E.T. SE EMPEÑA EN ENSEÑARNOS ASERTIVIDAD
Hace unos años escribí Diario terapéutico de un extraterrestre, un libro en el que un extraterrestre llamado E.T. visita la Tierra para realizar una investigación sobre la especie humana. Después de pasar por la consulta de un psicólogo comprende que nunca llegará a entender a esta especie hasta que no sea uno de ellos, de manera que en cada sesión se va transformando en un humano distinto en función de la problemática típica de su edad. Hubo un capítulo que descarté después de que algunas personas así me lo aconsejaran, y no me arrepiento de haberlo hecho, pero como todos llevamos mal que nos convoquen para una reunión si luego no van a permitirnos participar, he decido incluirlo en esta ocasión. Aquí lo tienes… … Llaman a la puerta, ya ha llegado. Me encanta la novedad que me aporta esta terapia con un extraterrestre, no sé si voy a tener que trabajar con un actor porno que tiene problemas de comunicación con su compañera de reparto, o con una anciana deprimida por haberle sido infiel a su marido, veamos a quién me encuentro hoy. No me ha defraudado, esta vez E.T. se ha transformado en una monja.
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—— Hola hermana, pase por favor. —— Gracias hijo, en estos tiempos cuesta trabajo encontrar gente tan amable. —— Me ha alegrado su visita, estaba impaciente por saber a quién me iba a encontrar hoy. —— Pues aquí me tiene. Los caminos del señor son inescrutables, espero poderle ayudar. —— Deme un segundo para recomponerme y hacerme una idea de su nueva metamorfosis. La verdad es que me está viniendo muy bien trabajar contigo, con usted, para entrenar mi cerebro en adaptabilidad. Justo antes de que le abriese la puerta pensaba que podía tener problemas con su pene juguetón. —— Madre del amor hermoso, pero hijo ¿cómo puedes hablar así a una monja? —— Perdone hermana, ya le he dicho que necesito algo de tiempo. Pero no me negará que cuando me visitó siendo adolescente estaba inquieto por descubrir qué se escondía bajo la ropa del prójimo. —— Es un descarado. No se lo tendré en cuenta, ya que debe de estar enfermo o poseído. —— Venga hermana, no se ponga así. Usted misma me habló de lo que le gustaba las chiquillas, ¿eh picarona? —— Su vulgaridad me incomoda terriblemente. Yo solo he venido a pedirle una ayuda para la parroquia, pero de alguien tan soez como usted no se puede esperar atisbo de generosidad. —— No se vaya hermana, espere un segundo que llaman al timbre. Esta vez se ha metido profundamente en su personaje, qué señora.
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—— Hola. —— Hola. —— ¿En qué puedo ayudarla? —— Cuando digo no, me siento culpable. —— Pues diga sí. —— Entonces me siento despreciable. —— Quizás le vendría bien hacer una terapia para por lo menos aclarar si quiere decir no, o sí. —— Tiene razón, por eso estoy aquí. —— Está en lo cierto en que soy terapeuta, pero necesita pedir cita con antelación para que pueda atenderla. Lo lamento pero ahora estoy ocupado. —— Emm vale, hasta luego. —— Qué situación tan extraña, no entiendo cómo ha podido conseguir mi dirección. En fin, sigamos con la hermana extraterrestre. —— Perdone hermana por la interrupción pero… (llaman al timbre de nuevo). Perdone otra vez, se han debido de volver a equivocar. Deme un segundo. —— ¡Otra vez usted! Ya le he dicho que no podía atenderla. Tome una tarjeta y llámeme para pedir cita. —— Lo siento mucho de verdad, le prometo que no quiero molestar, pero es que yo ya tenía cita. —— No, usted no tenía cita, estoy seguro. —— Perdóneme, me he debido de equivocar entonces. —— Eso parece. Antes de que cierre la puerta, ¿está segura de que no quiere decirme nada más?
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—— No. Bueno sí. Bueno no. La verdad es que sí. —— Hágame el favor de no dar más vueltas y dígame qué le preocupa. —— Sé que hoy teníamos cita. —— ¿Pero no me acaba de decir ahora mismo que no? —— Yo sabía que sí, pero no quería molestarle. —— Eso es imposible, ni siquiera la conozco. —— ¡Pero cómo no me va a conocer doctor Pez! —— ¡Ay mi madre, que es una monja de verdad! Acompáñame, que ha habido un malentendido.
Perdóneme hermana, la había confundido con esta mujer.
—— Claro, somos clavaditas. No importa, yo ya me iba. Le recomiendo que se ponga en manos de un psiquiatra, está usted muy sucio. —— Así lo haré hermana, descuide. Que tenga un buen día. —— ¿E.T. sería posible que me mandases un e-mail o un sms el día de la consulta avisándome de la forma humana de que vas a presentar? Me veo un día haciendo terapia a mi portera pensando que eres tú. —— A su portera no creo… —— No entiendo. —— Mejor que lo dejemos pasar. En nuestra última sesión le cuento la estrecha relación que se estableció entre su portera y yo. —— Bien, ya me contarás. E.T., ¿puedes tutearme por favor? Sabes que desde que nos conocemos a veces nos tuteamos y a veces, para llamar la atención del otro, nos tratamos de usted, pero desde que nos hemos encontrado hoy te diriges a mí de usted.
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—— Es por no molestar, igual piensa que soy una maleducada. —— Y si me hablas siempre de usted igual pienso que eres una estirada. Viéndolo así, no tienes salida, puedo pensar mal de ti en ambos casos. —— ¡No me diga eso hombre! —— Dejemos este asunto de momento y empecemos desde el principio. La última vez que nos vimos te importaba bastante poco lo que otras personas pensaran de ti, ¿qué ha cambiado? —— Ya se lo he dicho, cuando digo no me siento culpable. Es una tortura. Durante mi vida he recibido una educación basada en no destacar, no molestar al otro, hacer la vida fácil a los demás, mantener la compostura en todo momento e intentar por todos los medios huir de la crítica. Todo para no ser rechazada y poder obtener la protección de un grupo. —— ¿Por qué está siendo esa educación una tortura en tu caso? —— ¿Que por qué está siendo una tortura? Usted no sabe lo que es tener que tomarse un plato de alcachofas porque no te atreves a decir que no te gustan. Usted no sabe lo que es tener que reír algunos comentarios que no te hacen ninguna gracia. No sabe cuántas cosas he hecho sin querer hacerlas con la pareja, los amigos, la familia, los desconocidos y el Espíritu Santo. No sabe cuántas oportunidades he perdido por priorizar al otro, no sabe la ansiedad que me produce hablar en público y pensar que mis palabras puedan ser malinterpretadas, generar reacciones ofensivas o herir a alguien. No sabe lo que es vivir con la constante vigilancia de mi cuerpo, mi forma de vestir, de hablar, de andar o de masticar para no llamar la atención de nadie…
No sabe lo que es vivir con la constante sensación de que un día alguien te señalará y todo se desmoronará.
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—— ¿Por qué es tan importante para ti no llamar la atención ni diferenciarte del rebaño? —— Si me salgo de los cánones establecidos podría ser castigada. —— No me imagino a tu tía dándote con una alcachofa en la cabeza porque no te guste su comida. —— Hay castigos mucho más dolorosos que el físico. —— ¿Por ejemplo? —— El rechazo, el aislamiento, la desaprobación, la marginación que pueden transmitirte con una mirada o un gesto. —— Suponiendo que ese rechazo se produjese, y digo suponiendo ya que estás adivinando lo que va a suceder en el futuro y lo que van a pensar las personas ante tus manifestaciones, lo cual te recuerdo que es imposible, ¿qué implicaría realmente esa crítica? —— Me quedaría sola. Perdería a la gente que quiero. —— En el caso poco probable de que alguien te dejase de querer porque manifestases una postura distinta a él, estarías queriendo a la persona equivocada, ¿no crees? —— Necesito a los demás. Necesito su cariño. —— Lo que necesitas es tu cariño, y si no tienes éste da igual lo hondo que caves y cuánto te esfuerces, nunca encontrarás lo que andas buscando. Es cierto que cuando somos pequeños necesitamos el cariño de nuestros padres y cuando pasamos a la adolescencia es fundamental un grupo de amigos que nos sirva de referencia, pero en la actualidad no necesitas ninguna de esas cosas. Eres una adulta en una sociedad llena de personas con múltiples posibilidades de relación. No hay motivo para tener miedo a perder tu televisor con la oferta que hay en la actua-
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lidad. Eso no quiere decir que vayas deshaciéndote de la vieja tecnología, lo que digo es que si ese viejo aparato no te acepta, no tienes porqué estar anclada a él a costa de tu propia autoestima. ¿Cómo te sientes cuando no eres tú por miedo a ser criticada? —— Estúpida, perdida, manipulada, humillada, tonta, inferior. —— ¿Y cómo crees que esto afecta a tu autoestima? —— Obviamente de forma negativa. —— Una de las creencias nucleares que aguarda bajo tu problema, es tu necesidad de aprobación basada en el supuesto de que eres un ser defectuoso, de segunda, no valioso, que si es descubierto será rechazado. Cuando eres sumisa y reniegas de tu persona te sientes fatal contigo misma, lo que hace que no te valores y por tanto perpetúas tu creencia de que no puedes expresar quién eres por temor a perder el cariño de otros a quienes crees necesitar. Y así vuelta a empezar, formando un círculo vicioso en el que cada vez tendrás menos amor propio y más necesidad de amor ajeno.
Para romper ese círculo tendrías que arriesgarte a expresar tus opiniones y poder comprobar empíricamente si tus temores son reales. En caso afirmativo podrías ver si las consecuencias son tan graves como anticipabas y si existe posibilidad de entendimiento. En aquellos pocos aunque existentes casos en los que alguien te rechazase por quien eres, sería bueno que analizases si podrías estar equivocándote. En caso de que no sea así, con todo el dolor de tu corazón, manifestarás a esa persona que tú no tienes nada contra ella, pero que no piensas cambiar tu forma de pensar por agradarla.
—— La clave está en ser uno mismo.
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—— La verdad es que es más complejo que eso. Si somos nosotros mismos nos aceptaremos mucho, pero no nos aguantará ni nuestra sombra. —— ¿No acabas de decirme que he de decir lo que pienso? —— Sí, pero hay que decirlo con tacto y no todo, ya que si no estarías reflejando una actitud exigente y con poca tolerancia a la frustración. La clave está en lo que actualmente llamamos asertividad: defender nuestros derechos sin invadir los derechos de los demás, asumiendo que esta regla es un medio para llegar a un fin, y por tanto nos permitiremos ciertas concesiones según las circunstancias. —— ¿Y exactamente cuándo he de permitirme ceder? —— Todos los humanos queremos lo mismo. Nos creemos que nuestra infelicidad es debida a una obstrucción en la tubería número cuatro. Vamos a la ferretería (psicólogo) pensando que todos nuestros problemas se pueden resolver con la llave del cuatro. No queremos pensar, queremos que cuando se nos vuelva a obstruir la tubería podamos coger nuestra llave universal y arreglarlo fácilmente. Pero la realidad es bien distinta, no existen llaves mágicas que valgan para todas las tuberías, para empezar porque no siempre se obstruye la misma tubería. Podríamos decir que la asertividad ha de utilizarse como una llave inglesa que hay que abrir o cerrar según cada tubería en concreto. Cada situación específica requerirá que analicemos las ventajas y desventajas a corto, medio y largo plazo de abrir o cerrar la llave, hablar o callar, ceder o mantener. No existe un consejo universal, cada persona tendrá que decidir en cada momento cómo actuar, e ir perfeccionando la técnica a través del ensayo y error. —— Si me compro una asertividad de esas, ¿podré conseguir lo que quiero de las personas sin que se enfaden?
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—— La asertividad no se compra, se entrena, y lo que hace es aumentar la probabilidad de conseguir tus objetivos, minimiza en lo posible el enfado del otro, a la vez que maximiza tu bienestar relativamente al margen de los logros, y cómo no, respeta el derecho de los demás a negarse a tus peticiones o enfadarse por tus actitudes. —— Creo que si actúo como dices me sentiré una mala persona, alguien egoísta que solo piensa en sus intereses. —— No es cuestión de que únicamente mires tu ombligo, sino de que te lo mires de vez en cuando. Tu miedo principal a decir no, es que puedas dañar a tus seres queridos o ser rechazada. —— Exacto. —— La paradoja se produce en que por mucho que quieras callar para no herir, como todo el mundo, tienes tus límites de aguante. Esto te llevará a mantener un estilo de vida con el que difícilmente podrás estar satisfecha, lo que te irá consumiendo y entristeciendo. Aunque no digas lo que te molesta, es inevitable que esta información se filtre por cauces implícitos que irán desgastando la relación.
Aparecerán mecanismos de agresión pasiva a través de los cuales irás expulsando tus molestias, pero como no existe una comunicación abierta y sincera, tus problemas interpersonales se irán acumulando. Además, el paso del tiempo y la acumulación de situaciones no queridas harán que te vayas “cargando”, hasta que un buen día explotes por un pequeño detalle que viene a colmar tu paciencia. Y voilà, ahí lo tienes, tú que justificabas tu sumisión por la importancia de no dañar a los que te rodean, acabas hiriendo implícita o explícitamente a tus seres queridos. Esta reacción desproporcionada te hará sentir culpable por un lado y, por otro te asustará por temor a ser rechaza-
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da por tus desaires. La forma de vencer este sentimiento es utilizando aquel recurso que “tan bien“ te funcionó tiempo atrás, callar, y el círculo vuelve a empezar a girar, pero cada vez con las relaciones y tu autoestima más degradadas. —— ¿Qué he de hacer? —— Puedes empezar por mostrar públicamente opiniones impopulares para comprobar cómo reacciona tu entorno, y entrenarte en tolerar el rechazo si es que llegara a producirse.
Recuérdate a menudo que la aprobación de los demás es agradable, aunque no imprescindible, de forma que permitas que influya en quién eres, pero no te determine. No te escondas de tus defectos ni te enorgullezcas de ellos, simplemente encáralos con paciencia y tesón.
Si alguien te rechaza, ese desplante no justifica una actitud radical u ofensiva por tu parte, el otro es tan libre de expresar su opinión como tú de tenerla o no en cuenta.
No desprestigies al otro alegando su simpleza intelectual por el solo hecho de no estar de acuerdo contigo.
En el teatro de la vida es imposible gustar siempre al público, a veces serás aplaudido y a veces abucheado. No te midas irracionalmente en función de los aplausos, ya que estarías asumiendo que éstos son otorgados por Dioses, ajenos a la subjetividad, los intereses y el partidismo. Al mismo tiempo no caigas en la soberbia de creerte un Dios que vive completamente ajeno a los aplausos.
—— ¿Te parece que transforme tu despacho en un teatro y me convierta en Shakespeare, y en la próxima junta de vecinos escenifique Hamlet y pueda entrenarme en esto de los aplausos? —— Es mucho más sencillo, tú ves la pared roja y yo azul, si crees que estoy equivocado te explicaré el porqué de mi postura; si
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descubro que me equivoco de color no tendré ningún complejo en darte la razón; si yo te parezco tonto por mi percepción, no te atacaré; si me rechazas yo no te rechazaré; yo no necesito que veamos todas las paredes del mismo color para poder disfrutar de ti, pero si tú no eres capaz, comprendo que abandones la habitación y yo no puedo detenerte, yo no necesito retenerte. Sigue tu camino e intenta ser feliz, yo haré lo mismo. Pero por favor, si no estás dispuesto a aceptar que tenga distintas visiones de los colores, no te quedes en la habitación ofendiéndome, renegando e intentando convencerme constantemente, porque en ese caso, tendría que ser yo quien te expulsase.
Y si un día cambias de idea, no dudes en llamar a mi puerta; no sé cómo será de grande la habitación que te conceda, pero siempre habrá sitio para un viejo amigo.
Si tus ideas caen bien a todo el mundo, tienes más motivos para preocuparte que si caen mal a una parte.
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— Hola hermana, pase por favor. — Gracias hijo, en estos tiempos cuesta trabajo encontrar gente tan amable. — Me ha alegrado su visita, estaba impaciente por saber a quién me iba a encontrar hoy. — Pues aquí me tiene. Los caminos del señor son inescrutables, espero poderle ayudar. — Deme un segundo para recomponerme y hacerme una idea de su nueva metamorfosis. La verdad es que me está viniendo muy bien trabajar contigo, con usted, para entrenar mi cerebro en adaptabilidad. Justo antes de que le abriese la puerta pensaba que podía tener problemas con su pene juguetón. — Madre del amor hermoso, pero hijo ¿cómo puedes hablar así a una monja? — Perdone hermana, ya le he dicho que necesito algo de tiempo. Pero no me negará que cuando me visitó siendo adolescente estaba inquieto por descubrir qué se escondía bajo la ropa del prójimo. — Es un descarado. No se lo tendré en cuenta, ya que debe de estar enfermo o poseído. — Venga hermana, no se ponga así. Usted misma me habló de lo que le gustaba las chiquillas, ¿eh picarona? — Su vulgaridad me incomoda terriblemente. Yo solo he venido a pedirle una ayuda para la parroquia, pero de alguien tan soez como usted no se puede esperar atisbo de generosidad. — No se vaya hermana, espere un segundo que llaman al timbre. Esta vez se ha metido profundamente en su personaje, qué señora.
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— Hola. — Hola. — ¿En qué puedo ayudarla? — Cuando digo no, me siento culpable. — Pues diga sí. — Entonces me siento despreciable. — Quizás le vendría bien hacer una terapia para por lo menos aclarar si quiere decir no, o sí. — Tiene razón, por eso estoy aquí. — Está en lo cierto en que soy terapeuta, pero necesita pedir cita con antelación para que pueda atenderla. Lo lamento pero ahora estoy ocupado. — Emm vale, hasta luego. — Qué situación tan extraña, no entiendo cómo ha podido conseguir mi dirección. En fin, sigamos con la hermana extraterrestre. — Perdone hermana por la interrupción pero… (llaman al timbre de nuevo). Perdone otra vez, se han debido de volver a equivocar. Deme un segundo. — ¡Otra vez usted! Ya le he dicho que no podía atenderla. Tome una tarjeta y llámeme para pedir cita. — Lo siento mucho de verdad, le prometo que no quiero molestar, pero es que yo ya tenía cita. — No, usted no tenía cita, estoy seguro. — Perdóneme, me he debido de equivocar entonces. — Eso parece. Antes de que cierre la puerta, ¿está segura de que no quiere decirme nada más?
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— No. Bueno sí. Bueno no. La verdad es que sí. — Hágame el favor de no dar más vueltas y dígame qué le preocupa. — Sé que hoy teníamos cita. — ¿Pero no me acaba de decir ahora mismo que no? — Yo sabía que sí, pero no quería molestarle. — Eso es imposible, ni siquiera la conozco. — ¡Pero cómo no me va a conocer doctor Pez! — ¡Ay mi madre, que es una monja de verdad! Acompáñame, que ha habido un malentendido. Perdóneme hermana, la había confundido con esta mujer. — Claro, somos clavaditas. No importa, yo ya me iba. Le recomiendo que se ponga en manos de un psiquiatra, está usted muy sucio. — Así lo haré hermana, descuide. Que tenga un buen día. — ¿E.T. sería posible que me mandases un e-mail o un sms el día de la consulta avisándome de la forma humana de que vas a presentar? Me veo un día haciendo terapia a mi portera pensando que eres tú. — A su portera no creo… — No entiendo. — Mejor que lo dejemos pasar. En nuestra última sesión le cuento la estrecha relación que se estableció entre su portera y yo. — Bien, ya me contarás. E.T., ¿puedes tutearme por favor? Sabes que desde que nos conocemos a veces nos tuteamos y a veces, para llamar la atención del otro, nos tratamos de usted, pero desde que nos hemos encontrado hoy te diriges a mí de usted.
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— Es por no molestar, igual piensa que soy una maleducada. — Y si me hablas siempre de usted igual pienso que eres una estirada. Viéndolo así, no tienes salida, puedo pensar mal de ti en ambos casos. — ¡No me diga eso hombre! — Dejemos este asunto de momento y empecemos desde el principio. La última vez que nos vimos te importaba bastante poco lo que otras personas pensaran de ti, ¿qué ha cambiado? — Ya se lo he dicho, cuando digo no me siento culpable. Es una tortura. Durante mi vida he recibido una educación basada en no destacar, no molestar al otro, hacer la vida fácil a los demás, mantener la compostura en todo momento e intentar por todos los medios huir de la crítica. Todo para no ser rechazada y poder obtener la protección de un grupo. — ¿Por qué está siendo esa educación una tortura en tu caso? — ¿Que por qué está siendo una tortura? Usted no sabe lo que es tener que tomarse un plato de alcachofas porque no te atreves a decir que no te gustan. Usted no sabe lo que es tener que reír algunos comentarios que no te hacen ninguna gracia. No sabe cuántas cosas he hecho sin querer hacerlas con la pareja, los amigos, la familia, los desconocidos y el Espíritu Santo. No sabe cuántas oportunidades he perdido por priorizar al otro, no sabe la ansiedad que me produce hablar en público y pensar que mis palabras puedan ser malinterpretadas, generar reacciones ofensivas o herir a alguien. No sabe lo que es vivir con la constante vigilancia de mi cuerpo, mi forma de vestir, de hablar, de andar o de masticar para no llamar la atención de nadie… No sabe lo que es vivir con la constante sensación de que un día alguien te señalará y todo se desmoronará.
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— ¿Por qué es tan importante para ti no llamar la atención ni diferenciarte del rebaño? — Si me salgo de los cánones establecidos podría ser castigada. — No me imagino a tu tía dándote con una alcachofa en la cabeza porque no te guste su comida. — Hay castigos mucho más dolorosos que el físico. — ¿Por ejemplo? — El rechazo, el aislamiento, la desaprobación, la marginación que pueden transmitirte con una mirada o un gesto. — Suponiendo que ese rechazo se produjese, y digo suponiendo ya que estás adivinando lo que va a suceder en el futuro y lo que van a pensar las personas ante tus manifestaciones, lo cual te recuerdo que es imposible, ¿qué implicaría realmente esa crítica? — Me quedaría sola. Perdería a la gente que quiero. — En el caso poco probable de que alguien te dejase de querer porque manifestases una postura distinta a él, estarías queriendo a la persona equivocada, ¿no crees? — Necesito a los demás. Necesito su cariño. — Lo que necesitas es tu cariño, y si no tienes éste da igual lo hondo que caves y cuánto te esfuerces, nunca encontrarás lo que andas buscando. Es cierto que cuando somos pequeños necesitamos el cariño de nuestros padres y cuando pasamos a la adolescencia es fundamental un grupo de amigos que nos sirva de referencia, pero en la actualidad no necesitas ninguna de esas cosas. Eres una adulta en una sociedad llena de personas con múltiples posibilidades de relación. No hay motivo para tener miedo a perder tu televisor con la oferta que hay en la actua-
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lidad. Eso no quiere decir que vayas deshaciéndote de la vieja tecnología, lo que digo es que si ese viejo aparato no te acepta, no tienes porqué estar anclada a él a costa de tu propia autoestima. ¿Cómo te sientes cuando no eres tú por miedo a ser criticada? — Estúpida, perdida, manipulada, humillada, tonta, inferior. — ¿Y cómo crees que esto afecta a tu autoestima? — Obviamente de forma negativa. — Una de las creencias nucleares que aguarda bajo tu problema, es tu necesidad de aprobación basada en el supuesto de que eres un ser defectuoso, de segunda, no valioso, que si es descubierto será rechazado. Cuando eres sumisa y reniegas de tu persona te sientes fatal contigo misma, lo que hace que no te valores y por tanto perpetúas tu creencia de que no puedes expresar quién eres por temor a perder el cariño de otros a quienes crees necesitar. Y así vuelta a empezar, formando un círculo vicioso en el que cada vez tendrás menos amor propio y más necesidad de amor ajeno. Para romper ese círculo tendrías que arriesgarte a expresar tus opiniones y poder comprobar empíricamente si tus temores son reales. En caso afirmativo podrías ver si las consecuencias son tan graves como anticipabas y si existe posibilidad de entendimiento. En aquellos pocos aunque existentes casos en los que alguien te rechazase por quien eres, sería bueno que analizases si podrías estar equivocándote. En caso de que no sea así, con todo el dolor de tu corazón, manifestarás a esa persona que tú no tienes nada contra ella, pero que no piensas cambiar tu forma de pensar por agradarla. — La clave está en ser uno mismo.
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— La verdad es que es más complejo que eso. Si somos nosotros mismos nos aceptaremos mucho, pero no nos aguantará ni nuestra sombra. — ¿No acabas de decirme que he de decir lo que pienso? — Sí, pero hay que decirlo con tacto y no todo, ya que si no estarías reflejando una actitud exigente y con poca tolerancia a la frustración. La clave está en lo que actualmente llamamos asertividad: defender nuestros derechos sin invadir los derechos de los demás, asumiendo que esta regla es un medio para llegar a un fin, y por tanto nos permitiremos ciertas concesiones según las circunstancias. — ¿Y exactamente cuándo he de permitirme ceder? — Todos los humanos queremos lo mismo. Nos creemos que nuestra infelicidad es debida a una obstrucción en la tubería número cuatro. Vamos a la ferretería (psicólogo) pensando que todos nuestros problemas se pueden resolver con la llave del cuatro. No queremos pensar, queremos que cuando se nos vuelva a obstruir la tubería podamos coger nuestra llave universal y arreglarlo fácilmente. Pero la realidad es bien distinta, no existen llaves mágicas que valgan para todas las tuberías, para empezar porque no siempre se obstruye la misma tubería. Podríamos decir que la asertividad ha de utilizarse como una llave inglesa que hay que abrir o cerrar según cada tubería en concreto. Cada situación específica requerirá que analicemos las ventajas y desventajas a corto, medio y largo plazo de abrir o cerrar la llave, hablar o callar, ceder o mantener. No existe un consejo universal, cada persona tendrá que decidir en cada momento cómo actuar, e ir perfeccionando la técnica a través del ensayo y error. — Si me compro una asertividad de esas, ¿podré conseguir lo que quiero de las personas sin que se enfaden?
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— La asertividad no se compra, se entrena, y lo que hace es aumentar la probabilidad de conseguir tus objetivos, minimiza en lo posible el enfado del otro, a la vez que maximiza tu bienestar relativamente al margen de los logros, y cómo no, respeta el derecho de los demás a negarse a tus peticiones o enfadarse por tus actitudes. — Creo que si actúo como dices me sentiré una mala persona, alguien egoísta que solo piensa en sus intereses. — No es cuestión de que únicamente mires tu ombligo, sino de que te lo mires de vez en cuando. Tu miedo principal a decir no, es que puedas dañar a tus seres queridos o ser rechazada. — Exacto. — La paradoja se produce en que por mucho que quieras callar para no herir, como todo el mundo, tienes tus límites de aguante. Esto te llevará a mantener un estilo de vida con el que difícilmente podrás estar satisfecha, lo que te irá consumiendo y entristeciendo. Aunque no digas lo que te molesta, es inevitable que esta información se filtre por cauces implícitos que irán desgastando la relación. Aparecerán mecanismos de agresión pasiva a través de los cuales irás expulsando tus molestias, pero como no existe una comunicación abierta y sincera, tus problemas interpersonales se irán acumulando. Además, el paso del tiempo y la acumulación de situaciones no queridas harán que te vayas “cargando”, hasta que un buen día explotes por un pequeño detalle que viene a colmar tu paciencia. Y voilà, ahí lo tienes, tú que justificabas tu sumisión por la importancia de no dañar a los que te rodean, acabas hiriendo implícita o explícitamente a tus seres queridos. Esta reacción desproporcionada te hará sentir culpable por un lado y, por otro te asustará por temor a ser rechaza-
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descubro que me equivoco de color no tendré ningún complejo en darte la razón; si yo te parezco tonto por mi percepción, no te atacaré; si me rechazas yo no te rechazaré; yo no necesito que veamos todas las paredes del mismo color para poder disfrutar de ti, pero si tú no eres capaz, comprendo que abandones la habitación y yo no puedo detenerte, yo no necesito retenerte. Sigue tu camino e intenta ser feliz, yo haré lo mismo. Pero por favor, si no estás dispuesto a aceptar que tenga distintas visiones de los colores, no te quedes en la habitación ofendiéndome, renegando e intentando convencerme constantemente, porque en ese caso, tendría que ser yo quien te expulsase. Y si un día cambias de idea, no dudes en llamar a mi puerta; no sé cómo será de grande la habitación que te conceda, pero siempre habrá sitio para un viejo amigo. Si tus ideas caen bien a todo el mundo, tienes más motivos para preocuparte que si caen mal a una parte.
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