Existen Lugares - Anónimo

Page 1

INTRODUCCIÓN

Ellos nos destrozarán, tal vez debamos mudarnos a Marte. Rolando reconoce la voz que habla desde la esquina del cuarto. El inconfundible locutor de la estación radial que todas las noches intenta hundirlo más. Acabarlo y convertirlo en ceniza seca. Si bien te acostumbras a oír el mensaje, nunca consigues entenderlo. Marte. Llevaba semanas repitiendo la misma frase, y esa frialdad con la que hacía deslizar las palabras a través de él, desintegra los últimos esfuerzos por conseguir huir de la locura. Sonríe en silencio, recordando que ayer, ayer había pensado lo mismo. Marte no existe, el mundo afuera no existe. Existes sólo tú y tu confinamiento a este eterno cuarto. ¿Qué más puedes ver a través de esa ventana? Un enorme hueco sin fin. El cadavérico Rolando cree que hay un Ellos. Todos han muerto, desde que las luces se apagaron, desde que caíste medio muerto con una bala metida entre el pecho. Y lo único que tienes es esa voz que no sabes de donde viene ni de quien es. ¿Hace cuanto estás aquí? --He sentido que morí y nací aquí, he sentido el frío de la bala adentrarse como un soplo sumiso del viento hacia mi corazón, he sentido que eres yo. No hay nada de sentido en esto. Estoy muerto y esta es mi condena, por haberlos traído hasta las luces. No es nuestro derecho profanar lo divino. El cuerpo del muchacho se mueve en la penumbra, sus movimientos son lentos y temblorosos. Hace días que no come, solo sorbe la esponja mojada que siempre está debajo de la cama sobre la que yace. Piensa que tal vez es la manera morbosa de Los Antiguos de mantenerlo cautivo para que sufra. Muy bien, Rolando. Hemos pasado muchos tiempos juntos, ¿por qué no lo intentas? --¿Como asesinas a un muerto? Dejaré que la bala continúe su camino y que trace el trayecto de La Muerte a mi alma, para que me dejen de una vez. Ellos nos destrozarán, tal vez debamos mudarnos a Marte. Cae al suelo al intentar bajarse de la cama, las fuerzas se han ido hace mucho. En su último esfuerzo intenta alcanzar la esponja, siente la suavidad y la humedad. Su boca babea como si fuera un animal hambriento. Ellos nos destrozarán, tal vez debamos mudarnos a Marte. Y se encuentra tan cerca, cerca de suprimir el último sorbo de agua. Ellos nos destrozarán, tal vez debamos mudar…


--¿Rolando? La voz lo trajo como insecto a luz. Provenía de la misma esquina donde se estuvo repitiendo el mismo mensaje. Repitieron su nombre: Rolando. Entonces era cierto que se llamaba así. No lo engañaron. No esta vez. Apenas consigue doblar la cabeza sin que esta le dé vueltas, la oscuridad se torna borrosa y distante. ¿Qué recuerdos existen en la mente de los perdidos cuando su memoria es puesta en olvido? Si lograba soñar, entonces sabría que en algún sitio, había vida dentro de sí. La voz de la esquina sigue pronunciando su nombre. El esquelético Rolando no puede hacer nada más que observar distraído como su corazón gime por un poco de esperanza. Es una ilusión más, cuando el miedo de la muerte está latente, clamas por paz, por la esperanza de que todo esté bien. ¿Crees que yo lo estoy haciendo? Rolando, ¿hace cuanto estamos aquí abajo? Balbucea algo que ni siquiera entiende, la debilidad se apodera más de él. No hay más camino. Cerraría los ojos y escucharía como todo termina. Una leve respiración, la gota que cae en algún lugar del cuarto y esas risas cadavéricas que cantan de vez en cuando. Un nuevo sonido entra en sus oídos, pasos que se construyen hacia él. Lo habían encontrado, esas cosas, Los Antiguos. Se lo llevarían y lo usarían para volver, porque después de todo lo que vivió, sabe muy bien que este lugar no es su hogar. Se encuentra perdido en un mundo ajeno al suyo. Es la realidad lo que crea tu verdad, es la que establece a donde irás. ¿Y qué pasa cuando tu verdad es una realidad inventada? Una que nos ha puesto, una ficción de nuestra propia historia. La invención de un hombre que juega a ser Dios. ¿Lo has considerado? --Des…de…siempre. Entonces arrástrate como una de las criaturas que trajiste. Una de esas que aún rondan por ahí. Rolando intenta reírse con la solicitud que le hacían. A veces más que fuerza se necesita voluntad para seguir, Rolando. Él esqueleto en el suelo encuentra frustrante ver como alguien que te ha llevado a lo más bajo, te levanta sólo para seguir viéndote caer. No tiene las fuerzas para responder. No hay nada dentro de él que lo motive a seguir, el miedo infantil de encontrarse con los monstros que anidaron las partes bajas de su cama lo retiene en ese mundo de polvo y olvido. Recae con delicadeza en los vivos recuerdos que aún no le han arrebatado.


CAPITLUO UNO LLEGADA 1 --De acuerdo, Rolando. Primero déjame presentarme, soy Fabiola Castaño, estaré siguiendo tu caso ¿vale?—Fabiola tiembla de nervios al extenderle la mano, viene pensando eso desde que salió de su casa. Darle o no la mano. Ahora se siente estúpida al darse cuenta de que fue un error—Este es mi primer caso en campo, te ruego seas amable conmigo—otro intento fallido, Rolando sigue inerte a lo que ella dice, su mirada se pierde más allá de la ventana, hacia las montañas que esconden el horizonte. Cómo si esperara que algo emergiera de ahí. --No soy un retrasado—la habitación ha sido acomodada para que no hubiera un objeto capaz de causarle daño a él o a ella, igual Fabiola sigue estando nerviosa, no pensó muy bien que es estar frente a alguien desequilibrado. Los estudios demostraron que Rolando sufre de esquizofrenia paranoide, y los ataques de ira violentos, forman parte de ese diagnostico. --Muy bien, lo entiendo. ¿Sabes una cosa? Me sentaré aquí durante las próximas tres horas para charlar. Es mejor que nos vayamos conociendo, pasaremos mucho tiempo juntos—Fabiola acomoda la silla frente a la cama de Rolando, tendría ella que tomar la iniciativa para todo, incluso para organizar las ideas de Rolando—. Hagamos un trato, yo te cuento algo de mí y tú me cuentas algo de ti, ¿te parece?—con la expectativa de sacarla más palabras, había olvidado no hablarle como un retrasado. --No soy un retrasado, si vas a hablar habla, sino cállate—él dirige su mirada hacia la de Fabiola, para demostrarle lo inservible de sus propuestas, ¿por qué le complican todo con pastillas y sentimientos de superioridad? Si ellos supieran lo que se oculta por encima de las nubes, serían ellos los que se sentirían inferiores. --Tengo cosas que hacer, podría haberme ido y cambiado con otra persona, pero ahora que te he sacado varias palabras, dudo que me dejen. Es el primer avance desde que llegaste—no entiende muy bien que método está usando pero deja que el instinto (al que le ha dado poco uso, casi siempre las corazonadas no sirven en la medicina) la lleve— Quiero saber tu historia, Rolando. No la que me han dado ellos, sino la que sucede en tu cabeza. Déjame descubrir tu mundo. Rolando encuentra atrayente la invitación de Fabiola Castaño, pero aún no confía en ella como para contarle la verdad sin que lo droguen con más medicamentos, tal vez esto sería bueno, hablar sobre lo que nunca sucedió en el mundo real. Los otros mundos se


han ocultado por millones de años, bajo un telón oscuro manchado por la sangre de incontables inocentes sacrificados, él estuvo por debajo de ese telón, y observo como Los Antiguos esperan el momento para ascender desde la oscuridad. Fabiola Castaño, oculta tras sus lentes de moldura blanca, una pizca de curiosidad. Entiende que Rolando Torres no es un retrasado, que a pesar de su condición se ha sabido controlar. Le da mérito por eso, pero no torcerá su brazo, mantenerse firme a los estatutos es lo que la trajo a este lugar. Las reglas que rigen cualquier hábito practicado. Cruza las piernas y coloca la tabla con las anotaciones sobre ellas. Se recoge el cabello, haciendo un sencillo y rápido amarre con una liga. Se inclina hacia Rolando y le pregunta: ¿Quién eres Rolando Torres? 2 No es un cuarto pequeño, es una enorme sala que incluso no alcanzas a ver el final. No está solo, hay lo que parece ser ciento de niños acostados en las camas. Todos vestidos de rojo, es el uniforme para ir a dormir. Y en un extremo de la sala, Rolando yace boca abajo, esperando que el sueño por fin lo envuelva. Cuando apagan las luces, aún puede escuchar el murmullo de los que no duermen, esas incontables voces hablando sobre lo pronto que estarían de ver a sus padres. Él es igual, pero a diferencia de los otros, guarda sus palabras. Descubrió rápidamente lo peligroso que era decir lo que veías o sentías en este lugar. Podrían llevarlo de nuevo al agujero. Al lugar donde tus demonios se exteriorizan a través de tus ojos. No conoce a la mayoría de los niños, pero sabe muy bien porque están aquí. Porque nacieron sin hogar, sin nadie que supieran de sus problemas, y ahora, cerca del final de este largo campamento, les hicieron una promesa. Les ofrecieron todo aquello que siempre sabía que no tenían. Podías oír las voces emocionadas, hablando de lo extraordinario que sería decir: papá o mamá. Sin embargo, les informaron que ese sería un lujo de sólo algunos selectos. De cien niños, diez podrían irse a un hogar. Los otros seguirían aquí, cumpliendo las distintas actividades. Será una masacre, le dijo esa peculiar voz que lo acompaña a todas partes, un cementerio de frascos usados. ¿Saldremos de esta, o no Rolando? Toma la almohada y la aprieta contra su cabeza, lo más fuerte que se permite. Pero la voz no calla ni se pierde en esa fuerte barrera que había establecido con la almohada, porque es su propia voz. La voz en algún lugar fuera de este mundo. Tal vez de Marte. Una noche más en el cautiverio de sus sueños.


Los pocos sueños que le quedan, siente que se los roban y se los esconden. Hacen que la única manera de soñar sea despierto, haciendo que así, las cosas pierdan su esencia y atraigan lo que sea que buscan traer. Rolando lo único que sabe es un nombre: Tártaro. Él estuvo ahí, por segundos, los suficientes para destrozar todo concepto de la belleza. Tiene miedo de despertar y encontrarse de nuevo en ese helado lugar. Mañana es su última prueba, después lo sacarían de la lista de las diez puertas. Con suerte, lo dejarían tranquilo. Para ser un niño, eres bien astuto, le había dicho una de las enfermeras antes de clavarle la aguja en el brazo. Rolando había intentado negociar su escape con galletas que escondió bajo la cama. Se encontraba en un nuevo lugar, el olor a alcohol le recordaba mucho las salas de los hospitales, todo esos extraños aromas llegando hacia ti. Va perdiendo la vista poco a poco, sintiendo que llenan su cuerpo de aire, haciéndole flotar. Arriba, muy arriba. Cuando despierta, está acostado. A cada lado de él encuentra su reflejo imitando cada uno de sus movimientos. Le tarda un poco darse cuenta de que son espejos. Rodearon la cama con espejos, una prisión de imitadores. El joven chico pasa media hora haciendo muecas y viendo como su clon las repetía sin ningún problema. De un momento a otro, las luces se apagaron. Rolando se asusta y piensa en el agujero otra vez. Puede incluso sentir el jadeo tibio de las criaturas que pertenecieron alguna vez a una parte del universo, pero que ahora, están confinadas a prisiones eternas. ¿Entonces cual es el miedo si están encerradas? Que querían pasar esa cárcel a este mundo. Por eso todos están aquí, Rolando. Los usarán y ellos nos destrozarán. --¿Hola?—Rolando se sobresalta, por el tiempo que llevaba aquí pensó que estaba solo. No tenía idea de donde provenía la voz, pero de su cabeza no era--¿Hola?—de nuevo lo mismo, esa vacía incertidumbre de no poder distinguir la realidad. --Heme aquí—respondió al saludo. --¿Quién es? Soy Sofía Rodríguez, paciente N°6. Yo tengo mamá y ya no quiero estar aquí. Sofía Rodríguez, si bien ese nombre se colaba por el dormitorio todas las noches antes de dormirse, Rolando nunca creyó conocer a la niña que tanta fama tenía entre ellos. Tarda en responder, siente que lo están vigilando. Alguien clava su mirada en él. Es un sentimiento viejo pero que siempre le incomoda. Te observan a todas horas, así nació, en medio de desconocidos que esperaban su llegada. --Rolando…


--¡Rolando! Siempre hablan de ti. ¿Por qué nos encerraron aquí? --Porque nos darán papás y mamás, por eso estamos aquí. Si tú tienes mamá, ¿qué haces aquí?—le incomoda hablar si nadie lo está mirando, y siente que Sofía está cada vez más lejos. Peor aún, que en realidad, no existe tal Sofía. Una invención más de las batas blancas. Según el comentario que saltaba de boca en boca y que cada vez tomaba nuevas formas, Sofía vendría siendo la niña que pasó un día entero en Tártaro, y que por eso le dieron una mamá para ella sola, el mismo día que llego. Rolando le temía, si ella había visto lo que él vio inclusive por más tiempo, no podría si quiera hablar. El horror siempre es llevado a un nuevo nivel. --Quiero volver, ¡a tu sabes donde! Mamá dice que estuviste ahí también—Sofía habla de una manera sólida y para nada temeraria, en cambio Rolando que empieza a sentir claustrofobia, habla lento y fuerte. Rolando intenta levantarse y golpea con algo. No notó que un espejo lo observaba desde arriba también. --¿Por qué volver ahí? --Porque es algo real. Rolando permanece silencioso a las palabras de Sofía, el calor del encierro lo envuelve hasta sofocarlo. Quería galletas, quería salir de ahí. El fugaz despertar de la luz cegó sus ojos, se protegió con uno de sus brazos. Luego de varios minutos, vuelve a adaptarse y se reintegra al ciclo de hacerle muecas a los espejos. Rolando pasa las siguientes horas cansándose y aburriéndose de hacer lo mismo, el hambre berreaba como niño recién nacido y el calor volvía a intensificarse. Cuando intentaba dormir por el cansancio, un ensordecedor ruido estremecía sus tímpanos. El cerebro se le revolvía en todas direcciones, no lo dejarían dormir. Cuando se hubo detenido, Rolando lucho por no cerrar de nuevo sus ojos. Intenta mantener firme su concentración en la mirada que lo ve desde arriba. Muchas veces creyó que él había sido el causante de la muerte de su padre, después de todo, ¿no es también un asesino aquel que vende una bala? Así se sentía, mamá no pudo aguantar más los repentinos ataques que le daban, ni las situaciones vergonzosas que Rolando le provocaba. No podían ir a un restaurante sin que Rolando saliera gritando que alguien intentaba matarlo. Qué ellos ya estaban entre nosotros, que ellos nos destrozarán. Entonces fue cuando ambos investigaron por su parte antecedentes de esquizofrenia en sus familias y encontraron que por parte paterna, existían varios casos. Esto devasto por completo a su antigua madre y se convirtió en la excusa perfecta para abandonarlos. Se llevo consigo a su hermana, Rut, después de cerciorarse con más de tres doctores que ella no sufría de esquizofrenia.


Aún siente el olor de las arepas quemarse en el budare, y ese extraño humo azul ascender y convertir la cocina en pasadizo nublado. El oír llorar a su padre, como si tratara de desgarrarse desde dentro, lo perturbo desde pequeño. Por lo mismo, a él no le encantaba mucho la idea de llorar, lo hacía sentir desesperado y necesitado. ¿Aún puede recordar a su madre? A veces cree que sí, pero es un recuerdo sin rostro, es un punto rojo que le dio la espalda y lo dejo con hambre. La imagen de arriba cerró los ojos. El ruido no perdió tiempo y comenzó a retumbar de un lado para otro. Rolando gritaba de dolor, de sus oídos una ligera línea de sangre emergía como una larva buscando un poco de aire fresco. Abrió los ojos, incluso usó sus manos para mantenerlos abiertos, esperando acabar con el inaudito dolor en sus oídos. ¿Pero cómo es posible que siguiera el ruido si él ya tenía los ojos abiertos? Entonces su mirada no se encontró con su mirada. La imagen de arriba en el espejo, aún mantenía los ojos cerrados. Sin embargo, una de las miles de miles que se extendían a su izquierda, le hacía señas de que se acercara. Una mente normal estallaría al encontrarse con tantas cosas que no comprenden, todo por la lógica. No obstante, un niño tiene una lógica distinta, una más flexible, y más para Rolando que ya ha vivido cosas que para algunos es una enfermedad pero para él, una forma de vida como cualquier otra. No con fe, sino con la seguridad, extiende su mano hacia las miles de miles de imágenes semejantes a su izquierda. El espejo no detuvo su avance, ni tampoco lo imitó. Las demás imágenes seguían de la misma forma que la de arriba. Fue entonces la primera vez que estallaron todas esas voces en su cabeza. Más que susurros fueron algarabías en lenguas que ni siquiera entendía. Todas ellas silenciaron el molesto ruido, o tal vez era que se había quedado sordo. Seguía haciéndole señas, lo llamaba. Al cruzar su mano a través del espejo, un escalofrío recorrió las yemas de sus dedos, otorgándoles una sensibilidad animal. Incluso puede sentir una temperatura diferente, una más fría. Las señas no se detenían, Rolando estaba listo para cruzar por el espejo. Miro atrás para ver que hacían las imágenes semejantes de la derecha, se sorprendió al verlas todas observándolo, de la misma manera que lo hacía él. La de arriba lo imitaba, tenían la misma pose, pero sus ojos brillaban en un fuerte amarillo. Rolando se pierde por un momento, no sabe en que se encuentra absorto. La magnitud de la belleza de esos iris solares, quemaban incluso las voces dentro de él. Todas cayeron en silencio. No existía sin igual. Por el reflejo pudo alcanzar a ver, que la imagen que le hacía señas, pasaba por sobre las otras imágenes, arrastrándose hacía él. ¡Rolando, no! La imagen de arriba poso su mano en el espejo, esperando que Rolando hiciera lo mismo. Acercó la suya y la puso de la misma forma, como si se chocaran las cinco.


Fue entonces cuando la prisión de imitadores, reventó por todos los aires. 3 --¿Qué es Tártaro?—aventura a preguntar, Rolando tiene más que una mirada perdida, Fabiola descubre a través de las ventanas del alma, que él se ha convertido en una de esas voces que tanto lo azotaban. Pronto se terminarían las tres horas programadas, la historia la había grabado en su pequeña grabadora profesional. Varias veces las palabras quedaron suspendidas y se esfumaron en el aire, en esos instantes a Fabiola le entraba un vacío en el pecho. --Detén la grabación—se limito a decir. Lo primordial a la hora de atender a una persona enferma, es ganarse su confianza. Tal vez accediendo a la solicitud de Rolando, conseguiría más sobre él. Una maniobra arriesgada, no sólo por su trabajo, sino por su propia moral. Hizo lo que le pidió. --Listo, tú y yo—le sonríe con sinceridad. Tendría que prestar mucha atención, sin la grabadora, tiene que usar la memoria, es divertido lo rápido que nos acostumbramos a la tecnología. Rolando se le encimo y la tomó por los brazos, sujetándola con fuerza. Fabiola intenta controlarse y no caer en pánico. Tenerlo tan cerca le resulta peligroso. Los ataques ocurren mientras se respira un aire fresco. Acercó su rostro y le susurró al oído. --Es mi hogar, pero ya no quiero estar ahí—dijo con voz grave y profunda. Eso fue lo último que Rolando le dijo antes de desaparecer. Se había escapado horas después de que ella se fuera de la habitación. Desde entonces, Fabiola no puede dejar de pensar en lo perdido que está. Se encuentra en el patio central, viendo como otros pacientes interactúan entre sí y sin ni siquiera prestarse atención. Es como si cada quien viviera lo suficientemente lejos que no puede siquiera presenciar el silencio de alguien más. No entiende muy bien la inquietud de sus pensamientos, y en lo que sucedió. No es nada fuera del otro mundo, se repetía, pero la larva de la curiosidad no desistía de carcomer su interés. --¡Fabiola!—voltea y se encuentra con Camila Puertas, una grata sorpresa para ella. Un pequeño placer que le calma los pensamientos. Detrás de ella viene un chico empujando la silla de ruedas. Cree haberlo visto ya, pero ahora mismo le resulta difícil recordar a alguien. --Camila, te ves genial mujer. ¿Cómo estás?—el chico deja la silla de ruedas frente a ella, tiene a Camila al frente, y su enorme sonrisa no deja de cautivarla. El joven se acerca y le dice algo al oído, después se aleja caminando en dirección a la mesa de ajedrez donde varios pacientes se encontraban absortos en las inanimadas figuras.


--Estoy mejorando, hoy es mi último día aquí por eso me ves tan feliz—y en realidad era así, desde que conoce a Camila, había sido una criatura quebrada y adolorida--¿tú qué haces aquí tan solitaria? --Pensando en un caso problemático. ¿Y ese chico, quién es?—en ese instante, el chico comienza su camino de regreso hacia ellas. --Mi futuro esposo—contesta sonriente. --¿Cuánto ha pasado desde que llegaste aquí? --Han sido cinco años, pero hoy, la cuenta se ha puesto en cero. Debo irme, un gusto verte, psicóloga preferida. Espero resuelvas tus problemas. --Un gusto igual y felicidades. Me alegra que por fin salgas de aquí—ambos se fueron, Fabiola los siguió con la mirada hasta que desaparecieron al doblar por una esquina. Se siente sola entre tantas mentes incomprensibles. Supone que ha de regresar a su casa y continuar viviendo. Una lástima, Rolando era lo único interesante que prometía este lugar.

Alguien llama a la puerta. Fabiola toma sus precauciones antes de asomarse, ya era casi medianoche y no recuerda esperar a alguien. La casa se encontraba a oscuras, enciende algunas luces y se asoma por la ventana. Una figura que reconoce espera frente a su puerta. Es un encuentro un tanto extraño, ambos están en silencio a un lado del otro. Él sigue con una mirada de duda y preocupación, como si lo que estuviera a punto de contar se tratara de un secreto prohibido por los dioses. Rolando no sabe por dónde empezar, o si estaría bien contarle su historia a Fabiola. Su relación no era por el tiempo, sino por lo que él le dijo. En esa pequeña confianza que le tuvo, sin embargo, contarle algo mucho más grande, ¿no la pondría en peligro? De todas maneras, ya lo estaba. Todos lo estaban. Después de decirle todo, la sacaría de aquí. No por amor, sino necesidad. Ella calmaba las voces en su cabeza. Afuera en la noche, las criaturas de ningún lugar aguardan al canto celestial de las trompetas que anunciarían su más inminente llegada. --El lugar donde comienza toda historia, parecer ser en una profecía.


4 Parece ser que dentro del libro se oculta un atisbo de lo que acontecerá en otro tiempo. Una muestra más de las innumerables visiones de ancianos ciegos. ¿Acaso no se escribe el futuro dentro del presente? Rolando presiente que nada bueno trae leer lo que no se está permitido. Había robado el libro a las afueras de San Juan, en una pequeña bodega que vendía pan. El hambre fue lo primero que le atrajo del lugar, llevaba varios días caminando como el judío errante, buscando un sentido lejano a su retorno a tierras malditas. Nunca descansaría hasta el día en que se encontrara con la muerte. El tormento de los pecadores es eterno, y siempre empieza en la vida mortal. Pagó con dinero arrugado y viejo, la vendedora lo asesinó de mil maneras con la mirada. Frente al negocio estaba un anciano sentado, con un sombrero de paja que le cubría el rostro, pudo notar el hilo de saliva que caía en su pecho. En su regazo sostenía el libro, a punto de caérsele. No pudo evitar sumergirse en esas letras en la portada escritas a mano. Cuando la vendedora le dio la espalda para recoger algo del suelo, él rápidamente arrebató el libro de las manos de aquel anciano. Muy bien, Rolando. Antes de leer come algo. Me muero de hambre y sabes que no dejo de hablar como una loca. Una hora antes de llegar a Valle Guanape, se sienta en una parada de autobús. Tiene frente a él, varios negocios y personas caminando. Hace mucho que no permanece cerca de tantas personas. Quizás encuentre en este pueblo un lugar para poder escribir. Ese era el único escape que a veces funcionaba para alejar a las voces. ¡COME! Abre el envoltorio del pan y le da un mordisco. Seco y viejo. Le desagrada y lo tira en la carretera. Hora de seguir caminando. ¡HAMBRE! A la media hora, su estomago vuelve a quejarse. Esta vez se siente más débil, un sudor frío recorre su cuerpo y la vista se le torna borrosa. Faltaba poco para llegar, tendría que hacerlo. Levanta la vista y se encuentra frente a una carretera solitaria, el astro solar hervía el pavimento, cocinando poco a poco a Rolando. Llegaríamos más lejos si hubieses comido. --Cállate y dime donde detenerme—balbucea. ¡DETENTE DONDE HAY HAMBRE! No llegaría más lejos, cruza la carretera y se adentra en el monte. Buscaría un lugar para reposar. Detrás de él queda un camino errante para cualquiera. Un camino sin hogar.


Lo despertó el aroma a estiércol de ganado. Mareado y medio dormido, consigue levantarse y alejarse de ese fétido hedor. Era de noche y los extraños animales nocturnos comenzaron su concierto sin público. Cantando a todas voces para perturbar los corazones valientes. Escucha al fondo de la oscuridad el mugir de una vaca moribunda, porque en su estado actual, la mataría para comérsela, sólo si llegase a verla. ¡MUUUUUU! Se golpea varias veces la cabeza, en protesta al engaño que le juega la voz de Lhuna en su cabeza. Tenías tiempo sin llamarme así. --Es porque eres molesta—alega--. ¿Por dónde? Vas en sentido contrario, la carretera está atrás de ti. Rolando, hace HAMBRE. No desobedece y se da la vuelta. Al poco tiempo llega a la carretera. La debilidad es la misma pero menos latente. Rolando balancea el libro de un lado para otro, buscando distraer la temible hambre que gemía de locura dentro de él. La luna apenas nacía en el oscurecido cielo cubierto de ennegrecidas nubes. Nunca entendió de donde provenía aquel anhelo poético de convertirse en un verso profundo en la boca de un alma marcada. Nació con la superstición de que le pertenecía un lugar único entre toda la trama del destino. Sin embargo, no sucedió como lo esperaba. Aún residen en él, esos intensos recuerdos de aquel lugar experimental, no sabe con exactitud como salió de ahí, despertó a la orilla de una hermosa playa. Recuerda lejanamente a Sofía Rodríguez y a otro chico que tenía que ver con presagio de muerte. Supone que ellos tendrían algo que ver. Ve su sombra proyectada mezclarse con las demás en el asfalto. De vez en cuando, un auto pasaba a toda velocidad, dañando completamente el trance que Rolando aprovecha para continuar sus fantásticas historias mentales. No tiene el espíritu de un héroe, ni mucho menos el de un cobarde. Su espíritu es una extraña mezcla, una que ni él mismo intenta descifrar. Somos, recuerda que estoy contigo. --¿Tú recuerdas? Por supuesto, pero igual, no entenderías el mensaje. A menos que sepas interpretar un sueño. Es la única manera de que podamos vernos. Rolando detiene su paso, la noche calla en su presencia. Un camino de longevidad espiritual en donde se pierde el propio sentido de lo real. Es eterno como el mismo Dios. ¿Qué se oculta tras nuestros pasos? Rolando descubre después de tanto tiempo el


potencial de un sueño. Quizás recordaría los fragmentos del pasado que siguen resonando en su cabeza, quizás se pueda decir a sí mismo que hay oculto tras su reflejo en el espejo. --¿Desde cuándo podemos vernos?—retoma su camino, dentro de poco sería un alma en pena caminando un pueblo durmiente, un extraño adonde sea que vaya. Le sorprende la nueva confesión de Lhuna, no puede siquiera pensar bien con el nerviosismo sacudiendo su razonamiento. Desde hace mucho acepto que la locura, no es más que un vistazo a lo que hay en nosotros, por lo mismo creía que Lhuna, más que una entidad, era una especie de conciencia. Espera sin obtener respuesta alguna, de nuevo solo. Se detiene junto a un ingenioso cartel hecho de madera que proclamaba: “Bienvenidos a Valle Guanape…Tierra de Folklore”. Sonríe ante tal bienvenida. Se tira en el suelo y se quita los zapatos, días atrás usó la última media que le quedaba para presionar un corte profundo que se hizo en el brazo. Desde entonces sus pies andaban vestidos sin ropa interior, y eso era molesto. Varios cayos y uno que otro corte vestían sus pies descalzos. No sabe que hará de ahora en adelante, la vida bohemia lo asesinaba lentamente. Desde que despertó en la playa, ha caminado sin tener rumbo. Lo que sea que ande buscando, no lo está buscando a él. Lhuna prácticamente lo guio por este corto pero extenso camino por varios estados de Venezuela. Necesitaba descansar. No lleva consigo más que un libro robado, zapatos desgastados y el hambre de mil enanos. Buscaba entenderse, pero más se perdía entre tanto silencio desconsolado por parte de Dios. ¿Acaso no jugamos todos un papel en el todo? Tal vez por no ser un ferviente creyente. --Muchos son llamados, pero pocos escogidos. ¿No fue eso lo que me dijiste?—le hablo a los zapatos. Exacto. Pero no por presenciar el silencio, eres sordo. Rolando se levanta sin replicar. Se pone de nuevo los zapatos, abre el libro y lo ojea mientras camina. Al principio no distingue nada, una nube cubre la traviesa luna. La carretera se extendía hasta las afueras del pueblo, a su izquierda había varios caminos para llegar al pueblo, descendió con cautela, aferrando firmemente el libro en su mano. Pronto se encontró en lo que supuso era la zona central del lugar, estaba la plaza junto a la iglesia, varios negocios cerrados y silencio. Se acercó a un banco y se sentó, la suave luz del poste que caía sobre él, le dio la oportunidad de leer un extracto del libro robado. Una letra fuerte y moldeada por la buena caligrafía decía:


Donde he estado, estás tú, pero no estaré ahí. Quizás me encuentres, longevo y perdido. Quizás yo te encuentre, joven y perdido. Donde estarás, yo estuve, pero no estaré cuando tú estés. Un irremediable sueño que susurró en mí las palabras extrañas. Esas que sólo entienden los que están dónde estás tú. ¡Hipócrita! ¿No concibes la señal? Vi lo que tú ves, presencié lo que tú verás. Y vienes a mí, como un ciego con ojos sanos. Cayó a los ojos de todo el mundo. Hizo sucumbir los pilares que plantaron sobre el pantano. El imperio no se derrumbó, pero se hizo más débil. Y junto con él, la realidad de nuestros sueños. Esos que son míos pero que vives tú. ¡Vístete cuan guerrero! ¡Atraviesa tu pecho con la flecha! Y vislumbra con la ramera, El ascenso de todo un reino. Las nubes marchaban cuan ovejas al matadero sobre la parte baja de la luna, viajando con la voluntad del senil viento. En su esplendor, la sonrisa de la luna parecía la de un payaso tétrico y abandonado, destellando por la luz del sol, al igual que las nubes la voluntad de otro la convierte en lo que es. Dios se refleja en todas sus creaciones. Valle Guanape guarda en sí una nueva oportunidad que siempre se esconde en lo más absurdo y cotidiano. Rolando anhela empezar de nuevo, no más camino que recorrer, no más viajes nocturnos sin rumbo, sólo un hogar en el que se sienta pertenecido. Se acuesta en el banco y usa el libro como almohada, procesaría lo que leyó mañana, si es que aún tenía fuerzas.


En el oscuro océano celestial, un helicóptero sobrevolaba por enésima vez ese mismo día. Hacía dos semanas que cumplía con su deber, transportar lo necesario para continuar. El piloto no conocía la carga, y si preguntaba terminaría perdido en medio de un desierto que nada tenía que ver con este mundo. Sólo a veces, cree escuchar golpes desde adentro de las mismas. Los llevaría por detrás de la negra montaña que seguía engulléndolo en una especie de temor, emanaba un aire diferente, el suelo cada vez era más rojo y blanco, incluso creyó encontrar nieve. En medio de un lugar cocinado por el sol. Tendría que terminar este trabajo para largarse de este lugar. Al menos el cielo estaba despejado, estos últimos días la fuerte nubosidad había casi imposibilitado los viajes. El radar marcaba la señal un tanto lejana, a pesar de la cercanía al lugar de aterrizaje, incluso podía ver los pequeños puntos rojos que le decían donde hacerlo. Estos tipos se tomaban las cosas muy en secreto, nadie sabía que estaban aquí. Nadie se pregunta qué hacen las aves negras girando en círculo sobre ellos. No importa, nada de eso importa, hoy es viernes, último día de trabajo. Las cargas detrás de él se agitaron, el helicóptero temblaba sin control alguno. El piloto intenta controlarlo pero toda la maquinaría se había apagado. Fue como un soplo fuerte, como el de una bestia, el momento en que las hélices dieron sus últimas vueltas, dejando de girar lentamente. El terror inunda su pantalón con orine tibio, el helicóptero va cayendo dando vueltas como una bala perdida lanzada hacia la noche. Ve como su mundo gira sin control, su madre tenía razón, por escuchar a los demás terminaría muerto. Pobre vieja, tenía toda la razón. Y ahora está aquí, orinado y gritando como una niña sin poder hacer funcionar el ave negra. El zamuro caía hacia su presa. Por un momento pudo divisar la luna y maravillarse de esa sonrisa cruel y de bufón, justo en ese entonces, el cielo destello como sí el día se hubiera revelado sin mera anticipación. La luz llenó todo el helicóptero, estremeciéndolo aún más y noqueando al piloto. Fue un rápido destello sin razón. El helicóptero no se detuvo, impactó contra la iglesia del pueblo. Se llevo consigo la mitad de ese lugar santo, envolviéndolo en una llamarada creciente luego de que el tanque de combustible explotara. Una hélice salió despedida terminando encajada en un árbol a veinte metros del siniestro. Nadie vio el destello. Solo la luna que aún seguía riendo. Fue el grito que despertó al pueblo, terminando con los sueños de Rolando. 5 Hay luz entrando desde algún lugar en el mundo. No es tan irreal como para no creerlo, incluso es cálida pero sofocante. Las negras oleadas de humo la observaban desde arriba. El aturdimiento aún zumbaba en sus oídos,


una de sus piernas está atrapada bajo un inmenso escombro. No sentiría el dolor destruirle la razón, sino la movía. Tose secamente, el humo la asfixiaba y ciega. No consigue ver más que sombras aterradoras y flamas danzando cerca de ella. Su mirada se encuentra con sus ensangrentadas manos. Las llamas peligrosamente cercanas la consumirían en cuestión de segundos. ¿Qué rayos pasaba? Ella estaba haciendo un trabajo que no recuerda y de repente ese sonido estrepitoso, y después oscuridad. Sofía Rodríguez apenas consigue entender lo que sucede sin que le provoque un terror inmenso. Sus pulmones colapsarían y caería en la inconsciencia sino lograba salir de aquí ahora. Escombros siguen cayendo desde arriba, impactando muy cerca de ella. Todo es tan rojo e intenso. Todo tan cerca y ella tan débil. Al intentar quitarse el escombro, una explosión estalló frente a ella. Empujándola hacia atrás. Sofía grita de dolor y desesperación. --Es extraño verte por estos lares. Sofía reconoce la voz en un recuerdo de su infancia. ¿Pero cómo? --Te ayudaría, pero es difícil hacerlo conociéndote. Todo lo haces tú sola, porque siempre ha de ser perfecto. Superé eso. ¿Y cómo vas?—Sofía apenas lo escucha, el dolor estalló en su pierna, desmoronando todo recuerdo o sensación de temor, únicamente el dolor azotaba su razón. Pero tenía razón, no le pediría ayuda. No por nada ella era la mejor en todo. Apenas podía si quiera moverlo un poco sin que el dolor aullara como una niña. --Encontré una curiosa caja. Cayo del helicóptero antes de que impactara contra la iglesia—él se le acerca y comienza a tirar del escombro, sin importarle los gritos desesperados de Sofía--. Eres resistente pero ya queda poco tiempo antes de que se derrumbe todo—después de varios segundos, cae desmayada. Chris la toma y la arrastra por un estrecho camino que aún no se consumía por las diabólicas llamas. Consigue salir de la iglesia sin ningún rasguño, lástima no podía decir lo mismo de Sofía. La llevo lo suficientemente lejos como para que sus pulmones respiraran un aire más limpio, en cambio él, se acercó nuevamente a la iglesia en llamas. La caja está junto a Sofía, si alguien sabía que ocultaba, era ella. Tal vez lo averiguaría dentro de unos días cuando ella despertara. Se deleita con la destrucción que presencia, una alegoría del porvenir se ocultaba dentro de esos tentáculos negros que subían al cielo. No es que le gustara ver la muerte constantemente, pero sí le maravillaba lo que ésta hacía. Tan insípido le resultaba vivir sin conocerla. A su izquierda ve a Rolando mirar con terror, puede ver claramente el brillo que le recuerda lo oculto. Ese fuego es un presagio de lo sucedido. Aún no se ha dado cuenta


de su presencia, y por los momentos decide que así está bien. Regresa junto a Sofía y la aleja de aquel lugar. Rolando despertó junto con el impacto del helicóptero. Sin embargo, a pesar de estar frente al siniestro, no puede si quiera procesar tan fantástico terror. Le es absolutamente impresionante como para moverse. Y había sucedido tan cerca. En algunas casas las luces se encienden y las personas salen a la calle, tomando la misma expresión de Rolando. Una creciente necesidad de marcharse creció de nuevo en él. Tendría que marcharse antes de involucrarse. El fuego resplandecía convirtiéndose en la única luz de aquel pueblo. Los rostros asombrados y horrorizados miraban atónitos el espectáculo en el que el miedo no permitía una comprensión detallada de lo sucedido. Sólo estaba ese fuego, como una antigua hoguera india invocando los terrores más profundos de sus corazones. Rolando, lleno de una extraña mezcla de sorpresa y ansiedad, toma el libro y se aleja del lugar. No sabe adónde ir pero su instinto le proponía escapar de todo aquello que estuviera lejos de su comprensión. Le es difícil vivir en un mundo donde lo más absurdo suele ser lo más verdadero. Donde lo más oculto y desconocido, suele ser lo más buscado. Si tan solo supieran que hay detrás de la gran piedra que les impedía ver la veracidad de las cosas, desearían como lo hacen todos al momento de morir, dejar las cosas como estaban antes. Sigue derecho por lo que él suponía era la calle principal, después de mucho caminar y de mucho evitar a las personas, se encuentra solo. Al parecer la noticia no había llegado a esta parte del pueblo. Un suave viento se desliza por el pavimento, levantando algunas hojas secas. Rolando, con toda la agitación de un fugitivo, se sienta y se recuesta en un poste de luz. El estruendo de la explosión aún sigue latiendo en sus oídos, despertarse de forma brusca no es algo que le guste mucho. ¿Pero qué habría sucedido? Creyó ver una sombra alejándose del siniestro, sin embargo, no podía asegurarlo. Quizás fuera esa ilusión del despertar, la misma que te impide distinguir la realidad de un sueño. El vacío en su estómago terminaba de llevarse sus fuerzas, seguir despierto o caminar ya no eran opciones, aún por muy confuso que estuviera necesitaba descansar. Levanta su mirada al cielo y distingue la forma en que están las nubes, expulsadas en todas direcciones, como si una explosión hubiera ocurrido en los cielos. Su mente cansada junto con su cuerpo, buscan respuestas que no podrían complacerlo del todo. No hay nuevas ideas, y sin ellas las resoluciones serían poco fiables. En el otro extremo de la calle, una parada de autobús se convirtió en el paraíso. A pesar de que la fachada estaba peor que la cara del joven chico, Rolando decidió que no había otro lugar donde pasar la noche.


Cruza sin mucho ánimo y se acuesta de igual manera, deja escapar un enorme suspiro y cierra los ojos. Tal vez mañana se acercara al lugar en llamas, le resultaba mejor las cenizas que el fuego. 6 El cantar de los pájaros lo despertó muy entrada la mañana. La calle estaba abarrotada de gente murmurando. Rolando apenas y consigue levantarse sin que varias miradas se posaran en él. Llevaba el cabello largo y desordenado, el intento de barba lo salvaba de no parecer un loco enfermo. Las ojeras se marcaban por las constantes noches de insomnio haciendo que sus ojos se vieran más profundo y vacíos, si bien las sombras lo atormentaban durante la vigilia también lo hacían en su mundo onírico. No sabe cómo llegó a poseer esta especie de maldición que no hacía más que atormentarlo con voces y sombras no existentes para nadie más. Sin embargo, había pensado o mejor dicho, había empezado a creer que los constantes juegos sádicos de su mente existían de verdad, sólo para el que cree. Si no fuera así ¿por qué existirían los videntes o esas personas que ven muertos? O incluso los religiosos. Crees en lo que no ves, pero si no creo en lo que tú ves, estoy mal de la cabeza. Una dulce ironía. La estatura de Rolando oscila entre el promedio pero su compostura flaca lo hacía ver más alto. Su piel es más oscura gracias al sol que ha recibido en sus largas caminatas. Y su ropaje, bueno, era peor que andar desnudo. Su mente está más despejada pero mantenía un único pensamiento: comida. Se levanta adolorido y camina un poco para despejar la mente y pensar en lo siguiente que debía hacer. Lhuna lo condujo hasta aquí sin motivo aparente, al parecer para ella la vida de Rolando era un azar. El sol brilla imponente sobre un cielo repugnantemente azul, Rolando siente la brisa refrescar un poco el ambiente. Cruza la calle en dirección al poste donde reposo el día anterior y le preguntó a una señora ya anciana por un lugar donde vendieran comida. Aún le quedaba algo de dinero y se podía permitir un último lujo. La señora apenas y le contesto, no podía dejar de hablar que era obra de la bruja de la esquina el hecho de que el helicóptero chocara contra la iglesia, había que quemarla como antes para que el fuego la purificara. A pesar de toda esa jerga que Rolando suponía alimentaba esa hambre de sentirse sabio respecto a la vida de los demás, consiguió la dirección de una venta de empanadas. Lo único malo de la situación de la comida, era que debía volver por donde había llegado. En dirección al siniestro. Motivado por el instinto de supervivencia, camina a paso lento por entre toda la gente. A diferencia de ayer (lo cual se debía sobre todo a la hora en que llego al pueblo) la calle estaba atiborrada de personas. Algo emocionante había ocurrido y todos querían ser partícipes de ello, o al menos inventar y hacer un


comentario ingenioso. Rolando asume que su aspecto le da cierta ventaja, al menos las personas se apartaban de su camino cuando lo veían venir. Llega al sitio del accidente, no consigue el si quiera ver el lugar donde choco el helicóptero aunque si el humo ascender al cielo, al igual que la plegaria de los santos. Esto le relaja el corazón que no dejaba de latir como un frenético loco. sin embargo, el aroma lejano de las empandas y su suculento aceite desbordándose por la servilleta lo atonta y lo hipnotiza. Comería y después se iría de ese lugar. Buscaría una alternativa por su propia cuenta. Sin importar los consejos de Lhuna. Tal vez sería eso lo que lo mantiene en esta locura, hablar con esa voz en su cabeza. <Desde que he estado aquí no has tenido ninguna recaída. --Bien, te lo debo. ¿no estabas ansiosa por comer?—se acerca al puesto de empanadas y consigue lo que quería desde hace mucho, algo de comida caliente. la vendedora lo ve de arriba y abajo y le da una empanada extra por la pinta que tenía. Rolando se aleja para comer, se sienta en uno de los bancos concentrado en lo más profundo de sus deseos. Amaba cada mordisco como si se tratara del manjar caído del cielo. Mientras la última empanada bajaba por su garganta, un perro se le acerco moviendo la cola. Cuando Rolando acercó la mano para acariciarlo, el canino emprender una carrera y se pierde entre la multitud. En ese momento Rolando cae en cuenta en que ha dejado el libro robado en la parada de autobús. Lo invade una desesperación aún peor que la hambruna de hace segundos. Corre de nuevo por donde vino, tropieza con alguno que otro mirón pero el objetivo en su mente le quitaba importancia a las vicisitudes del exterior. Llega a la parada y busca el libro, había desaparecido en su descuido. Alguien lo había tomado. Rolando se vuelve a sentar recordando todo lo que había hecho. Quizás le falta de alimento le hizo botar tan preciado objeto. ¿Pero como sabía que era preciado? Ni siquiera sabía si tenía algún valor para él, pero aún así no evitaba pensar en que debía recuperarlo. La cabeza comienza a dolerle, deseaba que Lhuna apareciera de la nada y le hiciera recordar algo que paso por alto. Pero solo silencio en los cielos de su cabeza. --¿En que momento surgió Lhuna?—Fabiola regresaba de la cocina con dos tazas de café en ambas manos, le da una a Rolando para ver si se calmaban esos repentinos temblores que le daban. Pensó que era por el frio, ya que ella también lo sentía pero pronto se dio cuenta de que eran sus propias palabras la que le provocaban los temblores. La historia de Rolando le parecía interesante, sobre todo porque su expediente era poco conciso y falto de información. Quizás esto la ayudaría a realizar una mejor terapia. Era su deber tratar a la mayoría de los pacientes y hacerlo de manera rápida ya que era la administradora del Centro de Rehabilitación. No había nada fuera del otro mundo, excepto por lo del helicóptero. Aunque le interesaba mucho saber quiénes eran Chris y Sofía y más aún cómo fue que Rolando los conoció. Fabiola temía


que él hubiera creado toda esa situación, ya que no existía manera razonable de explicar cómo sabía él lo que sucedía en el helicóptero estando dormido. ¿Sería un sueño? Eso cabría como una explicación. Simbolismos, de eso se trataba su historia. Ahora le importaba saber de dónde provenía Lhuna o en qué momento nació ya que parece muy importante para las decisiones de Rolando. --No lo recuerdo con claridad, vino a mi cuando era niño. Hay partes de mi niñez que no recuerdo. Son pequeños pedazos que suelen aparecer en sueños, como: una gran habitación llena de camas, un hombre de lentes espeluznante que parecía tener miles de años a cuesta—sorbe un trago del café caliente. Disfruta de ese intenso sabor en su boca, las manos le vienen temblando desde hace rato, quizás sería el frío, había caminado mucho aquella noche, justo como en los viejos tiempos. Al parecer un espectáculo ocurría en la Plaza Bolívar de San Casimiro—Ahora me doy cuenta de muchas cosas, Lhuna es la única escapatoria a toda mi vida, era esa conciencia que me mantenía cuerdo y funcionando. Todo lo que he visto, escuchado y sentido me destruía constantemente, tan íntimo que yo lo tomaba como verdadero. --Si sigues así me quedaré sin trabajo—comenta intentando suavizar las confesiones de Rolando, Fabiola quería trabajar con su razón y no con sus sentimientos, éstos son muy inestables e impulsivos y deseaba crear en Rolando una especie de orden que lo mantuviera organizado al menos por un tiempo, por lo que le cuenta, su vida ha sido tan agitada como las olas de un mar bravío. Deja la taza de café a un lado y se distrae con el ruido de afuera. Se siente incómoda en este sitio, no notó hasta ahora que solo llevaba la bata de dormir de su madre. Duda mucho que él se haya dado cuenta, la manera en que se sumergía en sus historias le recordaba aquella época de acné y falta de desarrollo y la manera de los chicos de rechazarla. Aún ahora conservar en su interior algunas marcas de esa juventud que moría con cada nueva responsabilidad que su madre le daba. Eso la impulso a estudiar psicología. El desarrollo pasó por ella sin ser tan cruel. Su rostro había adquirido un tono más firme, moldeando así esos regordetes cachetes que heredó de su abuela aborigen, le habían crecido los senos y se sentía muy bien con ellos a pesar de que su trasero carecía de proporción. A veces, como si se tratara de un truco de magia, su piel parecía clara y otras veces oscura como el origen de la civilización de Venezuela. Su espíritu alegre y perseverante la condujo a madurar a una velocidad increíble. Gracias a esto, se encuentra en San Casimiro administrando una de los tantos Centros de Rehabilitación que su madre tenía por todo el país. --De todas maneras, una de las razones por la que vine es más extraña que mi supuesta enfermedad. De verdad, intenté creer en todo lo que me dijeron en el Centro, sin embargo, a cada momento me doy cuenta de que hay algo mal en el mundo. Como si existieran huecos que las personas ya no pueden percibir. Y después estoy yo, observando el espacio en los vacíos—pone la taza junto a la de Fabiola--. En fin, quiero preguntarte algo. --Antes de que lo hagas, me gustaría ponerme algo más abrigado—Rolando ve como se pierde en el interior de la casa, pasan varios minutos y regresa con una chaqueta de


cuero, se recogió el cabello y le pareció más adulta que él—De acuerdo, tus preguntas serán contestadas. --¿Tu padre está muerto?—Fabiola se humedece los labios, maña que adquirió el día en que su padre murió y las personas daban sus condolencias, hace mucho que nadie se lo preguntaba y a pesar que los años habían pasado, todo lo relacionado con su padre siempre alborotaba el panal de nervios, odiaba sentirse así—Necesito saberlo. --Él…sí. Murió cuando yo tenía cinco años—su lengua arropa primero su labio inferior y después el superior. Podía sentir el sabor a lápiz labial en ese pequeño pedazo de carne. Asqueroso--¿Por qué preguntas? ¿Cómo supiste? --Muy bien, creo que ya voy entendiendo cómo funcionan las cosas. Lo que no entiendo aquí lo entiendo en mis sueños, el simbolismo de las palabras adquieren masa y consistencia mientras duermo—hablaba para sí mismo, ignorando por completo la curiosidad de Fabiola—Aunque no creo que sea un riesgo que deba soportar, no puedo seguir soñando o terminaré más loco. Las cosas no han empeorado, tal vez nada sea tan malo. --De verdad que sabes como intrigar a una mujer—Fabiola, en su descuido, se incluía en la terapia de Rolando, cosa que no le gustaba para nada. Una de sus mayores destrezas era no crear vínculos con las personas, aunque no por eso estaba sola, arriba hay un Dios al que siempre se encomienda. Era bueno que él divagara en sus propios pensamientos e ideas, sin embargo, ha de estar muy atenta para no perder el sentido de la lógica de sus palabras. Al menos había creado varios puntos sobre los cuales tratar: Tártaro, que él lo reconocía como su hogar, sus sueños que al parecer no les eran placenteros y la expectativa de un suceso, lo más probable fuera de ese que hablaba el libro que robó. Lamentaba que Rolando estuviera enfrascado en la idea de que no estaba enfermo, la carencia de reconocimiento hace difícil la absolución del pecado. Se propuso asi misma conducirlo hasta que él encontrara la puerta que lo liberaría, ya después, sólo cuando la sanidad anidara en su mente, le preguntaría como sabía lo de su padre, a sabiendas de que ni ella misma quería saberlo--¿Por qué temes dormir? --Porque no son sueños los que vienen a mí—dejó el trance y le prestó atención, debía controlar el uso de sus palabras, bombardear una mente escéptica con las perspectivas de una verdad histórica es como golpear un bebé recién nacido. Así de brutal es. --Entiendo. Nos hemos desorganizado y eso no va conmigo. Te he dejado llevar las riendas de tus propios pensamientos pero ahora es mi turno de crearles un canal de un único sentido. Retrocedamos y vayamos poco a poco, ¿vale?—Rolando asiente sin muchas ganas, en su mente las hipótesis sobre lo que sabía no dejaban de estallar y clavarse por todo su cerebro. ¿Sería esto lo que había buscado durante toda su vida? Un montón de momentos incomprensibles. Al final de cuentas, no existía una dirección en el destino, sólo caminos entrecruzados entre las millones de almas existentes. Rolando ansiaba que su búsqueda diera resultados, que le mostrara un poco de respeto por su arduo trabajo. Muchos se pasan la vida existiendo pero pocos buscan comprender su


existencia. Rolando era más que un simple error de laboratorio, tenía un poder dentro de él que aún no decidía si era bueno para él o para los demás—. Lo que me contaste antes de que escaparas, sobre tu niñez, ¿es lo único que recuerdas con claridad? --Sí, a veces recuerdo el sabor salado de las aguas de mar y en otras veces recuerdo a mi padre llorando. ¿Crees que tenga alguna conexión? --Es difícil saberlo en estos momentos, pero lo único de lo que estoy segura es en desenterrar tu infancia para así encontrar las pistas para entender de donde vienes. Es un viaje largo para una sola noche, ¿crees que es posible volver al Centro? --No, solo tenemos esta noche. Mañana todo el mundo cambiará. --Está comenzando a molestarse ese misterio tuyo sobre lo que acontecerá, soy creyente y gran parte de mi vida se basa en creer que sobrevendrán cosas increíbles y extrañas. Pero una cosa es Dios y otra es el hombre, si sabes algo dímelo. --Al principio te dije que al parecer todo comenzaba con una profecía, eso es mentira. La historia es un ciclo que se repite. Lo sucedido en Valle de Guanape es algo que ocurrirá en este pueblo. No sé de que manera, pero se hará bajo la misma orden. Por eso necesito contarte lo que me sucedió para yo mismo entenderlo. Estoy en un periodo de lucidez esplendido y no quiero perderlo. --Rolando, no creo que…Bueno, aprovechemos este periodo de lucidez si es que se le puede decir así. Pero yo llevo el control. ¿Qué hiciste después de saber que habías perdido el libro?


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.