CO2 emitido por centrales de carbón u otras y mandarlo canalizado hasta lugares apropiados para inyectarlo en capas profundas y seguras de la corteza terrestre. Las centrales de combustibles fósiles, nucleares o de cualquier otro tipo de energía (fotovoltaica, eólica, geotérmica, de olas y mareas, etc.) deberían servir para aumentar mucho la producción de electricidad, y ésta para sustituir muchos usos actuales de los combustibles fósiles. Habrá que hacer muchos cambios en la arquitectura hacia tipos de edificación que ahorren energía, agua potable, y que minimicen la generación de residuos durante la construcción y al final del ciclo de vida, y ello se logrará con nuevos diseños y con procesos de preproducción industrial de las construcciones. Habrá que repensar el urbanismo para disminuir el transporte horizontal y crear ciudades compactas polinucleares autosuficientes, con mayor desarrollo vertical por encima y por debajo del suelo y más ahorro de suelo. Hay dos esperanzas principales para el transporte de personas, junto al incremento de los servicios públicos de tipo ferroviario: el coche eléctrico, que dado que las baterías han experimentado importantes mejoras en sus prestaciones y seguramente seguirán haciéndolo, tiene el obstáculo de la inexistencia de redes adecuadas para la recarga, algo relativamente fácil de solucionar; y la producción de un sustituto para el queroseno de los aviones a partir de cultivos de algas modificadas genéticamente, que ya han dado, en condiciones
experimentales, producciones muy elevadas (del orden de veinte veces más por unidad de superficie) en comparación con las plantas que producen etanol o biodiesel: las algas requerirían mucho menos espacio, no competirían con la producción de alimentos básicos y pueden dar un producto que apenas necesita tratamiento para ser usado como combustible, pero todavía hay que resolver el problema del paso de condiciones controladas a la producción en masa. La descarbonización plantea un cambio de estrategia global de vastas dimensiones. La dificultad mayor (aunque hay aún muchas dificultades importantes en la solución de los distintos tipos de tecnología para hacerlas disponibles) estriba en que muchos procesos industriales, muchas empresas y muchos puestos de trabajo han de ser sustituidos por otros procesos y otras maneras de hacer. Para que esta transición sea posible, las grandes empresas que actualmente controlan la producción y distribución de energía no deberían oponerse a ella sino entrar a fondo en las nuevas posibilidades de negocio que aparecerán con el cambio. Ya se entiende que no podrán hacerlo de un modo súbito, pero, si el futuro ha de ser descarbonizado, las que no realicen la reconversión serán tarde o temprano apartadas al desván de las tecnologías obsoletas. Hoy todavía es difícil que los políticos tomen decisiones y compromisos fuertes hacia un mundo descarbonizado, y es probable que la cumbre de Copenhague parezca, una vez más, decepcionante. Pero es casi seguro que el tema siga abierto, porque el problema existe, y más pronto que tarde las sociedades más avanzadas (y su extrema vulnerabilidad al aumento de los costes de los combustibles fósiles) exigirán que nuevas tecnologías resuelvan sus necesidades. Los negacionistas del cambio climático temen que el alarmismo creado en torno a esta cuestión conduzca a conclusiones precipitadas, a decisiones muy costosas que podrían evitarse y que implicarán que los recursos invertidos en luchar contra un fantasma no estén disponibles para temas que consideran mucho más prioritarios, como la mejora de la salud y de la alimentación en el mundo. Esta es la excusa. Pocas veces, me temo, son quienes trabajan por mejorar la alimentación y la salud los que expresan su temor de perder recursos por la distracción de parte de estos hacia la lucha contra el cambio climático. Pero no entremos en juicios de intenciones. Es objetivamente cierto que las cantidades de recursos son limitadas, y que los que se destinen a una partida en cualquier presupuesto no estarán a punto para otras partidas. Claro que en lugar de detraer recursos de alimentación y sanidad, podrían detraerse de la fabricación de armamentos y del mantenimiento de guerras para asegurar los yacimientos y conducciones de petróleo y otros recursos. Pero me parece que no es ésta la cuestión. La cuestión es que, si el mundo, o al menos las sociedades más poderosas económicamente, deciden que hay que declarar la guerra al cambio climático, pueden generar una ola de actividad del mismo modo que ha ocurrido cuando estas sociedades han entrado en un gran conflicto bélico: la economía entera de un país puede reconvertirse en meses o algún año cuando se produce una situación de necesidad. La movilización de recursos puede ser impresionante. La Segunda Guerra Mundial fue un ejemplo espectacular de esto. No hizo falta mucho tiempo para que, en lugar de otras cosas, se fabricasen ametralladoras, cañones, tanques, aviones, destructores, submarinos o acorazados, para que se crearan equipos e
instituciones encargados de controlar el desarrollo de las operaciones, el espionaje de las actividades del enemigo, el apoyo a la resistencia, la defensa civil y, de hecho, toda la actividad social se transformó enseguida. El motor de este cambio fue la aparición de una causa externa perentoria. Al presidente Roosevelt, cuyo New Deal no había logrado sacar al país de la recesión de modo definitivo, le vino bien el ataque japonés a Pearl Harbour, la excusa necesaria para embarcar a Estados Unidos en un inmenso esfuerzo bélico. La gran recesión quedó atrás. ¿Podría ocurrir algo parecido si se declarase la guerra al cambio climático, sea este tan inminente como dice la mayoría o tan poco como creen algunos? Es muy posible. Se podría relanzar la economía en una nueva dirección y cambiarlo todo si algo lo bastante fuerte empujase a los gobernantes a actuar y les diese los motivos suficientes para esgrimirlos ante sus electores. Recesión y sus causas ¿Puede esto ocurrir? Mi impresión es que sí, y me acojo a la explicación que le he escuchado a un importante economista, Antoni Serra Ramoneda, aunque puede que no logre transmitir con corrección total sus ideas ya que la economía no es mi campo. Para razonarlo debo explicar algo que creo sustancial. Estamos viviendo una crisis que puede ser larga, aunque no tenga la magnitud de la de 1929. Ha sido considerada como una crisis financiera, producida por la propagación, en el sistema financiero mundial, de las famosas "subprimes". Esta fue, al parecer, la causa más directa, al provocar sonadas bancarrotas de prestigiadas entidades crediticias y la consiguiente retracción de los créditos, reducción de la actividad empresarial, aumento del paro, etc. Sin embargo, hay otras dos causas que precedieron a la crisis financiera y que van a subsistir cuando ésta haya sido superada. La primera crisis, que es de fondo y de largo trayecto, es la ambiental. El continuo aumento de la presión que ejercemos sobre los recursos y los ecosistemas del planeta produce una degradación de los sistemas de soporte de vida. En este marco se produce una segunda crisis: la demanda de petróleo de países emergentes tan poblados como China e India se dispara y arrastra con ella una histórica subida del precio del barril de crudo en 2008, que roza los 150 dólares, el más alto jamás registrado. Esta subida del petróleo impacta fuertemente en las economías, y al debilitarse las economías aparecen problemas que permanecían ocultos, como el de las burbujas inmobiliarias y los créditos que no se pueden devolver infectando las carpetas de valores aparentemente sólidas. Así pues, una triple crisis en la que el aspecto financiero es el más inmediato, pero no la causa de fondo. Así las cosas, lo cierto es que podemos engañarnos con los brotes verdes, e incluso con una reactivación de las economías, pero la cuestión de los recursos en general y del petróleo en particular sigue ahí. Si el precio del petróleo bajó al empezar la recesión no fue porque la oferta hubiera superado la demanda, sino porque los países productores prefirieron bajar los precios que causar el colapso de la economía mundial. Si hay reactivación, estos mismos países considerarán que ya se han sacrificado bastante y que los precios no pueden seguir artificialmente bajos, así que estos volverán a subir. La demanda sigue siendo muy superior a la oferta. No se puede extraer y refinar petróleo al mismo ritmo con que se está demandando. Es de temer que la presente recesión, que es muy posible que se salde con pocos cambios en el modelo económico basado en los combustibles fósiles, no sea sino el preludio de nuevas recesiones causadas por el encarecimiento de los combustibles. Y eso, tarde o temprano, va a convertirse en el detonante del cambio hacia la descarbonización.
Conclusiones Aunque sigue habiendo muchos extremos por aclarar sobre cómo va a evolucionar el clima como resultado del aumento de los gases de efecto invernadero, y cualquier predicción es arriesgada, la mayoría de científicos dan por seguro que el cambio se ha iniciado y que es en buena medida consecuencia de nuestra actividad. Hay además otros procesos de dimensiones globales que también resultan de la acción humana. Algunos de ellos tienen potencial para producir situaciones muy indeseables e incluso catastróficas. Es razonable tratar de cifrar los umbrales que no deberían pasar ciertas variables, como señales de alerta, pero no debemos poner una confianza excesiva en los indicadores que se han dado, ya que hay demasiada incertidumbre en su efecto en el conjunto del sistema complejo atmosférico, oceánico y social. Por ello, conviene usar estos valores con prudencia. Sólo un gran esfuerzo investigador puede reducir la incertidumbre y hacer mayor la utilidad de los indicadores que, sin embargo, por sí solos, nunca serán una solución. Mientras, las sociedades humanas han de emprender una carrera contra reloj para descarbonizar sus actividades, reducir el nivel de consumo de recursos, adaptarse a una economía de decrecimiento en este sentido (menor consumo de recursos per cápita) en los países ricos y favorecer un mayor equilibrio entre ricos y pobres a la vez que, gradualmente, habrá que rebajar la presión de la demografía, que contribuye a aumentar las demandas. Este proceso va a suponer un cambio profundo en los modelos productivos y de consumo, y sería ilusorio esperar que la reunión de Copenhague propicie el avance en el sentido expuesto. Pero, por desgracia, es presumible que las crisis de recursos y energética continúen agravándose en el futuro próximo y provoquen nuevas crisis económicas, lo que puede forzar en posteriores reuniones internacionales la adopción de medidas más decididas.
Jaume Terradas (Barcelona, 1943) es uno de los pioneros de la investigación en ecosistemas terrestres y de la educación ambiental en España. Catedrático emérito de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
Javier Flores De todo el agua que existe en la Tierra, aproximadamente el 97% es agua marina. En los países desarrollados prácticamente toda la población tiene acceso al agua dulce, sin ser conscientes de la importancia que tiene el ahorro diario. Te damos 10 consejos para ahorrar cientos de litros de agua fácil y cómodamente. 1)Regar siempre de noche. Durante el día las altas temperaturas evaporan parte del agua que emplees en regar tus plantas, siendo el momento más recomendable del día al atardecer o el amanecer. 2)Cierra el grifo mientras te aseas. Durante el cepillado de los dientes o el afeitado no es necesario mantener el grifo del agua abierto. Cerrándolo mientras te aseas ahorrarás hasta doce litros de agua por minuto. 3)Elije plantas autóctonas. Cuando pienses qué plantas colocarás en tu jardín ten en cuenta sus necesidades hídricas, pues no consume la misma cantidad de agua un cactus que una kentia o un geranio. 4)Lavadoras y lavavajillas siempre llenos. Ambos electrodomésticos, salvo que se active la función de media carga que no todos los aparatos incorporan, gastan la misma cantidad de agua independientemente de la carga de ropa y cacharros, de modo que, llenándolo hasta arriba optimizarás el consumo de agua. 5)Botellas de agua dentro de la cisterna. Muchas casas ya tienen sistemas de doble capacidad dependiendo de las necesidades de cada uso, sin embargo, muchas otras no. La mayoría de las veces no se requiere la ingente cantidad de agua que desprende la cisterna, por lo que una buena solución para no derrochar agua es colocar dos botellas de plástico en el interior para reducir el volumen de agua que se gasta cada vez que se tira de la cadena. 6)Usa el lavavajillas. Según un estudio llevado a cabo por el Canal de Isabel II de Madrid, el uso del lavavajillas permite ahorrar hasta 100 litros, alrededor de un 10 por ciento de agua, respecto al lavado de platos manual. Además, puesto que la mayor parte del agua ahorrada es agua caliente, también se experimenta un ahorro de energía de 3 kWh en cada lavado. 7)No te bañes, dúchate. La ducha en lugar del baño permite un ahorro de unos 150 litros de agua. Si multiplicas esa cantidad por el número de veces que te duchas al año verás que el derroche es más que notable.
8)Utiliza atomizadores o difusores. Los atomizadores son unos pequeños artilugios que se colocan en la salida del agua de los grifos y que permiten mezclar el agua con aire. Así conseguirás una sensación de mayor chorro con una menor cantidad de líquido, lo que te permitirá ahorrar agua. 9)Agua fría en la nevera. Si dejas siempre una jarra de agua fría en la nevera no tendrás que esperar cuando abras el grifo a que salga fresca, ahorrando una importante cantidad de líquido elemento. 10) No utilices el inodoro como una papelera. Si colocas una papelera en el baño evitarás tirar de la cadena cada vez que utilizas el baño como cubo de la basura.
La cuestión es clara: el drenaje masivo de petróleo del fondo del Golfo México podría consumar uno de los mayores desastres ecológicos de la historia de la humanidad. Lo peor es que es sólo un anticipo de lo que será la era del petróleo degradado, una época caracterizada por la creciente dependencia de fuentes de energía problemáticas y difíciles de conseguir. La partida se desarrolla en terreno peligroso, y lo que está en juego es el destino del planeta. Es posible que nunca se llegue a dar con la causa precisa de la explosión que destruyó la torre petrolífera de Deepwater Horizon el 20 de abril y mató a 11 de sus 126 trabajadores. Se ha hablado de fallos en una conexión submarina y en un aparato específicamente diseñado para prevenir explosiones. La falta de controles gubernamentales sobre los mecanismos de seguridad también tuvo su parte en el desastre, producido, seguramente, por una combinación de equipo defectuoso y errores humanos. En todo caso, aunque no se determine cuál fue el exacto disparador de la explosión, la razón de fondo está clara: la existencia de una empresa a la que el gobierno autorizó a explotar reservas de petróleo y gas natural en entornos remotos y bajo condiciones de operación altamente riesgosas. Los peligros de la nueva fiebre del petróleo Los Estados Unidos ingresaron en la era de los hidrocarburos con una de las principales reservas de petróleo y gas natural. La explotación de estos valiosos y versátiles recursos ha contribuido durante mucho tiempo a la riqueza y al poder del país, así como a la rentabilidad de gigantes de la energía como British Petroleum (BP) y Exxon. Este proceso, empero, condujo al agotamiento de la mayoría
de reservas situadas en tierra firme y sólo dejó algunas disponibles en áreas marítimas de difícil acceso en Alaska y el Ártico. Para mantener el suministro de energía, así como los ininterrumpidos beneficios de las grandes empresas del ramo, todos los gobiernos sin excepción han impulsado la explotación de fuentes energéticas remotas, con abierto desdén por los peligros humanos y ambientales que encierran estas operaciones. La búsqueda afanosa de gas y petróleo ha entrañado siempre un cierto grado de riesgo. Después de todo, la mayoría de las reservas energéticas se encuentran bajo tierra entre sucesivas capas de rocas. Cuando las perforadoras llegan hasta ellas, las probabilidades de erupciones explosivas son altas. Es lo que se conoce como efecto "géiser". En los intrépidos inicios de la industria del petróleo, este fenómeno -bien conocido gracias a películas como Pozos de ambición (There Will Be Blood, según el título original en inglés)- era causa frecuente de importantes accidentes humanos y ambientales. Con los años, las compañías petroleras consiguieron prevenir los daños causados a los trabajadores o al entorno de los pozos. Ahora, sin embargo, la compulsión por disponer de las remotas reservas de Alaska, el Ártico y las profundidades marinas se está reeditando una peculiar y peligrosa versión de los intrépidos inicios de la industria. Las empresas se encuentran con riesgos inesperados, y su tecnología -diseñada para escenarios más benignos- resulta a menudo incapaz de ofrecer una respuesta adecuada a los nuevos desafíos. En consecuencia, cuando el desastre se
produce, el daño ambiental es exponencialmente mayor que cualquiera que haya podido registrarse en los anales de la industria a lo largo del siglo XIX o a inicios del XX. La operación Deepwater Horizon es un ejemplo de ello. BP, la empresa que gestionaba la torre petrolífera y tenía a su cargo la supervisión de la perforación, lleva años inmersa en una frenética búsqueda de petróleo en zonas profundas del Golfo de México. El pozo en cuestión, conocido como Mississippi Canyon 252, tenía una profundidad de 1,5 kilómetros y estaba situado a unos 80 kilómetros al sur de la costa de Luisiana. El perforador, por su parte, se extendía unos 4 kilómetros más bajo tierra. A semejante profundidad, cualquier operación en el fondo del océano debe realizarse a través de robots manejados por control remoto por técnicos situados en el pozo. El margen de error admisible en estas circunstancias es mínimo, sobre todo en cuestiones de perforación y corte de capas rocosas. Aparentemente, la operación Deepwater Horizon se caracterizó por una gran laxitud en materia de supervisión, de manera que cuando surgieron algunos problemas previsibles, fue imposible enviar técnicos que pudieran evaluar la situación y ofrecer una solución. Acometer perforaciones el Alaska y en el Ártico entraña peligros aún mayores, dadas las condiciones climáticas y ambientales extremas con las que es menester lidiar. Cualquier pozo marítimo situado en los mares de Beaufort o
de Chukchi está expuesto a eventuales choques con trozos de hielo, a temperaturas extremas y a poderosas tormentas. Por otra parte, siempre será más difícil, en semejantes parajes, lidiar con derrames de petróleo como los de BP, da igual que sean marítimos o terrestres. Es más, un flujo incontrolado de petróleo en esas condiciones representará, a no dudarlo, una amenaza letal para cualquier especie viva. Las grandes empresas de energía aseguran estar blindadas contra tales peligros. Sin embargo, tanto el desastre del Golfo como la propia historia han puesto en ridículo dicha pretensión. En 2006, por ejemplo, un oleoducto en mal estado de BP propició el derrame de más de un millón de litros de crudo en unas lomas del norte de Alaska frecuentadas por manadas migratorias de caribús (como el derrame tuvo lugar en invierno, los caribús aún no estaban allí, lo que hizo posible alejar el petróleo de los bancos de nieve; de haberse producido en verano, los riesgos para la manada hubieran sido considerables). Cuando hay petróleo de por medio, todo está permitido A pesar de los peligros evidentes y de la ausencia de mecanismos adecuados de seguridad, diferentes administraciones, incluida la de Barack Obama, han apoyado la política de las grandes empresas y han favorecido la explotación de reservas de gas y petróleo en aguas profundas del Golfo de México, así como de otras áreas ambientalmente sensibles.
El gobierno ya asumió esta posición frente al tema con la Política de Energía Nacional (PEN), adoptada por el presidente George W. Bush en mayo de 2001. Liderados por el ex Director Ejecutivo de Halliburton, el vice presidente Dick Cheney, los diseñadores de esta política advirtieron que los Estados Unidos consideraron que la creciente dependencia de la importación de energía comportaba un auténtico peligro para la seguridad nacional. A resultas de ello, apostaron por un mayor aprovechamiento de las fuentes de energía locales, especialmente petróleo y gas natural. “Es un objetivo primordial de la Política de Energía Nacional diversificar las fuentes de aprovisionamiento” rezaba la declaración de principios de la PEN. “Y esto supone priorizar las fuentes locales de petróleo, gas y carbón”. No obstante, como la propia PEN dejaba claro, los Estados Unidos estaban perdiendo sus reservas de gas natural o de petróleo convencionales y de fácil acceso, tanto terrestres como marítimas. “Es probable -se decía en el documento- que la producción de petróleo en los Estados Unidos decaiga en las próximas dos década; [de manera que] la demanda local excederá las propias capacidades productivas”. La única solución, se afirmaba, era aumentar la explotación de reservas de energías no convencionales, como el petróleo o el gas situados en el fondo martímo del Golfo de México, más allá de los bancos de arena continentales, en Alaska, en el Ártico e incluso recurrir a formaciones geológicas complejas como el petróleo o el gas bituminosos. “La producción de gas y petróleo en áreas geológicamente estimulantes -continuaba el documento - es vital para todos los estadounidenses y para la seguridad
energética nacional, siempre que resulte compatible con la protección del medioambiente” (esta última mención era un explícito añadido de la Casa Blanca dirigido a contrarrestar las acusaciones desafortunadamente ciertas- en torno a la escasa sensibilidad gubernamental por las consecuencias ecológicas de su política energética). La primera recomendación de la PEN consistía en el desarrollo de un Refugio para la Vida Silvestre en el Ártico, una propuesta con amplio eco en los medios que se granjeó la inmediata desconfianza de los grupos ambientalistas. Sobre todo cuando se la veía acompañada por la apelación a una mayor exploración y explotación en las profundidades del Golfo y en los mares de Beufort y Cukchi, en el norte de Alaska. Aunque la perforación en el Refugio Nacional para la Vida Silvestre del Ártico fue finalmente bloqueada, la explotación en otras áreas se abrió camino con escasa oposición. En realidad, el Servicio de Gestión de Minerales (SGM), una agencia gubernamental probadamente corrupta, lleva años facilitando la concesión de licencias de exploración y perforación en el Golfo de México e ignorando de manera sistemática las regulaciones ambientales. Esta práctica, frecuente durante la era Bush, se mantuvo incólume con la llegada de Barack Obama a la presidencia. Obama, de hecho, autorizó con su firma el crecimiento masivo de las perforaciones marítimas, y apenas tres semanas antes del desastre de Deepwater Horizon, el 30 de marzo, anunció la realización de tareas de perforación, por primera vez, en vastas áreas del Atlántico, la zona oriental del Golfo de México y las aguas de Alaska.
Además de acelerar las exploraciones en el Golfo de México, pasando por alto las advertencias de científicos y funcionarios gubernamentales, el SGM también aprobó perforaciones en los mares de Beaufort y Chukchi. Todo ello a pesar de la fuerte oposición de grupos ecologistas y de los propios pueblos nativos, que temían que las operaciones pusieran en riesgo la supervivencia de ballenas y otras especies fundamentales para mantener su modo de vida. En octubre, por ejemplo, el SGM otorgó a Shell Oil una autorización provisional para llevar a cabo perforaciones en dos bloques del mar de Beaufort. Los opositores al plan han señalado que cualquier derrame de petróleo generado por dichas actividades entrañaría severos riesgos para especies ya amenazadas. Como de costumbre, sin embargo, las advertencias han sido ignoradas (el 30 de abril, 10 días después de la explosión del Golfo, el presidente Obama otorgó al Plan un sorpresivo visto bueno, cuando aún algunas tareas de perforación aún estaban pendientes de revisión). El salón de la vergüenza de BP Las grandes compañías energéticas tienen sus propias razones para sumarse a la explotación de opciones remotas de energía. Para evitar la caída de sus acciones, cada año se ven obligadas reemplazar el petróleo extraído con el de nuevas reservas. La mayoría de los yacimientos tradicionales, sin embargo, está agotada y algunos de los más prometedores en Oriente Medio, en América Latina o en la ex Unión Soviética se encuentran bajo control de empresas estatales como la saudí Aramco, Pemex, en México, o PDVSA, en Venezuela. Este panorama deja a las empresas privadas
con áreas cada vez más restringidas en las que reponer sus provisiones. Ello explica que lleven tiempo inmersas en una búsqueda enloquecida de petróleo en el África subsahariana, donde muchos países todavía permiten una cierta participación privada. Lo cierto, sin embargo, es que incluso en estos casos deben afrontar la feroz competencia de empresas chinas así como de otras compañías de propiedad estatal. Las únicas áreas en las que aún pueden operar con las manos prácticamente libres son el Ártico, el Golfo de México, el Atlántico Norte y el Mar del Norte. No es casual que sea aquí donde están concentrando sus esfuerzos, con escasa o nula preocupación por los peligros que ello pueda suponer para la humanidad o para el planeta. El ejemplo de BP es bastante elocuente. Originariamente conocida como Anglo-Persian Oil Company (más tarde, Anglo-Iranian Oil Company, y finalmente, British Petroleum), BP comenzó sus operaciones en el sudoeste de Irán, donde gozó durante un tiempo del monopolio en la producción de crudo. En 1951, sus propiedades fueron nacionalizadas por el gobierno democrático de Mohammed Mossadeq. La empresa regresó a Irán en 1953, tras el golpe apoyado por los Estados Unidos que puso al Shah en el poder, y fue expulsada nuevamente en 1979 tras la revolución islámica. La compañía todavía conserva un pie en la inestable aunque rica en petróleo Nigeria, una ex colonia británica, y en Azerbaijan. Sin embargo, desde su absorción de Amoco (en su momento, Standard Oil Company of Indiana) BP ha concentrado sus energías en la explotación de las reservas de Alaska y en algunos yacimientos de petróleo degradado en el Golfo de México y en las costas africanas.
No por casualidad, el informe anual de BP de 2009 lleva por título "Operar en las fronteras de la Energía". Allí, de hecho, se señala con orgullo que “BP opera en las fronteras de la energía. Desde las profundidades marítimas a los entornos más complejos, desde remotas islas tropicales a la próxima generación de biocombustibles, una renovada BP trae consigo mayor eficiencia, un impulso sostenido y crecimiento empresarial. En el marco de esta declaración de principios, el Gofo de México ocupa un papel central. “BP es un operador líder en el Golfo de México”, señala el informe. “Somos el principal productor y proveedor en la zona, además de contar con el mayor área de exploración” […] Nuevos descubrimientos, emprendimientos exitosos, operaciones de alta eficacia y un amplio abanico de nuevos proyectos nos sitúan en inmejorable posición en el Golfo de México, tanto a corto como a largo plazo”. Está claro que los altos ejecutivos de BP pensaban que un rápido incremento de la producción en el Golfo resultaría fundamental para la salud financiera de la empresa a largo plazo (de hecho, unos pocos días después de la explosión en Deepwater Horizon, la compañía anunciaba que había conseguido unos 6.100 millones de dólares de beneficios sólo en el primer trimestre de 2010). Queda por determinar hasta qué punto la concepción empresarial defendida por BP contribuyó al accidente de Deepwater Horizon. En todo caso, existen inidicios de que la compañía estaba inmersa en una frenética operación de
consolidación del pozo de Mississippi Canyon 252, un paso previo al eventual traslado de la plataforma alquilada a Transocean a unos 500.000 dólares diarios a algún otro sitio de perforación rentable. Si bien es probable que BP sea el principal villano en este caso, otras grandes empresas energéticas están implicadas en actuaciones similares, con cobertura del gobierno y de algunos de sus funcionarios. Estas empresas y sus aliados gubernamentales aseguran que, con las debidas precauciones, es seguro operar en estas condiciones. El incidente de Deepwater Horizon, sin embargo, revela que mientras más remota es el área de exploración, mayores son las posibilidades de que el asunto acabe en desastre. Se nos dirá que la explosión en Deepwater Horizon fue un accidente desafortunado, una desgraciada combinación de gestión inadecuada y equipo defectuoso. Que bastaría un control más estricto para disipar los riesgos de la perforación en aguas profundas. Pero el alegato no es de recibo. La falta de diligencia y los defectos técnicos pueden haber desempeñado un papel crucial en la catástrofe del Golfo. Sin embargo, la fuente última del desastre es la necesidad compulsiva de las grandes empresas de compensar el declive de las reservas convencionales de petróleo a través de la exploración en zonas altamente riesgosas. Mientras esta compulsión se mantenga, los desastres continuarán. Tenedlo por seguro.
Para proteger el medioambiente basta con cambiar algunos de nuestros hábitos del día a día en nuestros propios hogares. Con pequeños gestos que no nos cuestan nada, podemos contribuir a un mundo mejor. Actos tan rutinarios como tirar la basura sin separarla, comprar utensilios de usar y tirar o adquirir los alimentos envasados en materiales antiecológicos o no reciclables contribuyen en gran medida a la contaminación medioambiental. • Adquiera productos de todo tipo en envases de gran capacidad y, preferiblemente, reutilizables. Evite los envases de un solo uso. • Lleve sus propias bolsas a la compra. • Recupere viejas costumbres como la bolsa de pan o la huevera. • Trate de no comprar productos con envoltorios superfluos. Lo importante es el producto, no que el embalaje sea atractivo. • Opte, preferentemente, por adquirir alimentos a granel. • Evite utilizar, en la medida de lo posible, artículos desechables como pañuelos de papel, rollos de cocina, vasos y platos de cartón, cubiertos de plástico, etc. La industria de productos de usar y tirar es la que genera más basura en todo el mundo. • Conserve los alimentos en recipientes duraderos. No abuse del papel de aluminio. • No compre pequeños electrodomésticos para realizar operaciones que sea fácil hacer a mano, como los abrelatas. • Evite utensilios y juguetes que funcionan a pilas. Si no es posible, utilice pilas recargables o pilas verdes no contaminantes. • Separe los materiales que componen la
basura para reciclar racionalmente. Utilice bolsas distintas para la basura orgánica, para el papel y el cartón, para los envases de vidrio y otra para el resto de envases (brik, plástico, latas...). Y deposite cada tipo de residuo en los contenedores que las autoridades locales han dispuesto al efecto. • Haga un uso correcto de los contenedores de recogida selectiva. Un solo tapón de aluminio puede dar al traste con la carga de vidrio de todo un contenedor. • Para hacer una tonelada de papel es necesario talar 5'3 hectáreas de bosque. El consumo anual en nuestro país obliga a cortar unos 20 millones de grandes árboles. Tome medidas: consuma menos papel, compre papel reciclado y envíe a reciclar todo el papel que le sea posible. • No tire al contenedor de papel otros residuos como plástico, cartones de leche (contienen plástico y aluminio), latas, etc. • El papel de los periódicos es el más fácil de reciclar ya que está hecho de fibra de madera. Si en nuestro país se reciclase la décima parte de los periódicos de un año, salvaríamos 700.000 árboles. • El cristal de los vasos y el de las bombillas no se puede reciclar conjuntamente con el vidrio de los envases. Deposite en los contenedores de vidrio sólo botellas, de cualquier color, o frascos. Quíteles los tapones y compruebe que no tengan ningún objeto en su interior. • No guarde ni mezcle con la basura los envases vacíos o con restos de medicamentos ni los que han caducado. Deposítelos en los contenedores que encontrará en las farmacias.
Michael Crichton
El escritor estadounidense Michael Crichton, autor de "Jurasic Park" o "Mundo Perdido", entre otras, cuestiona en su última novela, "Estado de Miedo", la existencia del calentamiento global de la tierra y duda de las bondades de los ecologistas, a los que considera auténticos terroristas. El autor persigue que el público se cuestione y reflexione acerca de hechos que se dan como ciertos sin saber si realmente lo son. "Estado de Miedo" ofrece las dosis de intriga, crímenes y conspiraciones habituales en otras obras de Crichton, pero con una novedad importante: también es una novela con un claro trasfondo de tesis científica, ya que el autor pone en duda que realmente exista el problema del calentamiento de la tierra. De hecho, el autor ha confesado en una entrevista con Efe: "Estuve pensando durante mucho tiempo la posibilidad de hacer un ensayo científico, pero finalmente opté por escribir una novela porque es como mejor me expreso". La obra narra la historia de una asociación ecologista respaldada por caras conocidas entre ellas un millonario que ha encontrado el sentido de su vida en financiar la causa medioambiental-, algunos de cuyos
miembros no dudan en pasar a la acción terrorista para defender planteamientos ecologistas basados en la falsedad de las teorías sobre el calentamiento global. "El mayor reto al que se enfrenta la humanidad es distinguir entre la realidad y la fantasía, entre la verdad y la propaganda", ha dicho Crichton, que ha destacado que con "Estado de miedo" pretende "aportar un poco de luz a algunas de esas falsas verdades, y lo hago desde un profundo estudio del tema, que me ha ocupado más de tres años de investigación". El autor persigue que el público se cuestione y reflexione acerca de hechos que se dan como ciertos sin saber si realmente lo son: "Hace unas décadas nos avisaban del peligro de una nueva era glacial y ésta nunca llegó. ¿Quién nos dice que a lo mejor sea falsa la amenaza del calentamiento global del planeta?", se pregunta.
Precisamente este argumento es el que ha hecho que la publicación del libro en Estados Unidos haya estado precedida por la polémica. "Sabía que el libro podía generar un gran número de críticas al tratarse de un tema tabú -ha confesado Crichton-, pero lo que no entiendo son los ataques personales, porque estoy seguro de que si hubiera dicho, por ejemplo, que la luna está hecha de queso nadie me hubiera hecho ni caso, ¿por qué se escandalizan entonces? No lo sé". Pero no se limita a cuestionar la gravedad o la existencia del calentamiento del planeta, sino que da un paso más y se pregunta si "en el caso de que fuera cierto y nos enfrentáramos a un aumento de las temperaturas que pudiera ponernos en peligro, ¿qué podríamos hacer para ayudar a quienes nos sucederán dentro de un siglo?". Crichton concluye que "no podemos hacer nada por controlar la naturaleza, ya que ésta nunca estará en la mano del hombre y hay catástrofes ecológicas que no podremos evitar ni ahora ni nunca, y ante ellas tan sólo hay una opción: huir". Sus teorías sobre la inexistencia del calentamiento del planeta ya quedaron claras en 2003 en varias conferencias muy criticadas por los seguidores de las "teorías verdes". En una de ellas, la que pronunció el 15 de septiembre de ese año en San Francisco (EEUU), Crichton afirmaba que "los argumentos ecologistas se basan en creencias. Por desgracia, actualmente una de las religiones más poderosas en el mundo es el ecologismo y, como en toda religión, existen fundamentalistas que creen que su ruta es la única correcta y que todos los demás están equivocados". El autor considera que "el fundamentalismo es peligroso por su rigidez y su impermeabilidad a otras ideas, por eso es necesario sacar al ecologismo del contexto religioso, de las fantasías míticas y las predicciones apocalípticas y empezar a hacer ciencia pura". Crichton cree que "antes de gastar millones y millones de dinero para solucionar un problema que ni siquiera sabemos si existe, deberíamos invertir en aquello que tiene repercusiones inmediatas, en la pobreza, en el hambre en el mundo o en el sida, que son problemas totalmente contrastados y reales". Michael Crichton (Chicago, Illinois, 23 de octubre de 1942 - Los Ángeles, California, 4 de noviembre de 2008) fue un médico, escritor y cineasta estadounidense, considerado el iniciador del estilo narrativo llamado tecno-thriller. Se han vendido más de 150 millones de copias literarias de sus obras, la mayoría best-sellers, que han sido traducidas a más de treinta idiomas y de las cuales doce se han llevado al cine. Quizá principalmente conocido por ser el padre de Parque Jurásico, lo es también de la prestigiosa serie de televisión, ER (Urgencias).
Dos resultados recientes nos recuerdan, una vez más, la amenaza que supone la emisión de gases de efecto invernadero. En el pasado el vulcanismo ya produjo problemas de este tipo. Un volcán islandés (Eyjafjallajökull) expulsa un poco de ceniza durante unos días y el tráfico aéreo europeo se paraliza, produciendo cuantiosas pérdidas económicas y numerosos trastornos a los viajeros. Pero, ¿y si volcanes similares a éste estuvieran expulsando gases y otros materiales durante más tiempo, como por ejemplo un millón de años? Esto ya sucedió en el pasado y el estudio de este tipo de fenómenos y sus consecuencias para la vida en la Tierra nos pone en la verdadera perspectiva en la que se encuentra el ser humano: ocupamos una brevísima ventana de tiempo geológico. Dos estudios recientes nos hablan de la actividad volcánica del pasado y de cómo afectó a la vida en la Tierra de aquel entonces. También son importantes a la hora saber cómo pueden afectar las emisiones contaminantes humanas a la Tierra y a nosotros mismos. Nuevas pruebas encontradas en rocas calizas chinas sugieren que una actividad volcánica masiva expulsó tanto dióxido de carbono durante un millón de años que produjo la mayor extinción masiva sobre la Tierra. Naturalmente hablamos de la extinción que se produjo al final del Pérmico, hace 250 millones de años. Este dióxido de carbono acidificó el agua oceánica de tal modo que el 90% de las especies marinas se extinguieron, así como un 75% de las especies terrestres. En aquella época los océanos eran ricos en vida, con corales, algas, almejas, caracoles proliferando por doquier, algo que se puede apreciar muy bien en las rocas calizas de la época y gracias a que estos seres fosilizan bastante bien. Después hay un cambio abrupto en el registro fósil y prácticamente sólo queda un mundo dominado por bacterias. Según el autor principal del estudio, Jonathan Payne, de Stanford University, el calcio que se encuentra en las calizas de provincia china de Guizhou puede ayudar a responder la pregunta que los científicos han estado debatiendo durante décadas: ¿qué produjo esta extinción masiva? Se han propuesto diversas respuesta a esta pregunta que incluyen la típica del meteorito, bajos niveles de oxígeno en el agua y el vulcanismo. Sin embargo, ha sido difícil destacar una de ellas.
Payne y sus colaboradores pensaban que los isótopos de carbono apuntaban al origen volcánico de la extinción, pero no podían distinguir definitivamente esta posibilidad de las demás en el registro geológico. Hace dos años se dieron cuenta que el calcio de las rocas calizas podía ser la respuesta al problema, porque los distintos isótopos de este elemento podían hacer destacar una de las posibilidades en el escenario de extinción. Así que estudiaron la razón entre la cantidad de isótopos pesados de calcio frente a ligeros en rocas de ese periodo. Pudieron inferir que en esa época se produjo un cambio químico y determinar su origen. Concretamente se produjo una acidificación del agua marina que encaja con la firma dejada por el dióxido de carbono liberado por volcanes. Según los autores del estudio los volcanes culpables de esta extinción probablemente serían los que en aquella época entraron en erupción en lo que hoy es Siberia. Calculan que las erupciones duraron hasta un millón de años, liberando de 13.000 a 43.000 gigatoneladas de carbono a la atmósfera. Si el ser humano quemara todas las reservas de combustible fósil (algo a lo que parece estamos dispuestos) liberaría unas 5000 gigatoneladas. Durante estas erupciones grandes cantidades de dióxido de carbono y roca fundida se abrieron paso a través de la corteza terrestre quemando las rocas calizas y liberando dióxido de carbono a la atmósfera. Esto hizo que el agua del océano y de la lluvia fuera más ácida, disolviendo más calcio en el océano. Según Payne, aunque la humanidad no puede liberar tanta cantidad de dióxido de carbono como los volcanes siberianos de aquella época lo podemos hacer a un ritmo más rápido. El caso de la extinción del Permico se debe ver como el peor escenario posible al que podríamos enfrentarnos si seguimos quemando combustibles fósiles y aumentando la acidez oceánica. “No necesariamente terminaremos en un mundo que se parezca al que surgió después de la extinción del Pérmico, pero ese evento resalta el hecho de que las cosas van muy, muy mal”, añade Payne. El National Resource Council informó recientemente que la química del océano está cambiando más rápido de lo que lo ha hecho en los últimos cientos de miles de años debido al dióxido de carbono liberado por la actividad humana y que finalmente acidifica el agua oceánica. Diversos estudios han mostrado que el aumento de acidez oceánica disminuye la actividad fotosintética, la absorción de nutrientes y altera el crecimiento y reproducción de los organismos marinos. Además de seguir estudiando estas rocas chinas, el equipo de investigadores estudiará otras en Turquía central, sur de Japón y este de China. Pero no hace falta retrotraerse hasta hace 250 millones de años. Hace 55 millones de años la temperatura del planeta subió 5 grados y permaneció así durante 170.000 años. Miles de especies marinas desaparecieron entonces, aunque esto coincidió con la diversificación de las plantas y el dominio de los mamíferos. Según unos científicos, este hecho también se debió a una serie de erupciones, esta vez submarinas, que saturaron la atmósfera con billones de toneladas de metano, un potente gas de efecto invernadero. Los investigadores han estado buscando durante mucho tiempo la causa del cambio climático denominado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM en sus siglas en inglés). Hace 5 años una posible respuesta a este misterio apareció en los testigos obtenidos por perforación y los datos sísmicos del mar de Noruega. Estos testigos y datos sísmicos indicaban que una vez hubo cráteres de 700 km de ancho en el fondo del océano. Esto sugería que el área había experimentado una actividad volcánica nunca vista en la historia humana. Además, los cráteres estaban en una región que contiene grandes reservas de metano.
Henrik Svensen, de la Universidad de Oslo, y sus colaboradores estudiaron los cristales de zircón encontrados en los sedimentos marinos obtenidos en esas perforaciones. Analizando las proporciones de isótopos de uranio y plomo concluyeron que los sedimentos tenían 55 millones de años, es decir, se formaron justo cuando empezó el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno. Según este grupo de investigadores el magma de los cráteres calentó los sedimentos que había por encima, liberándose grandes cantidades de metano. Este gas burbujeó hasta llegar a la atmósfera en donde permaneció durante 200.000 años, produciendo un potente efecto invernadero. El resultado, aunque convence a expertos del campo como Matthew Huber de Purdue University, no convence a otros, como Alan Jay Kaufman, de University of Maryland. Según éste último, el estudio apunta a que las erupciones coincidieron en el tiempo con el PETM, pero que no se demuestra una relación causa-efecto. Así por ejemplo, no se cuantifica el metano liberado. Recordemos que uno de los miedos de los climatólogos es que el aumento de temperatura producido por el calentamiento global libere de manera irreversible metano en grandes cantidades procedentes del permafrost y de los claratos oceánicos. El efecto de la acidificación oceánica también es un grave problema actual para el que no se ha propuesto ninguna solución, ni siquiera de geoingeniería global. Es el producto de nuestras emisiones de dióxido de carbono. Estamos comprando distintos y muchos números a una lotería cuyo “premio” supondría el fin del mundo tal y como lo conocemos. De momento no estamos haciendo nada para evitar que nos toque “el gordo” y ni siquiera tomamos nota de los eventos del pasado que nos informan de lo que puede pasar si continuamos en nuestra actual trayectoria suicida. Un argumento erróneo que se suele utilizar en estos casos es suponer que puede haber extinciones (al fin y al cabo se supone que el ser humano tiene más derechos que cualquier otra especie) sin que afecte al ser humano, pero esto no es así. La realidad es que necesitamos la biodiversidad más que nunca en un planeta de seis mil millones de personas que serán nueve mil millones en 2050, como recordaba recientemente Achim Steiner, director ejecutivo del Programa de Medio Ambiente de la ONU. La biodiversidad permite el funcionamiento de los ecosistemas de los cuales nosotros dependemos para obtener comida y agua. El ser humano forma parte de los ecosistemas y no podemos sustraernos a ellos. Perdemos ya biodiversidad a un ritmo nunca visto antes sin necesidad de catástrofes volcánicas o de una acidificación oceánica o cambio climático pronunciados. Los niveles de extinción de especies pueden llegar a ser ya mil veces superiores a lo que se consideraría normal. Las emisiones antropogénicas sólo empeorarán la situación.
Por: Alejandro Nadal
British Petroleum asegura que pagará los costos del desastre en el Golfo de México. Pero el pozo sigue sin control, expulsando diariamente miles de barriles de petróleo y generando el peor desastre petrolero en la sucia historia de esa industria. En realidad, ni BP, ni el gobierno de Estados Unidos podrán cubrir el costo de esta tragedia que muchos comparan equivocadamente con el derrame del Exxon Valdez en Alaska en 1989. Desgraciadamente, por sus alcances y duración, el parámetro de comparación más adecuado es Chernobyl. Cuando un buque tanque encalla y comienza a derramar su carga, por lo menos se sabe cuántos miles de barriles transporta. Pero en el caso del desastre de la plataforma Deepwater Horizon se ignora la cantidad que será derramada. Todo va a depender de las operaciones para cerrar el pozo que, según datos de BP, emite unos 5 mil barriles diarios. Otras estimaciones quizás más realistas sitúan esta cifra en unos 25 mil barriles diarios. Los esfuerzos por controlar la catástrofe han sido inútiles hasta hoy y dominar el pozo puede tardar semanas. Aún con el dato conservador de la petrolera, el derrame del Golfo de México se encamina velozmente a superar el del Exxon Valdez (250 mil barriles). La plataforma Deepwater Horizon fue construida en los astilleros de Hyundai en Ulsan, Corea en 2001. Esta estructura flotante con pontones y tanques de balasto en sus gigantescas columnas fue diseñada para perforar en aguas ultra-profundas. Estaba dotada de un sistema de geo-posicionamiento dinámico que le permitía permanecer fija con respecto a un punto en el fondo del mar. Esta tecnología utiliza sensores de corrientes y vientos para activar los motores que permiten a la plataforma permanecer fija en el mar. La geo-referencia es proporcionada por uno o más giroscopios y todo el sistema es coordinado por computadora. En septiembre de 2009, la Deepwater Horizon perforó el pozo submarino más profundo del mundo, con unos 10 mil 700 metros (de los cuales mil 260 metros corresponden a la columna de agua). En pocas palabras ésta es la tecnología más avanzada en materia de perforaciones en aguas ultraprofundas. Las empresas que operan plataformas en la zona económica exclusiva de Estados Unidos en el Golfo de México siempre han alardeado sobre su capacidad tecnológica y sobre las muy bajas probabilidades de accidentes con derrames. Por eso siempre insistieron en que aun en el caso de producirse un derrame los efectos ambientales y sobre otras actividades económicas (pesca, turismo) serían menores, temporales y fáciles de reparar. Al ocurrir la explosión y el incendio, la plataforma operaba a unos 80 kilómetros al sudeste de la culminación del delta del río Misisipi. Su trabajo consistía en dar los toques finales al pozo, preparando el revestimiento de cemento que debía permitir su explotación comercial. Los orígenes de la explosión siguen siendo desconocidos, pero al igual que en Chernobyl, el reflejo inicial de los responsables (BP y entidades regulatorias) fue minimizar las consecuencias del accidente. Apenas el 31 de marzo Obama anunció que su administración abriría millones de kilómetros cuadrados a la exploración y perforación submarina en el Golfo de México, el litoral del Atlántico de Estados Unidos y en el norte de Alaska. No se sabe cuánto petróleo crudo puede haber en los yacimientos submarinos en las zonas abiertas a la exploración, pero los datos geológicos indican que en el mejor de los casos apenas alcanzarían para cubrir el consumo estadunidense durante un año. Estamos hablando de una cantidad ridícula a cambio de un daño ambiental extraordinario.
En el litoral estadunidense del Golfo de México operan 3 mil 858 plataformas de perforación submarina. Pero todas esas plataformas petroleras apenas contribuyen con 1.6 millones de barriles diarios al consumo de Estados Unidos que rebasa los 19.5 millones de barriles diarios. La autonomía energética de Estados Unidos no va a venir de abrir nuevos campos al desastre ambiental. El paralelismo con la industria nuclear tiene otro componente: la limitación de la responsabilidad de los responsables de un desastre. La legislación federal en Estados Unidos establece que BP deberá pagar los costos de la reparación, pero limita su responsabilidad por daños económicos a sólo 75 millones de dólares, una migaja. Por cierto, BP deberá recoger la factura del costo de las operaciones, pero ¿quién pagará el daño de los ecosistemas dañados? El Torrey Canyon, el primer buque tanque que encalló y derramó su cargamento en 1967 frente a las costas de Inglaterra transportaba 120 mil toneladas de crudo. El barco partido a la mitad hasta fue bombardeado con 3 mil galones de napalm en un intento por quemar el petróleo y evitar el derrame. Todo inútil, por supuesto, pero un bonito ejercicio de tiro al blanco para la Royal Navy. Un edificante ejemplo de cómo siempre se pueden resolver los problemas que nos plantea la tecnología moderna.
Acción Ecológica
El Pambilar entró a la historia del Ecuador por tratarse de 3123 hectáreas de bosque nativo del Chocó que desde 1997 han sido disputadas entre campesinos y la empresa maderera Bosques Tropicales S.A (Botrosa), del grupo empresarial Peña Durini. El Pambilar es parte del casi ya inexistente Chocó ecuatoriano, que es reconocido por tratarse de uno de los 10 hotspots (sitios destacados) de biodiversidad a nivel mundial. En 1997, desconociendo esto, el Instituto de Desarrollo Agrario adjudicó ilegalmente el Pambilar a favor de la empresa Endesa Botrosa para su explotación forestal. Esta adjudicación no tomó en cuenta a los habitantes del lugar, campesinos y colonos que eran usuarios del bosque y cuya economía se encontraba parcialmente basada en este ecosistema. Tampoco tomó en cuenta que se trataba de Patrimonio Forestal del Estado y que por tanto no podía disponer de él de esa manera. Sin embargo, este tipo de ilegalidades que favorecen a grandes empresas han sido muy comunes en el país y en general en Latinoamérica. El conflicto surgió cuando campesinos del predio “El Pambilar”, de la parroquia Malimpia de la provincia de Esmeraldas, no cedieron a la presión que sobre sus bosques ejerció la compañía maderera BOTROSA. Lo habitaban hacía 20 y 24 años, en pequeños asentamientos dispersos conformados por unas 10 a 25 familias colonas, provenientes de distintas provincias del país. A esa misma zona de patrimonio estatal sobre la que estas familias han adquirido derechos posesorios, ingresó en 1997 la compañía maderera BOTROSA, con el objeto de extraer madera. Ante la negativa de venta que presentaron algunos pobladores, trabajadores de la empresa, guardias privados y policía, incendiaron viviendas campesinas, destruyeron sus cultivos, semillas, herramientas, enseres domésticos, echaron gases a hombres, mujeres y niños.
La pérdida de sus pertenencias y las agresiones físicas obligaron a algunas familias a abandonar sus tierras. Otras cedieron sus derechos de posesión a la empresa. Una vez ocasionados los destrozos, la empresa se encargó de sembrar pasto sobre los escombros para desaparecer las evidencias. En el lapso de un año se quemaron aproximadamente 35 viviendas. Este clima de violencia se volvió una constante en la zona. La empresa contaba con un contingente armado (de entre 10 y 50 personas) para disuadir, inclusive con amenazas de muerte a los pobladores que circulaban por la zona. Pero la guerra por la defensa del Pambilar no solo se daba en el campo, sino también en las instancias jurídicas del Estado. De esta manera, varias instituciones gubernamentales se manifestaron de diferentes maneras señalando la ilegalidad de la adjudicación a favor de Botrosa y en pro de la conservación del Pambilar. La Defensoría del Pueblo emite en 2001 una resolución en la que declara que la adjudicación hecha a favor de Botrosa es ilegal e insta a que este bosque regrese al estado. En términos similares se manifiestan el Ministerio del Ambiente en el año 2000, el Congreso Nacional en 2001, la Comisión de Control Cívico de la Corrupción en 2001, el Tribunal Constitucional en 2002, la Controlaría General del Estado en 2003. Finalmente, en 2008, el Tribunal Constitucional emite sentencia de última instancia dejando sin efecto la adjudicación de 3123 hectáreas de bosque húmedo tropical y ordenando que este predio sea devuelto al Estado. Durante más de DIEZ AÑOS, seis de las más importantes instituciones del Estado emitieron sentencias a favor de la conservación del Pambilar y sus habitantes, y sin embargo, la empresa a través de triquiñuelas, corrupción y trampas, consiguió permanecer en el bosque del cual se adueñó ilegalmente. Fue necesario que la nueva Asamblea Nacional tomara cartas directamente en el asunto para conseguir que por fin se ejecutara la sentencia del Tribunal Constitucional y que al menos en los papeles el Ecuador recuperara el Pambilar. En el camino y en medio de este contexto José Antonio Aguilar y su esposa Yola Garófalo fueron asesinados el 24 de febrero de 2010. Pocos días antes de su muerte, una radio nacional reproducía el testimonio que hacia José Aguilar sobre las agresiones que había recibido por parte de Botrosa para forzarle a vender su bosque. Su asesinato es un peligroso antecedente para todos los defensores de la naturaleza. Con la muerte de esta pareja el mensaje que se buscaría dar a los habitantes locales es el de la indefensión, de la impunidad, del intocable poder económico y político que mueve sus redes y títeres para acallar a todos aquellos que se oponen a sus decisiones. Si se riega la noticia de que en Esmeraldas es posible adueñarse de bosques y tierras mediante el
asesinato de sus dueños, en la otrora provincia verde no quedarán ni bosques ni pobladores, solo desolación y desiertos. Es por esto que la declaratoria del Pambilar como Bosque Protector nos deja un sabor agridulce en los labios. La tranquilidad y la satisfacción vendrán con la justicia, cuando en el país se concrete una real investigación que descubra a los culpables, mentalizadores, cómplices y encubridores de estos crímenes. No es suficiente con que Botrosa haya salido del Pambilar; debe iniciarse un proceso de justicia social y ambiental para reparar los daños ambientales y sociales que se provocaron y continuar con las investigaciones recomendadas por el informe de Contraloría en el resto del Bloque 10 del Patrimonio Forestal del Estado. La familia Aguilar-Garófalo, sus comunidades, sus compañeros, su país, exigimos que este crimen no quede impune. Exigimos que se brinde reparación a quienes hace más de diez años que se ven afectados por la omisión del Estado: que se reconozcan las casas quemadas, los cultivos destruidos, las familias destruidas, la vida cotidiana bajo el terror de la violencia, la justicia parcializada. La declaratoria del Pambilar como Bosque Protector es apenas medio paso. El camino es largo y por nuestro bien es imperativo recorrerlo.
Eduardo Galeano El 19 de abril dio comienzo en Cochabamba, Bolivia, la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, convocada por el presidente boliviano Evo Morales. Este es el mensaje que envió a esa Conferencia el escritor uruguayo Eduardo Galeano. “Los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad” Lamentablemente, no podré estar con ustedes. Se me atravesó un palo en la rueda, que me impide viajar. Pero quiero acompañar de alguna manera esta reunión de ustedes, esta reunión de los míos, ya que no tengo más remedio que hacer lo poquito que puedo y no lo muchito que quiero. Y por estar sin estar estando, al menos les envío estas palabras. Quiero decirles que ojalá se pueda hacer todo lo posible, y lo imposible también, para que la Cumbre de la Madre Tierra sea la primera etapa hacia la expresión colectiva de los pueblos que no dirigen la política mundial, pero la padecen. Ojalá seamos capaces de llevar adelante estas dos iniciativas del compañero Evo, el Tribunal de la Justicia Climática y el Referéndum Mundial contra un sistema de poder fundado en la guerra y el derroche, que desprecia la vida humana y pone bandera de remate a nuestros bienes terrenales. Ojalá seamos capaces de hablar poco y hacer mucho. Graves daños nos ha hecho, y nos sigue haciendo, la inflación palabraria, que en América latina es más nociva que la inflación monetaria. Y también, y sobre todo, estamos hartos de la hipocresía de los países ricos, que nos están dejando sin planeta mientras pronuncian pomposos discursos para disimular el secuestro. Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia del infinito. Y el discurserío de la llamada “comunidad internacional”, ese club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas.
Yo quiero celebrar, en cambio, la fuerza de verdad que irradian las palabras y los silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza. Y no es por casualidad que esta Cumbre de la Madre Tierra se realiza en Bolivia, esta nación de naciones que se está redescubriendo a sí misma al cabo de dos siglos de vida mentida. Bolivia acaba de celebrar los diez años de la victoria popular en la guerra del agua, cuando el pueblo de Cochabamba fue capaz de derrotar a una todopoderosa empresa de California, dueña del agua por obra y gracia de un gobierno que decía ser boliviano y era muy generoso con lo ajeno. Esa guerra del agua fue una de las batallas que esta tierra sigue librando en defensa de sus recursos naturales, o sea: en defensa de su identidad con la naturaleza. Hay voces del pasado que hablan al futuro. Bolivia es una de las naciones americanas donde las culturas indígenas han sabido sobrevivir, y esas voces resuenan ahora con más fuerza que nunca, a pesar del largo tiempo de la persecución y del desprecio. El mundo entero, aturdido como está, deambulando como ciego en tiroteo, tendría que escuchar esas voces. Ellas nos enseñan que nosotros, los humanitos, somos parte de la naturaleza, parientes de todos los que tienen piernas, patas, alas o raíces. La conquista europea condenó por idolatría a los indígenas que vivían esa comunión, y por creer en ella fueron azotados, degollados o quemados vivos. Desde aquellos tiempos del Renacimiento europeo, la naturaleza se convirtió en mercancía o en obstáculo al progreso humano. Y hasta hoy, ese divorcio entre nosotros y ella ha persistido, a tal punto que todavía hay gente de buena voluntad que se conmueve por la pobre naturaleza, tan maltratada, tan lastimada, pero viéndola desde afuera. Las culturas indígenas la ven desde adentro. Viéndola, me veo. Lo que contra ella hago, está hecho contra mí. En ella me encuentro, mis piernas son también el camino que las anda. Celebremos, pues, esta Cumbre de la Madre Tierra. Y ojalá los sordos escuchen: los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad. Vuelan abrazos, desde Montevideo.
Miguel Ángel Sánchez López El modelo de pesca actual no es sostenible. Los datos sobre la explotación pesquera de los últimos años advierten de la necesidad de cambio en esta industria alimentaria. El mar no es una fuente inagotable de recursos y se empieza a notar. El 52% de los recursos globales pesqueros están plenamente explotados, el 16% están sobreexplotados y el 7%, agotados, según datos de la FAO. El problema de la sobreexplotación pesquera reside en la inexistencia de pronósticos realistas durante décadas. Como ejemplo ilustrativo, en 1866, Thomas Henry Huxley, biólogo británico y defensor acérrimo de las teorías darwinistas de la evolución, negó que las capturas pesqueras pudiesen tener un efecto apreciable sobre la abundancia de especies marinas. Huxley, como otros que le sucedieron, descartó el avance tecnológico como factor de riesgo en la explotación de nuestros mares. Pocos aventuraban que tras aquellos barcos de vela decimonónicos surgirían enormes buques como los que hoy esquilman los océanos. Hace más de cien años, la actual situación de las especies marinas era impensable. En la actualidad, la situación de los mares de hace 150 años parece irrepetible. El aumento incontrolado de la población mundial es responsable, en parte, de este agotamiento de los mares. El número de capturas de especies marinas ha crecido con el número de habitantes del planeta. Desde los años 60, la población mundial ha crecido más del doble, de 3.000 millones a casi 7.000, y esta situación repercute en la explotación de los recursos que tenemos a nuestro alcance. Si en los ’60 el número de capturas pesqueras representaba unos cuarenta millones de toneladas anuales, esta cifra se ha transformado en 120 millones en la actualidad. A diferencia del número de capturas, la población de las especies marinas no aumenta con el paso de los años. Las poblaciones de peces de consumo cada vez son menores por la proliferación descontrolada de los arrastreros modernos. Cada vez hay más barcos y menos peces. Con sentido común, se puede afirmar que no hay futuro en un modelo en el cual sólo el 20% de las especies son explotadas con moderación. Ni hay futuro en un modelo en el cual un tercio de las capturas son devueltas al mar, en su mayor número muertas. Los medios de captura son ineficaces porque aniquilan especies no demandadas y especímenes que no han llegado a su tamaño adulto. Además, la pesca con pesos, plomadas y redes de fondo puede devastar hábitats marinos, como ya está ocurriendo en el Atlántico Norte, y los caladeros, como el situado frente a las costas del Sáhara Occidental. El empleo de la acuicultura, es decir, la cría de especies en piscinas para su consumo, mejora ligeramente la situación, pero no la soluciona.
El ejemplo más mediático de la sobreexplotación está protagonizado por el atún rojo. Numerosas organizaciones, como WWF Adena, han denunciado la “alarmante tendencia” al colapso comercial y ecológico de esta especie mediterránea y atlántica destinada, en su mayor parte, a la elaboración de sushi. Se ha demostrado científicamente que si no cambia la situación, el atún rojo está condenado a la extinción. Sin embargo y ante todo pronóstico, los Estados presentes en la última reunión de CITES (Convención del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) rehusaron la posibilidad de añadir al atún rojo en la lista de especies protegidas. Japón, nación importadora del 80% del atún capturado, ejerció de lobby y convenció uno a uno a los países firmantes de la convención. Ante estas decisiones, de poco sirve el conocimiento de la situación. El atún rojo no es la primera especie propuesta como animal protegido de capturas. Sin ir más lejos, en el último mes, la anchoa del Cantábrico ha vuelto a los mercados de todo el mundo después de cinco años de veda. Ante el peligro de extinción de este preciado pescado, las autoridades internacionales prohibieron su pesca durante un lustro. El control de las capturas o la prohibición de pesca de determinados pescados parece ser el único remedio efectivo para salvar los mares del agotamiento. Pero si el modelo pesquero actual no es rediseñado en su totalidad, estas medidas preventivas sólo serán parches temporales a un problema del que somos responsables.
“Dibujar una sonrisa en cada instante de su viaje es la razón de ser de SoulTrain Expeditions. Todo nuestro esfuerzo y la capacidad profesional del dinámico y competente equipo de trabajo que nos acompaña, está orientado a lo consecución de un objetivo: hacer de su travesía una experiencia inolvidable, disfrutando de ese lugar maravilloso que soñaba conocer o descubriendo una ruta fantástica que quizás ni imaginaba”.
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Segunda Edición Septiembre, 2010 Director de la Revista •David Muñoz Jensen Artículos Escritos por: •Takashi Yabe •Laura Fernández •Jaume Terradas •Eduardo Galeano •Javier Flores •Michael T. Klare •Michael Crichton •Grupo Neo Fronteras •Alejandro Nadal •Acción Ecológica Ecuador •Miguel Ángel Sánchez López •David Muñoz Jensen
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