Desde “El Rastrillar” “Historias” de Garlopin Escoplo y Gramil de los Bastrenes
AQUEL FLORIDO Y DICHOSO PENSIL
REFLEXIONES ANTE UNA CRISIS (Miscelánea de hechos y anécdotas en Laredo) Por Alfonso Paradelo Gómez “Somos un país que pasamos de la alpargata al coche”. Siempre creí que había sido yo el autor de esta frase, que empleo con frecuencia en conversaciones sobre el estado económico de la nación. (No ahora, con la cacareada crisis, sino mucho antes). Había oído algo similar, pero así, textualmente, empleando lo de la alpargata, nunca. Por eso me sorprendió escucharlo hace días en televisión a un comentarista. Con esto no quiero decir que me haya usurpado nada, porque, en principio, no es necesario que uno sea D. Francisco de Quevedo para proferir tal aforismo y luego, porque al oírlo en boca de un locutor o charlista, dudé si fuera mía la intranscendente locución. Sea como fuere y añadiendo que pasamos de tal rudimentario calzado al coche, súbitamente, sin pasar por
el zapato, bicicleta o ciclomotor, lo cierto es que expresa magníficamente el rotundo cambio que esta España nuestra experimentó a comienzos de los años 60, después de las penurias posbélicas. ¿Estábamos preparados para tal estado de bienestar? ¿O estos lodos (la crisis), vienen de aquéllos polvos? Lo que está claro, es que la avaricia, esa desmedida ambición, ha desembocado en fraudes, estafas, fullerías y… choricean, con el mayor descaro, hasta las personas consideradas de categoría, con rango y altos niveles de condición, de posiciones destacadas en nuestra sociedad. Sí; hasta estos, trincones solapados… ¡robando a manos llenas! Porque la codicia, la avidez o la ambición -ese afán desmedido de riqueza o egoísmo-, según en qué contexto, puede ser motor de prosperidad y progreso e impulsar el bienestar. Ser digno de encomio y motivar el aplauso, la alabanza, el elogio…. O al contrario, llegar a dar por bueno el prosaico dicho “La avaricia rompe el saco” en caso de fracasar en el proyecto o el empeño. Para esta ocasión, lo dejaremos en algo más sutil que lo del “saco”, empleando una frase de Plutarco que dice: “La bebida apaga la sed, la comida apaga el hambre, pero el oro, no apaga jamás la avaricia”. En consecuencia, el hacer fortuna estaría más o menos bien, prosperando con honestidad, con esfuerzo, con entrega al trabajo o inteligencia en los negocios… ¡pero nunca delinquiendo…! Llegados a este punto, y como indicamos en el título, a modo de “miscelánea”, vamos a referir una serie de hechos y simpáticas anécdotas; cuando menos, curiosas. Situaciones motivadas por los penosos momentos del largo camino a recorrer hasta llegar a aquél estado de bienestar y euforia, y otras, ocurridas ya en las fechas en que imaginábamos encontrarnos en la Arcadia feliz, soñando en otro Potosí y creyéndonos ya en El Dorado. Fue duradera, muy larga, terriblemente dilatada en el tiempo. Sí; me estoy refiriendo a la posguerra. Pasados aquellos años de penuria, en su momento nos dimos cuenta de la estrechez, de tantas privaciones en nuestros primeros años -que coincidieron con los de la “paz”- y que antes no podíamos comparar. No habíamos conocido otra vida, aunque ya en la adolescencia nos llegaban noticias de “otros mundos”, nuestras mentes no estaban preparadas para reflexionar y considerar, profundizando, las diferencias de vida que advertíamos en el cine porque, aquello… “eran películas”. La primera vez en la que seriamente empecé a tomar conciencia de la misérrima y severa situación en que nos encontrábamos, fue en una excursión a Lourdes. Ocurrió de inmediato; pasar la frontera y ver la carretera y las estaciones de servicio, ya con sus marquesinas y adornos y surtidores automáticos. En esa época, aquí estábamos con aquél “surtidero” frente al bar Cachupín, en el que veíamos, mediante unos
movimientos de palanca continuados, (izquierda derecha, derecha izquierda) cómo se traspasaba el combustible de uno a otro recipiente con un sistema de émbolos y así medir el contenido que se expedía. Y luego, cuando llegamos a Biarritz y contemplé la limpieza, los ajardinamientos, la pulcritud en las señalizaciones… ¡eso ya era otra cosa! Y estaba ahí al lado, cerca de la frontera y… no era cine. Pasaron por fin aquellos grises años de estrechez y empezamos a disfrutar de lo que nos parecía un sueño. Como si algo hubiera explosionado en el ambiente. Se unieron el “divino tesoro” de la juventud de Rubén, la “bendita ilusión” de la fontana de Machado y nuestro corazón no cabía en sí de gozo. Fueron aquéllos años y en nuestra edad, un “florido y dichoso pensil”.
Entonces, nuestro recuerdo se remontaba a ciertas “escenas”, jocosas situaciones, ridículas posturas y acciones que, más que enrojecernos, hacían descojonarnos de risa. (Mocedad traviesa, inconsciente e irreflexiva). Y ahora, a propósito de esta crisis que padecemos y de la que no se atisba fácil o prontamente una recuperación, convendría evocar ya sin sonrojo, -más bien meditando seriamente-, aquélla coyuntura. Remembremos algunas secuencias. Curso escolar l949-1950 (10 años.) -“Mama: va un niño a la escuela enseñando el culo hace días. Lleva un pantalón todo roto y algunos niños se ríen. ¡A mí me da una pena…!”. Dentro de nuestra magra economía, María Luisa buscó en el armario y yo llevé al desaparecido Oscar “Pilaricu” un pantaloncito corto -como todos- en una de aquellas bolsas para legumbres de un papel rojizo, que había venido de la tienda de “Litucas” con unas alubias. Faltaban aún cuatro años para la entrega de las “casas amarillas”. Muchas de las bodegas y no pocas buhardillas o desvanes (ahora se denominan áticos y tienen otra connotación), albergaban a muchas familias. Algunas, numerosas, habitaban en una sola y lóbrega estancia con unos “servicios higiénicos” -por llamarles algo- en forma de un sumidero. Un hediondo agujero vejatorio para el uso de un ser humano. No descubrimos nada recordando aquéllos habitáculos y escenas de niños rascándose
la cabeza y comiéndose, esto no está sacado de “Los estaban allí Jean Valjean ni Cosette ser escenas de muchas de las obras la segunda mitad del siglo pasado personas de cierta edad conocemos
materialmente, sí, los pelos. (Y miserables” de Víctor Hugo. No o Mario, pero lo mismo podían de Dickens) Era en Laredo y en (no hace sesenta años). Todas las casos.
Mi familia, circunstancialmente, también habitó algo más de dos años en una mansarda, pero con cinco huecos, aunque dos de ellos “agaterados”. Hasta este “palomar” -después de subir 78 escaleras- llegaban a diario media docena de mujeres, amigas de la familia, para escuchar un serial radiofónico con temas tan truculentos como “La portera de la fábrica” del folletinista francés Xavier de Montepin, o “Ama Rosa” del canario Guillermo Sautier Casaseca y otros títulos de ése jaez. Mediante una trampilla, pasábamos al portal contiguo, en el que había una familia (que bien podía haber protagonizado cualquiera de aquéllos melodramas) que prácticamente se moría de hambre. Tan era así, que mi madre, a pesar de nuestros exiguos ingresos, al hacer el “cocido” o los guisos diarios, echaba un “puñau” más de legumbres y les pasábamos lo de un par de platos aproximadamente. Así y todo, curiosamente, la primera vez que vi jamón y espárragos fue en casa de esta desgraciada familia. Ocurrió después de una extraordinaria y espléndida partija. Se ve que lo de “La cigarra y la hormiga” aquí no tuvo eco. Otro caso curioso, es el que recientemente recordaba uno de los niños de aquella época -hoy un próspero industrial- comentando que le afeaban el haber pertenecido al Frente de Juventudes, como si eso fuera un baldón. Éste caballero, sensato y sin dobleces, -excepción entre los “piojos resucitados” venidos a más, a quienes se les da mucho el papelonear haciendo ostentación de su actual posición olvidando sus orígenescontestó con la natural sensatez que le caracteriza: “¿y donde ibas a ir?, porque allí, aparte de juegos, podía sentarme, ya que en mi casa no teníamos ni una silla”. (Eran siete hermanos). Tal vez aquella época tuvo una ventaja. A pesar de que el carro de la basura conducido por “Isla el barrendero” tocando la campana avisadora no pasaba todos los días, las calles de nuestro pueblo... ¡igual estaban más limpias que ahora! No se veían ni tronchos de hortalizas o mondas de frutas… ¡ni un pellejo de naranja! ¿Me explico? Les ruego perdonen este camelo como una broma, pero algo parecido existía.
Empezó a vislumbrarse muy tenuemente “la luz” al poco tiempo de entregar las mentadas “casas amarillas”. Corría el año 1954. Pero aquellos “brotes”, venían cargados de una apabullante timidez. Aquélla explosión que comentábamos, aún tardaría en llegar. A propósito de este barrio de viviendas, antes de contar la “historia” que me lo ha recordado, me viene a la memoria cómo el pueblo -que es soberano-, rebautizó a cada bloque de viviendas, sustituyendo los oficiales nombres de gestas heroicas del franquismo con otros más singulares. Muchos recordarán que al que está paralelo a la playa lo llaman aún “Mirando al mar”, que no deja de ser una obviedad; pero donde se desató la “vena poética” fue para el resto. A uno lo denominaron “Sal que te trago” y otro fue apodado “Cuchillo en mano”. El tercero también tenía una connotación o matiz parecido, pero la desmemoria no me permite transcribirlo. Estos apelativos obedecían a las trifulcas o peloteras que acontecían “un día sí y otro también” en la barriada. Con todo, esa luz mortecina que comentábamos, a pesar de su timidez y “sutileza”, fue influyendo moderadamente en aquellos convecinos hasta en la educación. Y el personal fue mesurando su proceder a medida que los estómagos iban saciándose. La “Historia”. Se acercaban tiempos de bonanza y Pepita, después de unas jornadas de buenas soldadas y teniendo por gracia ella, entre otras, la de ser ahorradora, decidió arreglar el baño. Escogió unos azulejos amarillos, desdeñando los rosas, verdes y azules que estaban de moda y componían el muestrario del almacén. Fue un impacto en la escalera y entre otras visitas, y con palabras elogiosas y gestos de admiración, María, otra vecina, a la chita callando los encargó para su casa en color rosa, y aquello ya fue el “recopofonostiófono”; algo apoteósico y… … ¡Asombroso! La “ahorradora” Pepita, no sé si viendo disminuida la admiración que había despertado, o que realmente le gustaban mas los rosas de María, con todos sus…“atributos”, mandó al albañil quitar sus azulejos amarillos y en su lugar colocar los de color rosa. Nuevamente se vio que las enseñanzas de Esopo, La Fontaine o Samaniego -que todos ellos trataron el tema mencionado de “La cigarra y la hormiga”-, no repercutieron en nuestros personajes.
Pareció que por fin llegaba el “adviento”. Se veía nacer una economía prometedora y ya, pasados los años y con la pela caliente, vinieron mas innovaciones y comodidades a nuestros hogares y en muchos casos, se empezó a disfrutar de un verdadero desfile “kitsch” no superado ni por Almodóvar en sus decoraciones. La plaga llegó con los tapices de “manadas” de ciervos, no precisamente en el momento de la berrea, sino apaciblemente, como imitando a los otros, los grupos de tigres, también en su momento de sosiego. (Parecía que estabas de cacería en Estonia o Bangladesh.) Pasemos ahora a las consolas o taquillones de la entrada. Era curioso ver cómo habían adornado el recibidor. (Siempre me acordaba de los niños de la Casa de Misericordia de Bilbao, que venían a Laredo una vez cada año, todos vestidos iguales; uniformados. Organizaban unos juegos en los que también participábamos los chicos laredanos). En estos hogares, decía, como si se hubieran puesto de acuerdo, aparecían estos muebles -los taquillones- con su cornucopia o espejo y en este caso los dos candelabros sobre la encimera con el consabido centro o ramo de flores de plástico. Y hablando de las flores de plástico: aquello sí fue una verdadera “epidemia”. Y sigue siendo en muchas casas. Hay viviendas que parecen bazares cutres en liquidación, con docenas y docenas de horterísimos ramos de plástico con flores de diferentes tamaños y colores. (Plaga tal vez mayor que la de las plantas invasoras llamadas plumeros). …y por fin, la culminación del “exquisito” gusto con la otra ”pandemia”: los papeles pintados para paredes. Sin duda, habían visto algunos en casas pudientes y aquella visión se quedó en la retina. Cuando fueron asequibles, se empapelaban hasta las despensas. Y qué ufana nos enseñaba Sarito el comedor con aquellos, como decía ella, “medallones de ‘Butí’ parecen, ¿a que sí?” Y a mí me parecían mil caras mirándome y agobiándome al dar la sensación de reducir la estancia. Ya sé que todo enjuiciamiento sobre la estética es subjetivo. Puede ser caprichoso y arbitrario y nadie está en poder de la verdad. No existen formas legales sistemáticas que regulen unitariamente esta materia. Nadie debiera afirmar, comprometiéndose, al decir qué es feo, horrendo u horrible, o de mal gusto. Pero…
A propósito de medallones he de referir la anécdota que me contaba Ángel Gutiérrez. El autor de nuestras zarzuelas, a quien debemos aquello de “La primavera se ve llegar…” o “Sobre las olas azules del mar…” y tantas canciones que hablan de Laredo, fue una entrañable persona, llena de bondad y gracejo, al que me unía -aún con la diferencia de edad- una gran amistad, motivada -aparte de su relación con mis padrespor la afición a la lírica que ambos sentíamos. Me relataba nuestro querido poeta y fabricante de conservas, hablando del cambio que se estaba experimentando en cuanto al progreso económico que, cierto día, bajó a trabajar una de sus empleadas (de las más humildes) ataviada como siempre, con la sencilla ropa de labor, pero en esta ocasión luciendo un enorme medallón de oro colgado al cuello con una gran cadena del mismo metal y de un considerable grosor; algo ostentoso. Él, con la mejor intención y con su reconocida educación y prudencia, le dijo que si no le parecía impropio para el trabajo. A lo que ella, desabrochándose aún más la chaquetilla, muy campante y farruca, respondió “si otras pueden, ¿porqué yo no?” Después de despedirse, se dirigió a la mesa donde curraban algunas compañeras que tenían por norma pedorrearse sonoramente en el trabajo con la mayor naturalidad. Aunque la interfecta no tenía esa costumbre. Las vitrinas doradas, alfombras y moquetas de las que parece que te hundes al pisarlas, solían encontrarse en abundancia y en casas en las que la abuela veía la televisión con una manta por encima, porque no había calefacción. (Los radiadores no se veían o pasaban desapercibidos.) Luego, ya sí, proliferó el calor negro, en muchos casos sólo para propalarlo. (“¿No tienes calefacción? Yo sí; hemos instalado el calor negro”) Se escuchaban mucho estas oraciones en las parlas tertulianas. Esta era la época en que los “nuevos ricos”, que creían que solamente ellos prosperaban, “descubrieron” las lámparas Tiffany y la de los muchos embolados que les metieron con las falsificaciones, algunas, desmañada y torpemente reproducidas.
Se tenía que reconocer su contribución a la “decoración” de algunos de aquellos hogares a ciertos comerciantes, que ilustraron muchas paredes con los clásicos calendarios. No vi nunca, en mis muchas visitas al tipo de vivienda que me estoy refiriendo, ni un solo cuadro-cuadro. Es decir, de firma; una obra pictórica auténticamente original, bien pintada al óleo, acuarela u otra técnica, por un artista profesional o aficionado. En algunas de estas viviendas de tresillos y mullidos cojines, las paredes se decoraban con láminas de almanaques con los que tan amablemente obsequiaban a sus clientes “Vinos Gobantes”, “Ultramarinos Celdrán” y otras firmas
comerciales. Se exhibían con frecuencia los pastiches de “La rendición de Breda o cuadro de las lanzas” de Velázquez; un bodegón de Meléndez con el clásico salmón troceado o “El Niño Jesús de Praga” y alguna Inmaculada de Murillo. En el comedor de casas de cierto “postín”, solía verse una “Última cena” de hojalata plateada en bajorrelieve, esta ya, comprada en mueblerías o ferreterías. La presunción, que empezó a causar estragos entre la gente sencilla ante el nuevo estado de bienestar y poder adquisitivo, tuvo un motivo jactancioso en otro artilugio para el hogar. Las mamparas de baño y ducha. Uno de los casos que tuvo su máximo exponente, con palmaria notoriedad, creo yo, es el sucedido siguiente: Los recién casados compraron un piso en un inmueble de cierta categoría (una buena construcción). Pero al ser este un entresuelo -me imagino que por imperativos del espacio- diseñaron los dos baños, iguales, frente a la puerta principal; en el vestíbulo. La moza, toda ilusionada, adquirió una mampara -la mejor y dorada- para uno de los baños. Amiga y cliente asidua del comercio vendedor y teniendo ella también ocupadas las horas de jornada laboral, una vez recibida de fábrica dicha mampara, no tuvo ningún reparo en dejar las llaves al montador para su instalación, indicándole reiteradas veces que se trataba del baño de la derecha. Al fin de la jornada, toda afligida, descompuesta y con una expresión de dolor que era un clamor, se presentó lloriqueando al encargado, diciendo compungida, pero con la mayor inocencia y candidez: - ¡Dios mío! Me la han instalado en el baño de la izquierda. ¿Qué voy hacer ahora? Si yo la he comprado únicamente para que se viera al abrir la puerta de la “calle” y en el baño de esa mano no se ve. Ya le advertí que era en el derecho… ¡Mira que se lo dije bien claro! ¿Qué? Simpático, ¿no? O como decía aquélla, “patético”. Para los del morbo, les diré que se le solucionó el problema y ya pudo fardar de “casa como de ricos”. En lo que si hemos mejorado es en el vestir. En Laredo se viste bien. Sobre todo, la juventud. Tanto chicos como chicas, hacen alarde de un gusto exquisito, vistiendo prendas de calidad y elegantes. Aunque -¡qué duda cabe!- siempre hay alguna excepción de mal gusto, debida quizás a una herencia de carencias recibida o a ese afán de llamar la atención, no siempre con acierto. Para dar consistencia a este aserto, relato un hecho del que fui espectador privilegiado. En una transversal peatonal de López Seña, pasaban dos chicas con atuendos tales, que parecían adefesios estrafalarios causantes de irrisión. Era el mes de marzo o tal vez abril. Mi nieta -en aquél entonces de cinco “añucos”- las lanzó una mirada profunda y sorprendida, le preguntó a mi mujer: “Abuela, ¿hoy es carnaval? Pues eso… Tan cierto como la vida misma y verdadero como la misma
verdad. Siempre ha habido, hay y habrá personas que no calibran hasta donde se puede llegar para no hacer el ridículo. Habría que recodarles, si lo entendieran, la frase de Leonardo da Vinci que dice: “Nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio”. Tal vez mereciera un capítulo aparte en cuanto al mobiliario en la decoración, el poliéster. ¡Cuanto más brillo, mejor! Fulgor, resplandor, luz, destellos…La hora de este producto llegó con tanta fuerza, que hubo casas que no dudaron en desprenderse de auténticos muebles artesanales de nobles y magníficas maderas (legítimas y admirables joyas de la carpintería), viendo en ellos una obsolescencia infundada o imaginaria, para poner en su lugar el chabacano bártulo hecho de resinas y otros productos químicos. Así arrinconaron o destruyeron la grandeza de una pieza de mobiliario hecha a conciencia y que no pasa nunca de moda. Algunos, más avispados, gratuitamente se hicieron con piezas de gran valor que, además, son eternas. Al hilo de este tema, y aparte de haber presenciado algunos casos, tengo la suerte de contar como amigo con un mueblista, jubilado ya, que me ha contado historias que parecen irreales. Casos, después de la compra de una vivienda, de conjuntos enteros de muebles (una casa completa), algunos incluso sin estrenar, que han sido rechazados y tirados al desguace porque no gustaban a los nuevos propietarios, para sustituirles por formicas o poliesters. “Es que, no están de moda…”, decían. ¿Pues no va a haber crisis? Tenía que venir… Al fin, después de aprender algo en decoración o dejarse aconsejar para no hacer el ridículo, (no por todo lo que antecede, ¡por Dios!, que no soy decorador) ya no vamos a poder decorar nada más porque la crisis , recesión, embargo o lo que sea, nos ha hecho temblar, dejando exangües nuestros bolsillos y ya es tarde para recordar a los fabulistas y hacer caso de sus enseñanzas. ¿Para qué nos va a servir el ejemplo de la laboriosa hormiga? ¿Qué vamos a guardar en el próximo verano para el siguiente invierno? ¿Sabemos si pasaremos y de qué forma el inmediato solsticio invernal y la siempre añorada primavera? Aunque en sincronía con muchos, pienso que las aguas tendrán que volver a su curso normal.
Que la sensatez en el sacrificio no permita la veleidad de algún desjuiciado y que no se consienta desenfundar el “hacha de guerra”. Pues la solución tiene que venir por vías civilizadas. Aunque pensándolo bien… No he dicho nada. Con el deseo de que la situación en este gravoso período nos sea lo más leve y breve posible, recibe mi saludo afectuoso hasta un próximo encuentro.