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El peregrino. Por Antonio Bascones

EL PEREGRINO

Despuntaba el día. El cielo gris plomizo amenazaba lluvia. Nubes oscuras y blanquecinas entreveradas a trechos, eran testigos del presagio del camino. El peregrino llevaba varias jornadas caminando bajo la lluvia; el día de hoy prometía que no iba a ser diferente. Los campos verdes tamizados de florecillas enriquecían el sendero por el que avanzaba camino del abrazo. Iba, solo a ratos, acompañado otros, en silencio y hablando, pero siempre con la esperanza de la transformación. Ese proceso que ya se inició al comienzo de la singladura, y que conforme va transitando toma cuerpo de naturaleza en su persona. Aquel día había desayunado temprano. Salió al amanecer. Caminaba ligero. Una fina lluvia le sorprendió en el primer ribazo. Lo sorteó con viveza. Trataba de llegar a la ermita. Otro peregrino le dijo que, más adelante, había una. Allí podría descansar y quizás le sellarían la credencial. Cuando llegó había otros peregrinos que le habían madrugado, pero él no se desanimó. Guardó cola y esperó. Descansó unos minutos y se puso, de nuevo, en marcha. Buen camino le dijo uno al cruzarse. Buen Camino le contestó nuestro hombre.

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Ser en la vida romero/ romero solo que cruza por caminos nuevos/…Que no hagan callo las cosas/ ni en el alma ni en el cuerpo/ Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero/ ligero, siempre ligero. El peregrino tiene esa sensación al caminar. No quiere que le hagan callo lo que se encuentra en el camino. Sólo quiere caminar ligero, mirando el horizonte con esa mirada perdida, con ese silencio en su boca y con esas huellas de otros peregrinos que le marcan su senda. Ahora camina más deprisa. El cielo sigue gris, pero ya no amenaza más lluvia. Sigue abismado en sus pensamientos, enredado en sus reflexiones. Desea llegar a la transformación completa. Desde que inició su camino algo en su ser cambió. Era otra persona la que caminaba, ora deprisa, ora lentamente. Con lluvia y sin ella. Con viento y sin él. Cuando la tarde se desmaya y aparecen a lo lejos las agujas de la iglesia es la señal de que su etapa está llegando a su fin. Cuando se acerca al pueblo oye las campanas, con un sonido metálico, eterno, distante. Es la hora de la misa del peregrino. Acelera el paso. Quiere llegar a tiempo. Cuando va a empezar hace su entrada en ella, con su bordón, con sus símbolos y con su mochila a cuestas. Ya no le pesa. Eso era al principio. Conforme avanzaba el peso era menor. Quizás las piedras que llevaba en ella al inicio, ahora, se habían transformado en arena. Ese fue el milagro de la transformación del camino. Lo que antes eran guijarros ahora son pluma.

El peregrino tomó algo. Dio un paseo por el pueblo. Entabló conversación con otros y lentamente, poco a poco, con las luces de las farolas se acostó.

Al día siguiente estaría, nuevamente, en el camino para encontrarse con los mismos o con otros peregrinos, que a su paso le dirían, ¡buen camino!

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