Playas frías

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Playas frĂ­as. Una historia de la playa y el turismo en Asturias

Arturo Truan, 1910


Domicilio: Calvo Sotelo, 7 / 33007 OVIEDO / Apartado de Correos 233 / 33080 OVIEDO Teléfono 98 527 97 00 / Correo electrónico: lne.redaccion@epi.es / lnepublicidad@epi.es ● GIJÓN: Teléfonos: 98 534 24 73 - 98 535 61 45 / Fax 98 534 52 73 ● AVILÉS: Telf. 98 552 06 88. / Fax 98 552 13 12 ● MIERES: Telfs. 98 546 14 16 - 98 545 24 21 / Fax 98 545 26 09 ● LANGREO: Telfs.98 56736 75 - 98 569 76 57 / Fax 98 569 88 12 Depósito Legal O-2-1958 (Edición General), AS-751-2001 (Edición de Gijón), AS-752-2001 (Edición de Avilés), AS-753-2001 (Edición de las Cuencas), AS-754-2001 (Edición del Occidente), AS-755-2001 (Edición del Oriente), ISSN 1131-8279 (Edición General), 1136-1557 (Edición de Gijón), 1131-8244 (Edición de Avilés), 1136-4955 (Edición de las Cuencas), 1577-4910 (Edición del Oriente), 1577-4902 (Edición del Occidente)

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Una cierva, con su cría.

Junio

Efemérides

2011 SEMANA 25

DOMINGO

26

Faltan 89 días para el otoño.

Santos: Pelayo y Salvio. «Día internacional de apoyo a las víctimas de la tortura».

Sucedió en Asturias. 1731: Nace en Candás el arquitecto Manuel Requena González. 1881: Nace en Herencia (Ciudad Real), Juan Pablo T. Gallego Catalán, maestro, escultor y pedagogo que desarrolló sus actividades docentes en Asturias. 1985: Se clausura el X Congreso Español de Patología Digestiva y

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Nutrición, cuyas jornadas de trabajo se desarrollaron en Oviedo y Gijón. Y además: 1987: El poeta y ensayista mexicano Octavio Paz obtiene el I premio internacional «Menéndez Pelayo». 2003: El Tribunal Supremo de EE UU declara inconstitucionales las leyes que castigan la homosexualidad.

Cervatos Tienen lugar los últimos partos de las ciervas. Cada hembra alumbra un sólo cervato; el nacimiento de gemelos resulta excepcional, de manera que la mayor parte de las observaciones de hembras acompañadas por dos crías no responde a esa circunstancia sino a la adopción de un cervatillo ajeno. El período de lactancia tiene una duración de cuatro o cinco meses.

El trasluz

Playas frías El verano de Asturias es de «Playas frías». Desde hoy y durante los próximos 12 domingos el historiador Juan Carlos de la Madrid, autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias», contará 13 episodios sucedidos en nuestras playas desde que, a mediados del siglo XIX, comenzaron los medicinales veraneos de la burguesía en la costa. Serán relatos de distinto tono, de jocosos a novelescos, que avanzarán hasta los tiempos del turismo y que sustituirán durante el verano la sección «Un momento vital».

Juan José Millás

El día que naufragó Clarín Un galernazo de 1889 puso en peligro la vida del escritor en Salinas

Juan Carlos DE LA MADRID Hacía una semana que el tiempo tormentoso no abandonaba la playa de Salinas. Mitad de mes y tiempo zorro. Días de relevo de bañistas de la segunda quincena del agosto de 1889. Clarín estaba recién llegado, cuando muchas otras familias postineras habían abandonado ya la joven colonia, que medraba cada año con nuevas casas y nuevos colonos. Gentes de vida sencilla, en sociedad casi familiar, disputando la arena a la Real Compañía Asturiana de Minas. El verano era tiempo de relajación, de quitarse de encima las convenciones sociales vetustas, tiranas y completamente inútiles entre dunas y junqueras. Pocas emociones. Sólo se buscaba tranquilidad y régimen de retiro y estío. Baño por la mañana, tertulia por la tarde en el parque de la Viuda de Galán, en los soportales de las Cuatro Casas, en el salón de recreo de Benito González o en los billares de la fonda. Más tarde, excursión a los pueblos cercanos para reunirse, al caer la noche, en la tienda de Manolo, donde el tintineo de las caballerías enjaezadas con

campanillas y adornadas con gualdrapas anunciaba la llegada del coche-correo de Avilés. Un verano que sesteaba al borde de Pinos Altos. No se conocían grandes sobresaltos. Tan sólo hacía dos años que la playa había adquirido verdadera carta de naturaleza como estación de baños, con la apertura del balneario. A través de tan respetable y efímera construcción llegamos, aunque parezcan caminos extraños, a la familia Alas, ya que, cuando digo Clarín, me refiero, por supuesto, a Leopoldo Alas. Pero no sólo a él. Leopoldo se hizo veraneante de la playa de Salinas a través de su hermano mayor, Genaro. Fue Genaro Alas, militar de profesión, un hombre ilustrado, respetado e influyente en la sociedad de la época. Hasta ella llegaron sus proyectos, canalizados por prestigiosas instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, aventados por la prensa, regional o madrileña, o por la revista «Asturias», que él mismo dirigió en su segunda época. Sin ser profesor universitario, fue uno de los catalizadores necesarios para que Salinas se convirtiese en la playa de la Universidad de Oviedo. Lugar que la más gloriosa grey de profesores de toda la historia de la institución utilizó de laboratorio para poner en práctica sus ideas krausistas, vinculadas a la Institución Libre de Enseñanza. Solar de descanso, pero también de prédica de ideas de renovación pedagógica a niños pobres o terreno para futbolistas pioneros y

La colonia de Salinas «forma» delante del flamante balneario. Una parte de ella salió a la playa para ver el naufragio de Clarín (reproducción de libro «Aquellos maravillosos baños»). En la imagen superpuesta, Leopoldo Alas, «Clarín», hacia 1885 (archivo LA NUEVA ESPAÑA).

anglófilos. En fin, que Salinas fue el paraíso donde el talento del Grupo de Oviedo, se paseaba cada verano sin calcetines. Genaro Alas fue uno de los descubridores de la playa e impulsor de la colonia al convertirse también en uno de los primeros empresarios de sus negocios cuando, en sociedad con el entonces arquitecto de la Diputación Javier Aguirre, construyó el balneario de Salinas, inaugurado el día de San Pedro de 1887. Así empezó todo. Pero no conviene despistar. Recuerden que les habló de un naufragio y del otro Alas, Clarín. Lo del naufragio no es una licencia poética, ni la alusión a algún episodio de su vida profesional, naufragios de esos no tuvo. Se trata de uno de verdad. Sucedió el 19 de agosto del ya citado año de 1889, cuando Rogelio Segovia vino con su bote de vela desde San Juan de La Arena, acompañado de dos marineros. Clarín embarcó en Salinas con su amigo Álvaro Ponte. Los cinco pusieron proa a San Juan. Se trataba de dar un paseo como tantos otros con los que acostumbraban a surcar las aguas de El Espartal. Cuando estaban rumbo a la barra de la ría de Avilés, la proa al paralelo del cabo Covallonga, de no se sa-

No pasa nada, ¿o sí?

be dónde salió un viento noroeste huracanado que empezó a zarandear el bote con violencia y a embarcar agua sin descanso. Como pudo, el patrón arrió la vela que amenazaba con arrastrarlos al fondo del mar y puso rumbo a la orilla para embarrancar el bote en la playa. El galernazo llenó el bote de agua, inclinándolo por la mura de don Leopoldo quien, ya descalzó y aferrado a la barca, veía cómo sus dos amigos se lanzaban por proa, al tiempo que los marineros intentaban un achique imposible. El naufragio se consumó. Barca a la deriva y desbandada de tripulantes que, torpes y nerviosos, intentaban librar batalla con las aguas, unos más duchos que otros en las artes natatorias. Finalmente el pequeño velero acabó embarrancando, tal y como se pretendía. Clarín, perdidos sombrero y anteojos, pudo saltar al agua, que le cubría por la cintura, y así ganar la orilla. Allí media colonia se había arremolinado para ver el naufragio. El acontecimiento del verano. Llegó incluso hasta la prensa madrileña, que temió por la vida del literato en gacetillas varias, llenas de «gracias a Dios», «menos mal» y «por fortuna». Su vida quedó a salvo, por fin. La otra vida, la del pueblo estival, se alteró, pero no tardó en recobrar el pulso de las tertulias del parque de Galán y de Casa Manolo, donde, desde entonces, adornada por la banda sonora de las campanillas del coche-correo, se contó la aventura del día en que naufragó Clarín.

S

e llama «deuda indigna» a la que se produce cuando el prestamista sabe que el hipotecado no podrá saldarla. Quiere decirse que no merece ser devuelta. También es nula de derecho la conocida como «deuda odiosa», que es la que un banco otorga a un gobierno ilegítimo. Decimos esto porque, pese a ser evidente, se habla poco de ello. Hasta el estallido de la crisis, los bancos produjeron deuda indigna por un tubo. Un capitoste de la central telefoneaba a un director de sucursal y le decía: –Muchacho, tienes que conceder cien préstamos hipotecarios antes de enero, de otro modo nos quedamos sin las recompensas de fin de año. El director de la sucursal se apostaba entonces a la puerta del banco y, en una especie de atraco inverso, invitaba a entrar al primero que pasaba. Aunque el primero que pasaba ganaba 1.000 euros al mes, el ejecutivo le convencía de que podía meterse en un préstamo de 850. –Dé usted una vuelta por el barrio, busque un piso que le guste y nosotros le prestamos el dinero para que se lo compre. –Pero oiga, si sólo gano 1.000 euros. –Mil euros son una fortuna, hágame caso, no pierda por timorato la oportunidad de su vida. La casuística es abundante. Pese a que ya entonces el Banco de España avisaba un día sí y otro también de que la vivienda estaba sobrevalorada en no menos de un 30%, los bancos privados efectuaban tasaciones disparatadas. –Si usted no puede hacer frente a los plazos –informaba el ejecutivo bancario–, no pasa nada. Vende el piso por un 20% más de lo que le costó y todavía se gana un dinero. Se lo quitarán de las manos. No pasa nada. Sí pasaba. Está pasando ahora y no sabemos cuánto durará la procesión. La deuda privada tiene el tamaño de un tsunami, que aún se encuentra en fase de coger carrerilla para inundarnos a todos. Gran parte de los indignados del movimiento 15-M pertenecen seguramente a familias sometidas a deudas indignas. Tales deudas se deberían revisar porque, como las odiosas, no obligan o no deberían obligar al deudor.


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Una gaviota patiamarilla en una playa.

Julio

Efemérides

2011 SEMANA 26

DOMINGO

3

Faltan 82 días para el otoño.

Santos: Tomás, Trifón, Heliodoro y Dato.

Sucedió en Asturias. 1883: Se constituye en Gijón la sociedad anónima por acciones La Salvadora. 1898: Fallece en la batalla naval de Santiago de Cuba Fernando Villamil, teniente de navío al mando del destructor «Furor». 1917: Nace en Oviedo el médico y escritor Carlos Rico-Avello Rico. 1927: El

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Real Oviedo FC organiza un festival «taurómaco-deportivo» en la plaza de toros de la capital asturiana. 1948: Nace en Infiesto Luis Benigno Martínez Noval, que fue secretario general de la Federación Socialista Asturiana y nombrado ministro de Trabajo el 27 de mayo de 1990.

Temporada de playa El verano llena las playas de bañistas e, inevitablemente, de desperdicios al final de cada jornada. Las gaviotas patiamarillas lo saben y acuden cada atardecer a rebuscar en la arena restos de comida. Es una cena fácil y siempre hay algo aprovechable. Las más hambrientas inician la búsqueda primero.

Playas frías

El trasluz

La «imaginaria» supera a la realidad

Una peineta inesperada

Un centinela del cerro de Santa Catalina, en Gijón, salvó en 1869 de morir ahogada a una niña y acabó en la cárcel por abandonar la guardia

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Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

No me pregunten la razón, pero desde siempre es sabido que a la vigilancia nocturna que se hace por orden, custodiando cada dos horas un dormitorio militar, se la llama «imaginaria». También el centinela que la realiza es un «imaginaria». De eso va este relato. La historia real de un imaginaria o, más bien, de un simple centinela. También va de la playa, no se apuren. Los hechos remiten a Gijón y al muy lejano año de 1869. La fecha suena a tiempos remotos, pero, a pesar de todo, la playa era usada como recurso medicinal y de ocio desde hacía tres décadas, por lo menos. Cerca de 1840 los usos sociales de la playa de Gijón eran ya conocidos. Se sabía entonces que la brisa marina y el salitre acuático reportaban beneficio para la salud, y bañistas de Gijón y de otros lugares acudían a remojar pálidos cuerpos blandos en las aguas del solar de Jovellanos. Las autoridades lo sabían y empezaban, también por aquellas fechas, a tomar medidas. Los cuerpos al aire, sobre todo a su aire, no eran costumbre. Había que organizar los baños, no fuese el diablo que algún michelín o cosa peor se saliese de un bañador o se transparentase bajo las telas mojadas, que ya se sabe las malas pasadas que juegan las aguas sin control. Pero para control, el de seguridad era prioritario. No se tomaban los baños de cualquier modo, ni, sobre todo, en cualquier sitio. Tras la iglesia de San Pedro era el más tradicional; sin embargo, era también el más traicionero. Tan traicionero que el baño se prohibió allí, por orden judicial, en varias ocasiones y desde fechas tan tempranas como 1842. Pese a todo, siguió practicándose, a pesar de los muchos percances que acarreaba. Entonces eran muy pocos los que sabían nadar y, un verano sí y otro también, algunos vecinos tenían que lanzarse, con prisa y con lo puesto, a sacar (si había suer-

Juan José Millás

Arriba, los soldados en la playa de San Lorenzo retratados por Arturo Truán, aún en el siglo XIX (Museo del Pueblo de Asturias). A la derecha, la iglesia de San Pedro, que, como se ve en esta foto de Joaquín García Cuesta, llegó a ser el eje de los baños en Gijón mucho tiempo después de los hechos que aquí se narran. HISTORIA DE LA FOTOGRAFÍA EN GIJÓN

te) a más de un apurado bañista que ya estaba rezando sus oraciones a un San Pedro que tan a mano tenía. El mar es lo que tiene. Es para expertos. Los peritos de entonces, quienes lo conocían bien, sabían que hay dos normas respetadas por todo marinero asturiano desde tiempo inmemorial: 1.ª «Pa no marease, no embarcase». 2.ª «Pa no ahogase, no bañase». La primera, para algunos, no tenía posibilidad de elección. La segunda, para muchos, era un riesgo que la moda incitaba a correr cada vez más. Al tratarse de un asunto de moda, lo que entonces no se estilaba era bañarse en la playa de San Lorenzo, un despoblado lejos de la ciudad y del prestigio social, al que no era recomendable acudir ni para bañarse. Si había que ponerse en remojo, se iba, además de a las playas al occidente del cerro de Santa Catalina (Pando, Jove, El Paredón, El Cascayo, La Gloria y El Natahoyo), a aquel lugar traidor, pero de natural remanso, oculto de miradas indiscretas, que, ya saben, dio en llamarse «tras la iglesia».

Entre la peña de Santa Ana y la batería de San Pedro. De modo que, por el castrense camino de la batería, llegamos de la realidad a la imaginaria. Fue, ya se dijo, en 1869. Una niña jugueteaba en los dominios de Neptuno y, en un descuido de ambos, una ola se la tragó. El centinela de la batería contempló la situación y, no sé muy bien si pensándoselo o sin pensar, se lanzó a salvar a la niña. Cosa que logró. La historia, sin embargo, no tuvo final feliz más que para la cría, que pudo seguir bañándose al año siguiente, pero el soldado acabó con sus huesos en presidio. Sólo por abandonar un instante y para salvar la vida de aquella criatura el puesto de guardia que le habían confiado. Bañarse tras la iglesia era peligroso, sin duda, pero más peligroso que el baño era prestar servicio en aquel ejército. Una institución que llegó lentamente a ser un Ejército Nacional, a partir de la superación del viejo Ejército Real, pasando por el Ejército Regular que cuajó durante la primera guerra carlista. Su servicio militar, las quintas, podía alcanzar los siete u

ocho años, sobre todo, para los más pobres, que no se podían permitir el pago de un sustituto. Durante ese tiempo la vida de la milicia se hacía en descampados, edificios arruinados y, no pocas veces, en el campo de batalla de las muchas guerras que atravesaron esos años. Tenía un régimen disciplinario tan duro que el episodio de la niña era un juego de ídem comparado con el régimen de castigos previsto por los reglamentos disciplinarios, por ejemplo, atravesar la lengua por blasfemar. En fin, que lo peor de toda esta delirante historia «imaginaria» es que fue absolutamente real. En la disparatada y más antigua antología de las anécdotas cuarteleras se cuentan todo tipo de relatos de arrestos inverosímiles a personas, objetos o semovientes. Por ello nada debe extrañar este episodio del centinela mandado a presidio por arriesgar su vida para salvar la de una niña, distrayendo sólo un momento su guardia. Alguna potencia extranjera, constantemente al acecho, podría haber atacado Gijón en aquel instante.

esde el ventanal de la cafetería veo a una chica que tiene aparcada su moto (muy grande) en la acera. Ha abierto el cajetín de la parte de atrás, del que ha sacado un casco en el que introduce su cabeza. La operación lleva su tiempo, por la melena, que ha de recoger previamente de un modo especial. La chica actúa sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Creo que le gustan los ritos previos al arranque y que se gusta a sí misma. Da la impresión de moverse para un público imaginario (¿o me habrá detectado?). El casco, de color negro, tiene algo de ataúd en la medida en que resulta hermético. Recuerda también la cabeza de un insecto, no una mosca, quizá una libélula. La sensación se acentúa porque ella es muy delgada, sólo le faltan un par de alas frágiles. El camarero trae mi gin tonic de media tarde y cuento hasta 30 antes del primer sorbo, para dar tiempo al hielo. La chica se monta ahora en la moto, introduce la llave, hace un giro y se enciende la luz, pero el motor no arranca. Desconcertada, apaga la luz para evitar un consumo inútil de batería y vuelve a intentarlo con idénticos resultados. Así hasta cuatro veces. Se baja de la moto, se quita el casco, se ordena la melena, enciende un cigarrillo y mientras fuma observa a la moto como intentando comprender su psicología. Parece comunicarse mentalmente con ella, como si le dijera: «Te doy el tiempo de un cigarrillo para que reflexiones». Ni idea de lo que le responde la moto, que permanece ensimismada y bella en sus cromados mudos. He dado ya cuatro sorbos a mi gin tonic, todos muy pequeños. El hielo, de muy buena calidad, aguanta. Tras acabar el cigarrillo y deshacerse de la colilla en una papelera, la chica vuelve a montarse en la moto e intenta arrancarla de nuevo sin colocarse el casco. Aunque el motor se pone en marcha a la primera, ella no hace gesto alguno de satisfacción, como si todo fuera normal. Tras esperar el tiempo que yo he tardado en dar el primer sorbo (unos treinta segundos), y sin bajarse de la moto, se coloca el casco con gestos idénticos a los de la primera vez, libera a la máquina de la pata de cabra, y baja con suavidad de la acera. Una vez en la calzada, se vuelve hacia mí, me hace una peineta y se pierde. Pido otro gin tonic.


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Billete de vuelta

La caballería Francisco García fgarcia@epi.es

N

o recuperados aún del herraje en fusión fría de los cascos del asturcón de la Caja, ni de la irrupción en la política regional, ligera de Cascos, del caballo de Atila, se nos rebrinca ahora en Gijón el Club Hípico, el histórico Chas. En esta ciudad

nuestra haces Chas y de inmediato aparece a tu lado un inversor multimillonario dispuesto a moverle la silla de montar al vecino. Empresarios madrileños y asturianos vinculados al mundo del caballo (en su acepción equina) están dispuestos a inyectar 16 millones de euros en vena hípica para darle un

vuelco a las instalaciones del centro ecuestre. Si salta la valla un nuevo grupo empresarial podría ser porque el proyecto de Essentium no era caballo ganador, sino cebra pintada de alazán. Pero todo se andará. Líbrenos Dios de los proyectos faraónicos con arrancada de caballo y parada de burro.

El trasluz

Playas frías

Mensaje en una botella La despedida de un náufrago en Gibraltar hallada en la playa de Ribadesella en abril de 1895

Una credibilidad de risa Los empleados de Murdoch que mantuvieron vivo el móvil de una niña muerta

Juan José Millás

E

Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Tarde o temprano la mar acaba devolviendo todo. Lo lanza a la arena. Y allí lo deja por si a alguien le pudiera interesar. En este caso la arena estaba en Ribadesella, en la playa de Santa Marina. Como en una vieja novela de Alejandro Dumas, como en una lejana playa de las islas de Robert Louis Stevenson, una botella salió al camino de un paseante que, el 8 de abril de 1895, encontró en su panza una nota manuscrita con lápiz difuso y pulso nervioso: «10 de Marzo; 9 de la noche. Sin esperanza de salvación. A 12 millas del bajo Aceiteras. El Segundo del “Reina Regente”». Parecía escrito en clave, pero ese nombre y esa posición eran datos suficientes para darse cuenta de la importancia del hallazgo. Hacía un mes que se buscaba aquel barco, perdido la madrugada del 9 de marzo en las costas atlánticas del estrecho de Gibraltar. Eran sus primeras noticias, nada menos que en Ribadesella. El Ayudante de Marina, consciente de la trascendencia de la noticia, hizo salir el texto para Madrid en forma de telegrama al Ministro del ramo. Y allí empezó la historia hacia atrás. Aunque es éste un relato de playa, no lo es de bañistas. Nadie imagine leyendo tan trágico mensaje a señores con bañador a rayas horizontales o señoras a punto del desmayo, lastradas por calabazas y escoltadas por bañeros. En esas fechas la playa de Ribadesella, la de

uso y disfrute de bañistas, era La Atalaya, Santa Marina parecía tan sólo un arenal kilométrico, limitado por marismas y ayuno de cualquier uso social. Fue ese mismo año cuando los marqueses de Argüelles pusieron sus ojos en las posibilidades de la playa, en su poder de atracción de un turismo elegante y en la capacidad que ese turismo tendría de revalorizar terrenos hasta entonces en muy discreto cultivo, en barbecho o en el olvido. No fue hasta tres años más tarde, con la construcción del puente metálico que conectó el arenal con la villa, cuando la playa tuvo oportunidades de empezar a nacer como estación balnearia. Era 1898; el año del Desastre. De lo que ahora hablamos es de otro desastre, de una escala menor, de ese tamaño que pone cara a las tragedias. La botella custodiaba la confirmación que nadie hubiese querido encontrar, pero que todos esperaban tras un mes de infructuosa búsqueda: el «Reina Regente» había naufragado. Aquella nota fue la primera prueba para ir componiendo el relato de las últimas horas que tan desgraciado buque pasó en algo así como una postrera y fatal misión diplomática. Todo empezó en Tánger. Hasta allí había llegado «La Regente» transportando una delegación marroquí demasiado incómoda ya en Madrid. Los embarcaron en un buque vistoso y «musculoso», dejando ver a los magrebíes que, como era demasiado frecuente en aquellos tiempos, en cualquier momento la política podría continuar por otros medios. Así fue ele-

En la parte superior, el naufragio del «Reina Regente» visto por «La Ilustración Ibérica». Sobre estas líneas, botella de agua de Mondariz en el siglo XIX.

gido este crucero protegido de primera clase, nacido británico en 1888, que movía a unos 15 nudos sus 4.664 toneladas, 23 piezas artilleras y 5 tubos lanzatorpedos y llegaba a tener hasta 12.000 millas de autonomía. Dicen los que lo conocieron en la mar que hacía una línea elegante y muy marinera, coronada por dos airosas chimeneas. Buena estampa para la rada de Tánger. Aunque más de uno advirtió allí del mal tiempo para zarpar a Cádiz, la política, de los símbolos y de la prisa, mandaba. Con los marroquíes en tierra, el buque había de hacerse a la mar y abandonar aquel puerto cuanto antes. Así que levó anclas, dobló el muelle viejo y puso rumbo Noroeste en busca de Cádiz. La narración de lo que falta se torna aquí confusa. El embajador de España en Tánger y Monsieur Malpertuy, del consulado francés,

vieron por sus gemelos cómo, en borrosas imágenes, el barco se detenía a tres millas de la costa y un buzo bajaba a hacer reparaciones durante media hora. Era mediodía y el buque puso rumbo a un horizonte que se lo tragó, entre espantosas ventoleras y olas de más de doce metros. Se dice que no resistió un fortísimo temporal del SW que lo sorprendió al rebasar el Cabo Espartel. Zozobró, sin gobierno, por fallo de la máquina o el timón. 412 muertos. Ni un solo cadáver fue recuperado. Nada quedó, salvo un perro terranova, rescatado por un buque inglés, y la nerviosa nota del capitán de fragata Francisco Pérez Cuadrado, que llegó hasta Santa Marina. El recuerdo de los muertos yace en un lugar indeterminado bajo las aguas. Hasta hoy. He aquí la historia novelesca de un naufragio avisado por un muerto. La narración del viaje de unas letras borrosas, que fueron a morir a la playa, junto al último pensamiento de aquellos marineros, que el Atlántico trajo de Trafalgar a Ribadesella, en una botella corchada de agua de Mondariz. Lo único que la mar quiso devolver. Hoy no quedan más que las noticias del pecio de «La Regente», pasto de caza tesoros, y ese débil recuerdo de un buque, convertido en fantasma por el ingenio popular, en una coplilla que se cantó durante años en las costas de Cádiz: ¿Qué barquito será aquel que llega dando tumbos? Será el «Reina Regente», que viene del otro mundo.

l móvil ha devenido en una especie de constante vital, que los padres utilizan para conocer el estado de salud de sus hijos. Si a las cinco de la mañana del sábado estos no han vuelto a casa, les llaman. Lo más probable es que nadie responda, pero los significados de que el teléfono suene o de que esté apagado son distintos. Cuando el contestador, por ejemplo, tarda un segundo en hablar, quiere decir que su usuario está en el metro, quizá de camino a casa. Los padres de hijos adolescentes han aprendido a interpretar cada uno de los movimientos del teléfono móvil con una precisión sobrecogedora. Si a las cinco o las seis de la madrugada la cama del hijo o de la hija continúa vacía, los dedos se tornan huéspedes. Pocas cosas en este mundo producen tanta ternura como el desvelo de fin de semana de los progenitores. Cuando el adolescente llega, a las seis o las siete, con ganas de desayunar, se dan por bien empleados todos esos desvelos. Leo que unos periodistas de las empresas de Murdoch mantuvieron artificialmente vivo el móvil de una niña muerta en busca de informaciones sensacionalistas con las que llenar de basura su periódico y las cabezas de sus lectores. No sé cómo lo harían, pues sin duda se requiere cierta habilidad técnica. El caso es que pincharon el teléfono para ver si había mensajes. A veces, ellos mismos los dejaban y, cuando el buzón estaba lleno, se ocupaban de vaciarlo. Tal actividad hizo deducir a la Policía y a los padres que la niña se encontraba viva. Jugaban, en fin, sin escrúpulos con la esperanza de una pareja que se pasaba las noches en vela, interpretando cada ruido de la casa vacía, por si era la hija que regresaba. El periódico para el que se cometía tal vileza era «News of de World», que el propio Murdoch ha decidido cerrar, dice que porque ha perdido credibilidad ante los lectores, pero es mentira: lo que ha perdido es la cartera de anunciantes. La credibilidad, a esta gente, le importa un pito cuando se venden dos millones y medio de ejemplares. A alguien capaz de pinchar un teléfono en esas circunstancias, y de jugar con su buzón de voz sin pensar en el dolor de la familia, le da lo mismo la credibilidad. Murdoch ya daba un poco de asco como magnate. Como periodista, es vomitivo.


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Un rorcual común.

Julio

Efemérides

2011 SEMANA 28

DOMINGO

17

Faltan 68 días para el otoño.

Santos: Alejo, León IV, Generoso y Jacinto, y Nuestra Señora de la Humildad.

Sucedió en Asturias. 1945: Nace en Gijón el abogado, economista, político y asesor de empresas Jesús María Fernández Valdés, ex-concejal del Ilustre Ayuntamiento de Gijón y ex-consejero de Industria del Gobierno del Principado. 1958: Fallece en Madrid Ramón Sarabia Barbero, religioso redentoris-

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce ta, músico y literato, nacido en Pola de Lena en 1875. Y además... 2002: El Ejército español desaloja militarmente a los soldados marroquíes instalados en la isla de Perejil. 2008: Los Reyes entregan al ex presidente Adolfo Suárez el Toisón de Oro.

Temporada de gambas Los rorcuales comunes se acercan a la costa durante los meses de verano. En esta época se alimentan sin cesar, de pequeños peces, calamares y, sobre todo, de pequeñas gambas de apenas tres centímetros de longitud, que ingieren en grandes cantidades: hasta una tonelada diaria.

El trasluz

Playas frías

Las grietas de la lengua

La moral en el lodo En el verano de 1900, un concejal decidido a bañarse con su mujer y sus hijas infringió el orden social y trajo el escándalo al arenal de Barro

P

Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Esto del lodo sucedió en Barro. Llanes. Paraje de postal, como muchos del Oriente asturiano donde, al acabar el siglo XIX, la playa fue lugar de controversia social por el desahogado uso que de ella hacían algunos bañistas. Había que tener cuidado. No se podía bañar uno, y mucho menos dos, en cualquier sitio, ni de cualquier forma. En aquel verano de 1900, los sitios y las formas estaban perfectamente descritos en las ordenanzas municipales. También en las de Llanes. Esas ordenanzas de entonces, en todos los pueblos, prohibían el baño mixto. Era condición indispensable desde que la playa, todas las playas, se habían incorporado a la vida social. Si eran una prolongación del paseo y del asueto, había de hacerse guardando las mismas seguridades morales con las que esas actividades se realizaban en la vida diaria y en medio de la ciudad. Claro que, en mitad de arenales por entonces semisalvajes, eso era más difícil. Confundirse con las olas, siempre por motivos de salud, implicaba proveerse de trajes acorazados, incapaces de modelar la figura, de resaltar curvas o protuberancias molestas, de hacerlo a cubierto y a horas determinadas y, como ni aún eso aseguraba la salvaguarda absoluta de la decencia, de separar a hombres y mujeres en zonas o en calas distintas, allí donde se podía. Por fortuna para las buenas costumbres de entonces en Llanes sobran playas. En todos los lugares de baño las había, separadas, para hombres y para mujeres y niños

Juan José Millás

Niembro y Nuestra Señora de los Dolores de Barro, fotografiados por Daniel Fervienza (Colecc. «El Oriente de Asturias»). A la derecha, toda clase de bañistas retratados en este fotograma de Llanes, 1917 (del libro «Aquellos maravillosos baños»).

hasta cuatro años. Lo malo llegaba cuando el diablo aparecía para confundirlo todo. Desde que el mundo de los baños era mundo, en Barro los sexos tenían lugares separados: el más abrigado y discreto para ellas y el otro para ellos. Sin embargo, cuando concluía aquel verano fin de siglo, un concejal llegó con su mujer y sus hijas para hacer caso omiso de las ordenanzas, pretendiendo que las mujeres de su familia se bañaran con él y no con las otras, que no eran de su misma posición.Y el alcalde allí, asistiendo a la escena como custodio de la ley. Si la segregación sexual era la primera clasificación de los bañistas en la playa, la pretensión del concejal nos muestra la segunda: la clasificación social. La buena sociedad, con dinero para equipo y bañero, jamás se mezclaba con el resto de los bañistas. Sin embargo en la zona de Llanes, y en septiembre, de la buena sociedad iba quedando menos y, en cambio, no pocas montañesas de los pueblos de la cordillera bajaban a darse los nueve baños usando cualquier atuendo, aunque fuese un saco de legumbres al por mayor. Esas mujeronas que los lugareños llamaban las «cabraliegas»». En la playa de Barro entonces no había casetas para ocultar los cuerpos en la delicada operación de vestir y desvestir. Una maniobra de estiba y desestiba social que no todos estaban capacitados para conducir, tal y como la moral y las

buenas costumbres exigían a gentes de orden. Podemos imaginarnos que, en el quita y pon, no sería extraño que se escapase algún gesto no deseado y alguna posición más bien forzada. Pero estaba claro que aquel repúblico y su familia tenían otra «posición» muy distinta, hasta para ponerse el bañador. No había que confundir. Mala era la enfermedad, pero el remedio fue aún peor. Durante varios días, a pesar de las instrucciones del alcalde, el concejal osó trastocar, en su propio beneficio, el orden social establecido. Juntó a hombres y mujeres y escandalizó a toda la playa con escenas que algún que otro bañista calificó como de inmorales, escandalosas y deshonestas. Saltó el asunto a la opinión pública y se supieron cosas que mejor estaban ocultas, como que niños mayores de nueve años se bañaron desnudos ante mujeres y niñas y que hombres barbudos usaron trajes poco decorosos, prohibidos por las ordenanzas y aún por la moral menos severa. Y todavía más. Alguna bañista mocita, de las más pobres, vio como le era secuestrada la ropa por los gamberros venidos al río revuelto, con la pretensión de que saliese del agua ella misma a recogerla, encontrándolos en tan deshonesto avío indumentario. Ya

metidos en gastos, el verano derivó en batalla campal. Batalla moral. El monte contra la playa. La tropa del concejal fue acusada de nuevos ricos por otra tropa de féminas de rompe y rasga, pertrechada de silbatos y a las órdenes de una pastora, que se acercó algún día a interrumpir el baño de buena sociedad al compás de la música de viento y de gestos ofensivos para la moral de un bañista bien, pero bastante usuales para la gente de la sierra. Gritos desaforados con ademanes obscenos, en los que se acordaban de las madres y los llamaban, más o menos, pisaverdes (todo esto en lenguaje montañés, claro). En fin, que la mecha prendida por el concejal llevó su chispa a una estopa social presionada durante años por un excesivo control. Los modestos, acostumbrados al baño nudista y a la nula observancia de protocolos sociales, se enfrentaron a los acomodados, usuarios de lo contrario. Y todo se desbordó. El alcalde hubo de enviar a un agente de policía para intentar cortar el abuso de los ya abundantes enfrentamientos veraniegos. Poco logró. La guerra de bañistas no murió sino con la propia muerte del verano. Aquel verano en el que la moral de la playa de Barro se arrastró por el lodo.

ara acceder a muchos puestos de trabajo se exige «dominio del inglés hablado y escrito». Nos parece bien, no es de ese requisito del que queremos hablar, sino del error que supone la creencia de que uno puede llegar a dominar un idioma en vez de ser dominado por él. Con el idioma sucede lo mismo que con el resto de las creaciones humanas: que al alcanzar determinado tamaño se independizan de nosotros y logran que nos pongamos a su servicio en lugar de seguir ellas al nuestro. Ocurre en todos los ámbitos de la existencia. El Estado, que es uno de los grandes inventos de la humanidad, deviene con frecuencia en un monstruo que devora a sus creadores. La antigua Unión Soviética se fue al carajo, con perdón, porque no había manera de dominar aquella bestia burocrática y cruel. El negocio de la construcción, que tanta riqueza produjo durante los pasados años, es también el que nos ha hundido. Podríamos citar mil engendros que, habiendo sido creados para servirnos, han devenido en nuestros amos. La pretensión de dominar un idioma es verdaderamente ingenua. No digamos la de dominar cuatro o cinco. Pero a veces decimos de alguien: domina cuatro idiomas. Sería más correcto, o más neutro, señalar que los habla. Pero cuanto mejor los habla, más dominado está por ellos. Si los niños perpetran tantos aciertos verbales, se debe precisamente a que aún no han sido colonizados por la lengua. El disparate verbal es una escapada de ese dominio, por eso nos gustan tanto los juegos de palabras. De ahí también el éxito de humoristas como los Hermanos Marx, cuya chispa se basa precisamente en señalar las contradicciones del lenguaje que hablamos (o que nos habla). La realidad establecida es en gran medida una creación de la lengua. Hay grietas por las que se puede huir de esa realidad homologada por el idioma. Pero no resulta fácil. Los escritores lo sabemos porque nos dedicamos a eso, a detectar las rendijas de la gramática por las que observar a la realidad en pelotas. Es excitante, pero difícil. Las más de las veces no logramos decir lo que queríamos, sino lo que la lengua quería que dijéramos. Es fantástico saber idiomas, pero no caigamos en la ingenuidad de creer que los dominamos.


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Julio

Efemérides

2011 SEMANA 29

DOMINGO

24

Faltan 61 días para el otoño.

Santos: Cristina, Vicente, Víctor, Estercacio y Ursicinio.

Sucedió en Asturias. 1893: Nace en Cáceres el catedrático de Paleografía en la facultad de Filosofía y Letras de Oviedo Antonio Floriano Cumbreño. 1909: Fallece en Oviedo Aureliano San Román González, uno de los fundadores de la Cámara de Comercio de Oviedo y secretario general desde 1907. 1924:

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Por un real decreto es reconocida oficialmente la Caja Asturiana de Previsión Social, con domicilio en Oviedo. 1939: Reaparece en el avilesino teatro Palacio Valdés la Compañía Asturiana, dirigida por el actor José Manuel Rodríguez, con la puesta en escena del sainete «Los últimos playos», de Eladio Verde.

Primeros págalos Comienzan a verse págalos grandes en el Cantábrico, en dispersión desde sus colonias de cría, principalmente desde las Islas Británicas. Las fechas de esta temporada pueden considerarse tempranas; otros años no aparecen hasta entrado agosto e, incluso, septiembre.

Playas frías

El trasluz

Pleitos a la mar

A enemigo que huye…

La huida y posterior detención de García Rovés, el empresario que inició las obras del balneario de Salinas, por una deuda de 50.000 pesetas

S

Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Cuando las playas frías eran sólo un añoso recuerdo, en Valladolid se construyó una playa fluvial, aprovechando que el río Pisuerga pasaba por allí. El mismo provecho he querido sacarle yo al asunto, pues el relato que ya les cuento se inicia en Valladolid una sofocante noche de agosto de 1891, cuando la Guardia Civil llegó hasta el hotel Iberia para prender a un prófugo de la justicia. El detenido resultó ser Bonifacio García Rovés, natural de La Coruña y vecino de Avilés, de 50 años de edad, casado y propietario de un negocio de maderas. La capital castellana era una segunda escala. Huía de una deuda, una muy grande. La Real Compañía Asturiana de Minas, con sede en Arnao, le reclamaba 50.000 pesetas. Puso tierra de por medio, pero antes había puesto mar. Bonifacio tenía una vinculación muy vieja con la Real Compañía. Tanto es así que cuando esto del veraneo empezó a poner a Salinas en el punto de mira de negocios de estación, se decidió a construir el que sería primer balneario de la playa. La relación con la Compañía era indispensable para su proyecto, pues, entre otros muchos detalles, a ella le pertenecía la playa. Toda. Así que contar la historia de este comerciante es contar también la historia del primer balneario que clavó pilotes en las arenas de Castrillón. Una historia de documentos mil, plena de idas y vueltas en concesiones administrativas que situaron, desde 1881, a varios negociantes en la puja por hacerse con la exclusiva de la empresa balnearia, hasta que la concesión llegó a nuestro protagonista. Por misteriosas razones, Rovés, que inicia las obras del balneario, no llegó a concluirlas jamás, desapareció de la historia del veraneo. Las cosas ya debían de irle mal. En 1891 todo estalló. Sus negocios con la Real Compañía, y la vida, se le vol-

Juan José Millás

Playa de Salinas con las casas de los pioneros. A la derecha, las instalaciones de la Real Compañía al borde de la playa de Arnao (Archivo Histórico de Asturiana de Zinc). Abajo, papel comercial de Rovés.

vieron en contra y los días empezaron a perseguirle cabalgando veloces sobre su mala suerte. Era 31 de julio cuando la sociedad minera le reclamó 65.000 pesetas que debía tener en su poder como consecuencia de unos cobros a comisión. No pudo reunir esa cantidad y se fue a Oviedo con el propósito de buscar fondos. Tampoco resultó. Para entonces ya había enviado cartas a sus colaboradores pidiendo que entregaran a la Real Compañía todo el dinero que tenía en caja. Desesperado, con lo puesto y sin saber muy bien qué hacer, se decidió por la huida hacia adelante y siguió viaje a Valladolid. De todos se despidió por escrito, fue incapaz de juntar el valor suficiente para contarle la historia a su mujer e hijos, y el 2 de agosto, a punto de irse ya, dejaba en manos del consignatario Melquíades Carreño el último contacto con la Real Compañía y unas palabras escritas en otra carta que sonaba a epitafio: «Dios proteja a mi familia (…), no sé adonde voy y o me

vuelo loco o hago una barbaridad, porque, si no, mi fin será un presidio. Adiós». Fue el 5 de agosto cuando en el Juzgado instructor de Avilés se denunciaba la fuga de Bonifacio con dinero ajeno. La justicia empezó a buscarlo por un delito de estafa. No tardaron en llegar órdenes a la Guardia Civil de Valladolid, que muy pronto adornó las muñecas del empresario con unos grillos poco cantarines. Sufrió siete meses de prisión preventiva hasta que la entrada de la primavera, el 21 de marzo de 1892, le echó el primer sol sobre la cara de su libertad provisional. En los tribunales la Compañía no perdonó a quien consideraba un cajero infiel. El abogado defensor sostenía lo contrario. Parecía una defensa imposible, pero su causa pronto empezó a cambiar. Los contactos de Rovés llegaban muy alto, hasta el entonces presidente del Congreso de los Diputados, Alejandro Pidal y Mon, el zar de Asturias, el gran cacique. El que todo conseguía sin reparar en medios. El que fuera llamado por Clarín «Barba Azul de montera picona». No se olvide que el escritor, además de poco admirador de Pidal, era ilustre veraneante de Salinas en esos momentos. Lo que son las cosas de la justicia. Por curioso que pueda parecer,

desde finales de 1891 el pleito iba poniéndosele de cara a Rovés, podía incluso salir absuelto y reclamar 40.000 duros de indemnización a la Real Compañía. Ésta, moviendo también sus hilos, preguntó por el asunto a Luis Pidal, hermano de Alejandro. Una carta del 21 de noviembre de 1891 confirmaba las peores sospechas de la empresa: «(…) Me añadió Alejandro que aunque él había recomendado por compromisos, porque era pariente de su mujer, había sido en términos muy flojos, sin estar muy enterado del asunto y pidiendo sólo que le tratasen con la benignidad posible (…) y sin llegar por expuesto a la monstruosidad de apoyar su absolución (…) por más que Alejandro dice que en la actual Audiencia, que es muy mala y trata de disolver, no tiene apenas influencia». Bonifacio García Rovés fue absuelto por un Juzgado de Oviedo el 22 de junio de 1892. Empezaba la temporada de baños. Como ven, en la trastienda del primer veraneo uno se encuentra muchas cosas, además de bañadores. Y hasta aquí esta historia de persecución y playa. Una historia negra que les he contado aprovechando que las olas siguen rompiendo en Arnao y Salinas y que el Pisuerga aún sigue pasando por Valladolid.

i lo que cuentan los periódicos es cierto, las horas previas a la dimisión de Francisco Camps debieron de ser una novela. Otra cosa es que fuera una novela buena o mala. Parece ser que el interfecto (¿qué rayos querrá decir interfecto?) cambiaba cada cinco minutos el traje de culpable por el de inocente (los dos le salían gratis). Ahora sí, ahora no, como en el chiste sobre los intermitentes. En esa duda de horas y horas sobre qué le convenía más, si declararse arcángel o corrupto, su cabeza tuvo que ser una especie de batidora contable, una productora infinita de monólogos de conciencia, un fluir enloquecedor de decisiones y contradecisiones. Según las crónicas, cuando el Juzgado estaba ya a punto de cerrar, llamó por teléfono para que le esperaran, y le esperaron, pero al poco volvió a llamar para que no le esperaran. Entre tanto, Federico Trillo, Rita Barberá y el propio Rajoy iban de arriba abajo en sus despachos, pendientes de la espada de Damocles que pendía sobre sus propios cuellos. Al PP, según los analistas, le habría convenido que se declarara culpable, para cerrar el caso de una vez. Pero tuvieron que aceptar la dimisión y celebrarla como un éxito. ¿Qué clase de éxito: político, económico, personal? Nada de eso, como un éxito de orden moral. Ahí es nada. Vean ustedes en lo que va quedando la moral a medida que se acercan las elecciones. Esta historia nos recuerda aquel otro momento glorioso en el que Esperanza Aguirre presumió de llevar pocos imputados en sus listas. Lo decía muy bien un personaje de John Le Carré: hoy tienes que pensar como un héroe para portarte como una simple persona honrada. A enemigo que huye, puente de plata, tal es lo que deben de haber pensado en Génova. El contribuyente ingenuo o poco informado habrá sufrido oscilaciones semejantes a las del encausado, es decir, que durante cinco minutos le parecería un corrupto (presunto) y durante los cinco siguientes un arcángel (también presunto). Ahora sí, ahora no. La intensidad y la duración del melodrama han alcanzado tales cotas de saturación narrativa que el propio Camps dudará seguramente acerca de si es culpable o inocente. A ver qué dice el jurado popular.


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Julio

Efemérides

31

2011 SEMANA 30

DOMINGO Faltan 54 días para el otoño.

Santos: Ignacio de Loyola, Segundo y Germán.

Sucedió en Asturias. 1853. Visita Mieres la Reina Isabel II. 1865. Nace el sacerdote jesuita y escritor Amalio Morán. 1877. Fallece en Aranjuez Guillermo Schulz, geólogo nacido en Hesse-Cossel (Alemania), que estuvo siempre vinculado a Asturias. 1936. Es volado el puente de hierro de Navia.

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Y además... 1968. El modisto español Cristóbal Balenciaga cierra su casa de París y se retira del negocio de la moda a los 73 años. 1993. El Sistema Monetario Europeo atraviesa la mayor crisis desde su creación, en 1979, tras la reciente caída de cinco de sus divisas.

Juego y aprendizaje Las crías de armiño se encuentran en un período crítico de su desarrollo, en el que pasan de jugar despreocupadamente en el exterior de la madriguera a acompañar a la hembra en sus cacerías, orientadas a la captura de ratillas y topillos. Seguirán con su madre hasta cumplir cuatro meses.

Playas frías

El trasluz

Lagunas

Cuadros disolventes El verano en el que Alfonso XIII visitó Gijón y la obra encargada al pintor Monteserín para decorar el Club de Regatas desató una trifulca mediática Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Aunque es título zarzuelero y la historia que nomina tiene timbres de sainete, maldita la gracia que les hizo a algunos lo que les voy a relatar. Hace casi un siglo. El que tiene el Real Club Astur de Regatas de Gijón. Un recién nacido que buscaba merecer el favor real para añadir a su nombre la condición de los monarcas. Y tiró la casa por la ventana en el muy famoso julio de 1912. El verano en que Alfonso XIII, aquel rey que tanto regateaba, se dejó caer por Asturias, noventa y nueve julios atrás. Las regatas y la playa eran la excusa, playa con arena y playa con adoquín. La «playa ciudad» que aspiraba Gijón a ser. Villa balnearia de postín. Reina de los mares fríos y monárquicos. Por aquellos días la playa estaba en todos los sitios. También en los salones. Me refiero a los del Club de Regatas. Cuando nació esta institución no tuvo una sede al borde del mar, sino a la orilla del paseo elegante de la calle Corrida. No era cosa extraña. Por la playa se paseaba también, en determinados días y horas, casi con los mismos adornos, composturas y, desde luego, con los mismos propósitos que por Corrida. Ruedas incesantes de transeúntes, inclinando cabezas y levantando sombreros para mostrar respeto entre iguales. Elegancia en marcha. Les decía que el club, con sólo un año de existencia, se hizo imprescindible en la vida veraniega de Gijón. Acabó convertido en la sede de la comisión organizadora de los festejos del verano, junto a respetables instituciones como la Cámara de Comercio, la Comisión de Festejos del Ayuntamiento, la Sociedad La Chistera, el Círculo Mercantil e Industrial, la Unión de Gremios y los periódicos de la localidad. Se trataba de usar el exclusivo deporte de las regatas como excusa

Arriba, uno de los salones del club, decorado con las obras del pintor Monteserín. A la izquierda, Alfonso XIII, asomado al balcón del Club de Regatas, en la calle Corrida. / MUNDO GRÁFICO

para hacer sociedad y para elevar a Gijón a la condición de capitana de las más selectas y nobles playas del Norte, con la prensa como testigo. Si el Rey venía, la cosa era creíble. Y vino. Nada podía fallar para recibir al Monarca. La sede del club debía lucir sus mejores galas y, para ello, se encargó al artista Demetrio Monteserín que decorase con sus cuadros aquellos salones. Entre apremios y dificultades logró entregar parte del trabajo casi al mismo tiempo que la Banda de Gijón anunciaba la llegada de su Majestad. Socios en formación. El director del club, José Antonio García Sol, hacía de introductor del Soberano, que ascendía por la escalera principal flanqueado por autoridades y toda la plantilla de socios. Completaban el aforo los plumillas de entonces y el propio pintor Monteserín, que guio el camino de Alfonso XIII hasta sus lienzos entre salvas de aplausos tronando desde la calle. Se dice que, sobre gustos, no hay nada escrito, pero tal vez los inventores de tal sentencia desconocieran este episodio en el que los gustos de unos y de otros salieron

a relucir con la excusa del arte. Como correspondía, el Rey fue el primero que, entre comentarios elegantes y borbonas picardías, le dijo a don Demetrio que su pintura era «altamente sugestiva, muy original y de un ironismo muy chic». Y se empezó a escribir sobre los gustos. La prensa se pobló de comentarios acerca de los cuadros. Los diarios de mayor tirada hablaron a favor de la obra. Destacaron que sus mundanas escenas reflejaban una sociedad moderna. La del turismo a la última, llena de gente que salía a los espectáculos nocturnos y de mujeres que se vestían de una forma que hubiese descolocado a sus abuelas. Ése era el camino, las costumbres y la clientela que debería tener una playa elegante y moderna. Y así la playa fue campo. Campo de batalla. Trifulca mediática entablada entre los periódicos de la ciudad o, más bien, por uno que, incluso en la playa, intentaba preservar la bandera de la Santa Tradición contra el resto. El Principado, diario de inspiración carlista, quebró la unanimidad que hasta entonces venía presidiendo aquella visita, con la misma energía que a sus redactores se les quebró

el lápiz al contemplar por vez primera los cuadros. Calificó las pinturas de «indecorosas y obscenas» y los artículos elogiosos de sus colegas, de «baba pestilente». Al final, como las olas, todo rompió en la playa. El diario que defendía las viejas tradiciones viajaba en sentido contrario. Los cuadros reflejaban la «prostitución elegante», que jamás podría reinar en la playa. El desenfado de ciertas damas que corromperían la inocencia de las decentes, para que todas pareciesen «unas y aquí no haya más que un inmenso mercado donde acudan los podridos de toda España». Y todo ello, quién lo iba a decir, revistiendo las paredes de un club de la buena sociedad y para recreo de la mirada del mismísimo Rey de España. Como en el apropósito cómicolírico-fantástico-inverosímil en un acto, con letra de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios y música de Miguel Nieto de título «Cuadros disolventes», en Gijón, y ante el Monarca, se disolvió la unanimidad. Desapareció cual fantasmagoría. El cuarto poder se cuarteó y la playa fue la excusa para cuestionar hasta lo más sagrado. Tal vez por eso, justamente dos meses después de estos hechos, el pintor Monteserín se fue a París y, desde allí, envió el resto de los cuadros que completaban la decoración del club. Por si acaso.

Juan José Millás

E

n Islandia se está estudiando la posibilidad de vender el tabaco en las farmacias y sólo en las farmacias.Y con receta, claro. La idea que late bajo esta iniciativa es que el tabaquismo se trata de una enfermedad, así que facilitarlo en los bares equivaldría a expender los antibióticos en los puestos de pipas. Hay algo chocante en esta idea. También el alcoholismo es una enfermedad y nos resultaría raro tomarnos el gin-tonic de media tarde en la botica. Para decirlo todo, sería estimulante.Ya me veo apoyado en el mostrador de la farmacia, entregando mi receta médica de gin-tonic, que la licenciada (o licenciado) prepararía con esmero. –¿Cuántos cubos de hielo? –Cuatro, por favor. Haga usted una carrera para acabar sirviendo copas. El caso es que el proyecto islandés incluye también la posibilidad de que el tabaco expedido en las farmacias no lleve marca. Que sea un genérico, vamos. Ahí se equivocan, pues, aunque la sustancia principal del cigarrillo sea la nicotina, no tiene el mismo sabor la del Camel que la del Marlboro. Tampoco todas las ginebras ni todas las tónicas son iguales. Pero el concepto de genérico va ganando terreno en ámbitos distintos al de la farmacopea. De un momento a otro, si el ejemplo cumple, llegará también al mundo de los libros. –Buenas, ¿podría darme una novela policiaca? –¿La quiere de un autor concreto o le vale un genérico? Y quien habla de una novela habla de una peli, de una pintura abstracta, de una fotografía. Por cierto, que el arte provoca también un tipo de adicción que quizás hiciera aconsejable venderlo asimismo en farmacias. No tiene sentido que autores como Verlaine o Rimbaud, por poner un ejemplo (o dos, ahora no caigo), se vendan en librerías. Su lugar natural es el del gin-tonic y el tabaco, o sea, la farmacia. Lo que no sabemos es cómo sería el genérico de «Las flores del mal» o de «Una temporada en el infierno». Quiere decirse que la idea del Gobierno islandés, siendo buena, está todavía llena de lagunas.


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Un eslizón tridáctilo.

Agosto

Efemérides

7

2011 SEMANA 31

DOMINGO Faltan 47 días para el otoño.

Santos: Cayetano, Sixto, Fausto, Justino, Julián y Claudia.

Sucedió en Asturias. 1873: Los carlistas se apoderan del cuartel de la Guardia Civil de Laviana llevándose armas y municiones. 1890: Fallece el poeta y arqueólogo nacido en Cangas de Narcea, José María Flórez y González. 1892: Pensando en los emigrantes asturianos en América, José González Aguirre funda el

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce semanario «El Correo de Asturias». 1921: Fallece en la campaña de África, el teniente de ingenieros Aurelio Martínez Fernández, nacido en Luarca en 1899. Y además... 2000: La Unión Astronómica Internacional (IAU) anuncia el descubrimiento de diez nuevos planetas fuera del sistema solar.

Jóvenes eslizones El eslizón tridáctilo –un reptil similar al conocido lución o esculibiertu, pero con patas vestigiales– se encuentra en época de partos; las hembras alumbras a sus crías, en número de una a 15, a lo largo del verano. Estas semejan pequeñas réplicas de los adultos y son independientes nada más nacer.

El Trasluz

Playas frías

Burros, salmón y tortillas de jamón

Desmayos reparadores

Ribadesella organizaba excursiones agosteñas en las que el pueblo se mezclaba con los veraneantes para disfrutar de la fiesta campestre

P

Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

A las excursiones agosteñas que, partiendo de la playa, se internaban en los parajes más próximos, en Ribadesella las llamaban «burradas». Eran una ocasión de contacto con los veraneantes. El imperio de los Argüelles en la playa de Santa Marina se permitía pocas veces la mezcla con el pueblo. La colonia, no más de cincuenta familias muy escogidas, había crecido de la nada y, en la segunda década del siglo XX, el puente sobre el Sella ya separaba dos mundos; el de la villa, vieja y trabajadora, y el del arrabal de estío, nuevo y holgazán, en el mejor de los sentidos. Desde Santa Marina miraban la vida pasar nobles titulados, burgueses acomodados, indianos retornados y madrileños bien colocados. El otro lado era para la vida real, de campesinos y marineros, a distancia geográfica y social. Pero, como el verano es diferente a toda estación, desde el pueblo se montaban excursiones en las que la mezcla, discreta y controlada, era posible en un punto medio. Por un día se olvidaban las diferencias y, con la diversión como horizonte, distintos públicos salían al campo a «burrear». Las intenciones y la infraestructura daban para ello. Se necesitaba un burro. Sabido es que el pollino no era complemento indispensable para el bañista elegante. Había que alquilarlo. Cercanos los años veinte la tasa para cabalgar una jornada rondaba las tres pesetas. Veraneantes de media tijera se entendían con sus caseros, lavandera o lechera, para que les prestase un jumento con el que salir a la aventura. Al despuntar el alba en la plaza Nueva se formaba la reata. No había montura para todos los excursionistas. Los que se quedaban en tierra sustituían a las bestias por los asientos de los coches que formaban también en el mismo lugar. A diez reales la plaza.

Juan José Millás

Arriba, vista panorámica de Ribadesella. Lo viejo y lo nuevo: las madreñas y Santa Marina al fondo. Sobre estas líneas, Comisión de Festejos y jurado de la procesión de Santa Marina retratada en 1929. | REPRODUCCIÓN DE «AQUELLOS MARAVILLOSOS BAÑOS»

| MUNDO GRÁFICO.

Todos los viajeros deberían estar controlados y todos inscritos en un registro, incluso los que acudían por su cuenta en caballerías, coches o automóviles, que alguno había. Eran excursiones bien organizadas y acababan en festejo. Cada viajero pagaba las dos pesetas que la organización necesitaba para preparar la infraestructura de la fiesta que se iba a montar al llegar a destino. En formación, empezaba la espera para que se diese la salida. Jumentos con albardas ajustadas y alforjas llenas. El equipo de supervivencia mínima incluía, para cada excursionista, una tortilla de jamón, una chuleta de ternera, un cuarto de pollo asado, pan, fruta y una botella de vino o de sidra. Mirada al cielo y un grueso volador que, al fin, anunciaba la salida. La expedición partía de Ribadesella. Entrepeñas, con su desfiladero vecino a la playa de Vega, era el destino. Allí se desmontaba, se dejaban

los asnos a buen recaudo y se seguía a pie bordeando el río. Así daba la una y media de la tarde. Hora acordada para el almuerzo y para dar cuenta de las viandas que con tanto esfuerzo y tanto mimo se habían transportado. Tras la comida empezaba la fiesta. Momento de dejar libres las dotes canoras de los excursionistas, que se arrancaban con toda clase de canciones tradicionales, aunque éstas, como el propio veraneo, eran fiestas nuevas. No estaban sujetas a los protocolos de las viejas romerías y, por ello, la música que se escuchaba era moderna. Poca gaita y tambor. El dinero de la inscripción se empleaba, entre otras cosas, en contratar un piano de manubrio, de aquellos de la «Unión Musical Española», que amenizaba la tarde a base de cuplés, pasodobles, algún tango o fox y, en definitiva, todo tipo de bailables de la más rabiosa actualidad. A ser posible, «agarraos».

Barrigas llenas y piernas cansadas dejaban de moverse a las seis de la tarde. Nuevamente la disciplina militar volvía a aparecer para manejar la expedición. Burros y coches recuperaban la vieja formación hasta desandar todo el camino y llegar a Ribadesella donde, desde la entrada del puente, tres bombas gordas eran saludo del vecindario y señal de que la brigada ligera, algo más pesada, estaba ya de vuelta. Excursiones como ésta servían para consolidar la vida de la colonia y, sobre todo, para hacer más atractiva a Ribadesella como destino turístico. A ellas se unían otro tipo de fiestas realzadas para la ocasión, como la procesión náutica en honor a Santa Marina. Así la villa se acabó convirtiendo en punto de salida de excursiones varias. No todo aquel que llegaba a veranear podía hacerlo como tenista o bañista postinero, pero en la mezcla el conjunto ganaba mucho. Otros atractivos fueron saliendo a la superficie y las riberas del padre Sella dejaron ver sus posibilidades de explotación social, cinegética y deportiva, poco antes de las piraguas. Llegados los años veinte la comarca era lugar para otro tipo de oferta especializada, como la caza en los Picos de Europa o la pesca del salmón que, en poco tiempo, se llegó a industrializar para viajeros de toda España y del extranjero, sobre todo ingleses. Contrataban hotel y guía, a diez pesetas la jornada «y mantenido», para pescar en la abundancia de aquel río. Mil salmones se sacaron en 1929. Ríase usted del crack de Wall Street.Y es que, por aquellos años, aún se permitía pescar con red. Lo dicho: una burrada.

ara algunas culturas la muerte no es un hecho cerrado definitivo. En «Bailando sobre la tumba», Nigel Barley cuenta que en cierta ocasión preguntó a un dowayo por su mujer. –Murió anoche –respondió el hombre con naturalidad. En ese momento, Nigel Barley vio a la «muerta» avanzar por el camino, recogiendo hojas de un lado y otro. En realidad, se había desmayado, pero en esa cultura llamaban muerte al desmayo, de modo que la gente fallecía y resucitaba como el que entra y sale de una habitación. No había una frontera clara, en fin, entre el más allá y el más acá. Se podía ir y regresar, como debe ser. Piensa uno que los ritos de muerte y renacimiento guardan alguna relación con esa idea. Hay que morir, siquiera sea simbólicamente, para volver a vivir. La muerte deviene así en una especie de descanso. En cierto modo, los periodos de vacaciones equivalen a un fallecimiento atenuado. Los cuerpos, en la playa, tienen algo de seres de otro mundo, sobre todo al principio, cuando conservan la blancura invernal, la extrañeza frente a la desnudez propia y ajena. Cada una de las personas con las que uno se cruza en la orilla del mar, vistas a esta luz, son auténticos aparecidos, gente que se encuentra fuera de su lugar natural: muertos. Muertos que a primeros de septiembre resucitarán en su ciudad de origen. La muerte, como el sueño, es un descanso. Morimos mil veces a lo largo de la vida para ser capaces de volver a nacer. Esa persona que deja de afeitarse durante cuatro días ha cedido a la tentación de morir, aunque sea un poco, para retomar el placer de salir luego a la calle perfectamente rasurado. Las enfermedades, en la medida en que nos obligan a abandonar nuestras ocupaciones de siempre, constituyen un pequeño óbito. La convalecencia simboliza el renacimiento. Quienes sufren lipotimias con alguna frecuencia aseguran que al salir del desmayo tienen la sensación de estrenar el cuerpo, la vida, la realidad. Ahora bien, una cosa es la muerte y otra la agonía. Y lo de estas vacaciones no está siendo un desmayo reparador, sino una congoja permanente. Y es que también hay que descansar de la prima de riesgo y del acoso de los mercados y de los planes de rescate. Quiere decirse que al telediario le vendrían muy bien unas vacaciones, incluso una muerte súbita.


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Agosto

Efemérides

14

2011 SEMANA 32

DOMINGO Faltan 40 días para el otoño.

Santos: Demetrio, Eusebio y Anastasia.

Sucedió en Asturias. 1270. Alfonso X concede privilegios a Pola de Siero. 1878. La excelentísima Diputación de Oviedo eleva una nueva instancia, pidiendo a través del Ministerio de Fomento que se declare caducada, por incumplimiento, la concesión obtenida por José Ruiz de Quevedo sobre el puerto de El

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Musel en 1873. 1884. Nace en La Riera (Trubia) el pintor Adolfo Meano López. 1986. Diversas instituciones culturales conmemoran en Gijón el cincuentenario de la muerte de Romualdo Alvargonzález Lanquine, ingeniero industrial, escritor, político y primer secretario general de la Feria de Muestras Asturiana.

Cernícalos primilla Los cernícalos primilla han comenzado a llegar a la comarca de Los Oscos y a otras zonas del suroccidente de Asturias. Proceden de las colonias de la Meseta norte y acuden para aprovechar la abundancia estacional de saltamontes, una vez terminada la cría y antes de emprender la migración.

Playas frías

El Trasluz

El maillot espectáculo del mundo

Blablablá Juan José Millás

Las artistas Pilar Titán y Luisita Esteso, de bolos en la Semana Grande de Gijón, fueron multadas por bañarse en San Lorenzo ligeras de ropa

E

Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Se llamaban Pilar Titán y Luisita Esteso y eran cosmopolitas. Al menos eso creían ellas. Estaban tan viajadas que se consideraban suficientemente diestras como para aclimatarse a todas las circunstancias y lugares como si fueran el suyo de nacimiento. Viajaban tanto, digo, sobre todo por el verano, que eran capaces de mimetizarse haciendo aquello que vieran en cada lugar. Y es que Pilar y Luisita, Luisita y Pilar, eran cupletistas, cantantes, estarletes, a veces vedettes, cómicas, actrices, canzonetistas, diosas del arte frívolo o, en el sentido «conchitavelasquiano» del término y por concluir: «artistas». El verano era su estación. La temporada de hacer bolos. De cerrar las maletas en Madrid al acabar la primavera y no volver a abrirlas sino con las primeras hojas muertas al finalizar septiembre. Gijón era plaza importante y Begoña, feria de renombre. La Virgen de agosto atraía a las compañías más principales, prestas a disputarse espectadores de manera encarnizada en los teatros del lugar. Odeones de diferente catadura eran su elemento natural. Pilar Titán fue una afamada artista de varietés, con un amplio repertorio que compartía en los teatros madrileños con profesionales del tenor de Elenita España o Clarita Carbonell, sin ir más lejos. Luisita Esteso, además de una carrera semejante, tenía pedigrí. Llevaba desde los 8 años subida a los escenarios, ya que era hija de la profesión. De la profesión de sus padres, Polonia Herrero «La Cibeles» y, sobre todo, el genial Luis Esteso, cómico polifacético de varias leguas, que había hollado las tablas de los más afamados teatros de España, algunos compartiendo cartel con su propia hija, Luisita. Todo sucedió en el verano de 1928, cuando Pilar y Luisita se habían embarcado en una gira que las había hecho coincidir en el teatro

En parecidas fechas a las de nuestras cupletistas fotografiaba Constantino Suárez a estas pizpiretas bañistas en San Lorenzo. A la izquierda, Luisita Esteso, mostrando, en una foto promocional, eso que no le gustó ver al guardia de San Lorenzo. | MUSEO DEL PUEBLO DE ASTURIAS

Jovellanos de Gijón, en funciones de siete y media y diez y media, con el humorista Manolo Vico. Carne de candilejas, con el único propósito de conquistar la Semana Grande. Una empresa de alto bordo, pues se trataba de triunfar frente a películas de asunto sensacional como «El valor de las almas», que programaba el Salón Doré, o «La venus de la velocidad», que paraba en el Robledo; afamadas compañías como las de Loreto Prado y Enrique Chicote y la Alba-Bonafé, que ponía en el Dindurra nada menos que «El orgullo de Albacete», acontecimientos líricos hasta en la plaza de toros, romerías de temporada, espectáculos mil en teatritos y cafetines y la mismí-

sima Feria de Muestras. Tal vez por lo apurado del trabajo y los calores de la estación, Luisita y Pilar decidieron ir a remojarse a playa tan afamada como San Lorenzo, decorando con su escultural figura el horizonte playu. Era ese gran arenal un lugar acostumbrado a ver todo tipo de indumentarias, desde el «sábanu» de los nueve baños castellanos al más casto bañador de horizontales franjas y flotadores de cucurbitácea si fuera necesario. Una playa moderna, pero no tanto como creyeron Pilar y Luisita. Ellas, en la cresta de la ola, traían la moda de la Concha de San Sebastián y, al descubrir su albornoz, para fortuna de mirones, con gemelos y a ojo, mostraron un cuerpo de museo cubierto tan sólo por un maillot. ¡Ay, Señor!Y ahí fue la cosa. A Gijón no había llegado aún tanto progreso. No estaba preparada la Autoridad para tanta modernidad. El maillot, que se pegaba al cuerpo modelando indiscretamente las formas, todas las formas, no era tolerado en todas las playas. No en las decentes. En aquellos años era el debate del verano. Las playas más modernas eran las que permitían el uso del maillot, en las otras había que mantener la castidad a base de distintos recursos textiles más amplios, más gruesos, menos pegajosos. Más decentes, vaya. Eso no lo sabían tan audaces artistas, que se habían bañado en la Bella Easo como si tal cosa. Pero ya

se sabe que aquello cae muy cerca de Francia y, claro, la moral era otra. Quieras que no, la frontera hacía lo suyo. Por eso el guardia de San Lorenzo tomó nota de la indecencia y la puso en conocimiento de sus superiores, que no pasaron por semejante escándalo. Se hizo saber a las artistas que aquellas eran prendas de usar en el teatro. Y eso «aponderándolu», que dicen en Cimavilla. Pero nunca, jamás de los jamases, a la vista de todo el personal. Ante su perplejidad y para sortear olvidos se les impuso una multa de 15 pesetas. A cada una. Así acaba este relato. Más que realidad, parece el argumento de alguno de los cuplés de sus protagonistas. Para que lo sea de verdad, permítanme que le ponga letra a base de morcillas, como hacían las cupletistas en gira con los sucesos locales. Háganme el favor de ponerle ustedes la música de la canción que, creo yo, podría corresponder a semejante suceso; el cuplé «Tápame», que para la ocasión podría sonar tal que así: Pilarina y Luisita, cupletistas de intención, yendo de gira un verano van a bañarse a Gijón. El guardia de San Lorenzo ve que visten un maillot, ni corto ni perezoso va y se las lleva al cuartón. (Tápame, tápame, tápame...)

l número de matriculados en las facultades de Periodismo crece de forma directamente proporcional al descenso de número de noticias. De hecho, hace tiempo que como consecuencia de la implantación del pensamiento único solo disponemos de una noticia, la crisis, a la que todo el mundo roe como roería una jauría de perros hambrientos el esqueleto de un caballo. Todo es crisis o guarda relación con la crisis, no importa que hablemos de los disturbios de Londres, del cierre de farmacias de Castilla la Mancha o de la visita del Papa, que es contradictoriamente un homenaje a la juventud o así. Sucede en esto como con la tarta publicitaria: que decrece cuando el número de televisiones aumenta. Pues eso, más periodistas para menos noticias. A veces, incluso, para una ausencia absoluta de noticias. El otro día, sin ir más lejos, salió en la tele un responsable del PSOE para manifestarse acerca del reciente desplome de las bolsas y dijo muy serio: –Blablá, blablá, blablablá. A lo que respondió enseguida un dirigente del PP con un: –Blablá, blablá, blablablá. Tú llegas a la redacción de tu periódico con la noticia de que nadie dice nada y te dan el finiquito. La noticia sería que alguien dijera algo. ¿Y por qué los políticos no pueden decir nada? Por la crisis de nuevo. Si dijeran a qué se debe esta horrible situación en la que chapoteamos, tendrían que dimitir al instante siguiente. El primer político que de aquí a las elecciones diga la verdad sobre la crisis (ellos saben cuál es) deberá buscar trabajo en otra parte. O en otro lado, porque lo que sí hay cada vez son más lados. Un simple paracetamol, tomado en las condiciones de tristeza adecuadas, puede proporcionarle a uno puntos de vista asombrosos acerca de la realidad. Sin moverte del sofá, incluso sin necesidad de apagar la tele, el paracetamol es capaz de hacerte viajar al mundo del significado, es decir, al mundo en el que comprendes que las declaraciones de los políticos son hoy por hoy un simple blablá, blablá, blablablá. De ahí la gravedad de la huelga de farmacias. Que no cunda el ejemplo de CastillaLa Mancha.


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Agosto

Efemérides

2011 SEMANA 34

DOMINGO

21

Faltan 33 días para el otoño.

Santos: Pío X, Ciriaca, Anastasio, Fidel y Bernardo Tolomeo.

Sucedió en Asturias. 1936. Cae en el poder de las fuerzas del Frente Popular el cuartel del Regimiento Simancas, en Gijón. 1949. Se celebra en la Universidad de Comillas un homenaje al indiano de Asturias y la Montaña, el más importante de los celebrados hasta entonces en España. 1956. Nace

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce en Gijón el militar y psicólogo Fernando Avelino González Bouza, comandante jefe del Departamento de Informática del Cuartel General del Ejército. 1987. Homenaje al futbolista sportinguista Quini, en un partido celebrado en El Molinón y que enfrenta al Sporting y al Real Madrid.

Vuelo nocturno Los papamoscas cerrojillos vuelan a sus áreas de invernada africanas. Se desplazan de noche y se congregan en gran número en las rasas costeras y en los bordes forestales; no en vano, el norte peninsular es una de las principales paradas de su travesía. Los machos mudan ahora su vistoso plumaje pío.

Playas frías

El trasluz

La temperatura en Sevilla es una maravilla

Noticias refrescantes

Un cartel iluminado con globos de gas publicitaba en 1913, en el centro de Madrid, el arenal de Gijón como alternativa a los rigores del verano capitalino Juan Carlos DE LA MADRID

E

Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Tal vez el titular pueda sugerir otra cosa, pero este artículo no se refiere a Sevilla. O sí. No a la ciudad de Sevilla, sino a la calle de Sevilla. Vamos, a Madrid, pero en realidad a Gijón. No sé si sabré explicarme. Empezaré por el principio. No por casualidad esta serie se llama «playas frías». La temperatura fue fundamental en los inicios del ocio playero. Las playas pioneras, las más elegantes, estuvieron al Norte, y para bañarse había que tener los arrestos suficientes como para lanzarse a un mar que sería muy poco grato con sus visitantes. Baños de impresión, decían. Baños, lo que se dice baños, eran muy distintos de los de ahora, pero de impresión, eso sí, por descontado. En España la playa se inventó antes que las suecas y el bikini, por lo tanto antes que el calor, el ocio, la Costa Brava, la Costa del Sol y Manolo Escobar. Quienes acudían a bañarse en mares bravos lo hacían por moda, pero sobre todo por salud. Tenían tiempo y dinero para comprarla. Otros no. Ése era su problema; el de los otros. Esa salud se vendía en el Norte, por ejemplo en Asturias. Pero había que saber venderla. Cuando Madrid era un poblachón manchego lleno de orgullosos chulapos atufados por la canícula, cuando aún la zarzuela tenía inspiración en la calle, cuando los madrileños fetén nacían o trabajaban en porterías de fincas bien, cuando para animar en el fútbol todavía se llevaba ese alirón de discutida procedencia, cuando, mire usted por dónde, se estaban dando las últimas paladas a la calle de Alcalá, había que venir a bañarse al Norte. Cuanto menos calor, mejor. Y he aquí cómo la estrategia publicitaria, escribiendo muy recto, se lanzó por los renglones torcidos de la contra publicidad. Si la miramos desde hoy, claro está. Nada de calor, guerra al bochorno, vengan a la brisa, al

Juan José Millás

Arriba, famosa postal de Roisin en la que, por la indumentaria, se puede ver lo abrigado del paseo por San Lorenzo. Abajo, a la izquierda, la muy animada y madrileña calle de Sevilla a principios del siglo XX. Hasta allí llegó la publicidad de las playas asturianas (tarjeta postal). Abajo, a la derecha, una de las viñetas con las que el pintor Marola ilustraba la información del tiempo del diario «La Prensa» en los años veinte.

fresco, a las noches sin sudores ni insomnios. Hay verano distinto al otro lado de la línea del horizonte de la plana Castilla. «El más allá». Antes de que Móstoles fuese lo que hoy es. San Sebastián o Santander no necesitaban de mucho vocero.Ya estaban los Reyes de España para eso. Iban a bañarse, vivían en sus palacios de verano y las convertían en corte y campo de regatas. Y todos contentos. En Asturias, que era la competencia, pese a los muchos intentos nunca había pasado tal cosa. Ya que ni los duros ni la corte se ponían del lado de los hijos de Pelayo, no quedaba otra que echar mano del ingenio y, en este terreno, la Cámara de la Propiedad de Gijón anduvo muy inspirada en el verano de 1913. Si la corte no viene a la playa,

la playa irá a la corte. El público objetivo, que se dice ahora, eran los madrileños y castellanos viejos en general. Los que ya disfrutaban del veraneo, se entiende. Había que ir a buscarlos, sacarlos de casa o de la era, según fuesen de campo o de ciudad, y traerlos a la playa a darse los nueve baños. A refrescarse al aire y a disfrutar de la noche durmiendo a pierna suelta bajo una manta y sin botijo o paseando las calles protegidos por una toquilla, porque las rebecas tampoco se habían inventado aún, ya que don Alfredo Hitchcock no estrenaría su inmortal película hasta 1940. Para venderle la fresca playa a los madrileños se estilaba el anuncio en revistas ilustradas como «Nuevo Mundo» o «Blanco y Negro». Muy ilustradas, en efecto, pero caras como ellas solas para los anunciantes. Lo mismo que acababa saliendo caro pagar a un periodista para que dedicase una página a Gijón en su periódico. Se leía, cierto, pero un solo día. La relación calidad-precio se-

guía siendo poco ventajosa por la posible audiencia a la que podía llegar. Había que buscar nuevos métodos, no necesariamente a cambio de dinero. Se imponía la innovación. El columnista gijonés «Almán» anduvo fino. Propuso anunciar la playa de Gijón en la calle Sevilla de Madrid, lugar de paso y céntrico a más no poder. Tras su insistencia, la Cámara de la Propiedad recogió el guante y pagó un cartel en la citada vía, iluminado con llamativos globos de gas. El mensaje era tan importante como el medio, así que se decidió propagar a los cuatro vientos madrileños, y a todo gas, que la playa de Gijón era la mejor del Norte ya que, durante el verano, disfrutaba de una temperatura primaveral. Ya ven ustedes, mucho antes de que Canarias se apuntara el tanto de decir que solamente ella conservaba el clima primaveral, antes de que «Los Mismos» grabaran aquellos consejos del hombre del tiempo, antes de inventarse la canción del verano, antes incluso de que naciera Georgie Dann (aunque este dato está sin confirmar), Gijón ya estaba allí, con su agresiva publicidad a base de imaginación y de quemar fluido combustible a todo pasto para dar brillantez al paseo madrileño y buena fama a la playa de San Lorenzo. La noche se tornaba día en la calle de Sevilla, donde las fuerzas vivas de Gijón se convencieron al fin de que el turismo y su difusión deberían ir con los tiempos, con el uso de los nuevos recursos y nuevos combustibles para la atracción de forasteros. Eso mismo, un método verdad. Moderno como pocos. Todo lo demás era marear la perdiz y hacer luz de gas.

l otro día me descubrí leyendo una entrevista con el novio de la duquesa de Alba, cuyo nombre no me viene en este instante, y me di asco. Debían de ser las cuatro de la tarde y me encontraba insomne (el insomnio de la siesta es innumerable), de modo que cogí el periódico que tenía más a mano y empecé a pasar páginas hasta que tropecé con Alfonso Díez (me acaba de venir), en cuya entrevista recalé como el que toma respiración en el descansillo de la escalera. Lo recuerdo como si fuera hoy. Todavía me veo en el sofá leyendo las idioteces del tal Díez. No he olvidado el desdoblamiento del que fui víctima, sólo que en vez de verme desde el techo, como en las experiencias extracorpóreas, me vi desde Proust, y me quedé hecho polvo. Observar desde Proust, incluso desde Corín Tellado, a un individuo que lee una entrevista con el novio de la duquesa de Alba es muy duro. Por eso digo que me di asco. Lo normal, cuando uno siente repugnancia por sí mismo, es disimular la arcada, hacer como que no la nota. Después de todo eran las cuatro de la tarde de un miércoles (quizá de un jueves) del mes de agosto. Rajoy, que tiene más responsabilidades que yo, estaba sacando un pulpo cocido de una olla con una camisa de cuadros y un pañuelo morado alrededor del cuello. Lo vi en la página siguiente a la entrevista con Alfonso Díez (o quizá Díaz). Observar al jefe de la oposición de un país en quiebra sacando un pulpo de una olla pone los pelos de punta a cualquiera, lo mire desde lo mire.Yo lo miraba desde el techo, pues el asco que sentía por mí me había sacado de quicio y me encontraba fuera de mi cuerpo. Alrededor de Rajoy había otras personas, también con pañuelos morados o blancos, que sonreían frente a la presencia del octópodo. Cuando dejaban de sonreír, acusaban a Zapatero de estar de vacaciones (que no estaba) y aseguraban que ellos lo arreglarían todo cuando llegaran al poder (que ya han llegado: verbi gracia, María Dolores de Cospedal). Intenté contemplar el asunto desde Proust, incluso desde Dostoievski, para ver si dejaba de darme asco a mí mismo. Pero no había manera, ahora todo lo veía desde el techo, como si me acabara de morir. Lo insoportable es que continuaba vivo.


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Un correlimos gordo juvenil, en Gijón. / MARIO SUÁREZ PORRAS

Agosto

Efemérides

2011 SEMANA 34

DOMINGO

28

Faltan 26 días para el otoño.

Santos: Agustín, Cayo, Pelayo, Moisés, Viriano y Fortunato

Sucedió en Asturias. 1873: Nace en Avilés Luz Rodríguez Casanova, fundadora de la Congregación de Damas Apostólicas del Sagrado Corazón. 1875: Nace en Cangas de Narcea el pintor y periodista José María Gamoneda y García del Valle. 1910: Se crea el Centro Asturiano de Montevideo (Uruguay).

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce 1921: Nace en Vega del Ciego (Lena) el escritor Manuel Pilares, ganador del Premio «Café Gijón» en 1951 con su novela «El andén». 1954: Organizada por la Agrupación Gijonesa de Bellas Artes, con el patrocinio de la Comisión Municipal de Festejos, se inaugura en Gijón la Feria de la Pintura.

Viajeros del Ártico Los correlimos gordos del Ártico están de paso por Asturias –donde seguirán viéndose hasta octubre– en su largo viaje migratorio hacia África, que cubren haciendo muy pocas escalas y que, en algunos casos, los lleva hasta el extremo austral del continente.

Playas frías

El Trasluz

La doncella y el melón

Un rey a tiro Alfonso XIII acudió a Ribadesella en 1912, invitado por los marqueses de Argüelles, para un concurso de caza de pichón que no pudo ganar Juan Carlos DE LA MADRID

D

Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Muy felices se las prometían los impulsores del veraneo asturiano en el estío de 1912. Tantos años intentando echar el lazo a los monarcas, dejando un camino de azúcar para que vinieran a pasar la estación aquí. Ofertas, peticiones, propagandas varias, palacios fantasmas, intentos mil. Y no había manera. Así que, cuando se consiguió, aunque fuese una visita relámpago, la cosa fue como para celebrar. La temporada reglamentaria de los soberanos era de movimiento social constante. Con sus autos, caballos, paseos y balandros. Con sus recepciones y reuniones. Caminando y regateando entre la gente más principal. Mesas, manteles, actos sociales, festejos y cuchipandas varias.Y los fotógrafos allí, contándolo en todas las revistas ilustradas. La familia real daba prestigio a raudales, ponía de moda cualquier playa, cualquier lugar y sus bellezas. Negocio seguro. Era eso que se llamaron los «star», la gente que abría camino, los modelos que había que imitar. Una playa no era la misma si se sabía que un miembro de la casa real la había elegido para su veraneo, para consumir su tiempo libre, para realizar alguna cura o para el mejor de los paseos. Otros veraneantes de excepción llegarían detrás. Posiblemente con la cartera repleta. Y el resto se dejaría caer, si podía, para decir que había estado allí, aunque sólo hubiese conseguido atisbar una lejana pamela, defensa solar de la blanca tez una testa coronada. Con el arma al brazo llegó hasta

Juan José Millás

Alfonso XIII inspecciona cañones en la Fábrica de Trubia y tira al pichón en el viaje que lo llevó a Ribadesella (fotos de «Mundo Gráfico»). Abajo, postal con el chalé de la marquesa de Argüelles (hoy Gran Hotel), donde todo sucedió.

Ribadesella el rey Alfonso XIII, dispuesto a participar en un concurso de tiro de pichón organizado por la marquesa de Argüelles aquel mes de julio. No era la villa donde el Sella muere una capital a la moda, como Santander o San Sebastián, pero tenía a los marqueses deArgüelles, cuyos contactos en Madrid iban, desde los apellidos titulados de más ringorrango, hasta la misma casa real. Para ellos habían inventado la playa de Santa Marina, saltando el río lejos del pueblo más viejo, y llegando a la misma confluencia del agua dulce y el agua salada. Allí se apropiaron de terrenos públicos o desecaron marismas por cantidades irrisorias y, con todo lo conseguido, empezaron a trazar las líneas maestras de una playa exclusiva, el arrabal elegante nacido al otro lado del puente de Ribadesella. Una playa inventada para el ocio, para el disfrute del veraneo y también para convertirse en un negocio tan saneado como las marismas sobre las que se edificó la colonia. Así que, para poner su nuevo barrio de veraneo elegante en el escaparate, colocaron antes una copa y le dieron lustre para que lucharan por

ella las mejores escopetas de las casas elegantes de España. Tiro de pichón. Un concurso para disparar sobre pájaros vivos, individuos jóvenes que salen de una jaula empujados a un vuelo desnortado para ser abatidos por el tirador que, apostado en el lugar correcto, es avisado de cuándo el pollo va a salir.Y lo mata y gana y, a lo peor, lo deja herido y gana también. Siempre pierde el bicho. La curva que traza el Sella antes de entregar el agua al mar lucía mejor que nunca. En el interior del palacio de verano de los Argüelles estaba dispuesto todo aquello que un rey podría necesitar: un banquete pensado para que lo presidiera, al final de una larga mesa cubierta por un mantel que, decían las crónicas, estaba valorado en 60.000 pesetas (no de las «antiguas», de las de entonces), la mejor sociedad formando para pasar a los comedores, un espacioso pabellón y una tribuna airosa, para que nada pudiese impedir que el monarca tuviera una vista perfecta en cada momento. Y el Rey paseando por allí, dando su brazo de caballero a la marquesa de Argüelles.

Y empezó el concurso. A diez pichones. Todos los que consiguió matar el joven ovetense Carlos Latorre. Don Alfonso XIII era un consumado tirador, usaba escopetas de precisión que le fabricaba en Éibar Víctor Sarasqueta. Sin embargo algún pájaro se le escapó vivo. No era lo mismo tirar en la Casa de Campo que en la casa de los Argüelles. Fuera por todo eso o por la mala suerte, es lo cierto que perdió el concurso y la copa de su amiga la marquesa. Quien se fijara en los caminos pensaría lo contrario. No había más que ver cómo la entrada a Ribadesella y el recorrido de la comitiva regia, especialmente Colunga y Villaviciosa, estaban llenas de una multitud que mostró su entusiasmo en la ida y esperó a mostrarlo en la vuelta. Muchedumbre asombrada al ver una caravana de casi un centenar de coches levantando polvo por unas carreteras poco acostumbradas a tanta rodada. Después, «lunch». A eso de las 18.30, toda la expedición volvió a Gijón para embarcarse en el «Giralda». Los adioses fueron por cuenta de la banda del Regimiento de Burgos, que dio la salida al Rey entonando su «Marcha real». El himno de todos. Y los pañuelos de las damas de la colonia riosellana volando para decir adiós al jefe del Estado y al caballero galante del que habían disfrutado en aquella singular y playera ocasión. Una memorable tarde en la que rey se puso a tiro de los de Argüelles, sin ser el mejor tirador de pichón, pero acertó en la diana de la publicidad para aquella nueva playa de nadar y guardar la ropa.

emoledor, el mensaje de la autopsia de Amy Winehouse. Resulta que no es preciso portarse mal para palmarla.Yo aquí me pongo muy 15M y digo: no hay derecho. Si has estudiado Empresariales y has hecho cuatro másteres, si te has metido en la cabeza tantos idiomas que ya no sabes ni cuál es tu lengua materna, la sociedad te debe un trabajo en un bufete o en la administración pública (en lo que vaya quedando de ella). Pues con las drogas, lo mismo. Nos habían jurado que si las dejábamos no nos moriríamos y la pobre Winehouse ha ido a fallecer el único día de su vida que no se había metido nada. Una autopsia decepcionante, ya decimos, y letal para la esperanza de vida (o de muerte, que ya no sabe uno qué horizonte es más atractivo). Es como si Larra se hubiera matado con una pistola de fogueo o Telecinco rompiera la pana emitiendo una película de Buñuel. Cuando las cosas no encajan, no encajan, y aquí empieza a no encajar nada. Fíjense en la Constitución, a la que veníamos tratando como a una doncella intocable. O como un melón que una vez abierto duraba dos horas. Era una aberración, por ejemplo, que el hombre y la mujer no fueran iguales a la hora de acceder a la Corona, y lo sabíamos, pero para corregir la injusticia había que tocar a la Doncella, o había que abrir el melón, las dos metáforas se utilizaban increíblemente con idéntica naturalidad. No podía ser, en fin. Nos habían trasladado la idea de que las reformas constitucionales eran el primer sorbo de coñá para un ex alcohólico o el primer cigarrillo para un ex fumador.Y nosotros habíamos sido las dos cosas, alcohólicos y fumadores. Más valía dejar las cosas como estaban. Pero hete aquí (qué rayos significará hete aquí) que llega la canícula y tomamos a la doncella, o al melón (qué tendrá que ver una cosa con otra) y la manoseamos, o lo abrimos, y ya tenemos reforma de la Constitución, no en lo que solicitábamos nosotros, sino en lo que exigen los mercados, que tienen derecho de pernada.Y Amy Winehouse no había tomado drogas. Cuando Zapatero muera como político, deberían hacerle una autopsia póstuma, valga la redundancia, para ver qué había tomado.


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Septiembre

Efemérides

4

2011 SEMANA 35

DOMINGO Faltan 19 días para el otoño.

Santos: Moisés, Marino, Cándida, Rosa y Rosalía.

Sucedió en Asturias. 1867: Fallece el militar ovetense Diego Antonio de Prada, que tomó parte en el levantamiento de Riego. Y además: 1909: El inventor del esperanto, Lázaro Luis Zamenhof, asiste en Barcelona al Congreso Universal Esperantista. 1950: Catástrofe por tifón en Japón: 250 muertos y 5.000

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce heridos. 1986: Yaser Arafat acepta la resolución 242 de la ONU, que lleva implícita el derecho a la existencia del Estado de Israel. 1998: Se constituye la compañía estadounidense Google. 2005: EE UU solicita a la UE y a la OTAN ayuda de emergencia para afrontar las consecuencias del huracán «Katrina».

Gaviotas de alta mar Las gaviotas de Sabine comienzan a menudear por alta mar. Están presentes en el Cantábrico desde julio, pero es ahora, en septiembre, cuando resultan más numerosas. Proceden de Groenlandia y del ártico norteamericano y se desplazan hacia las costas atlánticas de Namibia y Sudáfrica.

Playas frías

El Trasluz

Pretendientes de estación

El fascículo es la vida

Aquellos arenales de la primera década del siglo XX fueron también caladeros perfectos para quienes buscaban una rica en matrimonio «aunque sea fea» Juan Carlos DE LA MADRID

N

Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

No se festejaban los Santos Inocentes, no, que era agosto y 1913 cuando el anuncio que sirve de ilustración a esta página apareció publicado en «El Oriente de Asturias». Como reza la letra de «Manolo de mis amores», copla de Marino y Villena, no sé si de broma o vera, pero es lo cierto que encontrarse con semejante perla cultivada excusa de comprobar su veracidad. Hay una evidencia, clara y manifiesta, detrás de ese reclamo. Se refiere a un fenómeno y hasta unos tipos sociales que frecuentaban las playas frías asturianas, y otras mucho más. Las mozas y mozos casaderos en busca de un buen y distraído partido de veraneo que llevarse al altar. Novio a la vista, que diría Berlanga. Desde luego el planteamiento de este anuncio es infrecuente. Resultaba mucho más habitual que las que buscasen novio, convenientemente promocionadas por mamá, fuesen ellas. Por otro lado, no se puede negar que éste es un texto audaz. La pública exhibición de las cualidades de tan preparado muchacho, con dirección de referencia y todo, es de una osadía poco común. Sin embargo en el misógino final del reclamo se adivina también que, entre los adornos del licenciado veinteañero, no se encontraba el dinero. Craso error. Dinero llama dinero. Dar gato por liebre no era cosa fácil, pero había que intentarlo. Ciertamente Biarritz, La Concha o El Sardinero quedaban un poco más al Este de las costas asturianas. La crema de la buena sociedad, los mejores partidos, se ju-

Juan José Millás

Arriba, señoritas de Ribadesella prestas a recibir a Alfonso XIII en su visita de 1912. Sin duda buenos y cercanos partidos para el redactor del explícito anuncio que apareció en «El Oriente de Asturias» el 13-VIII-1913, bajo estas líneas.

gaban en campos lejanos. Por aquí caía lo que caía. No era poca cosa, no se crean. Si uno rebusca en las playas pioneras, se encuentra con familias de gran prestigio social y otras pertenecientes a la nobleza titulada, paseándose en mangas de camisa por arenales y chalets de Asturias. Duques como los de Tarancón o de Riánsares, muchos marqueses: de Martorell, de Villaviciosa de Asturias, de Aledo, de Bermejillo, de la Rodriga, de la Vega de Anzo, de Frontera, de Heredia, de Casa Real de Córdoba, de Camposagrado, de San Esteban del Mar, de Pidal, de Argüelles, de Ferrera o San Muñoz; algún vizconde como el de Campo Grande, o, por finalizar y para que nada falte, condes de Liniers, de Revillagigedo, de Agüera, de Balmaseda, de Sotillo, del Real Agrado y de Bedoyére… Esas playas eran para ellos. No eran lugar para pobres. El baño no era costumbre en su vida privada, ni tenían dinero para bañarse en público, por modesta que fuera la playa, ni, por supuesto, disponían del tiempo necesario para distraer de sus obligaciones. El descanso dominical empezó, tímidamente, en 1904. Las vacaciones pagadas no llegaron hasta los años treinta. Por mucho que se empeñara un menestral, un obrero manual, un campesino o una modista, no había forma de que compartieran caseta o terraza balnearia con solteros de posibles… Imposible. En una sociedad tan estanca era muy difícil cambiar de clase, jamás hacia arriba. Los grupos eran im-

permeables. El ««arriba y abajo» de siempre, con unas muy débiles clases medias que sólo por métodos extraordinarios podían penetrar en tan cerrado dispositivo. Las bodas eran uno de esos métodos. Como había pasado de toda la vida de Dios. Para pescar hay que irse al mar, aunque sea para pescar marido o esposa. Desde el último tercio del siglo XIX llegó a conocerse a las personas elegantes por sus salidas veraniegas. El que no veraneaba estaba muerto, socialmente hablando. Por lo tanto, en las playas bien, estaban las familias bien. Un caladero privilegiado. En los arenales asturianos aparecían con cierta frecuencia tipos camuflados buscando el futuro de blanco y tras un altar. Echando el cebo de la apariencia para pasar por lo que no eran, enganchando así al descendiente de una buena familia. Como su propósito no era otro que hacerse ver, lo tenían difícil en entornos cerrados como Santa Marina, en Ribadesella, lle-

na de personas elegantes, conocidas entre sí. Lo mismo sucedía en colonias como Salinas o en villas como Luarca, Llanes o Luanco. En esos lugares serían descubiertos en pocos días. No había tiempo para un cortejo formal. Era más sencillo aparentar en Gijón. Un sitio grande, con veraneantes de diverso porte y gran dispersión. Salir al muro a comerse el mundo, habiendo comido en todo el día sólo media docena sardinas, de las de «a una perra dando el rabo», en la habitación de una fonda barata ajustada «por su cuenta», jamás «con comida». Decir que esperaban chofer para pasear por la campiña, siendo lo cierto que viajaban en tren botijo. Identidades fingidas, cargos honoríficos, parentescos imposibles y relatos fantásticos se bañaban en las mismas aguas estivales, intentando entrar en sociedad, aunque la mejor parte de ésta los pusiese en solfa no pocas veces. Al final se formaba un panorama de tipos sociales, reales o ficticios, semejante al que retrataba con evidente gracia Antonio María Valdés en estos versos, que muy bien pudieran haber servido de guía veraniega al muchacho del anuncio: (…) Y según tengo entendido á las playas han llegado y en la arena se han bañado las niñas de Bienvenido, las de Pérez, las de Gómez, las de Isáura y Lechuguino, la mujer de D. Pepino y el chico de las de Pómez… Lo que les decía: «se non è vero, è ben trovato».

o se ven estos días muchos anuncios de fascículos, que es como no ver por San Blas a la cigüeña, ni a la golondrina en abril. La entrada del otoño estaba ligada hasta hace poco a las colecciones de pastilleros, de monóculos, a la de relojes, también a los cursos de inglés por entregas. En el otoño volvíamos cada día del quiosco con un muestrario innumerable de objetos plastificados y manuales de tapa dura. A veces volvíamos hasta con el periódico, aunque no lo leíamos. ¿Qué se hizo de aquella furia por acumular las imitaciones de todo aquello que no habíamos tenido de niños? Los auténticos perros de porcelana inglesa, la colección de perfumes de Dior, los vinos de California y Chile, el juego de servilletas de punto de cruz, las guillotinas del mundo, el auténtico muestrario de nudos marineros. Tapábamos la llagada de septiembre, porque septiembre duele, con esos pecios que arribaban al quiosco como los orinales a la orilla del mar, y así se hacían más llevaderos los primeros fríos, las primeras jornadas de trabajo, los llantos del pequeño de la casa al conocer la guardería. De repente, se acabó todo. Un otoño sin fascículos, sin colecciones de saleros, sin las mejores novelas policíacas del siglo XX. Es como si a las siete de la mañana uno abriera brevemente los ojos y no viera aún luz en la ventana. No importa, se dice uno, los volveré a cerrar durante cinco minutos y al abrirlos de nuevo habrá comenzado a amanecer. Pero los cierra y los abre y son las diez de la mañana y todavía es de noche. Pues eso, que enciende uno la tele, se traga el telediario, el tiempo, el programa de concursos, se traga todo, y cuando llegan los anuncios no hay fascículos, no al menos en la cantidad normal. ¿Hemos caído en una noche eterna? A lo mejor, te dices, es que vemos menos la televisión. Podría ser, no lo negamos. Podría ser que pasáramos las mismas horas delante de ella, pero que hubiéramos dejado de verla, incluso de mirarla. O que ella hubiera dejado de vernos y mirarnos a nosotros. Este otoño hay en la calle y en cada una de nuestras vidas suficiente cantidad de realidad como para andar perdiendo el tiempo con colecciones de idioteces o con refritos de programas prehistóricos de televisión. De repente, el fascículo es la vida.


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Un correlimos canelo juvenil.

Septiembre

Efemérides

11

2011 SEMANA 36

DOMINGO Faltan 12 días para el otoño.

Santos: Jacinto y Proto. Nuestra Señora de las Viñas. Día de Cataluña.

Sucedió en Asturias. 1975: Se inaugura el Palacio de Deportes de Oviedo. 1980: El dirigente del partido socialista chileno Carlos Altamirano sufre, en la recta de Cornellana a Salas, un grave accidente automovilístico del que logrará recuperarse. En un principio, se pensó que podía haber sido un atentado.

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce 1987: Se inaugura en Oviedo la exposición Roberto Frassinelli, el alemán de Corao (Asturias 1854-1887). 1988: El Partíu Asturianista cierra su campaña en favor del cambio de letras en la matrícula de los coches del Principado. Más de 20.000 firmas apoyan la sustitución de la «O» por la «AS» de Asturias.

Viajeros americanos La llegada de correlimos canelos registrada en los últimos días en Cataluña y Canarias ha alcanzado también Asturias: un ejemplar joven de esta limícola norteamericana apareció ayer en la playa de Bañugues. Y no vino solo: un correlimos pectoral, con su mismo origen, lo acompañaba.

Playas frías

El Trasluz

El timo de las ampliaciones Teófilo Malumbres, el estafador que se aprovechó del ansia de ver la imagen personal impresa en papel que hacía furor en los años veinte Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Teófilo Malumbres era, de profesión, timador. Oficio rentable en cualquier época del año, pero, en las playas que iban tomando fama con el turismo, se podía trabajar con más desahogo durante la canícula. Había más gente, más despistada y mucho más confiada. Pan comido. Y es que en algunas disciplinas, por muchos giros que el mundo dé, parece que nada se mueve. Los timos, por ejemplo. Llevan fijos al espacio infinito durante décadas. Las mismas mañas, los mismos «ganchos», «consortes» y, por descontado, los mismos «primos». El fondo suele ser idéntico, pero la forma sufre pequeñas actualizaciones según el progreso de los tiempos o las ciencias. Conviven lo viejo y lo nuevo, siguiendo las modas y el desempeño de los profesionales, cuando lo son de verdad. Así se llegó a utilizar la fotografía como materia de estafa o engaño. Algo verdaderamente moderno ya que, antes de mediados del siglo XIX, sería imposible engañar a nadie vendiéndole una imagen. Pocos tenían acceso a ellas. Aunque fuesen la suya propia. Si Isabel II, cuando vino en 1858 a disfrutar de las playas asturianas, se hubiese pa-

Arriba, postal de Ribadesella (reproducción del libro «Aquellos maravillosos baños»). A la derecha, anuncio para los fotógrafos aficionados publicado en la prensa asturiana de 1894. Debajo, fotógrafo ambulante retratando a los romeros de la Virgen de Guía (fotograma de Llanes, 1917).

seado sin trapos, sin séquito y sin ceremonial, casi nadie la hubiera conocido. Y eso que lo de la fotografía empezaba a arraigar durante su reinado con fotógrafos de talla internacional como Charles Clifford y Jean Laurent. Pronto la técnica permitió multiplicar la imagen por cientos de copias idénticas y hacer que no sólo la monarquía, la aristocracia o la burguesía mejor acomodada tuviesen acceso a un retrato. Se podía ser muy modesto y verse retratado en las ocasiones señaladas, desde el nacimiento a la muerte. Se retrataba a las personas y también a los sitios, sobre todos aquellos que podían exportar su imagen como reclamo del temprano veraneo. Asturias, precisamente, fue uno de los lugares más retratados. La fotografía creció a la vez que la emigración y el turismo. Y

nacieron las postales. Los que viajaban querían recordar lo que dejaban atrás o mostrar a los que allí quedaron cómo era lo que iban viendo. Y los que quedaban y sabían que no verían jamás otra tierra que la de labor, podían ir viajando con esas cartulinas a todos los sitios. Al mundo entero. Las postales fueron el vehículo para llevar lejos una imagen y cuantas letras cupieran en su dorso para que todos viajaran, viendo o coleccionando. El turismo del pobre. Cuando en los años veinte del pasado siglo las cámaras fotográficas se hicieron más ligeras, el turismo más frecuente y el excursionismo de grupos organizados algo normal, las fotografías se multiplicaron. Y aquí entra Malumbres otra vez. El verano era tiempo para vender muchas cosas, imágenes también. En postales y en retratos, de estudio

o de ambulantes que recorrían las playas o las fiestas de la temporada retratando personas o grupos y ganándose así la vida. Era un oficio duro, siempre con el trípode a cuestas recorriendo romerías o arenales. Nuestro protagonista decidió participar de ese negocio sólo que con una cámara más ligera. Se inventó una casa fotográfica de toda confianza, «La Madrileña», y como delegado suyo empezó a recorrer Asturias, desde 1921, despachando notas y ofreciendo retratos a cuantos estuvieran dispuestos a pagar por ellos. A plazos. Mostraba una cámara, ante la que posaban los «primos», todos ellos parientes, suponiendo impresionar unas placas que jamás habían estado en su interior y esperando durante meses, hasta agotar la paciencia, por unas ampliaciones que no llegarían a ver. Con tales mañas y el mismo protocolo recorrió la región estafando, que se sepa, en Gijón, Avilés, Candás y también en Sama o Ciaño. Era un negocio que «ampliaba» mercado por el verano. Hasta que llegó la estación de 1924. Hacía tiempo que la Policía le seguía la pista. Varias denuncias fueron estrechando el círculo hasta cerrarse en Gijón. Allí el inspector de Policía José Lavín dio finalmente con Malumbres, tras la denuncia de una familia a la que le había cobrado 44 pesetas por unas fotografías que nunca habían llegado a ver. Para entonces el falso delegado de «La Madrileña» había ingresado, de la buena voluntad y el ansia de ver la propia imagen fija al papel, más de 2.000 pesetas. De ello vivió tres años. Era un profesional. Su especialidad, novedosa y rentable, pasó a los archivos de la Policía con el nombre de «el timo de las ampliaciones». Oficios de estación, muy vinculados a la playa, donde junto a bañeros, socorristas, dueños de balnearios o casetas, hacían el agosto los timadores. Teófilo Malumbres dio con sus huesos en la cárcel. Coincidió allí con un colega, éste muy conocido, Tomás Troncoso, alias Tomasín. A Tomasín la Policía le echó el guante la misma tarde de julio cuando, aprovechando la despreocupación festiva y la holganza veraniega, intentaba timar a un vecino de Ribadesella, nada menos que 4.000 pesetas, con el timo de «las limosnas». Dos variantes del timo de la estampita, cuando las estampas son para limosnas y cuando las estampitas son estampas veraniegas de la familia. Un mundo muy diferente al que hoy conocemos con la fotografía digital. ¡Dónde van a parar! No hay color.

Sexo y Hegel Juan José Millás

A

veces, mientras pasa una cosa ocurre otra. Parece una obviedad, pero el asunto tiene su misterio. El otro día, mientras Rafa Nadal daba una rueda de prensa de cintura para arriba, sufría un calambre horroroso de cintura para abajo. La parte de arriba quería seguir dando la rueda de prensa, pero la de abajo quería anularla. Ganó la parte de abajo, casi siempre gana la parte de abajo. Las palabras arriba y abajo, derecha e izquierda, delante y detrás poseen tanta carga metafórica que casi siempre aparecen connotadas moralmente. Pero lo que decíamos es que a veces, mientras pasa una cosa, ocurre otra. En ocasiones, su contraria. Es famoso el caso de un escritor que se murió el mismo día de recibir un premio literario al que había presentado su novela. El premio se fallaba por la tarde y él falleció por la mañana. Agonizó mientras el jurado votaba. Ganó de nuevo la parte de abajo, la tumba. Cuando llamaron a su casa para darle la noticia, ya estaba montada la capilla ardiente. Cuando yo estudiaba Filosofía, en una clase sobre Hegel fui atacado por una fantasía erótica que nada tenía que ver con el asunto que se discutía en el aula. El ataque fue de tal calibre que tuve que abandonar la sala, no era cuestión de empezar a retorcerme, como Rafa Nadal, delante del profesor y de los condiscípulos. Volvió ganar la parte de abajo. Al día siguiente, el profesor me preguntó por qué había salido de aquel modo e, inexplicablemente, le dije la verdad: –Fui atacado por una fantasía sexual imperiosa. –A veces sucede –dijo él con gesto comprensivo. La respuesta me sorprendió y me alivió al mismo tiempo. El caso es que desde entonces no puedo pensar en Hegel sin excitarme un poco. Le tengo miedo y afición a la vez. Quizá Rafa Nadal no acuda ya tranquilo, nunca, a las ruedas de prensa. La mente crea asociaciones terribles. En todo caso, mientras hable, estará pendiente de su pierna, por si el calambre ataca de nuevo con una violencia tal que no le dé tiempo ni a abandonar la sala. Pues eso, que cuando sucede una cosa, siempre sucede otra. A veces, mientras sucede una cosa buena ocurre una mala, o al revés. Lo normal es que gane la mala, la de abajo.


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Septiembre

Efemérides

18

2011 SEMANA 37

DOMINGO Faltan 5 días para el otoño.

Santos: Ferreol, Hugo, José de Cupertino, Víctor, Irene, Sofía y Ricarda.

Sucedió en Asturias. 1860: Nace en Oviedo el jurista y sociólogo Adolfo González Posada. 1912: Fallece en Perú el religioso agustino y escritor nacido en Siero, fray Manuel Noval. 1955: Gijón es la primera ciudad del mundo que inaugura un monumento al descubridor de la penicilina sir Alexander

El reloj de la Naturaleza por L. M. Arce Fleming. 1989: Comienza en Candás la Semana de Cine Español. Y además: 1984: El estadounidense Joe Kittinger es el primer navegante que logra la travesía del Atlántico en globo y en solitario. 2006: España, Reino Unido y Gibraltar acuerdan el uso conjunto del aeropuerto del Peñón.

Nacimientos Las puestas de lagarto verde occidental y las de las lagartijas cantábrica, de Bocage y de turbera eclosionan mayoritariamente este mes, aunque en algunas especies los nacimientos comienzan ya en agosto y las del primero pueden prolongarse hasta bien entrado octubre.

El Trasluz

Playas frías A estas altura del verano, las playas ya se han vuelto más frías que en ningún otro momento de la estación. Llega así al fin esta serie estival encaminada a mostrar que el disfrute de los arenales y el veraneo son cosas que ya vienen de otros tiempos.

Evolución involutiva

Peces voladores, barcos cantores Los largos recorridos hasta los arenales se llenaban con los sones de quienes anhelaban llegar al lugar de su disfrute Juan Carlos DE LA MADRID Autor de «Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias»

Existe una playa al pie del faro de San Juan de Nieva que, según quién la mire, es de Avilés o es de Gozón. El Arañón la llaman desde hace siglos, aunque nombrarla playa es un exceso. Se trata tan sólo de una diversión del mar, que entra a tierra en una mínima cala en la bocana de la ría de Avilés. Un festón de la orilla que adorna las acometidas marinas. Desde siempre, en aquella minúscula ensenada, han ocurrido fenómenos extraños. Cosas de magia, tal vez. Cómo, si no, puede explicarse que, en los años setenta del siglo XX, allí llovieran peces. Sucedía durante las obras de ampliación del canal de la ría. Era verano y en El Arañón la contaminación siderúrgica y los dragados aún no habían expulsado a los bañistas, fieles a aquel escaso arenal, entre rocas preñadas de algas y cangrejos. Para ayudar a la operación se colocaban barrenos submarinos que, de tanto en tanto y tras un aviso a navegantes y bañistas, explotaban con violencia. Entonces, de lo más profundo del mar, saltaba hasta el cielo una columna líquida, de ésas que sólo se ven en las películas de submarinos. Un segundo después, sobre la playa caía un chaparrón de agua salada y peces de varios tamaños que, atontados o reventados por la onda expansiva, llovían del cielo. Lo juro.

Arriba, Peña del Caballo (colección Claudio López Arias). Sobre estas líneas, bocana de la ría de Avilés, con la playa del Arañón a la derecha, bajo el faro (del libro «Aquellos maravillosos baños»). A la izquierda, el vaporín «Nieva» (del libro «Aquellos maravillosos baños»).

Puede que los lectores de esta serie estén pensando que esos años quedan lejos de los que aquí tratamos. Están en lo cierto. Eran playas calientes por los barrenos y no las playas frías y lejanas que tanto nos interesan. Pero todo tiene explicación. Viene de muy lejos, de cuando los primeros baños de Avilés se tomaron justo allí enfrente, en la playa de San Juan, en la dársena de Nieva y en la Peña del Caballo. Empezaron entonces unas costumbres que llegaron a mezclarse con la tradición playera más honda de las gentes de la comarca de Avilés. La playa estaba lejos, el transporte era lento y, para matar el tiempo, se cantaba. Hasta el arenal de San Juan y la bocana de la ría se llegaba en barcos, en barcas y a pie. El género aquí dice mucho. Los barcos

iban sobre ruedas y las barcas sobre el mar. De los barcos el más famoso era la diligencia del Tuerto. Una gran jardinera tirada por dos caballos en lanza y tres en «bolea». Coches incómodos que, entre olor a estiércol, sudor de caballo, ruidos de ejes y rechinares mil, llevaban a los primeros bañistas decimonónicos. Tras media hora de tortura, la juratela (reniegos) y el cuerno del zagal anunciaban la llegada a los baños. Agua batida, muy fría. Al final del baño una copa de vino blanco, un bollo y «esguilas» para entrar en reacción. Si era barca, el vaporín «Nieva» se encargaba, desde el verano de 1875, de partir la ría, a nueve millas por hora, hasta las casetas de la playa de San Juan. Lo manejaban tres tripulantes y podía llevar hasta 70

viajeros: treinta en la cámara de popa a dos reales por cabeza en primera y cuarenta en la de proa a un real, en segunda. Los niños se subían a la páxara o a los portalones de entrada para ver funcionar la máquina. A poco que el barco empezaba a navegar, los de segunda se arrancaban con canciones de siempre: habaneras, sones de romería y coplas de danza prima. Y así hasta llegar a San Juan. Muchos años pasaron hasta lo del Arañón, pero el veraneo seguía teniendo algo mágico, siempre fijo en las costumbres populares. Las playas estaban igual de lejos y, para viajar al Arañón, había que tomar un autobús que llegaba sólo al cruce de la playa de Xagó, junto al astillero. Desde allí, dos kilómetros a pie. La ida, a las nueve de la mañana, y la vuelta, pasadas las siete de la tarde. Los bañistas ya no eran elegantes, sino gente sencilla, ayuna de utilitario y que cargaba con bolsas y fiambreras en inacabable safari. Pepín «El Páxaro», La Cuca, Lecio y su hermano Ramón, «El Nene», Lola «La Andaluza», Clemente el del Azafrán, y Rosita, la fía de Polo, al frente de la familia de los Mazaricos, con niños propios y extraños… En fin, muchos caminantes con apodo del Avilés popular. Para llevar mejor el camino también se cantaba. Se recordaban las viejas canciones de los barcos del Tuerto y del vaporín «Nieva». Las de toda la vida. El tiempo parecía detenerse. Cuatro kilómetros en orfeón pedestre, cantando sin parar, entrelazando sin descanso letras y música con un acuerdo digno del ensayo que nunca había existido: que si «el piloto pierde el compás», que si «el barrio de Sabugo es un barrio muy puñetero», que si «en casa Pepa la Coxa», que si «ellos eran cuatro y nosotros ocho, vaya una paliza… ellos a nosotros». Quien esto escribe conoció parte de aquellos tiempos. Conoció a temporeros de la habanera. Cantantes de chigre que, con el Meyba puesto, mostraban sus dotes canoras. Como Vicente El Chato, quien tras la comida, y siempre en presencia de su madre, se exhibía sin pudor. Al llegar el silencio de la sobremesa, tras apartar la fiambrera y el solisombra, se ponía en pie, solemnemente llevaba la mano al oído, tapándolo con mañas de cantante profesional. Entonces, levantando la barbilla con sesgo altivo, se dirigía a su progenitora diciendo: «Cante inglés, mi Ma». Y, con cara de teniente de fragata, se arrancaba: «Mi madre fue una mulata…».

Juan José Millás

N

os duele Grecia, aunque no al modo en que a Unamuno le dolía España, y es que el dolor tampoco es lo que era. Durante los años del existencialismo viajé a Grecia con barba y cachimba, para ver el Partenón. Entonces no había en mi vida prima de riesgo ni deuda soberana ni «cash flow», no había nada de lo que ahora abunda. Onassis se había casado con la de viuda de Kennedy y el mundo era, dentro de lo que cabe, un sitio amable y confiado. De hecho, tuve un amigo que estudiaba para indigente («clochard», decíamos entonces) porque cierta clase de indigencia era una salida intelectual, más o menos. Ahora, para mendigar, no necesitas titulación. En EE UU hay ya 40 millones de personas que viven en la miseria. Cuarenta millones, se dice pronto, los juntas todos y te sale un país más grande que Grecia, con su deuda soberana, su PIB, su economía sumergida, sus gramáticos, sus peluqueros y demás constantes vitales. Volví a Grecia años después, esta vez de hippy, con flores en el pelo, para asistir a la caída del sol en el golfo de Corinto. Acudíamos cada día cinco o seis personas, de distintas nacionalidades, todos con flores en el pelo y barba. Cuando la puesta de sol se completaba, asentíamos con la cabeza, como tras recitar un poema de Baudelaire, y nos retirábamos a la pensión, para leer a Sartre. Entonces se hacían las cosas así. Un martes oías hablar del Machu Picchu y el jueves de la misma semana cogías la mochila y te ibas al Machu Picchu con dos pesetas en el bolsillo. Para entonces ya habíamos descubierto que el dolor de España de Unamuno, tan magnificado por los libros de historia, eran en realidad gases. Los problemas de España han sido fundamentalmente digestivos, por eso aquí se ha consumido tanto bicarbonato. El desarrollo empezó con el advenimiento de la sal de fruta Heno, que era un bicarbonato sofisticado. Desde la flatulencia evolucionamos hacia las enfermedades coronarias. Por eso ahora nos duele Grecia, porque la situación es de infarto. Cuando Unamuno, el colesterol ni se había inventado, de modo que las anginas de pecho carecían de prestigio. Decir ahora en una reunión que te duele Grecia queda bien. No paramos de evolucionar hacia la nada.


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