Entre las calles donde nadie se conoce
Textos: Varios Cuidado de la edición: Regina Olivares Primera edición: Marzo 2014 Diseño: Delia Albarrán Palma Centro de diseño cine y televisión Sierra Mojada 315 Lomas de Chapultepec 11000, México DF IBSN 978-607-7528-12-8 Prohibida su reproducción por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin la autorización escrita del editor
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Laberinto de páginas Regina Olivares
El mito de Sísifo Albert Camus
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El horizonte Jostein Gaarder
Nocturno que nada se oye Xavier Villaurrutia
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El alma del rostro Tullio Pericoli
Reflejo de una sonrisa Delia Albarrán
Mar de día Octavio Paz
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Laberinto de páginas Regina Olivares
En las páginas —sean de libros, revistas, catálogos— está todo. Siempre se ha dicho y se repite que en la lectura podemos encontrarnos a nosotros y a los demás: mundos lejanos, aventuras fantásticas, ciencia y placer, misterio y sencillez. Depende lo que se lea, de a quién se lea. Porque en definitiva cada página es un fragmento de la vida o de los sueños de alguien que nunca conoceremos. Y digo que nunca conoceremos porque esas personas que escriben, editan, diseñan, fotografían son siempre extraños, diferentes a nosotros, a nuestros amigos, a nuestras familias. A veces parece que estamos ahí, son nuestras palabras, nuestras letras o nuestras imágenes que aparecen y simbolizan experiencias, deseos, miedos, tantas cosas. Da igual, porque tal vez lo importante no sea el objeto sino lo que genera: leer, ver, pensar. Este hecho de confirmación que nos estigmatiza y nos introduce en un club cuyo lema es pasión e insatisfacción. La pasión que nos impulsa a volver a pasar las páginas una y otra vez y la insatisfacción de no tener nunca suficiente con lo conocido o lo aprendido.
Unos buscan y otros encuentran, no necesariamente lo mismo ni de la misma manera pero en ese aliento respiramos todos. No creo que exista nada de lo que se haya dicho todo, estoy convencida de que cada pensamiento, cada idea, al margen de su calidad, es distinta de las anteriores y tengo la convicción de que la creación es de tal y tan vivificante que siempre deja un espacio para que sobre ella inventemos, fantaseemos y elaboremos. Es más, creo de verdad que la obra es tanto de quien la lee, la observa, en definitiva, de quien la recibe y la recrea. Las páginas nos descubren un lugar autónomo: geografía inestable y subjetiva, cuerpo definido que se presta al desnudo… un laberinto de palabras e imágenes lleno de pura vida.
El mito de SĂsifo Albert Camus
9 El mito de Sísifo
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes.
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Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza
11 El mito de Sísifo
a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien
veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.
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Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?
13 El mito de Sísifo
El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio. Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní.
Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha.
«Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra.
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15 El mito de Sísifo
Lamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
El horizonte Jostein Gaarder
Siempre leo detenidamente las notificaciones oficiales. Estudio con particular atención los avisos de los servicios de información del Estado. A fin de cuentas los escriben para mí: el Estado intenta comunicarse con uno de sus hijos. Como cuando un padre o una madre inicia con cierta reticencia una conversación seria con uno de sus vástagos. Y no voy a ser yo quien se oponga. Voy a dejar de fumar. Voy a beber menos. Voy a comprender por qué debo pagar impuestos. Voy a mantenerme informado sobre convenios y reglamentos. Y voy a votar cada cuatro años. De esta forma tendré respuesta a todas las exhortaciones que reciba. En mi opinión, todo funciona tal como debe funcionar. Es como un folletón algo árido y enrevesado en el que mi humilde personaje tiene derecho a participar y que incluso puede en parte coescribir.
17 El horizonte
El horizonte –creo que ésta es la palabra adecuada–, el horizonte de esta constante e interminable compaña de información puede parecerme a veces, sin embargo, restringido y trivial. Es agradable que Hacienda devuelva dinero, y probablemente es acertado instalar alarmas de humo y extintores de incendios. No se trata de esto. Pero las estrellas, por ejemplo, o el misterio de la vida, o un libro importante que debería leer, nada de esto es asunto del Estado. No tengo que preocuparme por ese tipo de cuestiones. La tierra sigue su curso alrededor del sol sin mi ayuda. Echo en falta un recuerdo ocasional de que existo. Por que estoy aquí solamente esta vez y no he de volver nunca. También esto puede resultar fácil de olvidar. Yo lo sé, es obvio que lo sé todo el tiempo, sólo con que me pare a pensarlo. Pero nadie me impulsa a hacerlo. Aquí no rige ninguna pública confidencialidad. Si en medio del flujo de la información olvido que estoy vivo, es problema mío. Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a la población en los principales periódicos del país: «Aviso importante a todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!»
Nocturno en que nada se oye Xavier Villaurrutia
En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte en esta soledad sin paredes al tiempo que huyeron los ángulos en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre para salir en un momento tan lento En un interminable descenso sin brazos que tender sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible sin más que una mirada y una voz que no recuerdan haber salido de ojos y labios ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios? Y mi voz ya no es mía dentro del agua que no moja dentro del aire de vidrio dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro cae mi voz y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura y mi voz quema dura como el hielo de vidrio como el grito de hielo aquí en el caracol de la oreja el latido de un mar en el que no sé nada en el que no se nada porque he dejado pies y brazos en la orilla siento caer fuera de mí la red de mis nervios mas huye todo como el pez que se da cuenta hasta ciento en el pulso de mis sienes muda telegrafía a la que nadie responde porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
19 Nocturno en que nada se oye
El alma del rostro Tullio Pericoli
Si pensamos que en la pequeña superficie de un rostro podemos ver infinitas formas diversas y reconocerlas, esto quiere decir que hay en ella una retícula tan infinitesimal de signos, de relaciones entre signos, la cual conforma un mapa casi inexplorable por su extensión. En este mapa, las relaciones son más importantes que las formas, pero sobre todo, en este mapa son importantes los signos. Cuando miro un rostro, recibo de él una emoción y me dejo invadir por ella, pero luego debo traducir mis impresiones a signos. Debo leer las «palabras» pintadas en el rostro, las cuales, todas juntas, a través de su entramado de relaciones, hacen nacer dicha impresión. Debo por tanto, ver los signos de esos sentimientos. ¿Dónde está escrito que un rostro sea antipático? ¿Dónde está la palabra «dulzura», dónde están «firmeza», «ambigüedad»?
Mirar bien quiere decir tener siempre ante los ojos una lente de aumento que hace visible lo que en un primer momento no conseguimos ver a simple vista (o con vista no entrenada, o apresurada, o no educada, perezosa). El rostro está formado por dos partes, nunca totalmente simétricas. Tenemos tendencia casi por una especie de educación mental, a mirar por simetrías. Pero el rostro no es nunca simétrico. No hay un rostro que tenga una mitad igual a la otra. Unas veces, las dos partes están en total contradicción; otras, parecen construidas para equilibrarse. Como si un ojo se desviara para compensar al otro, que acaso es demasiado fijo. Creo que lo primero que hay que mirar en un rostro, cuando se hace un retrato, es la relación entre sus dos partes: la derecha y la izquierda. Es preciso trazar mentalmente una línea de separación entre ambas.
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El rostro, indudablemente, está hecho de relaciones, pero de unas relaciones que están situadas a la izquierda y de otras tantas relaciones que está situadas a la derecha; y estas relaciones, a su vez, no pueden dejar de relacionarse entre sí. Se pueden encontrar desequilibrios, conflictos, adiciones. Si uno tiene un ojo un poco convergente y el otro no, nos hallamos ante un tipo de estrabismo; pero si tiene los dos convergentes, nos hallamos ante un «carácter». Si miramos bien, y si pensamos en ello, nos damos cuenta de que cada elemento está compuesto de varias partes. Conrad habla del «pliegue de los párpados». No es fácil pensar en el pliegue de los párpados. A veces se habla del pliegue de los labios. Pero lo de que los párpados tengan pliegues es una intuición de Conrad.
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Los párpados tienen pliegues. Un pliegue hacia arriba o hacia abajo. Pueden tener arrugas. Todos los componentes del rostro contienen una suma de detalles. Y todos estos detalles entran a formar parte del sistema de relaciones a que aludíamos antes. El rostro es una especie de microcosmos, donde todo está en equilibrio. En equilibrio precario, sin embargo. Porque participa el movimiento. Debajo de la piel hay una trama de músculos que activa el movimiento y da expresión al rostro. Y estos músculos, como ocurre en el gimnasio, se desarrollan, crecen, se hacen más fuertes cuanto más se les estimula. A menudo hablamos de cuerpos de gimnasio. Son los de quienes hacen gimnasia y hacen crecer sus bíceps o sus hombros. También nuestro rostro es una superficie ejercitada en el gimnasio, en el sentido de que los músculos que más se estimulan son los que se hacen más visibles. Pero ¿quién manda a los músculos que se muevan? Es el alma, nuestra parte más íntima y secreta, que quiere expresarse u ocultarse; que quiere salir de su envoltura: de esa especie de edificio en el que está confinada. El alma tiene dominio sobre los músculos. Los estimula a expresar de lo que ella cree, o lo que en ese momento desea. El cuerpo, en ocasiones, padece el malestar del alma. Yo tengo una pena, un dolor psíquico. Estoy mal. El cuerpo enferma. Para Groddeck, podemos incluso considerar una carie en un diente como un mal psíquico. Por lo tanto, la psiquis manda sobre el cuerpo. Puede ocurrir asimismo lo contrario. Sucede que si yo tengo algo que no funciona en mi cuerpo mi malestar somatiza al alma. Concreto: si tengo
una nariz que no me gusta, mi alma sufre por ello. El sufrimiento se transmite de vuelta al cuerpo, entonces; y todo empieza de nuevo, haciéndose más complicado. Debajo del rostro, en suma, hay siempre un cuerpo. Cuando reflexiono sobre los paisajes –tema que, junto con los retratos, es el que más me interesa en este momento– con frecuencia acude a mi mente una imagen de Stevenson. En la Tierra de la colcha, Stevenson, con la cabeza apoyada en el cojín, observa los pliegues del cubrecama, que se transforma en paisaje, montes, ríos, colinas, donde flotas y ejércitos y jinetes se cruzan en choques y batallas. Pero ¿qué es lo que Stevenson no dice, dejándonos la tarea de imaginarlo? Que debajo de las mantas de la cama hay un cuerpo que crea ese paisaje, que modula y transforma su superficie. Allí debajo están los miembros muy sensibles de un poeta, con sus sentimiento tos, su historia, su vida. El paisaje, la superficie del mundo en que vivimos, es un mórbido y delicado cubrecamas sobre el cual debemos movernos de puntillas. El paisaje ha tenido un papel importante en mi vida, sobre todo en aquel fatigoso período de la adolescencia, al que he hecho alusión anteriormente. Es la visión más bella que tengo del pasado. El paisaje, el de mis colinas, naturalmente, fue la escenografía de los momentos de soledad en aquellos años, y por ende el lugar, el escenario, en el que me sentí actor solitario y grato. Este paisaje ha reaparecido ahora en mi pintura, aunque lo que hoy indago no es su pura y simple representación, sino un muro que me permite garabatear y escribir otras cosas, mezcladas
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con otros recuerdos. Por seguir con la metáfora teatral, es una escenografía hecha para un espectáculo que se actualiza continuamente. Pero, al margen de esta breve disgresión, si nos detenemos a reflexionar sobre ello, el rostro y el paisaje tienen todo un vocabulario que los asemeja. Tienen una anatomía y una fisiología que los aproxima. Hablamos de arrugas en relación con el rostro y de «arrugas» en relación con el paisaje; tanto en relación con el rostro como con el paisaje podemos hablar de etapas, depresiones, cortes, hoyos, hundimientos... Podríamos multiplicar las afinidades léxicas. Yo miro un paisaje como miro un rostro. Y viceversa. En reciprocidad, hablo de «mapas» en referencia a rostros, al igual que hablo de rostros en referencia a mapas. Más allá de las metáforas, hay una única profundización visual. Tal vez el paisaje no tiene propiamente un alma, sin embargo percibo dentro de él una fuerza que determina las líneas de su superficie. Cuando miro un paisaje, automáticamente me viene a la cabeza la pregunta de por qué están allí aquella arruga, aquella colina, aquella forma montañosa; qué impulso las ha hecho aparecer de la manera en que han parecido. Exactamente como hago con un rostro.
Reflejo de una sonrisa Delia Albarrán
Mi sonrisa es uno de mis rasgos característicos, también mi hermana gemela, la gente dice que somos bastante alegres, me gusta pensar que eso piensen, es agradable, lo disfruto, más cuando es contagiosa. Soy gemela, lo primero que pienso cuando me dicen piensa en tu cara pienso que hay otra persona que tiene la misma cara que yo, mi hermana, la misma cara pero diferente, iguales pero diferentes. Mi boca la que uso para sonreír, es normal, creo que adecuada para mi sonrisa,; mis labios delgados, no parecen de caricatura y no tienen un color rosa o cálido, no imagino tener unos rojos labios grandes, sonriendo todo el tiempo, talvez asustaría a la gente. Mis dientes, nunca fueron chuecos o descuidados fue mi mordida la que me llevo a usar braquetes durante tres años, cuando los usé no sonreía tanto, o si lo hacía no mostraba tanto mis dientes, lo bueno es que esos años ya pasaron, me gusta mostrar mis dientes, por alguna razón los lavo todos los días, no fumo, no tomo café y se han mantenido blancos.
Me gusta ver los ojos de los demás, se puedo ver gran parte de lo que son. Los míos creo que tienen una mirada sincera, noble y curiosa. Cuando sonrió se entrecierran, a una amiga china le pregunte alguna vez que si podía ver cuando sonreía, fue mis gracioso, ella sonrió cuando me contesto y yo no sabía si aún me veía, dijo que sí, a su manera pero si, así que mis ojos no se cierran tanto pero lo hacen. No son ni muy grandes ni muy pequeños, son color café, aunque mi mamá dice que son miel, tal vez si cuando veo alguna luz, o es porque los de ella son bastante oscuros, no como los de mi papá que son azules, bastante claros. Me han preguntado que porque no saque los ojos de mi papá, yo que sé… aunque alguna vez imaginé como me hubiera visto con sus ojos… no lo creo, los ojos cafés tienen su encanto, me gustan. Cruzar miradas con extraños, no saber nada de con quien estar intercambiando ese contacto. Me llama la atención ver la cara de la gente por la calle, cuando creen que nadie los ve o les pone atención,
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pienso que la cara refleja la personalidad aunque no los conozca. Y cuando las miradas se cruzan uno se percata de la existencia de la otra persona, un desconocido que probablemente nunca volverás a ver. Mis marcas y cicatrices en la cara son un reflejo de momentos que viví, entre una mordida de mi perro, un rasguño con un clavo, las marca de varicela, o el rasguño de mi hermana cuando éramos niñas, todas esas cosas que suenan dolorosas pero que ya no duelen. Como son las cicatrices, son el presente de un pasado, no me acomplejan, solo ahí están. Mi cabello es rebelde, chino y largo, parezco siempre despeinada, un poco refleja mi personalidad y mis ganas de estar en constante movimiento, mis pensamientos e ideas que van de un lado a otro, tratando de entender el mundo que me rodea, así si estoy despeinada todo el tiempo. Mis orejas no tan grandes, no tan pequeñas, creo que bastante normales, me gustan… son bonitas siempre lo he pensado, que haría sin ellas, no quiero ni imaginarlo, me encanta que sean el medio por el cual disfruto de una de mis pasiones, la música. Me agrada como lucen aunque no puedo verlas si no es en un espejo.
Cada día nos vemos al espejo, siempre tenemos la misma cara, alguna vez pensé en lo curioso que es observar nuestras caras diario por la mañana ¿Qué vemos en nosotros mismos? ¿Qué sentimos hacia nosotros mismos? ¿Qué cambios notamos en nuestro rostro con el tiempo? ¿que reflejamos? y no solo los cambios físicos, sino la experiencia, lo que nuestros ojos expresan por ella. Mis cejas, parecían menos cuando era pequeña, la poca que tengo, es muy irregular, puntiagudas y despobladas, aun así, me gusta depilarlas para que la poca que tengo se vea delineada, mi mamá dice que me cambia la cara cada vez que voy a que me depilen mis cejas, es curioso, son esos cambios que no los vemos hasta que los hacemos. Cuando veo a mi hermana a veces pienso, yo tengo la misma cara, tengo una referencia de mas o menos como luzco sin tener que verme al espejo, a veces jugamos que somos espejos una de la otra, lo que hace una lo hace la otra, claro que al mismo tiempo se que no me veo exactamente igual, aunque gran parte de lo que soy, miforma de ser diferente a ella, es por ella de como hemos ido creciendo juntas a través de nuestras vidas.
Mar de día Octavio Paz
Por un cabello solo parte sus blancas venas, su dulce pecho bronco, y muestra labios verdes, frenéticos, nupciales, la espuma deslumbrada. Por un cabello solo. Por esa luz en vuelo que parte en dos al día, el viento suspendido; el mar, dos mares fijos, gemelos enemigos; el universo roto mostrando sus entrañas, las sonámbulas formas que nadan hondas, ciegas,
por las espesas olas del agua y de la tierra: las algas submarinas de lentas cabelleras, el pulpo vegetal, raíces, tactos ciegos, carbones inocentes, candores enterrados en la primer ceguera. Por esa sola hebra, entre mis dedos llama, vibrante, esbelta espada que nace de mis yemas y ya se pierde, sola, relámpago en desvelo, entre la luz y yo.
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Entre las calles donde nadie se conoce Termino de imprimirse en Marzo del 2014 en Centro de diseño cine y televisión, México El tiraje consta de dos ejemplares En su formación se usaron la familia tipográfica Nimbus Sans Novus T