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AÑO 2 No. 5 07/07/09

Leonardo de Onovide · Erika Téllez · León Guillermo Gutiérrez · Juan Machín Lucía Deblock · Eric Laines · Gloria Cejka · Juan Pablo Picazo · Héctor Cervantes Javier Macías · Fénix Berriel

$20.00


El arte es un Delirio Controlado es una revista cuatrimestral, publicada por el Consejo del Centauro, Manzana 7, Casa 1, La Misión, Emiliano Zapata, Mor. C.P. 62760 deliriocontrolado@hotmail.com El contenido de los textos es responsabilidad de los autores Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de El arte es un Delirio Cotrolado sin autorización expresa del editor. Tiraje de 500 ejemplares. Impreso en: PROMOPRINT H. Galena No. 11, Centro. Cuernavaca, Mor. C.P. 6200 Tels. (777) 3144320/31219

Director General: Juan Francisco García

Edición: Héctor Cervantes Redacción: Erika Téllez Administración: Yazmín Carmona Ilustraciones: Eric Laines Diseño y formación: Daniel Alarcón

Consejo Editorial: Leonardo Compañ, Salvador García, Luis Ernesto González, Soledad Jiménez, José Carlos Ruíz y Frida Varinia.


MORVIT

Contenido

Leonardo de Ononvide

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EFIGIE

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LA PIEDRA ES EL SOL

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EL AIRE SABRÁ

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BITÁCORA DE UN VIAJE POR ALEMANIA

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SÓLO QUEDARÁN LOS PÁJAROS

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OBRA GRÁFICA

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REMINISCENCIAS

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PARÉNTESIS

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ENTREVISTA CON ERIC LAINES

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ARRASTRANDO LA PLUMA

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EL GUITARRAZO

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YOLOCUAUTLIS

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EDITORIAL

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Erika Téllez León Guillermo Gutiérrez León Guillermo Gutiérrez Juan Machín

Lucía Deblock

Ilustraciones: Eric Laines Gloria Cejka

Juan Pablo Picazo Héctor Cervantes

Javier Macías Fénix Berriel

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I

Morvit

Leonardo de Ononvide

Del hombre a la vida [ a la muerte… ] respira no cede ser niega no cede Muerte del aire → transfigura Vida: y nace la muerte Una muerte que pare para en Nosotros ¿Mi vida es muerte? Transición: Cárcel cae en sortilegio despojo. ¿Quién soy?

La natura desnuda ¿Es? ¿Lo que no es? ¿Quién es?

Yo No soy yo Soy yo

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II

No puedo, no quiero dejar de ser… quien soy ¿Soy? Volver en todo De una vez… y nada y en todas las veces y en todas las voces Y en corazones en ira en no seres que son ¿Para qué?

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Efigie

Erika Téllez

I Soy (y tengo que decirlo en voz alta para confirmar) No sé... II Mírale bien los ojos Él es alguien a quien nada más te coges Te penetra en las noches ignotas porque intenta obtener respuestas Pero las huellas se han cifrado sobre el témpano de los recuerdos mendicantes de te-quieros

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III Témele porque él no te mira si no es con la negra luz debajo de las piedras con pestañas de verde moho

IV Sobre esta inmensidad jaspeada el muro se mueve Tú, no

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La piedra es el sol León Guillermo Gutiérrez

La piedra es sol que viste de gris para ocultar su sombra.

Siempre en vigilia la piedra duerme sobre ella misma. Debajo de ella, la luz ilumina su sueño.

Sueño, piedra y sol escriben mi nombre y una lluvia insolente lo devuelve a la tierra que sueña a la sombra de una piedra. La luz y mi nombre no hayan reposo.

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El aire sabrá

León Guillermo Gutiérrez

Tres cirios vigilan imperturbables mis dilatadas pupilas negras, la cuarta llama deletrea, o quizá, un nombre lo está leyendo. Un horizonte de notas descifra la escritura anversa de los epitafios de todos mis muertos -de mis muertes debo decir-. Mi leve silueta se arrellana en el mullido sillón para recordar el olor de nardos y azahares. Los cirios parpadean, son mi ausencia presente en Ostrava, Austin, San Julián. . . Soy el cirio sin encender soy, quizás, llama viva más allá de nombres y epitafios, polvo antes y después del polvo. El aire tiene, tendrá la respuesta.

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Bitácora de un viaje por Alemania Juan Machín

Al laberinto de las frías lápidas trajiste vida

Fueron tus ojos en la noche helada mi insomnio

Dos noches sin fin galopó mi deseo por tus labios

Berlín 22 de enero de 2009

Vechta 26 de enero de 2009

Osnabrûck 27 de enero de 2009

El mismo muro Nuestras camas tocaron toda la noche.

Osnabrûck 27 de enero de 2009

Con mis ojos Quiero besar Siempre Tus ojos claros Con mis ojos 8 8


Quiero besar siempre tus ojos claros con mis ojos

Paderborn 28 de enero de 2009

Luna y Venus en la negra bóveda sonrisa lunar

Hattingen, 29 de enero de 2009

Desde el orto al rojo atardecer juntos: el cielo.

Hattingen-Frankfurt, 30 de enero de 2009

Hace dos años vimos juntos, camino al aeropuerto, un rojo rojo atardecer en un mundo al revés. Hoy, camino al aeropuerto, vimos otro rojo rojo atardecer en un mundo casi como debe ser… O, tal vez, ya era perfecto: un mundo donde (san Agustín dixit) el nudo de la amistad hace de muchas almas una sola.

Frankfurt, 30 de enero de 2009

De vuelta al sol no extraño la nieve extraño mi sol

Cuernavaca, 1 de febrero de 2009

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Sólo quedarán los pájaros

Lucía Deblock

Mateo sube, Mateo baja, Mateo dice, Mateo vuela… sí, vuela y ella le creyó desde atrás de la puerta, antes de corroborar sus cuasi levitaciones, asido únicamente de su aferrado puño represor de mariposas culichulas. La Ternera se apersonó y la Urraca-Rana, que al vuelo todos adivinan que en ese otro mundo en que dicta conferencias sobre SIDA y promueve el uso de preservativos le llaman René, hizo las presentaciones. La Ternera extendió su mano manicurada como si fuera una princesa y le acatarró la nariz con la boa de plumas celestes justo antes de decidir con una gran sonrisa que a partir de ese momento, Rolando, el primo de su gran amiga la UrracaRana, sería La Volantina. La Ternera se sentó en el afiebrado vinil rojo de los muebles de salón de belleza coronados con sus antiguos secadores de pelo, muy juntas las piernas y los pies en punta con los deditos bien prendidos como cerillines de cabeza fucsia, y así nomás, se dejó preguntar: ¿Y quién es Mateo? La Volantina hizo pucheros y se rascó la nariz revelando el meñique más burdo e inhiesto que hubiera visto en los últimos tiempos. La Urraca-Rana, ojos de águila vengadora hincados en el candor de su imprudencia, ¿qué acaso no veía que Rolando era un recién llegado y no entendía de esas incómodas confiancitas jarochas? Que pesada podía llegar a ser la Urraca-Rana con sus delicadezas, como si sólo ella tuviera mundo; total, estaban en su terreno y ella sabía muy bien cómo acercarse a cada 10 10

loca maricona que llegaba a esta humilde casa de puerta y ventana, que también tenía nombre de batalla: El Nido, por todas las pájaras que llegaban a empollar sus cuitas en esos sillones cárdenos que compró de segunda mano, cuando su patrón remodeló el Spa de la calle comercial más lujosa de la ciudad y a ella se le ocurrió acomodarlos uno frente a otro en la sala; luego llegaron los tules vaporosos que se columpiaban en el techo y los drapeados fastuosos de las mesas, además de los enormes cojines de raso tornasolado donde descansaba una variedad insólita de traseros bien flameados. Sí, ella, entre todas, era la de las grandes ideas, por eso tenía la casa siempre llena de las más escandalosas culiflojas de la ciudad. Entonces, ¿quién es ese hombre águila del que hablaban? Rolando carraspeó y con una espectacular voz ronca que permitía adivinar su profesión de cronista de espectáculos circenses, modestamente dijo: Un amigo. Así que La Volantina, esa forastera comedida, no era más que una vampirita chupa ratas que le decía simplemente amigo al macho de su corazón. Conoció a Mateo en un video en la computadora de La Urraca-Rana; lo bajaron del blog desde donde el ufano cirquero mantenía correspondencia con un nutrido grupo de fans, casi todas ingenuas polluelas de las más variadas geografías, y a su vez, se declaraba entusiasta de los más sucintos mensajes, del sabor a mora azul y se asumía como un digno coleccionista de la más diversas baratijas. No era el torazo viril que se imaginó tras escuchar atentamente a La Volantina, sino apenas un mo-


zalbete descamisado con el pecho refulgente de sudor que daba volteretas en el aire con una gracia tan estilizada que parecía paloma. El guapo del circo usaba mallones blancos que le perfilaban un culito redondo y respingón y apretujaban un reptil que despertaba las más intensas especulaciones, que por cierto, le hizo recordar a La Ternera, una de sus más desosegadas pasiones, allá por los ochenta; al tiro comprendió la desesperación de La Volantina: Mateo se iba del circo y nunca pudo acercársele ni para ser amigos. Quería tenerlo un rato para ella sola. Prometió avisarles en unos días, ella presumía de ser versátil y de una muy prolífica imaginación, ya se le ocurriría algo; no sólo eran célebres sus ensalmos entoloachadores, sino que gracias a su sensibilidad, la comparsa más sublime de dramáticas reinas espumosas jamás vista en ningún otro carnaval, estuvo bajo su mando. Los anónimos empezaron a llegar al circo de mano de la propia Volantina, los colocaba secretamente entre tanto chiclito, hulito y papelito que las admiradoras de Mateo iban dejando diariamente en la mesa junto a una fotografía ampliada del divo (¿imagen votiva?), como una ofrenda por tanto refocile con las piruetas de la pista. Tres largos días tardó el machazo en darse cuenta que aquello era diferente: iba por el patio con el sobre de papel con flores machacadas y la casi solícita letra rosada de la Ternera, y como siempre que necesitaba algo especial, Mateo se acercó a un súbitamente palidecido Rolando y le preguntó si sabía quién dejaba esos sobres. La Volantina negó con la cabeza y se cruzó de brazos perdonándole de antemano que no le preguntara ni cómo estás ni qué tal te amaneció, pues, para entablar una conversación simplona con el cachorro tan mañoso que siempre demandaba favores y atenciones conocedor del poder que ejercía sobre ella. Sin ninguna reserva, como la putilla volada que era, se conmovió con el énfasis del por favor y aceptó fascinada el encargo de averiguar quién era esa mujer.

La Volantina parecía demasiado inmadura para asumirse como una auténtica chupapingas de vuelos de organdí y además, desgraciadamente, no era atractiva. Vestía tiesas camisas almidonadas en exceso y pantalones de lona con una línea tan derecha que resultaba su única extravagancia; era tan neutra, que sus ojos color de aguas turbias, tan pérfidos, eran lo único que le daba cierto aire de teatralidad; eso, y una vulgar necesidad de ensalivarse los labios con una lengua sospechosamente bulliciosa. Por lo demás, era fácil imaginar su vida: una dócil perra chaquetera de zapatos blancos y vaporosos gaznés, siempre temerosa por la fragilidad del vuelo de ese pájaro albo que le daba sentido a sus noches sordas. Y cuando el cuerpo demandaba afanes, bien oculta en el silencio de la noche, a la búsqueda de algún borracho callejero, de esos a los que ya nadie espera y que todo se les pierde en las ganas de enroscarse en otra bien surtida tanda aguardientosa: embabosados besos de torpeza etílica a los que ella siempre se negaba: no buscaba amor, sino tan sólo una buena lijada que la llevara a abandonarse a sus más cruentas imaginaciones. O cuando había suerte, facilona culipronta se dejaba engatusar por algún mariposeo al vuelo, con su promiscuo rumor de promesas pachangonas. Llegó ya tarde, después de la última función, bien engominado el copete chapucero y el gazné de satín ocre como sostén de su triste capuchón de cacarizo zopilote ya entregado a los derrumbes del tiempo, con su sonrisa de gavilancilla taimada que delataba el regusto por la tirantez del estómago, provocado por ese plan que le daría a probar de las mieles del amor: Que si Mateo sonrió con su boquita mordiscona; que si Mateo sostuvo el sobre con sus largos dedos; que si Mateo no se dio cuenta; que si Mateo le pidió un favor con su vozaza enronquecida; que si Mateo tiene curiosidad por conocerla. Estaba tan enamorada, tan sometida, tan ojerosa la perversa por tantas noches de vigilia, chupando el cigarrito como cocuyo envirulado, paladeando el nombre, llamándolo en cada relumbrón: letal lamida de su lengua desbocada. La Ternera la dejó caracolearse a sus anchas en el sillón, con su cacareo pegajoso porque la comprendía, ella también había perdido el sueño, unos cuantos

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kilos y hasta la fe por un jodido culazo homofóbico al que nunca pudo acercarse. Pues mañana la va a conocer, dijo la Ternera así nomás, como si dijera cualquier cosa, mientras limpiaba los anillos imperfectos de tinto que humedecieron la mesa la noche anterior. Le entregó otra carta sellada, tibia aún de las cavernas de su pecho y la instruyó antes de retirarse a sus habitaciones, le apretaban las reumas y necesitaba descansar para el gran día: mañana. Mireya llegó al Nido uno de sus más angustiosos días de desamor; era una bisexual requemada por el sol, asombrosamente erótica su mirada gatuna y entusiasta felatriz, que ya había roto varios corazones con su arrogancia y su desfachatez, y lo más importante, que le debía varios favores a la Ternera. Mireya no tuvo inconveniente en la forma de pagar su deuda de honor de una vez por todas; con mucha coquetería se colocó en la oreja el clavel rojo convenido (¿acaso ninguna obtusa urraca se dará cuenta de la sutileza de portar precisamente esa flor?), se soltó el cabello perfumado y con una minifalda que asomaba el insigne triangulito blanco arropado entre las piernas, llegó al palco hasta donde la Volantina la condujo. Mientras Mateo la miraba, un tanto desconcertado ante aquella hembra tan explícita, hizo una ostentosa entrega del último sobre y desapareció cuando el hombre aún planeaba níveo en lo alto de la carpa. La cita era en el Bar México, un pajaral situado en esa esquina desafiada por la bullanguera prisa urbana de las calles, frecuentado por locas embravecidas: casi todas con sus cantos de sirenas despechadas; vestidas de pasitos fifí: con jocosas artimañas picaflor y bucles de gata oxigenada; camotes muy codiciados: que de ordinario provocaban grescas bien sangrientas que eran el chisme de cada tarde en el Nido y bicicletos: casi siempre violentos tornilleros, como Félix, ahí empoderado en su reino de cristal tras la barra, a quien la Ternera ya había perdonado por embaucarla en una afanosa y triste historia con su corruptora labia de gara12 12

ñón cumplidor. Llovía, el espejo del asfalto como quimera vuelta vaho; junto a rumores líquidos, agazapados detrás del puesto de periódicos patrocinado por el pasquín más amarillista de la ciudad y Mireya, más allá de la hora: todo es agua y estruendo y las polillas no pueden volar. Una hora después, la Ternera llegó al bar encapullada en su impermeable amarillo de abejorro cuchicheante y se acomodó muy cerca del espectáculo de arduo reconocimiento entre un inseguro Mateo: con su acervo de músculos bien ceñido por la licra casi azul de su camisa y Mireya: cumplidora de escote tan profundo sonorizando sus palabras con el clinclín de las pulseras: turbo que apura los tragos al atlético becerro: sonrojándose pausado por los efectos de una suave ebriedad, hasta que se llega el tiempo del quinto trago: no hay quinto malo, se dice la Ternera al cerrar un ojito mariquete que rebota en los espejos de la barra. Y pensar que Félix, ese bravo semental encajonado entre cristales, que le mostraba el erecto pulgar con su pálpito de triunfo, fue el que con la ardiente punta de un cigarro le tatuó en la nalga izquierda un círculo de fuego con el infierno de su nombre. La Ternera paseaba alrededor de la cama, atenta a las opulentas escarapelas del tapiz infecto de humedad en ese cuartucho tan oscuro por el cielo anubarrado, escuchando el trajinar de pasos por el corredor, un cerrojazo próximo y luego un televisor que se desgañita en el cuarto vecino. Una biliosa luz le atacaba el perfil a la Volantina, ahí sentada en el sillón, como si la embustera dulzura de su sonrisa no estuviera a la espera de una puerta hostil sazonada por el clinclín de las pulseras, que lo obligara a sacudirse las plumas de viejo cuervo y correr hasta el cuarto 211, donde Mateo yacería al centro de la cama, con el polvito morado de las pastillas machacadas bien inoculado en su torrente de pollito dormilón. No dijo casi nada, pero su indignada jotería le alborotó las manos como alas de canario alebrestado cuando rechazó la caja de condones: Es un crío… yo sería incapaz… eso no va conmigo. Y paró la trompa bien fruncida, como culito de gallina asustadiza. Cuando se quedó sola, la Ternera se despatarró sobre la cama e imaginó el cuerpo tierno de Mateo:


su piel de veinteañero vulnerable, tan al alcance de esa contemplación febril que recorre palmo a palmo su tersura aceitunada: las piernas en largo erótico abandono. El ancho vigor de los brazos tan abiertos, arrojando sus tetillas ciegas. La elocuencia de las manos: largas y gruesas, acunando su lujuria insomne. Sincopada y tibia la respiración; fecundo el aroma a macho en su entrepierna de cirquero. Y el latigueo del animal: libertino, izándose al roce de un soplo posterior a un rimero de deseos. Tentar. Morder. Libar. Temblar. Lamer. La cueva del oído. La hondonada del cuello. El pozo de la axila. La maleza del pubis. La dulzura de las corvas. … La Ternera miró por la ventana: abajo, La Urraca-Rana paseaba con su alma de pájaro atribulado entre las aguanosas prisas que dan vigencia al anochecer, con el arcoiris de la sombrilla protegiendo la bolsa de discos que justificaban las actividades musicales de Rolando aquella tarde de chipichipi remojón; arriba, las nubes negras galopando, la caligrafía roja del hotel con la O parpadeante, con sus espasmos zumbones: la metáfora de su deseo. Se aproximó al sillón como si fuera la esquina bulbosa de su memoria donde se confabulaban los cuerpos que tuvo y que ya había perdido, a los que siempre llegó como si fueran los definitivos; ahora vestiglos, antes cisnes o albatros o pelícanos cuyos rostros lamió como si no tuviera culpa ni miedo: con hambre de afecto pero ahíta con saliva. Suspiró no como una tristeza de ese instante, sino como una costumbre rotunda en su alma de gata sin ratón: como todos los hombres que tuvo, Mateo jamás podrá adivinar lo cerca que estuvo del verdadero amor. Porque al final, sólo quedarán los pájaros.

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Reminiscecias

Gloria Cejka

Los extranjeros… han contribuido …a crear la imagen de México, a hacerle su mitología y su historia Andrés Henestrosa

Este epígrafe, cuyas palabras aparecen en la contraportada de Cien forasteros en Morelos de José N. Iturriaga, me llenó de una especie de añoranza, de saudade como se dice en portugués, al darme cuenta de que mi padre, venido del Imperio AustroHúngaro, checoslovaco de corazón desde la proclamación de ese estado independiente en 1918, fue quien moldeó mi forma de ver y de admirar a México, el país en donde el destino quiso que viera yo la luz del mundo. Gracias a mi padre, conocí de cerca a una decena de los visitantes foráneos nombrados en ese libro y a muchos otros que, aunque no pasaron por Morelos, sí compartieron la mesa de la familia Cejka y probaron los deliciosos manjares mexicanos aderezados especialmente por mi madre para que no picaran demasiado y no irritar sus delicados estómagos. ¿Por qué entonces me invadió la nostalgia aún antes de cerrar el libro citado? Primero que nada porque esa idílica Cuernavaca, esa acogedora Cuautla, ese Morelos de entonces ya desapareció para siempre, 16 16

tragado por una mancha urbana propiciada por permisos de autoridades inconscientes que, principalmente en este siglo XXI, poco o nada se ocupan por resguardar lo que otrora era considerado el Tamoanchán o paraíso para los visitantes. Cada vez que veo en lontananza los altísimos edificios frente al hospital Parres que rompen la belleza de las montañas que se delinean en el horizonte rumbo al Bosque del Agua, cada vez que veo otra quinta señorial de Vista Hermosa convertida en condominio-hormiguero donde el cemento se tragó los verdes jardines, cada vez que veo el lastimoso estado de las banquetas y de los edificios todos pintarrajeados de grafitis, con las estrechas calles atestadas por doquier de automóviles contaminando, siento una punzada en mi alma ante tamaño crimen burocrático que sigue concediendo permisos de construcción en una ciudad, en un estado que debía ser cuidado y preservado en todos sentidos. En mis tiempos de niña, desde la finca del abuelo en la calle de Humboldt, caminábamos gritando y saltando hasta Chapultepec. En el camino nos topábamos con burritos cargan-


do botes de leche, hatos de madera, carbón o huacales con elotes, guayabas u otras hortalizas. No corríamos peligro de ser atropelladas porque los automóviles eran casi inexistentes. Así conoció Cuernavaca Pablo Neruda, porque yo lo oí recitar sus versos en una maravillosa quinta que no puedo recordar a quién pertenecía, y que según comentaba el paisano checo de mi papá a quien yo acompañé en esa ocasión, había construido una especie de atalaya o torre en la esquina de su vasto y hermosísimo jardín para que el bardo chileno pudiera llegar y permanecer aquí el tiempo que quisiera. Cómo me gustaría que alguien corroborará esta remembranza mía, pues estoy segura que Pablo Neruda regresó a Cuernavaca entre los años 1947 a 1951, cuando tantas veces acompañé al escritor checo Norbert Frýd y a su esposa Libuse; a ésta, entonces maravillosa, ciudad de las flores, los perfumes y los cielos abigarrados de colores en donde todo era paz y tranquilidad.

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Paréntesis

Luis Ernesto González

Siete años. Seis para Alejandra Atala. Seis para mí. Siete para su fundador, Juan Pablo Picazo. Menos para otras voces entrañables que por allí pasaron, acercándonos a su propia lectura de la vida. A través de la frecuencia universitaria de la radio platicábamos de literatura. Aprendíamos cada lunes a callar dándole voz a los autores que hoy están en la tumba y a los que, como dice Blas de Otero, les queda la palabra. Los amables escuchas tomaban el teléfono y compartían el asombro de todos con todos cuando calaba el verso, la prosa, la idea, la intuición de los grandes convertidos en faro sobre el bellísimo valle de Cuernavaca cuando anochecía y se alfombraba de luces, maquetita del cielo. Pero, claro, acallaron el programa. No claro porque así debiera ser, sino porque así es. No es el espacio para hablar de un país que muere como el pez en la red del que evade su humanidad por miedo a no ser winners. Qué pequeño. Qué chiquito es. Y tampoco es el sitio para calzarse (defraudación también) como héroes de la libertad de expresión. La verdad sea dicha, a casi nadie importa un programa de difusión de la literatura y por eso se puede decir casi cualquier cosa sin que cambie un ápice el rumbo de una tarde-noche. Pero pasa que hay contextos. Hablo en mi nombre. Cada cual ha vivido el trago amargo y ha llegado a sus propias conclusiones. Y basta. 18

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He aquí que hay una vida y hay que hacer algo con ella. Y a los tres mencionados nos da por tirar al monte… o mejor, a casa, como lo hacía Rocinante cada vez que el hidalgo le daba rienda para hacer lo que quisiera. Alejandra, los domingos a las nueve de la noche, abre el micrófono de Vuelo entre líneas desde hace casi seis años en el 96.5. Juan Pablo ha vuelto del exilio y extiende las velas en su valle. Nuestros delirantes amigos editores de la revista que tienes en tus manos nos permiten ahora (al fin que somos hermanos en esto de conocer dificultades para sobrevivir haciendo lo que amamos) inaugurar una columna que se llama como el difunto programa de los lunes a las siete. Y qué dicha. Hay tanto que construir contigo. Gusto fundamental de saberse con vida: compartir una razón para salir de la cama a batallar. En el espacio que este mes abrimos escribiremos los tres. Libros, autores, vida. Y como entonces, tu comentario nos es fundamental alimento. Es un triunfo, diferido un año y meses, poder decir ahora: “regresamos de la pausa, amables contertulios”. Escríbeme a: quepena@hotmail.com

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Eric Laines, sus demonios

Héctor Cervantes

Eric es congruente con el tiempo que le tocó vivir, es producto neto de la globalización que ya no permite distinguir si mantenemos nuestra individualidad o si al mirarnos al espejo, una de estas calurosas mañanas, aparecerá en nuestro maltratado rostro el logo de Wal-Mart, Telmex o Microsoft (con sus advertencias respectivas para evitar la piratería). En estas circunstancias la obra pictórica de Eric es fiel a su momento: no traiciona sus orígenes o sus inicios. Graffiti o historietas, da gusto encontrarlos sutilmente inscritos en sus trabajos recientes. Si bien tiene sus motivaciones muy personales, Laines no puede sustraerse a la angustia con que la realidad nos amaga cotidianamente. Los signos en su obra son parte de sus vivencias, transita entre las técnicas con el dolor del cambio físico y emocional, en sus texturas se advierten por lienzos, mejor que por momentos, la tristeza, la meditación y el gozo creativo. Huellas que se perciben, tenue, delicadamente en líneas que, con aparente timidez, manifiestan sombras, volumen. Su formación, la arquitectura, en un pleonasmo perfecto, da estructura, sostiene lo que disfrutamos.

...en sus texturas se advierte por lienzos, mejor que por momentos, la tristeza, la meditación y el gozo creativo.

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Al preguntarle sobre cómo combina su profesión y su oficio hace de ambos una analogía con la mujer, con el amor: “Es como tener dos novias, son bien celosas y las dos me mueven. Si me dedico a una es mucho el dolor para dejar a la otra” Arde el aire, arde el aire cada vez que roza mi piel; cuando no estás cerca, cuando no estás cerca y mi voz suena a heridas, “Mis demonios” sangra a gritos; Gardenia Davis ¿Tienes algún proyecto donde se combine arquitectura y pintura? “Me gustaría trabajar creando espacios arquitectónicos y jugar con mi obra pictórica en ellos” ¿Cuáles son los retos en tu profesión y en tu oficio? “En la arquitectura mi apuesta es a ser, de forma independiente, competitivo, consolidar una futura empresa… No sólo es la parte de vivir bien económicamente, crear es importante, muy importante. En la pintura crear es el reto”” Nunca vas a creerlo, todo fue verdad. Pasan noches enteras, mis demonios, mis demonios

“Mis demonios” Gardenia Davis

Laines, en sus varias etapas pictóricas, hace conexiones a través del color y sin abandonarse a lo trivial establece interfaces en ellas, es decir, articula imágenes a manera de conexo completo, de unión: esferas, payasos, pájaros y camaleones. Con influjos visibles no negados (Bacon, Cuevas, Dalí) y transferencias se regodea en su creación.

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¿Te inscribes en alguna corriente pictórica? “Tal vez como surrealismo, no en el estilo, pero sí un poco en la estética pictórica.” Las conexiones de uno a otro de tus periodos pictóricos nos hablan de evolución, ¿te sientes en ese proceso? “Sí, lo estoy, aunque me es difícil reconocerlo, no lo vivo conscientemente. Voy de una pintura o otra y no me detengo a pensar con qué voy a unirlas” Buscando la respuesta al misterio, buscando la respuesta al prejuicio sin perder el juicio, la cabeza…. Fito Páez ¿Qué motiva tu proceso creativo? “En arquitectura se maneja un enunciado: ‘La función lleva a la forma’, a mí la función me lleva a crear, porque aunque mi formación ha sido más hacia la estética, me gusta jugar con grandes espacios, colores básicos, luz y amplios claros. En la pintura es muy similar” 22

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¿Pintas por encargo? “No pinto para nadie en particular, aunque sí hay quien inspire mi obra o puedo hacer una pintura para regalarla a alguna persona. Pero no, es más, algunas pinturas no las vendo, son para mí, y no son precisamente las mejores o las más bonitas. Son las que tienen un significado particular, forman parte de mi desarrollo en la pintura” La naturaleza le marca los cambios y con ellos sus argumentos y sus temas capitales toman forma, mas esto sólo es temporal. Laines se descubre y redescubre en cada obra, no vacila en tomar, una y otra vez, antiguos temas. Tampoco duda al redefinirse ante sus técnicas, como dije, se place al crear. Disfrutemos su obra, quedémonos con ese deleite de Laines y, tal vez, sólo tal vez, podremos captar esa chispa que imprime en cada forma, en cada color, en cada trazo.

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Arrastrando la pluma Esta es la sección de quejas, de desencantos, de improperios contra lo injusto (si es que la justicia existe y tiene un antagonista)... o algo así terminé entendiendo. Y, por tanto, este espacio deviene duda. Entonces, interrogo: ¿Cómo distingue, usted, a un poeta cuando va por la calle? Fácil –contestan– seguro, camina un tanto distraído, giboso, como buscando constantemente en las nubes o las esquinas. Aspira rápido al cigarro para, resueltamente, garabatear algo en una pequeña libreta y, así, no dejar que las letras escapen. O bien, toma café (frente a una catedral, por supuesto) y garabatea. Si nos acercamos más, descubrimos que viste de colores sobrios, prefiere a Verlaine o Baudelaire (lo francés siempre evidenciará su buen gusto y visión cosmopolita) y Tom Waits suena de fondo cuando los garabatos mencionados arriba se acomodan en rengloncitos. Acto seguido, me pregunto (y la incógnita resuena hondo): ¿eso significa ser poeta? ¿Es que, acaso, la poesía es un ente sublime que vaga a la espera de aquél que descifre su místico lenguaje? ¿Seguiremos creyendo las mentiras de apócrifas musas y de cada poetatroz de renglones (y no versos) sin imágenes ni ritmo? Es excelente mentir, pero sólo de manera magistral. Se nos olvida que las sirenas recién se volvieron hermosas. Es hora de matar la inspiración y comenzar a ejercitar la imaginación. 24

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El guitarrazo José Manuel Aguilera: el silencio no bienvenido Javier Macías Ortega Bajo la ceguera del día terminal, la expectativa brota, emerge de la tierra santa, como semillas regadas por la lluvia sin destino; el ímpetu se declara exigente, más no atrevido. Decenas de voces que no tienen dirección recorren el íntimo espacio, cómodo, traslúcido. Olor a madera vieja, humo de tabaco en las orillas empaña las ventanas que muestran un paisaje solitario del zócalo de la Cuernavaca nocturna. Una guitarra reposa al costado de un banco estratégicamente puesto en el escenario. Pasos con saber, mirada concentrada en la experiencia: José Manuel Aguilera se encuentra listo para documentar en su archivo personal el viaje sonoro. El tema da continuidad a imaginar el eco de su voz, que desprende la sonrisa interna. Tal parece que en bandeja de suma atención ofrece la vitalidad, detiene el tiempo, reúne anécdotas. Su fiel acompañante acústica se posa y se traslada a los oídos presentes. La copa de vino tinto refresca su garganta y embriaga los aplausos que, al término de cada interpretación (como un cometa incrustado en la barranca), resplandecen en notas musicales que alguna vez el infierno imperturbable llamó a ser parte de sus santos deseos. Mientras los amantes toman la noche como sábana, en medio del sueño íntimamente pudoroso, el recital continúa su ca-

ravana. Las notas son más que partículas auditivas en el aire; se descubren como el remedio curativo que los asistentes necesitaran ante la sobrepoblada propuesta musical de los medios corruptos comerciales, “Academias” y demás falsedades plásticas que sólo forman un vacío en el alma de quienes adoran las buenas obras musicales; resumiendo, una falta de respeto para el público. El sonido se transforma en viento, el viento en calor, el calor en placer y el placer regresa a su estado original. Es la sonoridad de un músico que en sus entrañas, los compases, el ritmo y la perversa creación, somete al silencio a bañarse místicamente en su profundo oasis. Cambio de copa: más licor al corazón, más historias a la razón, más creaciones a su selección fina. Los coros se convierten en un ritual particular, José Manuel se alimenta del respeto hacia su obra. Cariñoso, responde con agradecimiento mutuo. Su guitarra durante muchos años ha caminado junto a él en batallas de independencia y sofisticación; esta misma lo ha elevado, sin perder el suelo, cada vez, más cerca del cielo que lo protege. Poco a poco, las estrellas desprenden su polvo y éste cae sobre las canciones con olor a odio, soledad, belleza, ciegas realidades, locuras y un inmenso poder de fe. Dentro de un siglo se repetirá esta insólita noche: los ojos sin sueño, el solitario sin hambre y con sed del cuerpo, satisfecho, se levanta de su asiento y, sin mirar atrás, agradece el momento. Delirio Controlado

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Yolocuautlis* Que los desechos que tira el hombre van a la barranca también las historias de muchas vidas. Fragmentos, escombros es lo que he encontrado en la casa vacía de mi infancia y en cada rincón. Encuentro recuerdos polvosos enmohecidos, roídos por el tiempo, vasos quebrados por el tiempo llanto y sufrimiento.

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Fénix Berriel


Que encierran las largas alegrías de los días tristes pero soleados donde todos se olvidan. Donde quedan los pedazos de basura la barranca con sus alegres aguas negras corriendo. La barranca lugar de cachos olvidados de historias que nadie quiere y todos olvidan así. Con el tiempo como sarcástico testigo silencioso que contempla a la barranca. * Pertenece al círculo de escritores “Yolocuautlis” (Corazones de Águila), del CERESO de Atlacholoaya, Morelos.

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Editorial Dentro de un cubo azul, en Tlayacapan, se gestó el número que tienes en tus manos. La necesidad, muy nuestra, de hacer y decir a través de nuestro delirio, nos ha llevado a buscar nuevos senderos (nuevos amigos) y a encontrarnos con aquellos que ahora inciden con esfuerzo y talento en el número cinco. El diseño es, como siempre, la dificultad por encima de las vicisitudes propias de la labor editorial, ahí apareció Daniel y su hospitalidad, su vena artística, su entusiasmo. Los amigos de siempre aligeran el camino: Alejandra, Luis Ernesto y Juan Pablo nos hacen fuertes y apuntalan este ejercicio con una columna, Paréntesis, vital e inteligente. Necios, inmersos en la convicción de la persistencia por encima de las necesidades económicas. Y con el azar como aliado, topamos con gente comprometida, ajena al lucro. Nunca como ahora el esfuerzo fue tan grande, nunca como ahora las dificultades parecían insuperables. Los cambios en la conformación del grupo hacían necesario replantear la capitalización y la re-distribución del trabajo. El tiempo nos ganó la espalda, ponernos a la par fue difícil, y aún nos lleva ventaja. Agradecer la comprensión de nuestros escasos pero dilectos lectores es obligado.

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La hormega, las coordenadas del limbo. Si no estás en internet, nadie te encuentra; pero si estás, hay tantos... que con suerte serás como ese papel que sale de la botella tras marearse en infinitas olas, ante los ojos de un asombrado ¿o indiferente? lector. http://hormega.wordpress.com Un espacio de letras y reflexión administrado por el poeta Juan Pablo Picazo y el biólogo Juan Jacobo Schmitter, con Lola Manzo, Luis Ernesto González y Saulo Tertius.

El Centro Cultural Vinculart abrió sus puertas en marzo del 2006, con la intención de responder a las demandas de la población joven, ofreciendo alternativas de entretenimiento y aprendizaje de contenido artístico, cultural y científico. Nuestro proyecto incluye conferencias, cine, una biblioteca de literatura contemporánea, salas de trabajo, un área de exposiciones y la cafetería Con mucho gusto, donde los encuentros y conversaciones se suman a las oportunidades de aprender y disfrutar.

Centro Cultural Vinculart es un proyecto de:

VINCULART

Vinculación para el desarrollo, la cultura y la educación A.C. Independencia 23, Barrio del Rosario, Tlayacapan, Morelos.

www.vinculart.org.mx


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