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Acordes pejinos de un número uno El escenario tiene todos los ingredientes de las grandes citas: en primer plano, un gran contador de historias envueltas en notas con las que lleva años encaramado a lo más alto del panorama musical; en medio, viejos amigos
dispuestos a recorrer caminos de nostalgia salpicados de recuerdos y risas en torno Laredo; y de fondo,la indiscreta luz de avance de una grabadora empeñada en no dejar escapar ni una sola palabra de tan singular encuentro.
Este "atraco" con forma de reportaje fue perpetrado con premeditación y alevosía a principios de mes en Gernika, en un respiro de la exitosa gira de presentación del último disco de Fito titulado "Por la boca vive el pez". Armados sus oponentes con la poderosa complicidad de su hermano Manrique, y con la presencia de Susi ,un amigo de la infancia (que viene con su hijo Daniel), el pequeño de los Cabrales no tuvo más remedio que dar un paso al frente. Por delante,dos horas para componer un selectivo flashback de sabor entrañable para sus protagonistas y para quienes lo lean.
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Intencionadamente usamos el plural para hablar de un tiempo en el que era imposible hablar de Fito sin Manrique, o de Manrique sin Fito. Ambos conocían desde muy niños Laredo, lugar que asociaban con el destino de sus vacaciones. Adonde llegaban para hospedarse en una casa de La Pesquera. Y de donde salían cumpliendo un invariable guión: parada en la Valenciana para coger un helado; y conquista del alto de Laredo para engrosar la penitente caravana, que, tras una larga letanía, había de devolverles a su Zabala natal (República independiente sita en Bilbao). Hasta que, cierto día de comienzos de los años setenta, Laredo se convirtió en su morada permanente. Su madre acababa de abrir en un bajo de la residencia Asón el "Neskita",(luego llegaría el Palmanova) segundo pub que se inauguraba en la villa en unos años donde aún eran pocos los que sabían que estos nuevos negocios se denominaban, propiamente,"pab". Muy cerca de allí,en los pisos más altos de Ever, quedaba instalado el nuevo hogar familiar. Y algunos kilómetros más hacia el pueblo se encontraba el nuevo colegio que gracias a la "generosa" espera de Manrique repitiendo un curso habrían de compartir los dos hermanos. Hablamos del José Antonio,centro en el que se matricularon en 3º de EGB,junto a otros cincuenta y tantos chavales de su edad. Con los que solidariamente compartieron a don Francisco y don Jesús como maestros. Por delante avanzan que lo de los estudios no era su fuerte. Para añadir, hecho el inciso, que aquellos docentes tampoco eran precisamente el prototipo de pulidores de diamantes en bruto. No al menos cuando recurrían a sus expeditivos métodos del palo en las manos o el anillo volteado sobre la cabeza, tan en boga como terapia de choque en aquellos tiempos. Años en los que todos los alum-
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nos ponían "bote" para financiar un botijo al que acudir cuando atacaba la sed,siempre y cuando el profesor lo permitiera;y tiempos en los que,para entrar a las aulas,era preceptivo formar cuasi militarmente en el atrio exterior. Con lo que la asistencia al cole se convertía en un pequeño suplicio para quienes, sin saberlo por entonces, acababan de comenzar su doctorado en la escuela de la vida.
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Como no todo iban a ser malas noticias, de aquella etapa escolar surgieron sus primeros amigos, como Enrique "el de los caballos"; o "Chubas" (el mayor) que fue quien zanjó la tensión del primer día como nuevos en el colegio con una inolvidable frase dirigida a la madre de los dos asustados muchachos: "tranquila, señora, que a estos los cuido yo" ¿Quién dijo que cuando aquello no había héroes? Aquellos cursos transcurrían entre la obligatoria e ineludible asistencia a clase y la optativa pero implacable ansia por gozar de la libertad en un medio propicio para ello. Porque quienes vivían más allá del Carlos V se sentían privilegiados moradores de un "paraíso" al que no le faltaban alicientes desde la óptica de un muchacho con pocos años y muchas inquietudes.Allá ambientaban sus interminables partidos de fútbol, jugados en plena carretera mientras aguardaban la llegada del autobús escolar, cuya llegada eran capaces de anticipar varios minutos.Tal era el silencio que circulaba entonces por aquellas avenidas aún desnudas de tráfico. Allí utilizaban su particular jerga en la que hablaban de ir a Laredo cuando se referían a acercarse al centro; y donde no existían calles para ubicarse espacialmente, sino que se nombraba los sitios por su residencia de referencia: Orfeo, Ever, Castilla del Mar… Mismo código que se empleaba en verano para organizar duelos futbolísticos entre los veraneantes, que, entonces sí, llenaban de vida aquellas calles. Pero eso era en verano.Porque en invierno volvía de nuevo el silencio. Y la sensación de estar muy lejos de Laredo. Distancia fácil de neutralizar para quien tuviera bicicleta. He aquí la primera obsesión de nuestros amigos, al más puro estilo Zipi y Zape. En su caso no consta que las lograsen gracias a las notas escolares;pero resulta chocante que también las coleccionasen por piezas.Para ser más exactos,
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por ruedas. Que hasta cuarenta de ellas llegaron a refugiar en el garaje sin despertar sospecha alguna en un padre, que, a diferencia de don Pantuflo, bastante tenía con atender bien el exigente negocio hostelero familiar.Un negocio en el que Manrique y Fito hicieron su iniciación como botelleros, auxiliados por sus amigos que hacían así más llevadera la carga.Sin evitar por ello el "corte" de tener que vestir un uniforme chillón y con pajarita para desesperación de ambos. Durante muchos años, ambos pensaron que aquella acabaría siendo su verdadera profesión. Pero la vida da muchas vueltas.Volvamos al relato temporal. En una lógica evolución, de las bicis pasaron a las motos, que corrían más y cansaban menos. Eso sí, de campo, y de Trives para más señas, mucho más agradecidas para hacer cabriolas en los descampados y arenales, siguiendo las huellas que dejaban los mayores con sus monturas. De ahí que más de una vez quedasen encallados en medio de la nada.¡Qué tiempos aquellos,de carabinas y puñales,con la boca repleta de balines,en una estampa que hoy provocaría decenas de inquietos avisos a la Guardia Civil y que entonces, aseguran, era lo más normal del mundo! Por fin concluyó la EGB, que, ingrata ella, no les otorgó el graduado. Dirigiendo ambos sus pisadas hacia la Formación Profesional.En el recién inaugurado módulo de Automoción del recién inaugurado instituto Fuente Fresnedo. Por no tener, aquellas aulas no tenían casi ni sillas. Las mesas y una rotaflex eran todo el mobiliario disponible. Fueron años en los que se convirtieron en expertos limadores.. y en los que se hicieron acreedores a algún título de futbolines, habida cuenta de las horas invertidas en dicha materia. Acarreando siempre la pesada caja de herramientas de casa a clase y a la inversa,cual bola de presidiario. Como mayor hazaña de esta etapa destaca Fito
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aquella jornada en la que logró abrir desde dentro el maletero de un vehículo, gracias a su habilidad para encogerse y agazaparse en el minúsculo hueco que dejaban los asientos.Recuerda que,finalizada la hazaña,su gesta fue saludada con una atronadora ovación de sus compañeros.
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Aplausos que para entonces ya había logrado arrancar con sus primeros escarceos musicales. La afición por este arte les venía de muy críos.Sus recuerdos al respecto se remontan a un tío suyo, también apodado Fito, que tocaba en un grupo y que ensayaba en el caserío de sus abuelos en Vitoria.Allí quedaron atrapados por primera vez por la que habría de ser, primero afición y luego obsesión. "Esto quiero hacer yo",se dijo Fito para sí.La verdad es que el ambiente era favorable. En casa su madre tocaba el acordeón , la abuela la pandereta… y por reyes siempre caía algún teclado, nada sofisticado, cierto, pero que ya sonaba bien.Y así, como quien no quiere la cosa, empezaron a tocar. Manrique con la guitarra; y Fito más encaminado inicialmente al órgano, porque en aquél entonces casi odiaba la guitarra… porque le parecía un instrumento más propio de las monjas.Tan negativa valoración cambió cierto verano en el que su amigo Chus le enseñó a tocar algunos acordes. Aquello dio un vuelco a la vida de Fito. Que no veía horas para ensayar, casi siempre en la cocina, manía que aún cultiva.Igual daba que vinieran en su busca los amigos para ir a Laredo. "Yo decía que no iba, y no salía de casa". Por las noches, a escuchar el programa "Musical Express" para ver si podía "pillar" alguno de los sonidos que le tenían "flipado".A partir de entonces,todo comenzó a estar salpicado de música.Incluso salían a la calle con un radiocasete y unas cintas y ellos mismos ambientaban sus primeras fiestas de garaje. Llegó entonces la primera guitarra de verdad,que aún conserva.Y que adquirió con las treinta mil pesetas en las que vendió su moto al hijo del dueño del "Pirata". Más tarde, hicieron amistad con Fonso Paradelo,del que siempre destacan su gran nivel; y Manrique se convirtió en batería de una incipiente formación, sacando petróleo a un equipo
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cedido con lo básico, con bombo y caja y donde los platillos eran expositores de los que se usaban para vender chicles. Estábamos ante los primeros pasos de "Urbe", un grupo así bautizado en sintonía con lo que les inspiraban los "Leño" de los que comenzaban a sorber a tragos. Fonso y Fito se metieron de lleno a la composición de letras y músicas.Tantas eran las influencias a las que estaban abiertos y de las que bebían que aquellos primeros repertorios eran muy eclécticos. Hábito que con el tiempo Fito consideró una virtud y que siempre se ha podido apreciar en sus sucesivos trabajos discográficos. En cuanto a las letras, reconoce que lo que más le interesa de una canción es tener algo que contar.Y añade con naturalidad: "No hace falta ser un intelectual de la leche para escribir canciones,sobre todo cuando hablas de ti mismo". Y traza entonces un paralelismo con una afición por el cómic que le llevó a matricularse en un curso por correspondencia que no culminó: "tú haces un cómic y cuentas una historia; lo mismo ocurre cuando haces canciones. Yo siempre he hablado de mí". Y de sus circunstancias. Conminado a ello nos da alguna clave para rastrear en sus canciones su pasado pejino.Por ejemplo,reconoce que "La casa por el tejado" bebe directamente de episodios ya mencionados sobre su etapa escolar. Recordemos su estribillo: "El colegio poco me enseñó/ si es por esos libros nunca aprendo/ a coger el cielo con las manos/ a reír y a llorar lo que te canto / a coser mi alma rota / a perder el miedo a quedar como un idiota/ y a empezar la casa por el tejado / a poder dormir cuando tú no estás a mi lado/ menos mal que fui un poco granuja / todo lo que se me lo enseñó una bruja/". Lo que en principio era una afición para ser satisfecha de puertas adentro, pronto fue dando lugar a sus primeras
actuaciones. Recuerdan especialmente un concierto en Colindres,junto a "La Burla","Teléfono de la Esperanza" y una orquesta de verbena.En pleno proceso de afinación "a pelo" de la guitarra,un miembro de la orquesta les prestó un afinador. Ilustre desconocido por aquel entonces para unos chavales tan sorprendidos como si les hubieran dado un GPS. Por lo que salieron del paso acudiendo al baño con la excusa de afinar allí con mayor tranquilidad. Divertida anécdota que habla de los primeros escarceos musicales de quienes no paraban de consumir toda música que se les pusiera a tiro.Capítulo en el que destacan como a La Cheminée como uno de sus principales templos para escuchar música de la
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buena; y donde cogieron asimismo las primeras borracheras a base de los "cua-cuás" en que transformaban el vale de consumición que venía con la entrada. Desaparecido aquél "templo", el "Aja", el "Drink" y "La Cuba" vinieron a llenar su hueco. Alternando estos lugares con el "Boxer", el "Faro", el "Toñi´s" o el "Andamio". Y en estas estaban cuando les llegó el momento de incorporarse a filas. Manrique se libró por excedente de
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cupo.Pero Fito no tuvo la misma suerte y vio cómo León y Valladolid fueron sus nuevos destinos.Aquellos años de futbol, bicis, motos, escopetas y guitarras en Laredo tocaban a su fin. Cumplido el deber con la patria, ya no habría retorno a Laredo,sino a Madrid, Andalucía y Bilbao,donde se reencontraría con un amigo de la infancia y daría comienzo la andadura de "Platero y tú".Pero esa ya es otra historia. Para Fito aquí concluye la "tortu-
ra". A decir verdad, las carcajadas se le han escapado una y otra vez rememorando aquellos tiempos y escuchando a su hermano y a Susi la pila de anécdotas que acuden desordenadas a su recuerdo. Por la parte que me toca, sólo un mensaje. Este Fito (y con él, su hermano Manrique) es un tipo que vale mucho la pena.Y si es verdad que por la boca vive el pez. Ambos hermanos tienen cuerda para rato.Un placer, amigos.