Maria moreno el angel del mundo oscuro 2

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EL ÁNGEL DEL MUNDO OSCURO II La aventura continúa


MarĂ­a Moreno Alfaro


PRÓLOGO Comúnmente, los cuentos empiezan por la ya típica frase: “Érase una vez…”. Primero, todo es calma. Sin embargo, los problemas comienzan a dar sus primeros pasitos, crecen en las entrañas de los protagonistas y antagonistas. En el momento adecuado, una ruedecilla pone en movimiento todo un mecanismo lleno de engranajes. Se levanta la revolución contra el malvado tirano que tiene suprimido al pueblo. Durante el peligroso trayecto de esa aventura, surgen imprevistos que, aunque parecen imposibles, acaban superándose. Una manzana envenenada. Una rueca que te deja sumido en un sueño eterno a la espera de un beso. Un lobo feroz. Una torre muy alta a la cual no se puede acceder sin una larguísima mata de pelo. Un hechizo. Finalmente, esos obstáculos acaban por superarse, hasta llegar a una lucha final. Entonces, el bien vence sobre el mal; del autócrata personaje no vuelve a saberse nada jamás y el cuento extingue sus últimas páginas con un “Vivieron felices y comieron perdices”. Por supuesto, hay excepciones. El típico final del cuento no es para todos el mismo. Como en mi caso. Después de penetrar en el corazón del Mundo Oscuro, persiguiendo a la hermosa Gabriella y descubriendo los entresijos del mismo, me escoltaron durante meses hacia la casa de un mago que podía controlar la abertura de unos portales entre el Mundo Oscuro y el Mundo Real, huyendo de un malvado tirano llamado Cefas que deseaba mi muerte. Volví a mi mundo sin los recuerdos de los últimos meses y el caprichoso reloj del tiempo dejó transcurrir cuatro años hasta que cumplí la mayoría de edad. Gabriella volvió a por mí para retomar nuestra relación. No sólo no recuperé mis recuerdos, sino que culpé de mi desaparición a Gabriella y la obligué a salir de mi vida; arrepintiéndome tiempo después, ya que poco a poco, mis recuerdos iban brotando en


mi mente, emergiendo a la superficie. Wizha y Quelthar regresaron a por mí, para impedir que Gabriella cometiese una locura, ya que se había unido a la banda del tipo que deseaba mi muerte. Después de una dura lucha, en la cual perdimos a Wizha, conseguimos destruir a Cefas y restablecer la paz. Sin embargo, cuando todo parecía tranquilo de nuevo, surgieron los problemas sin haber sido llamados. Pero, para conocer esta nueva historia, deberás seguir leyendo hasta el final.

La aventura continúa de nuevo…


1 Cuando el timbre de casa sonó, salté y revolví todo cuanto había a mi alrededor como un huracán: sabía que era Gabriella. Llevaba ataviados unos vaqueros de pitillo y un jersey color carmesí que estilizaban su figura. En los pies, unas zapatillas de lona. Me despedí de mis padres, que saludaron a mi inseparable compañera, y nos apresuramos a llegar a un portal abierto en una nave abandonada a las afueras de la civilización. La sensación de vértigo no variaba. No importa cuántas veces traspasase un portal, la emoción sentida era fortísima y excitante. Ni con mil palabras podría describir ese nudo que comenzaba en la garganta y finalizaba acumulándose en el estómago, trastocándolo y enmarañando mil y un sentimientos dentro de él en una vorágine de adrenalina. Cuando atravesamos el portal, Gabriella soltó mi mano y se apartó de mí para concentrarse. Unos segundos más tarde, sus majestuosas alas negras se abrieron ante mí. Entonces, me abrazó con fuerza y echó a volar. Aquel día me sentía intranquilo y resentido conmigo mismo. Por algún motivo, justo aquel día, mi mente se transportó al pasado, a varias semanas atrás. Cuando Gabriella se percató de mi azoramiento me exigió el porqué. Había estado muy callado, una cualidad que no iba mucho conmigo. —De algún modo, estoy cabreado conmigo mismo porque me prometí que yo sería el asesino de Cefas. Y no lo conseguí. Y las promesas aquí son realmente importantes. —Eres idiota. —Lo sé — coincidí con una sonrisa — ¿Tengo que estar resentido también por eso? Gabriella me dio un pequeño puñetazo en el hombro y ambos nos reímos. — Pero yo os ayudé gracias a ti. No fue tu mano la que acabó con él, pero sí formaste parte de su supresión. Te has convertido en una persona popular aquí en el Mundo Oscuro... ¡Todo el mundo te adora! No te sientas culpable. Debes estar feliz. — Se me ocurre una forma de olvidarme de lo malo. — ¿Cuál? — me preguntó curiosa. — Es algo que sólo puedo compartir contigo. Tendremos que estrenar tu piso nuevo.


Gabriella comprendió e hizo ademán de soltarme para darme un buen susto. No tenía ni idea a cuantos metros de altura nos encontrábamos. Sin embargo, las vistas eran impresionantes. Y la caída hubiese sido mortal. — Tengo ganas de hacerte mía. De sentirte, de que me sientas — dije emocionado. Ella no dijo nada, simplemente la oí soltar una pequeña risa —. Te prometo que nunca más sufrirás por mi culpa. — Te prometo lo mismo, Óscar. Nunca te haré daño ni permitiré que nadie lo haga. Gabriella redujo la velocidad y descendió hasta que mis pies tocaron tierra firme. Encogió sus alas nuevamente y nos acercamos caminando hacia la orilla arenosa. La última vez que había estado allí, había visto desaparecer a Wizha sobre una barca de madera adornada de flores, hasta que acabó reduciéndose a cenizas. Deposité en el suelo con cuidado unas pequeñas flores de plástico que saqué del bolsillo del pantalón. Gabriella ladeó la cabeza, confusa. —Sé que no es igual como honráis la memoria de vuestros seres queridos desaparecidos, esto es como un pequeño recordatorio, un homenaje. Aun así, no lo entendió. —Wizha, lo hemos conseguido. El Mundo Oscuro es un lugar pacífico, como tú deseabas. Además, tengo otra gran noticia que darte: Gabri y yo nos vamos a casar.


2 El antiguo piso de Gabriella se hallaba ocupado por otra familia desde hacía bastantes meses. Sucedió al poco de abandonar ella el Mundo Oscuro, cuando yo la repudié insensato en mi ignorancia. Con mi ayuda encontró otro piso, más cercano a la casa de mis padres. El piso se componía de un pequeño salón que se comunicaba con la cocina mediante una barra americana rústica de color caoba. El reducido pero acogedor salón se componía de un sofá de dos plazas con tapizado color magenta pegado a la pared. En el centro resaltaba una mesita blanca de madera con delicados grabados de flores y mariposas. Sobre ella, un ambientador, un cenicero meramente decorativo y unas velas de colores con forma de estrella. Pegado al sofá se adivinaba una lámpara de pie de color negro — que Gabriella se había dedicado a decorar con adhesivos brillantes — y otra mesita redonda de color crema. Un mueble repleto ocupaba otra de las paredes y frente a ella, unos cuadros del Mundo Oscuro pintados por la propia Gabriella y que yo ya había podido admirar en su antiguo apartamento. Un desmesurado ventanal llenaba de luz natural toda la sala, sólo siendo necesaria en la penumbra de la noche una lámpara de estructura metálica y con tres bombillas que pendía del techo. El salón se unía mediante una barra americana a la cocina, casi vacía, ya que Gabriella no utilizaba ningún electrodoméstico. Apenas un mueble con encimera de mármol blanco y un microondas ocupaban el lugar. Un colgador sobre el que reposaban varias toallas de diferentes colores invitaba a entrar al baño. Un inodoro, una ducha con mampara traslúcida y un pequeño mueble completaba el pequeño rincón forrado de azulejos azules con dibujos de sirenas y otros seres acuáticos mitológicos. Por último, la única habitación se componía de una cama de matrimonio de sábanas moradas y cojines carmesí flanqueada por un ropero y un mueble donde guardaba toda su ropa. Un espejo de marco metalizado y una alfombra de trapillo terminaban de amueblar la habitación.

El día que Gabriella y yo nos comprometimos fue uno lleno de luz y esperanza. Toda una vida por delante con la única mujer con la que podría compartir mi vida. Nuestros amigos del Mundo Oscuro recibieron la noticia como agua de mayo. No tenía la más mínima intención de avisar a mis padres, ya que éstos hubiesen reaccionado con un


ataque al corazón o con mi ingreso inmediato en un psiquiátrico, con su consiguiente interrogatorio y ronda de acusaciones. Ya podía imaginarme sus semblantes pálidos al expresarles mis deseos de formalizar mi relación con Gabriella a mis casi veinte años. No requería ningún esfuerzo imaginarse a mi padre con los ojos inyectados en sangre y rezumando espumajos por la boca ante su énfasis por gritarme su discurso en contra de casarme a tan temprana edad. Mis amigos del Mundo Real tampoco lo entenderían. Por ese motivo la lista se reducía a mis más allegados en el Mundo Oscuro. No habíamos fijado una fecha, ya que la celebración se reduciría a una pequeña ceremonia con unos pocos amigos. No sería una boda propiamente dicha, eso sí. No al menos como las que suelen celebrarse en el Mundo Real. Sin embargo, Gabriella comenzó a volverse loca pensando en los preparativos, en el decorado, en la escena, en las mil posibilidades.... — No me puedo creer que esté tan agobiada. Estoy preocupada por cosas tan triviales como si se produce un oleaje fuerte y empapa a todos los invitados. No sé si deberíamos dejar un pasillo central y que en cada uno de los lados estén los invitados y yo aparecer por ese pasillo. La segunda opción sería entrar por un lado. Normalmente en las bodas humanas todo es blanco, pero necesito que haya elementos de este mundo, así que no sé de qué color elegir el vestido. Quiero que la boda sea elegante, pero no lujosa. Quiero que sea sencilla y natural. Me gustaría que hubiera pétalos sobre el suelo, como si se tratara de una alfombra. También que el ambiente sea alegre por una vez. No sé si poner cuencos repletos de frutas de tu mundo y del mío, símbolo de unión entre ambos mundos. —¿Por qué frutas? — No entendí muy bien el porqué de las frutas. — No lo sé. Se me ocurrió mientras tú roncabas anoche — me miró severamente pero, en seguida, se echó a reír —: Siempre te resultaron chocantes las frutas brillantes de este mundo. Pero puede que lo más importante de ello sea porque la comida entre ambos mundos es una de las cosas más abismales entre ellos. —No sé, Gabri. Me entusiasma la idea de casarme contigo. Pero el caos de la organización va a acabar superándote si sigues forzando tu mente a este ritmo. Así que


te aconsejo que te calmes. Hay que celebrarlo como se merece y yo te dejo que lo organices a tu gusto. Pero, por el amor de Dios, ¡relájate! Gabriella me miró con una mueca. — No me refiero a que no te vaya a ayudar. Pero me da igual de qué color lleves el vestido, los adornos que haya, los invitados, la música... ¡como si quieres que amenice la velada una banda de rock! Pareció que mi prometida respiraba aliviada y siguió con su debate interior expresado en voz alta. —Lo siento, pero lo de tirar arroz en las bodas humanas no me termina de convencer. No veo que pegue mucho en nuestra boda. Las arras y los anillos no es algo muy común aquí, así que, si te parece bien, no lo haremos. Nadie en el Mundo Oscuro se hace entrega de anillos, más que nada, porque no solemos llevar joyas. La gente se promete amor eterno y ya sabes lo importantes que son aquí las promesas. Claro que lo sabía. Era una de esas cosas que se te quedan grabadas en la mente como un hacha deja su marca en la corteza de un árbol. Ni qué decir que hacía no mucho tiempo me había dejado clavar un cuchillo por hacer que una de esas tan valiosas promesas se rompiera. Ella había prometido serle fiel a Cefas a cambio de que él no me hiciera daño. Así que, la única vía de escape era provocarle para que me hiriera de gravedad. — Todavía me persigue en pesadillas aquella promesa. ¿Tan fuerte es tu palabra? ¿No es mejor romper una promesa para salvar a un amigo? — Óscar, todavía hay muchas cosas de este mundo que no entiendes. Aquí dar tu palabra, prometer algo o jurarlo es demasiado importante como para tomárselo a la ligera. Desde que nacemos, nos crían con esa filosofía. Nos jugamos el honor. Romper una promesa es sentirse humillado, un fracasado. Es algo que te perseguirá de por vida. Por eso, cuando di mi palabra a Cefas de no atacarte si no te hacía daño, supe que él se fiaría de mí. Cuando prometes algo, lo cumples. No me quedé muy convencido.


— No soy la única que se ha encontrado en una situación complicada — continuó —. Quelthar tuvo que matar a su prima por ser seguidora de Cefas, ya que prometió ir en contra de él y sus seguidores, incluso llegando a matarlos. — ¡Pero eso es...! Ni siquiera tengo nombre para eso. ¿No podía haber hecho otra cosa? — Óscar, si él no la hubiera matado, ella lo habría matado a él. Cada uno se había prometido a un bando. — ¿Y si se contradicen dos promesas? — se me ocurrió preguntar. — No se promete así porque sí, pero en ese caso será lo que te dicte el honor o la razón... no sé, nunca he tenido que pensarlo porque no me he encontrado en una situación así. Pero tengo claro una cosa y eso sí que te lo puedo prometer, aquí y ahora: Siempre te querré y jamás te haré daño. Dudo mucho que haya una situación que me haga romper eso. Gabriella se acercó a mí y me dio un beso muy tierno. Después, como si se acabara de acordar de algo, levantó un dedo para que no perdiera la atención en ella y dijo: — Tendría que llevar algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul. ¿Alguna idea? — me preguntó, esperanzada por ayudarla con aquel dilema. Otro más para la lista que la propia Gabriella había creado en su cabeza. — No se me ocurre nada. Sin embargo, vi la resolución en sus ojos. Ya había pensado en ello. — Creí buena idea que el "algo prestado" podría ser la cadena y el colgante con la promesa escrita. — No hay problema — hice ademán de quitarme el colgante, pero me interrumpió: — No hasta el día de la boda. — De acuerdo — acepté —. ¿Has pensado en el resto de cosas? — Todavía no. Y tengo veinte mil cosas más que preparar. — ¡Tranquila! Ya se nos ocurrirá algo.


— En las bodas humanas se dan pequeños recordatorios, pero tampoco creo que sea necesario. El día que nos casemos en tu mundo lo podremos hacer. Se suele cortar la corbata del novio... — ¿Todos habláis el mismo idioma? ¿Incluso los de las tribus? — la interrumpí. — ¿Por qué lo preguntas? — inquirió confusa. — No lo sé. Igual me he levantado filosófico esta mañana. Si voy a formar parte del Mundo Oscuro de forma oficial tendré que obtener toda la información sobre él. — Supongo... la verdad, nunca me he cruzado con nadie que no lo hablara. ¿Pero quién sabe? El Mundo Oscuro es demasiado grande para conocerlo entero. Nadie lo ha documentado nunca. — En el Mundo Real hay tantísimos idiomas... — Aquí sólo un idioma prevalece. Si existe algún dialecto o idioma más en el Mundo Oscuro, lo cierto... es que no tengo ni idea... — Después, prosiguió con su el tema de la boda —...pero los hombres en este mundo no llevan corbata y traje. Y aquí nada va reglado con papeles. Otro tema zanjado — Puse los ojos en blanco ante su entusiasmo y vuelco con nuestro enlace matrimonial — Siguiendo con la decoración...necesito una ambientación floral: velas, farolillos, flores. Puede que incluso pequeñas conchas delimitando el altar. No sé si pedir que todos vayan descalzos, ya que es en la playa. Es un sinsentido llevar zapatos en la arena. ¡La gente mancharía su calzado! Podemos crear un pequeño altar con troncos, ramas de árboles entrelazadas para hacer un pequeño arco bajo el cual proclamar nuestro amor. Gabriella estaba excitada, soñando con los ojos abiertos.


3 Aquel día no se me antojaba agradable. Ya me había acostumbrado a vivir entre el Mundo Real y el Mundo Oscuro; en éste último pasaba cada vez más y más horas. Sin la amenaza de Cefas, aquel universo paralelo suponía un paraíso de diversión y aventuras que en el Mundo Real sólo podía vivirse a través de videojuegos. Lo cual la diferencia era abismal. Nada tenían para compararse las emociones sentidas con montañas rusas o los deportes de riesgo. Muchos de sus habitantes poseían alas gigantescas, potentes garras y otros muchos atributos. Existían variadas especies de animales que jamás encontrarías en el Mundo Real. Algunos de ellos, pequeños dinosaurios. ¿Cuáles son más antiguos: los que viven en el Mundo Oscuro o aquellos que murieron en el Mundo Real hace ya tantos millones de años? Es probable que nadie lo descubra jamás, como tantos y tantos misterios sobre el universo. En el Mundo Oscuro vivían distintas tribus que en nada se parecían unas con otras ni con los habitantes de ese mundo. Algunas de ellas se habían mantenido al margen de la lucha contra Cefas. Los habitantes más radicales de nuestro bando las llamaba apestadas o repudiadas. Un calificativo que yo no compartía en absoluto. Respetaba su decisión de mantenerse neutrales, al igual que otros decidimos luchar. Cada cual tiene su opinión y es libre de llevar a cabo su propia decisión. Gabriella estaba completamente de acuerdo conmigo. Ella estaba a favor de la integración de todas aquellas personas que habían acordado no unirse a nosotros por miedo a represalias de Cefas si no ganábamos la guerra contra él. Mi relación con Gabriella iba viento en popa. Nos manteníamos más unidos que incluso cuando nos prometimos amor el día que yo debía volver con mis padres desde un portal abierto en la casa del mago, el último día de la primera vez que pisé el Mundo Oscuro. El afecto entre ambos crecía con el tiempo. Mis padres ya se habían acostumbrado a verla por casa, cenando con nosotros, viendo la tele o incluso cocinando. Mi hermana Susana la adoraba. La noticia llegó a los oídos del resto de la familia, los más lejanos — primos, tíos, abuelos, etc —, por eso no fue de extrañar cuando mi prima Isabel mandó una invitación por su boda, a la cual Gabriella también estaba convidada. Ella aceptó encantada, para variar. Cualquier cosa que estuviera en su mano para contentar a mi familia, lo hacía.


No toda la paz llegó con la muerte de Cefas. Al principio, todo fue un caos. Muchos de sus súbitos siguieron luchando, pero fueron masacrados también. Otros pidieron misericordia y prometieron cambiar y hacer cualquier cosa a cambio de seguir vivos. Entre nuestro bando, algunos se mostraron algo extremos. Deseaban matar a todo aquel que hubiese tenido algo que ver con Cefas para — según ellos, eliminar a todo su ejército y no dejar seña alguna de que él existió. Como si todo pudiese convertirse en una pesadilla lejana, un rumor que contaran nuestros descendientes sin saber con exactitud si había sido real o tan sólo una vieja leyenda. Al final, después de crear un Consejo sobre la situación posterior a Cefas, se decretó que condenarían a muerte a todos aquellos súbditos que habían asesinado alguna vez o aquellos cuyas mentes eran extremadamente radicales. Los que apenas hacía unos meses que se habían unido a él, tuvieron que enfrentarse a un periodo repleto de juicios — que nada tenían que ver con los celebrados en el Mundo Real — y pruebas realmente duras para demostrar que verdaderamente estaban arrepentidos y que deseaban una segunda oportunidad para reinsertarse en el nuevo mundo que se estaba creando. Prueba de que la paz persistiría y que no se permitiría que de nuevo un hombre loco y ávido de poder se intentara adueñar del Mundo Oscuro y crear el pánico, se propuso y formó un grupo especializado en mantener la paz, formado básicamente para vigilar en aquellos momentos de incertidumbre. Se le bautizó como La Guardia. En principio, se propuso que debían formar su núcleo aquellos que pertenecimos al grupo que atacó a Cefas en su propio castillo, pero todo aquel que lo deseara podía unirse a ella de cualquiera de las maneras, ya que requería muchísimas tareas. Zimbarella aceptó encantada, así como Quelthar, que siempre había prometido estar a favor de la paz. Rickpa, Fizko y Helione aceptaron su cometido con responsabilidad y satisfacción. Elzik, fascinado siempre por la sabiduría del mago, decidió convertirse en su aprendiz, así que decidió participar en La Guardia a tiempo parcial, si eso no impedía su formación con el mago. Shasian tampoco había querido formar parte, pero también nos brindó la oportunidad de llamarla si era necesaria su colaboración y apoyo. Y, por último, mi querida Gabriella, que también había aceptado. Yo, por mi parte, no había aceptado tampoco. Ya me costaba bastante organizar la farsa con mis padres. Demasiados asuntos para estar pendiente: además de que mis padres me insistían en que debía tomarme la universidad completamente en serio, ir a clase, estudiar, hacer mis tareas... cometidos


que ya me costaba compaginar con pasar ratos con mis amigos, con Gabriella, más visitar el Mundo Oscuro cada vez que mi apretada agenda me permitiera. A pesar de eso, prometí ayudar tanto como pudiera, ya que Gabriella y yo formábamos un tándem inseparable. Y ahí es donde entra el tema de que aquel día no sería mi día favorito. La boda de mi prima Isabel, con la cual jamás había tenido buen trato. Mis padres, mi hermanita, Gabriella y yo nos hallábamos sentados en una de las diez interminables mesas de convite repletas con los doscientos invitados de la ceremonia, la cual me pareció un tostón. No me dormí de milagro. Sin embargo, Gabriella parecía eufórica con la celebración. Todo el mundo pareció emocionarse menos yo. Incluso mi padre. Un tipo duro y chulo — al menos en sus años jóvenes — que pareció soltar una casi imperceptible lágrima ante el "Sí, quiero" de su querida sobrina. Los bancos de madera de la iglesia estaban adornados con múltiples flores blancas atadas a sus extremos, así como una alfombra roja de punta a punta del pasillo central. Su novio — el cual no recuerdo ni su nombre — llevaba una hortera corbata azul marino con lunares blancos. El resto del esmoquin pasaba inadvertido al lado del vestido de mi prima Isabel que llevaba cientos de bordados y encajes, así como un cuello repleto de flores de tela de diferentes colores. Sobre él, un majestuoso collar de perlas enormes que parecían hacer juego con su cabeza. Los pendientes, que me parecieron infinitamente largos, le llegaban hasta los hombros. El maquillaje era extremadamente excesivo, lo que le daba aspecto de payaso. El novio la esperaba en el altar con una sonrisa estúpida, como si mi prima fuera la criatura más hermosa del universo. Para él, así era. La parafernalia montada no podía tener un aspecto más pasteloso y horrendo. Una vez terminada la ceremonia, todos los invitados fuimos amablemente obligados a salir de la iglesia para lanzar arroz a los novios. Descaradamente, uno de mis primos más pequeños le lanzaba puñados de arroz al novio, claramente para acertarle y herirle. Aunque no entendía qué daño podía hacer eso y me pareció infantil, sentí la necesidad de hacer lo mismo. Gabriella no paraba de sonreír. Entonces pensé para mis adentros, que Gabriella también era la más hermosa dentro de mi mundo particular.


4 Un leve empujón en el hombro me despertó. Me había dormido esperando ser atendidos por los camareros del restaurante. Gabriella me puso mala cara, con la desaprobación en los ojos. Mi hermanita, al percatarse, me sacó la lengua. Mis padres se habían dado la vuelta en sus asientos para saludar a una pareja de su edad que yo no conocía. Cuando se movieron de nuevo, de cara a nosotros, nos sonrieron. Mi madre dedicó a Gabriella una enorme sonrisa que mi hermana y yo conocíamos muy bien: una intención oculta. —¿Nunca os hemos contado la historia de cómo nos conocimos? — preguntó, dirigiéndose a los tres. Una pregunta estúpida teniendo en cuenta que mi hermana y yo nos la sabíamos de memoria. Hasta la última palabra. —Oh, no. Otra vez, no — suspiró, afligida, mi hermana. Sin embargo, Gabriella sonrió a modo de respuesta, invitando a mi madre a empezar. —Yo estaba nerviosa. Debía conducir yo sola hasta un pueblo perdido en medio de la nada, donde se celebraba un concierto de rock. Allí me reencontraría con mis amigos. El motivo por el que tuve que irme sola fue porque anteriormente había tenido una reunión de estudiantes que acababa bastante tarde, lo suficiente como para que los primeros grupos hubiesen tocado. Recuerdo que un escalofrío… —…me recorrió toda la columna vertebral y no pude evitar el vello erizado. Mala señal. Iba a ser algo malo. ¿Llovería y se cancelaría el concierto? — citamos, de memoria, mi hermana y yo. Tantas veces habíamos oído de nuestra madre aquella historia, y sin cambiar una sola letra, que ya nos la sabíamos al detalle. Nos lanzó una mirada ofendida a ambos y, luego, nuevamente a Gabriella con una sonrisa de oreja a oreja, para que no perdiese su interés en ella. —Era raro que lloviese en verano, así que pensé otras teorías. Como, por ejemplo, que se hundiera el escenario. Semanas antes había aparecido en televisión una noticia similar y había sido una catástrofe. Estaba aterrada, pero mis amigos habían insistido. Querían animarme porque mi antiguo novio y yo acabábamos de romper. Tenía diecinueve años y acababa de sacarme el permiso de conducir.


>Cogí las llaves del coche y una mochila con el móvil, las llaves de casa y algo de dinero. Todo iba bien hasta que el coche, en un momento desafortunado a mitad del camino, comenzó a hacer un ruido que me daba mala espina. Aparqué el coche en el arcén de la carretera, puse las luces de emergencia y cogí de la guantera del chaleco reflectante. Todavía me encontraba a veinte kilómetros del recinto en que se celebraban los conciertos. Puse los triángulos reflectantes y abrí el capó de coche, de cuyo interior salió una enorme bola de humo que se extendió por el cielo. Después de un rato, no descubrí el fallo del coche y quise llamar a la grúa y a mis padres, para que supieran lo que me había pasado, pero no había cobertura. Me apoyé de espaldas en la capota del coche y, con los ojos aun anegados en lágrimas, me dispuse a contemplar las estrellas, más hermosas que ninguna otra noche. Sólo me quedaba esperar que la noche se me hiciera corta y que muy pronto pudiera ver brillar el sol. Mi madre solía ser muy melodramática a la hora de contar historias. Podría decirse que se le daba muy bien, ya que poseía una excelente memoria que le hacía recordar cada detalle insignificante. Sin embargo, sus recuerdos convertidos en historias parecían, a veces, ser absurdas e improbables al ser contadas de aquella forma en que únicamente ella sabía. Lo peor de todo es que mi padre le seguía la corriente y contaban su historia de forma conjunta, turnándose la hora de hablar. —Gabriella, ¿quieres saber cómo fue mi primer encuentro con Elena? — mi prometida sonrió y afirmó con la cabeza, ilusionada —. Vislumbré un atisbo de luz reflectante a lo largo de la carretera, justo en una curva, así que comencé a disminuir la velocidad. Conforme me acerqué distinguí una muchacha sobre un coche. Cuando me vio llegar levantó las manos, a modo de aviso; las luces de los faros la cegaron y se tapó el rostro con las manos. Finalmente, aparqué el coche y salí de él. >Cuando llegué a su lado me percaté de que tenía los ojos hinchados y llorosos. Eran verde pardo y preciosos. A pesar de su aspecto lastimero, mi primera impresión fue que era muy guapa. Pelo largo moreno con suaves ondulaciones. Manos muy pequeñas. En general, era de complexión menuda y delgada, dos cabezas más baja que yo. No abultaba mucho ni llamaba excesivamente la atención. En principio no parecía ir maquillada, pero le quedaban restos de pigmentos negros alrededor de los ojos. Las


lágrimas habían borrado todo rastro de maquillaje, dejando al descubierto un rostro natural y juvenil que me pareció hermoso. Me despeiné el pelo rubio al acercarme a ella. >Me explicó que el motor de su coche echaba humo. Como ya sabes, soy mecánico, así que fue una casualidad maravillosa. Le pregunté si había llamado a alguien y me dijo que no tenía cobertura, así que llamé a la grúa con mi propio teléfono móvil. Cuando terminé de llamar y dar las indicaciones del punto en que nos encontrábamos, me acerqué a la chica, que se había sentado en el suelo del arcén, apoyada en el coche. Se sorprendió al ver cómo me sentaba junto a ella. Comenzamos a hablar cuando me preguntó si acaso no tenía planes. Así es como descubrimos que nuestros rumbos se habían cruzado de forma inesperada por el cambio de planes rotos de forma repentina. Ella me contó lo de su novio. Por otro lado, yo había montado una fiesta en una casa rural para estar con mis amigos, mi hermano y una chica que no resultó tan especial como yo creía en un principio. Pillé in fraganti a la chica liándose con mi propio hermano. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que era mi cumpleaños. — Debió de ser horrible — comentó Gabriella, realmente metida de lleno en la historia. — Lo fue — comentó mi padre, como si aquello fuera agua pasada. Al fin y al cabo, acabó casándose con mi madre y aquella chica se convirtió sólo en un molesto recuerdo. Había visto fotos de mi padre de joven en el álbum familiar. Había sido más guapo y popular incluso que yo. En cuanto a las mujeres, por lo que me había contado mi tío y algunos de sus amigos, no sabría si decir si él había sido más o menos rompecorazones que yo. Para ambos, eso ya no importaba. Aquella forma de vida había acabado para los dos. — ¿Qué pasó después? — preguntó Gabriella. — Al cabo de unos minutos, vimos llegar a la grúa. Un conductor no muy simpático nos puso mala cara y remolcó su coche. Ella montó en la cabina junto a él, no sin volver a darme las gracias y dos besos. Yo, por mi parte, subí a mi coche y tomé la decisión de volver nuevamente la fiesta. De alguna forma, el encuentro con ella me dio fuerzas. Estaba dispuesto a dar la cara, no a ser un cobarde que salía huyendo. Cuando aparqué


el coche no me levanté siquiera. Entonces caí en la cuenta de que la chica no me había dicho su nombre y yo tampoco el mío. No debería de haberme importado, pero sentí la urgente necesidad de saber cómo se llamaba. Sin embargo, era probable que no la volvería a ver nunca más, así que, algo disgustado, intenté olvidarme de aquello y salí del coche para enfrentarme al mundo caótico que había dejado en aquella fiesta antes de marcharme. Mi padre no era tan teatrero como mi madre, pero también se tomaba su tiempo para contar sus historias. — Pero si no os dijisteis cómo os llamabais, ni el número de teléfono ni nada, ¿cómo volvisteis a encontraros? — Nuestra historia es una mezcla de casualidades y planes fallidos. Un cruce de destinos. Gabriella quiso saber cómo continuaba la historia y no entendí por qué esa fascinación por los cuentos mundanos y aburridos de mis padres. Así que, para colmo, mi madre sonrió orgullosa ante su insistencia e interés. Supuse que lo haría simplemente para ganar puntos con ellos. Tiempo atrás la habían odiado al creerla una mala influencia para mí. Desvié la mirada hacia otro lado, aburrido y pesaroso por la siguiente sesión de historias que estaba a punto de avecinarse, cuando descubrí a una chica mirándome, extrañamente vestida de morado. Estaba claro que pertenecía al Mundo Oscuro. Un vestido apretado cubría su esbelto y delgado cuerpo. Teñidas de rosa llevaba las puntas de su pelo moreno. Las uñas, los zapatos y el bolso iban a juego. Gabriella me dio un pequeño golpecito en el hombro para atraer mi atención, y descubrí que mis padres se habían marchado de la mesa y hablaban con mis tíos. La muchacha alzó una mano y la dirigió hacia mí, haciendo señas con el dedo índice para que me acercara a ella. Vi por el rabillo del ojo cómo Gabriella ponía mala cara. —Es de tu mundo, Gabri. Tal vez tenga alguna noticia interesante. —El Mundo Oscuro lleva mucho tiempo tranquilo. Sólo estará interesada en ti por la fama que has tomado. Últimamente llamas la atención de las féminas más de lo acostumbrado. Esta chica no es una excepción.


—No lo creo. Ahora vuelvo — dije haciéndole caso omiso. Gabriella hizo ademán de detenerme, pero finalmente no lo hizo. Me pregunté si tendríamos bronca después de la boda por aquel acto, probablemente estúpido. —Hola, Óscar — me dijo la muchacha cuando llegué a su lado —. Me parece que me he ganado anticipadamente la hostilidad de tu prometida. No creo que te preguntes porqué sé que os vais a casar. —Todos los habitantes del Mundo Oscuro lo saben — dije, como si eso lo explicara todo. —Incuestionable — confirmó ella —. Felicidades, por cierto. Hazle llegar a la bella Gabriella mi más sincera enhorabuena. Pero no he venido a hablar de tu boda. He venido para advertirte. —¿Advertirme? ¿Sobre qué? — pregunté receloso. —Un peligro se cierne sobre ti.


5 Observé a aquella extraña y desconocida muchacha, portadora de malas noticias en un momento feliz y mundano de mi vida. Su rostro permanecía sereno e impasible, ni un sólo atisbo de nerviosismo que la delatase como una embustera. —¿De qué peligro se trata? — pregunté receloso. —Bueno, no está claro. Tan sólo puedo ver sombras sin forma y líneas borrosas. Tampoco veo colores, ni nombres — Su tono era tan casual como si me estuviese hablando del tiempo —. El futuro no puede leerse en una bola de cristal de igual forma que en vuestras ridículas series y películas sobre magia. Es mucho más complicado que eso. Pero alguien de tu mundo tiene que ver con esa amenaza y es alguien con quien has tenido algún tipo de contacto o que has visto alguna vez. También un habitante del nuestro. Y una tercera persona que no logro clasificar en ninguno de ambos. —¿Y cómo es que sabes que esa persona es conocida para mí y, sin embargo, no sabes quién es? — la reté a contestar aquella pregunta sin pies ni cabeza. Para mi sorpresa, obtuve una respuesta. Empezaba a pensar que tan sólo se trataba de una loca y que Gabriella llevaría razón. —Porque en las visiones apareces hablando con ella, pero aparece oculta bajo una espesa oscuridad que no me permite verla. —¿Ella? —Sí, ella. Es una mujer. —De acuerdo — comenté, siguiéndole el rollo —. Y deduzco que no sabes si es una chica joven o una anciana, si es rubia o morena. —No. Lo siento. —Esto que me cuentas es absurdo. ¿No te das cuenta? —Óscar, ya metiste la pata una vez por culpa de tu incredulidad, ¿quieres volver a caer en la misma trampa? No podía rebatir aquello. —¿Y qué se supone que tengo que hacer?


—Eso ya es asunto tuyo. Yo sólo te prevengo, para que estés preparado. Una información así no podía callármela para mí. Una última cosa, dile a la hermosa Gabriella que, aunque eres el guapísimo hombre de moda, no estoy interesada en ti. La chica me dedicó una enorme sonrisa, se dio media vuelta y se fue sin despedirse. — Ah, por cierto: Me llamo Same.

Gabriella me esperaba de brazos cruzados y con el rostro impasible. Ni siquiera se dignó a mirarme cuando me senté nuevamente en mi sitio. Hasta enfadada me parecía hermosa. Supuse que su enfado perduraría hasta que llegáramos a casa y tuviésemos un momento a solas. Entonces podría aclararle el verdadero motivo por el que la chica de morado — que ahora sabía que se llamaba Same — se había colado en la boda de mi prima y, por consiguiente, hablar conmigo sobre sus visiones. Mi hermana pequeña jugueteaba con una flor de plástico que envolvía el recordatorio de la boda y me sacó la lengua cuando me vio llegar. Mis padres habían desaparecido de la mesa y no los hallé a simple vista. Demasiada gente en un restaurante tan grande. Podía ver a mi prima y su recién estrenado marido en la mesa principal del restaurante, adornada de flores blancas y lazos dorados. No paraban de mirarse y prodigarse múltiples besos empalagosos, así como de brindar una y otra vez con sus copas con los brazos entrelazados entre sí. Mi tía vestía extremadamente ridícula con un vestido carmesí de pliegues que no le favorecía y mi tío un traje negro metálico que simulaba una bola de discoteca a la luz de las lámparas del restaurante. Por otro lado, los padres del novio parecían tener mejor gusto para vestir y, claramente, podía verse que se trataban de una clase superior. Sus modales refinados, su frialdad y su punto de prepotencia y petulancia les delataba claramente como una familia acomodada. Las amigas de mi prima me recordaron en modo alguno a Rosario, Esmeralda y a otras tantas chicas que formaban parte de esa vida que había dejado atrás al reencontrarme con Gabriella. Bajé la cabeza y simulé interesarme en los adornos del mantel. Cuando mis padres llegaron y vieron el frío distanciamiento entre ambos no dijeron nada, simplemente se encogieron de hombros. Claramente entendieron que habíamos discutido. Gabriella no hizo ademán de fingir alegría nuevamente ante mis padres. Era tozuda cuando se lo proponía. Vale, era cierto que desde el gran suceso no sólo las mujeres del Mundo Real


se fijaban en mí; las del Mundo Oscuro lo hacían también. Pero no entendía cómo Gabriella no había entendido la situación: si una mujer del Mundo Oscuro se colaba en la boda de mi prima Isabel, sólo se me ocurrían dos opciones por las que hacerlo. La primera que estuviera chalada y la segunda que estuviera relacionado con un asunto grave y urgente. Y, sinceramente, ésta última me parecía más plausible. Aunque me había cruzado con muchas mujeres que no se encontraban en sus cabales.


6 Tantas veces gritaron los invitados "¡Que se besen!" que perdí la cuenta. Apenas podía soportar aquella ridícula escena mientras Gabriella permanecía obstinada en su intención por ignorarme. Cuando los recién casados fueron desfilando por todas las mesas de los invitados y llegaron a la nuestra, Gabriella mostró nuevamente su impecable sonrisa, que le sirvió para deslumbrar a los novios. Se comportó como si nada ocurriera, ocultando su temperamento bajo una cuidadosa máscara. El marido de mi prima pidió que nos hiciéramos fotos con ellos para el álbum nupcial y tuve que dejar a un lado el semblante incómodo que poseía en aquellos momentos. El día se me hizo eterno. Después de la comida, pasamos a un tiempo de descanso y reposo que consistió en seguir apesadumbrados y aburridos en aquella misma parte del restaurante. La tarde se alargó hasta lo insoportable donde transcurrieron hechos como el corte de la corbata del hombre y la liga de la mujer, el levantamiento en volandas del novio, así como múltiples bromas y cachondeo. La noche se tornó otro tanto de lo mismo. Tuve la sensación de caer en un amargo e interminable letargo que terminó cuando Gabriella sacudió mi hombro. Entonces, fue cuando me di cuenta de que me había quedado dormido en una de las sillas. Su rostro todavía se mostraba reacio y contrariado con un punto de insatisfacción. Sin embargo, me ayudó a levantarme, ya que me sentía aturdido y con las piernas entumecidas. Intenté disculparme con ella, pero mi voz sonó pastosa y apenas audible, así que dudo mucho que me escuchara. Tal vez para ella fue un simple zumbido. Subimos los cinco al coche y volvimos a casa. Susana también estaba dormida. Sentí que sólo habían pasado unos segundos cuando llegamos, así que supuse que me había dormido de nuevo en el viaje de vuelta. Gabriella se despidió de todos pero, dado que eran las cuatro de la mañana, mis padres la invitaron a pasar la noche con nosotros. Así que yo fui invitado amablemente por mi padre a dormir en el sofá mientras mi dulce prometida — que todavía seguía enfadada conmigo — se adueñaba de mi cama. No me sentía con ánimos de discutir. El día siguiente sería otra cosa, pero yo ya tendría las pilas recargadas nuevamente. Estaba claro que las bodas se alimentaban de mi energía. Curiosas palabras considerando que Gabriella y yo teníamos pensado hacer lo mismo.


No sabía cuántas vueltas había dado en el sofá durante la noche, teniendo en cuenta que una pierna me salía por el borde del mismo, quedando colgada; y que la manta se encontraba tirada en el suelo, hecha un ocho. Ya había dormido suficiente, así que me levanté de allí y me desperecé mientras se me escapaba un silencioso bostezo. Nadie parecía haberse despertado todavía, así que miré el reloj. Eran las siete y cuarto de la mañana. Mis padres no solían ser muy madrugadores los fines de semana, así que aún les quedaban unas horas de sueño. Me dirigí sigilosamente hacia mi habitación. No podía desembarazarme de la situación de que aquello estaba mal y que si mis padres se despertaban me caería una buena. Era conocedor de la capacidad de Gabriella para dormir apenas unas escasas horas, así que tal vez ella ya había descansado lo suficiente. Todavía teníamos una conversación pendiente. Abrí la puerta lentamente y entré en la habitación. No me había equivocado. Gabriella se encontraba sentada en la cama ojeando uno de mis libros de la universidad. Mi tutora ya me había advertido en contadas ocasiones que era un chico inteligente que, si estudiaba lo suficiente, podía ir aprobando cada asignatura sin problema alguno. Sin embargo, el Mundo Oscuro y las aventuras que vivía en él hacía que me distrajera de asuntos como los estudios, que me parecían de carácter demasiado trivial. Gabriella me dirigió una mirada gélida cuando me paré en medio de la habitación. No sabía qué empezar a decir para aclarar la situación, así que opté por dirigirme a la cama y tumbarme junto a ella. Seguía sentada, pero yo me estiré completamente en todo el espacio que daba la cama, con la cabeza apoyada en la almohada. — Lo siento — comencé a decir. Tenía intención de seguir hablando, pero ella me interrumpió: — ¿Por qué nunca me haces caso? — Siempre te lo hago — me quejé. Gabriella se tumbó encima de mí. Abrí los ojos como platos, sorprendido. Mis padres descansaban en la habitación de al lado. Estaba a punto de hablar cuando ella me silenció con un beso. Y todo lo demás dejó de importarme. Los besos de Gabriella eran


sagrados para mí. Se mostraba urgente y apasionada, hecho que no me molestó lo más absoluto. Reposé una mano en su espalda y enredé los dedos de la otra entre sus rizos sedosos y morenos. En su pequeño y nuevo apartamento teníamos la suficiente libertad para hacer lo que nos placiera, pero, en mi casa, jamás habíamos traspasado ninguno de los límites que mis progenitores verían con cierta desaprobación. Acabarían escandalizándose. Ellos, tan conservadores como eran. Ella se apretó aún más contra mí, y yo sentí cómo su cuerpo se amoldaba al mío. Pasé las manos por debajo de su camiseta y acaricié la suave piel de su espalda. Sin algún esfuerzo, acabé quitándosela, tirando de ella hasta dejarla caer al suelo. Ambos nos erguimos leve y rápidamente e hicimos lo mismo con la mía. El contacto de sus labios hacía que los míos ardieran y sintieran la necesidad de más. Siempre deseaba más cuando estaba con Gabriella. Cuando nos desprendimos del resto de la ropa, sentí que la habitación ardía en llamas. Reprimí el impulso de soltar un grito. Cuando estábamos juntos, Gabriella y yo éramos uno, simplemente. Nada era complicado en nuestra relación. Era tan sencillo como respirar, como pestañear. Éramos dos partes de un puzle sencillo. Absolutamente natural. Nos complementábamos tan armoniosamente que uno parecía moverse si otro lo hacía también y uno era capaz de sentir y pensar lo mismo. La atracción física era evidente e indiscutible. Yo todavía seguía sintiéndome emocionado cuando Gabriella me miraba directamente a los ojos; era como sumergirse en el fondo de dos zafiros. El tiempo no importaba cuando Gabriella permanecía a mi lado. Todos los relojes parecían pararse, las manecillas se congelaban y el suave tic tac se detenía, dejando un silencio absoluto.

De repente, escuchamos el sonido de una persiana levantándose y tardé un segundo en comprender que se trataba de mis padres. Miré el reloj corriendo: eran las nueve y cuarto. Sentía todo mi cuerpo dolorido y entumecido, pero alcé las manos y con un impulso aparté a Gabriella de mí más rápido de lo que ella habría hecho. Me alejé de ella y recogí toda nuestra ropa del suelo, separando la suya de la mía. Eso sin contar que cada acción debía ser estrictamente sigilosa.


Un nudillo — no supe de quién — tocó suavemente la puerta y yo me acurruqué en el suelo frío detrás del escritorio. Gabriella, que ya se había vestido completamente, dio permiso para entrar. Gabriella se adelantó a la pregunta de quien quisiera que fuera y dijo amablemente que saldría en unos minutos. ¡Mierda! ¿Y qué pasaba conmigo? Se suponía que debía estar en el sofá. ¿Qué pasaría cuando descubrieran que no estaba allí? Si me buscaban en el resto de la casa, tampoco me encontrarían. Entonces, Gabriella se levantó de la cama y tiró de mi manga para que me levantara. Abrió la puerta como quien no quiere la cosa y por su expresión entendí que no había nadie. Segundos más tarde, salí de allí y me dirigí al baño, esperando encontrármelo vacío y poder conseguir mi coartada. No pasé ni un minuto en el interior cuando escuché gritar a mi padre dónde estaba. Sentí el alivio en su voz cuando supo dónde me hallaba.


7 A los pocos minutos nos encontramos sentados en la mesa de la cocina comiendo tortitas con sirope de caramelo. Mi hermana y yo nos vimos enzarzados en una discusión por la última tortita y, ante esta situación, mi padre la cogió con un tenedor limpio y la depositó sobre el plato de Gabriella. Ésta se quedó sorprendida. Cuando me miró e hice un asentimiento, se encogió de hombros y la cortó por la mitad, dándole una parte a mi hermana pequeña. Susana me sacó la lengua — para variar — y devoró su trozo. Mis padres se lanzaron una mirada cómplice y sonrieron complacidos. Gabriella y yo abandonamos mi casa a mitad de mañana, despidiéndonos de mis padres. Mi madre me recordó que tenía que estudiar y yo le hice saber que llevaba los temarios en la mochila, que seguro permanecerían en el fondo sin ser utilizados, ya que no tenía intención de estudiar. Sólo iba a pasar una noche con Gabriella y el tiempo en su compañía era más preciado que el oro. Después tendría que volver al tedio que suponía la universidad. Había tenido diversas charlas con mi tutora. Mi rendimiento seguía siendo absolutamente bajo. Mis estudios no llenaban el agujero de adrenalina que sentía cuando visitaba el Mundo Oscuro. Mi tutora, esa señorita que una vez había sido el amor de mi enemigo ya asesinado, desconocía que yo también estaba relacionado con él. Ni nunca lo sabría. Ella se empeñaba en que creara planes de estudio organizados, en apuntarme a seminarios y cursos extraescolares para conseguir créditos. Hacía caso omiso de todas estas últimas actividades, alegando que me pondría las pilas con todas y cada una de las asignaturas. Ella solía reprenderme, pero, después de varios intentos, dejó de llamarme a su despacho. Supongo que me consideró un caso perdido. Los estudios me aburrían y solía faltar a clase con cada vez más frecuencia, y las contadas ocasiones en las que acudía, parecía quedarme dormido de pura desidia. Dos días después de la boda nos reunimos con Quelthar, Elzik y Zimbarella en casa del mago. — Tenemos que hablar sobre Same — comencé a decir. Gabriella asintió, conforme.


— De acuerdo. Entre todos, encontraremos una solución y veremos nuestras posibilidades. ¿Qué es lo que te contó exactamente? — preguntó el mago. — Me dijo algo así como que un peligro se cernía sobre mí. Que tenía que ver con una mujer de mi mundo, una con la que yo he tenido algún tipo de contacto y... — ¿Contacto? ¿Alguna mujer con la que hayas estado saliendo? — me interrumpió Elzik con interés. Negué con la cabeza. — Creo que la categoría es mucho más extensa. Puede ser cualquier persona que yo haya visto: compañeras de clase, familiares, vecinas, amigas de mis padres...cualquiera. Las posibilidades son infinitas. Gabriella me miró pensativa y confusa. — ¿Algo más? — quiso saber. — También una persona de vuestro mundo, pero no me ha especificado si es hombre o mujer, así como un tercer personaje, de quien no ha logrado interceptar su procedencia. Gabriella me miró todavía más extrañada. — ¿Qué demonios significa eso? ¿Cómo se supone que vamos a trabajar sobre ello? ¡No tenemos nada! — Pero, ¿significa acaso que esas personas desean matarme? ¿O que me harán daño sin intención de hacérmelo? — pregunté preocupado, muy convencido de mis repentinas teorías. — Eso último no tiene ningún sentido — me contradijo Quelthar. Fui incapaz de despegar mis labios para hablar. Gabriella se acercó más a mí y me abrazó fuerte y dulcemente. — Óscar, te lo he prometido más de una vez y lo haré aquí y ahora nuevamente: nunca dejaré que te hagan daño.


— ¿Es que nunca va a acabar? — pregunté retóricamente, separándome de Gabriella —. ¿Siempre va a haber alguien que me odie y que esté dispuesto a acabar con mi vida? ¿Qué demonios se supone que he hecho ahora? — estaba desesperado. — No lo sé. Ha dicho que la mujer es de tu mundo. ¿Crees que puede ser alguna de las chicas con las que has estado? ¿A alguna de ellas le hiciste algo humillante? — No, que yo recuerde. Siempre dejé claro a todas aquellas chicas que yo no buscaba nada serio. Todas se liaron conmigo sabiendo que no sería más que un simple flirteo. — Sin embargo, dejaste a Rosario — me recordó Quelthar. — Sin olvidar a Esmeralda — prosiguió Gabriella. — Pero, el caso más importante no es que me odie una de ellas. ¿De qué forma podrían estar relacionadas con una persona del Mundo Oscuro? — pregunté, sin entender la relación. — Puede que no estén relacionados. Tal vez una chica despechada te odia por un lado y una persona de nuestro mundo te odie por otro y tengas que lidiar con ambos problemas a la vez — sugirió Elzik. — También es una opción — aceptó Quelthar —. Del Mundo Oscuro podría odiarte cualquiera de los antiguos súbditos de Cefas. Muchos de ellos tienen problemas para adaptarse porque se les considera una vergüenza para la sociedad y haciéndote daño se completaría su venganza. — Pero son muchísimos de ellos, ¿qué haríamos? ¿Buscarlos y preguntarles si me odian? No es una opción. — No podemos olvidar que hay una persona más implicada. Entonces, caí en la cuenta de algo que de repente me pareció de suma importancia. — A todo esto, ¿quién es Same? — Same es una maga, aunque más bien podría decirse que es una aprendiz, ya que no es muy poderosa. Desgraciadamente — aclaró el mago. — ¿Desgraciadamente por qué? — pregunté.


— Bueno, porque está claro que está de tu parte, Óscar. Y es obvio que quiere ayudarte. A su manera, claro. La pobre a veces puede ocasionar más problemas de los que puede resolver. — ¿La conoces personalmente? — adivinó Quelthar. El mago asintió con la cabeza, casi imperceptiblemente. — Sí, fue alumna mía hace tiempo, de igual forma que ahora lo es Elzik. Después, se fue por su cuenta. Le costaba interactuar con las personas debido a sus visiones. Unas son claras, otras no. El caso es que siempre encontraba en ellas el peor lado de la gente y decidió aislarse para dedicarse y centrarse únicamente en sus conocimientos. Por lo que sé, ha mejorado mucho desde entonces, pero sigue sin ser especialmente poderosa. — Bueno, yo no entiendo mucho de magia — comencé a decir —, más que nada porque el único que conozco capaz de hacerla es a ti. Sin contar ahora con Same. Pero, ¿tú no puedes hacer nada? ¿O cualquier otro mago? El mago puso mala cara. ¿Qué demonios significaba eso? — Hay una maga cuyo poder alcanza un punto donde el mío queda empañado por la incertidumbre. Se llama Amor. Es muy poderosa, ya que es experta en magia oscura. Siempre implica correr riesgos usar poderes prohibidos. Sin embargo, no es de confianza, ya que siempre pide algo a cambio. — ¿Cómo que pide algo a cambio? — pregunté dubitativo — ¿Qué es lo que pide? El mago se removió en su asiento, incómodo. Aquello me hizo sentir inquieto. — ¿Qué hacemos entonces? — inquirió Elzik. — Sugiero que vayamos a buscar a esa maga — empezó Quelthar —, le preguntamos cuál es el precio a pagar por su ayuda. Por supuesto, antes de pagar el precio, debemos saber si nos puede ayudar a descifrar este enigma. — Antes de esto, tengo que buscar una coartada para mis padres, ¿vale? No puedo desaparecer sin más otra vez y que vuelvan a estar preocupados. — Completamente de acuerdo — admitió Quelthar.


— Así que el plan será el siguiente — sugirió Zimbarella —. Regresamos al Mundo Real, preparamos la coartada para Óscar. Buscamos a Amor, le preguntamos si puede ayudarnos y en caso afirmativo, que nos proponga su oferta y qué es lo que desea como pago por ayudarnos. Entonces, conseguiremos lo que ella desea y que, a cambio, que cumpla ella también su parte del trato.


8 El desasosiego y la desazón ya se habían apoderado completamente de mi cuerpo cuando atravesamos el portal. Adoraba el Mundo Oscuro mucho más que el Mundo Real, pero el peligro era innegable. La peor parte de aquella vida que había escogido implicaba siempre de forma negativa a mis padres y mi hermana. Siempre andaba buscando coartadas para no dejarles con el corazón en un puño como aquel fatídico día en que entré al Mundo Oscuro por primera vez. Me había prometido a mí mismo no volverlos a hacer pasar por ese infierno. — ¿Cómo que te vas a pasar TODO el fin de semana con Gabriella? — Sí, ¿qué hay de malo? — pregunté confuso. Creía que la habían aceptado por completo. No tardé mucho en averiguar el porqué. — Te recuerdo tu bajo rendimiento universitario — farfulló mi padre —. Además, puede que tengamos visita. La prima llamó por teléfono y comentó la posibilidad de traer las fotos de la boda para verlas todos juntos. — Puaj — se asqueó mi hermana. No le agradaba mucho más que a mí. — Motivo de más para permitirme unas pequeñas vacaciones. — Me voy con vosotros — lloriqueó Susana, haciendo un mohín y echándose a reír poco después. Mi padre nos lanzó a ambos una mirada enervada. — Papá, ya soy mayor de edad. ¿Qué importa qué haga a lo largo del año si al final lo importante es aprobar el curso? Y dicho esto, les dejé con la palabra en la boca y subí a mi habitación para preparar una maleta que sólo servía de atrezo. — Creo que tus padres van a empezar a odiarme otra vez — comentó Gabriella agriamente, pero sin darle demasiada importancia. Ya habíamos salido de mi casa y me había despedido de todos. Mi hermana pequeña hizo un mohín nuevamente, poniéndome morritos. — Tú y yo somos un pack indivisible. No sé... tú eres como el glaseado de mi rosquilla, como la mermelada de mi tostada, la nata de mi helado...


— ¡Qué romántico! — me espetó Gabriella sarcásticamente. — Oye, me dejé clavar un cuchillo en el costado. Dudo mucho que algún otro novio haya hecho eso por su pareja. Gabriella sonrió complacida. Sin embargo, suspiró: — Aunque, sinceramente, hubiese preferido que no lo hicieras. — Era cuestión de vida o muerte, literalmente. — Cierto. Espero que no nos veamos en una situación similar nunca más. Ambos nos miramos con ojos tiernos. Nosotros podríamos con cualquier cosa que el futuro nos deparara. Al menos, así me gustaba pensarlo a mí. No me imaginaba mi vida de otra forma. La muerte de Wizha ya había sido un acontecimiento demasiado doloroso. — Ya casi hemos llegado al portal. Está a un par de calles más de aquí. Desgraciadamente, en ese momento, una persona gritando mi nombre estaba a punto de cometer el error que yo había efectuado hacía ya tantos años.

Adrenalina, mareos y agitación es lo que sentía cada vez que atravesaba un portal. Era una sensación extraña jamás comparable con otra experiencia e indescriptible con simples palabras. No sabía si era por los nervios de una nueva aventura que no sabía cuánto podría tardar. Lo distinto de ambas situaciones es que ya no debíamos escondernos, no desde que Cefas murió, llevándose a la tumba con él toda su tiranía. — ¡Bua! ¡Qué pasada! — un grito de júbilo se oyó a nuestra espalda. Aquello no podía estar pasando. Superaba todos mis miedos. Bruno. Miré a Gabriella, casi sin poder apartar mis ojos de Bruno. No sabía qué aspecto tendría mi rostro, pero el de ella estaba pálido como el papel. Tenía los ojos fijos en mi mejor amigo, que parecía estar alucinando con todo aquello que veía a su alrededor. Apenas parpadeaba. Finalmente, él nos miró e inquirió: — ¿Qué sitio es éste?


Me costó varios segundos entender al completo la situación. Gabriella estaba a mi lado, atónita y en shock, al igual que yo. Aquella visión ante mí no podía ser cierta. Mi mejor amigo en el Mundo Oscuro. ¿Existía algo más horrible? No, no podía haber nada peor que aquello. Significaba que él estaba allí por mi culpa. Me había seguido, al igual que yo había hecho con Gabriella. — Contéstame, por favor — suplicó más alegre que preocupado por el extraño lugar —. Me dirigía hacia tu casa para verte antes de tu fin de semana con Gabri. Os he visto y he gritado tu nombre desde lejos, pero no me has oído, por lo que parece. Después de correr como un loco, os he visto entrar en este... no sé cómo llamarlo, es una pasada. — ¿Qué demonios...? — fue todo lo que pude decir. Mi lengua parecía completamente trabada, al igual que en un trabalenguas. — ¿Qué ocurre? — preguntó Bruno, ahora confuso por la falta de actividad de Gabriella y mía —. ¿Me puedes explicar dónde estamos? Miré a Gabriella, que parecía seguir sin recobrar la compostura. Se había convertido en una estatua. — ¿Qué hacemos? — le pregunté, no muy seguro de si me contestaría. — Decirle la verdad — me contestó ella —. Bruno, Óscar y yo debemos hablar un momento. Quédate aquí, no iremos lejos. — De acuerdo — aceptó extrañado. Nos alejamos un par de metros, dejando a Bruno dentro de nuestro campo de visión. — ¡Dios mío, Gabri! ¿Qué vamos a hacer? Mi mejor amigo está aquí, en peligro. — Tranquilízate un momento, Óscar. El Mundo Oscuro no es peligroso ahora, no es como cuando tú llegaste la primera vez. Cefas no está aquí para desear matarle por ser humano. Aun así, podemos seguir el mismo procedimiento que contigo. Iremos a casa del mago y le pediremos que borre sus recuerdos y lo mande a vuestro mundo nuevamente. — Perfecto. No quiero que tenga nada que ver con este mundo. Incluso con Cefas muerto.


— Vamos allá — aceptó ella convencida. — Espera, ¿qué explicación le vamos a dar? — le pregunté, repentinamente agobiado. — Le contaremos la más absoluta verdad. Si su final será ser devuelto sin los recuerdos de aquí, no hay necesidad de mentir. — Entendido — contesté, bastante nervioso.


9 Recorrimos el camino andado hasta llegar al lado de Bruno, que se había detenido junto a un árbol de frutas brillantes. Sostenía una entre sus manos y la mantenía muy cerca de su cara, observándola detenidamente. Dio un pequeño respingo cuando nos paramos junto a él. Tan absorto estaba que no nos había oído llegar. — Dime una cosa, Gabriella. ¿Éstas son las frutas de tus cuadros? ¿Los que tenías en tu antiguo piso? — Sí, lo son — le dio la razón con una enorme sonrisa. — Pero... ¿Se pueden comer? ¿No son venenosos? — inquirió dubitativo. — Se pueden comer. No podría contar cuántos se ha comido Óscar ya. Le gusta más que cualquier fruta de vuestro mundo. — Cierto — acepté. — ¿Vuestro mundo? ¿A qué te refieres exactamente con eso? — Bruno se mostró nervioso repentinamente. — Te contaré todo cuanto quieras saber, Bruno — le tranquilizó Gabriella —. Éste es un mundo paralelo al vuestro; al que vosotros vivís. Para ser exactos, éste es el Mundo Oscuro. — ¿Mundo Oscuro? Bueno... tiene sentido — contestó él, más tranquilo. Miró a su alrededor nuevamente —. Todo es oscuro y tiene un aspecto tenebroso. ¿Es de noche? — No — Gabriella sonrió —. Aunque lo parece. Tenemos un día y una noche, un cielo claro con su sol y un cielo oscuro con su luna y sus estrellas, pero es diferente al vuestro. Nuestro día es oscuro en comparación con el vuestro. Y nuestra noche es infinitas veces más tenebrosa que la vuestra. — Es realmente extraño. Jamás había visto un cielo púrpura. Puede que, en alguna imagen retocada de Internet, pero... — En ningún otro sitio — concluí yo —. Sólo existe aquí. — ¿Siempre ha sido así? — Sí. Al menos, eso creemos todos los que vivimos aquí.


Bruno asintió. Luego, miró reacio la fruta morada. — Pégale un bocado y calma tu curiosidad — le animó Gabriella. Entonces, Bruno volvió a mirar la fruta y le pegó un gran bocado, llevándose la mitad a la boca. Al principio, guiñó un ojo, esperando probablemente que el sabor fuera horroroso. Luego, abrió los ojos, sorprendido y soltó un pequeño gemido. Gabriella y yo nos echamos a reír. — En marcha, pues. Nos esperan en casa del mago — miré a Gabriella dubitativamente. Nuestro destino estaba demasiado lejos como para ir andando, y no sabía si mi prometida estaba dispuesta a mostrar sus habilidades frente a mi mejor amigo. Como si hubiera oído mis pensamientos, comentó —: Bruno, no sé qué impresión tendrás de mí cuando veas esto, pero tendrás que acostumbrarte. Bruno la miró con sospecha. Ninguno de los dos contestamos. Gabriella se apartó de nosotros y, en un abrir y cerrar de ojos, mostró aquello que yo ya había presenciado miles de veces: desplegó sus enormes alas negras. Vigilé con cuidado la expresión de Bruno que, más que aterrado como yo esperaba, parecía maravillado. Entonces caí en la cuenta que yo había actuado de igual manera que él. Me había sentido estupefacto con los dinosaurios voladores, con las alas de Gabriella, con los majestuosos paisajes pintados de un inusual color morado. Nada me había aterrorizado de este extraño mundo. Únicamente la amenaza de Cefas había acabado con mi buen humor y había hecho brotar en mí miles de nervios. Ahora ya no era un problema. Bruno y Gabriella se miraron a los ojos y, cuando Gabriella comprobó que no había miedo en sus ojos, suspiró aliviada. — Me costará más de lo habitual llevaros a los dos. Tendré que soportar el doble de peso, pero confío en mis capacidades. Bruno y yo nos abrazamos a Gabriella y ella echó a volar. Nunca me cansaba de la sensación de volar junto a Gabriella. El viento soplando sobre mi rostro a una velocidad que no sabría calcular. El tiempo no tenía sentido cuando sobrevolaba los campos y bosques del Mundo Oscuro. Era una


sensación escalofriante a la par que excitante mientras flotabas en el aire. La satisfacción de libertad en estado puro. El corazón se me iba a salir de la boca. Por los gritos de Bruno, no me fue difícil deducir que él sentía lo mismo. Sentí un nudo en el estómago cuando le vi tan feliz. Me sentí culpable al pensar que íbamos a borrarle la memoria, igual que habían hecho conmigo. Desde el otro lado, desde el punto de vista del que no tienen que pasar por ese proceso, se veía de una forma completamente distinta. ¿Sintió Gabriella la misma culpabilidad que sentía yo en ese momento? ¿Eliminar los recuerdos del Mundo Oscuro de la mente de Bruno era lo correcto? ¿Y si el destino había decidido que Bruno me siguiera porque debía formar parte de aquel mundo al igual que había ocurrido conmigo? Lo que, al principio, pareció un error resultó ser una esperanza. Sumergido en mis pensamientos, no fui consciente de cuándo habíamos llegado. Bruno gritó como loco cuando avistó por primera vez la casa del mago. Gabriella aterrizó en los jardines del castillo y fue raro volver a poner los pies en el suelo. Nadie supo muy bien cómo reaccionar cuando Bruno hizo su acto de presencia junto a nosotros. Todos nos miraban con los ojos llenos de interrogantes. — ¿Zimbarella? — Bruno parecía alucinado —. ¿Tú también formas parte de esto? Por supuesto, Bruno y Zimbarella ya se conocían. Ella había acudido a una fiesta en honor a nuestro primer año de universidad. Se habían caído fenomenal y habían hecho muy buenas migas, pero no habían vuelto a verse, ya que ella pasaba casi todo su tiempo en el Mundo Oscuro. — Tenemos que devolverte a casa, Bruno. No puedes quedarte aquí — solté de repente. Era la hora de la despedida. — ¿Por qué no? Me gustaría explorar este sitio. Si tú estás aquí, ¿por qué yo no? — preguntó indignado. Nadie supo encontrar la respuesta adecuada. — Mira, esto no es un juego. Es peligroso — le espeté. — Nos hemos criado juntos. Hemos vivido muchísimas experiencias y aventuras. Muchas noches de fiesta... Estamos hechos de la misma pasta, ¿recuerdas?


Todos nos miramos dubitativos, sin saber de qué forma actuar. A nadie más se le ocurrió ninguna idea. — Soy muy cabezón, Óscar. No me conoces si crees que voy a dejar escapar esto. Yo también quiero formar parte de este mundo. Maldito Bruno.


10 En aquel momento le odiaba en grado sumo. ¿Por qué me tenía que pasar precisamente ahora? Aquello era peligroso, no podía exponerlo de esa manera. Sin embargo, llevaba razón: le conocía. Era tozudo. Tal vez lo convenciera si descubriera de primera mano cómo era este mundo. No sería muy peligrosa la trayectoria hasta el castillo de Amor. Podría asustarse durante aquella experiencia y volver al Mundo Real. Entonces, cuando nos enfrentásemos al peligro que había predicho Same, él ya estaría sano y salvo en su casa con sus padres. — Espera, haremos una cosa. El mago puede abrir un portal al Mundo Real, iremos a casa de Bruno y... — ¡No! — gritó Bruno. — Bruno, no voy a traicionarte. Necesitas avisar a tus padres con una coartada. Inventarte algo para compensar la ausencia en tu casa. Todos me miraron con los ojos desorbitados. — Confiar en mí, ¿vale? Vamos a darle un voto de confianza. — Ah, ¡genial! ¿Y qué les digo? — preguntó entusiasmado. — Diles que vas a pasar el fin de semana con unos amigos — sugirió Elzik. — ¿Tu excusa es que estás pasando el fin de semana con Gabriella? ¿La misma que nos dijiste a nosotros? — me miró dubitativo. — Siempre les digo que estaré con Gabriella. Al final siempre vuelvo sano y salvo, pero necesito coartadas, por si acaso. — ¿Nunca os vais a un sitio romántico? ¿Siempre estáis aquí? — preguntó confuso. Gabriella se encogió de hombros. — Me paso la semana en vuestro mundo, esperando en mi piso a que Óscar salga de la universidad, entrando a escondidas en su habitación por las noches y siendo amable con sus padres para que no piensen que soy una mala influencia para él. Así que no hay nada que me entusiasme más que pasar los fines de semana aquí.


Bruno asintió con la cabeza levemente. El mago abrió, entonces, un portal a las afueras de su castillo. — No pienso ir sólo para que me hagáis la jugarreta. Así que, Óscar se viene conmigo. Gabriella puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. — Está bien — aceptó ella. — Disponéis de quince minutos — nos informó el mago.

— ¡Ha sido genial! ¡Les he mentido a mis padres! ¿Sabes que nunca lo había hecho? ¿Crees que se lo han tragado? — Bruno estaba fuera de sí. — Precisamente porque saben que no mientes nunca se lo han creído. — Entonces, ¿qué vamos a hacer este fin de semana? ¿Cómo os divertís en el Mundo Oscuro? — Este fin de semana tenemos un par de cosas que hacer. — ¿Qué cosas? ¿Una misión secreta? — No te emociones. Esto no es un videojuego. Necesitamos la ayuda de una maga muy poderosa llamada Amor. — ¿Amor? ¿Por qué se llama así? Lo miré extrañado por la pregunta. — No lo sé, Bruno. ¿Por qué hay mujeres que tienen nombre de flor o de piedras preciosas? Además, supongo que no te has dado cuenta o no me has preguntado porque no ha salido el tema a flote, de que los nombres aquí en el Mundo Oscuro son muy extraños, que nada tienen que ver con los de nuestro mundo. — Cierto... Oye... — Dime. — Me ha hecho mucha ilusión volver a ver a Zimbarella. Es realmente hermosa.


— Sí — acepté —. Es de mis mejores amigas aquí en el Mundo Oscuro. Es una mujer guerrera, simpática y está dispuesta a ayudar a todo aquel que lo necesite. — En definitiva, que es perfecta. Sonreía ante aquella palabra con que definía a Zimbarella. El mago preparó una nueva armadura más otras para la preparación de Bruno. Él no terminó de entender el porqué necesitaba toda aquella equipación, pero, a pesar no existir en principio peligro alguno, él seguía siendo un principiante sin experiencia en la lucha.


11 Para acceder al castillo de Amor habíamos de cruzar un camino de piedras planas, flanqueado por miles de flores. No se trataba de una fortaleza construida con piedra, sino que se trataba de un árbol de dimensiones gigantescas rodeado de un lago. Unos hongos brillaban en contraste con la oscuridad propia del Mundo Oscuro, parecían tener incrustadas miles de bombillas diminutas de diferentes colores. Un majestuoso árbol de frutas brillantes se alzaba en la isleta en medio del lago, y se reflejaba en su agua cristalina. A su alrededor, numerosos bustos de piedra con figura femenina, compuesto por numerosas piedras. El musgo los decoraba en forma de cabello. Jamás había visto tanta belleza natural, tan cerca del hombre. Amor era una mujer exuberante y excesivamente hermosa. Su piel pálida resaltaba en contraste a la doble tonalidad de su cabello rubio – rosado. Sus ojos marrones brillaban con un centelleo salvaje y astuto. Su cuerpo esbelto se adivinaba bajo un traslúcido vestido cubierta de pequeñas joyas entrelazadas entre sí como una tela de araña. Cuatro hermosas muchachas de delicado y espectacular aspecto la rodeaban. Eran sus súbditas y todas eran humanas. — Necesitamos tu ayuda. — Hacía ya mucho tiempo que nadie se atrevía a pedirme favores. Creía que las monedas de cambio que pedía no eran del agrado de nadie. — Es un asunto urgente — aseguró mi prometida. — ¿Y Salvius? ¿Él no os puede ayudar? Me pregunté quién sería Salvius. Gabriella me contestó indirectamente, mientras lo hacía en respuesta a la pregunta de la poderosa maga. — Sus poderes no llegan tan lejos como los tuyos, ya lo hemos hablado con él. Por lo tanto, precisamos tu ayuda. — La situación es la siguiente — dije, haciendo acopio de valor —. Una aprendiz de maga...


— Se coló en la boda de una familiar tuya y te dio la fatal noticia de que tres personas supondrían una amenaza para ti. No te molestes, Óscar. Hasta el momento, ni un sólo detalle se me ha escapado jamás. Los magos siempre me pillaban desprevenidos. Recordé mi primera visita a Mundo Oscuro, cuando llegó el principio del fin, la cuenta atrás para volver a casa sin recuerdos. El mago me había sorprendido diciéndome mi nombre más todo lo ocurrido hasta ese momento. — Supongo que desearéis saber cuál es mi precio. — Primero necesitamos saber si puedes ayudarnos. — Puedo. Pero es un hechizo realmente poderoso. Quien tuvo aquellas visiones fue Same, ella será la encargada de hacéroslas saber. En lo que yo puedo ayudar es en crear una poción que aumente sus capacidades. Así que, vuestra misión será obtener todos aquellos ingredientes que yo necesite para hacer dicha mezcla. ¿Os elaboro la lista? — Antes di cuál es tu moneda de cambio. — No se te escapa una, Gabriella — dijo, mirándola astuta y maliciosa. Se hizo un silencio muy largo que no supe cuánto tiempo exacto se prolongó —. Hay una tribu a la que me siento muy unida y a la que se la ha repudiado recientemente tras los últimos acontecimientos. — Nosotros no repudiamos a nadie — le contradijo Quelthar. — Puede que vosotros en concreto, no. Pero sí parte de La Guardia — era una acusación. Parecía resentida y enfadada. — ¿Qué es lo que deseas exactamente? — Que admitáis en La Guardia al menos a dos miembros de la tribu Setwa para poder limpiar y renovar su imagen. Que den ejemplo de que los que permanecimos neutrales en la batalla contra Cefas podemos salir de ese maldito repudio en el que nos han metido los más radicales de los vuestros. Mi imagen de bruja ladina y pérfida ya no puede mejorar, pero la de ellos sí.


— Amor, no está en nuestra mano hacer que las mentalidades de otros cambien — intentó razonar Quelthar. — Pero hay una posibilidad de que lo hagan si las tribus repudiadas acceden a La Guardia. Soy consciente de que, aun así, aun adentrándose en las entrañas de vuestro juego, mi gente siga teniendo dificultades y que tendrán que soportar miradas y palabras de desprecio — ya no había rastro alguno de amabilidad en su voz — puede que incluso algún gesto o acción innoble por parte de otros. Pero espero que eso sea un paso hacia adelante. No me malinterpretéis, vosotros no tenéis la mentalidad que poseía Cefas, pero desearía que el poder no volviera a caer en manos de unos pocos privilegiados. — Eso es... — Gabriella estaba indignada. — He dicho que no me malinterpretéis — dijo secamente. — ¡Claro que no! — replicó Elzik, sarcástico. — Simplemente creo que debéis darle la oportunidad de entrar en La Guardia no sólo a gente que estuvo en contra de Cefas. Hay tribus débiles que se mostraron impasibles por miedo. Debéis entender su punto de vista. No todos somos guerreros. — Tú lo eres — le acusó Quelthar. — No, yo no soy... — Por lo poco que sabemos, eres una maga muy poderosa — afirmó Quelthar —. Dudo mucho que la debilidad fuese tu motivo. Amor miró para otro lado, incómoda. — Lo que me motive o no a actuar de una manera u otra no es asunto vuestro. Y no os estoy pidiendo ningún favor. Es la forma de pago con que debéis saldar vuestra deuda conmigo. Mis amigos se miraron entre ellos. Amor no les despertaba ninguna simpatía. Pero debían aceptar el trato. Bruno estaba absolutamente perdido y desorientado. No entendía nada de lo que se estaba debatiendo. Yo lo hacía gracias a Gabriella que, puesto que pertenecía a La Guardia, me ilustraba con sus interminables charlas sobre la misma. Ella deseaba la integración de los repudiados en el Mundo Oscuro, pero le


aterraba que otros no lo hicieran. Se miraron entre ellos y afirmaron con la cabeza. Elzik, Bruno y yo no pertenecíamos a La Guardia; sin embargo, los tres hubiéramos aceptado también. Aunque Bruno lo hubiera hecho sin tener el conocimiento pleno de la situación. — Aceptamos — culminó Quelthar. — No os queda otro remedio, supongo — aseguró Amor. Pero bajo su indiferente apariencia, se palpaba el alivio. — ¿Qué debemos hacer, entonces? — preguntó Gabriella. — Supongo que no entendéis mucho de plantas y flores, pero veo que Salvius tiene un nuevo aprendiz, cuya aventura ésta que emprenderéis le vendrá a las mil maravillas para su formación — dijo mirando a Elzik —. Como os he dicho antes, os daré una lista con los ingredientes que necesitáis para la poción que deberé crear. Además de al aprendiz, llevaos a dos miembros de la tribu Setwa, para que os demuestren su valía. Id a su aldea y buscar a los hermanos Cori y Lluvia, son los más cualificados y están más que de sobra a la altura para entrar en La Guardia. Llamó a una de sus súbditas y le pidió traer un pergamino y una pluma. Varios segundos pasaron mientras escribía en el arrugado y descolorido papel. Cuando terminó, le devolvió a su sierva el pergamino y se lo hizo entregar a Elzik. Finalmente, añadió: — Sugiero que aviséis a vuestra aprendiz de maga. Si debe tomar la poción, qué menos que tener el detalle de avisarla. Sin embargo, yo no tenía ni idea de cómo encontrarla. Tal vez el mago — que ahora sabía que se llamaba Salvius — podía ayudarnos. No deseaba pedir ningún favor más a aquella maga, aunque, por otro lado, su petición no me había parecido tan terrible como esperaba. Y, sinceramente, me pregunté el porqué. — Una cosa más. Deberá acompañaros mi súbdita más fiel: Nora. Ayudará al joven aprendiz de Salvius con las plantas y, además, podré estar al tanto de todo lo que hacéis.


— ¿Por qué? — quiso saber Gabriella. Todos miramos con recelo a Nora, que parecía haberse convertido en piedra. Puso mala cara ante el ofrecimiento de su ama, pero no replicó. Bajó su mirada azul hacia el suelo, mostrando fidelidad a Amor. — ¿Y por qué no? Además, es humana. Todas mis súbditas lo son. Igual puede conectar bien con los humanos que tenéis aquí — musitó, pasando la mirada de Bruno a mí y de mí a Bruno.


12 El camino de regreso a casa de Salvius fue lúgubre y triste. Todos parecían desanimados. Yo no veía que fuera tan grande el precio a pagar por la estimable ayuda de Amor. No sabía qué, pero me había imaginado algo mucho peor. Había creído que Amor era retorcida y cruel, calificativos que hasta ella misma se había autoproclamado. Mi mente especulaba con miles de teorías diferentes. Entre ellas predominaba que el motivo de aquello que yo percibía como preocupación y recelo fuera por aquellos dos desgraciados habitantes de la tribu que debían sufrir las consecuencias de los repudios en primera persona. Sufrir la humillación de los miembros más extremistas de La Guardia. Cuando divisamos a lo lejos sus ostentosos y frondosos jardines llenos de plantas que él consideraba medicinales en su totalidad, suspiré de alivio. Un paso más cerca. El mago nos recibió con la misma benevolencia y calidez de siempre. No reparé en que una figura joven y menuda nos esperaba sentada en uno de los confortables sillones repletos de mórbidos cojines, levemente reclinada sobre el apoyabrazos. Nos miró con ojos amables pero astutos. Se levantó de forma paulatina, escudriñándonos a todos con la mirada. Same. Finalmente, posó sus ojos en mí. — Me alegro de que finalmente me creyeras — se dignó a decir, orgullosa. — Sí — contesté cortante —. Espero que no te moleste, pero necesitaba una segunda opinión. — El mago Salvius es más fiable que yo, supongo — pareció ofendida. — A él lo conozco desde hace años. Lo considero un gran amigo. A ti no te había visto nunca.


— No puedo rebatir eso — aceptó. Luego, se encogió de hombros. Hubo un momento de silencio. Gabriella no podía apartar sus ojos de Same. Ésta última hacía lo propio. Mi prometida había sentido celos de ella, creyéndola una nueva admiradora. — No me interesa Óscar — afirmó Same, contundente —. Quítatelo de la cabeza. Tengo mejor gusto. — ¡Eh! — me quejé. Sin embargo, me ignoraron. — Sólo estoy aquí para que se me reconozca el mérito de haber ayudado a la paz del Mundo Oscuro. — Espero que no te hayas inventado esas amenazas tú misma. — ¿Para humillarme a mí misma públicamente como una hipócrita embustera? — se sintió ofendida de nuevo. — Señoritas, por favor — Salvius apaciguó la tensión —. Centrémonos en lo verdaderamente importante. Elzik, ¿dónde tienes la lista de ingredientes que te entregó Amor? — Aquí la tengo — contestó Elzik apresurado. Metió rápidamente la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó la hoja, cuidadosamente doblada —. Tres plantas las tenemos en el laboratorio del castillo. El resto no se encuentran aquí, pero las he estudiado. Sin embargo, necesitaré prácticamente un día entero para prepararme, me urge buscar en los libros del mago las plantas para no cometer errores a la hora de identificarlas cuando las hallemos. Hay muchas similares, diferentes entre sí por detalles microscópicos. — Recuerda que estoy aquí para ayudarte — dijo Nora. — Además de para mantener informada a Amor de todos nuestros movimientos — dijo Quelthar. Elzik le ignoró y contestó amablemente a aquella mujer hermosamente misteriosa. — Gracias, Nora. Pero me gustaría estudiarlas por mi cuenta y no depender de tu conocimiento. Tengo que acumular el mío propio. Salvius, ¿me ayudarás con la investigación previa antes de marcharme?


— Por supuesto — culminó él. — Quelthar — dijo Gabriella —. Deberíamos avisar a La Guardia. Si vienen dos miembros de la tribu de los Setwa para unirse a nosotros, tal vez les interese acompañarnos. — Avisa a Rus — aconsejó Quelthar —. Es muy receloso con este tema, pero no es tan extremista como los demás. Será el que mejor lo comprenda. Que el mago los avise con magia. Necesitamos saber su decisión cuanto antes. — ¿Quién es Rus? — pregunté curioso. Creía conocer a todos los miembros directos de La Guardia. — El sobrino de Helione — me informó Elzik. — Avisar también a Rickpa. Él también será más tolerante con la tribu y posee algunos conocimientos sobre naturaleza. Ayudaba a su padre a recolectar plantas medicinales. — ¿Por dónde empezamos, entonces? Hay que organizarlo todo mientras Elzik y el mago buscan aquí todas las plantas posibles y hacer tiempo también hasta que lleguen los miembros de La Guardia. — ¿Eso es lo que haremos? ¿Buscar plantas? — preguntó desilusionado Bruno. — Bruno, esto no es un juego. Es serio. Alguien quiere matarme. — ¿Y eso no es emocionante? Encontramos al malo, lo matamos y todos son felices mientras comen perdices. Y hasta el próximo malvado que aparezca. — ¿Te estás oyendo? ¡Por eso no queríamos que vinieras! ¡La realidad no es cómo la está pintado tu mente! Esto es un asunto delicado. Sin embargo, mis palabras no parecieron hacer efecto en Bruno, que seguía embotado en las creaciones de su imaginación. — Óscar, ten paciencia — me aconsejó Quelthar divertido —. Piensa que tú actuabas exactamente igual cuando llegaste aquí la primera vez. — Eso no es cierto — me quejé. — Es una verdad como un puño, Óscar — contraatacó Gabriella.


— ¡Eh! ¿De parte de quién estás? — le pregunté molesto — Del que lleve razón — dijo ella. — Te parecerá bonito — bromeé. Entonces, Gabriella se acercó a mí y me dio un tierno beso en la mejilla.


13 — Finalmente vendrán Shasian, Rickpa, Kuyr y Rus — avisó el mago. Mantenía una buena relación con casi todos los miembros que formaban parte de la cúpula de La Guardia. La única excepción era Rus, puesto que no le conocía. A Rickpa le conocía de nuestra misión contra Cefas. Con Kuyr había coincidido en alguna ocasión, pero jamás con Rus. Como se diría en el Mundo Real, habían entrado por “enchufe”. Rus, además de ser sobrino de Helione, se había criado bajo sus enseñanzas. Sashian no era parte de La Guardia, pero aceptó nuestra ayuda. Y Kuyr tenía fama, al igual que Gabriella, de haberle hecho frente a Cefas en diversas ocasiones. Aunque Gabriella lo había asumido como una responsabilidad para protegerme y Kuyr lo había hecho por rebelión únicamente y afán de contrariar y desafiar al dictador con el que, como tanta y tanta gente, no estaba de acuerdo. Además de ser una de las amigas de infancia de Gabriella. El hecho relevante en este caso era la amistad con mi prometida, ya que muchos otros se habían encarado también a Cefas y con más mérito. Y no formaban parte de La Guardia. Todas aquellas personas que habían participado en la batalla contra Cefas formaban parte de una larga jerarquía cuyo propósito era el equilibrio del Mundo Oscuro. Una larga cadena para impedir que un loco fanático se volviese a hacer con el poder. — Quería preguntarte una cosa, Gabriella — le pedí. — Dispara. — Sé que es tu amiga, pero ¿por qué Kuyr forma parte de La Guardia? No se hallaba con nosotros en la intrusión del castillo a Cefas. — No, pero se le ha encarado muchas veces. ¿Por qué lo preguntas? — Por simple curiosidad. — No es cierto. No te llevas bien con ella. ¿Acaso crees que no noto las miradas que os lanzáis cuando estáis cerca? — Pero sólo lo hago porque ella empezó primero — soné como un niño pequeño. Gabriella soltó una carcajada ante mi tono inmaduro.


— Sé que no está oficialmente en La Guardia, pero es como si lo fuera — continué expresando mi punto de vista de la contradicción —. Mucha gente formó parte de la batalla y consiguieron más méritos que ella. Aun así, siempre está con vosotros, no se despega de vuestro lado. Se desenvuelve muy bien cuando se refiere al equilibrio de la paz. Sí, genial. Pero ¿por qué justo cuando habla de esos temas me mira a mí? Como si yo hubiese hecho algo malo. Gabriella me miró con ojos de cordero degollado. Yo sabía que no soportaba esa situación porque Kuyr era su amiga de la infancia. — Siempre nos hemos llevado genial y ha costado mucho que el tiempo no hiciese mella en nuestra amistad. ¿Sabes el motivo por el que nos alejamos? Por ti. Hemos estado un poco distanciadas desde que te conocí, ya que ella nunca ha terminado de aceptar que yo estuviese con un humano. Sin embargo, cuando rompiste conmigo ella se sintió fatal, ya que cuando tú te colaste en nuestro mundo yo volvía de hacerle una visita a ella en el Mundo Real. Cree que, si ella no hubiese ido al Mundo Real, tú y yo no nos habríamos conocido y tú no me hubieses roto el corazón. — Pero nuestra historia finalmente ha acabado bien. ¿No se alegra ahora? — No del todo. Realmente no tiene nada en tu contra, pero tiene cierto recelo a los humanos. — Si no nos soporta, ¿por qué motivo fue al Mundo Real? — me sentía algo molesto. — Por la misma razón por la que lo hace la mayoría de los que deciden irse allí: por simple curiosidad. Ten en cuenta que nuestros mundos son abismalmente diferentes. Vosotros tenéis cientos de cosas que nosotros no tenemos, pero nosotros no deseamos cambiar nuestro mundo. El Mundo Oscuro es un lugar muy natural, apenas tocado por la mano del hombre. En el Mundo Real apenas quedan espacios naturales sin que los seres humanos los hayáis modificado. Los habitantes del Mundo Oscuro no desean eso, pero la curiosidad les puede. Yo misma hice varios viajes al Mundo Real antes de conocerte por pura curiosidad. — ¿A dónde ibas? — A un montón de sitios. Al cine, al teatro, a la bolera, al supermercado...


— ¿Al supermercado? — me sorprendí. — Sí. Tenéis comida que nosotros no tenemos — dijo como si la cosa no fuera con ella. — Te he visto cientos de veces conmigo en el Mundo Real y creo que soy completamente incapaz de imaginarte conduciendo un carrito de la compra por los atestados pasillos de los supermercados. — ¿Por qué? — preguntó confusa. — Yo más bien me he acostumbrado a verte como una mujer luchadora, espada en mano y volando por el cielo morado del Mundo Oscuro con tus enormes alas de ángel. No consigo visualizarte haciendo las tareas y quehaceres cotidianos del Mundo Real. — ¿Y una mujer luchadora no puede ir a comprar su propia comida? Gabriella se rio. Y me miró de esa forma que, a mí, personalmente, me volvía loco. — Ya sabes cómo se ha mantenido este mundo. Como el tuyo en la antigüedad. Sólo que nosotros nunca hemos querido que cambie, no hemos querido avanzar. Aparte de las tribus y algunos magos, la gente siempre ha vivido desperdigada a su aire, al libre albedrío. Los habitantes del Mundo Oscuro somos nómadas en nuestra mayoría. En parte porque también hemos ido realizando numerosos viajes al Mundo Oscuro y nos hemos motivo entre ambos mundos, no fijando así una residencia estable. La permanencia en una zona concreta ha dependido, sobretodo, de los alimentos y recursos encontrados en ella. — Me dan pena todos esos humanos que atravesaban los portales y se colaban en el Mundo Oscuro sin saberlo. Al menos, aquellos que lo hacían en época de Cefas. ¿Por qué los habitantes del Mundo Oscuro podéis saber de la existencia de los portales y de nuestro mundo y nosotros no del vuestro? Es el caso de los árboles frutales. La gente solía plantar todas y cada una de las semillas de aquellos frutos que comían para que, tiempo después, volvieran a crecer y pudieran servir de sustento en el futuro. No sólo para ellos mismos, sino para cualquiera que lo necesitara. El mismo procedimiento se sucedía con los campos de cultivo y las tierras labradas. En el Mundo Oscuro la sociedad nunca ha estado tan reglada como en el Mundo Real.


— No lo sé. Pero existen leyendas y cuentos antiguos sobre eso. Mayormente porque decían que vosotros sois crueles por naturaleza y nosotros, no. Que el ser humano, como decían vuestros filósofos, es un lobo para el hombre. Quiere decir que podéis ser generosos, caritativos y desinteresados. Pero una vez que entra en juego el dinero y el poder, el ser humano se corrompe. Existen muchísimas leyendas sobre este tema, ejemplos concretos, pero no se sabe a ciencia cierta si son reales o inventados. Yo creo que este punto de vista es excesivamente violento y exagerado, pero también tiene su parte de razón.


14 Apenas una hora tardaron Kuyr, Rus, Rickpa y Shasian en llegar al castillo del mago. Rus no se parecía mucho a su tío Helione. Ambos eran fornidos y altos, con un rostro de forma cuadrada, pero mientras que los cabellos de Helione eran rubios como el oro, los de Rus eran oscuros como el carbón. Y mientras que los ojos de Helione parecían siempre apagados en su gris, los de Rus brillaban sin fin como dos amatistas sobre su piel olivácea. Tenía el semblante serio cuando llegó y su primera mirada hacia mí me heló en lo más profundo. Parecía que tenía facilidad para ganarme enemigos. No le haría gracia tener que participar en la misión, sobretodo porque jugábamos a ciegas sobre unas visiones borrosas de una bruja novata. Más me sorprendió ver a los dos hermanos de la tribu Setwa. Lluvia era una chica con un físico arrebatador y llamativo. No porque fuera despampanante y de medidas espectaculares, sino porque sus rasgos puramente arraigados del Mundo Oscuro la hacían llamar la atención. Su rostro tenía forma de corazón y parecía estar en armonía con unos ojos violetas ligeramente más grandes de lo común. Un color demasiado llamativo para mi mundo. Su cabello morado con reflejos blancos y negros resaltaba demasiado contra su piel blanquinosa decorada con tatuajes de henna, muy típicos en su tribu. Su hermano Coris poseía el mismo tono de piel y el color de los ojos. Parecían gemelos, realmente. Aunque su hermano era unos centímetros más alto, estaba más fornido y tenía el pelo cortado hasta por debajo de las orejas. Elzik apareció en el vestíbulo con una mochila cargada de apuntes sobre biología, así como de bolsas y tarros de plástico y cristal para introducir las plantas y flores que encontrásemos. Same permanecía impasible y ajena a todo sentada en un sofá. Nora, la ayudante de Amor, no se movía de su rincón, observándonos. No paraba de comerse con los ojos a Bruno, mientras Zimbarella entrenaba a éste, enseñándole lo poco que podría aprender en tan poco tiempo. Yo entrenaba con Quelthar mientras que, a su vez, Gabriella lo hacía con Sashian y Kuyr. Rus se limitó a quedarse de pie apoyado contra la pared, escudriñándole con una petulante y prepotente mirada. Lo mismo hizo Rickpa, pero sin apartar sus ojos de Bruno y Zimbarella.


—Otra de las flores de la lista está afuera en el jardín, todavía no ha crecido lo suficiente, pero estará a punto cuando volvamos de buscar las demás, ya que tardaremos bastantes días. — Espera un momento — interrumpió Bruno —. ¿Somos tantos para ir a buscar unos hierbajos? — Por última vez, esto no es tan fácil aquí como allí. Esto no es una expedición al campo en que coges cuatro flores y punto. — Entonces, ¿qué es? — Es más peligroso de lo que crees — dijo Elzik —. Además de que nos urge, algunas no son fáciles de encontrar. Una de ellas se encuentra en las inmediaciones de una cueva habitada por una bestia. Otra está dentro de lo que se considera las tierras de la tribu Ipu y debemos ir a hablar con ellos para que nos permitan entrar. Son muy huraños y no permiten que nadie ajeno a ellos se acerque a sus tierras. Y, finalmente, otras dos se encuentran en un campo tan abismalmente inmenso que no puede verse desde una orilla el resto de ellas. Cuantos más seamos mejor. El tiempo corre. — Sí, básicamente porque intentan matarme. Bruno no quedó muy convencido. — ¿Flores en una cueva? ¿En su interior? — Muchísimas. Poco a poco comprenderás que el Mundo Oscuro guarda pocas similitudes con el Mundo Real. Me miró como si estuviese completamente desorientado. Me acerqué a él y le puse la mano derecha sobre el hombro, en señal de tranquilidad. — Ya es casi de noche. Descansaremos todos aquí y partiremos mañana.

Partimos al alba del día siguiente tal y como acordamos, después de satisfacer nuestra hambre con un desayuno a base de pan recién horneado, mantequilla, leche y huevos fritos. Caminamos durante toda la mañana. Conseguimos las flores de la cueva habitada por una bestia como bien había dicho Elzik. Necesitamos de toda nuestra concentración y cooperación para llevar a cabo tan ardua tarea. Nos dividimos en dos


grupos. Mientras que Zimbarella, Gabriella y Quelthar distraían a la bestia, haciéndola salir de su cueva, los demás nos adentramos en su interior para buscar la maldita flor sobre la que maldije una y mil veces. La bestia tenía el pelaje rojizo, las orejas acabadas en punta, así como unas garras afiladas y unos puntiagudos colmillos que dejaban entrever una enorme cavidad bucal la cual expedía un hediondo aliento. Sus brillantes ojos amarillos brillaban en la oscuridad. Unas alargadas y abultadas patas peludas se alzaban bajo un enorme corpachón que le quitaba el hipo a cualquiera. Cientos de flores de diferentes y variopintas maneras crecían allí. Elzik se vio en la obligación de enseñarnos un dibujo de los apuntes que escondía en su mochila para que pudiéramos identificarla. Finalmente la encontró el propio Elzik. Seguramente nadie la hubiésemos identificado a pesar del dibujo. Arrancamos de cuajo y sin pudor varias muestras de las flores, antes de poner pies en polvorosa y salir de la cueva. A lo lejos vislumbramos a Quelthar, Gabriella y Zimbarella, quienes seguían distrayendo la atención de la bestia. Cuando nos hubimos alejado de la cueva lo suficiente como para que el bárbaro animal no nos encontrase y despedazase, Gabriella hizo acto de presencia ante nosotros, alcanzándonos con sus majestuosas alas y trayendo consigo a Zimbarella y Quelthar. En ocasiones anteriores yo ya había descubierto cuevas del Mundo Oscuro, pero para Bruno fue un espectáculo sin precedentes. Quedó embobado en los refulgentes rayos del rocoso techo que iluminaban sobradamente el interior de la cueva. Nadie sabía a ciencia cierta de dónde emergían aquellos haces de luz, pero sin duda era ciertamente el motivo por el que la vegetación crecía en sus entrañas. Después, proseguimos con nuestra marcha, bastante dura a pesar de lo opinaba Bruno.

— No pretenderás que suba ahí, ¿no? — preguntó Nora en una ocasión cuando tuvimos que escalar una pared compuesta por salientes rocosos. — Dame la mano, yo te ayudaré — se ofreció Bruno. — Esto no es tu castillo, Nora — le espetó Zimbarella —. Tu querida ama te ha


mandado para que vengas con nosotros. Puedes subir o quedarte sola esperando que te ataque la bestia de antes. — Venga, sé más compasiva con ella — le recriminó Bruno —. Nora no está acostumbrada a esto, ella es como una delicada flor que la han sacado de su maceta. Por decirlo de alguna manera. — Cállate la boca, Bruno — le espetó ella —. Tú tampoco eres ningún experto y te comportas como si lo fueras. Ni siquiera sé qué demonios pintas con nosotros. Deberías estar en el Mundo Real, estudiando en la universidad o pasando tiempo con tu familia. Deberías largarte cuanto antes. Bruno se quedó petrificado. Le di una palmadita sobre el hombro y comencé a escalar, alcanzando a Zimbarella, que ya le había dado la espalda a Bruno. Y cuando llegué a su altura, creí ver apenas un brillo de lágrimas en los ojos de ella.


15 La noche amenazaba con sumergirnos en la más absoluta oscuridad a mitad de nuestro camino, por lo que decidimos refugiarnos en una cueva hasta el amanecer. Las estrellas titilaban sobre el manto oscuro que en que se había transformado el cielo. La luna brillaba clara y la leve brisa nocturna agitaba débilmente las hojas de los árboles que se alzaban robustos y firmes fuera de la cueva. Sólo Gabriella había adquirido desde su nacimiento alas para volar, así que no había posibilidades de regresar todos a casa del mago. Una vez nos hubimos instalado, Rus se acercó a Gabriella y pidió hablar con ella. Su voz contenía un atisbo de súplica. Supuse que sería para tratar algún tema de La Guardia. Sin embargo, mi prometida se sintió incómoda. — No sé, yo... — Es un tema de La Guardia, es importante — casi se me antojó amenazante. Taladré con una mirada llena de repugnancia a aquel muchacho que apenas conocía y que rondaría mi edad. Por un breve instante de tiempo, me miró resentido y luego volvió a mirarla a ella, dedicándole la más inocente y radiante de las sonrisas. Ella pareció indecisa, con el titubeo pintado en los ojos, pero me dio un casto beso en los labios, se levantó de mi lado y se marcharon juntos hacia el corazón de la cueva. Me pareció tan sumamente sospechoso que no dudé en seguirlos. No dejaba de ser una conducta inmadura e infantil, pero yo no era tan estúpido. Gabriella no me conocía lo suficiente si creía que me había tragado aquella falacia. No iban a hablar de La Guardia y si ése era el tema, era algo privado entre ellos dos. Mi instinto, nuevamente, no me había fallado. —¿No lo recuerdas, Gabriella? — le escuché decir a Rus. —¿El qué? — ella pareció confusa. —El sexo. Formábamos un gran equipo. ¡Maldita sea! ¿Cuándo había sucedido eso? No me extrañaba que Gabriella se hubiera mostrado reacia a hablar con él.


— Lo sé, sé que estás pensando que era por despecho. Tienes razón, no soy idiota, siempre lo he sabido. Pero, ahora, no tiene porqué serlo. Deja a un lado a ese humano. Sabes que yo puedo hacerte más feliz que él. —Eso no lo puedes saber — espetó Gabriella. —Dime una cosa: si no hubieras conocido a Óscar, ¿estarías conmigo? —Puede. ¿Quién sabe? Siempre te mostraste demasiado cariñoso conmigo como para ser sólo mi amigo. Tal vez, un día hubiera cedido a tus encantos. O tal vez no. Posiblemente, hubiese terminado soltera, un alma libre, nunca he sentido la necesidad de atarme a una persona. —Curiosas palabras, teniendo en cuenta que estás prometida. Y para colmo, con un humano. —Mi corazón decidió en su momento, Rus. Y yo me dejé llevar. A día de hoy no me arrepiento. Incluso aunque Óscar me irrite y me saque de quicio en algunas ocasiones. Debería haberme mantenido al margen, pero era imposible. No con la rabia invadiéndome todo el cuerpo. Sin pensarlo ni un segundo, salí de la penumbra que había sido mi escondite. —¿Intimaste con Rus? — grité furioso. — ¿Óscar? — preguntó confusa y aturdida. — Será mejor que me vaya. Os dejaré solos — dijo Rus, escaqueándose. Ambos le vimos marcharse hasta que le perdimos de vista. — ¿Vas a explicarme cuándo demonios sucedió eso? ¡Me lo has ocultado! Estuviste con él, yo... no puedo estar más asqueado... Estuve a punto de continuar, pero Gabriella levantó una mano y me cortó la sarta de barbaridades que seguía teniendo en la punta de la lengua. —No puedes reprocharme nada, Óscar. Tú me traicionaste, me llamaste secuestradora, prácticamente me escupiste en la cara que me largara de tu vida y que no volviera. Estaba dolida — me respondió secamente —. Llegué al Mundo Oscuro y él siempre había estado muy interesado en mí. Lo encontré por casualidad en El Bosque Negro mientras él cazaba y yo entrenaba con la espada, y sucedió. Punto. No tienes


derecho a echármelo en cara. Yo soporté durante cuatro años como tu lista de amantes aumentaba día a día sin poder hacer nada, sintiéndome frustrada. Cambiabas de novia más que de calzoncillos. Y cuando me marché, empezaste a salir con Rosario. ¿Y vamos a discutir porque yo, despechada, acabé en brazos de otro hombre cuando me mandaste a la mierda? Así que, te aconsejo que te relajes. Estaba enfadada. —Si lo dices así, suena como el culo. —¡Es que estás siendo injusto! — me gritó indignada. —Lo siento, Gabri. —¡Claro que lo sientes! ¡Pero has abierto la caja de los truenos! Has tenido que echármelo en cara para que yo te lo explique. ¿O ha sido para que te pida perdón? Tú no me has pedido perdón por todas las chicas con las que te has acostado estando enamorado de mí. Sin embargo, también puede ser que hayas sacado en tema a coacción para asegurarte que no hay nada entre Rus y yo. Enmudecí. Gabriella me miró, comprendiendo por fin. —¿En serio que es por eso? ¿Dudas de si te amo o no? —¡No! ¡Nada de eso! No dudo de que me ames, Gabriella. Pero se puede amar a dos personas a la vez, y necesito saber si todavía tienes algún sentimiento hacia él. —Tú has estado con muchas chicas y jamás me he planteado hacerte esa pregunta. —¿Por qué no me contestas, Gabriella? —Porque no sé qué decirte. Mira, no le quiero, si es lo que quieres oír. Pero admito que tengo un fuerte sentimiento de cariño hacia él. Me ayudó mucho cuando lo pasé mal, estuvo ahí, conmigo, cuando lo necesité. —¿Metiéndose entre tus piernas? — pregunté, asqueado. Gabriella me miró iracunda. Había sobrevivido a una puñalada por parte de un tipo que me quería muerto. Podía soportar una mirada así, aunque me doliera. Comenzó a andar sin mí. —¡Gabri, espera! A lo que me refiero es a que, es cierto que lo pasado, pasado está, pero necesito saber que no pasará nada entre él y tú. Y sí, entiendo que soy injusto


porque yo he estado con más mujeres que tú con hombres. Pero yo no mantengo relación alguna con ninguna de esas chicas, ni con Rosario. Y si tanto te molesta, te pido perdón. — Sólo le veo como un amigo que me ayudó en su momento. ¿Por qué sigues insistiendo? — Has dicho que te nunca te había pedido perdón por las chicas con las que he estado. Lo siento. Ni siquiera había pensado que tuviera que pedir perdón por eso. Supongo que lo pasé por alto. No sé si tiene algún tipo de valor que lo diga ahora mismo. — ¡No! No vale. No ahora que lo he dicho yo. Y mantendré con Rus la más severa de las relaciones. El más estricto de los tratos. Forma parte de La Guardia y supongo que a veces, tendré que hablar con él. — ¿Y eso te agrada? — pregunté dubitativo. Gabriella me lanzó una mirada envenenada. —Gabri, no quiero que te lleves bien con un tipo con el que te has acostado. — Realmente no entiendo estos repentinos celos que te han surgido. Precisamente a ti. Con tus veinte mil novias y flirteos. Nos encontrábamos discutiendo acaloradamente sobre lo sucedido cuando Rus hizo acto de presencia nuevamente. ¿Qué demonios quiere ahora? —¡Deja en paz a Gabriella, maldito humano! — intervino él. Supuse, había estado escuchando. —Tú no te metas en esto, Rus — suplicó Gabriella. —No me voy a ir. Ya te hizo daño una vez, puede hacerlo de nuevo. Aquello me dolió más que el puñal que me clavó Cefas antes de ser asesinado. Ya me arrepentía bastante de lo que Gabriella había tenido que soportar como para que llegara otro y me lo restregara por la cara. Si ella me había perdonado, todo lo demás carecía de importancia.


—Vete por favor — suplicó Gabriella. —¿Por qué le defiendes? ¡Te está gritando! ¡Te está reprochando algo que no tiene derecho a recriminarte! —No me trata mal, estamos en medio de una discusión. Todas las parejas las tienen. —Da igual, yo no discutiría contigo. Te daría la razón siempre, incluso aunque no la tuvieras. Aquello era patético. — Eso dice mucho de ti, Rus — dije petulante — Hay una palabra en mi mundo que define muy bien esa actitud: calzonazos. No sé si te suena. — ¡Eres un maldito imbécil! — entonces, se dirigió a Gabriella —: Todavía no entiendo porqué te has prometido con él. No lo hagas. Me pone enfermo imaginarte con él el resto de la vida. —¡Vaya! ¡Qué solicitada estás, Gabri! — exclamé irónicamente —. Recuerdo que yo te dije lo mismo cuando estabas prometida con Cefas. —Simplemente eres un niñato, Óscar. No hay ni que decir que no mereces a Gabriella. Por todo el daño que le has hecho, cómo la despreciaste, la abandonaste... no importa que luego volvieras, eres el último hombre del mundo que sea digno de su confianza y de su amor. En aquel momento me quedé blanco. Llevaba razón, no la merecía. Pero eso no era de su incumbencia. Apreté los puños, intentando contener mi ira para no reventar su cara de un puñetazo. —Puede. Pero eso no es asunto tuyo. Deja que ella decida si soy o no el chico adecuado. Y aunque decidiera que no soy apropiado, puede seguir queriéndome a su lado. Así que no te metas donde no te llaman. Asume que Gabri no te quiere, que no te querrá jamás por mucho que vayas tras de ella. De hecho, lo único que conseguirás es que te aborrezca. Déjala tranquila. Ella es mía. —¿Tú también piensas eso o afirmas lo que él cuenta porque le tienes miedo? — levantó las cejas, a modo de tentativa. —¿Eres idiota? — preguntó Gabriella.


—Puede ser. Pero, mírame, Gabriella. Si estoy metiendo el hocico en tu relación es porque no te conviene estar con él. Tienes a tantos habitantes del Mundo Oscuro que se mueren por estar a tu lado, y elijes mal yéndote con un humano que te ha hecho sufrir más que en toda tu vida. —Eso es racismo, ¿lo sabías? — continuó Gabriella. —Sólo intento ayudarte — dijo más relajado, pero abatido. —¿Ésta es tu manera de ayudar? ¡Diciéndome qué es lo que tengo que hacer o cómo tengo que actuar! El que Óscar me convenga o no es única y exclusivamente decisión mía. Ni tuya ni de él. No estar con él sería egoísta por mi parte. Puede que yo lo pasara mal en un determinado momento, pero es razonable el motivo por el que actuó así. —¡Me preocupo por ti! —¡No tienes que hacerlo! ¡Óscar ya lo hace! —¡Lárgate! — me invadió una oleada de odio y no pude evitar escupirle aquellas palabras llenas de desesperación —. Deja de ser tan persistente, no vas a conseguir nada, únicamente que nos hartemos de ti. —¿Hartaros tanto como para poner una orden de alejamiento en tu mundo? Aquí no puedes hacer nada más. Tu mundo y el nuestro son demasiado diferentes, Óscar. Al principio está bien, pero dudo mucho que puedas soportarlo con el tiempo. Di un paso, listo para abalanzarme sobre él. Gabriella me miró con los ojos desorbitados, calibrando mis acciones. Le puse una mano sobre el hombro para tranquilizarla. —Vete — susurré con voz contenida, a punto de estallar. Y en el mismo momento en que se dio media vuelta y se fue, la frustración contenida se saturó y reventó, convirtiéndose en lágrimas desbocadas en busca de aire fresco. Sentí que no podía respirar. Intenté alejarme de ella para que no me viera en aquella tan humillante y vergonzosa situación, pero ella me atrajo hacia sí, abrazándome con fuerza. Mi querida y dulce Gabriella. —No sé cómo he aguantado sin reventarle la mandíbula y cerrarle esa maldita bocaza. ¿Por qué me da la sensación de que irá a contarle a todo el mundo que soy una


pésima persona y que querrá poner en mi contra a un montón de individuos para que no esté contigo? —Porque puede ser que lo haga. Pero nadie le hará caso. Eres el hombre que trajo la paz a este mundo, así te van a recordar siempre. Mira, no sólo él sabe el sufrimiento que tuve que soportar cuando me rechazaste. Absolutamente todo el Mundo Oscuro lo sabe, y no importa, porque entienden tu punto de vista. Saben que reculaste, que recapacitaste y que te armaste de valor y viniste a este mundo a enfrentarte al mayor dictador que se ha conocido y que fuiste capaz de dejar que el propio Cefas te clavara un puñal para que yo rompiera una promesa y pudiera ayudaros. —Suena mejor cuando lo dices tú. —Todo suena mejor cuando yo lo digo. Basta con elegir las palabras correctas.


16 — ¿Sabes lo que dicen de Amor? — preguntó Rickpa mientras caminábamos hacia la zona montañosa en que se encontraba la tribu Ipu. Gabriella se elevaba por los aires desplegando sus majestuosas alas a las que ya me había acostumbrado, para avisarnos de cuán lejos estaba la tribu y de si podíamos encontrar algún tipo de peligro. Enseguida volvía a poner los pies sobre el suelo, me agarraba de la mano y caminaba a mi lado. Si alguno de nosotros se cansaba de caminar— casi siempre solía ser Nora —, Gabriella se ofrecía llevarlo volando durante un tiempo. Muchas veces me ofreció llevarme y no acepté, como tampoco quisimos la mayoría.7 — ¿El qué? — quiso saber Elzik. — ¡Dicen que es rica! — exclamó. — Bueno, viendo el castillo que posee más los jardines que lo rodean, no me extraña. — Pero no sólo eso. Miré a Nora por el rabillo del ojo y observé como Quelthar la miraba también. Sin embargo, ella parecía impasible ante los comentarios sobre su ama. — Se rumorea que tiene dinero para aburrirse. Que en su castillo tiene una enorme y espaciosa habitación con la única finalidad de servir de zapatero. Toda llena de zapatos. Cientos de ellos, apilados y ordenados por colores, modelos y elegancia. — ¿Eso es cierto? — preguntó Bruno a Nora. Pero Nora se limitó a encogerse de hombros, sin dejar de mirar sus pies. — Eso debe ser una exageración — comentó Gabriella — Nadie es tan rico en el Mundo Oscuro. Además, ¿para qué quiere cientos de zapatos aquí? No le sirven de mucho. — A la ama le gusta ir elegante sin salir de su castillo — comentó Nora, por fin, confirmando toda sospecha.


— ¿También es cierto entonces lo que dicen de su armario? Se rumorea que tiene varias salas rebosantes de vestidos, procedentes de los rincones más escondidos del planeta. Y otra sala aun si cabe más grande, con decenas de armario repletos de joyeros, que contienen las joyas más caras que nadie pueda imaginar. Además de poseer las sedas y telas más costosas y delicadas, de esas que casi nadie puede adquirir. Y que para bordarlas y trabajarlas lo hacen los mejores modistos. Y que todo lo que conseguido gracias a la magia negra. Aunque las lenguas más viperinas piensan que más de un hombre poderoso ha pasado por el lecho de Amor para que ella consiguiera ciertos privilegios. Una pequeña piedra impactó en la cabeza de Rickpa. Nora le miraba furiosa y no hizo ademán de negar que había sido ella. — Eso es lo que dicen. No es que yo me lo haya inventado. En la recolección del huerto cerca de mi casa, todos los jornaleros aseguraban haber escuchado en otras partes del Mundo Oscuro ese rumor. — Deja de blasfemar contra mi ama — pidió enfadada. — Lo que yo había oído también son los manjares que tiene a su disposición — comentó Same, que hasta ahora había permanecido en silencio — Se los traen desde el Mundo Real y desde los rincones más alejados del Mundo Oscuro. — Quizá por eso rompieron el mago y ella — observé yo. — ¿Por qué? No lo entiendo — preguntó Bruno, confuso. — No me imagino al mago rodeado de tantos lujos. Él es mucho más sencillo y humilde. — También tiene un castillo — comentó Bruno, que seguía sin entender. — ¿Pero los has comparado, tonto? — preguntó cariñosamente Zimbarella. A veces era imposible no comparar la relación de Bruno y Zimbarella con la relación que Gabriella y yo habíamos tenido al principio. Yo también parecía estar siempre aturdido y desorientado, mientras que Gabriella me explicaba todas y cada una de las cosas que necesitaba saber.


— Si te fijaste en uno y otro, verías la enorme diferencia. Amor tiene cientos de lujos en su castillo. El suelo del suyo estaba cubierto de alfombras persas y sus paredes, cubiertas de pintura dorada y piedras preciosas, así como numerosas pinturas y cuadros. Eso sin contar con las enormes figuras de mármol y el trono de acero sobre el que se aposenta. Salvius ni siquiera tiene uno. — Mi ama se ha ganado justamente todas y cada una de las posesiones de su castillo — comentó Nora, todavía claramente indignada —. Y, por favor, dejemos ya el tema. Se está menospreciando a mi ama y yo eso no lo voy a tolerar. Sabéis que la informaré de todo, vosotros mismos lo habéis dicho. Sin embargo, eso no parece privaros de hablar cruelmente de ella. El silencio se adueñó de nosotros durante un tiempo que se me hizo eterno. Luego, Rickpa, fue quien lo rompió. — Oye, Bruno, ¿puedo hablar contigo un momento? — le pidió. Mi amigo se sorprendió. Aún no había intercambiado una sola palabra con él. — Claro, sin problema — le contestó. Y se fueron juntos. Sobre una media hora se ausentaron del resto del grupo y caminaban varios metros más atrás. Nadie más que yo — tal vez porque le conocía mejor que nadie — debió de darse cuenta del semblante desolado que trajo Bruno pintado en su rostro. Reparé en su esfuerzo por disimular aquel sentimiento oculto que le había surgido tras su conversación con Rickpa. Se dio cuenta de que le miraba y entendió que yo sospechaba algo. Sin embargo, sacudió su cabeza casi imperceptiblemente, a modo de negación.


17 Después de buscar durante horas y horas en un abismal y kilométrico campo repleto de flores buscábamos una planta de hojas carmesí, que encontró el propio Elzik — para variar — mientras que a la misma vez buscábamos otra cuyos delicados pétalos se fundían en una mezcla fucsia con salpicaduras moradas que encontró Lluvia. Caímos hambrientos y agotados al mullido suelo. Engullimos a más no poder los frutos de un árbol hasta que quedamos completamente saciados. Elzik y Zimbarella recogieron todos los frutos y los enterraron para que, tiempo después, como era costumbre, crecieran y dieran más sustento. —¿Sabes que es lo que más me duele de que hayas descubierto el Mundo Oscuro? — le pregunté a Bruno, no esperando que acertara en el caso de que contestara. —¿El qué? — inquirió él. —Que lo has descubierto tarde. —¡Qué va! ¡Está en su mejor momento! Ahora todo es tranquilo y armonioso. ¡Ya no está Cefas! — exclamó Rickpa entusiasmado. —Ni tampoco Wizha. Todos enmudecieron. Bruno me miró, confuso, sin comprender. —Wizha es la mejor persona que ha existido sobre la faz de la tierra, no importa que hablemos del Mundo Real o del Oscuro. —Oh, lo siento. —Te hubiera encantado conocerla, créeme. La pena es que no hay nada de Wizha que puedas recordar, nada material. No hay fotografías, ni escritos…nada de nada. Me gustaría que, al menos, la conocieras después de la muerte. Que tuvieras una imagen de ella. Pero desgraciadamente no la hay. Al atardecer decidimos parar. Nora parecía sentirse fuera de lugar, aunque poco le importaba. Bruno, en su intento por que se integrase en el grupo, decidió enseñarle a usar un cuchillo. Tal como ella relató, nunca había usado un cuchillo, ni en temas culinarios. — ¿Lo cojo así? — preguntó Nora.


— Más abajo, sino te cortarás. Zimbarella me enseñó a utilizarlo. Hace relativamente poco tiempo. Yo vi cómo ella miraba de reojo a lo lejos. Nuestros ojos se trabaron y ella apartó la mirada. — ¿Se supone que esto me ayudará a protegerme? — ¡Claro que sí! ¿No te sientes más útil si sabes usar un arma? — Lo cierto es que no. Y no me entusiasma demasiado. Estoy acostumbrada al calor del castillo de mi ama. Su único ataque es la magia. Nada de cuchillos, espadas, machetes y demás artillería que poseéis aquí. — Yo creo que es increíble. Esta aventura. Soy afortunado de conocer este mundo. Mi aburrida vida tendrá un poquito más de emoción. Mi rutina de estudio en la universidad no es precisamente divertida. Estar aquí me hace evadirme de la monotonía. Cuando llegó el anochecer un momento mágico nos acompañó. Tras unos arbustos contemplamos un enjambre de mariposas que parecían bailar en el aire como una estudiada coreografía perfecta que las entrelazaba unas con otras. Sus alas brillaban en la noche. Era un espectáculo tan hermoso. Sin esperarlo, Nora se levantó de su asiento y se dirigió silenciosamente hacia ellas. — ¡Nora! — le susurró Bruno —. Las vas a espantar. Sin embargo, hizo caso omiso de sus palabras y continuó caminando hacia ellas. Se infiltró entre las mariposas y ellas, como si no fuese un elemento ajeno a su especie, comenzaron a revolotear sobre Nora, como si formara parte del paisaje. Como un árbol. Pude ver cómo todos, incluido Bruno quedaban tan fascinados como yo ante aquel espectáculo. Bueno, no todos. El rostro de Zimbarella parecía haberse vuelto rojo por la rabia sentida. Sentía celos de Nora. No era necesario poseer una gran inteligencia para entenderlo. — Me contaste que te daban miedo los insectos — comentó Bruno una vez nos hubimos tumbado todos en nuestras improvisadas camas.


— Así es — contestó Nora. — ¿Y las mariposas no? — Bueno — se quedó dubitativa —. Las mariposas son diferentes, supongo. Puse los ojos en blanco al escucharla y vi cómo Gabriella y Same hacían lo mismo. — No tienes que tenerles miedo a los insectos, Nora. Ellos te tienen más miedo que tú a ellos. — Eso lo dudo — dijo con un punto de repugnancia en la voz. — Te lo aseguro. — Eres tan bueno conmigo... — Esto, ¿a qué viene eso? Sólo soy amable. No entiendo mucho de este mundo, pero si, aun así, puedo ayudar, lo haré. — Pues yo creo que no. — ¿Que no qué? — Que no sólo eres amable. Bruno se quedó paralizado, mirando al suelo; mientras, Nora, le sonreía maliciosamente. No sabría decir si entendió la indirecta de la súbdita de Amor o si, simplemente, la ignoró.


18 Por otro lado, una persona más sufría las complicaciones del amor. Mi querido amigo Elzik. Tenía una complicada historia con Lluvia. Lo descubrí por casualidad una noche. Solía tener pesadillas horribles donde personas sin rostro ponían fin a mi vida. Me desperté entre sudores. Todos estaban durmiendo cuando decidí buscarle, ya que no se encontraba en su improvisada cama de pieles y hojas. Cuando salí en su busca le hallé dialogando con ella. No me había dado cuenta de que su cama también estaba vacía. Al parecer, el bueno de Elzik sentía un irracional miedo a que el resto del mundo intentara arrebatarle la felicidad que tanto sentía al lado de Lluvia. Sin embargo, ella entendió que él se avergonzaba. —Es duro esto de llevarlo en secreto — dijo Elzik. —Para ti no lo parece en absoluto — le espetó Lluvia. —Estás de broma, ¿no? No digas gilipolleces. —No las digo. Mira, no digo que estemos besándonos y dándonos mimos. No soy de ésas. No te pido que seamos una de esas parejas empalagosas que dan ganas de vomitar. Pero todavía no entiendo porqué tenemos que escondernos. —Ya te lo he dicho. No quiero que intenten hundirnos. —¿No quieres que intenten hundirnos…o no quieres que sepan que están conmigo porque te avergüenzas de mí? Se quedó callado un momento, atónito, mientras procesaba las palabras envenenadas que habían salido de su boca. — ¿Qué? ¡Claro que no! ¿Por qué iba a avergonzarme de ti? — parecía realmente molesto. — Se me ocurren un par de cosas. Como, por ejemplo, que pertenezco a un pueblo que es repudiado por muchos por no inmiscuirse en la guerra contra Cefas. Pero se supone que a ti no te importaba. Ahora estoy viendo que sí. Además, no soy una de esas chicas que te rodean, guapas y guerreras. — ¿Y qué tiene que ver? Mira, no sé qué bicho te ha picado, si has dormido mal o si estás con... — masculló, avergonzado —...eso que os pasa a las mujeres una vez al mes;


pero me estoy quedando alucinado con la cantidad de barbaridades y estupideces que estoy oyendo. — ¿Acaso me crees estúpida? Puede que lo parezca, pero no lo soy. Entiendo que tú eres un chico popular porque formaste parte de la tropa principal de la lucha contra Cefas y que por ese reconocimiento puedes conseguir a cualquier chica que te propongas. Eres respetado y querido por mucha gente, Elzik. Y yo soy una repudiada para el resto del mundo. Nadie tiene respeto por mí ni por mi pueblo. Dudo mucho que alguno de tus amigos desee que estés conmigo. —Te equivocas. Para empezar, mis amigos no te odiarían. Óscar es mi mejor amigo y él está a favor de vuestra integración. Los demás que estamos aquí también. Y segundo, ¡ya te lo expliqué! Por muy popular que sea, no todo el mundo está a mi favor. Los hay quienes están confabulados en mi contra y que están dispuesto a destruir mi felicidad. Tú eres mi felicidad. Quiero consolidar antes nuestra relación para que confíes en mí y no te creas toda la mierda de mentiras que te contarán aquellas personas que dicen ser mis amigos pero que en el fondo de su corazón me envidian por encima de todo. Entonces, tú me dejarías y yo… ¿Qué haría yo? Tú crees que puedo conseguir a la mujer que desee, pero, desde que ocurrió lo de Cefas, tú eres la única en la que he tenido algún tipo de interés. — No sé... — Soy consciente de que nos conocemos de hace apenas un par de días. Pero la ventaja de esta misión recae en que puedo disfrutar de tu compañía las veinticuatro horas del día. Cuando finalice mis estudios con el mago y descubramos quién intenta matar a Óscar si es que las visiones de Same son ciertas, me iré a vivir a tu tribu si hace falta con tal de estar unidos. ¿Lo entiendes? — ¿Harías eso... por... mí? — ¡Claro que sí! ¡Claro que lo haría! A tu tribu o a dónde quieras. El lugar no me importa. Te lo prometo. — No prometas si no estás seguro porque... — Te lo prometo — repitió él.


Durante aquellos días que nos hallábamos en la búsqueda de las plantas y flores para que Amor creara la poción para aumentar las visiones de Same, todos fuimos contando nuestra versión y nuestro punto de vista a Bruno sobre el comienzo de mis andaduras en el Mundo Oscuro. Cómo quedé hipnotizado al ver a Gabriella, cómo la seguí, cómo pasaron los meses mientras nos enamorábamos mientras huíamos de Cefas para que yo llegara sano y salvo al castillo del mago y que pudiera volver al Mundo Real. — ¿No querréis borrarme los recuerdos a mí también? — preguntó incrédulo una vez que estuvimos a solas. Le miré de forma insondable, mientras la desesperación recorría sus ojos. — No, por favor — suplicó. — No queda otra, Bruno, yo... — ¿Tú, qué? ¡Tú estás aquí! Formando parte de esto. ¡Es lo que deseo yo también! ¡Por favor! ¿Por qué tú sí y yo no? — Tiene que ser así. Sí o sí. No puedo exponerte a este peligro para siempre. — Dijisteis que ahora que Cefas está muerto no hay ningún problema. Que el Mundo Oscuro está en su mejor momento. — Pero siempre surgen problemas. Mírame ahora, Bruno. Estoy buscando plantas y flores para que una bruja novata distinga las caras de mis potenciales asesinos en sus visiones. ¿Crees que eso es estar seguro? Él estuvo a punto de hablar otra vez, mas le corté: — No me importa los argumentos que utilices. Métetelo en la cabeza. Lo siento. Pero haremos lo mismo contigo. Y tú no recuperarás tus recuerdos. No es tan fácil pertenecer a esto y... — Estoy enamorado de Zimbarella. En ese momento me quedé perplejo. ¡Maldición! No había caído en la historia que mi mejor amigo y Zimbarella tenían una historia que yo no sabía muy bien cómo calificar. Bruno me miraba con ojos tristes. ¿De verdad se había enamorado? No me


extrañaba nada. Y no es que la intuición me dijera que Zimbarella también tenía sentimientos hacia él, directamente me los gritaba al oído. ¿Sería capaz de hacerle aquello? ¿Traicionarlo? No podía permitir que Zimbarella sufriera como lo había hecho Gabriella, la estimaba demasiado.


19 Conseguimos llegar a las afueras de los territorios de la tribu Ipu, no sin antes cruzar un río a pie que nos llegaba por las rodillas, aunque, en el caso de los más bajos, por la cintura. Los quejidos y lamentos de Nora, que tan acostumbrada estaba a los placeres y lujos del castillo de Amor, no se hicieron esperar. — ¿Es necesario cruzar el río? — Sí, lo es — aseguró Quelthar—No sabemos cuán largo es. Si intentáramos bordearlo podríamos tardar días, incluso semanas o meses. No conocemos la localización de su nacimiento ni de su desembocadura. — Pero me voy a mojar. Además, ¿quién sabe qué criaturas habitan en él? — Tiburones, medusas y ballenas, por ejemplo. Igual no deberías acompañarnos más. ¿No prefieres quedarte en esta orilla y, con ayuda de la magia negra, decirle a Amor que te recoja? — dijo Zimbarella, riéndose a carcajadas. Nora la fulminó con la mirada. — Ja, ja, ja — comentó sarcásticamente —. Eres tan graciosa que te vas a llevar un galardón por tu humor. Sé que no es cierto. No estaré hecha a salir del castillo, pero no soy estúpida para creerme esas mentiras. Y para que lo sepas, la magia negra la hace mi ama, no yo. Ninguna de las súbditas poseemos tales conocimientos. — ¿Qué demonios te pasa con Nora? — preguntó Bruno a Zimbarella. Zimbarella se lo quedó mirando. — ¿Por qué la defiendes? — Ya lo está pasando bastante mal con esta misión, como para que encima tú te metas con ella todo el rato. Sé un poco solidaria. — Aquí no hay que ser solidario. Hay que ser fuerte y tú eres tan débil como ella. Lo único que conseguiréis los dos es entorpecernos el paso. Bruno la ignoró. — Venga, Nora, súbete sobre mí. Te llevaré al galope para que no te mojes. Una vez más, vislumbré el rostro de Zimbarella: se moría de celos.


El paisaje cercano a la tribu era desolador y nada tenía que ver con la espesura que habíamos encontrado cerca del río: apenas había árboles y vegetación. Aquella zona parecía más un desierto. Nos costó convencer a su jefe de que nos dejara entrar para entrar a coger la tan valiosa planta que necesitábamos añadir a la lista. Y no a todos nos permitió entrar. Elzik, Nora y Rickpa fueron los encargados de entrar. Sencillamente porque eran los más conocedores y expertos sobre las plantas y flores que debíamos ir recogiendo en nuestra odisea. Sinceramente, me pregunté a qué demonios sabría aquella poción que Same debía beber. El resto decidimos esperar en un complejo rocoso, que era de los pocos elementos que podían encontrarse en aquel paraje. —¿Se puede saber qué demonios he hecho para que estés así conmigo? — gritó Bruno, de repente. Se dirigía a Zimbarella. Todos en la cueva le miramos, completamente confusos e intrigados. Excepto yo, que ya conocía sus sentimientos hacia ella. — Estoy harto de tus cambios de humor. A veces, te veo henchida de simpatía y alegría. Otras veces, pareces sentir hacia mí una aversión que no logro comprender. Un desapego por el cual ni tan siquiera me diriges la palabra o por el cual no eres ni la mitad de valiente de lo que eres luchando para mirarme a los ojos — Bruno paró abruptamente de hablar, parecía estar quedándose sin aliento cuanto más se alteraba. Después, más calmado, prosiguió: —Oye, si he hecho algo… o he dicho algo que te haya molestado…sólo dímelo. Zimbarella no contestó. Ambos se miraron y parecieron no entender que estaban en una cueva llena de gente. — Lo siento — pidió Bruno ahora calmando sus humos, que no sabía cómo contentarla. — ¿Qué lo sientes? ¿No dices que no sabes lo que me pasa? — inquirió algo molesta. — ¡Y no lo sé! — exclamó, desesperado —. Pero esperaba que pudieras decírmelo tú. Pero lo siento, sea lo que sea. Me tragaré mi orgullo y asumiré mis actos. Zimbarella, no es mi intención hacerle daño a nadie… y menos a ti. Óscar, ¿tú lo entiendes? ¿O tú, Quelthar? — nos preguntó. Ambos hicimos ademán de cerrarnos la


boca a modo de cremallera. Bastante embarazoso era ya escuchar y estar presente en su inesperada discusión. —¿No lo ves? ¿No te das cuenta? —¿De qué? Zimbarella nos miró a todos, pendientes de ellos. Se mostró avergonzada. Fue como si se hubiese olvidado de nuestra presencia en aquellos momentos y se hubiese acordado de forma repentina. Tomó a Bruno de una mano y tiró de él para poder hablar a solas. —¡Me duele oírte hablar de esa manera! —¡No sé a qué te refieres! ¡Te lo juro! —Me refiero a ti. ¡Me duele verte a ti! El bajón de Bruno fue descomunal. Pude notarlo. —Sigues sin entenderlo — le reprochó ella. La conversación se había tornado confusa, sin un seguimiento conciso y claro. Al menos, para Bruno no era más que un caos sin sentido. No conocía ni intuía los pensamientos de Zimbarella. No importaba cuantas vueltas diese la conversación, él seguía sin comprender la reacción de ella. —Lo sientes de verdad… y realmente no lo sabes… — dijo, sorprendida. —¡Lo dices como si fuera evidente, Zimbarella! —¡Es que ES evidente, Bruno! ¡No para el resto del mundo, pero si para los que me conocen! ¡Me lo han dicho todos! ¡Todos! Parece que el único que no se entera eres tú. —¿De qué? —¡De que te quiero, joder! Bruno se quedó impactado ante aquella declaración. Bruno no supo asimilar aquellas palabras. Tal vez eran demasiado importantes viniendo de ella. Ambos se miraron fijamente. Puede que nunca creyera que Zimbarella pudiese decir aquello. —Pero, no lo entiendo… Antes, ¿por qué actuaste así?


—Porque estoy celosa, Bruno. Me muero de celos cuando Nora se acerca a ti. No lo soporto. Te quiero sólo para mí. Ella es humana. Tú eres humano. Puede que viva aquí, en el Mundo Oscuro, pero no deja de ser humana. La historia de Gabriella y Óscar terminó con un final feliz, así que no me malinterpretes al decir esto, pero no quiero que un humano me haga sufrir de la misma manera que sufrió Gabri. La vi un par de veces, cuando volvió al Mundo Oscuro después de pasar años en el Mundo Real cuidando de Óscar. Créeme, estaba fatal. Esperaba con ansia el momento de su reencuentro y, cuando Óscar le rechazó, no supo afrontarlo y la situación pudo con ella. —Entonces, me odias también. Por acercarme a Nora. —No te odio. Te entiendo perfectamente. Eres perfecto. Posees inteligencia y atractivo. La gente te adora. Todos están alucinando con el nuevo humano que es el mejor amigo del “Gran Salvador” del Mundo Oscuro. ¿Por qué conformarte conmigo cuando puedes elegir a otras muchas? Al fin y al cabo, yo no soy nadie. Y tú lo eres todo. Eres perfecto para mí, pero yo no lo soy para ti. Y tienes una mirada en la que me he perdido muchas veces. —¿Y por qué no me miras y vuelves a perderte? —Porque ya estoy perdida en su mar y me da miedo ahogarme. —Entonces, ¿no vas a mirarme nunca más? Ella tardó en responder. Finalmente, dijo: —No puedo — las lágrimas trababan su voz —. Tú ya me rechazaste una vez. Bueno, en cierto modo. No fue algo directo, pero sí demasiado obvio como para pasarlo por alto. —¿Sabes por qué lo hice? Por Rickpa. Me lo suplicó. El día que me pidió hablar a solas. Me aseguró que estaba absolutamente loco por ti y, cuando le dije que yo también, él me contestó que llevaba mucho más tiempo, que llevaba enamorado más años de los que podría soportar cualquiera y que, aunque tú no lo sabías, había aguantado porque tú siempre estabas soltera, pero que no podría soportar verte con otro. Ese otro soy yo, Zimbarella. Pero estoy harto de pensar siempre en los demás. Estoy cansado de callarme y no pelear por una mujer a la que amo. Óscar me ha arrebatado a muchas chicas, pero la diferencia, es que no las conocía lo suficiente


como para que me importaran lo más mínimo. Pero tú si me importas. Puede que seas de otro mundo distinto al nuestro. ¿Y qué? Tú puedes verme del mismo modo. Un chico de otro mundo. Óscar y Gabriella lo están llevando muy bien. ¡Incluso se han prometido! Así que, ¿por qué a nosotros no nos iba a funcionar también? Zimbarella, eres perfecta y yo soy un desastre. Lo raro es que tú te sientas atraída hacia mí. No me lo esperaba para nada. —¿Dónde has estado toda mi vida? — preguntó ella, sonriendo. —Buscándote en el mundo equivocado. — Pero, ¿y si resulta que no te gusto después? Bruno lo meditó hasta encontrar con una comparativa sobre comida. —Ya he comprado el pastel y sólo comeré de ése. —¿Y si no te gusta su sabor una vez que lo pruebes? — inquirió ella, siguiéndole el juego. —Me gustará — manifestó completamente convencido. —¿Cómo lo sabes? —Para empezar, me gusta el aspecto que tiene. Abre el apetito sin tener hambre. Y segundo, porque le he pegado un lametazo a la nata y me he zampado uno de esos adornos comestibles que llevan por encima para que te entren por los ojos antes que por los labios, así que me hago una idea de lo que voy a comer. —La metáfora de los pasteles es odiosa — dijo Zimbarella riendo. —Será que tengo hambre. Ella rompió a reír todavía más fuerte. La historia de Bruno y Zimbarella tenía un final feliz. Al menos, el principio. Mi comienzo con Gabriella también había sido bueno en un principio. Al menos, en lo que se refería a la relación de amor. Tardamos bastante en convertirnos en amigos, ya que me consideraba una molestia y una misión casi imposible la de llevarme al Mundo Real sin que Cefas me dañara. Consideraba a Bruno una persona mucho más


inteligente que yo y superior en muchos otros aspectos. Él no cometería mis errores. A lo largo del tiempo observaba su relación. Bruno estaba feliz después de todo. Podía notar su enamoramiento. Nunca le había visto así con ninguna chica. No se trataba en absoluto de una relación tóxica o absorbente. Era natural. Ambos parecían a gusto. No hay pista más concluyente como el centelleo de unos ojos con ternura para certificar que hay amor.


20 Durante varias noches escuché a Shasian llorando en sueños. Al parecer, ella también tenía sus propios fantasmas que la perseguían en la noche. No todos disfrutaban de una historia de amor que acababa felizmente. Un sonido me sobresaltó mientras dormía aquella última noche de búsqueda y ella era de nuevo, gimoteando a la vez que se removía incómoda en su improvisada cama. Me acerqué a ella y le sacudí el hombro, para despertarla. No se despertó. Sin embargo, sí pareció relajarse. Al rato mis sueños fueron interrumpidos otra vez. Shasian se había levantado de su improvisada cama y se alejó del grupo, a la misma vez que las lágrimas le corrían enloquecidas por las mejillas. Necesitaba saber qué era lo que le perturbaba, así que no lo pensé dos segundos y salí tras ella en silencio para no molestar a nadie. Gabriella no notó mi ausencia. Shasian se había sentado en una roca plana que sobresalía a través de la hierba. Cuando me vio, abrió los ojos como platos, completamente sorprendida. — Creo que es mejor que saques de dentro todo eso que te atormenta. No se lo diré a nadie si es lo que te preocupa. Creí que tendría que insistir más a Shasian, ya que por lo general era bastante orgullosa. Sin embargo, tanto era el tormento que guardaba en su interior que no dudó en desahogarse. — No es una historia agradable — me advirtió mientras me agachaba y recostaba en el suelo, justo enfrente de ella. —Podré soportarlo. Ahora, suéltalo. —Es un hecho desagradable que me ocurrió hace años, cuando era más joven. Concretamente, cuando quise llegar al Mundo Oscuro — pasó unos segundos en silencio. Sin embargo, esperé pacientemente. Si era una historia dura, no sería fácil contarla —. Mis padres nacieron en el Mundo Oscuro, pero se dejaron engatusar por las modernidades del tuyo. Las comodidades y la tecnología eran imprescindibles para ellos. Irónicamente, fue lo que acabó con sus vidas. Murieron en un accidente de tráfico cuando tenía once años.


Reprimí un pequeño suspiro. Si me estaba mirando, se habría dado cuenta. Sin embargo, Shasian tenía los ojos cerrados con fuerza. — Acabé en un orfanato a la espera de que alguien me adoptara, ya que detestaba aquel lugar. Con dieciséis años decidí escaparme porque quería volver a este mundo. Pero no tenía ni idea de cómo. Anduve varias semanas viviendo en las calles como una vagabunda, deseando que uno de los portales se abriera ante mí. Tanto la buena como la mala suerte llegaron de la mano. Un tipo me encontró tiritando de frío en un callejón. Era alto y robusto, de pelo negro como el tizón y con unos ojos tan oscuros que aterraba mirarlos. Tenía una cicatriz alrededor del cuello. Tendió una mano hacia mí, a modo de ayuda. Cuando me levanté, me preguntó con su voz grave: "¿Serías capaz de hacer cualquier cosa con tal de salir de aquí?" Asentí. Cuando me volvió a preguntar, asentí de nuevo. Entonces me llevó a una casa antigua. Se llamaba Víctor y era el capitán de una tripulación formada por siete hombres. Además, había un segundo de abordo. Tenía el cabello dorado y los ojos lilas, lo que mostraba a simple vista que formaba parte del Mundo Oscuro. Al igual que yo, sus padres habían sido emigrantes. Su nombre era Eduardo. Todos se escondían allí mientras esperaban que se abriera unos de los portales. Su intención era pasar a través de él de forma ilegal a escondidas de Cefas y sus seguidores. No eran unos tipos muy legales que digamos — Shasian sacudió la cabeza —. Cefas ya se había adueñado de los portales del Mundo Oscuro y tenía súbditos vigilando continuamente, de forma que era obligatorio pagar por utilizarlos. Es como si en el Mundo Real hubieseis que pagar por la lluvia abastece los ríos y que mantiene vivos vuestros cultivos. Cuando llegamos al escondite el resto de hombres me miraron sorprendidos. Al parecer, no estaban acostumbrados a convivir con mujeres. Prácticamente todos me lanzaron miradas maliciosas. Unos punzantes escalofríos me recorrieron todo el cuerpo desde la punta de los pies hasta la raíz del pelo. Eduardo hizo una mueca de disgusto. Estaba a punto de decir algo cuando Víctor le interrumpió, diciéndole que se tranquilizara. Cuando estuvimos dentro, uno de los hombres — de nariz aguileña, piel


olivácea y ojos hundidos — preparó varios platos de patatas asadas con pollo. No era fácil ignorar los ojos de todos aquellos robustos hombres fijos en mí. Después de la comida, los tripulantes se dirigieron a una habitación en común llena de literas. Víctor me condujo hacia una habitación individual muy pulcra y ordenada compuesta simplemente por una cama y un armario. —Dormirás aquí — me dijo. —¿Qué? — Detrás de nosotros se encontraba Eduardo. Era su habitación. —No es necesario echarle — dije educadamente — puedo dormir en cualquier otro sitio. —¿Quién ha hablado de echarle? — preguntó con sorna. Dormiréis juntos. Si es que dormís... Me quedé helada. Aquel hombre no me había ayudado por caridad. Esperaba un servicio especial por mi parte. Eduardo parecía disgustado. —Vamos, Eduardo. Últimamente te noto muy estresado y una mujer hermosa es lo que necesitas para quitarte la tensión — entonces me miró a mí —. Puede que te pida alguna noche que te mudes a mi habitación. >>Una inmensa impotencia me inundó el cuerpo y sentí flojear mis piernas, como si estuviera a punto de romperme en pedazos y caer al suelo. Entonces Víctor salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Todavía pudimos escuchar su risa al otro lado. Eduardo y yo pasamos unos minutos en silencio, completamente petrificados. Él rompió aquella incomodidad, tranquilizándome: — Tranquila, sólo dormiremos. Te lo prometo. — Pero, ¿por qué? Víctor ha dicho.... — No me parece justo para ti. >>Ya sabes cómo somos en este mundo en cuanto a las promesas, Óscar. Así que, aunque no le conocía, cuando me hizo aquella promesa, le creí. Varias noches pasamos durmiendo juntos en su cama, sin rozarnos siquiera, haciéndoles creer a Víctor y los demás tripulantes que éramos amantes. Sin embargo, notaba la urgencia de Eduardo con sus miradas febriles y sus pequeños roces contra mí de forma intencionada a lo


largo del día. Me pregunté cuánto tiempo me quedaría hasta que tuviéramos que dejar de fingir; ya que comenzaba a intuir que Eduardo rompería su promesa. Lo descubrí tres días después cuando, sin previo aviso, Eduardo comenzó a besarme, estando ya metidos bajo las sábanas. Nunca había conocido varón, así que lloré muchísimo. A partir de eso, todas las noches transcurrieron igual y a él dejó de importarle si yo caía enferma o si le suplicaba. Con el tiempo evitó mirarme a los ojos y comprendí que se sentía avergonzado. A pesar de su comportamiento, cada noche transcurría de igual forma. Eso no fue lo peor de todo. Un día, mientras Eduardo y Víctor se encontraban fuera de la casa, la tripulación se abalanzó sobre mí. Cuando llegaron y se encontraron con el panorama, Víctor le restó importancia. Por otro lado, Eduardo enfureció como mil demonios y, haciendo demostración de su fuerza sin pretenderlo, pegó una brutal paliza a todos los tripulantes. Víctor siguió impasible; se mantuvo al margen. Su actitud mostraba que absolutamente todo le daba igual, incluidos sus tripulantes. No se preocupó por ninguno de ellos. No los auxilió ni se interesó por su estado. Eduardo les amenazó con matar al que osara volver a tocarme. Sin duda, me pregunté el motivo. Supongo que me deseaba sólo para él. Así me granjeé el odio de la tripulación. Tal era el miedo que tenía a que me mataran en ausencia de Víctor y Eduardo que, pese a las amenazas del segundo, prefería mantenerme encerrada en la habitación con un buen cerrojo. No sé si fue por el arrepentimiento de sus actos, aunque deduzco que sí, pero la actitud de Eduardo cambió. Empezó a preocuparse por mis necesidades. En una ocasión me trajo una bolsa llena de ropa femenina, ya que siempre vestía uniformes de la tripulación. Mis viejas ropas habían sido tiradas a la basura. De hecho, llegó a llevarme libros, collares, dulces y otro tipo de cosas que ni siquiera necesitaba. —¿Durante cuánto tiempo se mantuvo así la situación? — pregunté interesado, intentando ocultar mi horror. Shasian lo había pasado horriblemente mal. No era difícil de entender que era un trauma adolescente que jamás podría llegar a superar. Me sentí identificado con ella hasta cierto punto, ya que recordé los momentos de incertidumbre después de aparecer en el Mundo Real sin recordar dónde había pasado los últimos ocho meses. —Hasta el día que se abrió el portal. Pero no sé cuánto tiempo pasó exactamente. Bastantes semanas. Aquel día fue un caos. El tripulante que hacía la guardia en ese


momento llegó bastante agitado cuando dio la noticia. Todos se pusieron manos a la obra. Eduardo me agarró de un brazo y tiró de mí para que me diera prisa. No recordaba qué se sentía al traspasar los portales y, al hacerlo, me sentí aturdida y mareada. Al principio, suspiramos aliviados, pues no había rastro alguno ni de Cefas ni de ninguno de sus súbditos. Ni cinco minutos tardamos en darnos cuenta que se trataba de una trampa. Se produjo una pequeña batalla en la que murieron dos tripulantes de nuestro bando. De los pertenecientes a Cefas, ni idea. Huimos hacia el Bosque Negro donde pasamos un par de meses. El tiempo era irrelevante.


21 >>Eduardo no volvió a acercarse a mí. Se limitó a cuidarme. Me sentí contenta con aquello. Ellos solían encargarse de cazar y vigilar, mientras que a mí me mandaban a recolectar frutas, siempre acompañada de algún tripulante. Por las noches, siempre había dos personas haciendo guardia. Ante aquellas circunstancias, Víctor abandonó su faceta imperturbable y sosegada, mostrando su verdadero carácter violento. Vivíamos estresados y eso hacía que él se enfadara constantemente. Le pegaba a toda la tripulación, incluso a mí. Cosa que Eduardo odiaba, el único que se escapaba de sus palizas. —¡Maldita sea, Eduardo! — gritó él —. Parece que le estés cogiendo cariño a esta niñata. Ten claro cuál es su cometido. —Yo sabía a qué se refería. Cuando Eduardo no estaba a la vista, Víctor me maltrataba igualmente, tanto física como psicológicamente. Estaba harta. Amenazaba con matarme. Y sabía que el día que terminara de perder la poca paciencia que le quedaba, no dudaría en hacerlo. Tenía que escapar. Una noche, con el pretexto de ir a hacer mis necesidades, lo intenté. Ninguno de los dos guardias pensó que yo tuviera las suficientes agallas para hacerlo. Al menos, eso creía yo. Uno de ellos me pilló a medio camino. Me tapó la boca para no gritar y me susurró al oído: —No es nada personal. Es la misión que nos ha encomendado Víctor a todos. Lo siento por Eduardo, creo que se ha enamorado de ti. —Después, me tiró por una pendiente escabrosa llena de rocas puntiagudas. Supuse que me dio por muerta. Cualquiera lo hubiera creído. Acabé inconsciente. Cuando me desperté me encontraba en una cama blandita y enorme con sábanas de franela llena de cojines. Me encontré a mí misma cubierta de vendas y escayola. Recuerdo que olía a pan recién hecho. —La casa del mago — adiviné. Ella asintió con la cabeza. —Sí. Me encontró en la explanada al final de la pendiente mientras buscaba plantas medicinales. Pasó meses curándome, haciéndose cargo de mí. A su vez, me escondía de aquellos tipos que me daban por muerta. Nunca supe qué pasó con Eduardo ni cómo se tomó mi supuesta muerte. Pero tampoco importa mucho ya. Han pasado


demasiados años y, a pesar de sus buenos gestos, sigue formando parte de un pasado que deseo olvidar. Aunque sé que es imposible. Ya maté en una ocasión a uno de los tripulantes de Víctor. Fue una casualidad. Otro murió en la batalla contra Cefas, ya que se unió a él. Lo vi morir ante mis propios ojos. Él me reconoció, pero apenas tuvo un par de segundos para reaccionar. Quelthar lo mató. Tengo intención de llevarme por delante a tantos como encuentre. Pero lo primordial de la promesa que me hice a mí misma fue la de matar a Víctor. Aunque sea lo último que haga, Óscar. Uno de los motivos por los cuales os ayudo en esta misión es por él. Oí hace años el rumor de que seguía vivo y moviéndome por todo el Mundo Oscuro es la única forma que tengo de encontrarlo. Supongo que Eduardo estará con él. Y el resto de tripulantes, si no le han abandonado. —Siento muchísimo toda tu historia, Shasian. No tenía ni idea. —Eso es porque no suelo hablar de ello. —Sólo deduje por mí mismo que había algo que te perturbaba. Estuve a punto de preguntarle si también tenía intención de matar a Eduardo cuando ella se pasó un dedo por debajo de los ojos y me suplicó: —Vámonos a descansar, Óscar.

Cuando llegamos, me volví a tumbar al lado de Gabriella. Yo no podía dormir, perturbado por la amarga historia que me había relatado Shasian. Ella ya estaba completamente dormida, aunque no parecía estar tranquila ni soñando. Entonces, Gabriella comenzó a murmurar en sueños. Su cuerpo empezó a convulsionarse y a respirar de forma acompasada mientras las lágrimas inundaban su rostro. — Vienes a ...matarme... porque... porque he desobedecido tus normas. No es necesario que lo niegues, Cefas. Lo sé. Gabriella parecía estar teniendo una pesadilla con nuestro antiguo enemigo, ya muerto. Puse una mano en su hombro y la zarandeé, intentando despertarla. Se despertó sobresaltada y miró con los ojos desorbitados en todas direcciones, buscando una explicación. Cuando me miró le llevó un segundo comprender que aquello que le


atormentaba sólo había sido parte de una mala jugada de su subconsciente imaginación. Dejó escapar un rápido y breve suspiro y se abrazó a mí. Su respiración se normalizó nuevamente y dijo: — Soñaba con Cefas. — Lo sé — suspiré —. Has dicho su nombre. ¿Puedo preguntarte una cosa? — Imagino qué me vas a preguntar. Qué exactamente. — Sí — contesté —. Aunque no tienes que contestarme si no quieres. — El momento en que decidí unirme a él. Me estremecí levemente, pero, aun así, supuse que ella lo notaría. — Nunca me lo has contado. ¿Cómo ocurrió exactamente? — Cuando regresé al Mundo Oscuro sin ti, no quise saber nada de nadie. Me sentía más relajada en el bosque, entrenando. Pasaba las horas corriendo de un lado a otro, subiéndome a los árboles, entrenando con la espada... Entonces, ya había ocurrido lo de Rus. Un par de veces — me estremecí nuevamente y me pidió perdón —. El caso es que Cefas me encontró. Yo creía que aprovecharía el momento para atacarme. Estaba convencida de que intentaría matarme. Y sinceramente, hubo un pequeño momento en que mi cabeza pensó que no era mala idea. Qué equivocada estaba. El rumor de que no querías volver conmigo se hizo eco por todo el Mundo Oscuro y había llegado a sus oídos. No me había encontrado por casualidad, había estado buscándome. Sabía que yo te odiaba por el daño que me habías hecho y albergaba la esperanza de que me uniría a él en su aversión hacia los humanos. Se dirigió a mí con mucho respeto y compasión. Pobrecilla, tienes que estar pasándolo horriblemente mal. Todos defienden a los humanos. Me llaman loco por odiarlos, pero, ¿acaso no paran de darnos miles de motivos? Dicen que son buenos, caritativos, inofensivos...pero no es cierto. Únicamente nos damos cuenta de su verdadera naturaleza aquellos que estamos más cerca de ellos. Pobre Gabriella. Le abriste tu corazón, le defendiste frente a mí. Le cuidas durante cuatro años, incluso cuando tú tuviste que soportar verlo pasar de mujer en mujer


como si se tratara de una moneda. Por fin llegaron los días felices...y en un soplo se fueron volando de nuevo. — Recuerdo que le dije que parecía como si conociera la sensación y Cefas simplemente no dijo nada. Pensé que él estaba pensando en la mujer que se dibujaba en aquellas leyendas de que una humana lo había traicionado, dejándole con el corazón roto. Hoy en día sabemos que es cierto. Tu tutora. Me preguntó si entendía el motivo de su odio y le contesté que sí. Hoy en día me arrepiento, pero admito que lo sentía así en ese momento. Me tentó a volver al Mundo Real y matarte mientras dormías en tu cómoda cama. Me aseguró que sería fácil...y yo lo sabía. Pero te seguía amando después de todo y era incapaz de hacerte daño. Entonces, me preguntó si prefería que lo hiciera él y le supliqué que no. Le aseguré que eras inofensivo a pesar de todo. Entonces, me espetó qué nuevamente estaba tropezando con la misma piedra. No entendía el motivo por el que te defendía después del deprimente estado en que me encontraba. Me llamó estúpida, por cierto. Le garanticé — irónicamente — que no eras ninguna amenaza. Le expliqué que tu mente no se liberaba de la magia del mago y si ya no la había eliminado al estar yo a tu lado, ya no lo haría jamás. Le expliqué también que te había incitado a recordar nuestro mundo con luchas y que había pintado a propósito cuadros del mismo para que inconscientemente los reconocieras y que ninguno de mis empeños había dado su fruto. Que yo te había revelado la existencia del Mundo Oscuro y que habías soñado con él, pero te negabas a que fuera real. Que mi marcha sólo suponía pasar de página, cerrar un capítulo amargo de tu vida. Por fin después de toda la conversación me pidió que me fuera con él. Al principio dudé. Él me dijo que cuando estuviéramos juntos, mi opinión sobre él cambiaría. Todos me decían que tú entrarías en razón y yo estaba absolutamente convencida de que no sería así. Así que, pensé: ¿y por qué no? ¿Por qué no intentar ser feliz de nuevo? Entonces, Cefas puso un dedo bajo mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza. Acercó sus labios a los míos y me besó. Era extraño. Solamente te había besado a ti y a Rus. Pensé que, si los rumores sobre la mujer humana eran ciertos, él podría entenderme mejor que nadie. Y yo no tendría que matar, simplemente unirme a él. Desahogarme con él. Recibir sus consejos. Intenté asimilar la situación. Gabriella uniéndose a Cefas. Besándole.


— Lo siento mucho, Óscar — se disculpó avergonzada. — No pasa nada. Es decir, no es como si me estuvieses contando nada nuevo. Simplemente, ahora sé los detalles. No importa lo que pensaras en ese momento. Sé que me comporté como un imbécil de mierda.


22 La sabia naturaleza ya estaba preparada para que el sol hiciese su majestuosa presencia en el despejado cielo color violeta carente de nubes como un valiente guerrero que lucha por conquistar su territorio. En el manto oscuro ya se adivinaban los primeros vestigios en forma de unos borrones que se iban aclarando, picado de los primeros rayos de sol que hacían sus primeras apariciones. Irradiaba una serenidad que finalizaría cuando mis compañeros de viaje abriesen los ojos. La luz de las estrellas, en contraste, se diluía y difuminaba, así como la silueta de la luna. El horizonte se asemejaba un lienzo recién pintado por un artista vanguardista y aciago. Pedregosas montañas se vislumbraban a los lejos. Elzik y Nora aparecieron a lo lejos y se unieron a nosotros. Habían buscado la última planta, una que sólo aparecía de noche. Nadie se dio cuenta de la cara de desprecio de Lluvia. La súbdita de Amor parecía estar ganándose más de una enemiga. — Chicos, tenemos todas las plantas por fin — informó Elzik —. Podemos volver a casa del mago y avisar a Amor para la preparación de la poción. Rus se acercó a Gabriella y a mí con la mirada felina y mordiéndose los labios. Yo, por mi parte, esperaba sin mucha esperanza que viniese a hablar un tema de La Guardia o sobre el hecho de que había finalizado nuestra misión. Que desviaba su camino y se largaba solo, no emprendiendo con nosotros el viaje de vuelta a casa del mago Salvius. Sin embargo, miró a Gabriella sin atreverse a echarme un vistazo siquiera y susurró: — He visto tu cara de decepción y sé que te he perdido para siempre. No tengo problema en decírtelo aquí, delante de él. Es tu última oportunidad. — No es que me hayas perdido, Rus. Es que nunca me has tenido. — Escúchame, Gabriella. No lo dudes ni por un segundo: yo te quiero mucho más que Óscar. Te quiero más que a nada. No tienes ni idea de lo que me duele verte delante de mí, a unos ridículos centímetros y saber que nunca podrás ser mía.


— Rus... — comenzó ella, que bajó la mirada para luego dirigirla a mí. Yo permanecía en silencio. Temí que, si despegaba mis labios, aunque sólo fuera para respirar, me incendiaría más rápido que un montón de paja seca con una cerilla. — Es tu última oportunidad. ¿Óscar o yo? — Lo siento mucho, pero siempre será Óscar. Por encima de todo. — De acuerdo. No te molestaré más. Ojalá fuera cierto, pensé para mis adentros.

— Preparaos vosotros, voy a hacer primero una cosa antes de irnos — comenté yo mientras me levantaba del suelo. — ¿Qué vas a hacer? — preguntó curioso, Quelthar. — Como en una ocasión le expliqué a Gabriella, para vosotros no significa lo mismo que para los que vivimos en el Mundo Real. En aquella orilla de allí tuvo lugar el funeral de Wizha. Todos se encogieron de hombros, excepto Coris y Lluvia que, al parecer, también tenían por costumbre recordar y rezar a sus muertos con respecto a algún sitio físico. Entonces, me dirigí a la orilla a contemplar el improvisado altar que había construido hacía unas pocas semanas. Entonces, sentí un impacto en la nuca y todo se volvió negro.


23 Me hallaba en una pesadilla de espirales oscuras entrecruzadas en una vorágine de espectros aterradores y alargados brazos y manos negras que ansiaban atraparme entre sus garras. Me esforzaba por salir a flote en ese mar oscuro que amenazaba con hundirme. Pero no era fácil. Su corriente me arrastraba con fuerza e ímpetu hacia un fondo sin fin. Tal vez, al fondo, la cítara me estaba esperando. Las pesadillas me habían atormentado anteriormente. Un hombre rubio atacándome con un cuchillo. Se enroscaban las sombras en espirales, haciéndome que todo diera vueltas, con un nudo en el estómago. Unos ojos introduciéndose en mi alma. Un dolor agudo en la cabeza me despertó. Un chico, que debía rondar mi edad, me miraba fijamente con hostilidad. —¿Quién eres? — le pregunté, todavía grogui. —Me llamo Silas. Su aspecto físico me resultaba vagamente familiar. Sus ojos negros como el tizón me atravesaron el alma con odio y los escalofríos eran constantes en mi columna vertebral. Sus rizos rubios eran perfectos. Sus rasgos hermosos se me antojaron petulantes y fríos. — Tal vez te preguntes cuál es el motivo de que estés aquí o de porqué mi odio hacia ti es tan grande si jamás nos hemos visto. — Más bien me preguntaba si eres pariente de alguien a quien conocí hace mucho tiempo — musité inquisidor una vez hube caído en la cuenta. — Alguien a quien conociste y mataste. ¿Eso es lo que quieres decir? Era mi padre — me espetó. — Lo suponía. Eres su viva imagen. Jamás podría olvidar esos penetrantes ojos negros; y los tuyos son idénticos a los de él. Además, estás equivocado: yo no lo maté. Pero no lo dudes por un segundo: si hubiera tenido la ocasión de matarlo yo mismo, lo habría hecho. — No creerías de verdad que alguien tan grande como él podía desaparecer y que los responsables saldrían impunes.


Entonces, apareció Ángela, mi tutora. Aquella que yo sabía tan bien que había sido la mujer a la que Cefas había amado y la que lo había abandonado. — Hola, Óscar — me saludó amablemente, como si estuviésemos en clase y no ocurriese nada extraordinario. — Supongo que no vienes a hablarme de mi progreso en clase. Ella soltó una carcajada seca. — Podría decirte que mejorarías estudiando y yendo más a clase, pero ya veo dónde pasas el tiempo. — Debí habérmelo imaginado. Una persona del Mundo Real, tú. Una persona que parece estar entre dos mundos, tu hijo. Nacido de la unión de un amor entre ambos mundos. ¿A qué habitante del Mundo Oscuro habéis engañado para vengaros de mí? — No hacía falta engañar a nadie. Mucha gente te odia. Todavía hay muchísimos súbditos de Cefas intentando reinsertarse sin éxito. Eso sin contar con aquellos quienes se han puesto en tu contra a raíz de tu nueva y activa participación en el Mundo Oscuro. — ¡Vaya, más enemigos! Creo que no me sorprende — exclamé sarcásticamente. — No eres tan amado y aclamado como crees. — Nunca he creído tal cosa. No hay motivos para que lo fuera. La muerte de tu padre fue una acción de muchos que no soportaban vivir bajo su tiranía. La mayoría de los ciudadanos del Mundo Oscuro participaron en ello. ¿Por qué odiarme a mí? Y que conste que sólo lo pregunto por simple curiosidad — me valí del sarcasmo nuevamente. — Porque fuiste la cara de la revolución. La gente sentía por mi padre un miedo tan inmenso que temblaban sin ni siquiera mirarlo a la cara o dirigirse a él. Hasta que llegaste tú. — ¿Y qué demonios querías que hiciera? ¡Les di esperanzas! Esperaban su oportunidad desde hacía mucho antes de que yo llegase aquí. Se sintieron fuertes y me alegro por ello. Era tu padre o yo. Y no iba a resignarme a morir porque él odiara a los humanos.


— ¡No los odiaba! — me contradijo Ángela —. Fui su único y gran amor. — Hasta que le traicionaste. Por eso odiaba a los humanos. Eso dice mucho de ti: que no le amabas tanto. — Tú hiciste lo mismo — me acusó. — Pero recapacité. — Yo también — me contraatacó. Entonces caí en la cuenta de que ella llevaba razón. Yo había hecho lo mismo que Ángela. ¿En qué me convertía eso? — Le busqué como una loca, metiéndome en los callejones para encontrar un portal abierto. Horas y horas pasé en la calle, esperando con un niño en mi vientre. Pasé años y años buscándole. Lo crié sola. Entonces, años después, me llegan noticias de su muerte. De que había muerto por culpa de un humano, que había encabezado una revolución cuyo trofeo era su cabeza. — Era un fanático obsesivo. — ¡No importa! — gritó ella, agresiva y furiosa. — ¡Sí que importa! Mataba a los humanos residentes en el Mundo Oscuro, aunque no hubiesen hecho nada. ¡Estaba loco! Ambos nos miramos fríamente. — ¿Cómo volviste al Mundo Oscuro entonces? ¿Encontraste finalmente un portal? — pregunté. — No. Pero es una curiosa historia. Y eso tiene que ver con la tercera persona implicada en nuestra unión. Un miembro de tu querida Guardia siguió a uno de los amigos de Cefas que buscaba refugio y cobijo fuera del mundo que lo repudiaba. Sabía de mí, así que me buscó hasta dar conmigo. Tal vez él mismo desee contarte su versión. — ¿Quién es? — Alguien más cercano de lo que crees. Ha estado a tu lado todo este tiempo. Informándonos de todos vuestros actos. Y le vi. Realmente no me sorprendió. Sabía que me odiaba y el sentimiento era


mutuo. Todos en el Mundo Oscuro sabían que él estaba enamorado de Gabriella y que ella estaba enamorada de mí y que su sentimiento era recíproco. Y esa impotencia sería la causa de su traición. Pero no me estaba traicionando sólo a mí. Rus.


24 — ¿Satisfecho con el descubrimiento del círculo misterioso? — me preguntó Rus con aire insolente y desafiante. —Eres un maldito traidor. ¿Qué pensará tu tío Helione de ti? ¿Y las amistades forjadas en La Guardia? ¿Acaso nadie te importa? — ¡Oh, venga! No me vengas con sensiblerías y sentimentalismos, Óscar. — ¡Estás traicionando a los tuyos! — ¿Y quiénes son los míos? ¿Los que te apoyan a ti? ¡No, Óscar! — dijo, ambos quedamos callados; él rompió el silencio —: Sinceramente, jamás pensé en dar la espalda a La Guardia. Mi objetivo estaba fijado, igual que los demás miembros. ¿Quieres saber cómo cambié de idea? — Supongo que me lo vas a contar igualmente, aunque no me importe una mierda. Rus sonrió petulante. — Estaba entrenando en el Bosque Negro cuando vi un sospechoso. Supuse que sería súbdito de Cefas; y no me equivoqué. Le seguí durante horas en el Mundo Real y en plena noche hasta que le vi entrar en casa de Ángela y Silas. Mantuvieron una conversación y la escuché llorar desesperadamente. Acto seguido, llamó a Silas a gritos. Esperé escondido bajo la ventana hasta que decidí hacer acto de presencia. Créeme, estaba dispuesto a matarles a todos con tal de preservar la paz del Mundo Oscuro. Él se puso a la defensiva, protegiendo con su cuerpo a Silas y su madre. Me pidieron una pequeña tregua para contarme una historia que me conmovió y me cabreó a la vez. Y puesto que yo ya te odiaba con toda mi alma, pensé que sería una buena idea ayudarles a comenzar su venganza. Sería más fácil matarte si me unía a ellos. — Sé que me odias por el rechazo de Gabriella — le dije sin pensar; él me lanzó una mirada envenenada —. ¿Pero hasta este punto? ¿Hasta el extremo de traicionar a los tuyos? — Antes me has preguntado por mi tío. ¿Sabes qué? Jamás sabrá la verdad. He ideado un buen plan. Morirás aquí mismo y hoy. Y nadie sabrá nada. Yo no seré, por lo tanto, ningún traidor. Ángela y Silas podrán volver al Mundo Real para seguir llevando


su vida normal, pero con la tranquilidad de saber que el culpable de la muerte de su padre y antiguo novio está donde se merece. Por supuesto, yo seguiré en La Guardia y, al estar tú muerto, tendré vía libre con Gabriella. Podré consolarla, ya sabes. Ya la conseguí en una ocasión cuando la rechazaste, puedo conseguirlo de nuevo. Me ardió la sangre. Sentía rechinar todos los dientes. — ¿Todo esto es por Gabriella? — me costó reprimir un grito de furia. — En parte. Nunca subestimes el poder del despecho. Un hombre se vuelve peligroso al sentirse herido en su orgullo. Y una vez eliminado del mapa, yo seré feliz... al fin. Creo que me lo merezco. No puedo vivir a la sombra durante el resto de mi vida. — Pero has olvidado algo muy importante: las visiones de Same. ¿Qué pensarán los demás? En cuánto se tome la mezcla de hierbas, sus poderes aumentarán. Y los demás no os dejarán en paz. Sabrán que has sido tú. Rus sonrió. Al parecer, ya había pensado en ello. — Silas, por favor. Trae a nuestra invitada. Repentinamente, Silas desapareció y apareció en un abrir y cerrar de ojos. Trajo consigo a Same; amordazada y con las manos atadas a la espalda. Tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas. — No es posible — susurré. — Quien conoce a Same sabe que sus predicciones no siempre aciertan. ¿Y quién va a creerla en una predicción borrosa en la cual no identifica a nadie? Como ves, no he dejado ningún cabo suelto. — ¿Y cómo explicarás la muerte de ambos? Repentinamente, Rus comenzó a reírse como un loco. — Eso es lo mejor de todo, ¡te has adelantado! ¿Quieres saber cómo sucederá? Rus me miró fijamente a los ojos, con la burla pintada en ellos. Estaba saboreando el momento. — Os mataréis el uno al otro. Soltó nuevamente una sonora carcajada.


— ¿No es una idea tremenda? Miré a Same. Parecía completamente resignada y desesperada. Había comenzado a llorar de nuevo. — Nadie se creerá que Same y yo podamos habernos atacado mutuamente. No existe problema alguno entre ella y yo. — ¿Acaso importa? Los demás pueden sacar sus propias conclusiones. Tal vez te cansaste de seguir las inútiles pistas de una vidente que pocas veces acierta. — Suéltala. Y dale la espada. Rompió la cuerda que cubría sus manos con un machete que sacó del bolsillo de su pantalón y desató también los nudos de la cuerda que la tenía amordazada. Después, la empujó fuertemente contra el suelo, golpeándose las rodillas. A su lado, cayó una espada lanzada por Silas. — Lo siento, Óscar. Si te diera un arma a ti también, estaríais en desigualdad de condiciones. Tú eres un experimentado luchador y ella, por el contrario, no. — ¿Realmente crees que nos batiremos a muerte entre nosotros? — le pregunté incrédulo. — No me importa si lo hacéis o no. Acabaréis muertos igualmente. Si no lo hacéis vosotros, lo haré yo. Me muero por hundir mi espada en tu garganta. — ¿Y por qué no lo haces? — le reté. — Demasiado sencillo. Necesito unos buenos preliminares antes del juego final. — Eso no tiene ningún sentido. — ¿Acaso importa? Tú vas a morir, ella va a morir. Y nadie más sabrá que nosotros tres estuvimos implicados. Entonces se oyó una voz. Sólo la había escuchado un día, pero era suficiente. Amor. — Yo lo sabría — dijo ella. Tras ella aparecieron Coris y Lluvia —: Y ellos también.


25 — ¿Eres la famosa bruja que tanto poder tiene? — preguntó Silas. — La misma — contestó ella, levantando la cabeza con orgullo. — Existen docenas de rumores sobre ti. Que podrías gobernar el Mundo Oscuro si quisieras gracias a la magia negra. Amor soltó una sonora pero breve carcajada. — Tengo entendido que no hiciste nada en contra de mi padre. — Permanecí neutral. No significa que estuviera a favor del mal que hizo. — ¿Por qué permanecer neutral si sus actos no eran de vuestro agrado? Yo me hice la misma pregunta. Vi cómo Coris y Lluvia se miraban de reojo. Ellos no habían participado en aquella guerra porque su tribu era pacífica y no poseía guerreros ni poder. Pero Amor era, probablemente, la persona más poderosa del Mundo Oscuro. Ella no tenía porqué temer a nadie. Enseguida, desconfié de Amor. Y no tardé en comprender el motivo por el que no solía ir mucha gente a visitarla. Qué tipo de precios había siempre que pagar por su ayuda. El misterio siempre la envolvía. — Lo cierto es...que no tengo respuesta para eso. Me pareció que sus ojos, al igual que su sonrisa, se congelaban. Comprendí, al momento, que estaba mintiendo. Aunque no podía imaginar el porqué. — Eso sí que es extraño — coincidió conmigo Rus. — Silas, nada bueno puede salir de aquí si matas a Óscar. Entiendo que deseas venganza por la muerte de tu padre. Pero él no tiene la culpa de que tu padre enloqueciera y se volviese un completo desequilibrado. Todos los habitantes del Mundo Oscuro se echarán sobre ti y tu madre si perturbáis la paz que hay en estos momentos. Cefas era más temido que tú y tenía a sus pies a un ejército poderoso, numeroso y fiel. Y aun así fue vencido. ¿Quieres que a tu madre y a ti os pase lo mismo? ¿No sería mejor que volvierais al Mundo Real y a vuestra rutina?


Ángela pasó su mirada dubitativa de Amor a mí y viceversa. Aquella idea parecía agradarla más que seguir con el plan de venganza. Al fin y al cabo, ella tuvo la culpa de la locura de Cefas. Y tan sólo era una profesora de universidad. — No. Querida Amor, con magia o sin ella, el plan seguirá — dijo Rus. — ¿Por qué? ¿Por qué seguir con esto? ¡Gabriella no te ama, Rus! ¡Ni lo hará jamás! — exclamé, lleno de furia. Same se agazapó detrás de mí a la vez que veíamos a Rus correr rápidamente hacia nosotros, abalanzándose rápidamente, con los ojos inyectados en sangre. A él no le importaba la venganza de Silas y Ángela. Lo único que deseaba era verme muerto. Por desgracia para mí, él era mucho mejor luchador que yo; ya que, como Gabriella, se había criado desde pequeño rodeado de guerreros y armas. Otro motivo para estar en La Guardia, no sólo por ser el sobrino de Helione. — ¡Échate a un lado! — susurré a Same segundos antes de que Rus impactara fuertemente contra mí y ambos cayéramos de cruces. Sentí crujir mis costillas. Mi cabeza colisionó contra el suelo. Me quedé desconcertado y aturdido. Mi primera reacción fue palpar mi nuca en busca de sangre; pero Rus no me lo permitió. Quedé boca arriba, justo debajo de él. De esa forma, yo estaba en clara desventaja. Aplastó mi brazo y mi mano derechos con su pierna y presionó con fuerza para mantenerme inmovilizado. Sólo necesitó su mano derecha para inmovilizarme la otra mano. No me podía mover. Era imposible. Sin olvidar que todavía me sentía aturdido por el golpe en mi cabeza. Entonces, con la mano que tenía libre, sacó una daga de su bota derecha. — Tantas veces he soñado con este momento... — me susurró Rus, regodeándose, mientras pasaba la afilada punta por mi mejilla. — No lo hagas, Rus, por favor — supliqué, intentando hacerle entrar en razón —. Matarme no va a solucionar tus problemas. — Oh, sí que lo harán. La idea de verte muerto me ha mantenido en vela durante noches. Tantas veces me he imaginado las mil formas en que podría matarte y... … y pum.


Rus cayó desplomado e inconsciente sobre mí. No necesité ni tres segundos para entender que no estaba muerto. Frente a mí vislumbré a Same, fatigada y desesperada, con un desmesurado pedrusco comparado con sus delicadas manos. Acto seguido, la soltó y cayó pesadamente al suelo. Podía verse claramente un reguero de sangre. Ella me ayudó a mover a Rus y apartarlo a un lado. Cuando me levanté vi a Lluvia y Coris reteniendo a Ángela sin mucho esfuerzo.; y éste último se debatía entre ayudar o no a Amor, que parecía tener bajo control a Silas. No sabía qué poderes poseía Amor exactamente. Si no lo hubiese querido matar, no tendría porqué hacerlo. Pero seguramente existía la posibilidad de reducirlo, dejarlo inconsciente o simplemente aturdido, tal vez, ciego momentáneamente. Sin embargo, se limitó a mirarle fijamente a los ojos y dejarle escapar como alma que lleva el diablo, hasta colarse por una pequeña abertura en una roca. No era un agujero natural, sino que se abrió con un halo de luz morada. No parecía un portal cualquiera como los que usábamos diariamente, sino uno hecho con magia negra. Quizás la clase de magia que dominaba Amor. Tardé varios segundos en asimilar la situación. Cuando mi cerebro entendió que Silas se escapaba, mi acto reflejo fue correr tras él, pero en vano. Choqué contra la roca, que no se abrió a mi paso. Desesperado y frustrado, golpeé la dura superficie con mis puños hasta sangrar por pura rabia. Cuando me di la vuelta para encarar la situación, Amor permanecía en el suelo, hecha un ovillo, con las manos ocultando su fino y delicado rostro. Coris y Lluvia parecían haberse tornado de piedra. Lluvia todavía vigilaba a Ángela, que seguía acurrucada e indefensa en el suelo. Ambos hermanos tenían el rostro pálido; miraban fijamente a Amor, como si aquella persona no se tratara más que de una completa desconocida. Se sentían incapaces de asimilar la situación, al igual que yo. Same también parecía un poco desubicada. Aquel pintoresco cuadro de personas inmóviles sólo se rompió cuando yo, sin ser siquiera consciente de ello, proferí un grito desgarrador con el que sentí que se me rajaba la garganta.


26 — Maldita sea, Amor. ¡Estás en nuestra contra! — grité furioso. Coris y Lluvia se miraron entristecidos. No podían creer aquella traición. Y, por algún motivo, a mí no me sorprendió en absoluto. — ¡No lo entendéis! — gritó. Las lágrimas inundaban sus ojos. — Lo que entiendo es que podrías haberle matado. O al menos no haberle ayudado escapar. Te lo pusimos en bandeja y has tirado a la basura la ocasión perfecta. ¿A qué ha venido eso? — ¡No puedo matarle! — gritó ella, desesperada. Se levantó del suelo. — Dame un sólo motivo por el que no debería matarte aquí y ahora. Lo siento por Coris y Lluvia, pues sé el gran afecto que te tienen, pero lo haré si es lo correcto. Y a ellos también — mascullé, dirigiéndome a Ángela y Rus. Éste último, seguía inconsciente en el suelo, rodeado de sangre a causa del impacto provocado por Same. Por un momento me pregunté si no habría muerto después de todo. — Hice una promesa — susurró abatida. Ahí estaban esas palabras. Las malditas palabras que odiaba más que nada en aquel mundo. En el Mundo Real la gente mentía, incluso habiéndolo prometido. Las promesas no llevaban consigo implícito el honor. No podía decir de aquello que nos hiciese honrosos a los humanos del Mundo Real, pero no había nada más frustrante que descubrir que un habitante del Mundo Oscuro había dado su palabra sobre un tema que necesitaba ser resuelto y que, aquel juramento, impedía dicha meta. Nada más dolorosamente desgarrador. — ¿Por qué? — pregunté, sabiendo que no me gustaría lo que oyera pero que, irremediablemente, necesitaba saber esa información. — Porque Cefas era mi hermano por parte de padre.


Suspiré afligido. Coris puso mala cara y Lluvia abrió los ojos como platos ante aquel bombazo. — ¿Prometiste no matar al hijo de Cefas? ¿Cuándo? ¿Cómo sabías de su existencia? — pregunté aturullado. — No, no fue así. Ocurrió cuando Cefas y yo éramos tan sólo unos niños. >Como cualquier maga, mis poderes llegaron con la inocencia de los juegos infantiles. Podía hacer crecer a las flores en pleno invierno, rodeadas de nieve. Crear de la nada diminutos copos en el más caluroso de los veranos. Formar pequeños remolinos de aire, que arrastraban a su paso el aire y las hojas del suelo. Originar llamas desgajando el calor corporal de las palmas de mis manos... >Al principio, se trataba de un juego. Conforme crecí, mis poderes lo hicieron conmigo. Más de un accidente provoqué en la convivencia familiar. Cefas y yo éramos hermanos por parte de padre únicamente. Su madre había muerto al alumbrarle a él y nuestro padre había contraído matrimonio con mi madre para que Cefas tuviera un referente materno. Al menos, eso nos dijo siempre él. Sin embargo, cuando cumplí tres años, mi madre murió. Por lo tanto, los tres debimos convivir juntos durante muchos años hasta el día de la gran tragedia. Mi pasión por los libros de magia no cesaba y mis conocimientos llegaron a la magia negra. Gracias a mis poderes, con nueve años, pude descubrir una cueva en la cual nuestro padre trabajaba haciendo experimentos. Allí encontré varios cadáveres. Quise saber a quién pertenecían y para ello trabajé muy duro durante varias semanas hasta crear un hechizo, el cual consistía en devolver a los cadáveres el aspecto que poseían justo antes de morir. Cuando concluí con mi empeño, descubrí que uno de ellos pertenecía a mi madre. También reconocí a la madre de Cefas gracias a una foto. Volví a casa y me escondí en mi habitación, completamente desolada y aterrada. No sabía cómo actuar. Decidí que la mejor solución sería contárselo todo a Cefas; él era mi hermano mayor y pensé que su criterio sería mejor que el mío. Incluso aunque aquello supusiera revelarle mis poderes. >Cuán equivocada estaba. No sólo no me creyó, sino que fue corriendo a contárselo a nuestro padre. Él, al ver que le había descubierto, intentó matarme a escondidas de Cefas, y me arrastró a la misma cueva donde guardaba todos aquellos cadáveres. No le


di tiempo a darme una explicación; tampoco creo que me la hubiese dado, puesto que su intención era eliminarme del mapa. Como os he dicho, mis conocimientos sobre magia eran muy extensos y ya había aprendido muchos hechizos con los que podía jugar con la vida y la muerte. Le maté, por supuesto. Era él o yo. Y preferí vivir. Lancé sobre él un conjuro que le convirtió en polvo al instante. Supuse que era inevitable descubrirle a Cefas la verdad. Él no podía creerlo, así que le enseñé la cueva. Aun así, no se creyó mi versión. Él siempre me odió por aquello y nunca tuvimos una buena relación. Él siguió su camino y yo el mío, no sin antes hacerme prometerle que no mataría a ningún miembro de nuestra familia. Ni siquiera a él mismo. Óscar, querías saber el motivo de porqué una maga tan poderosa no formó parte de la batalla contra Cefas; ahora ya lo sabes. No participé porque prometí no herirle y no he matado a su hijo porque forma parte de su familia. — ¿Qué podemos hacer, pues? — inquirió Coris. — Podéis matarle. Yo crearé un hechizo para tu espada, Óscar. Uno muy potente con el que nada ni nadie podrá. Su espada no podrá hacer nada frente a la tuya, lo prometo. Amor me miró con ojos suplicantes. Pero Ángela despertó de su letargo y comenzó a gritar: — No, por favor. ¡No matéis a mi niño! Os prometo que volveremos al Mundo Real. Seguiremos con nuestra rutina. Por favor. Esto ha llegado demasiado lejos. — ¿Y si los mandamos al Mundo Real sin recuerdos? — sugirió Same —. Al fin y al cabo, es lo que te hicieron a ti. — Acabó recordando — suspiró Amor —. Es demasiado arriesgado. — Os lo suplico, por favor — lloriqueó Ángela. — ¿Qué vamos a hacer con Rus? — preguntó Coris —. A Helione se le partirá el corazón. Su querido sobrino convertido en un traidor. — Me duele decir esto, pero a Gabriella también le dolerá — susurré yo. — Bueno, Same — comentó Amor con sorna —, supongo que ya no hace falta que te tomes la poción de hierbas que iba a preparar para ti.


— No, ya no hace falta — contestó ella, aturdida por la broma de la poderosa maga. — ¿Qué hacemos entonces? — inquirió Lluvia. — Ángela, lo siento mucho — habló Amor —. Pero tu hijo debe morir. Supone una amenaza para ambos mundos. — ¡No! ¡No, por favor! Él es lo único que tengo. — ¿Acaso tú le importas a él? ¡Ha huido sin ti! — espetó Amor, indignada. — ¡Porque era la mejor opción! — gritó ella, desesperada. — Entiendo que el amor de una madre es inamovible. Pero que tu hijo te haya dejado en la estacada es imperdonable. Si te quisiera de verdad no te habría abandonado. Ante estas palabras, Ángela hizo ademán de contestar, pero no supo encontrar las palabras adecuadas y optó por bajar la mirada al suelo, humillada. — Afirmas que la mejor opción es matarlo — comencé a decir yo —. Sin embargo, tú no lo has hecho. No me puedo fiar de ti. — Te prometo que le quiero ver muerto. Mis promesas son férreas e inamovibles. Nadie más que yo desea que todo esto acabe. Parece una maldición dispuesta a arruinarme. Es como si mi padre se estuviese vengando de mí desde donde quiera que esté. Primero intenta matarme él; más tarde, mi hermano se vuelve jodidamente loco de remate por dominar el Mundo Oscuro y mi sobrino se envuelve a sí mismo en la absurda idea de una venganza por una acción que fue más que justa. Como tentándome a sobrepasar esa delicada línea entre el bien y el mal y quedarme para siempre en la segunda. Pude ver lágrimas en los ojos de Amor. Luego, continuó: — No pretendo ahora convencerte de que soy la mejor persona del mundo. No lo soy, mi reputación es otra diferente y con motivo... pero te aseguro que no soy la malvada bruja del cuento que intenta envenenar a nadie con una manzana, ni he colocado una rueca para que quien se pinche se mantenga dormido durante años a la espera de un beso, ni le he robado a nadie su voz para que impedir que se reivindicarse o que revelara sus sentimientos, tanto da.


Entonces, se acercó a mí lentamente mirando mi espada. La sujetó fuertemente por la empuñadura y la desenvainó. Con la otra mano sujetó la punta, rozándole el filo en la piel. Amor cerró los ojos para concentrarse y, procedente de las palmas de sus manos, emergió una luz etérea y blanquecina que envolvió la espada. Apenas pasaron unos segundos cuando la maga abrió los ojos y me entregó mi arma nuevamente. Ella me dedicó una sonrisa complacida y aliviada. — Ya sabes lo que tienes que hacer — me animó —. Yo no puedo, pero los demás sí. Coris y Lluvia te acompañarán nuevamente, así como todos los demás. Salva al Mundo Oscuro otra vez, Óscar. En estos años, creo que ha quedado bastante claro cuál es tu misión en la vida. Ser nuestro protector. Los hermanos de la tribu Setwa me miraron y, tras una última mirada de agradecimiento a Amor, hicieron ademán de marcharse. Debíamos poner rumbo al castillo de Salvius para reunirnos con todos nuevamente. Yo estaba a punto de hacer lo mismo, cuando un pequeño e insignificante recuerdo vino a mi mente: — ¿Por qué te llamas Amor? — ¿Perdón? — ella no comprendió la importancia de aquella pregunta. — Bruno me preguntó que porqué te llamas Amor, que le resultaba excesivamente extraño. — Me lo puso mi padre, por lo que sé. Porque el amor le unió a mi madre y de la misma forma, cuando yo nací, el amor entre ellos creció. — Vaya ironía — me quejé, irónico. — Sí, una ironía jodidamente estúpida.


27 Era ya entrada la noche cuando nos reunimos nuevamente en el castillo de Salvius para determinar cómo se encontraba la situación. Apresados llevamos a Ángela y Rus. Nadie la conocía a ella ni jamás la habían visto, pero todos quedaron atónitos cuando descubrieron la traición de Rus. Nos debatimos durante horas entre si apresurarnos o no a contarle a Helione lo sucedido. Se sentiría como si le hubiesen arrancado el alma. Rus todavía seguía inconsciente cuando lo trasladamos a una cama para curarlo y, acto seguido, para atarlo de pies y manos para que no pudiera escapar. A Ángela no fue necesario. Se la veía tan despavorida y temerosa, que no pudimos dudar de ella. No era difícil ver el esfuerzo que le suponía permanecer allí, rodeada de extraños y enemigos que hablaban de cuál era la mejor forma de matar a su hijo. Como un pez fuera del agua. La decisión de avisar al resto de La Guardia se tomó mediante votación popular. Quelthar y Salvius fueron los encargados de aislar a Helione a una sala aparte, lejos de todos nosotros, para darle tan fatal noticia. Oímos un grito desgarrador proveniente de su garganta. Salió de la habitación enfurecido, con el rostro crispado y descompuesto entre lágrimas de angustia y los labios temblorosos. — ¡Maldito traidor! — bramó encolerizado —. ¿Dónde está? ¿Dónde le retenéis? ¡Quiero verle! Quelthar y Salvius nos dirigieron una mirada que lo evidenciaba todo, mientras lo dirigían por el largo pasillo de paredes desnudas que conducían a la sala donde Rus se hallaba maniatado. Oímos cómo cerraban la puerta; sin embargo, los gritos de Helione traspasaban los delgados muros. — ¿Cómo has podido? ¡Has traicionado a tu gente! ¡A mí! ¡Soy sangre de tu sangre! Me imaginé a Rus, con su mirada petulante y desafiante y a Helione, quien le gritaba a la cara, a tan sólo unos centímetros de él, con la furia y la decepción en sus ojos vidriosos. Me pregunté si así sería cómo le estaría viendo.


Bruno contemplaba la luna, completamente llena y resplandeciente, a través de uno de los cientos de cristales del castillo. Me senté a su lado, sobre uno de los cojines bordados de Salvius. Bruno tenía el semblante pensativo y no hizo movimiento alguno ante mi presencia. Adoraba esas noches tranquilas desprovistas de ruido donde sólo predominaba la luz del flexo verde de mi escritorio, mi música favorita sonando, absorbiéndome con sus potentes letras y yo escribiendo y dibujando las locuras que escondía mi mente. Entonces, mi mejor amigo del Mundo Real me miró con una sonrisa impasible y dijo: — No llevamos mucho tiempo aquí, pero siento a mi familia tan lejana.... la universidad, nuestros compañeros, nuestros amigos… — Sí, sé exactamente lo que quieres decir. Aquí parece que perdemos la noción del tiempo. Es por eso que los fines de semana emocionantes en los cuales me escapaba junto a Gabriella me parecían segundos. Y cuando pasé mi primera estancia aquí, cuando huía de Cefas y antes de que me devolvieran al Mundo Real sin recuerdos, los meses junto a Gabriella, me parecieron un suspiro, apenas unos días. — ¿Entonces siempre es así? Una excitante sensación de que formamos parte de un videojuego, integrados en un mundo de película que parece irreal. Siento lejana la familia y los amigos, como nunca jamás fuese a verlos y... — se interrumpió a sí mismo abruptamente y luego prosiguió —: No sé muy bien cómo explicarlo. — Descuida, conozco perfectamente la situación. — Pero... ¿lo llevas bien? ¿La situación? ¿Te resulta soportable? — Sí, quiero decir… — dijo dubitativo —… esta situación tiene una tesitura en la que jamás me he visto envuelto — ambos pusimos los ojos en blanco ante la evidencia —, pero lo llevo bien. Le puse la mano en el hombro, dándole una pequeña sacudida y acabamos fundiéndonos en un sincero abrazo de una amistad que perduraría para siempre.


La misión de la búsqueda de las plantas y flores cuya intención servía para crear la poción que ayudaría a Same a mejorar sus visiones había sido completamente en vano. Finalmente, nuestros tres enemigos – mejor dicho, mis tres enemigos – habían hecho acto de presencia sin necesidad de buscarlos siquiera. Al menos, de toda esta situación habíamos logrado capturar a Ángela y a Rus, de quien éste segundo no teníamos idea alguna de cuál sería su destino final. Respecto a Ángela decidimos mandarla de vuelta al Mundo Real sin sus recuerdos cuando todo acabara y que un habitante del Mundo Oscuro la vigilara por si recuperaba sus recuerdos y, en caso de sospecha, llevarla de vuelta al castillo para que Salvius la hechizase de nuevo. Con Silas, quien permanecía en paradero desconocido, lo teníamos más claro: debía morir, al igual que su padre. Tras aquel intenso día donde el misterio de los potenciales asesinos acababa resulto, necesitábamos urdir un nuevo plan ante la situación. Silas andaba suelto y organizaríamos una partida de búsqueda que comenzaría el día siguiente. Gabriella y yo nos dirigimos hacia una de las habitaciones. Nos acostamos en la mullida cama de sábanas color beige. Apoyé la espada en el flanco de la cabecera de madera, en el lado de Gabriella. Lo que desconocíamos en ese momento era el urdido plan de ataque que no habíamos previsto contra el castillo de Salvius y, concretamente, contra mí. Un muchacho con la rabia y la humillación en los ojos que no se había dado por vencido y cuyo sentimiento le había hecho hacerse a sí mismo una promesa de venganza. Se hallaba solo y no sabía qué punto alcanzaba sus conocimientos sobre el Mundo Oscuro, pero el castillo del mago era uno de los lugares más famosos de él. Una figura oscura y solitaria se había deslizado sigilosamente hacia nosotros, sorteando todas las salvaguardas del castillo. Un violento zarandeo me despertó y me encontré un individuo apostado sobre mí. Tal vez en su mente deseaba que presenciara mi propia muerte, que acabar con mi vida mientras me encontraba en el mundo de los sueños hubiese sido una victoria demasiado fácil. Entonces recordé a Gabriella y eché un vistazo a mi flanco izquierdo donde la encontré despierta, amordazada para impedirle que gritase y con cada una de sus manos sujetas al cabecero de la cama. El forcejeo me obligó a hincar una de mis rodillas sobre la cama, al igual que él. Con la otra pierna intenté sostenerme como pude para que Silas no cayese sobre mí de


nuevo. Nos desplomamos sobre Gabriella, aplastándola, quien seguía debatiéndose contra sí misma para liberarse de sus ataduras. Silas y yo rodamos hacia el suelo, tras cual impacto sentí mis huesos colisionar contra el frío y duro azulejo. Silas me tenía agarrado y a su completa merced, apresándome entre sus brazos y privándome de cualquier movimiento. Intenté librarme de la presión que ejercía sobre mí, pero no encontraba la manera. Sentía que me ahogaba, no podía respirar. Aquella presión me dejaba sin aliento, literalmente. Gabriella nos miraba impotente. Ella también necesitaba ayuda. Su mano derecha seguía férreamente sujeta al cabecero de la cama, inmovilizándole todo el brazo. Sin embargo, el nudo de la otra perdía fuerza. Gabriella consiguió desasir una de sus manos del cabecero. A su lado de la cama, se encontraba mi espada. Entonces, una bombilla iluminó mi mente vacía. A situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Ya había actuado como un loco en una ocasión y podría hacer lo mismo. Ya había recibido un cuchillazo una vez para acabar con Cefas. Para conseguir que se rompiera una promesa. Para matar a su hijo, podría arriesgarme de nuevo. Clavé mi mirada fijamente en la de Gabriella, que supo al instante que me urgía su atención. Levanté la barbilla levemente y giré la cabeza hacia la derecha y atrás. Captó la indirecta al instante y echó un vistazo a su espalda y, seguidamente, a la espada. Ella me miró confundida, sin entender nada. Yo sentía cómo se me iban las fuerzas, cada vez más y más lejano. Entonces bajé mi mirada hacia mi hombro y Gabriella, al comprender, sacudió la cabeza a modo de negativa. ¡Maldita sea! Necesitaba una actuación rápida por parte de ella. Las fuerzas me abandonaban a marchas forzadas y Gabriella se negaba a colaborar con la única solución que parecía posible. Susurré sin palabras un por favor. Entonces, noté cómo a ella le temblaba el labio y los ojos se le nublaban como consecuencia de las lágrimas. Negó imperceptiblemente con la cabeza, pero resignada. Estaba dispuesta a seguir mi plan, a pesar de todo. Rompería su promesa de no herirme o dejar que otros lo hicieran. Pero, nuevamente, esa arriesgada solución nos salvaría la vida a ambos.


No sabría explicar con exactitud el dolor que sentí cuando mi propia espada, en manos de Gabriella, una vez hubo liberado su mano, me atravesó el hombro y, anteriormente, el hombro de Silas. No se trataba el mismo grado de profundidad, ya que a él el golpe le llegó antes que a mí y a él le atravesó por completo mientras que a mí no. Al menos, eso creía. Ambos caímos en sendos lados contrarios, sintiendo como la sangre se extendía fuera de nuestros cuerpos. Sin embargo, yo me habría hecho una promesa a mí mismo, un juramento interior: matar a Silas para compensar que no lo hice con su padre. Con mi mano izquierda tomé de manos de Gabriella la espada manchada de nuestra sangre, entremezclada en el metal. No sé si fue Dios, el karma, la vida, el universo o qué poder superior me dio las fuerzas necesarias para empuñar la espada y acercarme a mi enemigo, mirarle fijamente a sus ojos suplicantes mientras la boca se le llenaba de sangre. Tampoco sé qué dolor sintió él cuando mi espada, repleta del poder de Amor, penetró en su carne por segunda vez, arrebatándole la vida en el camino.

Me di la vuelta, cayendo rendido al suelo, justo para ver entre borrones cómo Gabriella conseguía soltar su mano apresada y abalanzarse sobre mí a la vez que veía cómo Helione clavaba su espada en el pecho de Rus. En aquel momento ni se me pasó por la cabeza cómo demonios Rus había podido escapar al estar atado de pies y manos en una cama, aunque bien podría haber sido Silas antes de entrar a mi habitación. La sangre le manaba a borbotones. Escupía sangre también. Rus tenía los ojos inyectados en sangre, fijos en Helione. — Prometiste protegerme — jadeó Rus. — Y también prometí ser fiel a La Guardia. Prefiero ser noble a mis principios y a mi moral antes que a un traidor; sea o no sangre de mi sangre. Tu madre me lo perdonará allá donde esté.


EPÍLOGO La lista de invitados a nuestra boda se compuso de los miembros de La Guardia, la cual seguía en pie para seguir con su cometido. La lucha contra el repudio de quienes se declararon neutrales en la contienda contra Cefas fue aminorando progresivamente con el tiempo hasta desaparecer. Cuando Elzik finalizó su instrucción como aprendiz de mago con Salvius, dejó su castillo y pasó el resto de su vida con Lluvia. Bruno, de igual forma que yo, pasó a ser también parte del Mundo Oscuro. Zimbarella y él compaginaron su vida en el Mundo Real y en el Mundo Oscuro, tal y como Gabriella y yo lo hacíamos. Nora volvió al palacio de Amor, del que juró no salir para no despedirse del lujo que la rodeaba allí. Ni ella, ni su ama ni ninguna de sus otras súbditas. Mateo y Arturo no se enteraron de nuestra doble vida secreta y Bruno y yo prometimos no hacerlo bajo cualquier circunstancia. Ángela nunca recuperó su memoria, jamás recordó que el Mundo Oscuro existía, ni que tuvo un hijo ni que estuvo enamorado de un tipo llamado Cefas. Helione no volvió a ser el mismo tras haber asesinado a su sobrino con sus propias manos. Sashian logró resolver los problemas con los fantasmas de su pasado, pero esa ya es otra historia. Same volvió a aislarse del resto del mundo, pero Salvius nos confesó que lo visitaba frecuentemente en busca de ayuda. La boda fue lo más sencilla y romántica que pudo ser. Las miles de cavilaciones y meditaciones de Gabriella sobre la celebración no sirvieron para nada. Ella misma había ignorado sus propias ideas. Gabriella resplandecía con su sola belleza. Estaba simplemente preciosa con un vestido blanco de tirantes y una corona de flores sobre sus hermosos rizos. No había velo, ni sedas, ni encajes. Yo iba ataviado con una sencilla camiseta blanca de algodón y unos pantalones vaqueros oscuros llenos de rotos. Los pocos invitados se sentaron en la arena, frente al lugar que, simbólicamente, representaba la tumba de Wizha. Nada de rituales, ni altar, ni pétalos, ni el tener que llevar algo prestado, o azul, o viejo.... Sólo Gabriella y yo prometiéndonos un amor eterno que perduraría para siempre.


LISTA DE PERSONAJES POR ORDEN ALFABÉTICO Amor: bruja poderosa del Mundo Oscuro. Ana: compañera de clase de Óscar. Se la menciona en el primer libro. Ángela: tutora y profesora de Óscar en la universidad. Arturo: amigo humano de Óscar. El “Coletilla”. Bolth: miembro de La Guardia. Bruno: el mejor amigo humano de Óscar. El “Rastitas”. Cefas: antagonista principal del anterior libro, en el cual fallece. Coris: integrante de la tribu Setwa en el Mundo Oscuro. Hermano de Lluvia. Eli: súbdita de Amor. Elzik: el mejor amigo de Óscar en el Mundo Oscuro. Protagonista secundario. Esmeralda: antigua novia de Óscar. Aparece en el primer libro. Fizko: chico integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Miembro de La Guardia. Gabriella: compañera de vida de Óscar. Protagonista de la historia, junto a él. Gilde: un guerrero del mundo oscuro. Es aquel que susurra algo a Quelthar antes de la batalla y luego se mezcla con el resto de la gente. Helione: hombre integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Miembro de La Guardia. Tío de Rus. Julia: animadora de fútbol. Aparece brevemente en el primer libro. Kuyr: amiga de infancia de Gabriella. Lara: súbdita de Amor. Lluvia: integrante de la tribu Setwa en el Mundo Oscuro. Hermana de Coris. Mara: súbdita de Amor. María Elena: madre de Óscar. Mateo: amigo humano de Óscar. El “Ricitos”.


Nora: súbdita de Amor. Óscar: protagonista indiscutible de la trilogía. Narrador de la historia. Quelthar: amigo de Óscar. Protagonista secundario. Rickpa: es el encargado de hacer guardia mientras todos duermen en la cueva, la noche que Óscar se encuentra con Gabriella al volver al mundo oscuro. Miembro de La Guardia. Rosario: antigua novia de Óscar. Aparece en el primer libro. Rus: miembro de La Guardia. Sobrino de Helione. Salvius: es el mago principal de la historia. En el anterior, nadie se refiere a él de esa manera, porque casi nadie sabe su nombre. Habitante del mundo oscuro. Encargado de abrir y cerrar los portales. Same: bruja novata del Mundo Oscuro. Antigua alumna del mago. Sergio: padre de Óscar. Shasian: mujer integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Silas: hijo de Cefas y antagonista de esta segunda entrega de la trilogía. Susana: hermana pequeña de Óscar. Wizha: la segunda madre de Óscar. Fallecida en el primer libro. Zimbarella: amiga de Óscar.


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