Ensayos

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La vi por primera vez cuando era un niño, creo que no superaba los cuatro años. Nunca olvidaré esa primera impresión, los colores, el interés que provocó en mí desde el inicio, tanto así que no dejé de mirarla durante toda la noche. Fue amor a primera vista, descubrí que el mundo era mucho más que televisión y juguetes. Ahí estaba, resplandeciente, brillante, centelleante, deslumbrante como solo ella podía estarlo, ni mi mami se veía tan bonita. Lo único que quería era acercarme a ella y no soltarla jamás. ¿Cómo se llama? Le pregunté al tío Enrique. “Bicicleta, hijo, bicicleta”. Desde esa navidad en la que le regalaron la bici a mi hermano lo único que pasaba por mi mente era tener una de esas. Me imaginaba pedaleando a altas velocidades, sorteando miles de barreras y haciendo de esas piruetas peligrosas que me llamaban tanto la atención. Cuando crecí supe que sentir el viento en mi rostro mientras avanzaba en la bici era una de las mejores cosas que me podían pasar. Prácticamente olvidé caminar, lo único que hacía era pedalear. En mi época rebelde recuerdo que me gustaba irme de la casa cuando me enojaba por puras tonteras y ni me interesaba volver a la casa. Una noche la pasé a la intemperie y cónchale que hizo frío, pero ahí estaba yo bien acurrucado con mi bici, como si ésta me fuera a dar calor. Es por eso y tantas cosas que la recuerdo como el gran amor de mi vida, un amor ciertamente perfecto, mi media naranja, la luz de mi existencia. Pero todos los amores tienen que sortear momentos difíciles, algo así como la prueba de fuego, y para mí esa prueba se dio a mis 27 años, cuando me casé con la Pepita. Tengo que admitir que dejé mi bicicletita de lado en esa época, pero es que estaba muy re enamorado, y me siento feliz de decir que aún lo estoy. Y ya cuando me casé, trabajé y formé mi familia, se incorporó de nuevo


a mi vida, de una mala forma eso sí. Me di el medio costalazo, hasta me quebré por ahí. Yo lo tomé pa la risa, era como el castigo por haberla dejado botadita, por haberle sido infiel. Hubo una época complicada, cuando mi sueldo no alcanzaba y la Pepita hacía malabares para tener la mesa bonita todos los días. Trabajaba y compartía con mi familia, pero siempre me hacía un tiempo para ver a mi amor de infancia y juventud. Agarraba la bici y creo haber recorrido la ciudad de pies a cabeza, lo que se volvía una válvula de escape a todos los problemas, congojas y penurias que entristecían mi vida, además de aportar un granito de arena a mi sociedad, ya que no contaminaba ni hacía ruido, entre tantas cosas. Vivir en San Antonio, un pueblito sin muchas entretenciones artificiales pero sí varias distracciones naturales, se volvía un punto positivo al momento de pedalear y pedalear. Pude conocer secretos de la ciudad que jamás pensé descubrir, y todo gracias a observar y reflexionar mientras las imágenes pasaban como un largometraje frente a mi. Es que cuando montaba este vehículo de dos ruedas olvidaba todo y me sentía el rey del mundo, o, caso contrario, aparecía en mi mente un álbum fotográfico que me mostraba láminas sobre mi vida: años de antaño junto a mis padres y hermanos, esas tardes de lluvia frente a la chimenea, mi madre leyendo cuentos a mis hermanos por las noches, tardes en el bosque, la niña que me gustó por primera vez, esa que no quiso ir a la fiesta del colegio conmigo. Y aquí me vez, las cosas cambian, a veces más de lo que uno espera. Me siento tranquilo, tengo una sonrisa en mis labios y ojos, siento una plenitud que me llena por completo. Viví lo que tenía que vivir, amé todo lo que tenía que amar, sentí mucho en tan poco tiempo que tenemos en la vida. Tengo ochenta


y tres años, paso la mayor parte del tiempo en mi cama, la salud me está pasando la cuenta y mi cuerpo parece no querer responder a ningún estímulo. A veces, milagrosamente, me levanto de esta cama, y lo primero que hago es arrancarme al patio de atrás, que tiene salida a la calle, y antes que me reten, me pongo a pedalear, despacito eso si, ya no puedo sentir tanto el viento en mi rostro, pero la sola sensación de poder pedalear me trae tantos recuerdos que mis ojos se limpian de adentro hacia afuera, y las lágrimas, que son de colores porque irradian felicidad, caen lentamente. Si tuviera que pedir un deseo, a mi edad y después de haber querido a tantas personas, sería tiempo: para amar, para sonreír, y por qué no, para pedalear.


Lo que importa es pedalear

Mucho tiempo me he levantado temprano y subido a mi automóvil para ir a cualquier parte. Mucho tiempo hasta que me aburrí. El aburrimiento es el mejor antídoto contra cualquier hábito. Y un hábito es la necesidad de que las cosas permanezcan idénticas: miedo a la transformación. Desconozco quién la inventó. No sé nada de su historia oficial. Hablaré aquí de lo visto y experimentado. Mi hijo –yo no sé de dónde se saca estas cosas- me sopla que son las acciones y espíritu esenciales para lanzarse a ensayar. Que no necesito más. Basta y sobra con eso. Pues bien. Un día me decidí a dejar el auto de lado después de una tarde entera de observación. Tenía enfrente mi automóvil y mi bicicleta, aunque de mía no mucho, más del óxido que se la carcomía desde hace años. Entonces recordé un verso de Nicanor Parra:

El automóvil es una silla de ruedas.

¿Y la bicicleta? ¿No era acaso también otra silla de ruedas? Quise profundizar en esa cuestión, en la sospecha de que algo más debía esconderse en algún pliegue del ingenioso aforismo1. Movimiento, pensé. La bicicleta debe tener más capacidad de movimiento. Eso fue una especie de intuición sin fundamento. No quisiera exagerar pero quizá fue como una iluminación. Profana, por cierto. El automóvil estaba detenido (me atreví otra vez sin ningún fundamento), y era un transporte en alguna medida invalidante. ¿En qué medida? Yo seguía en tesis puramente especulativas. Decidí analizar fríamente la cuestión. Observé: una bicicleta posee dos ruedas, el automóvil cuatro. Ese ahorro era significativo. Con dos ruedas genera el movimiento que el automóvil realiza con cuatro. Y además es un gasto menor de caucho. Entonces pensé por un momento en el caucho. En las legendarias guerras por el caucho natural en Latinoamérica – a veces me intereso por estos temas-, y en el petróleo desde donde se obtiene caucho sintético y desde donde también se saca cada cosa, incluido 1

Carta del poeta que duerme en una silla, XIV, en “Obra Gruesa”. Este poema es una breve lista que comienza así: Aforismos chilenos:/Todas las colorinas tienen pecas/El teléfono sabe lo que dice/…


el poder y la ambición de muchísimas personas (son siempre más de las que uno cree) que cuesta imaginarlas yendo al trabajo en bici. Austera en eso con su par exclusivo de ruedas. Seguido pensé en los frenos. El automóvil posee dos frenos, el de pie y el de mano. El desperfecto de los frenos en el automóvil es frecuentemente víspera de fatalidad. Y en ese ámbito la bicicleta supera al automóvil: tres frenos. ¿Tres frenos? Sí, tres. El de la rueda delantera, el de la trasera. Y el más importante: el de los pies. Un automóvil no se puede frenar con los pies. Ya quisiera algún desafortunado chofer haberlo hecho y así haber evitado arruinar su vehículo o, lo que es peor, arruinarse a sí mismo y para siempre. La bicicleta establece una relación más íntima entre el cuerpo y la tierra. Eso tal vez quiera decir que es el cuerpo el que se mueve y lleva al aparato (unión feliz de fierro y caucho) hacia alguna parte. La bicicleta simplemente recepciona la energía y la cataliza, pero es uno el que genera velocidad, uno el propio caballo de fuerza. Y claro, la bicicleta no tiene motor. O si lo tiene, ese motor es uno mismo. No tiene batería o la batería es uno mismo. Ni usa gasolina (otro derivado del petróleo) o uno es la gasolina que se acaba cuando arremete la fatiga. Me detuve en la fatiga. Principal crítica que se le achaca desde la comodidad que ofrece la cabina hermética de cuatro ruedas. Una bicicleta cansa, dicen (yo mismo quizá lo declaré, en plena pereza, bostezando, más de alguna vez), y para trasladarse en ella hay que estar dispuesto a cansarse. Nadie quiere cansarse. La vida diaria, al menos en Chile, ya es lo suficientemente agotadora como para abrir un nuevo surtidor de agobio. No obstante quise poner las cosas en la balanza y recordé cada mañana y cada tarde cuando, de ida y también de vuelta del trabajo, me debía enfrentar al tedio y a la mecánica tensión de los atascos y tacos en las calles de la ciudad. Ruido y demora. Encierro. Estancamiento, pérdida de tiempo. El resto de las sensaciones es de sobra conocido: sé de gente que no ha tenido jamás, por dar un ejemplo, sentimientos melancólicos, pero no conozco ser alguno que no haya participado de un atochamiento. Los ciclistas, ahí tal vez comenzó mi envidia, sorteaban con desafiante agilidad esos momentos. Y en verano parecían mucho más frescos. De hecho de raudos parecían viento. Y nada de ruido. La naturaleza de la bicicleta es silenciosa. Su movimiento es sosegado, incluso forzando al máximo sus capacidades,


transmite esa pausa que contrasta gratamente con la batahola caótica del tráfico. Uno no puede yendo en automóvil, hartarse, desistir y bajarse en cualquier sitio. Una bicicleta ofrece la posibilidad: me bajo y ahora es ella la que acompaña mi caminata. A diferencia del automóvil, contiene siempre la posibilidad de pasear, de interrumpir el viaje, de hacer pausas, apreciar el entorno, detenerse a conversar, en buenas cuentas, de intervenir voluntariamente el automatismo que supone conducir un coche. No cabe duda: es un medio de transporte minimalista. La consigna del menos es más es una buena descripción de lo que ofrece. Digamos que las calles están hechas para los automóviles y a las bicicletas se les ha abierto progresivamente un espacio, reducido, tal vez tampoco necesiten más, a un costado de calles y avenidas. Importante que siga siendo así: oportuna estrategia para que más de algún automovilista, como un espejo que refracta lo contrario, se vea tentado a vivir otra relación con sus desplazamientos por la ciudad. Tengo un primo que vive en Turquía. Alguna vez me contó algo extraordinario. No sé si ocurrió en Ankara o Estambul. Cualquier tarde, jirafas, elefantes y camellos hicieron colapsar una avenida. Se trataba de un circo o un zoológico itinerante. Los automovilistas estaban indignados. Por el taco formado, claro. Pero también por la excesiva cantidad de excremento – y la hediondez generalizada- que las bestias despidieron a su paso. No sé si mi primo exageró el relato. Pero al igual que esos animales, se me ocurre, los automóviles expulsan a diario asquerosidades por sus respectivos tubos de escape. Y otras tantas por la boca –insultos, formas elaboradas de coprolaliacuando algún chofer deja de respetar la ley del tránsito. La bicicleta pasa de largo otra vez por esas prácticas. La bicicleta prescinde de cualquier clase de eliminación nociva para el entorno. A lo más podemos indignarnos un poco cuando se nos sale la cadena, nos llenamos los dedos de grasa o nos la roban. Y esto fue lo último que pensé en el patio de mi casa viendo alternativamente a mi bicicleta y mi automóvil, atardecía, me entró el hambre, también comenzó a refrescar. Entonces me repetí otra vez el verso del antipoeta:


El automóvil es una silla de ruedas.

Invalidante. Aparentemente en movimiento. Pero hay cosas que se mueven más, mucho más. El movimiento, comprendí, no es simplemente la capacidad de ir de A hasta a B en el menor tiempo posible. Moverse es algo mucho más complejo y tiene un carácter vital. Moverse, que las cosas se muevan, es algo de lo cual el automóvil sencillamente no participa o, irónicamente, le queda mucho camino por recorrer. La bicicleta va de A hasta B pero lo hace construyendo un intervalo particular, describe un recorrido que genera intervenciones creativas en la ciudad, en el cuerpo y en los demás. Pedalear, pedalear, pedalear. Un pie y el otro, un pie y va de nuevo el otro. No es llegar a Ítaca lo que importa. Esto es lo que he visto y experimentado. Yo, Ulises criollo, digo: lo que importa es pedalear.


La bicicultura galáctica. Ensayo sobre el apoyo de la bicicleta a la transición a una era de paz.

El transporte nos lleva de viaje. Nuestras percepciones distinguen aires, aromas y colores en temperaturas oscilantes y al ritmo de la pedaleada podemos disfrutar la vida. El tráfico de las máquinas a petróleo inunda las ciudades de una manera vertiginosa. Un aparente sin-sentido gobierna nuestro rumbo social. La Naturaleza, el planeta y el Cosmos sin embargo están gobernados por las leyes del tiempo. Todo sucede en este único instante presente. Nuestro destino es común porque vivimos en la misma casa. Las máquinas a petróleo han sido soñadas por empresarios desde hace siglos. Rinden, actúan, son eficientes y permiten la producción de grandes cantidades de objetos materiales. El negocio ha generado múltiples fortunas y en esta era de las tecnologías de la información quien quiera aprender cómo generar una fortuna no tiene más que buscar el link correspondiente y ser diligente. Los vehículos bencineros también nos transportan y son pequeñas naves que recuerdan el gran viaje galáctico que realizamos a bordo de nuestra nave planetaria. ¿Cuál es la virtud de la bicicultura? La información está siendo liberada por este maravilloso sistema cybernético y estamos entendiendo la naturaleza de la creación. El viaje del progreso social basado en la productividad de las máquinas nos indica que es tiempo de regresar a casa. Esta nueva aventura que emprendemos los habitantes de la Tierra la dirige el sentido común. El orden es natural y la esencia humana también es natural. Este viaje de regreso a casa que cada uno adquiere por el solo hecho de declararlo en conciencia se caracteriza por la alegría que brinda el realizarlo. Hacerse activista de la bicicleta es una oportunidad de disfrutar este periplo. Existe una verdad en la que coinciden todas las tradiciones espirituales: Somos uno con el Universo. El entendimiento que se produce al buscar respuestas nos lleva a confiar en la experiencia, pedaleamos en equilibrio. El viaje de regreso ordena nuestras relaciones y nos lleva a descubrir que fuimos muy lejos fuera de nosotros mismos. ¡Llegamos hasta las guerras y a la violencia! Llegamos a crear este orden artificial que es magnífico y que ya no puede ser sostenido, porque ha llegado al exceso. Tiene detalles que ya no podemos pasar por alto: el hambre, la miseria y la confusión. Es por ello, que vamos en la experiencia de vuelta a buscar la armonía en las relaciones con los demás seres vivos que habitan esta misma casa. Pedimos perdón a nuestros hermanos menores y vemos que ellos se alegran por nuestro despertar. La Tierra es nuestro hogar. Nuestro cuerpo es nuestro hogar. Nuestra mente es nuestro hogar. El amor que reside en nuestros corazones es nuestro hogar y allí se encuentra la esencia de toda la creación. Dado que somos uno con todo, el viaje de regreso a nuestra Madre Tierra es también el viaje de regreso hacia el respeto y cultivo de nuestros cuerpos. La limpieza de nuestras mentes es la limpieza del exterior y cuando alcanzamos la calma podemos observar que nuestro corazón palpita llevando la sangre que contiene la memoria ancestral. Los ancianos y las ancianas de los pueblos originarios han visto con paciencia cómo el hombre blanco, “el hombre desarrollado” se ha vestido de ignorancia y ha desequilibrado los climas y ensuciado los aires y las aguas. Hoy, en la urgencia de rescatar ese conocimiento poderoso que la Inquisición tildó de falso hasta nuestros días, la cultura de los mapuches y de los chamanes y de


todos los hombres de la Tierra cobra vigor. El asunto de limpiar el planeta es simple y es fácil. En nuestra memoria recordamos la importancia de cuidar las semillas porque cosechamos lo que sembramos. Ellos dicen que la siembra comienza en un cuerpo fértil y con una mente sana. Los antiguos nos lo confiesan. El regreso a casa comienza en el descubrir nuestra esencia bondadosa. Iremos por los caminos de la risa y del encanto. Vamos a perseverar en el propósito de unirnos todos, como una gran familia planetaria. Esto es lo que el Presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas llama Noósfera. Ordenamos nuestras relaciones y apelamos a nuestra preciosa generosidad. Entre tanto, quien lo desee puede buscar en el buscador Google u otro, cómo ser felices y compartir el aprendizaje. Vamos a tomar el camino fácil, porque el camino difícil nos ha llevado a inventar el miedo. Ahora sabemos que podemos construir la confianza en el gobierno de nuestras vidas. Encaramos la vida aceptando lo que heredamos, con gozo y entusiasmo. La bicicultura es el caballo de Troya con el que vencemos la última guerra. La última batalla es contra el saboteador interior. Lo vamos a destruir todos al mismo tiempo y comenzamos ahora. A veces se disfraza de egoísta y otras de flojo. Algunas veces le importa lo que es superficial y casi siempre es cobarde. El cambio de dirección lo haremos visible privilegiando la bicicleta por sobre el vehículo petrolero. Nuestro viaje a bordo de la nave Tierra es por la espiral de la vía láctea. Somos los corajudos comandantes de la nave y ahora está con necesidades de reforestación y revitalización. Sabremos ser eficientes con una adecuada meditación. Cada uno puede inventar la suya: Propongo esta: En cada pedaleada, recuerdo que oxigeno mis pulmones con el aire que respiro. En cada curva, fluyo porque soy parte de la marea universal. En cada esfuerzo, soy fuego y vivo. En las esquinas, bendigo ser conciente del aporte que brindo a la Madre Tierra. En la inspiración, me conecto al amor y encuentro una idea magnífica con la cual servirla. Expiro paz. Soy un viajero galáctico conciente y uso la bicicleta para apoyar el movimiento de transición a una nueva era en que exista comunión entre todos los seres de todos los reinos. Permito que las bendiciones de esta meditación caigan sobre mí, ahora.

Juan Pablo Lazo Ureta


EL ARTE DE ACERCAR Y DE ALEJAR

No hay duda de que el ser-humano es un cuerpo entre los cuerpos. Su alma, si se quiere, está extendida en el espacio como algo existente. Es por esto, que nos desplazamos según las leyes físicas que rigen también a las cosas. Somos materia tanto como espíritu. Sin embargo, no somos simplemente cosas, pues nuestra relación con el tiempo, hace que seamos nosotros mismos como cuerpos auto-móviles, los que generemos y creemos el despliegue de las distancias. Para ponerlo de manera sencilla; nosotros hemos creado la “cercanía” y la “lejanía” de la realidad, puesto que ésta no es algo que valdría aplicar a la realidad de las cosas por sí mismas. Las cosas entre ellas no están ni cerca ni lejos, simplemente están. Lo que está cercano o lejano, cabe sólo para la realidad humana, puesto que ésta es una de sus relaciones ideales con el mundo. Acercarme o alejarme es lo que hago “yo” por medio de mi corporalidad. Así es cómo nos movernos, sabiendo que al acercarnos a una cosa alejamos también la otra, pues nuestra corporalidad es el centro de todas las distancias. Cada individuo es como un punto focal, que en su presencia al mundo, instaura lo cercano y lo lejano “desde” su cuerpo, desde su ego. Me alejo de mi habitación para acércame a mi trabajo; me alejo de mi trabajo para acercarme a mi habitación. ¿No hay aquí un circulo inalcanzable del andar humano? o ¿es acaso que “lo humano” es exactamente este andar inalcanzablemente circular? Más parece que a esto ultimo podríamos responder simplemente mirando hacia nuestro entorno. Alrededor nuestro, todo va y todo viene sin cesar. Los autos o las nubes vienen, pasan y se van. Por otra parte, las comunicaciones virtuales intentan hacernos más amable esta fugacidad de los cuerpos. Sin embargo, también ellas son presa de la cercanía y la lejanía, incluso, se nutren de ellas cuando intentar hacerla des-aparecer o aparecer según sea el caso y la demanda. ¿Al contestar mi celular no estoy acaso acercando a esa persona a la que contesto? No obstante, ¿no estoy acaso nuevamente alejándola al colgar? La verdad es que sí, y es así como ha ser nuestro mundo para siempre, pues como he dicho anteriormente, somos nosotros mismos como puntos focales los que des-plegamos las distancias de todas las cosas desde nuestro cuerpo. ¿Cómo superar lo distante y lo cercano? ¿cómo trascenderlo o eliminarlo? Afortunadamente, no hay que hacerlo ni querer hacerlo. Las distancias, como diría Aristóteles, nos indican como seres de auto-movimiento. No somos cosas, sino cuerpos concientes, auto-móviles. Entonces, ¿qué mejor que ser uno de esos que despliega las distancias, es decir, ser aquello que las hace nacer y morir? Podemos de todas formas, encontrar interesantes y amenas maneras de lidiar con esta condición tan íntimamente nuestra. En ese rumbo, por ejemplo, el hombre invento la bicicleta. La invento por lo demás, perteneciendo plenamente a la esencia que hemos descrito, esto es; ser el ente que crea las distancias. La bicicleta es sin duda el primero y el mejor de estos intentos de pertenecer fielmente a lo humano ¿Por qué? Bueno, primeramente, porque ahí está todavía. No se ha extinguido como se extingue lo inútil de este mundo, lo que no ayuda. La bicicleta es la forma directa de re-encontrarse con nuestra condición de vida. La bicicleta es lúdica, es decir, hace al hombre participar y asumir que es él y sus deseos, aquello que crea la necesidad de ir o venir hacia un lado o hacia el otro. Con la bicicleta se rompe la inercia, pues uno ya no es el asistente pasivo a las cercanías o las lejanías, sino el que propiamente, como “motor de la naturaleza” las asiste en su nacer y perecer constante. Además, la bicicleta es manejada plenamente por uno, y es uno el que decide paso a paso, si las cosas han de alejarse o acercarse rápida o lentamente. La bicicleta te habla, te deja expresar tú


propia forma de ser entre las cosas. La bicicleta sólo asiste al hombre, no le impone gratuidades ni regalías digitales a su condición verdaderamente existencial. La bicicleta es casi como una forma de deslizarse por el mundo, de no rozarlo, de separar los pies de la tierra. Con la bicicleta nos apropiamos de nuestra intimidad, nos apropiamos en el fondo, de nuestro ser, de lo que somos para siempre (el ente que crea las distancias). Por esto, la bicicleta es una dignidad del hombre orgánico y corpóreo (no virtual). La bicicleta es, el arte eterno de acercarnos y alejarnos hacia el mundo.


Imagina conciencia y espacio

Llegué a la bicicleta de manera fortuita. En septiembre del 2008, luego de esas fiestas patrias interminables, tuve la fortuna de sufrir una lesión de menisco y ligamento en la rodilla derecha. Estuve al borde del quirófano. Quedé sin trabajo y no podía caminar. Debía estar dos meses en tratamiento para caminar sin problemas. Nada de trote ni fútbol, sólo los ejercicios de la kinesioterapia. Digo que tuve la fortuna de sufrir la lesión simplemente porque en ese tiempo encontré la literatura….y la bicicleta. Al finalizar mi kinesioterapia, le pregunté a mi doctora que deportes podía hacer. Quería saber cuándo podía jugar fútbol nuevamente. “Olvídate del fútbol. Eso es parte del pasado”, me dijo. No lo podía creer. Toda la vida junto al fútbol y ahora debía abandonarlo por completo. Pregunté por una alternativa de deporte. “Bicicleta y natación solamente”, respondió. Opté por la bicicleta, por su diversidad de espacios. “¿De dónde saco una bicicleta?”, pensé en ese instante. No tenía una y menos el dinero para pensar comprarla. Todo mi dinero se fue en la resonancia magnética y en la kinesioterapia. No tenía trabajo ni previsión y quería una bicicleta. Recordé que mi hermano tenía una que no la usaba en años. Hice un par de ajustes y ya estaba pedaleando. Los primeros días que anduve en bicicleta la rodilla no molestó en lo absoluto. Los rivales del fútbol fueron reemplazados por caóticas calles de Santiago plagadas de autos conducidos por imprudentes al volante. Imaginaba ciudades con una bici cultura integrada a las calles, tal como Londres o Amsterdam, donde las bicicletas tienen su espacio para la tolerancia entre ciclista y automovilista. Lamentablemente en Chile no hay tal espacio, por eso el respeto entre la bicicleta y el auto desapareció (si es que alguna vez existió).


Las ganas de subirme a la bicicleta hicieron que tomara una actitud temeraria y decidida para poder enfrentar la ciudad y a sus guerreros del volante. Poco a poco fui tomando el ritmo de las calles, llegando hasta conocer los tiempos de los semáforos entre el trabajo y mi casa. La competencia del fútbol la cambié por un reloj que indicaba mi tiempo de viaje. Cada día debía mejorar mi marca, y para mejorar mi marca, debía sortear camiones, vehículos, perros, peatones imprudentes, taxistas cambiándose de pista sin señalizar, insultos, frenadas de emergencia….!En fin! Era deporte. Lo mejor de todo, era poder ahorrar dinero, siempre y cuando la bicicleta no tuviera fallas. Sin embargo, siempre ocurre algo. Un vidrio en la calle o un hoyo. Rayos rotos, pinchazos, cambio de cámara, cambiador, etc. Con todo el dinero gastado en radiografías, terapias y repuestos, posiblemente la bicicleta tendría motor ¡Pero no! Todo era por la bicicleta, por mi rodilla y por la ciudad. Digo por la ciudad porque con una persona menos en el transporte público disminuye una millonésima parte de smog, y que mejor ayuda sería para los millones de santiaguinos tener un aire más limpio. Desde lo alto de Santiago, observaba como nuestra ciudad era cubierta por esa masa gris que opacaba los corazones. No lograba dimensionar que vivía en medio de esa capa que obstruía los pulmones de cientos de niños y ancianos durante los inviernos y gran parte del año. Finalmente decidí continuar mi lucha contra la contaminación y no abandonar la bicicleta. Mi condición física mejoró. Bajé los kilos que siempre quise perder. Dejé el cigarro, como medida precautoria para mejorar la capacidad pulmonar y cambié mis hábitos alimenticios. En pocas palabras, la bicicleta me ayudó a tomar conciencia de la importancia de un buen estado de salud.


Con el tiempo fui descubriendo los talleres de bicicletas más baratos dentro de mi ruta ante cualquier eventualidad en las calles. Mi retorno a la actividad física parecía bien, pero siempre falta algo. Ese algo era un espacio exclusivo para los ciclistas, donde uno pueda sentirse salvaguardado en las calles. Dentro todo el trayecto que a diario uso para ir al trabajo, sólo un pequeño tramo tiene vía exclusiva para los ciclistas. Exactamente en Santa Isabel, entre San Diego y Portugal. El resto del trayecto me siento un vehículo más de la capital. O mejor dicho, un problema a la ciudad. Nuevamente imagino Londres y Amsterdam, realmente un paraíso para los ciclistas. Ciudades donde no se necesita llenar las calles con bloques de concreto para diferenciarnos del resto. Simplemente una línea amarilla señala la vía del ciclista. También tienen ciclo vías, pero no gastan millones de libras o euros diseñando un material para no impactar la ciudad. La solución es simplemente una delgada y esbelta línea amarilla que define el espacio de los ciclistas. Mi pequeño aporte, como ciclista, ciudadano y santiaguino, es dar un espacio a los usuarios de este medio de transporte tan útil a la ciudad. Y ese espacio se define sólo con una línea amarilla por las principales arterias de la capital. No pido bloques de concreto ni menos una subvención por su uso. Sólo pido un espacio. Basta de insultos en las calles. Basta de ciclistas arrollados por la imprudencia de una ciudad que esta cada día más saturada de automóviles. Basta de este maldito smog que quita la vida a cientos cada año. Si de cada vehículo que hay en la capital (que son aproximadamente un millón) hiciéramos un metro de vía para ciclistas, automovilistas y peatones sabrían que este medio de transporte tiene un espacio en la ciudad; y lo respetarían.


El impacto visual, tal como el impacto que genera el smog visto desde lo alto de la capital, de seguro provocará un cambio de conciencia de al menos una persona. Eso ya es un triunfo. Imaginemos por un momento como sería que más de una persona tome conciencia de la bicicleta. Por tan solo un instante, siento estar en Londres o Amsterdam, viajando en bicicleta, como una persona responsable, en una ciudad que sabe que existo. Pero no se vive de imaginación. Se vive de acción, y mi acción es ser temerario, ser deportista y ser respetuoso, aunque nadie lo toma en cuenta. Esa es mi lucha. ¿Imaginemos despertar una mañana de invierno con la grandiosa Cordillerana de los Andes, cubierta de esa fina y sensual nieve de mi Chile libre de smog? Si uniéramos la fuerza de todos los que nos subimos a diario a pedalear y cambiáramos esta ciudad, realmente sería maravilloso. Mas primero ese cambio debe ocurrir en ti. ¡Súbete a la bicicleta! ¡Súmate a la conciencia y ganemos un espacio!


Ciudades para los seres humanos, calles para la gente.

Cleta Dorada

Con el viento en mi rostro, Danzando al son de mí cabello, Tomando rumbos diferentes. Viajo rumbo al parque Quinta normal, montada en la bicicleta, mi cleta. En ella siento, Siento como la vida retorna en colores, formas y sentidos. Recobro el sentido del olfato cuando viajo montada en mi cleta, Y es cuando me encuentro con la hermosa escena, De un matrimonio de ancianos con rostros sonrientes, Que huelen a renacimiento y gloria. Uno ayudando al otro a recordar cómo es montar una cleta, El hombre, muy calmo sostiene con una mano el asiento de esta, Y con la otra va dando dirección al manubrio. La mujer muy inquieta, asustada y ruborizada, Sólo sonríe inerte y observa el principio de su nuevo camino. Sonrientes por renacer, Momentos de vida sobre una cleta.

Carol.


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